LACAN, SEMINARIO 19. Clase 4: 19 de enero de 1972

SEMINARIO 19: 

CLASE 4: 19 de Enero de 1972

En el pizarrón

Lacan, seminario 19, clase 4. El arte de producir una necesidad de discurso

(escritura en griego) la significación del falo

(escritura en griego) la Bedeutung del falo

Genitivo objetivo: un deseo —> de niño

Genitivo subjetivo : un deseo <— de niño

La ley del talión

0 1 0 0 0 0 0 0 0 0

0 1 1 1 1 1 1 1 1

0 1 2 3 4 5 6 7

0 1 3 6 10 15 21

0 1 4 10 20 35

0 1 5 15 35

0 1 6 21

0 1 7

0 1

«El arte de producir una necesidad de discurso», tal es la fórmula que deslicé más que

proponer la última vez acerca de lo que es la lógica. Los he dejado en el alboroto de cada

cual que se levantaba para hacerles observar que no bastaba que Freud haya señalado

como carácter del Inconsciente que desdeña, se desprende, del principio de contradicción para que, como se imaginan algunos psicoanalistas, la lógica no tenga nada que hacer en

su elucidación. Si hay discurso, discurso que merezca hilvanarse por la nueva institución

psicoanalítica, es más que probable que como para todo otro discurso, su lógica deba ser

despejada.

Recuerdo al pasar que el discurso es aquello de lo que lo menos que puede decirse es

que su sentido permanece velado. A decir verdad, lo que lo constituye está

verdaderamente hecho por la ausencia de ese sentido. No hay discurso que no deba

recibir su sentido del otro, y si es verdad que la aparición de una nueva estructura de

discurso toma sentido, no es sólo para recibirlo, sino también si surge que ese discurso

analítico tal como se los he situado el año pasado representa el último deslizamiento sobre

una estructura tetrádica, «cuadrípoda» como lo he denominado en un texto publicado en

otra parte, por el último deslizamiento de lo que se articula en nombre de la significancia,

resulta sensible que algo original se produce por ese círculo que se cierra.

«El arte de producir, dije, una necesidad de discurso», es otra cosa que esa necesidad

misma. La necesidad lógica, reflexionen, no podría haber otra, es el fruto de esta

producción. La necesidad (escritura en griego) no comienza más que con el ser hablante,

y así todo lo que ha podido emerger, producirse, es siempre el hecho de un discurso. Si es

lo que ocurre en la tragedia, lo es en la medida en que la tragedia se concretiza como el

fruto de una necesidad que no es otra, es evidente, pues no se trata allí más que de seres

hablantes, de una necesidad, decía, que no es otra que lógica.

Nada me parece, surge en otra parte que en el ser hablante de lo que es propiamente

(escritura en griego). Es por eso que Descartes no consideraba a los animales más que

como autómatas, en lo que seguramente se trata de una ilusión, cuya incidencia

mostraremos al pasar, a propósito de lo que vamos, de ese arte de producir una necesidad

de discurso, de lo que vamos, voy a intentarlo, tratar de adelantar.

Producir, en el doble sentido de demostrar lo que estaba allí antes, ya allí no es seguro

que algo no se refleje, no contenga el esbozo de la necesidad en juego de lo previo, en lo

previo de la existencia animal. Pero, falto de demostración, lo que se debe producir debe

ser en efecto considerado como anteriormente inexistente, otro sentido, sentido de

producir, aquel sobre el que toda una búsqueda proveniente de la elaboración de un

discurso ya constituido, llamado discurso del Amo, ha avanzado ya bajo el término de

«realizar por un trabajo». Es en lo que consiste esto que se produce en la medida en que

soy yo mismo el lógico en cuestión, el producto de la emergencia de este nuevo discurso,

que la producción en el sentido de demostración puede ser anunciado ante ustedes. Lo

que debe ser supuesto haber estado allí ya, por la necesidad de la demostración, producto

de la suposición de la necesidad de siempre, pero justamente testimoniaba también de la

no menor necesidad del trabajo de actualizarla. Pero en ese momento de emergencia, esta

necesidad da al mismo tiempo la prueba de que no puede ser supuesta al comienzo, más

que a título de lo inexistente. ¿Qué es entonces la necesidad?. ¡No!. Lo que hay que decir

no es «entonces» es «qué» y directamente, pues ese «entonces» conlleva en sí demasiado

de ser. Es directamente «qué es» la necesidad tal que, por el hecho mismo de producirla,

no pueda, antes de ser producida, más que ser supuesta inexistente, lo que quiere decir,

planteada como tal en el discurso.

Hay respuesta a esta pregunta, como a toda pregunta, por la razón de que no se la

plantea, como toda pregunta, sin tener ya la respuesta. Ustedes la tienen entonces, aún si

no la saben. Lo que responde a esta pregunta «¿qué es la necesidad, etc.?» es lo que se

hace lógicamente, aún si no lo saben, en su bricolage de todos los días, ese bricolage que

una cierta cantidad que, por estar conmigo en análisis, hay algunos, por supuesto no

todos, vienen a confiarme sin tener por otra parte antes de un cierto paso dado,

sentimiento de que al hacerlo, venir a verme, me suponen ser yo mismo, al hacer ese

bricolaje, entonces, es decir todos, incluso aquellos que no me lo confían, responden ya.

¿Cómo?. Al repetirlo, simplemente, ese bricolage, de manera incansable. Es lo que se

denomina el síntoma, a un cierto nivel, a un otro, el automatismo, término poco apropiado,

pero del que la historia puede dar cuenta. Ustedes realizan en cada momento, en la

medida en que el inconsciente existe, la demostración en la que se funda la inexistencia

como previa a lo necesario. Es la inexistencia de lo que está en el principio del síntoma, a

saber su consistencia misma, de dicho síntoma, desde que el término, por haber emergido

con Marx, tomó su valor, lo que está en el principio del síntoma, a saber la inexistencia de

la verdad que supone, aún cuando marque su lugar. Esto para el síntoma en tanto se

vincula a la verdad que no tiene más curso. A ese respecto, se puede decir como, alguien,

que subsiste en el arte moderno, ninguno de ustedes es extraño a ese modo de la

respuesta.

En el segundo caso, dicho automatismo, es la inexistencia del goce que el llamado

automatismo de repetición pondría a la luz de la insistencia de ese pataleo al alcance que

se designa como salida hacia la existencia. Sólo que más allá, no es completamente lo

que se denomina una existencia lo que los espera, es el goce tal como opera como

necesidad de discurso y él no opera, como ven, más que como inexistente. Sólo que al

recordarles estos estribillos, estas cantinelas, lo que hago por supuesto con el propósito de

tranquilizarlos, de darles el sentimiento de que no hago aquí más que aportar speeches

sobre lo que… en nombre de que habría una cierta sustancia de goce, la verdad en la

ocasión, tal como estaría pregonada por Freud, no es menos cierto que al permanecer allí,

no es al hueso de la estructura a lo que pueden referirse. «¿Qué es la necesidad, dije,

…que se instaura de una suposición de inexistencia?». En esta pregunta no es lo

inexistente lo que cuenta es justamente la suposición de inexistencia, la que no es más

que consecuencia de la producción de la necesidad. La inexistencia no hace cuestión más

por tener una respuesta, doble ciertamente, del goce y de la verdad, pero ella inexiste ya.

No es por el goce, ni por la verdad que la inexistencia toma su estatuto, que ella puede

inexistir, es decir venir al símbolo que la designa como inexistencia, no en el sentido de no

tener existencia, sino de no ser existencia más que del símbolo que la haría inexistente y

que, él, existe: es un número, como ustedes saben, generalmente designado por cero. Lo

que muestra claramente que la inexistencia no es lo que podría creer: la nada. ¿Pues qué

se podría sacar, fuera de la creencia, la creencia en sí?. ¡No hay 36 creencias!. Dios hizo

el mundo de la nada, no sorprende que sea un dogma: es la creencia en sí misma. Es este

rechazo de la lógica que se expresa, uno de mis alumnos encontró un día esto solo, que

se expresa según la fórmula que él dio, se lo agradezco: «Seguramente no, pero aún así».

Lo que no puede bastarnos de ningún modo. La inexistencia no es la nada. Como acabo

de decírselos es un número que forma parte de los números enteros, de la serie de los

números enteros. No hay teoría de los números enteros, si no dan cuenta de lo que ocurre

con el cero. Y lo que se ha percibido en un esfuerzo que no es por azar contemporáneo,

ciertamente un poco anterior a la investigación de Freud, es el que ha inaugurado, al interrogar lógicamente el estatuto del número, un denominado Frege, nacido 8 años antes

que él y muerto alrededor de 14 años antes.

Esto está ampliamente dedicado en nuestra interrogación de lo que respecta a la

necesidad lógica del discurso del análisis, es muy precisamente lo que señalaba de lo que

arriesgaba escapárseles de la referencia que hace un instante ilustraba como aplicación,

llamado de otro modo uso funcional, de la inexistencia, es decir que ella no se produce

más que en el après coup del que surge primeramente la necesidad, a saber de un

discurso en el que ella se manifiesta antes que el lógico, se los he dicho, advenga él

mismo como consecuencia segunda, es decir, al mismo tiempo que la inexistencia misma.

Es su fin reducirse donde ella se manifiesta antes que él. Esta necesidad, lo repito,

demostrándola, esta vez, al mismo tiempo que la enuncio, esta necesidad, es la necesidad

misma, en sí misma, por sí misma, para sí misma, es decir, aquello por lo que la vida se

demuestra no ser ella misma más que necesidad de discurso ya que no encuentra para

resistir a la muerte, es decir a su premio (lot(7)) de goce, ninguna otra cosa más que un

truco, a saber, el recurso a esta misma cosa que produce una opaca programación que es

muy otra cosa, lo he subrayado, que la potencia de la vida, el amor u otra cháchara, que

es esa programación radical que no comienza para nosotros a desentenebrarse un poco

sino en lo que hacen los biólogos a nivel de la bacteria y cuya consecuencia es

precisamente la reproducción de la vida.

Lo que el discurso hace, al demostrar ese nivel en donde nada de una necesidad lógica se

manifiesta más que en la repetición, nos parece aquí reunir como un semblante lo que se

efectúa en el nivel de un mensaje que no es de ningún modo fácil de reducir a lo que, por

ese término que conocemos y que es del orden de lo que se sitúa en el nivel de una

combinatoria corta cuyas modulaciones son las que pasan del ácido desoxirribonucleico a

lo que se transmitirá a nivel de las proteínas con la buena voluntad de algunos

intermediarios calificados particularmente de enzimáticos o catalizadores.Que esté allí lo

que nos permite referir lo que hay allí de la repetición, esto no puede hacerse más que

elaborando precisamente lo que respecta a la ficción por lo que algo nos parece

repentinamente repercutirse en el fondo mismo de lo que ha hecho un día al ser hablante

capaz de hablar.

Hay uno, en efecto, uno entre todos, que no escapa a un goce particularmente insensato y

que diría local en el sentido de accidental, y que es la forma orgánica que ha tomado para

él el goce sexual. Colorea de goce todas sus necesidades elementales, que no son, en los

otros seres vivientes, más que rellenamiento (colmatage(8)) (9)respecto del goce. Si el

animal come regularmente, es claro que lo hace por no conocer el goce del hambre.

Colorea entonces, el que habla, y es sorprendente, es el descubrimiento de Freud, todas

sus necesidades, es decir aquello por lo cual se defiende contra la muerte. No hay en

absoluto que creer por tanto que el goce sexual es por eso la vida. Como se los dije hace

un rato, es una producción local, accidental, orgánica y muy exactamente ligada,

centrada, sobre lo que es del órgano masculino, lo que es evidentemente particularmente

grosero. La detumescencia, en el macho, ha engendrado esta convocatoria de tipo

especial que es el lenguaje articulado gracias a lo que se introduce en sus d imensiones, la

necesidad de hablar. Es de allí que surge la necesidad lógica como gramática de discurso.

¡Vaya nimiedad!. Fue necesario para percibirlo nada menos que la emergencia del

discurso analítico.

La Significación del Falo: en alguna parte de mis Escritos me tomé el cuidado de alojar

esta enunciación que había realizado muy precisamente en Munich poco antes de

1960…hace un montón… Escribí debajo: Die Bedeutung des Phallus. No es por el placer

de hacerles creer que sé alemán, aún cuando sea en alemán, ya que estaba en Munich,

que creí tener que articular lo que di allí, el texto retraducido. Me había parecido oportuno

introducir bajo el término de Bedeutung lo que en francés, dado el grado de cultura al que

habíamos llegado en esa época, no podía traducir decentemente más que por «la

significación». Die Bedeutung des Phallus era ya, pero los alemánes mismos, dado que

eran analistas, marco la distancia por una pequeña nota reproducida al comienzo de ese

texto, los alemánes no tenían, por supuesto, hablo de los analistas, salíamos de la guerra

y no se puede decir que el análisis hubiera hecho durante ella muchos progresos, los

alemánes no opusieron más que un cuac. Todo eso les pareció, como lo subrayo por el

último término de esta nota, hablando con propiedad, «inaudito». Es curioso por otra parte

que las cosas hayan cambiado al punto de que lo que cuento hoy se haya vuelto quizás

para un cierto número de ustedes, hoy, a justo título, moneda corriente.

Die Bedeutung sin embargo estaba referido al uso, al uso que Frege hace de esta palabra

para oponerla al término de Sinn, el que responde muy exactamente a lo que he creído

tener que recordarles al nivel de mi enunciado de hoy, a saber el sentido, el sentido de una

proposición. Se podría expresar de otro modo, y ustedes verán que no es incompatible, lo

que respecta a la necesidad que conduce a este arte de producirla como necesidad de

discurso. Se lo podría expresar de otro modo: ¿qué se necesita para que una palabra

denote algo?. Tal es el sentido, pongan atención, menudas permutaciones comienzan, tal

es el sentido que Frege da a Bedeutung: la denotación.

Les parecerá claro si aceptan abrir ese libro que se llama Los Fundamentos de la

Aritmética y que cierta Claude Imbert, que en otra época, si mal no recuerdo, frecuentó mi

seminario, tradujo, lo que lo pone enteramente accesible al alcance de mis manos, les

resultará claro, como era previsible, que para que haya con seguridad denotación, no está

mal dirigirse primeramente, tímidamente, al campo de la aritmética tal como está definido

por los números enteros. Hay un tal Kronecker que no se pudo impedir, tan grande es la

necesidad de creencia, de decir que los números enteros es Dios quien los creó. A través

de lo cual, agrega, el hombre tiene que vérselas con todo el resto, y, como era matemático

el resto era para él todo. Lo que queda del resto del número. Es justamente en la medida

en que no hay ninguna seguridad de que nada sea de esta especie, a saber que un

esfuerzo lógico puede al menos intentar dar cuenta de los números enteros, que llevo al

campo de vuestra consideración el trabajo de Frege.

No obstante, querría detenerme un momento, aunque no fuera más que para incitarlos a

leerlo, en esta enunciación que he producido bajo el ángulo de la significación del falo, de

la que verán que en el punto en que me encuentro, en fin, este es un pequeño mérito del

que alardeo, no hay nada que retomar, aún cuando en esa época nadie haya

verdaderamente oído nada. Lo he podido constatar en el lugar. ¿Qué quiere decir «la

significación del falo»?.

Lo que merece que nos detengamos, ya que después de todo una unión tan

determinativa, hay siempre que preguntarse si es un genitivo llamado objetivo o subjetivo, tal como ilustro su diferencia por la comparación de los dos sentidos, aquí el sentido

marcado por dos flechitas:

———>

«Un deseo de niño» es un niño que se desea: objetivo

<——

«Un deseo de niño» es un niño que desea: subjetivo

Pueden ejercitarse, es siempre muy útil. La ley del talión que escribo debajo sin agregar

comentarios puede tener dos sentidos: la ley que es el Talión, la instauro como ley; o lo

que el talión articula como ley, es decir «ojo por ojo, diente por diente», no es lo mismo.

Lo que querría hacerles observar es que «la significación del falo», y lo que voy a

desarrollar lo haré para hacérselos descubRir, en el sentido que acabo de precisar de la

palabra sentido, es decir la flechita, es neutra. «La significación del falo», tiene lo siguiente

de astuto, que lo que el falo denota, es el poder de significación.

No es entonces ese ? x una función del tipo ordinario, lo que produce que a condición de

utilizarlo, para ubicarlo allí como argumento, de algo que no necesita tener al comienzo

ningún sentido, con la sola condición de articularlo con un prosdiorismo, «existe» o «todo»

producto él mismo de la búsqueda de la necesidad lógica y de ninguna otra cosa, lo que

se hilvanará por ese prosdiorismo tomará significación de hombre o de mujer según el

prosdiorismo elegido, es decir, ya el «existe», o el «no existe», o el «Todo», o el «No-todo».

No obstante es claro que no podemos no tener en cuenta lo que se produce de una

necesidad lógica al confrontarla con los números enteros, por la razón de la que he

partido, de que esta necesidad après coup implica la suposición de lo que inexiste como

tal. Es sin embargo remarcable que sea al interrogar al número entero, al intentar su

génesis lógica que Frege haya sido conducido a nada menos que a fundar el número 1

sobre el concepto de inexistencia.

Hay que decir que para haber sido conducido hasta allí hay que creer que lo que hasta allí

corría sobre lo que funda el 1, no le daba satisfacción de lógico. Es cierto que durante un

buen tiempo se contentaron con poco. Se creía que no era tan difícil: hay varios, hay

muchos, bien, se los cuenta. Lo que plantea, por supuesto, para el advenimiento del

número entero, insolubles problemas. Puesto que si no se trata más que de lo que es

conveniente hacer, de un signo para contarlos, eso existe, acaban de traerme así un librito

para mostrarme cómo…, un poema árabe sobre esto, un poema que indica así, en verso

todo lo que hay que hacer con el meñique, después con el índice, después con el anular y

algunos otros para hacer pasar el signo del número, pero justamente ya que hay que

hacer el signo, es que el número debe tener otra especie de existencia que simplemente

designar, aunque fuera cada vez con un ladrido, cada una de las personas aquí presentes.

Para que tengan valor de 1, es necesario, como se los ha señalado desde siempre, que se

las despoje de todas sus cualidades sin excepción, ¿qué queda entonces?.Por supuesto,

ha habido algunos filósofos llamados empiristas para articular esto, sirviéndose de objetos

menudos como bolitas, un rosario, por supuesto, es l o mejor que hay.

Pero eso no resuelve en absoluto la cuestión de la emergencia del 1 como tal. Es lo que

había visto bien uno, llamado Leibniz que creyó tener que partir como él se lo imponía, de

la identidad, a saber, plantear al inicio: 2 = 1 + 1; 3 = 2 + 1; 4 = 3 + 1, y creer haber

resuelto el problema mostrando que al reducir cada una de esas definiciones a la

precedente, se podía demostrar que 2 y 2 son 4. Hay desgraciadamente un pequeño

obstáculo que los lógicos del siglo XIX percibieron rápidamente, es que su demostración

no es válida más que a condición de desatender el paréntesis absolutamente necesario de

poner en 2 = 1 + 1, a saber el paréntesis que encierra el (1+1), y que es necesario, lo que

él descuida, es necesario plantear el axioma de que (a + b) entre paréntesis + c = a +

abran paréntesis (b + c), cierren paréntesis:

[(a + b) + c = a + (b + c)]

Es cierto que este descuido por parte de un lógico tan verdaderamente lógico como era

Leibniz merece seguramente ser explicado y que, por algún lado, algo lo justifica. Como

fuera, el hecho de que esté omitido basta desde el punto de vista lógico para rechazar la

génesis leibniziana, además de que descuida todo fundamento con respecto al cero.

No hago aquí más que indicarles a partir de qué noción del concepto, del concepto

supuesto denotar algo, hay que elegirlos para que esto funcione, pero después de todo no

se puede decir que los conceptos, los que se elijan, satélites de Marte o de Júpiter, no

tienen este alcance de denotación suficiente para que no se pueda decir que un número

está asociado a cada uno de ellos.

Sin embargo, la subsistencia del número no puede asegurarse más que a partir de la

equinumericidad de los objetos que subsume el concepto. El orden de los números no

puede entonces estar dado más que por esta astucia que consiste en proceder

exactamente en sentido contrario de lo que hace Leibniz. Al retirar 1 de cada número, es

decir que el predecesor, es éste, el concepto de número salido del concepto, el número

predecesor, es el que, puesto aparte tal objeto que servía de apoyo en el concepto de un

cierto número, es el concepto que, puesto aparte este objeto, se encuentra idéntico a un

número que está muy precisamente carácterizado por no ser idéntico al precedente,

digamos a 1 de distancia.

Es así que Frege regresa hasta la concepción del concepto en tanto vacío, que no

comporta ningún objeto, que es el de, no de nada (néant) ya que es concepto, sino de la

inexistencia, y que es justamente al considerar lo que él cree ser la nada, a saber el

concepto cuyo número sería igual a 0, que cree poder definir de la formulación de

argumento: «X diferente de X» (X X), es decir diferente de sí mismo, lo que es una

denotación seguramente extremadamente problemática. ¿Pues qué alcanzamos, si es

verdad que lo simbólico es lo que digo, a saber enteramente en la palabra, que no hay

metalenguaje, desde dónde se puede designar en el lenguaje un objeto del que estaría

asegurado que no fuera diferente de sí mismo?. Sin embargo, es sobre esta hipótesis que

Frege constituye la noción de que el concepto «igual a 0» da un número diferente, según la fórmula que dio al inicio por la que es del número predecesor, dá un número diferente

respecto del cero definido considerado, y con razón, por la nada, es decir, de aquel al que

conviene no la igualdad a cero sino el número 0.

Desde entonces, es en referencia con esto que el concepto al que conviene el número 0

reposa sobre el hecho de que se trata de lo idéntico a cero, pero no idéntico a cero, que

aquel que es simplemente idéntico el 0 es considerado su sucesor y como tal igualado a 1.

La cosa se funda sobre esto que es el inicio de la llamada equinumericidad, es claro que la

equinumericidad del concepto bajo el cual no cae ningún objeto a título de la inexistencia

es siempre «igual a sí mismo». Entre 0 y 0 no hay diferencia. Es la no diferencia de la que,

por este sesgo, Frege entiende fundar el 1, y esto de todos modos. Esta conquista es por

otra parte preciosa en la medida en que nos da al uno como siendo esencialmente, oigan

bien lo que digo, el significante de la inexistencia.

De todos modos, ¿es seguro que el 1 puede fundarse allí?. Seguramente la discusión

podría proseguirse por las vías puramente fregianas.

No obstante, para vuestro esclarecimiento, creí tener que reproducir lo que puede decirse

no tiene relación con el número entero, a saber el triángulo aritmético. El triángulo

aritmético se organiza a la manera siguiente: parte, como dato, de la serie de los números

enteros. Cada término a inscribir está contenido, constituido sin otro comentario —se trata

de lo que está por debajo de la barra,

Lacan, Seminario 19, clase 4. El triángulo aritmético

por la suma, observarán que no he hablado todavía nunca de la suma, como tampoco

Frege, por la adición de las dos cifras, la que está inmediatamente a su izquierda y la que

está a su izquierda y arriba. Verificarán fácilmente que se trata aquí de algo que nos da

por ejemplo cuando tenemos un número entero de puntos que denominaremos monadas,

que nos da automáticamente, lo que es, dado un número de esos puntos, del número de

subconjuntos que pueden, en el conjunto que comprende todos esos puntos, formarse por

un número cualquiera elegido como estando por debajo del número entero del que se

trata.

Es así por ejemplo que si toman aquí la línea de la díada

0 — 1 — 3 — 6 — 10 — 15 …………….

al encontrar una díada obtienen inmediatamente que hay en la díada dos mónadas. Una

díada no es difícil de imaginar, es un trazo con dos términos, un comienzo y un fin.

Y si ustedes se interrogan con respecto, tomemos algo más que entretenido, a la tétrada,

obtienen una tétrada:

0 — 1 — 5 — 15 ………………..

obtienen algo que es 4 posibilidades de tríadas, dicho de otro modo para ilustrárselos, 4

caras de tetraedro,

0 — 1 — 4 — 10 — 20 ……………..

obtienen después 6 díadas, es decir los 6 lados del tetraedro,

0 — 1 — 3 — 6 — 10 — 20 ……………….

y obtienen los cuatro vértices de una monada:

0 — 1 — 2 — 3 — 4 — 5 — 6 ………………..

Esto para dar soporte a lo que no puede expresarse más que en términos de

subconjuntos. Es claro que ustedes ven que a medida que el número entero aumenta, el

número de subconjuntos que pueden producirse en su seno supera en mucho y

rápidamente al número entero mismo.

Esto no es lo que nos interesa, sino simplemente que haya sido necesario, para que yo

pueda dar cuenta del mismo procedimiento que la serie de los números enteros, que parta

de lo que está muy precisamente en el origen de lo que ha hecho Frege, que llega a

designar esto que el número, el número de los objetos que convienen a un concepto en

tanto que concepto del número, del número N particularmente, será por sí mismo lo que

constituye el número sucesor.

Dicho de otro modo, si ustedes cuentan a partir de 0: 0, 1, 2, 3, 4, 5, 6, será siempre lo que

está allí, a saber 7, ¿7 qué? de ese algo que he denominado inexistente, por ser el

fundamento de la repetición.

Es aún necesario, para que sean satisfechas las reglas de nuestro triángulo que ese 1 que

se repite surja de alguna parte, y ya que por todas partes hemos encuadrado de 0 ese

triángulo,

0 — 1 — 1 — 1 — 1 — 1 ……………………………..

hay entonces aquí, en punto a situar en el nivel de la línea de los 0, un punto que es uno y

que articula ¿qué?. Lo que interesa distinguir en la génesis del 1, a saber la distinción

precisamente de la no diferencia entre todos esos 0, a partir de la génesis 0 — 1 — 0 — 0 — 0 — 0 ………………………………..

de lo que se repite, pero se repite como inexistente.

Frege no da cuenta entonces de la serie de los números enteros, sino de la posibilidad de

la repetición. La repetición se plantea en primer lugar como repetición del 1, en tanto que 1

de la inexistencia. No hay aquí, no puedo aquí más que adelantar la cuestión, algo que

sugiere que por esto no hay un sólo 1, sino el 1 que se repite y el Uno que se plantea en la

serie de los números enteros, en esta abertura que tenemos que encontrar algo que es del

orden de lo que hemos interrogado al plantear, como correlato necesario de la cuestión de

la necesidad lógica, el fundamento de la inexistencia.

Volver a «Seminarios de J. Lacan«