Los escritos técnicos de Freud contin.30

Libros técnicos de Freud contin.30

Estamos en una posición de naturaleza diferente, más difícil. Porque nos enfrentamos a un
símbolo extremadamente polivalente. Pero sólo habremos dado un paso adelante cuando
lleguemos a formular adecuadamente los símbolos de nuestra acción. Ese paso adelante,
como todo paso adelante, es también un paso retroactivo. En consecuencia, diré que
estamos así elaborando, en la medida en que ustedes me siguen, un psicoanálisis.
Nuestro paso adelante en el campo del psicoanálisis es, al mismo tiempo, un retorno a la
aspiración de su origen.
¿De qué se trata entonces? De una comprensión más auténtica del fenómeno de la
transferencia.
DR. LECLAIRE: No había terminado del todo. Si formulo esta pregunta es porque, entre
nosotros, siempre queda un poco en el trasfondo. Es evidente que en el grupo que
formamos, los términos afectivo e intelectual están ya fuera de lugar.
Desde luego que deben estar fuera de lugar. ¿Para qué pueden servirnos?
DR. LECLAIRE: Es algo, justamente, que ha quedado siempre en suspenso desde Roma.
Creo que en ese famoso discurso de Roma, no los empleé ni una sola vez, salvo para
eliminar el término intelectualizado.
DR. LECLAIRE: Precisamente, lo que había chocado era esa ausencia y esos ataques
directos contra el término afectivo.
Creo que es un término que de una vez por todas debemos tachar.
DR. LECLAIRE: Formulando esta pregunta quería liquidar algo que había quedado en
suspenso. La última vez, al hablar de la transferencia usted introdujo tres pasiones
fundamentales, y entre ellas la ignorancia. A ella quería llegar.
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La vez pasada quise introducir, como tercera dimensión, el espacio, o más bien el
volumen, de las relaciones humanas en la relación simbólica. Es con toda intención que
recientemente, la vez pasada, hablé de estas aristas pasionales. Como señaló muy
claramente en su pregunta la Sra. Aubry, son puntos de unión, puntos de ruptura, crestas
que se sitúan entre las diferentes áreas en que se extiende la relación interhumana: lo
real, lo simbólico, lo imaginario.
El amor se distingue del deseo, considerado como la relación límite que se establece entre
todo organismo y el objeto que lo satisface. Pues su objetivo no es la satisfacción, sino
ser. Por eso, sólo podemos hablar de amor allí donde existe relación simbólica como tal.
Aprendan a distinguir ahora el amor como pasión imaginaria del don activo que él
constituye en el plano simbólico. El amor, el amor de quien desea ser amado, es
esencialmente una tentativa de capturar al otro en sí mismo, de capturarlo en sí mismo
como objeto. La primera vez que hablé extensamente del amor narcisista fue- recuerdenen
la prolongación misma de la dialéctica de la perversión.
El deseo de ser amado, es el deseo de que el objeto amante sea tomado como tal,
englutido, sojuzgado en la particularidad absoluta de sí mismo como objeto. A quien aspira
ser amado muy poco le satisface- ya se sabe- ser amado por su bien. Su exigencia es ser
amado hasta el punto máximo que puede alcanzar la completa subversión del sujeto en
una particularidad, y en lo que esa particularidad tiene de más opaco, de más impensable.
Se quiere ser amado por todo, no sólo por su yo- como dice Descartes- sino por su color
de cabello, por sus manías, por sus debilidades, por todo.
Por eso mismo, pero inversa y diría correlativamente, amar es amar un ser más allá de lo
que parece ser. El don activo del amor apunta hacia el otro, no en su especificidad, sino en
su ser.
O. MANNONI: Pascal era quien decía eso, no Descartes.
Hay en Descartes un pasaje acerca de la depuración progresiva del yo más allá de todas
las cualidades particulares. Pero, no está usted equivocado en tanto Pascal intenta
llevarnos más allá de la criatura.
O. MANNONI: Lo dijo tal cual.
Sí, pero fue en un movimiento de rechazo.
El amor, no ya como pasión, sino como don activo, apunta siempre más allá del cautiverio
imaginario, al ser del sujeto amado, a su particularidad. Por ser así puede aceptar en
forma extrema sus debilidades y rodeos, hasta puede admitir sus errores, pero se detiene
en un punto, punto que sólo puede situarse a partir del ser: cuando el ser amado lleva
demasiado lejos la traición a sí mismo y persevera en su engaño, el amor se queda en el
camino.
No haré el desarrollo completo de esta fenomenología, fácilmente detectable en la
experiencia. Me contento con señalar que el amor- en tanto es una de las tres líneas
divisorias en las que el sujeto se compromete cuando se realiza simbólicamente en la
palabra- se dirige hacia el ser del otro. Sin la palabra, en tanto ella afirma el ser, sólo hay
Verliebtheit, fascinación imaginaria, pero no amor. Hay amor padecido, pero no don activo
del amor.
Con el odio sucede lo mismo. Existe una dimensión imaginaria del odio pues la destrucción
del otro es un polo de la estructura misma de la relación intersubjetiva. Ya les señalé que
se trata de lo que Hegel reconoce como el callejón sin salida de la coexistencia de dos
conciencias, a partir del cual deduce su mito de la lucha por puro prestigio. También en
este caso, la dimensión imaginaria está enmarcada por la relación simbólica y, en
consecuencia, el odio no se satisface con la desaparición del adversario. Si el amor aspira
al desarrollo del ser del otro, el odio aspira a lo contrario: a su envilecimiento, su pérdida,
su desviación, su delirio, su negación total, su subversión. En este sentido el odio, como el
amor, es una carrera sin fin.
Tal vez sea más difícil hacerles entender esto último porque, por razones que quizá no son
tan agradables como podríamos creer, conocemos menos hoy el sentimiento de odio que
en las épocas en que el hombre estaba más abierto a su destino.
Es cierto que hemos presenciado, no hace mucho, manifestaciones de este género que
estaban bastante bien. No obstante, hoy, los sujetos no tienen que asumir la vivencia del
odio en lo que éste puede tener de más ardiente. ¿Por qué? Porque ya de sobra somos
una civilización del odio. ¿Acaso no está ya bien desbrozada entre nosotros la pista de la
carrera de la destrucción? El odio en nuestro discurso cotidiano se reviste de muchos
pretextos, encuentra racionalizaciones sumamente fáciles Tal vez sea este estado de
floculación difusa del odio el que satura, en nosotros, la llamada a la destrucción del ser.
Como si la objetivación del ser humano en nuestra civilización correspondiera exactamente
a lo que- en la estructura del ego- es el polo del odio.
O. MANNONI: El moralismo occidental.
Exactamente. El odio encuentra allí los objetos cotidianos con los que nutrirse. Pero, sería
un error pensar que este odio está ausente en las guerras, donde algunos sujetos
privilegiados lo realizan plenamente.
Tengan claro que cuando hablo de amor y odio designo las vías de la realización del ser;
no la realización del ser, únicamente sus vías.
Y sin embargo, cuando el sujeto se compromete en la búsqueda de la verdad como tal es
porque se sitúa en la dimensión de la ignorancia; poco importa que lo sepa o no. Es éste
uno de esos elementos que los analistas llaman readiness to the transference, disposición
a la transferencia. Existe en el paciente disposición a la transferencia por el sólo hecho de
colocarse en la posición de confesarse en la palabra, y buscar su verdad hasta su
extremo, en el extremo que está ahí, en el analista. Conviene también considerar la
ignorancia en el analista.
El analista no debe desconocer lo que llamaré el poder de accesión al ser de la dimensión
de la ignorancia, puesto que debe responder a aquel que, en todo su discurso, lo interroga
en esa dimensión. No tiene que guiar al sujeto hacia un Wissen, un saber, sino hacia las
vías de acceso a ese saber. Debe comprometer al sujeto en una operación dialéctica, no
decirle que se engaña pues, forzosamente, él está en el error, sino mostrarle que habla
mal, es decir que habla sin saber, como un ignorante, pues las que cuentan son las vías
de su error.
El psicoanálisis es una dialéctica, y lo que Montaigne llama – en su libro III, capítulo VIII- un
arte de conferir. El arte de Sócrates en el Menón, consiste en enseñar al esclavo a dar su
verdadero sentido a su propia palabra. Este arte es el mismo en Hegel. En otros términos,
la posición del analista debe ser la de una ignorantia docta, que no quiere decir sabia, sino
formal y que puede ser formadora para el sujeto.
Grande es la tentación, porque está en el clima de nuestra época, de esta época de odio,
de transformar la ignorantia docta en lo que he llamado, y no es nuevo, ignorantia docens.
Apenas cree el psicoanalista saber algo, de psicología por ejemplo, comienza ya su
perdición, por la sencilla razón de que en psicología, nadie sabe gran cosa, salvo que la
psicología misma es un error de perspectiva sobre el ser humano.
Tengo que tomar ejemplos banales para hacerles entender lo que es la realización del ser
del hombre porque, aunque no quieran, lo sitúan en una perspectiva errónea, la de un
falso saber.
De todos modos deben darse cuenta que, cuando el hombre dice yo soy o yo seré, incluso
yo habré sido, o bien, yo quiero ser, siempre se produce un salto, una hiancia. Es tan
extravagante decir, en relación a la realidad, yo soy psicoanalista como yo soy rey. Ambas
afirmaciones son totalmente válidas y, sin embargo, nada las legitima en el orden de lo que
podemos llamar la medida de las capacidades. Las legitimaciones simbólicas en función
de las cuales un hombre asume lo que otros le confieren escapan por entero al registro de
la habilitación de capacidades.
Cuando un hombre se niega a ser rey, esta negativa no tiene el mismo valor que cuando
acepta serlo. Por el hecho mismo de rehusar, no es ya rey. Es un pequeño burgués;
tomen, por ejemplo, el caso del Duque de Windsor. El hombre que estando a punto de ser
investido con la dignificación de la corona dice: Quiero vivir con la mujer que amo;
permanece, en consecuencia, más acá del registro de ser rey. Pero cuando el hombre
dice- y diciéndolo lo es, en función de un cierto sistema de relaciones simbólicas- cuando
dice Yo soy rey, este dicho no es simplemente la aceptación de una función. En un
instante cambia todo el sentido de sus calificaciones psicológicas. Sus pasiones, sus
designios, incluso sus tonterías, adquieren un sentido totalmente diferente. Por el mero
hecho de ser rey todas estas funciones se vuelven funciones reales. En el registro de la
realeza, su inteligencia se convierte en algo distinto; hasta sus incapacidades empiezan a
polarizar, a estructurar a su alrededor toda una serie de destinos que serán profundamente
modificados por el hecho de que la autoridad real sea ejercida de tal o cual modo por el
personaje con ella investido.
Esto lo encontramos en menor escala todos los días: un señor de cualidades mediocres,
que presenta todo tipo de inconvenientes cuando ocupa un cargo inferior, es elevado por
una investidura de algún modo soberana, por más limitado que sea el dominio donde esto
suceda, y cambia totalmente. No tienen más que observarlo cotidianamente, el alcance de
sus fuerzas y debilidades se transforma, y la relación entre ambas puede llegar a
invertirse.
Esto también puede percibirse, de modo difuso, no reconocido, en las habilitaciones, en
los exámenes. ¿Por qué a pesar del tiempo que hace que nos hemos convertido en
grandes psicólogos, no hemos reducido las diversas pruebas- que antaño tenían un valor
de iniciación- : licenciaturas, agregadurías, etc.? ¿Si de verdad hubiéramos abolido ese
valor, por qué entonces no reducir la investidura a la totalidad de la experiencia
acumulada, de las notas obtenidas durante el año, o incluso a un conjunto de tests o
pruebas que medirían las capacidades del sujeto? ¿Por qué conservar en estos exámenes
váyase a saber qué dimensión arcaica? Nos rebelamos ante estos elementos de
casualidad y favor como quienes golpean las murallas de la prisión que ellos mismos
construyeron. La verdad sencillamente es que un concurso, en tanto reviste al sujeto de
una calificación simbólica, no puede tener una estructura totalmente racionalizada, y no
puede inscribirse simplemente en el registro de la suma de cantidades.
Enfrentados con este problema, nos creemos muy astutos y nos decimos: Pero claro,
hagamos un gran artículo psicoanalítico para mostrar el carácter de iniciación de los
exámenes.
Este carácter es evidente. Felizmente lo detectamos. Pero, desgraciadamente, el
psicoanálisis no siempre lo explica muy bien. Realiza un descubrimiento parcial que explica
en términos de omnipotencia del pensamiento, de pensamiento mágico, cuando lo
fundamental es en realidad la dimensión del símbolo.
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¿Quién tiene otras preguntas?
DR. BEJARANO:-Pienso en un ejemplo concreto. Tendría que intentar mostrarnos, en el
caso Dora, cómo se siguen los diferentes registros.
En el caso de Dora, quedamos en la antesala de todo esto; sin embargo, se los puedo
situar un poco aportándoles una respuesta conclusiva sobre la cuestión de la transferencia
en su conjunto.
La experiencia analítica es instaurada por los primeros descubrimientos de Freud sobre el
trípode: sueño, lapsus, agudeza. El síntoma es un cuarto elemento; puede servir, no de
verbum , pues no está hecho con fonemas, pero sí de signum en base al organismo,
recuerden las diferentes esferas distinguidas en el texto de Agustín. Es en esta
experiencia y con retraso respecto a su instauración- Freud mismo reconoce haberse
asustado- donde aísla el fenómeno de la transferencia. Al no estar reconocida la
transferencia funcionó como obstáculo al tratamiento. Una vez reconocida se convierte en
su mejor apoyo.
Pero incluso antes de percatarse de la existencia de la transferencia Freud ya la había
designado. En efecto, como ya les dije, en la Tramdeutung encontramos una definición de
la Ubertragung en función del doble nivel de la palabra. Existen partes del discurso
descargadas de significaciónes que otra significación, la significación inconsciente, atrapa
por detrás. Freud lo muestra a propósito del sueño, y yo se los ilustré a partir de esos
lapsus ejemplares por su claridad.
Por desgracia, este año hablé poco del lapsus. Se trata de una dimensión fundamental,
pues es el aspecto radical del sin sentido que presenta todo sentido. Hay un punto donde
el sentido emerge y es creado. Pero precisamente en ese punto, el hombre muy bien
puede sentir que el sentido, al mismo tiempo, está aniquilado, que es creado justamente
por estar aniquilado. ¿Qué es la agudeza, sino la irrupción calculada del sin sentido en un
discurso que parece tener sentido?
O. MANNONI:-Es el punto umbilical de la palabra.
Exactamente. El sueño tiene un ombligo muy confuso. El ombligo de la agudeza es
perfectamente agudo: el Witz. Su esencia más radical está expresada en el no-sentido.
Pues bien, nos damos cuenta que esa transferencia es nuestro sostén.
Les he señalado tres direcciónes en las que diferentes autores comprenden la
transferencia. Esta tripartición, únicamente didáctica, debe permitir que ustedes se sitúen
entre las tendencias actuales del psicoanálisis, que no son nada brillantes.
Hay quienes quieren comprender el fenómeno de la transferencia en relación a lo real, es
decir en tanto fenómeno actual. Otros creen hacer algo importante diciendo que todo
análisis debe ser referido al hic et nunc. Creen haber encontrado con esto algo
des lumbrante, haber realizado un paso audaz. Esriel escribe cosas conmovedoras sobre
este tema, que sólo abren puertas ya abiertas: la transferencia está ahí, se trata
simplemente de saber qué es. Si consideramos la transferencia en el plano real,
obtenemos lo siguiente: es un real que no es real sino ilusorio. Lo real es que el sujeto
está aquí, hablando de sus líos con el tendero. Lo ilusorio es que al protestar contra el
tendero es a mí a quien le echa la bronca, éste es un ejemplo de Esriel. Concluye pues,
que se trata de demostrarle. al sujeto que no tiene motivo alguno para reñirme en lugar del
tendero.
Así, partiendo de las emociones, de lo afectivo, de la abreacción, y de otros términos que
designan cierto número de fenómenos fragmentarios que ocurren efectivamente en el
análisis, no se evita el caer, dénse cuenta, en algo esencialmente intelectual. Proceder
sobre esta base conduce, a fin de cuentas, a una práctica equivalente a las primeras
formas de adoctrinamiento que tanto nos escandalizan en la conducta de Freud con sus
primeros casos. Habría que enseñar al sujeto cómo comportarse en lo real, mostrarle que
no está en lo que hay que estar. Si esto no es educación y adoctrinamiento, me pregunto
entonces qué es. En todo caso, es un modo harto superficial de abordar el fenómeno.
Hay otra forma de abordar el problema de la transferencia: hacerlo a partir de ese nivel de
lo imaginario cuya importancia no dejamos de subrayar aquí. El desarrollo relativamente
reciente de la etología animal nos permite darle una estructuración más clara que la que le
daba Freud. Pero esta dimensión – imaginare- fue nombrada efectivamente como tal en el
texto de Freud. ¿Cómo podría haberlo evitado? Ya lo vieron este año en Introducción al
narcisismo: la relación del ser viviente con los objetos que desea se articula con
condiciones de Gestalt que sitúan como tal a la función de lo imaginario.
La teoría analítica no desconoce la función de lo imaginario; pero introducirla tan sólo para
tratar la transferencia equivale a ponerse orejeras, pues la encontramos en todas partes y,
particularmente, cuando se trata de la identificación. Pero tampoco hay que emplearla a
tontas y a locas.