Los escritos técnicos de Freud contin.25

Los escritos técnicos de Freud contin.25

Está claro. Siempre comprendió muy bien la diferencia existente entre el modo en que se
acogen las palabras de un niño y el modo en que se acogen las palabras de un adulto.
Charla para no comprometerse, no situarse, en el mundo de los adultos, donde siempre en
mayor o menor grado se está reducido a la esclavitud; charla para no decir nada y puebla
de viento sus sesiones.
Podemos detenernos un instante y meditar acerca del hecho de que también el niño tiene
palabra. Una palabra que no está vacía. Que está tan llena de sentido como la palabra del
adulto. Incluso, está tan llena de sentido que los adultos se la pasan maravillándose de
ella: ¡Que inteligente es, mi lindo pequeñito! ¿Vieron lo que dijo el otro día? Todo radica en
esto.
En efecto, como vimos hace un momento, existe allí ese elemento de idolatría que
interviene en la relación imaginaria. La palabra admirable del niño es quizá la palabra
trascendente, revelación del cielo, oráculo de pequeño dios, pero lo evidente es que no le
compromete a nada.
Y cuando las cosas no funcionan se hacen entonces los mayores esfuerzos para
arrancarle palabras que comprometan. ¡Dios sabe hasta qué punto patina la dialéctica del
adulto! Se trata de vincular al sujeto con sus contradicciónes, de hacerle firmar lo que dice,
y así comprometer su palabra en una dialéctica.
En la situación de transferencia- dice Balint, no yo, y tiene razón aún cuando ella sea otra
cosa que un desplazamiento- se trata del valor de la palabra; no ya esta vez en tanto ella
crea la ambigüedad fundamental, sino en tanto ella es función de lo simbólico, del pacto
que une entre sí a los sujetos en una acción. La acción humana por excelencia está
fundada originariamente en la existencia del mundo del símbolo, a saber en leyes y
contratos. Es realmente en este registro en el que Balint, cuando está en lo concreto, en
su función de analista, hace girar la situación entre él y el sujeto.
A partir de ese día, puede señalarle todo tipo de cosas a su paciente por ejemplo cómo
ella se comporta en sus empleos: a saber, que apenas comienza a obtener la confianza
general, se las arregla justamente para hacer algo que justifique que la pongan de patitas
en la calle. Incluso el tipo de trabajo que encuentra es significativo: atiende el teléfono,
recibe cosas, o manda a los demás a hacer diversas cosas, en suma hace un trabajo de
centralización que le permite sentirse fuera de la situación y, finalmente, siempre se las
ingenia para que la echen.
Este es pues el plano en el que viene a jugar la relación de transferencia: juega en torno a
la relación simbólica, ya se trate de su institución, su prolongación o su sostén. La
transferencia implica incidencias, proyecciónes de las articulaciones imaginarias, pero se
sitúa por entero en la relación simbólica. ¿Qué implica esto?
La palabra no se despliega en un sólo plano. Por definición, la palabra siempre tiene sus
trasfondos ambigüos que llegan incluso al punto de lo inefable, donde ella ya no puede
decirse, ya no puede fundarse en tanto que palabra. Pero este más allá no es el que la
psicología busca en el sujeto, y encuentra en váyase a saber cuál de sus mímicas, sus
calambres, sus agitaciones, en todos los correlatos emocionales de la palabra. De hecho,
el pretendido más allá psicológico está del otro lado: en un más acá. El más allá en
cuestión está en la dimensión misma de la palabra.
Por ser del sujeto, no nos referimos a sus propiedades psicológicas, sino a lo que se abre
paso en la experiencia de la palabra, experiencia en la que consiste la situación analítica.
Esta experiencia se constituye en el análisis mediante reglas muy paradójicas, puesto que
se trata de un diálogo, pero de un diálogo que sea lo más posible un monólogo. Se
desarrolla segun una regla de Juego y, por entero, en el orden simbólico. ¿Me siguen?
Quise ejemplificar hoy el registro simbólico en el análisis, haciendo surgir el contraste
existente entre los ejemplos concretos que ofrece Balint y su teorización.
De estos ejemplos se desprende, para Balint, que el resorte de la situación es la utilización
que han hecho de la palabra cada una de estas dos personas; el tipo y la dama. Ahora
bien, ésta es una extrapolación abusiva. La palabra en el análisis no es en m odo alguno la
misma que, triunfante e inocente a la vez, puede utilizar el niño antes de haber entrado en
el mundo del trabajo. Hablar en análisis no equivale a sostener en el mundo del trabajo un
discurso voluntariamente insignificante. Ambos sólo pueden ser vinculados por analogía.
Sus fundamentos son diferentes.
La situación analítica no es simplemente una ectopia de la situación infantil. Es,
ciertamente, una situación atípica, y Balint intenta dar cuenta de ella analizándola como
una tentativa de mantener el registro del primary love. Esto es cierto desde determinados
ángulos, pero no desde todos. Limitarse a este aspecto es embarcarse en intervenciones
desconcertantes para el sujeto.
La experiencia lo prueba. Diciendo a la paciente que ella reproducía tal o cual situación de
su infancia, el analista anterior a Balint no permitió el vuelco de la situación. Esta sólo
empezó a funcionar en torno al hecho concreto de que la dama tenía, esa mañana, una
carta que le permitía encontrar un trabajo. Sin teorizarlo, sin saberlo, Balint intervenía en el
registro simbólico, puesto en juego por la garantía dada, por el simple hecho de responder
por alguien. Fue eficaz justamente porque estaba en ese plano.
Su teoría está desfasada, también degradada. Sin embargo, cuando se lee su texto se
encuentran, acaban de verlo, ejemplos maravillosamente luminosos. Balint, práctico
excelente, no puede, a pesar de su teoría, desconocer la dimensión en la que se desplaza.
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Entre las referencias de Balint, hay una que quisiera destacar aquí. Se trata de un dístico
de alguien a quien Balint llama uno de nuestros colegas- ¿por qué no?- Johannes
Scheffler.
Johannes Scheffler realizó, a comienzos del siglo XVI estudios muy profundos de
medicina- en esa época probablemente tenía más sentido que ahora- y escribió con el
nombre de Angelus Silesius unos cuantos dísticos sumamente cautivantes. ¿Místicos? Tal
vez no sea el término más exacto. Se trata de la deidad, y de sus relaciones con la
creatividad que se sostiene por esencia en la palabra humana, y que llega tan lejos como
la palabra, hasta el punto mismo en el cual ella termina por callarse. La perspectiva poco
ortodoxa en la que siempre se afirmó Angelus Silesius es, de hecho, un enigma para los
historiadores del pensamiento religioso.
Ciertamente no es casualidad que surja en los textos de Balint. Los dos versos que cita
son muy bellos. Se trata nada menos que del ser en tanto que está vinculado, en la
realización del sujeto, con lo contingente, o con lo accidental. Y para Balint esto resuena
como el eco de lo que él concibe como el último término de un análisis: ese estado de
erupción narcisista,- del que ya he hablado en una de nuestras reuniones.
Esto también despierta ecos en mis oídos. Pero no concibo el fin del análisis del mismo
modo. La fórmula de Freud: allí donde el ello estaba el yo debe estar, es entendida
habitualmente como una grosera especialización, y, a fin de cuentas, se reduce la
reconquista analítica del ello a un acto de espejismo. El ego se ve en un sí mismo que no
es más que su última alienación, tan sólo más perfecciónada que todas las que hasta
entonces conoció.
No, lo constituyente es el acto de la palabra. El progreso de un análisis no consiste en la
ampliación del campo del ego, no es la reconquista por el ego de su franja desconocida:
es un verdadero vuelco, un desplazamiento, un paso de minué ejecutado entre el ego y el
id. Ya es hora que les lea el dístico de Angelus Silesius, el trigésimo del segundo libro del
Peregrino querubinico .
Zufall und Wesen
Mensch werde wesentlich. denn wann die Welt vergebt
So fält der Zufall weg, dass Wesen dass bestebt.
Este dístico se traduce así:
Contingencia y esencia
Hombre, deviene esencial: pues cuando el mundo pasa,
la contingencia se pierde y lo esencial subsiste.
De esto se trata al fin de un análisis; de un crepúsculo, de un ocaso imaginario del mundo,
incluso de una experiencia que limita con la despersonalización. Es entonces cuando lo
contingente cae -el accidente, el traumatismo, las dificultades de la historia- . Y es
entonces el ser el que llega a constituirse.
Manifiestamente, Angelus escribió esto en el momento en que realizaba sus estudios de
medicina. El fin de su vida estuvo perturbado por las guerras dogmáticas de la Reforma y
la Contrarreforma en las que asumió una actitud extremadamente apasionada. Pero los
libros del Peregrino querubínico producen un sonido transparente, cristalino. Constituyen
uno de los momentos más significativos de la meditación humana sobre el ser, un
momento, para nosotros, más rico en resonancias que La noche oscura de San Juan de la
Cruz, que todo el mundo lee y nadie comprende.
No puedo dejar de aconsejar enfáticamente, a quien hace análisis, que se procure las
obras de Angelus Silesius. No son muy extensas y están traducidas al francés en Aubier.
Encontrarán muchos otros temas de meditación, por ejemplo el retruécano de Wort, la
palabra y Ort, el lugar, y también muchos aforismos muy acertados acerca de la
temporalidad. Tal vez tenga, en alguna otra ocasión, oportunidad de hablar de algunas de
estas fórmulas, sumamente cerradas, pero que a su vez abren perspectivas admirables y
se ofrecen a la meditación.
Función creadora de la palabra
16 de Junio de 1954
Toda significación remite a otra significación. Los compañeros de Ulises. Transferencia y
realidad.
El concepto es el tiempo de las cosas. Jeroglíficos.
Nuestro amigo Granoff va a presentar una comunicación que parece situarse en la línea
de nuestros últimos comentarios. Encuentro muy acertado el surgimiento de iniciativas
tales, totalmente acordes con el espíritu de diálogo que deseo en lo que – no lo olvidemoses
ante todo un seminario.
La exposición del doctor Granoff se refiere a dos artículos del número de Abril de 1954 de
la Psycho-Analytic Review: Emotion, Instinct and Pain-plesaure, de A. Chapman Isham y A
study of the dream in depth, its corollary and consequences, de C. Bennitt.
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Estos artículos, extensos, de alto nivel teórico, convergen con lo que aquí hago. Sin
embargo, cada uno de ellos llama la atención sobre puntos diferentes.
El primero acentúa la información de la emoción; ésta sería la realidad última con la que
nos enfrentamos y, hablando estrictamente, el objeto de nuestra experiencia. Esta
concepción responde al deseo de captar en alguna parte un objeto que se asemeje, lo
más posible, a los objetos de otros registros.
Alexander escribió un gran artículo, del que tal vez podamos hablar algún día, llamado
Logic of emotions, el cual está sin duda en el corazón de la teoría analítica.
Al igual que el reciente artículo de Chapman Isham, trata de introducir una dialéctica en lo
que habitualmente consideramos el registro afectivo. Alexander parte del bien conocido
esquema lógico-simbólico del que Freud deduce las diversas formas de delirio a partir de
las diversas modalidades de la negación: Lo amo – No soy yo quien ama – No es a él a
quien amo No lo amo – Me odia – Es él quien me ama; modalidades que nos ofrecen la
génesis de diversos delirios: el celoso, el pasional, el persecutorio, el erotomaníaco, etc…
Es pues en una estructura simbólica superior, ya que implica variaciones gramaticales muy
elaboradas, donde captamos las transformaciones, el metabolismo mismo, que se produce
en el orden preconsciente.
El interés del primer artículo que comentó Granoff reside en que se ubica a contracorriente
de la tendencia teórica actualmente dominante en análisis. El segundo me parece aún más
interesante, en la medida en que busca a qué realidad, a qué más allá, a qué hecho -como
dice el artículo-se refiere la significación. Este es un problema crucial.
Pues bien, si ignoran que la significación nunca remite más que a ella misma, es decir, a
otra significación, penetrarán en callejones siempre sin salida, como puede apreciarse en
los impases actuales de la teoría analítica.
El único método correcto, cada vez que en el análisis buscamos la significación de una
palabra, consiste en catalogar la suma de sus empleos. Si quieren conocer la significación
de la palabra mano en lengua francesa, deben hacer el catálogo de sus empleos, y no
sólo cuando representa el órgano de la mano, sino también cuando figura en mano de
obra, mano dura, mano muerta, etc. La significación está dada por la suma de estos
empleos.
Es con esto que nos enfrentamos en el análisis. No tenemos por qué extenuarnos en la
búsqueda de referencias suplementarias. ¿Qué necesidad hay de hablar de una realidad
que sostendría todos los usos llamados metafóricos? Todo uso es, en cierto sentido,
siempre metafórico. La metáfora no debe distinguirse- como cree Jones al comienzo de su
artículo sobre la Teoría del simbolismo – del símbolo mismo y de su uso. Si me dirijo a
alguien, creado o increado, llamándolo sol de mi corazón, es un error creer- como cree
Jones- que se trata de una comparación entre lo que tú eres para mi corazón y lo que es el
sol, etc. La comparación no es más que un desarrollo secundario de la primera emergencia
al ser de la relación metafórica, que es infinitamente más rica que todo lo que puedo por el
momento elucidar.
Esta emergencia implica todo lo que luego puede unírsele, y que yo no creía haber dicho.
Por el sólo hecho de haber formulado esta relación, soy yo, mi ser, mi confesión, mi
invocación, quien entra en el dominio del símbolo. Esta fórmula implica además que el sol
me calienta, que me hace vivir, y también que es el centro de mi gravedad, y aún más que
produce esa lúgubre mitad de sombra de la que habla Valéry, que él es también lo que
ciega, lo que confiere a todo falsa evidencia y brillo engañador. Ya que, ¿no es cierto?, el
máximum de luz es también la fuente de todo oscurecimiento. Todo esto está ya implicado
en la invocación simbólica. El surgimiento del símbolo crea, literalmente, un orden de ser
nuevo en las relaciones entre los hombres.
Me dirán que a pesar de todo existen expresiones irreductibles. Objetarán, por otra parte,
que no siempre podemos reducir el nivel factual la emisión creadora de ese llamado
simbólico y que, para la metáfora que he dado como ejemplo, podríamos encontrar
fórmulas más sencillas, más orgánicas, más animales.
Hagan ustedes la prueba: verán que nunca saldrán del mundo del símbolo.
Supongamos que recurran al índice orgánico, a ese Pon tu mano sobre mi corazón que
dice la infanta a Leonor al comienzo del Cid para expresar así los sentimientos de amor
que experimenta por el joven caballero. Pues bien, si es invocado el índice orgánico, lo es
aquí nuevamente en el interior de una confesión, como testimonio, testimonio que sólo
encuentra su acento en tanto que: Lo recuerdo tan bien que vertiría mi sangre Antes de
rebajarme a desmentir mi rango. En efecto, sólo en la medida en que se prohíbe ese
sentimiento, es que ella entonces invoca un hecho factual. El hecho del latido del corazón
sólo adquiere su sentido en el interior del mundo simbólico trazado en la dialéctica del
sentimiento que se rehusa, o al cual implícitamente le es rehusado el reconocimiento de
quien lo experimenta.
Ya lo ven, hemos vuelto al punto en que concluimos nuestro discurso la última vez.
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Cada vez que estamos en el orden de la palabra, todo lo que instaura en la realidad otra
realidad, finalmente sólo adquiere su sentido y su acento en función de este orden mismo.
Si la emoción puede ser desplazada, invertida, inhibida, si ella está comprometida en una
dialéctica, es porque ella está capturada en el orden simbólico, a partir del cual los otros
órdenes, imaginario y real, ocupan su puesto y se ordenan.
Intentaré una vez más hacérselos percibir. Relatemos una pequeña fábula.
Un día, los compañeros de Ulises- como saben, tuvieron diez mil desgracias, y creo que
casi ninguno terminó el paseo- fueron transformados, dadas sus fastidiosas inclinaciones,
en cerdos. Este tema de la metamorfosis es un tema apropiado para despertar nuestro
interés, pues plantea el límite entre lo humano y lo animal.
Fueron pues transformados en cerdos, y la historia continua.
Es preciso creer que con todo conservan ciertos vínculos con el mundo humano puesto
que en medio de la porqueriza – pues la porqueriza es una sociedad- se comunican entre
ellos mediante gruñidos sus necesidades: el hambre, la sed, la voluptuosidad, incluso el
espíritu de grupo. Aquí no acaba todo.
¿Qué puede decirse de estos gruñidos? ¿Acaso no son también mensajes dirigidos al otro
mundo? Bueno, yo lo que oigo es esto: oigo que los compañeros de Ulises gruñen:
Añoramos a Ulises, añoramos que no esté entre nosotros, añoramos su enseñanza, lo que
él era para nosotros a través de la existencia.
¿Cómo reconocer que ese gruñido que llega hasta nosotros desde ese susurro sedoso
acumulado en el espacio cerrado de la porqueriza es una palabra? ¿Será porque allí se
exprese algún sentimiento ambivalente?
En efecto, existe en esta ocasión lo que llamamos, en el orden de las emociones y de los
sentimientos, ambivalencia. Porque Ulises es un guía más bien molesto para sus
compañeros. Sin embargo, una vez convertidos en cerdos, tienen sin duda razones para
añorar su presencia. Por ello, existe una duda acerca de lo que comunican.
Esta dimensión no puede ser descuidada. Pero, ¿acaso es ella suficiente para transformar
un gruñido en una palabra? No; porque la ambivalencia emocional del gruñido es una
realidad en su esencia no constituida.
El gruñido del cerdo sólo se transforma en palabra cuando alguien se plantea la cuestión
de saber qué es lo que este gruñido pretende hacer creer. Una palabra sólo es palabra en
la exacta medida en que hay alguien que crea en ella.
¿Qué pretenden hacer creer, gruñendo, los compañeros de Ulises transformados en
cerdos?: que aún preservan algo humano. En esta ocasión expresar la añoranza de
Ulises, es reivindicar ser reconocidos, ellos mismos los cerdos, como los compañeros de