Los escritos técnicos de Freud contin.31

Los escritos técnicos de Freud contin.31

Observemos, en este sentido, que la función de lo imaginario está presente en el
comportamiento de toda pareja animal
En todas las acciones vinculadas al apareamiento de los individuos capturados en el ciclo
del comportamiento sexual surge una dimensión de pavoneo. Durante el pavoneo sexual,
cada individuo está capturado en una situación dual, en la que se establece, a través de la
intervención de la relación imaginaria una identificación, sin duda momentánea, pues está
vinculada al ciclo instintual.
Asimismo, durante la lucha entre los machos, podemos ver a los sujetos convenir en una
lucha imaginaria. Existe allí, entre los adversarios, una regulación a distancia que
transforma la lucha en danza. Y, en determinado momento, como sucede en el pareo, los
papeles están elegidos, la dominación de uno sobre otro es reconocida, sin que sea
preciso llegar, no diré a las manos, pero sí a las uñas, a los dientes, a los pinchos. Uno de
los miembros de la pareja adopta la actitud pasiva y se somete a la preponderancia del
adversario. Uno esquiva al otro, adopta uno de los papeles y manifiestamente lo hacen en
función del otro, es decir, en función de lo que el otro ha alegado en el plano de la Gestalt.
Los adversarios evitan una lucha real que conduciría a la destrucción de uno de ellos y
transponen el conflicto al plano de lo imaginario. Cada uno se localiza en la imagen del
otro, y se lleva a cabo una regulación que distribuye los papeles dentro del conjunto de la
situación, la cual es diádica.
En el hombre, lo imaginario está reducido, especializado, centrado en la imagen especular,
que constituye a la vez los callejones sin salida y la función de la relación imaginaria.
La imagen del yo -por el sólo hecho de ser imagen, el yo es yo ideal- resume toda la
relación imaginaria en el hombre. Por producirse en un momento en que las funciones no
están aún plenamente desarrolladas, adquiere un valor saludable, que la asunción
jubilatoria del fenómeno del espejo expresa suficientemente; sin embargo, no por ello deja
de estar en relación con la prematuración vital y, en consecuencia, con un déficit originario,
con una hiancia a la que su estructura queda ligada.
Esta imagen de sí, el sujeto volverá a encontrarla constantemente como marco de sus
categorías, de su aprehensión del mundo: como objeto, y esto, teniendo como
intermediario al otro. Es en el otro siempre donde volverá a encontrar a su yo ideal, a partir
de allí se desarrolla la dialéctica de sus relaciones con el otro.
Si el otro satura, colma esa imagen, se convierte en objeto de una carga narcisista que es
la de la Verliebtheit. Recuerden a Werther encontrando a Carlota en el momento en que
ella sostiene en sus brazos a un niño; ella justo coincide con la imago narcisista del joven
héroe de la novela. Por el contrario, y siguiendo la misma línea, si el otro aparece
frustrando al sujeto en su ideal y en su propia imagen, genera la tensión destructiva
máxima. Por un pelo, la relación imaginaria con el otro vira en un sentido o en otro; es ésta
la clave de los problemas que Freud plantea en lo que concierne a la súbita transformación
entre amor y odio en la Verliebtheit.
Este fenómeno de carga imaginaria juega el papel de pivote en la transferencia.
La transferencia, si bien es cierto que se establece en y por la dimensión de la palabra,
sólo aporta la revelación de esa relación imaginaria cuando alcanza ciertos puntos
cruciales del encuentro hablado con el otro, en este caso el analista. Desembarazado el
discurso mediante la regla llamada fundamental de parte de sus convenciones, comienza a
jugar más o menos libremente respecto al discurso corriente, y abre al sujeto la vía de esa
fecunda equivocación en Ia que la palabra verídica confluye con el discurso del error. Pero,
también cuando la palabra huye la revelación, la equivocación fecunda, y se desarrolla en
el engaño- dimensión esencial que precisamente nos impide eliminar al sujeto como tal de
nuestra experiencia, y reducirla a términos objetales- se descubren esos puntos que, en la
historia del sujeto, no fueron integrados, asumidos, sino reprimidos.
El sujeto desarrolla en el discurso analítico su verdad, su integración, su historia. Pero en
esa historia hay huecos: allí donde se produjo lo que fue verworfen o verdankt. Verdankt,
es decir que en un momento accedió al discurso y luego fue
rechazado. Verworfen, es decir, un rechazo originario. No quiero, por el momento,
extenderme en esta distinción.
El fenómeno de la transferencia encuentra la cristalización imaginaria. Gira en torno a ella
y con ella debe reunirse.
En O, coloco la noción del yo (moi) inconsciente del sujeto. Este inconsciente está
constituido por lo que el sujeto esencialmente desconoce de su imagen estructurante, de
la imagen de su yo, es decir, las capturas por las fijaciones imaginarias que fueron
inasimilables en el desarrollo simbólico de su historia esto significa que eran traumáticos.
¿De qué se trata en el análisis? Se trata de que el sujeto pueda totalizar los diversos
accidentes cuya memoria está conservada en O en forma tal que su acceso le está
cerrado. Ella sólo se abre por la verbalización, es decir por la mediación del otro, o s ea por
el analista. A través de la asunción hablada de su historia, el sujeto se compromete en la
vía de realización de su imaginario truncado.
A medida que el sujeto lo asume en el discurso, se produce ese complemento de lo
imaginario que se realiza en el otro, en la medida en que se lo hace oír al otro.
Lo que está en O pasa a O’. Todo lo proferido desde A, del lado del sujeto, se escucha en
B, del lado del analista.
El analista lo escucha, pero a la vuelta también lo oye el sujeto. El eco de su discurso es
simétrico al carácter especular de la imagen. Esta dialéctica giratoria, que les represento
en el esquema por una espiral, ciñe cada vez más cerca a O y O’. El progreso del sujeto
en su ser debe finalmente llevarlo a O, pasando por una serie de puntos que se reparten
entre A y O.
En esta línea, el sujeto pone una y otra vez sus manos a la obra, y confesando en primera
persona su historia, progresa en el orden de las relaciones simbólicas fundamentales
donde tiene que encontrar el tiempo, resolviendo las detenciones y las inhibiciones que
constituyen el superyó. Precisa tiempo.
Si los ecos del discurso se aproximan con excesiva rapidez al punto O’- es decir, si la
transferencia se hace demasiado intensa- se produce un fenómeno crítico que evoca la
resistencia; la resistencia en la forma más aguda en que es posible verla manifestarse: el
silencio. Pueden darse cuenta ¿no es cierto? que, como dice Freud, la transferencia se
convierte en un obstáculo cuando es excesiva.
También es preciso decir que, si este momento se produce oportunamente, el silencio
adquiere su pleno valor en tanto silencio: no es simplemente negativo, sino que vale como
más allá de la palabra. Algunos momentos de silencio, en la transferencia, representan la
aprehensión más aguda de la presencia del otro como tal.
Una última observación. ¿Dónde situar al sujeto en tanto éste se distingue del punto O?
Está necesariamente en algún sitio entre A y O- más cerca de O que de cualquier otro
punto- digamos, ya volveremos a él, en C.
Cuando a causa de las vacaciones me abandonen, vacaciones que deseo les sean
agradables, les ruego que relean a la luz de estas reflexiones los preciosos textos técnicos
de Freud. Reléanlos, y verán hasta qué punto adquirirán, para ustedes, un nuevo sentido,
un sentido más vivaz. Se darán cuenta que las aparentes contradicciónes en relación a la
transferencia, a la vez resistencia y motor del análisis, sólo se comprenden en la dialéctica
de lo imaginario y lo simbólico.
Algunos analistas, no carentes de mérito, expusieron que la técnica más moderna del
análisis, la que se adorna con el título de análisis de las resistencias, consiste en aislar en
el yo del sujeto -single-out, la expresión es de Bergler- ciertos patterns que se presentan
en relación al análisis como mecanismos de defensa. Se trata de una perversión radical de
la noción de defensa tal como la introdujo Freud en sus primeros escritos, y tal como volvió
a introducirla en Inhibición, síntoma y angustia, uno de los artículos más difíciles y que
generó mayores malentendidos.
Esto sí que es una operación intelectual. Puesto que ya no se trata de analizar el carácter
simbólico de las defensas, sino de levantarlas, pues ellas serían un obstáculo para
alcanzar un más allá, un más allá que no es nada, que simplemente es un más allá, poco
importa entonces lo que en él se coloca. Lean a Fenictel, verán que según él todo puede
ser considerado desde el ángulo de la defensa. ¿El sujeto les expresa tendencias cuyo
carácter sexual o agresivo reconoce totalmente? A partir del sólo hecho de que las narre
pueden ustedes perfectamente comenzar a buscar algo mucho más neutro. Si calificamos
de defensa todo lo que se presenta de entrada, entonces legítimamente todo puede ser
considerado como una máscara tras la cual se esconde otra cosa. La célebre broma de
Jean Cocteau juega con esta inversión sistemática: ¿si podemos decirle a alguien que
sueña con un paraguas por motivos sexuales, por qué no decirle que si sueña con un
águila precipitándose sobre él para agredirlo es porque olvidó su paraguas?
Cuando se centra la intervención analítica en el levantamiento de los patterns que
ocultarían ese más allá, el analista no tiene otra guía sino su propia concepción del
comportamiento del sujeto. Intenta normalizarlo en función de una norma coherente con s u
propio ego. Esto entonces siempre será el modelado de un ego por otro ego, por lo tanto
por un ego superior; pues como todos sabemos el i del analista no es un ego cualquiera.
Lean a Nunberg. ¿Cuál es para él el resorte esencial del tratamiento? La buena voluntad
del ego del sujeto que debe convertirse en aliado del analista. Qué quiere decir esto sino
que el nuevo ego del sujeto es el ego del analista. Y el Sr. Hoffer llega y nos dice que el fin
normal de todo tratamiento es la identificación con el ego del analista.
De este fin, que no es más que la asunción hablada del yo, la reintegración no del yo ideal,
sino del ideal del yo, Balint nos brinda una descripción conmovedora. El sujeto entra en un
estado semimaníaco, en una especie de sublime desprendimiento, de libertad de una
imagen narcisista a través del mundo; es preciso darle cierto tiempo para que se reponga y
vuelva a encontrar sólo las vías del sentido común.
No todo en esta concepción es falso puesto que, en efecto, en un análisis existe un factor
tiempo. Por otra parte, es lo que siempre se ha dicho, aunque de modo indudablemente
confuso. No hay analista que deje de percibirlo en su experiencia: hay cierto despliegue
del tiempo- para- comprender. Quienes asistieron a mi comentario sobre El hombre de los
lobos percibiran algunas referencias a este problema. Pero, este tiempo- para- comprender
también está en los Escritos Técnicos de Freud a propósito de la Duch arbeiten.
¿Es esto acaso algo del orden de una usura psicológica? ¿O más bien, como dije en lo
que escribí acerca de la palabra vacía y la palabra plena, es algo del orden del discurso,
del discurso como trabajo? Sí, sin duda alguna. Es preciso que el discurso prosiga un
tiempo suficiente como para comprometerse enteramente en la construcción del ego. A
partir de ese momento, puede culminar de golpe en aquel para quien se edificó: es decir,
el amo. Al mismo tiempo, su propio valor se degrada, y ya no aparece sino como trabajo.
¿A qué nos conduce esto sino a plantear nuevamente que el concepto es el tiempo? En
este sentido, podemos decir que la transferencia es el concepto mismo del análisis porque
es el tiempo del análisis.
El análisis llamado análisis de las resistencias está siempre demasiado apurado por
develar al sujeto los patterns del ego, sus defensas, sus madrigueras y, en consecuencia,
lo muestra la experiencia y Freud lo enseña en un pasaje preciso de los Escritos Técnicos:
no permite que el sujeto avance ni siquiera un paso. Freud dice que, en este caso, es
preciso esperar.
Es preciso esperar. Es preciso esperar el tiempo necesario para que el sujeto realice la
dimensión en cuestión en el plano del símbolo, es decir, desprenda de lo vivido en análisisde
esa persecución, de esa pelea, de esa opresión que realiza el análisis de las
resistencias- la duración propia de algunos automatismos de repetición, lo cual les brinda,
de algún modo, valor simbólico.
O. MANNONI:-Pienso que éste es un problema concreto. Por ejemplo, hay obsesivos para
quienes toda su vida es una espera. Hacen del análisis una espera más. Es justamente lo
que quisiera comprender: ¿por qué esa espera del análisis reproduce en cierto modo la
espera de la vida y la modifica?
Perfectamente, y esto es lo que me preguntaron a propósito del caso Dora. El año pasado,
desarrollé la dialéctica del Hombre de las ratas en torno a la relación amo y esclavo. ¿Qué
espera el obsesivo? La muerte del amo. ¿De qué le sirve esta espera? Se interpone entre
él y la muerte. Cuando el amo muera todo empezará. Vuelven a encontrar en todas sus
formas esta estructura.
Por otra parte, el esclavo tiene razón; tiene todo derecho a jugar con esta espera. Citando
una salida que se atribuye a Tristan Bernard, el día que fue detenido para ser llevado al
campo de Dantzig: Hasta ahora vivimos en la angustia, ahora viviremos en la esperanza.
El amo- digámoslo- está en una relación mucho más abrupta con la muerte. El amo en
estado puro está en una posición desesperada: nada tiene que esperar sino su propia
muerte, pues nada puede esperar de la muerte del esclavo, excepto ciertos
inconvenientes. En cambio, el esclavo tiene mucho que esperar de la muerte del amo. Más
allá de la muerte del amo, será preciso que afronte la muerte como todo ser plenamente
realizado, y que asuma, en el sentido heideggeriano, su ser-para-la-muerte. Precisamente
el obsesivo no asume su ser-para-la muerte, está en suspenso. Esto es lo que hay que
mostrarle. Esta es la función de la imagen del amo como tal.
O. MANNONI:-… que es el analista.
…que se encarna en el analista. Sólo después de haber intentado unas cuentas salidas
imaginarias fuera de la prisión del amo, de acuerdo a ciertas escansiones, a cierto timing,
sólo entonces podrá el obsesivo realizar el concepto de sus obsesiones, es decir, lo que
ellas significan.
En cada obsesión hay, necesariamente, cierta cantidad de escansiones temporales, e
incluso de signos numéricos. Ya abordé este tema en el artículo sobre el Tiempo lógico. El
sujeto pensando el pensamiento del otro, ve en el otro la imagen y el esbozo de sus
propios movimientos. Ahora bien, cada vez que el otro es exactamente el mismo que el
sujeto, no hay más amo que el amo absoluto, la muerte. Pero el esclavo necesita cierto
tiempo para percibirlo.
Ya que está demasiado contento con ser esclavo, como todo el mundo.
Jacques Lacan hace distribuir figuritas de elefantes.