Lo infantil como fuente de los sueños. contin.2

Lo infantil como fuente de los sueños

En realidad no lo envidio; ahora tiene por delante una difícil gestión con el Káiser, y yo soy el auténtico conde No-hacer-nada; me voy de vacaciones. Y bien placenteras me las prometo. Ahora llega un señor al que conozco como delegado {vertreter} del gobierno en los exámenes de medicina y que por su comportamiento en esta función se ha atraído el ridículo sobrenombre de «el que duerme con el gobierno». Invocando su carácter de funcionario exige un medio compartimiento de primera clase, y oigo que uno de los empleados pregunta a otro: «¿Dónde acomodamos al señor de la media primera?». Una neta preferencia; yo pago íntegra mi primera clase. Obtengo después un compartimiento para mí, pero en un vag6n que no tiene pasillo y por tanto de noche no dispondré de baño. Me quejo al empleado, sin éxito, y me tomo el desquite proponiendo que en ese compartimiento al menos perforen un agujero en el piso para cualquier necesidad que llegasen a tener los pasajeros. Y de hecho me despierto, a eso de las tres menos cuarto de la madrugada, con ganas de orinar y después de haber tenido el siguiente sueño: Una multitud de gente; es una asamblea de estudiantes. Un conde (Thun o Taaffe) perora. Exhortado a decir algo sobre los alemanes, declara con ademanes burlescos que la flor predilecta de estos es la uña de caballo y después se pone en el ojal como una hoja desflecada, más propiamente el armazón enrollado de una hoja. Yo me encolerizo, entonces me encolerizo, y sin embargo me asombro de mi credo. (Si gue algo desdibujado:) Es como si fuese el aula mayor que tuviese ocupados los accesos y fuera preciso escapar. Me abro camino a través de una serie de habitaciones ricamente amuebladas, sin duda despachos gubernamentales, con muebles de un color entre castaño y violeta, y por fin doy con un pasadizo en el que está sentada una conserje, mujer anciana y obesa. Evito hablar con ella; pero es evidente que me cree autorizado a pasar por allí, pues me pregunta si debe acompañarme con la lámpara. Le indico con el ademán o te digo que debe permanecer en lo alto de la escalera, y me juzgo muy listo porque sorteo los controles de la salida. Ya estoy abajo y descubro un sendero estrecho, muy empinado, por el que subo. (De nuevo el sueño se hace desdibujado:) … Es como si ahora tuviera el segundo trabajo de escapar de la ciudad, como antes escapé de la casa. Viajo en un cabriolé y doy al cochero la orden de llevarme a una estación ferroviaria. «Por la vía férrea no puedo desde luego viajar con usted», le digo, después que él hizo una objeción, como si yo lo hubiera extenuado. Y en eso es como si ya hubiera viajado con él un trayecto que normalmente se recorre con el tren. Los apeaderos de la estación están ocupados; medito si debo ir a Krems o a Znaim, pero pienso que allí debe de estar la corte, y me decido por Graz o algo así. Ahora estoy sentado en el vagón, que es parecido a un coche del ferrocarril urbano, y llevo en el ojal una cosa larga, extrañamente trenzada, en la que hay violetas de un color entre violáceo y castaño y hechas de un material rígido, lo que llama mucho la atención de la gente. (Aquí se interrumpe la escena.) De nuevo estoy ante la estación ferroviaria, pero en compañía de un señor mayor; invento un plan para pasar inadvertido, y en el mismo momento veo cumplido ese plan. Pensar y vivenciar son, por así decir, uno. El se finge ciego, al menos de un ojo, y yo le pongo por delante un orinal masculino (lo hemos comprado o tenemos que comprarlo en la ciudad). Soy entonces un enfermero y debo tenerle el orinal porque él está ciego. Si el inspector nos ve así, tiene que dejarnos escapar sin fijarse en nosotros. En tanto, veo plásticamente la posición del otro y su miembro que orina. (Después, me despierto con ganas de orinar.) Todo el sueño deja la impresión de una fantasía que trasladase al soñante a la revolución de 1848, cuya evocación acababa de renovarse por el jubileo [del emperador Francisco José II de 1898, y además por una breve excursión a Wa chau durante la cual yo había visitado Emmersdorf , el lugar de retiro del cabecilla estudiantil Fischhof, a quien algunos rasgos del contenido onírico manifiesto parecen aludir. El enlace de los pensamientos me lleva después a Inglaterra, a casa de mi hermano, quien por broma solía llamar a su mujer «Fifty years ago» {«Hace cincuenta años»}, por el título de una poesía de Lord Tennyson, ante lo cual sus hijos tenían costumbre de rectificar: «Fifteen years ago» {«Hace quince años»}. Pero esta fantasía, que se incluye entre los pensamientos que suscitó la visión del conde Thun, es sólo como la fachada de ciertas iglesias italianas: no tiene conexión orgánica con el edificio que hay detrás. Aunque, a diferencia de esas fachadas, es lagunosa, confusa, y en muchos lugares asoman elementos de lo interior. – La primera situación del sueño se compone de varias escenas en que puedo fragmentarla. La actitud arrogante que adopta el conde en el sueño está tomada de una escena que viví en la escuela, cuando tenía quince años. Habíamos urdido una conjura contra un profesor odioso e ignorante. El inspirador era un condiscípulo que desde entonces parece haber tomado por modelo a Enrique VIII de Inglaterra. La conducción del golpe decisivo recayó sobre mí, y una discusión acerca de la importancia del Danubio para Austria (¡Wachau!) fue la ocasión de la rebeldía franca. Uno de los conjurados, el único condiscípulo aristocrático que teníamos y a quien llamábamos la «jirafa» por su estatura, adoptó la misma actitud que el conde en el sueño cuando el tirano de la escuela, el profesor de lengua alemana, le pidió explicaciones. La declaración de la flor predilecta y el ponerse-en-el-ojal algo que también tiene que ser una flor (lo que me trae a la memoria las orquídeas que ese mismo día obsequié a una amiga y además una rosa de Jericó) recuerdan llamativamente la escena del drama de Shakespeare que representa el comienzo de la guerra civil entre la rosa roja y la rosa blanca; la mención de Enrique VIII ha facilitado el camino a esta reminiscencia. De allí a los claveles rojos y blancos no hay mucha distancia. (Entretanto, se deslizan en el análisis dos dísticos, uno alemán y el otro español: «Rosen, Tulpen, Nelken, alle Blumen welken». «Isabelita, no llores, que se marchitan las flores». El español es de Fígaro.) Los claveles blancos se han convertido entre nosotros, en Viena, en el distintivo de los antisemitas, y los rojos en el de los socialdemócratas. Tras esto el recuerdo de una provocación antisemita durante un viaje en ferrocarril por el bello país de Sajonia (anglosajones). La tercera escena que brindó elementos para la formación de la primera situación onírica se ubica en mis primeros años de estudiante. En una unión de estudiantes alemanes se entabló una discusión sobre los vínculos entre la filosofía y las ciencias naturales. Yo, joven inexperto, atiborrado de doctrina materialista, me adelanté y defendí con vehemencia un punto de vista en extremo unilateral. Entonces se levantó un condiscípulo aventajado y de mayor edad, que después ha probado su capacidad para dirigir hombres y organizar masas, quien por lo demás también lleva un nombre tomado del reino animal. Nos rebatió, pues, con conocimiento; dijo que siendo más joven también él había guardado esos chanchos {comido de ese plato} y que después regresó arrepentido a la casa paterna. Yo me encolericé (como en el sueño) y con mucha grosería (saugrob; Sau = chancha} respondí que desde que me había enterado de que él guardaba chanchos, ya no me asombraba el tono de sus dichos. (En el sueño me asombro por mi credo nacionalista alemán. Gran escándalo; desde muchas partes me exhortan a retractarme de mis palabras, pero yo me mantengo firme. El ofendido era demasiado sensato para aceptar la sugerencia que se le hizo de desafiarme a duelo, y dejó que el asunto muriese por sí solo. Los restantes elementos de la escena onírica surgen de estratos más profundos. ¿Qué significa la declaración del conde sobre las «uñas de caballo» {Huflattich}? Hullattich-latuce {lechuga}-Salat {ensalada}-Salathund (el perro del hortelano, que ni come ni deja comer). Recorremos aquí un surtido de injurias: jirafa, chancho, chancha, perro; y por el desvío de un nombre, sabría también llegar a un burro, lo que otra vez es escarnio a un profesor académico. Además, traduzco entre mí -no sé si con acierto- «uña de caballo» por «pisse-en-lit» Ese conocimiento me viene de Germi nal , de Zola, donde se pide a unos niños que recojan un poco de esa planta para una ensalada. El perro -chien- contiene en su nombre una homonimia con la función mayor (chier, como pisser para la menor). No tardamos en reunir lo indecoroso en sus tres estados, pues en el mismo Germinal, que tiene bastante que ver con la revolución futura, se describe una curiosísima competencia para la producción de excreciones gaseosas, llamadas flatus. Y ahora tengo que observar el modo en que desde lejos se fue preparando el camino para este flatus, desde las llores, a través de los versos españoles, de allí Isabelita hasta Isabel y Fernando , Enrique V III, y de aquí, pasando por la historia inglesa y la lucha de la Armada Invencible contra Inglaterra, hasta la medalla que los ingleses acuñaron luego del triunfo con esta inscripción: «Flavit et dissipati sunt», pues los vientos huracanados dispersaron la flota española. Y yo había pensado tomar esta sentencia como epígrafe medio jocoso del capítulo «terapia», si es que alguna vez llegaba a dar noticia detallada de mi concepción y mi tratamiento de la histeria. De la segunda escena del sueño no puedo dar una resolución tan precisa, y ello por miramiento a la censura. En efecto, me pongo en el lugar de un encumbrado personaje de aquel período revolucionario, que también tuvo una aventura con un Adler {águila} y, según se dice, padeció de incontinentia alvi {incontinencia intestinal}, etc.; y no me creo con derecho a pasar aquí la censura por más que sea un Hofrat (aula, consiliarius aulicus) quien me contó la mayor parte de tales historias. La serie de habitaciones que aparece en el sueño debe su estímulo al coche que servía de salón a Su Excelencia, dentro del cual atisbé un momento; pero las habitaciones significan, como es tan frecuente en los sueños, mujeres(mujeres mantenidas por el erario), Con la persona de la conserje pago mal a una señora mayor, muy espiritual, la acogida que me brinda en su casa y las muchas y buenas historias que me han referido en ella. El rasgo de la lámpara remite a Grillparzer, quien tuvo una encantadora vivencia de parecido contenido y después usó de ella en [su tragedia sobre] «Hero y Leandro» (las olas del mar y del amor; la Armada y la tormenta). También debo desistir del análisis detallado de los dos restantes fragmentos del sueño; destacaré sólo aquellos elementos que desembocan en las dos escenas infantiles que me movieron a recoger el sueño aquí. Con acierto se conjeturará que es un material sexual el que me obligó a esta sofocación; pero no cabe darse por satisfecho con este esclarecimiento. No nos escondemos a nosotros mismos muchas cosas que debemos ocultar a los demás, y aquí no se trata de las razones que me obligaron a ocultar la solución, sino de los motivos de la censura interna, que encubrieron para mí mismo el contenido genuino del sueño Por eso debo decir que el análisis de estos [últimos] tres fragmentos permite reconocerlos como fanfarronerías impertinentes, como el resultado de un ridículo delirio de grandeza que en mi vida de vigilia he sofocado hace mucho, y que osa aparecer aun en el contenido manifiesto del sueño, con diversos emisarios (me juzgo muy listo); por lo demás, es lo que vuelve comprensible también el talante presuntuoso que tenía yo la tarde anterior a que soñase. Es una fanfarronería en todos los campos; así, la mención de Graz remite al dicho «¿Cuánto cuesta Graz?», que se usa cuando uno se cree dueño de muchísimo dinero. Quien recuerde la inigualada descripción que de la vida y las hazañas de Gargantúa y de su hijo Pantagruel hace el maestro Rabelais, podrá también incluir entre las fanfarronerías el contenido indicado para el primer fragmento del sueño. Respecto de las dos escenas infantiles ya mencionadas cumple decir lo siguiente: Para ese viaje yo había comprado una valija nueva, cuyo color, un castaño violáceo, emerge muchas veces en el sueño (violetas de un color entre violáceo y castaño y hechas de un material rígido, junto a una cosa a la que se llama «cogedor de muchachas» {«Mädchenfänger»}; también los muebles de las habitaciones gubernamentales). Que con algo nuevo se llame la atención de la gente es una conocida creencia infantil. Ahora bien, la siguiente escena de mi vida infantil me fue relatada, y el recuerdo de ese relato remplaza al de la escena misma: Parece que a la edad de dos años yo todavía en ocasiones mojaba la cama; una vez que mí padre me lo reprochó lo consolé prometiéndole que le compraría en N. (la ciudad grande más próxima) una linda cama nueva y roja. (De ahí la intercalación, en el sueño, de que al orinal lo hemos comprado o tenemos que comprarlo en la ciudad; lo prometido es deuda.) Repárese, además, en la concordancia entre el orinal masculino y la valija femenina, box. Todo el delirio de grandeza del niño está contenido en esa promesa. Sobre el significado de las dificultades urinarias para el niño ya hemos llamado la atención con motivo de la Interpretación de un sueño. Los psicoanálisis de neuróticos nos han permitido reconocer una íntima conexión entre el mojarse en la cama y la ambición como rasgo de carácter. Hubo todavía otra demostración hogareña de buenos modales cuando yo tenía siete u ocho años, y de esta me acuerdo muy bien. Una tarde, antes de irme a dormir, infringí el mandamiento de la discreción, que prohibe hacer sus necesidades en la habitación de los padres y en su presencia; en la reprimenda que me endilgó mi padre, pronunció este veredicto: «Este chico nunca llegará a nada». Tiene que haber sido un terrible agravio a mi ambición, pues alusiones a esta escena frecuentan siempre mis sueños y por regla general van asociadas al relato de mis logros y triunfos, como si yo quisiera decir: «Mira, no obstante he llegado a ser algo». Ahora bien, esta escena infantil proporciona la tela a la última imagen del sueño, donde, desde luego que por venganza, los papeles están invertidos. El hombre mayor (evidentemente es mi padre, pues la ceguera de un ojo indica el glaucoma que él tuvo de un solo lado orina ahora delante de mí como yo aquella vez lo hice delante de él. Con el glaucoma le recuerdo la cocaína, que lo alivió en la operación, como si de esa manera yo cumpliese mí promesa. Además me burlo de él; porque está ciego debo sostenerle delante el orinal {Glas}, y me complazco en aludir a mis conocimientos sobre la doctrina de la histeria, de los que estoy orgulloso. Si en mí las dos escenas infantiles se asociaron sin más con el tema de la manía de grandeza, el que se evocaran en el viaje a Aussee se debió también a la circunstancia casual de que mi compartimiento no poseía baño y yo debía estar dispuesto a sufrir contratiempos durante el viaje, lo que de hecho sucedió a la madrugada. Me desperté entonces con las sensaciones de la necesidad corporal. Supongo que alguien podría inclinarse a atribuir a esas sensaciones el papel del genuino excitador del sueño, pero yo doy preferencia a otra explicación: sólo los pensamientos del sueño provocaron las ganas de orinar. En mi caso es por completo insólito que una necesidad cualquiera me perturbe mientras duermo, al menos a la hora en que se produjo esa vez el despertar (las tres menos cuarto de la madrugada). Salgo al paso de otra objeción observando que en otros viajes que hice en situación de mayor comodidad casi nunca experimenté presión en la vejiga después de despertar ahora temprana. Por lo demás, puedo dejar este punto irresuelto sin provocar con ello daño alguno. Puesto que, además, mis experiencias en el análisis de sueños me han permitido observar que también de aquellos cuya interpretación parece a primera vista completa (porque es fácil indicar las fuentes oníricas y el deseo excitador) parten importantes hilos de pensamiento que llegan hasta la primera infancia, hube de preguntarme si este rasgo no constituía también una condición esencial del soñar. Si me estuviera permitido generalizar esta idea, diría que, en su contenido manifiesto, a todo sueño le corresponde un anudamiento con lo vivenciado recientemente, pero en su contenido latente le corresponde un anudamiento con lo vivenciado más antiguo; y respecto de esto último, por el análisis de la histeria estoy en condiciones de mostrar, en efecto, que ha permanecido reciente hasta la actualidad. Pero la prueba de esta conjetura parece todavía muy difícil; en otro contexto he de volver sobre el probable papel de las primeras impresiones infantiles en la formación de los sueños. De las tres particularidades de la memoria onírica consideradas al comienzo, una -la preferencia por lo accesorio en el contenido del sueño se solucionó satisfactoriamente reconduciéndola a la desfiguración onírica. A las otras dos -la marca de lo reciente y de lo infantil- las hemos corroborado, pero no pudimos deducirlas de los motivos del soñar. Hemos de conservar en la memoria estos dos caracteres cuya explicación o apreciación están pendientes; en otra parte hallarán su sitio, sea en la psicología del estado del dormir o en las elucidaciones sobre el edificio del aparato psíquico que después emprenderemos, cuando hayamos observado que a través de la interpretación de los sueños, como a través de una ventana, podemos arrojar una mirada en el interior de él. Pero también quiero destacar aquí otro resultado de los últimos análisis de sueños. El sueño aparece a menudo como multívoco. No sólo es posible, como lo muestran los ejemplos, que en él se reúnan varios cumplimientos de deseo, sino que un sentido, un cumplimiento de deseo, vaya cubriendo a los otros hasta que debajo de todos tropecemos con el cumplimiento de un deseo de la primera infancia. También aquí cabe preguntarse si en aquel enunciado el «a menudo» no ha de remplazarse, más correctamente, por un «como regla general».