Lo reciente y lo indiferente en el sueño. contin.1

Lo reciente y lo indiferente en el sueño

«There needs no ghost, my lord, come from the grave To tell us this» leemos en Hamlet. Pero veamos: en el análisis se recordó que el hombre que perturbó nuestra conversación se llamaba Gärtner {jardinero} y que yo, hallé floreciente a su mujer; y aun recuerdo ahora, con posterioridad, que una de mis pacientes, que lleva el bello nombre de Flora, ocupó un momento el núcleo de nuestra charla. Ha de haber sucedido, entonces, que a través de esos eslabones intermedios del círculo de representaciones de la botánica se cumplió el enlace de las dos vivencias diurnas, la indiferente y la emocionante. Después intervienen otras relaciones, como la de la cocaína, que con buen derecho puede servir de enlace entre la persona del doctor Kónigstein y una monografía botánica que yo tengo escrita, y ellas refuerzan la fusión de ambos círculos de representaciones en uno solo, con lo cual un fragmento de la primera vivencia puede emplearse como alusión a la segunda. Doy por descontado que esta explicación será tildada de arbitraria o de artificiosa. ¿Qué habría ocurrido si el profesor Gártner y su floreciente mujer no se hubiesen presentado, o si la paciente aludida no se llamase Flora, sino Anna? No obstante, la respuesta es fácil. Sí no se hubieran ofrecido estos nexos de pensamiento, con probabilidad se habrían escogido otros. Es bien fácil establecer relaciones de ese género, como pueden demostrarlo las adivinanzas y acertijos con que nos divertimos en la vigilia. El dominio del chiste es ¡limitado. Para dar un paso más: si entre esas dos impresiones diurnas no hubieran podido establecerse relaciones intermedias suficientes, el sueño habría sido diverso; otra de las impresiones diurnas indiferentes que nos llegan en multitud y después olvidamos habría ocupado para el sueño el lugar de la «monografía», ligándose con el contenido de la conversación y sustituyendo a esta en el contenido onírico. Si no fue otra que la de la monografía la que tuvo ese destino, se debe sin duda a que era la más adecuada para ese enlace. No hace falta asombrarse, como el Hänschen Schlau {Juanito Listo} de Lessing, de que «en el mundo sean justamente los más ricos los que poseen la mayor cantidad de dinero». El proceso psicológico por el cual, según nuestra exposición, la vivencia indiferente llega a ocupar el lugar de la que posee valor psíquico debe parecernos todavía dudoso y extraño. En un capítulo posterior tendremos que abordar la explicación más precisa de las peculiaridades de esa operación, en apariencia incorrecta, de nuestro entendimiento. Aquí nos ocupamos sólo de los resultados del proceso, a suponer el cual nos llevan incontables experiencias que se repiten con regularidad con ocasión del análisis de los sueños. Ahora bien, el proceso es como si se produjese un desplazamiento {Verschiebung, «descentramiento»} -digamos: del acento psíquico- por la vía de aquellos eslabones intermedios, hasta que representaciones al comienzo cargadas con intensidad débil, tomando para sí la carga de otras representaciones investidas más intensamente desde el principio, alcanzan una fortaleza que las vuelve capaces de imponer su acceso a la conciencia. Tales desplazamientos en modo alguno nos maravillan cuando se trata de expedir montos de afecto o, en general, de acciones motrices. Que la solterona solitaria trasfiera su ternura a los animales, que el solterón se convierta en un coleccionista apasionado, que el soldado defienda a costa de su sangre un paño con rayas de colores -la bandera-, que en la relación amorosa un apretón de manos prolongado durante unos segundos provoque dicha o que en el Otelo un pañuelo perdido ocasione un estallido de furia, he ahí otros tantos ejemplos de desplazamientos psíquicos que nos parecen inobjetables. Pero que, siguiendo el mismo camino e idénticos principios, se dicte sentencia sobre lo que ha de alcanzar nuestra conciencia y lo que ha de serle escatimado, y por tanto sobre lo que pensamos, nos impresiona como algo patológico y lo llamamos error lógico cuando ocurre en la vida de vigilia. Dejemos entrever aquí lo que será el resultado de consideraciones que tendrán su lugar más adelante: el proceso psíquico que reconocimos en el desplazamiento onírico se dilucidará, no por cierto como perturbado patológicamente, sino como un proceso diverso del normal, de naturaleza más primaria. De tal modo, al hecho de que el contenido onírico acoja restos de vivencias accesorias lo interpretamos como exteriorización de la desfiguración onírica (por desplazamiento), y recordamos que en ella hemos discernido una consecuencia de la censura establecida en el paso de una instancia psíquica a otra. Esperamos, entonces, que el análisis de los sueños ha de descubrir por regla general, entre las vivencias diurnas, la fuente onírica efectiva, la significativa psíquicamente y cuyo recuerdo desplazó su acento sobre el recuerdo indiferente. Con esta concepción nos situamos en total oposición a la teoría de Robert, que se ha vuelto inutilizable para nosotros. El hecho que Robert pretendía explicar no existe; el suponerlo se basó en un malentendido: se omitió remplazar el contenido onírico aparente por el sentido efectivo del sueño. Otra objeción puede hacerse a la teoría de Robert: Si en efecto el sueño tuviera por tarea liberar nuestra memoria, mediante un particular trabajo psíquico, de la «escoria» del recuerdo diurno, nuestro dormir debería ser más atormentado y aplicarse a un trabajo más esforzado que el de nuestra vida mental de vigilia. Es que la cantidad de las impresiones indiferentes del día, de las cuales deberíamos proteger a nuestra memoria, es evidentemente inconmensurable; la noche no bastaría para dominar todo ese cúmulo. Es muy probable que el olvido de las impresiones indiferentes se produzca por sí solo, sin intervención activa de nuestros poderes psíquicos. No obstante, algo nos advierte que no podemos despedirnos de las ideas de Robert y no considerarlas más.12 Hemos dejado sin explicar el hecho de que una de las impresiones diurnas indiferentes -en verdad, de la víspera- ofrezca regularmente su contribución al contenido del sueño. Las relaciones entre esa impresión y las fuentes oníricas genuinas situadas en el inconciente no siempre existen de antemano; como vimos, se las establece sólo con posterioridad, al servicio del desplazamiento buscado, en el curso del trabajo del sueño. Por tanto, tiene que haber una necesidad de encaminar las conexiones precisamente hacia la impresión reciente, aunque indiferente: esta tiene que ofrecer una aptitud particular para ello, en virtud de alguna cualidad suya. De lo contrario, sería igualmente viable que los pensamientos oníricos desplazaran su acento a un elemento inesencial de su propio círculo de representaciones. Las experiencias que siguen pueden ponernos en el camino de la explicación. Si el día nos ha deparado dos o más vivencias dignas de incitar sueños, el sueño unifica la mención de ambas en un todo; obedece a una compulsión a plasmar con ellas una unidad. Por ejemplo: Una siesta de verano subí a un vagón de ferrocarril donde encontré a dos conocidos, que sin embargo no se conocían entre sí. Uno era un influyente colega, y el otro, miembro de una familia distinguida a la que yo atendía en calidad de médico. Hice las presentaciones entre estos dos señores, pero durante todo el viaje hube de ser yo quien mantuviera la conversación, de modo que debía entablarla ora con uno, ora con el otro. A mi colega le pedí que diese su recomendación a un conocido de ambos, que acababa de iniciar su práctica médica. Me objetó que estaba bien convencido de la capacidad del joven, pero que su mala apariencia le dificultaría el ingreso a casas distinguidas. Repliqué: Precisamente por eso necesita de recomendación. Enseguida de esto pregunté al otro viajero por el estado de su tía -la madre de una de mis pacientes-, que por entonces había caído gravemente enferma. La noche de ese viaje soñé que mi amigo joven, para el cual yo había solicitado protección, se encontraba en un salón elegante y pronunciaba, ante una selecta concurrencia en la que yo había reunido a cuantas personas ricas y distinguidas conocía, y con los gestos de un hombre de mundo, una oración fúnebre por la vieja señora (ya muerta, en el sueño), tía del segundo de mis compañeros de viaje. (Confieso francamente que yo no había estado en buenas relaciones con esa señora.) Mí sueño, entonces, había descubierto enlaces entre dos impresiones del día, componiendo por medio de ellas una situación unitaria. Sobre la base de muchas experiencias parecidas debo sentar esta tesis: Para el trabajo del sueño existe una suerte de constreñimiento a componer en una unidad, en el sueño, todas las fuentes de estímulo onírico existentes. Ahora consideraré otra cuestión: ¿La fuente excitadora del sueño, a que el análisis nos conduce, debe ser siempre un acontecimiento reciente (e importante)? ¿O puede también asumir el papel de excitadora del sueño una vivencia interior, es decir el recuerdo de un acontecimiento provisto de valor psíquico, o una ilación de pensamientos? La respuesta que innumerables análisis nos proporcionan con la mayor claridad se inclina en el segundo sentido. El excitador del sueño puede ser un proceso interior que durante el día ha devenido reciente de algún modo por el trabajo de pensamiento. Ha llegado el momento de componer en un esquema las diversas condiciones que pueden reconocerse en las fuentes del sueño: a. Una vivencia reciente y psíquicamente significativa, subrogada directamente en el sueño. b. Varias vivencias recientes significativas, que el sueño compone como una unidad. c. Una o más vivencias recientes y significativas que en el contenido del sueño son subrogadas por la mención de una vivencia contemporánea, pero indiferente. d. Una vivencia interior significativa (recuerdo, ilación de pensamientos) que después, en el sueño, por regla general es subrogada por la mención de una impresión reciente, pero indiferente. Como vemos para la interpretación del sueño queda establecida en todos los casos una condición: que un elemento del contenido del sueño repita una impresión reciente de la víspera. Esta parte, destinada a operar como subrogación en el sueño, puede pertenecer al círculo de representaciones del genuino excitador del sueño -en calidad de ingrediente esencial o ínfimo de este-, o bien brota del ámbito de una impresión indiferente que ha sido relacionada mediante un enlace más o menos rico con el círculo del excitador del sueño. La aparente diversidad de las condiciones se sintetiza en una sola alternativa: que se haya realizado o no un desplazamiento; y aquí observamos que esa alternativa nos ofrece, para explicar los contrastes del sueño, la misma facilidad que a la teoría médica del sueño la serie que va de la vigilia parcial a la vigilia plena de las células cerebrales. Con relación a nuestra serie, obsérvese además que el elemento provisto de valor psíquico, pero no reciente (la ilación de pensamiento, el recuerdo), puede ser sustituido a los fines de la formación del sueño por un elemento reciente, pero psíquicamente indiferente, con tal que se cumplan estas dos condiciones: 1) que el contenido del sueño se anude con lo vivido recientemente, y 2) que el excitador del sueño siga siendo un proceso provisto de valor psíquico. En un único caso (el caso a) las dos condiciones son llenadas por la misma impresión. Y si ahora reparamos en que estas mismas impresiones indiferentes, válidas para el sueño en la medida en que son recientes, pierden esa aptitud tan pronto como envejecen en un día (o a lo sumo en varios), no podemos sustraernos a la hipótesis de que el carácter de ser fresca, como tal, presta a una impresión un cierto valor psíquico para la formación del sueño, equivalente a la valencia {Wertigkeit} de los recuerdos o las ilaciones de pensamientos en los que recae un acento afectivo. Sólo con nuestras ulteriores reflexiones sobre psicología podremos averiguar aquello en lo cual puede fundarse este valor de las impresiones recientes para la formación de los sueños. De pasada, esto nos llama la atención sobre el hecho de que durante la noche, y sin que nuestra conciencia lo advierta, han de producirse importantes modificaciones en nuestro material mnémico y de representaciones. La exigencia de consultar un asunto con la almohada antes de adoptar una decisión definitiva está, manifiestamente, en un todo justificada. Pero advertimos que, en este punto, desde la psicología del soñar hemos invadido la del dormir; y para dar este paso tendremos todavía ocasiones. Ahora bien, hay una objeción que amenaza invalidar nuestras últimas conclusiones. Si en el contenido del sueño sólo se admiten impresiones indiferentes en la medida en que sean recientes, ¿cómo es que en él encontramos también elementos de períodos anteriores de la vida y que cuando fueron recientes -según palabras de Strümpell [1877, págs. 40-1]- no poseyeron valor psíquico alguno, por lo cual debieron olvidarse mucho tiempo ha (elementos, por tanto, que no son ni nuevos ni significativos psíquicamente)? Esta objeción se resuelve por completo recurriendo a los resultados del psicoanálisis de neuróticos. En efecto, he aquí la solución: En tales casos, el desplazamiento que sustituye el material psíquicamente importante por uno indiferente (tanto para el soñar cuanto para el pensar) ya se ha producido en esos períodos tempranos de la vida y quedó desde entonces fijado en la memoria. Por tanto, aquellos elementos que originariamente fueron indiferentes ya no lo son desde que han tomado sobre sí, por desplazamiento, la valencia de un material que posee significatividad psíquica. Lo que ha permanecido realmente indiferente ya no puede reproducirse en el sueño. De las disquisiciones que preceden se inferirá con derecho que yo sostengo la tesis de que no existen excitadores oníricos indiferentes, y por tanto no hay sueños inocentes. Y en efecto, con todo rigor y con toda consecuencia esa es mi opinión, prescindiendo de los sueños de los niños y, quizá, de las breves reacciones oníricas frente a sensaciones nocturnas. Pero en todos los demás casos, lo que se sueña puede reconocerse como provisto de significatividad psíquica manifiesta, o bien está desfigurado y ha de juzgárselo sólo después de una interpretación completa del sueño, tras la cual también se dará a conocer como significativo. El sueño no se inquieta por pequeñeces; lo ínfimo no nos perturba mientras dormimos. Los sueños en apariencia inocentes resultan maliciosos si nos empeñamos en interpretarlos; si se me permite la expresión, son «lobos con piel de cordero». Con fundamento puedo esperar que este punto me atraiga objeciones. Por eso someteré aquí a análisis una serie de «sueños inocentes» de mi colección, que además me servirán para mostrar el trabajo de la desfiguración onírica. I Una joven señora, inteligente y fina, que en su proceder pertenecía al género de personas reservadas, «aguas mansas», cuenta: He soñado que llegaba tarde al mercado y no conseguía nada ni del carnicero ni de la verdulera. Un sueño inocente, sin duda. Pero los sueños no tienen ese aspecto. Por eso le pido que me lo cuente con más detalle. He aquí entonces el informe: Va al mercado con su cocinera que lleva la canasta. El carnicero te dice, después que el le pidió algo: «De eso no tenemos más», y pretende darle otra cosa, con esta observación: «Esto también es bueno». Ella lo rechaza y se dirige a la verdulera. Esta quiere venderle una extraña hortaliza, que viene atada en haces pero es de color negro. Ella dice: «A eso no lo conozco, y no lo llevo». El anudamiento diurno del sueño es bien simple. En la realidad había llegado tarde al mercado, y no consiguió nada. La carnicería ya estaba cerrada se impone como descripción de esa vivencia. Pero atendamos a esto: ¿No es este -o más bien su contrario- un giro muy vulgar que alude a una negligencia en la vestimenta de un hombre? Por lo demás, la soñante no empleó esas palabras, y quizá las rehuyó; procuremos interpretar las particularidades que el sueño contiene. Siempre que algo tiene en el sueño el carácter de un dicho, pronunciado u oído y no meramente pensado -lo cual las más de las veces puede distinguirse con seguridad-, brota de dichos de la vida de vigilia, que por cierto han sido tratados como materia prima, fragmentados, levemente modificados, pero sobre todo arrancados de su contexto. En el trabajo de interpretación puede partirse de tales dichos. ¿De dónde viene entonces el dicho del carnicero: «De eso no tenemos más»? De mí mismo; unos días antes le había explicado que a «las vivencias infantiles más antiguas no las tenemos más como tales, sino que son remplazadas en el análisis por «trasferencias» y sueños». Por ende, yo soy el carnicero, y ella rechaza esas trasferencias al presente de viejos modos de pensar y sentir. – ¿Y de dónde viene el dicho del sueño: «A eso no lo conozco, y no lo llevo»? Debemos dividirlo para el análisis: «A eso no lo conozco», es lo que ella dijo días pasados a su cocinera, con la que había tenido una disputa; pero en esa ocasión había añadido: «¡Pórtese usted decorosamente!». Es patente aquí un desplazamiento; de las dos frases que espetó a su cocinera, en el sueño recogió la no significativa; pero la sofocada «¡Pórtese usted decorosamente!» es la única que conviene al resto del contenido onírico. Con esas palabras podría reprenderse a alguien que ose hacer proposiciones indecorosas y olvide «cerrar la carnicería». Que realmente estamos sobre la pista de la interpretación lo prueba después la coincidencia con las alusiones compendiadas en el trato con la verdulera. Una verdura que se vende ligada en haces (y que es alargada, como ella agrega con posterioridad), y además negra, ¿puede ser otra cosa que la unificación onírica de espárragos y rábanos negros {berenjenas}? Nadie que sepa de estas cosas necesita que yo le interprete «espárragos», pero incluso la otra verdura {rábanos negros, schwarzer Rettich} -usada como reprensión: «¡Tizón, apártate!» (Schwarzer, rett’dich!»}- paréceme referida al mismo tema sexual que colegimos ya en el comienzo, al tomar como -punto de partida el texto del sueño: «La carnicería estaba cerrada». No interesa discernir aquí todo el sentido de este sueño; nos basta con que posea un sentido y en modo alguno sea inocente. II Otro sueño inocente de la misma paciente, en algún sentido la contraparte del anterior: Su marido pregunta: «¿No debemos hacer afinar el piano?». Ella: «No vale la pena, de todos modos hay que forrarle de nuevo los macillos». Otra vez la repetición de un acontecimiento real de la víspera. Su marido le hizo esa pregunta y ella respondió algo parecido. Pero, ¿qué significa que lo sueñe? Del piano dice que es una caja asquerosa que da mal sonido, una cosa que su marido poseía desde antes de casarse etc., pero la clave para la solución sólo la proporciona el dicho «No vale la pena». Este proviene de una visita que hizo ayer a una amiga suya. Allí la exhortaron a despojarse de su chaqueta, y ella se negó con estas palabras: «Gracias, no vale la pena, debo partir enseguida». Mientras me contaba esto se me ocurrió que ayer, durante el trabajo de análisis, de pronto llevó la mano a su chaqueta, donde se le había desprendido un botón. Es entonces como si quisiera decir: «Por favor, no mire usted, no vale la pena». Así la caja se completa como caja toráxica, y la interpretación del sueño nos lleva directamente a la época de su desarrollo corporal, cuando empezó a quedar insatisfecha con las formas de su cuerpo. Y aun nos lleva a épocas anteriores si tomamos en cuenta el «asco» y el «mal sonido» y recordamos la gran frecuencia con que los pequeños hemisferios del cuerpo femenino -a través de una relación de oposición y de sustitución- remplazan a los grandes en la alusión y en el sueño. III Interrumpo esta serie para incluir el breve sueño inocente de un joven. Soñó que volvía a ponerse su abrigo de invierno, lo que es terrible. Ocasión de ese sueño es, en apariencia, el frío que ha sobrevenido de pronto. Pero un juicio más fino notará que los dos fragmentos del sueño no concuerdan bien, pues ¿cómo podría ser terrible llevar cuando hace frío un saco grueso o pesado? Ya la primera ocurrencia en el análisis desbarató el carácter inocente de este sueño. El joven recordó que el día anterior una señora le había confesado en confianza que su último hijo debía la existencia a un preservativo roto. Ahora reconstruye los pensamientos que tuvo con ese motivo: Un preservativo delgado es peligroso, y uno grueso es malo. El preservativo es el «sobretodo» con pleno derecho, pues con él se forra todo; así se llama también a un abrigo. Un acontecimiento como el relatado por esa señora sería, por lo demás, «terrible» para nuestro joven, que no era casado. Volvamos ahora a nuestra inocente soñante. IV Mete una vela en el candelero; pero la vela está quebrada, de modo que no se tiene derecha. Las niñas de la escuela dicen que ella es inhábil; pero la celadora dice que no es culpa de ella. También aquí una ocasión real; ayer, en efecto, introdujo una vela en el candelero; pero no estaba quebrada. Aquí se ha empleado un trasparente simbolismo. La vela es un objeto que estimula los genitales femeninos; si está quebrada de modo que no se tiene derecha, ello significa la impotencia del hombre («no es culpa de ella»). Ahora bien, ¿cómo una joven educada con esmero y ajena a todo lo indecoroso conoce ese uso de las velas? Por casualidad puede indicar la vivencia que le proporcionó ese conocimiento. En una excursión en barco por el Rin, pasó junto a ellos un bote en que iban estudiantes que con gran gusto cantaban o vociferaban una canción: «Wenn die Königin von Schweden, bei geschlossenen Fensterläden mit Apollokerzen … ». La última palabra no la oyó o no la comprendió. Su marido hubo de darle la explicación requerida. Estos versos se remplazaron después en el contenido del sueño por un recuerdo inocente sobre un encargo que ella una vez en el pensionado ejecutó inhábilmente, y ello fue posible por el rasgo común: los postigos cerrados. La conexión del tema del onanismo con la impotencia es suficientemente clara. El «Apolo» del contenido latente enlaza este sueño con otro anterior, en el que se habla de la virginal Palas. Nada inocente, en verdad. V Para que no se piense que es muy fácil inferir de los sueños la trama real de la vida del soñante, añado otro sueño que también parece inocente y proviene de la misma persona. He soñado algo -relata- que efectivamente hice durante el día, a saber, he llenado tanto con libros un pequeño cofre que después me dio trabajo cerrarlo, y he soñado eso tal como efectivamente ocurrió. Aquí la propia relatora pone el acento en la coincidencia de sueño y realidad. Y bien, todos los juicios de ese tipo acerca del sueño, y las observaciones sobre él, pertenecen regularmente -por más que se hayan procurado un lugar en el pensamiento de vigilia- al contenido latente del sueño, como hemos de corroborarlo más adelante con otros ejemplos. Se nos dice, entonces, que lo que el sueño cuenta ocurrió realmente el día anterior. Sería largo comunicar los caminos por los que se llegó a la ocurrencia, en la interpretación, de recurrir al idioma inglés. Baste decir que de nuevo se trata de una pequeña box (cf. el sueño de la niña muerta en la caja), la que fue llenada de tal modo que ya no entraba nada. Nada malo, al menos, esta vez. En todos estos sueños «inocentes» el factor sexual se presenta con harta evidencia como motivo de la censura. No obstante, es este un tema de importancia fundamental que debemos dejar de lado. Sigmund Freud / Obras Completas de Sigmund Freud. Standard Edition. Ordenamiento de James Strachey / Volumen 4 (1900). La interpretación de los sueños (primera parte) / La interpretación de los sueños. (1900 [1899]) / El material y las fuentes del sueño. / Lo infantil como fuente de los sueños.