Las fuentes somáticas del sueño

Las fuentes somáticas del sueño

Precisamente es la actividad en que me presenta el sueño; es la negación {Negation} más enérgica que imaginarse pueda del sufrimiento. No puedo yo andar a caballo, nunca sueño con ello y una sola vez monté; fue en pelo y no me gustó. Pero en este sueño voy montado como si no tuviera ningún forúnculo en el perineo, precisamente porque no quiero tenerlo. Mí silla, a juzgar por su descripción, es la cataplasma que me permitió dormirme. Es probable que durante las primeras horas de sueño -así protegido- no sintiese mi sufrimiento. Después se anunciaron las sensaciones dolorosas y quisieron despertarme, pero vino el sueño y me dijo tranquilizadoramente: «¡Sigue durmiendo, no te despertarás! ¡No tienes ningún forúnculo, puesto que montas un caballo, y con un forúnculo ahí no se puede cabalgar!». Y así sucedió; se acalló el dolor y yo seguí durmiendo. Pero el sueño no se contentó con «quitarme por sugestión» el forúnculo sosteniendo obstinadamente una representación incompatible con ese dolor (con lo cual se comportó como el delirio alucinatorio de la madre que ha perdido a su hijo, o el del comerciante cuyas pérdidas lo llevaron a la ruina), sino que las particularidades de la sensación contradicha y de la imagen usada para reprimirla le sirven también como material para figurar y anudar a la situación del sueño aquello que estaba presente en el alma de manera actual. Monto un caballo gris; el color del caballo guarda exacta correspondencia con el color salpimienta de las ropas que llevaba el colega P. cuando lo encontré en el campo últimamente. Alimentos muy condimentados se me indicaron como la causa de la forunculosis, con preferencia a la etiología por el azúcar [diabetes] a que podría habérsela atribuido. Mi amigo P. gusta mirarme desde lo alto de su corcel tras haberme suplantado en casa de una paciente con quien yo había hecho grandes muestras de habilidad (en el sueño voy montado primero de través, como jinete que exhibe habilidad), pero que en realidad, como el corcel en la anécdota del jinete del domingo, me llevó adonde quiso. Así el corcel cobra el significado simbólico de una paciente (es inte ligentísimo en el sueño). «Me siento como en mi casa sobre él» alude a la posición que tuve en esa casa antes que P. me remplazase. «Imaginaba que usted se afirmaría mejor en la silla», me dijo hace poco y con relación a esa misma casa uno de los pocos protectores que tengo entre los grandes médicos de esta ciudad {Viena}. Era también una muestra de habilidad hacer psicoterapia con tales dolores durante ocho o diez horas diarias, pero yo sé que sin buena salud corporal no podré continuar durante mucho tiempo en mi trabajo, que es particularmente arduo, y el sueño es una alusión bien sombría a la situación que resultará de ello (el papelito, como lo traen los neurasténicos y lo enseñan al médico): No trabajar y no comer. Al avanzar en la interpretación veo que el trabajo del sueño logró descubrir el camino desde la situación de deseo del cabalgar hasta escenas de peleas infantiles muy tempranas en que debimos ser actores con un sobríno mío que me lleva un año y que ahora vive en Inglaterra. Además, ha tomado elementos de mis viajes a Italia; la calle del sueño se compone de impresiones de Verona y de Siena. Una interpretación llevada a mayor profundidad descubre pensamientos oníricos sexuales, y recuerdo aquí lo que para una paciente que nunca había estado en Italia significaban las alusiones oníricas a ese hermoso país (gen Italien {ir a Italia}-Genitalien {genitales}), y esto no sin relación con la casa en que yo estuve antes que mi amigo P. y con el lugar donde creció mi forúnculo. En otro sueño pude defenderme de manera parecida de una amenaza a mi dormir que esta vez provenía de una estimulación sensorial, pero fue sólo por casualidad que pude descubrir el nexo que unía al sueño con ese estímulo contingente y así comprender aquel. Era verano y estaba yo en un lugar de las montañas del Tirol; una mañana me desperté con la idea de haber soñado «El papa ha muerto». No acertaba a interpretar este sueño breve, no visual. Como apoyo de él sólo recordaba que poco antes la prensa había anunciado una ligera indisposición de Su Santidad. Pero a media mañana mi mujer me preguntó: «¿Oíste hoy temprano el terrible repicar de las campanas?». Nada había yo oído de eso, pero al punto comprendí mi sueño. Fue la reacción que mi necesidad de dormir tuv o frente al ruido con que los piadosos tiroleses querían despertarme. Me vengué de ellos con la conclusión que configura el contenido del sueño, y seguí durmiendo desinteresado por completo de los repiques. Ya entre los sueños mencionados en las secciones anteriores hay muchos que pueden servir de ejemplos del procesamiento de los llamados estímulos nerviosos. El sueño de beber a grandes sorbos es uno de ellos; al parecer el estímulo somático es su única fuente, y el deseo que nace de la sensación -de la sed-, su único motivo. Algo parecido ocurre en otros sueños simples cuando el estímulo somático puede configurar por sí solo un deseo. El sueño de la enferma que por las noches arranca de su rostro el aparato refrigerante muestra un modo inhabitual de reaccionar frente a un estímulo de dolor con un cumplimiento de deseo; parece como si la enferma hubiera logrado volverse provisionalmente análgica, atribuyendo sus dolores a un extraño. Mi sueño de las tres parcas es sin duda un ;sueño de hambre, pero sabe hacer retroceder la necesidad de alimento hasta la nostalgia del niño por el pecho materno y utilizar el inocente apetito como encubrimiento de otro más serio, que no puede exteriorizarse tan abiertamente. En el sueño del conde Thun pudimos ver los caminos por los cuales una necesidad corporal que aparece por accidente se liga con las mociones más intensas -pero también las más intensamente sofocadas- de la vida del alma. Y cuando, en el caso relatado por Garnier [1872, 1, pág. 476] , el primer cónsul entreteje en un sueño de batalla la explosión de la máquina infernal antes que esta lo despierte , se revela con particular nitidez el afán a cuyo servicio la actividad del alma hace caso de las sensaciones que le sobrevienen durmiendo. Un abogado joven a quien su primer gran pleito tenía sumamente ocupado, se durmió a la siesta comportándose de manera en un todo parecida al gran Napoleón. Soñó con un cierto G. Reich, de Hussiatyn {ciudad de Galitzia}, a quien él conocía por un pleito; pero Hussiatyn se le impuso de manera cada vez más imperiosa hasta que tuvo que despertarse y oyó que su mujer, que padecía de un catarro bronquial, tosía {husten} con violencia. Consideremos este sueño del primer Napoleón (quien, dicho sea de paso, era de muy buen dormir) junto con aquel otro del estudiante perezoso a quien su hospedera despertó diciéndole que debía ir al hospital, y él se soñó en una cama del hospital y entonces siguió durmiendo con este motivo: «Puesto que ya estoy en el hospital, no necesito encaminarme a él» . Este último es manifiestamente un sueño de comodidad, pues el soñante se confiesa sin tapujos el motivo de su soñar; pero así revela uno de los secretos del sueño como tal. En cierto sentido todos los sueños son sueños de comodidad; sirven al propósito de seguir durmiendo en lugar de despertarse. El sueño es el guardián del dormir, no su perturbador. En otro lugar justificaremos esta concepción respecto de los factores psíquicos del despertar; pero desde ahora podemos fundamentar su aplicabilidad al papel de los estímulos objetivos exteriores. El alma no hace caso para nada de las sensaciones que le sobrevienen mientras duerme, si la intensidad de esos estímulos y su significado, para ella bien conocido, se lo permiten; o bien emplea el sueño para ponerlos en entredicho, o, como tercera posibilidad, cuando no puede menos que reconocerlos, busca interpretarlos de tal modo que la sensación actual aparezca como parte de una situación deseada y compatible con el dormir. La sensación actual es entretejida en un sueño para quitarte la realidad. Napoleón puede seguir durmiendo; lo que pretende perturbarlo no es sino un recuerdo onírico del tronar de los cañones en Arcole. El deseo de dormir (al que el yo conciente se ha acomodado y que junto con la censura onírica y la «elaboración secundaria», que abordaremos después, son su contribución al soñar) (ver nota)(281) debe entonces computarse en todos los casos como motivo de la formación de sueños, y todo sueño logrado es un cumplimiento de él. El modo en que este deseo universal de dormir -que se presenta como regla general y se mantiene idéntico a sí mismo- se sitúa respecto de los otros deseos, de los que ora uno, ora el otro son cumplidos por el contenido del sueño, será objeto de otras elucidaciones. Con el deseo de dormir hemos descubierto, empero, aquel factor que puede llenar las lagunas de la teoría de Strümpell-Wundt, porque explica la manera torcida y caprichosa en que se interpreta el estímulo externo. La interpretación correcta, de la cual el alma durmiente es perfectamente capaz, reclamaría un interés activo y exigiría dejar de dormir; por eso, de todas las interpretaciones posibles sólo se admiten aquellas compatibles con la censura que el deseo de dormir ejerce de manera absolutista. Por ejemplo, «Era el ruiseñor y no la alondra»; pues si fuese la alondra, la noche de amor habría tocado a su fin. Y entre las interpretaciones permitidas se escogerá aquella que pueda conseguir el mejor enlace con las mociones de deseo que acechan en el alma. Así todo queda comandado unívocamente y nada se deja al azar. La interpretación errónea no es ilusión sino, por así decir, subterfugio. Ahora bien, también aquí, como en el sustituto por desplazamiento al servicio de la censura onírica, ha de concederse que estamos ante un acto de inflexión del proceso psíquico normal. Si los estímulos nerviosos externos y los corporales internos tienen intensidad suficiente para imponer atención psíquica, constituyen -siempre que el resultado sean sueños y no el despertar- un punto firme para la formación de sueños, un núcleo del material onírico para el que se busca un cumplimiento correspondiente de deseo, así como son buscadas las representaciones que sirven de intermediarias entre dos estímulos oníricos psíquicos. En esa medida es cierto que en una cantidad de sueños el elemento somático manda sobre el contenido de ellos. Y aun se despierta en este caso extremo, en beneficio de la formación del sueño, un deseo que no es precisamente actual. No obstante, el sueño no puede figurar un deseo sino como cumplido dentro de una situación; por así decir, enfrenta la tarea de buscar el deseo que puede figurarse como cumplido por la sensación que ahora es actual. Si este material actual es de carácter doloroso o penoso, no por ello deja de ser utilizable para la formación del sueño. La vida del alma dispone también de deseos cuyo cumplimiento provoca displacer. Esto parece una contradicción, pero se aclara invocando la existencia de dos instancias psíquicas y la censura establecida entre ellas. Como ya tenemos sabido, en la vida del alma existen deseos reprimidos que pertenecen al primer sistema y a cuyo cumplimiento el segundo se resiste. A la expresión «existen» no la entendemos históricamente, a saber, que tales deseos estuvieron dados y después se los aniquiló; lo que afirma la doctrina de la represión, de la cual no puede prescindirse en el estudio de las psiconeurosis, es más bien que tales deseos reprimidos siguen existiendo, pero al mismo tiempo una inhibición pesa sobre ellos. El lenguaje corriente acierta en esto: se dice que tales impulsos están «sofocados». El dispositivo psíquico para que tales deseos sofocados pugnen por realizarse se conserva y sigue siendo susceptible de uso. Pero si ocurre que uno de esos deseos sofocados se cumple no obstante, la inhibición así vencida del segundo sistema (susceptible de conciencia) se exterioriza como displacer. Pongamos fin aquí a esta elucidación: cuando mientras dormimos sobrevienen sensaciones de carácter displacentero de fuente somática, esta constelación es aprovechada por el trabajo del sueño para figurar con mayor o menor retaceo por la censura el cumplimiento de un deseo que en cualquier otro caso se sofocaría. Ese estado de cosas es el que posibilita una serie de sueños de angustia, mientras que otra serie de esas formaciones oníricas contrarias a la teoría del deseo dejan reconocer otro mecanismo. En efecto, la angustia en los sueños puede ser psiconeurótica, nacida de excitaciones psicosexuales, correspondiendo la angustia a libido reprimida. Entonces esa angustia y todo el sueño de angustia tiene la intencionalidad de un síntoma neurótico, y estamos en el límite donde fracasa la tendencia del sueño a cumplir un deseo. Pero en otros sueños de angustia [los de la primera serie] esa sensación es de origen somático (p. e¡., en enfermos pulmonares o cardíacos, una dificultad contingente en la respiración), y luego se la utiliza para procurar cumplimiento en sueños adeseos enérgicamente sofocados; soñar con estos deseos por motivos psíquicos habría tenido por consecuencia el mismo desprendimiento de angustia. No es difícil unificar esos dos casos en apariencia separados. En ambos hay dos formaciones psíquicas, una inclinación de afecto y un contenido de representación que mantienen estrecha copertenencia; una de ellas, la que está dada actualmente, promueve en el sueño también a la otra; unas veces es la angustia dada por vía somática la que promueve al contenido de representación sofocado, y otras es este último, liberado de la represión y recorrido por una excitación sexual, el que promueve el desprendimiento de angustia. En el primer caso puede decirse que un afecto dado por vía somática es interpretado psíquicamente; en el segundo, todo está dado por vía psíquica, pero el contenido que fue sofocado se remplaza con facilidad por una interpretación somática adecuada a la angustia. Las dificultades que se presentan aquí para la comprensión tienen que ver muy poco con el sueño; se deben a que con estas elucidaciones rozamos los problemas de la represión y del desarrollo de angustia. Entre los estímulos que se imponen al sueño desde el interior del cuerpo se cuenta sin duda la cenestesia corporal {Gesamtstimmung}. No es que esta última pueda brindar el contenido del sueño, pero obliga a los pensamientos oníricos a practicar una selección en el material destinado a la figuración en el contenido del sueño, acercando a sí una parte de ese material como adecuada a su naturaleza y manteniendo alejada otra parte. Además, ese talante general legado por el día anterior está enlazado con los restos psíquicos significativos para el sueño. Así, ese talante puede conservarse como tal en el sueño o ser superado, de suerte que, si es displacentero, se vuelque en lo contrario. Cuando las fuentes somáticas de estímulo activas mientras se duerme -o sea, las sensaciones del dormir- no son de intensidad inusual, a mi juicio desempeñan en la formación de los sueños un papel semejante al de las impresiones diurnas que permanecen como recientes, pero son indiferentes. En efecto, opino que se recurre a ellas para la formación del sueño cuando se prestan a unirse con el contenido de representación de las fuentes oníricas psíquicas, pero no en otro caso. Son tratadas como un material barato y disponible en todo momento, que se emplea tan pronto se lo necesita, a diferencia de un material costoso que prescribe por sí mismo el modo de :su empleo. Aquí sucede como cuando el mecenas lleva al artista una piedra rara, un trozo de ónix, para que haga de ella una obra de arte. El tamaño de la piedra, su color y sus manchas deciden en mucho sobre la cabeza o la escena que en ella han de figurarse, mientras que con un material más homogéneo y abundante, como mármol o arenisca, el artista no obedece más que a la idea que él formó en su mente. Sólo así me parece explicable que no aparezca en todos los sueños, ni todas las noches en los sueños, el contenido onírico brindado por estímulos corporales cuya intensidad no excede la habitual. Quizás un ejemplo, que nos retrotrae de nuevo a la interpretación de sueños, ilustre del mejor modo mi opinión. Cierto día me obstiné en comprender el posible significado de esa sensación de parálisis, de no poderse mover del sitio, de no poder acabar algo, etc., que con tanta frecuencia se sueña y que tan afín es a la angustia. Esa misma noche tuve el siguiente sueño. Con una toilette muy incompleta salgo de una vivienda de la planta baja y trepo por la escalera hasta el piso superior. Voy saltando los escalones de tres en tres y me regocijo de poder subir las escaleras con tanta agilidad. De pronto veo que una mujer de servicio baja por la escalera y entonces viene a mi encuentro. Me avergüenzo, quiero apresurarme, y ahora aparece aquella parálisis, me quedo clavado en los escalones y no me muevo del sitio. Análisis: La situación del sueño está tomada de la realidad cotidiana. En una casa de Viena tengo dos viviendas que se comunican sólo exteriormente, por la escalera. En el entrepiso están mi consultorio médico y mi escritorio, y un piso más arriba las habitaciones. Cuando he terminado mi trabajo, a hora tardía, subo por la escalera hasta mi dormitorio. La tarde anterior al sueño había recorrido ese breve camino con una toilette realmente algo desarreglada, es decir, llevaba desprendidos el cuello, la corbata y los puños; en el sueño esto se convirtió en un grado mayor -pero, como suele suceder, indeterminado- de falta de vestimenta. Saltando los escalones es como habitualmente subo las escaleras, por lo demás un cumplimiento de deseo ya reconocido en el sueño, pues la facilidad con que lo logro me reaseguraría acerca del estado en que trabaja mi corazón. Por otra parte, esta manera de subir las escaleras es un eficaz opuesto a la inhibición de la segunda mitad del sueño. Me muestra -lo que no necesitaba de prueba- que el sueño no tiene dificultad alguna en representar a la perfección el cumplimiento de acciones motrices; ¡piénsese en el volar en sueños! Pero la escalera por la que subo no es la de mi casa; primero no la reconozco, y sólo la persona que sale a mi encuentro me hace caer en la cuenta del lugar aludido. Esta persona es la mujer de servicio de la señora mayor a quien visito dos veces por día para ponerle inyecciones; y también la escalera se parece en todo a la que dos veces por día debo subir allí. Ahora bien, ¿cómo llegaron esta escalera y esta persona de servicio a mi sueño? La vergüenza por no estar del todo vestido tiene sin duda carácter sexual; la mujer de servicio con la que sueño es mayor que yo, gruñona y nada atractiva. Sobre esto no se me ocurre otra cosa que lo siguiente: Cuando hago mi visita de la mañana a esa casa, suelen venirme accesos de tos; el producto de la expectoración cae sobre los escalones. Es que en estos dos pisos no hay salivadera, y yo sostengo el punto de vista de que la limpieza de la escalera no puede mantenerse a mi costa, sino que tiene que ser posibilitada colocando una salivadera. La conserje, una persona también de edad y gruñona, pero con instintos de limpieza, eso estoy dispuesto a reconocerle, tiene otro punto de vista sobre este asunto. Me espía para ver si me permito de nuevo dicha libertad, y cuando lo comprueba tengo que oírla rezongar en voz alta. En estos casos me niega durante días las habituales muestras de respeto cuando nos encontramos. La -víspera del sueño, el partido de la portera se reforzó con la mujer de servicio. Había cumplido de prisa, como siempre, mi visita a la enferma, cuando la criada me detuvo en la antecámara y me espetó esta observación: «Señor doctor, sería bueno que se hubiese limpiado hoy los botines antes de entrar en la habitación. La alfombra roja está toda emporcada por sus pies». Es todo el derecho que pueden reclamar escaleras y mujeres de servicio para aparecer en mi sueño. Entre mi subir-volando-las-escaleras y mi esputar-sobre-las-escaleras hay una íntima conexión. Tanto el catarro como la afección cardíaca han de representar el castigo por el vicio de fumar, a causa del cual, desde luego, tampoco ante el ama de mi casa tengo fama de una gran limpieza; de esa fama gozo tan poco en una como en otra casa, que el sueño confunde en una sola formación. Debo posponer el resto de la interpretación hasta que pueda informar sobre el origen del sueño típico de ir vestido de manera incompleta. Como resultado provisional del sueño que acabo de comunicar sólo observaré que en los sueños se produce la sensación de movimiento inhibido dondequiera que un cierto contexto la demanda. Un estado particular de mi motilidad mientras duermo no puede ser la causa de ese contenido onírico, pues un momento antes me vi, como para certificarme este conocimiento, volar por los escalones.