LAS RELACIONES ENTRE LA NEUROSIS OBSESIVA Y LOS ESTADIOS TEMPRANOS DEL SUPERYÓ II

LAS RELACIONES ENTRE LA NEUROSIS OBSESIVA Y LOS ESTADÍOS TEMPRANOS DEL SUPERYÓ
En cuanto la ansiedad del niño aumenta, su deseo de posesión se ensombrece por su necesidad de poseer los medios necesarios para hacer frente a las amenazas de su superyó y sus objetos y se vuelve un deseo de poder devolver. Pero este deseo no puede ser satisfecho si su ansiedad y su conflicto son demasiado grandes, y así vemos que el niño muy neurótico trabaja bajo una compulsión constante de tomar, con la finalidad de poder dar. (Puede advertirse que este factor psicológico participa en todas las perturbaciones funcionales de los intestinos y, también, en muchos malestares corporales.) Recíprocamente, a medida que disminuye la violencia de su ansiedad, sus tendencias reactivas pierden también su carácter de violencia y compulsión y se hacen más estables en su aplicación, haciendo sentir su efecto de modo más moderado y continuo y con menos posibilidad de interrupción por parte de las tendencias destructivas. Y ahora la idea del niño de que la restauración de su propia persona depende de la restauración de sus objetos se hace más y más fuerte. Sus tendencias destructivas, por cierto, no se han vuelto ineficaces, pero han perdido su carácter de violencia y se han hecho más adaptables a las exigencias del superyó. Y aunque entran dentro de las formaciones reactivas en el segundo de los dos estadíos sucesivos de que se compone el acto obsesivo, admiten más fácilmente la guía del superyó y del yo y están en libertad para perseguir propósitos sancionados por aquellas instituciones.
    Como sabemos, existe una íntima conexión entre los actos obsesivos y la «omnipotencia de pensamiento». Freud ha puntualizado que las acciones primitivas obsesivas de los salvajes son esencialmente de carácter mágico. Dice: «Si no son mágicas, son por lo menos contramágicas, y tienen el propósito de defender la expectativa del mal con el cual la neurosis suele empezar», y además «las fórmulas de defensa de las neurosis obsesivas tienen su contraparte también en los encantamientos mágicos. Al describir la evolución de las acciones obsesivas, podemos advertir cómo ellas comienzan como magia, contra los malos deseos tan alejadas como es posible de todo lo que sea sexual, para terminar como un sustituto de actividades sexuales prohibidas que imitan con la mayor fidelidad posible» . De este modo vemos que los actos obsesivos son una contramagia, un amparo contra los malos deseos (deseos de muerte)  y, al mismo tiempo, contra los actos sexuales.
    Esperamos encontrar que estos elementos que se han unido en una acción defensiva, estén también presentes en aquellas fantasías y hechos que han hecho surgir un sentimiento de culpa y poner en movimiento esa acción defensiva. Una mezcla de esta clase de magia, malos deseos y actividades sexuales se encontrará después en una situación que ha sido descripta en detalle en el último capítulo, las actividades masturbatorias de niños pequeños. Allí puntualicé que las fantasías de masturbación que acompañan el comienzo del conflicto de Edipo están, como el conflicto de Edipo mismo, completamente dominadas por los instintos sádicos, que se centran alrededor de la copulación entre los padres y que implican ataques sádicos contra ellos, y se hacen de este modo una de las fuentes más profundas del sentimiento de culpa del niño. Y llegué a la conclusión de que este sentimiento de culpa que surge de impulsos destructivos dirigidos contra sus padres es el que hace de la masturbación, y el comportamiento sexual en general, algo malo y prohibido para el niño, de modo que su culpa está realmente ligada a sus instintos destructivos y no a los libidinales e incestuosos .    La fase en la cual, de acuerdo con mi punto de vista, comienza el conflicto de Edipo y las fantasías de masturbación sádicas que lo acompañan, es la fase del narcisismo, fase en la cual el sujeto tiene, para citar a Freud, «una gran estimación de sus propios actos psíquicos, lo que desde nuestro punto de vista es una sobreestimación de los mismos» . Esta fase se caracteriza por un sentimiento de omnipotencia por parte del niño por las funciones de su intestino y vejiga y por la resultante creencia en la omnipotencia de sus pensamientos . Como resultado de esto, se siente culpable a causa de los múltiples asaltos sobre sus padres que realiza en su imaginación. Este exceso de culpa que resulta de la creencia en la omnipotencia de sus excrementos y pensamientos es, creo, uno de los factores que hacen que los neuróticos y los primitivos retengan o regresen a sus sentimientos de omnipotencia originarios. Cuando su sentimiento de culpa pone en movimiento acciones obsesivas como defensa, emplean este sentimiento con el propósito de hacer restituciones. Pero entonces tienen que sostenerlo de manera compulsiva y exagerada porque es esencial que los actos de reparación que realizan estén basados en la omnipotencia, así como lo estaban sus actos primitivos de destrucción.
    Freud ha dicho que «es difícil decidir si estos primeros actos obsesivos o de defensa siguen el principio de la similitud o contraste, porque dentro del campo de acción de la neurosis están por lo general deformados por su desplazamiento a alguna acción pueril que es en sí misma completamente insignificante» . Los análisis tempranos dan una prueba completa del hecho de que los mecanismos restitutivos se basan, últimamente, en este principio de similitud (o contraste), en todos los puntos, tanto en grado como en naturaleza. Si un niño ha retenido sentimientos de omnipotencia primarios muy fuertes en asociación con fantasías sádicas, se sigue que tendrá que tener una creencia muy fuerte en la omnipotencia creativa que lo debe ayudar para hacer restituciones. El análisis de niños y adultos muestra muy claramente qué parte importante juega este factor en promover o inhibir tal comportamiento constructivo y reactivo. El sentimiento de omnipotencia del sujeto con respecto a su capacidad para hacer restitución no es de modo alguno igual a su sentimiento de omnipotencia con respecto a su capacidad de destruir; porque debemos recordar que estas formaciones reactivas comienzan en un estadío de desarrollo del yo y de relación de objeto en el cual su conocimiento de la realidad se encuentra en un estado mucho más avanzado. Así, si bien un sentimiento de omnipotencia exagerado es una condición necesaria para hacer restitución, su creencia en la posibilidad de hacerlo así estará en desventaja desde el comienzo .
En algunos análisis he encontrado que el efecto inhibidor que resulta de esta disparidad entre los poderes destructivos y los restitutivos estaba reforzada por otro factor. Si el sadismo primario del paciente y su sentimiento de omnipotencia habían sido excesivamente fuertes, sus tendencias reactivas eran correspondientemente más poderosas y sus fantasías de restitución estaban basadas en fantasías megalomaníacas de gran magnitud. En su imaginación infantil la destrucción que él ha operado era algo único y gigantesco, y, por lo tanto, la restitución que tenía que hacer debía también ser única y gigantesca. Esto, en si, sería un impedimento suficiente para la realización o logro de sus tendencias constructivas (aunque debe mencionarse que dos de mis pacientes poseían sin duda dotes artísticas y creadoras poco comunes). Pero junto con estas fantasías megalomaníacas tienen grandes dudas de si poseen la omnipotencia necesaria para hacer restitución en esta escala. Como consecuencia tratan de negar también su omnipotencia en sus actos de destrucción, pero toda indicación de que están usando su omnipotencia en un sentido positivo sería prueba de haberla usado en un sentido negativo, y por lo tanto, tiene que ser evitada hasta que se pueda presentar una prueba absoluta de que su omnipotencia constructiva contrabalancea completamente la opuesta.
    En los dos casos de adultos que recuerdo, la actitud de «todo o nada» que resultaba de estas tendencias en conflicto, los condujo a graves inhibiciones en su capacidad para el trabajo, mientras que en uno o dos pacientes niños contribuyó para inhibir gravemente la formación de sublimaciones.
    Este mecanismo no parece ser típico de las neurosis obsesivas. Los pacientes en los que he observado esto presentaban un cuadro clínico de tipo mixto, no uno puramente obsesivo. En virtud del mecanismo de «desplazamiento a lo insignificante», que juega una parte tan grande en esta neurosis, el paciente obsesivo puede buscar en logros sin importancia una prueba de su omnipotencia constructiva y de su éxito en hacer restitución completa. Las dudas que puede tener sobre este punto  son, en este caso, un incentivo importante para repetir sus acciones de un modo obsesivo.    
Es bien sabido el vinculo íntimo que existe entre los instintos de conocer y los sádicos. Freud escribe : «el deseo de conocimiento en particular, ofrece a menudo la impresión de que en realidad puede tomar el lugar del sadismo en el mecanismo de la neurosis obsesiva». Por lo que he podido observar, la conexión entre ambos se forma en un estadío muy temprano del desarrollo del yo, durante la fase de máximo sadismo. En esta época los instintos de conocer del niño están activados por su incipiente conflicto edípico, que comienza utilizando sus tendencias oralsádicas . Parece que su primer objeto es el interior del cuerpo de su madre, que el niño considera antes que nada como un objeto de gratificación oral y después como la escena donde tiene lugar el coito entre sus padres y el lugar donde están situados los niños y el pene del padre. Al mismo tiempo que quiere forzar su camino dentro del cuerpo de su madre para tomar posesión de sus contenidos y destruirlos, quiere saber lo que allí pasa y cómo son las cosas. De este modo su deseo de saber lo que hay en el interior de su cuerpo se asimila de muchos modos con su deseo de forzar un camino hacia su interior, y uno de los deseos refuerza y toma el lugar del otro. Así, los comienzos del deseo de saber se ligan con las tendencias sádicas en su fuerza máxima, y es más fácil comprender por qué este vínculo debe ser tan intimo y por qué el instinto de conocer debe hacer surgir sentimientos de culpa en el individuo.
    Vemos al niño pequeño oprimido por una multitud de preguntas y problemas para los que su intelecto no está todavía capacitado. El reproche típico que el niño hace contra su madre es, principalmente, el de que ella no contesta estas preguntas, y del mismo modo que no ha satisfecho sus deseos orales tampoco satisface su deseo de saber. Este reproche tiene una parte importante tanto en el desarrollo del carácter del niño como en el de sus instintos de conocer. Hasta dónde se retrotrae esta acusación puede verse en otro reproche, íntimamente asociado al primero, que el niño hace habitualmente a su madre, el de que no pudo entender lo que los mayores estaban diciendo o las palabras que usaban; esta segunda queja debe referirse a una época anterior a su lenguaje. Además, el niño liga una extraordinaria cantidad de afecto a estos dos reproches, ya sea que aparezcan aislados o combinados; y en estos momentos hablará en su análisis de tal manera que no sea posible comprenderlo y al mismo tiempo reproducirá las reacciones de rabia que originariamente sintió al ser incapaz de entender las palabras . No puede transformar en palabras las preguntas que quiere formular, y no podrá comprender ninguna respuesta que sea dada en palabras. Pero, en parte al menos, estas preguntas nunca han sido conscientes. La desilusión a la cual está condenado este primer despertar del deseo de saber en los estadíos tempranos del desarrollo del yo es, creo, la fuente más profunda de los serios trastornos de este instinto en general .    Hemos visto que en primer lugar son los impulsos sádicos contra el cuerpo de la madre los que activan el instinto de conocer del niño. Pero la ansiedad que pronto sigue como reacción a tales impulsos proporciona otro ímpetu muy importante para el aumento e intensificación de ese instinto. El afán que el niño siente por descubrir lo que hay dentro del cuerpo de su madre y del suyo propio, está reforzado por su miedo a los peligros que él supone que contiene el primero y también por el miedo a los objetos peligrosos introyectados y a los acontecimientos dentro de sí mismo. El conocimiento ahora es un medio de dominar la ansiedad; su deseo de saber se convierte en factor importante tanto del desarrollo de sus instintos de conocer como de su inhibición. La ansiedad desempeña aquí el mismo papel de agente promotor y retardador, lo mismo que en el desarrollo de la libido. Hemos tenido ocasión, en páginas anteriores, de discutir algunos ejemplos de graves perturbaciones del instinto de conocer , y hemos visto cómo el terror del niño de saber algo de la temible destrucción que ha infligido al cuerpo de su madre en su imaginación y los consecuentes contraataques y peligros a que estaba expuesto, era tan tremendo, que establece una perturbación radical de su deseo de saber en general, de modo que su deseo originario intensamente fuerte e insatisfecho de obtener información sobre la forma, tamaño y número de los penes de su padre, excrementos y niños dentro de su madre, se ha transformado en una necesidad de medir, agregar y contar cosas de modo compulsivo.
    A medida que se fortifican los impulsos libidinales de los niños y que los destructivos se debilitan, tienen lugar continuamente cambios cualitativos en su superyó, y así se hace sentir más y más por el yo, como una influencia admonitoria. Y, a medida que su ansiedad disminuye, sus mecanismos restitutivos se hacen menos obsesivos y trabajan más regular y eficientemente y con mejores resultados, y emergen más claramente las reacciones que reconocemos como pertenecientes al estadío genital. Ese estadío estaría así caracterizado por el hecho de que los elementos positivos han vencido las interacciones que tienen lugar entre proyección e introyección y entre la formación del superyó y las relaciones de objeto, que en mi opinión dominan todos los estadíos tempranos del desarrollo del niño.