Lo infantil como fuente de los sueños. contin.1

Lo infantil como fuente de los sueños

En un sueño debe visitar a una amiga suya; la madre le ha dicho que debe viajar en coche, no ir caminando; pero ella echa a correr y en eso cae una y otra vez. El material que emergió en el análisis permitió reconocer el recuerdo de correrías infantiles {Kinderhetzereien} (se sabe qué significa en Viena «una corrida» {«eine Hetz»} ), y para uno de los sueños en especial permitió remontarse al chascarrillo de que gustan los niños, la frase «Die Kuh rannte, bis sie fiel» {«La vaca corrió hasta que cayó»}, dicha ligerito para que se convierta en una palabra única, lo que también es «correr». Todas estas ingenuas y excitadas corridas entre amiguitas se recuerdan porque sustituyen a otras, menos inocentes. II De otra paciente, este sueño: Ella está en una cámara grande en la que hay toda clase de máquinas; es como si se imaginase un instituto ortopédico. Oye que yo no tengo tiempo y debo administrarle el tratamiento al mismo tiempo que a otras cinco. Pero ella se muestra remisa y no quiere acostarse en la cama -o lo que fuere- que le está destinada. Queda de pie en un rincón y espera que yo diga que eso no es cierto. Las otras se le burlan entretanto, diciendo que no son sino macanas de ella. En ese mismo momento, es como si ella hiciera muchos cuadrados pequeños. La primera parte de este contenido onírico se enlaza con la cura y con la trasferencia sobre mí. La segunda contiene la alusión a la escena infantil; con la mención de la cama se sueldan ambos fragmentos. El instituto ortopédico se remonta a uno de mis dichos en que había comparado al tratamiento, por su duración y naturaleza, con un tratamiento ortopédico. Al comienzo de la terapia tuve que comunicarle que por ahora tenía poco tiempo para ella, pero que después le dedicaría una sesión íntegra diariamente. Esto despertó en ella la vieja susceptibilidad que es uno de los principales rasgos de carácter en los niños predestinados a la histeria. Es insaciable de amor. Mi paciente era la menor de seis hermanos (por eso: otras cinco) y como tal la preferida del padre, pero parece haber encontrado que su amado padre no le consagraba suficiente tiempo ni atención. La frase espera que yo diga que eso no es cierto tiene la siguiente derivación: Un niño, aprendiz de modisto, le había llevado un vestido y ella le había entregado el dinero. Después preguntó a su marido si debía hacerse de nuevo el pago en caso de que el niño lo perdiera. El marido, para gastarle una broma, le aseguró que sí (de ahí las burlas del contenido onírico), y ella repitió su pregunta una y otra vez esperando que él por fin dijera que eso no era cierto. Ahora bien, en el contenido latente columbramos este pensamiento: ¿Debía pagarme el doble cuando yo le dedicase el doble de tiempo? Esta idea era mezquina o roñosa. (El hacerse encima siendo niño es sustituido con mucha frecuencia en el sueño por la avaricia de dinero; la palabra «roñoso» {que tanto significa «sucio» como «mezquino»} sirve de puente.), Si todo eso de esperar que yo diga ha de parafrasear en el sueño la palabra «roñoso», el quedar-de-pie-en-un-rincón y el no-acostarse-en-la-cama armonizan con ello como ingredientes de una escena infantil en que ella se había hecho en la cama y como castigo la pusieron en el rincón bajo apercibimiento de que su papá no la querría más, sus hermanos hicieron escarnio de ella, etc. Los cuadrados pequeños aluden a una sobrinita suya que le ha enseñado un juego aritmético que consiste en inscribir cifras en nueve cuadrados, según creo, de tal modo que sumadas en cualquier dirección den por resultado quince. III El sueño de un hombre: Ve dos muchachos que riñen; han de ser aprendices de tonelero, como él lo infiere por los instrumentos esparcidos en derredor; uno de los muchachos tiene derribado al otro, y el que está caído lleva pendientes con piedras azules. El soñante se precipita contra el malhechor, enarbolando el bastón para castigarlo. Este escapa y se refugia junto a una mujer que está de pie contra una tapia, como si fuera su madre. Es una sirvienta, y da la espalda al soñante. Por fin gira sobre sí y te echa una mirada terrible, tanto que él escapa de allí despavorido. En sus ojos se ve la carne roja que asoma del párpado inferior. El sueño empleó con largueza sucesos triviales de la víspera. Ayer vio, en efecto, en la calle a dos muchachos, uno de los cuales revolcaba al otro. Cuando corrió a separarlos, emprendieron la fuga. Aprendices de tonelero: sólo se esclarecerá con un sueño posterior, en cuyo análisis él se sirve del giro «desfondar toneles». Pendientes con piedras azules llevan casi siempre las prostitutas, afirma. Con esto armoniza una conocida tonadilla, que habla de dos muchachos: El otro muchacho se llama María (era, entonces, mujer). — La mujer de pie: Tras la escena con los dos muchachos él fue a pasear a la ribera del Danubio y aprovechó lo solitario del paraje para orinar contra una tapia. Después siguió su camino y una mujer mayor, vestida con decoro, le sonrió muy amistosamente y quiso darle su tarjeta. Puesto que la mujer del sueño está de pie como él en el acto de orinar, se trata de una mujer que orina y a ello se debe la terrible «mirada», el asomo de la carne roja, lo que sólo puede referirse a los genitales que se entreabren estando en cuclillas, lo cual, visto en la infancia, vuelve a aflorar en el recuerdo posterior como «carne viva» o «herida». El sueño reúne dos ocasiones en las cuales, siendo niño, pudo ver los genitales de niñitas, al revolcarse y al orinar ellas, y conserva el recuerdo de un castigo o amenaza de su padre a causa de la curiosidad sexual demostrada por el pequeño en esas ocasiones, IV Toda una serie de reminiscencias infantiles apenas reunidas como una fantasía encontramos tras el siguiente sueño de una señora mayor: Sale a la carrera a hacer diligencias. En el Graben cae de rodillas, como aplastada. Muchas personas se juntan alrededor de ella, en particular los cocheros de plaza; pero ninguno la ayuda a levantarse. Hace muchos intentos en vano; por fin ha de lograrlo, pues la meten en un fiacre que debe llevarla a casa; por la ventanilla le arrojan una canasta grande, llena y pesada (como una canasta de mercado). Es la misma paciente que en sus sueños anda siempre corrida como corría de niña. La primera situación del sueño está manifiestamente tomada de la visión de un caballo que rueda por tierra, así como el «aplastarse» remite a carteras de caballos. En su juventud ella fue jinete, y en tiempos más lejanos probablemente también caballo. Al «rodar por tierra» le corresponde la primera reminiscencia infantil sobre el hijo del portero, de dieciséis años, que atacado en la calle por convulsiones epilépticas fue traído a casa en coche. Desde luego, ella sólo lo supo de mentas, pero la representación de convulsiones epilépticas, de «rodar», cobró imperio sobre su fantasía y después influyó en la forma de sus propios ataques histéricos. Cuando una mujer sueña que se cae, en general ello tiene sentido sexual: queda hecha una «caída». En nuestro sueño esta interpretación no ofrece la menor duda, pues ella cae en el Graben, el lugar de Viena notorio por ser paseo de las prostitutas. La canasta del mercado admite más de una interpretación; en cuanto canasta {Korb} recuerda a las muchas calabazas (Körbe} que ella prodigó primero a sus pretendientes y que después, según piensa, hubo de recibir a su turno. A esto responde entonces el que ninguno la ayude a levantarse, que ella misma explicita como sufrir desaires. Además, la canasta del mercado trae a la memoria fantasías que el análisis ya llegó a conocer, en las que ella se casaba con un hombre de inferior condición y por eso debía hacer las compras ella misma en el mercado. Por último, la canasta del mercado podría ser signo de una persona de servicio. Sobre esto acuden otras reminiscencias infantiles referentes a una cocinera despedida por sus hurtos; también ella cayó de rodillas, implorante. La soñante tenía entonces doce años. Después, acerca de una mucama que fue despedida porque se entregó al cochero de la casa, que por otra parte se casó luego con ella. Este recuerdo nos proporciona entonces una fuente para los cocheros del sueño (que, a diferencia de lo ocurrido en la realidad, no dieron reparación a la caída). Nos resta explicar aún el arrojar la canasta, que fue por la ventanilla. Esto evoca en ella la expedición del equipaje por el ferrocarril, los «galanteos a la reja» {«Fensterln», de Fenster, ventana} en el campo, pequeñas impresiones de la estadía en el campo, un señor que arroja a la habitación de una dama ciruelas azules por la ventana, el susto que se llevó su hermanita cuando un idiota que pasaba miró dentro de la habitación por la ventana. Y ahora emerge tras eso una oscura reminiscencia del tiempo en que ella tenía diez años, de una niñera que con un servidor de la casa tenía en el campo escenas de amor de las que la niña pudo haber notado algo, y que junto con su amante fue «expedida», «arrojada afuera» (lo contrario en el sueño: «arrojar adentro»), historia esta a la que ya nos habíamos aproximado por muchos otros caminos. Al equipaje, la valija, de una persona de servicio se lo llama en Viena, despectivamente, las «siete ciruelas»: «¡Líe sus siete ciruelas {líe sus bártulos} y váyase! ». De tales sueños de pacientes, cuyo análisis lleva a impresiones infantiles muy oscuras o aun no recordadas ya, con frecuencia ocurridas en los primeros tres años de vida, tengo desde luego sobrados en mi colección. Pero es difícil extraer de ellos conclusiones que valgan para el sueño en general; por lo común se trata de personas neuróticas, en especial histéricas, y el papel que en estos sueños desempeñan las escenas infantiles puede estar condicionado por la naturaleza de la neurosis y no por la esencia del sueño. Con todo eso, en la interpretación de mis propios sueños, que no emprendo yo porque sufra de graves síntomas patológicos, con harta frecuencia me ocurre tropezar inopinadamente, en el contenido onírico latente, con una escena infantil, y aun que una serie entera de sueños desemboquen todos juntos en las vías que parten de un recuerdo de la infancia. He aportado ya ejemplos de ello, y todavía he de traer otros con diversos motivos. Quizá no pueda cerrar toda esta sección de mejor manera que comunicando algunos sueños en que motivos recientes y vivencias infantiles largamente olvidadas aparecen juntos como las fuentes del sueño. Después de una jornada de viaje, molido y famélico me echo en la cama. Mientras duermo se anuncian las grandes necesidades de la vida y yo sueño: Entro en una cocina para que me den masitas. Allí están tres mujeres de las que una es la hospedera y da vueltas alguna cosa entre sus manos como si quisiera hacer albóndigas. Responde que debo esperar hasta que esté lista (esto no es nítido como dicho). Me impaciento y me retiro ofendido. Me pongo un abrigo; el primero que me pruebo me queda demasiado largo. Torno a quitármelo, algo sorprendido de que esté guarnecido de piel. Un segundo abrigo que me pongo tiene adosado un largo listón con bordados turcos. Un desconocido de rostro alargado y de breve barba en punta se llega y me estorba el ponérmelo, declarando que es el suyo. Pero yo le muestro que está todo bordado a la turca. El pregunta: «¿Qué le importan a usted los (dibujos, bordados) turcos … ?». Con todo, quedamos juntos en buena compañía. En el análisis de este sueño doy en pensar de manera por completo inesperada en la primera novela que leí, quizás a los trece años, y que empecé por el final del primer tomo. El título de la novela y el nombre de su autor nunca los supe, pero ahora conservo un vivo recuerdo del final. El héroe caía en delirio y daba continuas voces invocando los nombres de las tres mujeres que en su vida le habían reportado la máxima dicha y la máxima desgracia. Pélagie era uno de esos nombres. Todavía no sé lo que ha de principiar en el análisis con esta ocurrencia. De pronto, de las tres mujeres emergen las tres parcas, las que hilan la ventura de los hombres, y yo sé que una de las tres mujeres, la hospedera del sueño, es la madre que da la vida y a veces también, como en mi caso, da al que vive el primer alimento. En el pecho de la mujer coinciden el amor y el hambre. Erase un joven, dice la anécdota, gran venerador de la belleza femenina; cierta vez en que la conversación recayó sobre la bella nodriza que lo amamantara, exclamó: «¡Me pesa no haber aprovechado entonces mejor esa buena ocasión!». Suelo servirme de esa anécdota para ilustrar el aspecto de la posterioridad en el mecanismo de las psiconeurosis. – Una de las parcas, pues, se frotaba las palmas de las manos como si hiciera albóndigas. ¡Extraña ocupación para una parca! Con urgencia reclama explicación. Esta viene de otro recuerdo de mi infancia, más temprano. Cuando tenía seis años y mamaba de mi madre las primeras letras, hube yo de creer que estamos hechos de polvo y por eso al polvo volveremos. Eso no me gustó, y puse en duda la enseñanza. Entonces mi madre se frotó las palmas de las manos -justo como sí hiciera albóndigas, sólo que ninguna masa había entre ellas- y me mostró las negruzcas escamas de epidermis que así se desprendían como prueba del polvo de que estamos hechos. Mi asombro ante esta demostración ad oculos fue ilimitado, y me rendí ante lo que después oiría expresado con estas palabras: «Debes a la naturaleza una muerte». Entonces eran de verdad las parcas esas mujeres que vi al entrar en la cocina, como tantas veces hice de niño, cuando tenía hambre y mi madre junto al hogar me hacía esperar hasta que el almuerzo estuviera listo. – ¡Y ahora las albóndigas! Sin duda uno de mis profesores universitarios, al que debo precisamente mis conocimientos histológicos (epidermis), recordará bajo el nombre de KnödI {albóndiga} a una persona a la que debió promover querella judicial porque había hecho plagio de sus escritos. El cometer plagio, el apropiarnos de algo que podemos conseguir, aunque pertenezca a otro, nos lleva como es manifiesto a la segunda parte del sueño, en que recibo el trato del ladrón de abrigos que durante algún tiempo frecuentó las salas de conferencias. Puse por escrito sin querer la expresión plagio, porque ella acudió a mí; y ahora reparo en qué puede servirme de puente {Brücke} entre diversos fragmentos del contenido manifiesto del sueño. La cadena asociativa Pélagie-plagio-plagióstomos(234) – Haifische {tiburón}(235) -Fischblase {vejiga de pescado} liga la vieja novela con el asunto KnödI y con los sobretodos, que sin duda significan un implemento de la técnica sexual. (Cf. el sueño de Maury sobre kilolotería.) Enlace por cierto forzado y absurdo en extremo, pero que yo no habría podido establecer en la vigilia si el trabajo del sueño no lo hubiera hecho antes. Y aun, como si el afán de imponer enlaces no respetase nada sagrado, el querido nombre de Brücke{puente} (palabra-puente, véase supra) me sirve ahora para traerme a la memoria aquel mismo Instituto en que pasé las horas más dichosas como estudiante, sin inquietud alguna: «So wird’s Euch an der Weisheit Brüsten mit jedem Tage mehr gelüsten» todo al revés que ahora, cuando los apetitos me acosan como plagas mientras sueño. Y por último surge el recuerdo de otro querido maestro cuyo nombre, como el de Knödl, asonanta también con algo comestible: Fleischl {Fleisch, carne}; y de una dolorosa escena en que las escamas de e pidermis desempeñaron un papel (la madre-hospedera), y también una perturbación mental (en la novela) y un recurso de farmacopea que quita el hambre , la cocaína. Así podría seguir esos enredados caminos de pensamiento y explicar a satisfacción en el análisis el fragmento de sueño que falta, pero debo dejarlo porque los sacrificios personales que ello demandaría son excesivos. Recogeré uno solo de los hilos que pueden llevarnos directamente a los pensamientos oníricos que hay tras esa madeja. El desconocido de rostro alargado y barba en punta que me estorba el ponérme lo lleva los rasgos de un comerciante de Spalato en cuya casa mi mujer compró una generosa cantidad de telas turcas. Se llamaba Popovic, un nombre equívoco que ha dado ocasión al humorista Stettenheim para una intencionada observación («Me dijo su nombre y me apretó la mano sonrojándose»). Por lo demás, es el mismo abuso con los nombres que antes se usó con Pélagíe, Knödl, Brücke, Fleischl. Nadie negará que ese jugueteo con los nombres es travesura de niños; pero el que yo me entregue a ella es un acto de desquite, pues incontables veces mi propio nombre ha sido víctima de tales chistecitos idiotas. Goethe hubo de observar cierta vez cuán susceptibles somos respecto de nuestro nombre, con el cual nos sentimos encarnados como si fuera nuestra piel. Fue cuando Herder hizo con el suyo estos juegos de fantasía: «Der du von Göttern abstammst, von Gothen oder vom Kote». – «So seid ¡hr Götterbilder auch zu Staub». Observo que toda la digresión sobre el abuso de los nombres no llevaba otro propósito que preparar esta queja. Pero dejémoslo aquí. La compra de Spalato me trae a la memoria otra compra en Cattaro, en la que me quedé demasiado corto y perdí la ocasión de hacer bellas adquisiciones. (Véase la ocasión perdida con la nodriza.) Uno de los pensamientos oníricos que el hambre inspira al soñante es, en efecto: No hay que dejar escapar nada, hay que tomar lo que se pueda conseguir, así se cometa una pequeña falta; no hay que perder ocasión alguna, la vida es demasiado corta y la muerte es inevitable. Puesto que ello lleva también intención sexual y el apetito no quiere detenerse ante la falta, este carpe diem tiene que temer a la censura, y se oculta tras un sueño. Por eso se expresan todos los pensamientos contrarios, el recuerdo del tiempo en que el solo alimento espiritual saciaba al soñante, y todas las restricciones y aun las amenazas de repugnantes castigos sexuales. II Un segundo sueño exige el siguiente informe preliminar más detallado. Me he trasladado a la estación ferroviaria del Oeste [en Viena] para emprender mi viaje de vacaciones a Aussee, pero entro en el andén con anticipación, cuando todavía está allí el tren a Ischl, que tiene horario más temprano. Veo entonces al conde Thun, que de nuevo se dirige a Ischl para ver al Káiser. A pesar de la llovizna había llegado en coche descubierto, ingresando directamente por la puerta de entrada para los trenes locales; el guardián no lo conocía y quiso pedirle el boleto, pero él lo apartó con un breve movimiento de la mano sin darle explicaciones. Después, una vez que ha partido el tren a Ischl, tendría que abandonar de nuevo el andén y regresar a la sala de espera; con trabajo logro, empero, que me dejen permanecer en él. Mato el tiempo vigilando que no venga alguien a hacerse asignar por favoritismo un compartimiento; y me propongo armar escándalo si ello ocurre, exigiendo igual derecho. Entretanto entono algo que después reconozco como el aria de Las bodas de Fígaro: «Si el señor conde se atreve a bailar, se atreve a bailar, no tiene más que decirlo y yo le tocaré música». (Otra persona, muy posiblemente, no habría reconocido la canción.) Toda esa tarde había estado yo de talante presuntuoso y querellante y había gastado bromas al mozo y al cochero, espero que sin molestarlos; ahora me pasan por la cabeza toda clase de pensamientos osados y revolucionarios, como convienen a las palabras de Fígaro y al recuerdo de la comedia de Beaumarchais que vi representar en la Comédie française: lo dicho sobre los grandes señores, que no se toman otro trabajo que el de nacer; el derecho señorial que el conde Almaviva quiere hacer valer con Susana y las burlas que nuestros malignos periodistas de la oposición hacen con el nombre del conde Thun {hacer} llamándole Nichtsthun {no hacer nada}.