Los escritos técnicos de Freud contin.9

Los escritos técnicos de Freud contin.9

La tópica de lo imaginario
24 de Febrero de 1954
Meditación sobre la óptica. Introducción del ramillete invertido. Realidad: el caos original.
Imaginario: el nacimiento del yo. Simbólico: las posiciones del sujeto. Función del mito de
Edipo en el psicoanálisis.
La pequeña charla que les ofreceré hoy estaba anunciada con el título de La tópica de
lo imaginario. Un tema tan importante como éste llevaría varios años de enseñanza; pero
ya que en el hilo de nuestro discurso han surgido algunos problemas relaciónados con el
lugar de lo imaginario en la estructura simbólica, la charla de hoy puede reivindicar este
título.
Es, según un plan preconcebido, cuyo rigor espero el conjunto les demostrará, que los
guié la última vez hacia un caso especialmente significativo pues muestra de modo
reducido el juego recíproco de esos tres grandes términos que ya tuvimos oportunidad de
introducir: lo imaginario, lo simbólico y lo real.
Nada puede comprenderse de la técnica y la experiencia Freudianas sin estos tres
sistemas de referencia. Cuando se emplean estas distinciones muchas dificultades se
justifican y aclaran. Sucede así con los puntos incomprensibles que la señorita Gélinier
señaló el otro día en el texto de Melanie Klein. Cuando se intenta elaborar una experiencia
lo que cuenta no es tanto lo que se comprende como lo que no se comprende. El mérito
de la exposición de la señorita Gélinier radica precisamente en haber resaltado lo que en
este texto no ce comprende.
Se demuestra así la fecundidad del método de los comentarios. Comentar un texto es
como hacer un análisis. Cuantas veces advertí a quienes están en control conmigo cuando
me dicen: Creí entender que él quería decir esto o aquello, les advertí que una de las
cosas que más debemos evitar es precisamente comprender demasiado, comprender más
que lo que hay en el discurso del sujeto. No es lo mismo interpretar que imaginar
comprender. Es exactamente lo contrario. Incluso diría que las puertas de la comprensión
analítica se abren en base a un cierto rechazo de la comprensión.
No basta con que un texto parezca coherente. Ciertamente, este texto se sostiene en el
marco de las cantinelas que nos son habituales: maduración instintiva, instinto primitivo de
agresión, sadismo oral, anal, etc. Sin embargo, en el registro que Melanie Klein hace
intervenir aparecen algunos contrastes sobre los que volveré a insistir detalladamente.
Todo gira en torno a lo que a la Srta. Gélinier le pareció singular, paradójico, contradictorio,
respecto a la función del ego: demasiado desarrollado traba todo desarrollo, pero al
desarrollarse vuelve a abrir las puertas de la realidad. ¿Cómo es posible que el desarrollo
del ego vuelva a abrir las puertas de la realidad? ¿Cuál es la función propia de la
interpretación kleiniana, cuyas carácterísticas son las de una intrusión, un enchapado del
sujeto? Estas son las cuestiones que hoy tendremos que precisar.
Ya han debido darse cuenta que, en el caso de este joven sujeto, real, imaginario y
simbólico están allí perceptibles, aflorantes. Les enseñé a identificar lo simbólico con el
lenguaje: ahora bien, ¿no es precisamente en la medida en que, digamos, Melanie Klein
habla, que algo sucede? Por otra parte, ¿cuando Melanie Klein nos dice que los objetos se
constituyen mediante juegos de proyecciónes, introyecciónes, expulsiones,
reintroyecciónes de los objetos malos; cuando nos dice que el sujeto, quien ha proyectado
su sadismo, lo ve retornar desde esos objetos, y en consecuencia se halla bloqueado por
un temor ansioso, no sienten ustedes que nos hallamos en el dominio de lo imaginario?
Todo el problema reside entonces en la articulación de lo simbólico y lo imaginario en la
constitución de lo real.
Para tratar de aclararles un poco las cosas, he elaborado un pequeño modelo, sucedáneo
del estadio del espejo.
He señalado a menudo que el estadio del espejo no es simplemente un momento del
desarrollo. Cumple también una función ejemplar porque nos revela algunas de las
relaciones del sujeto con su imagen en tanto Urbild del yo. Ahora bien, ese estadio del
espejo, que no podemos negar, tiene una presentación óptica que tampoco podemos
negar. ¿Es acaso una casualidad ?
Las ciencias, en particular las ciencias nacientes como la nuestra, toman prestado
frecuentemente modelos a otras ciencias. ¡No imaginan, mis pobres amigos, todo lo que
deben ustedes a la geología! Si la geología no existiera, ¿cómo pensar entonces que, en
un mismo nivel, puede pasarse de una capa reciente a una capa muy anterior? No estaría
mal, lo digo al pasar, que todo analista se comprara un librito de geología. Hubo hace
tiempo un analista geólogo, Leuba, quien escribió un libro cuya lectura les recomiendo
calurosamente.
La óptica también tendría algo que decir. No me alejo con esto de la tradición del maestro:
seguramente más de uno habrá notado en la Traumdeutung, en el capítulo Psicología de
los procesos oníricos, el famoso esquema en el cual Freud inserta la totalidad del proceso
del inconsciente.
En su interior, Freud sitúa las distintas capas que se diferencian del nivel perceptivo, a
saber la impresión instantánea: S1, S2, etc., a la vez imagen, recuerdo. Estas huellas
registradas son luego reprimidas en el inconsciente. Es un esquema bonito, ya volveremos
a él pues nos será útil. Observen que va acompañado de un comentario que no parece
haber llamado la atención de nadie, a pesar de que Freud lo retomó en su casi última obra:
el Compendio de psicoanálisis.
Se los leo tal como figura en la Traumdeutung: La idea que así se nos ofrece es la de una
localidad psíquica trata exactamente del campo de la realidad psíquica, es decir, de todo lo
que sucede entre la percepción y la conciencia motriz del yo- . .. Vamos ahora a prescindir
por completo de la circunstancia de sernos conocido también anatómicamente el aparato
ahímico de que aquí se trata y vamos a eludir asimismo toda posible tentación de
determinar en dicho sentido la localidad psíquica. Permaneceremos, pues, en el terreno
psicológico y no pensaremos sino en obedecer a la invitación de representarnos el
instrumento puesto al servicio de las funciones ahímicas como un microscopio compuesto,
un aparato fotográfico o algo semejante. La localidad psíquica corresponderá entonces a
un lugar situado en el interior de este aparato, en el que surge uno de los grados
preliminares de la imagen. En el microscopio y en el telescopio son estos lugares puntos
ideales; esto es, puntos en los que no se halla situado ningún elemento concreto del
aparato. Creo innecesario excusarme por la imperfección de estas imagenes y otras que
han de seguir. Estas comparaciones no tienen otro objeto que el de auxiliarnos en una
tentativa de llegar a la comprensión de la complicada función psíquica total, dividiéndola y
adscribiendo cada una de sus funciones aisladas a uno de los elementos del aparato. La
tentativa de adivinar la composición del instrumento psíquico por medio de tal división no
ha sido emprendida todavía que yo sepa. Por mi parte no encuentro nada que a ella pueda
oponerse. Creo que nos es lícito dejar libre curso a nuestras hipótesis, siempre que
conservemos una perfecta imparcialidad de juicio y no tomemos nuestra débil armazón por
un edificio de absoluta solidez. Como lo que-necesitamos son representaciones auxiliares
que nos ayuden a conseguir una primera aproximación a algo desconocido, nos
serviremos del material más práctico y concreto.
Ya que los consejos están hechos para que nadie los siga, creo que es inútil aclararles que
desde entonces no hemos dejado de tomar el débil armazón por un edificio de absoluta
solidez. Por otra parte, la autorización que nos da Freud para utilizar en la aproximación a
un hecho desconocido relaciones auxiliares, me ha incitado a hacer gala de cierta
desenvoltura en la construcción de un esquema.
Vamos a usar hoy algo casi infantil, un aparato de óptica mucho más simple que un
microscopio complejo, sería divertido continuar con esta comparación, pero eso nos
llevaría demasiado lejos.
Les recomiendo encarecidamente que mediten acerca de la óptica. Cosa curiosa, se ha
fundado todo un sistema metafísico en la geometría y la mecánica, buscando en ellas
modelos de comprensión, en cambio, hasta hoy, no se ha sacado todo el partido posible
de la óptica. Sin embargo, ella debería prestarse a algunas ensoñaciones, esta curiosa
ciencia que intenta producir mediante aparatos esa cosa singular llamada «imagenes», a
diferencia de las demás ciencias que efectúan un recorte, una disección, una anatomía de
la naturaleza.
Tengan claro que al decir esto no busco darles gato por liebre, ni confundir las imagenes
ópticas con las imagenes que nos interesan. Pero, no por casualidad, llevan el mismo
nombre.
Las imagenes ópticas presentan variedades singulares; algunas son puramente subjetivas,
son las llamadas virtuales; otras son reales, es decir que se comportan en ciertos aspectos
como objetos y pueden ser consideradas como tales. Pero aún más peculiar: podemos
producir imagenes virtuales de esos objetos que son las imagenes reales. En este caso, el
objeto que es la imagen real recibe, con justa razón, el nombre de objeto virtual.
Todavía hay algo aún más sorprendente: la óptica se apoya, totalmente, en una teoría
matemática sin la cual es absolutamente imposible estructurarla. Para que haya óptica es
preciso que a cada punto dado en el espacio real le corresponda un punto, y sólo uno, en
otro espacio que es el espacio imaginario. Es ésta la hipótesis estructural fundamental.
Parece muy simple, pero sin ella no puede escribirse ecuación alguna, ni simbolizarse
nada; sin ella la óptica es imposible. Aún quienes la ignoran nada podrían hacer en óptica
si ella no existiese.
Allí también espacio real y espacio imaginario se confunden. Esto no impide que deban
pensarse como diferentes. En materia de óptica, encontramos muchas oportunidades para
entrenarnos en ciertas distinciones que muestran hasta qué punto es importante el resorte
simbólico en la manifestación de un fenómeno.
Por otro lado, en óptica existen una serie de fenómenos que podernos considerar como
totalmente reales puesto que es la experiencia quien nos guía en esta materia y, sin
embargo, la subjetividad está constantemente comprometida. Cuando ustedes ven un arco
iris ven algo totalmente subjetivo. Lo ven a cierta distancia destacándose sobre el paisaje.
El no está allí. Se trata de un fenómeno subjetivo. Sin embargo, gracias a una cámara
fotográfica pueden registrarlo objetivamente. ¿Qué es entonces? Ya no sabemos muy
bien¿verdad?-dónde se encuentra lo subjetivo y dónde se encuentra lo objetivo. ¿No será
más bien que estamos acostumbrados, en nuestras cortas entendederas, a establecer una
distinción demasiado somera entre lo objetivo y lo subjetivo? ¿Tal vez la cámara
fotográfica no sea más que un aparato subjetivo, enteramente construido con ayuda de
una x y una y que habitan el mismo territorio que el sujeto, es decir el del lenguaje?
Dejaré abiertos estos interrogantes para abordar directamente un pequeño ejemplo que
intentaré meterles en la cabeza antes de hacerlo en la pizarra, puesto que no hay nada
más peligroso que las cosas en la pizarra: quedan siempre un poco chatas.
Se trata de una experiencia clásica, que se llevaba a cabo en la época en que la física era
divertida, en la época de la verdadera física. Nosotros, de igual modo, estamos en la
época en que verdaderamente se trata de psicoanálisis. Cuando más cerca del
psicoanálisis divertido estemos, más cerca estaremos del verdadero psicoanálisis. Con el
tiempo se irá desgastando, se hará por aproximaciones y triquiñuelas. Ya no se
comprenderá nada de lo que se hace, así como ya no es necesario comprender nada de
óptica para hacer un microscopio. Regocijémonos pues, aún hacemos psicoanálisis.
Coloquen pues aquí, en mi lugar, un formidable caldero -que quizá me reemplazaría
ventajosamente, algunos días, como caja de resonancia-, un caldero lo más parecido
posible a una semiesfera, bien pulido en su interior, en resumen un espejo esférico. Si lo
acercamos casi hasta llegar a la mesa, ustedes no se verán dentro: así, aunque cada tanto
yo me transformase en caldero, el fenómeno de espejismo que se produce cada tanto
entre mis alumnos y yo, no se producirá aquí. Un espejo esférico produce una imagen real.
A cada punto de un rayo luminoso proveniente de un punto cualquiera de un objeto
situado a cierta distancia-preferentemente en el plano del centro de la esfera-le
corresponde en el mismo plano, por convergencia de los rayos reflejados sobre la
superficie de la esfera, otro punto luminoso: se produce entonces una imagen real del
objeto.
Lamento no haber podido traer hoy ni el caldero, ni los aparatos de la experiencia.
Tendrán que imaginárselos.
Supongan que esto sea una caja, hueca por este lado, y que está colocada sobre una
base, en el centro de la semiesfera Sobre la caja pondrán un florero, real. Debajo hay un
ramillete de flores. ¿Qué sucede entonces?
Experiencia del ramillete invertido
El ramillete se refleja en la superficie esférica, para aparecer en el punto luminoso
simétrico. Dada la propiedad de la superficie esférica, todos los rayos que emanan de un
punto dado aparecen en el mismo punto simétrico; con todos los rayos ocurre lo mismo. Se
forma así una imagen real. Observen que en mi esquema los rayos no se cruzan por
completo, pero así sucede también en la realidad, y en todos los instrumentos de óptica:
obtenemos sólo una aproximación. Más allá del ojo, los rayos continúan su trayectoria, y
vuelven a divergir. Pero, para el ojo son convergentes, y producen una imagen real, pues
la carácterística de los rayos que impresionan un ojo en forma convergente es la de
producir una imagen real. Convergen cuando llegan al ojo, divergen cuando se alejan de
él. Si los rayos impresionan al ojo en sentido contrario, se forma entonces una imagen
virtual. Es lo que sucede cuando miran una imagen en el espejo: la ven allí donde no está.
Aquí, por el contrario, ustedes la ven donde ella está, siempre y cuando el ojo de ustedes
se encuentre en el campo de los rayos que ya se han cruzado en el punto
correspondiente.
En ese momento, mientras no ven el ramillete real, que está oculto, verán aparecer, si
están en el campo adecuado, un curiosísimo ramillete imaginario, que se forma justamente
en el cuello del florero. Como sus ojos deben desplazarse linealmente en el mismo plano,
tendrán una sensación de realidad sintiendo, al mismo tiempo, que hay algo extraño,
confuso, porque los rayos no se cruzan bien. Cuanto más lejos estén, más influirá el
paralaje, y más completa será la ilusión.
Es éste un apólogo que nos resultará de gran utilidad. Claro que este esquema no
pretende abordar nada que tenga una relación substancial con lo que manipulamos en
análisis: las relaciones llamadas reales u objetivas, o las relaciones imaginarias. Sin
embargo, nos permite ilustrar, de modo particularmente sencillo, el resultado de la estrecha
intrincación del mundo imaginario y del mundo real en la economía psíquica; verán ahora
de qué modo.

Esta pequeña experiencia me fue favorable. No la inventé yo, es conocida desde hace
mucho tiempo con el nombre de experiencia del ramillete invertido. Así, tal cual es, en su
inocencia-sus autores no la fabricaron para nosotros-nos seduce hasta en sus detalles
contingentes, el florero y el ramillete.
En efecto, el dominio propio del yo primitivo, Ur-Ich o LustIch’, se constituye por clivaje(24),
por distinción respecto al mundo exterior: lo que está incluido en el exterior se distingue de
lo que se ha rechazado mediante los procesos de exclusión, Aufstossung, y de proyección.
De allí que, sin duda, las concepciones analíticas del estadio primitivo de la formación del
yo, colocaron en primer plano esas nociones que son las de continente y contenido. Por
este motivo la relación entre el florero y las flores que contiene puede servir como
metáfora, y de las más preciosas.
Saben que su proceso de maduración fisiológica permite al sujeto, en un momento
determinado de su historia, integrar efectivamente sus funciones motoras y acceder a un
dominio real de su cuerpo. Pero antes de este momento, aunque en forma correlativa con
él, el sujeto toma conciencia de su cuerpo como totalidad. Insisto en este punto en mi
teoría del estadio del espejo: la sola visión de la forma total del cuerpo humano brinda al
sujeto un dominio imaginario de su cuerpo, prematuro respecto al dominio real. Esta
formación se desvincula así del proceso mismo de la maduración, y no se confunde con él.
El sujeto anticipa la culminación del dominio psicológico, y esta anticipación dará su estilo
al ejercicio ulterior del dominio motor efectivo.
Es ésta la aventura imaginaria por la cual el hombre, por vez primera, experimenta que él
se ve, se refleja y se concibe como distinto, otro de lo que él es: dimensión esencial de lo
humano, que estructura el conjunto de su vida fantasmática.
En el origen suponemos todos los ellos, objetos, instintos, deseos, tendencias, etc. Se
trata pues de la realidad pura y simple, que en nada se delimita, que no puede ser aún
objeto de definición alguna; que no es ni buena ni mala, sino a la vez caótica y absoluta,
originaria. Freud se refiere a este nivel en Die Verneinung cuando habla de los juicios de
existencia: o bien es o bien no es. Aquí es donde la imagen del cuerpo of rece al sujeto la
primera forma que le permite ubicar lo que es y lo que no es del yo. Pues bien, digamos
que la imagen del cuerpo -si la situamos en nuestro esquema-es como el florero imaginario
que contiene el ramillete de flores real. Así es como podemos representarnos, antes del
nacimiento del yo y su surgimiento, al sujeto.
Se dan cuenta, sin duda, que estoy esquematizando, pero el desarrollo de una metáfora,
de un dispositivo para pensar, exige primero entender para qué sirve. Verán que este
dispositivo posee una capacidad de maniobra tal que es posible imprimirle cualquier tipo
de movimiento. Pueden invertir las condiciones de la experiencia: el florero podría estar
abajo y las flores arriba. Pueden, según su capricho, hacer imaginario lo que es real,
siempre y cuando conserven la relación entre los signos, + – + o -+-.
Para que la ilusión se produzca, para que se constituya, ante el ojo que mira, un mundo
donde lo imaginario pueda incluir lo real y, a la vez, formularlo; donde lo real pueda incluir
y, a la vez, situar lo imaginario, es preciso, ya lo he dicho, cumplir con una condición: el ojo
debe ocupar cierta posición, debe estar en el interior del cono.
Si está fuera de este cono, no verá ya lo que es imaginario, por la sencilla razón de que
nada proveniente del cono de emisión le impactará. Verá las cosas tal como son, en su
estado real, al desnudo, es decir el interior del mecanismo y, según los casos, un pobre
florero vacío o bien unas desoladas flores.
Me dirán: No somos un ojo, ¿qué significa este ojo que se pasea de un lado al otro?
La caja representa el cuerpo de ustedes. El ramillete son los instintos y los déseos, los
objetos de deseo que se pasean. ¿Y qué es el caldero? Tal vez el córtex. ¿Por qué no?
Sería divertido: hablaremos de ello otro día.
El ojo de ustedes no se pasea en medio de todo esto, está fijado allí, como un pequeño
apéndice titilante del córtex. Entonces, ¿por qué les cuento que se pasea, y que es en
función de su posición que el dispositivo funciona o no?
Como sucede con frecuencia, el ojo es aquí el símbolo del sujeto. Toda la ciencia se basa
en la reducción del sujeto a un ojo, por eso está proyectada ante ustedes, es decir
objetivada; les explicaré en otra oportunidad este punto. Hubo un año en que alguien
había traído una construcción muy buena de la teoría de los instintos, la más paradójica
que yo jamás haya oído, en la cual se entificaban los instintos. Al final, ni uno quedaba en
pie; en ese sentido era una demostración útil. Sería preciso, para relucirnos por un instante
a no ser sino un ojo, que nos situásemos en la posición del sabio que puede decretar que
él sólo es un ojo, y colocar un letrero en la puerta: No molestar al experimentador. No
ocurren así las cosas en la vida pues no somos un ojo. ¿Qué significa entonces este ojo
que está aquí?
Significa que, en la relación entre lo imaginario y lo real, y en la constitución del mundo que
de ella resulta, todo depende de la situación del sujeto. La situación del sujeto-deben
saberlo ya que se lo repito_está carácterizada esencialmente por su lugar en el mundo
simbólico; dicho de otro modo, en el mundo de la palabra. De ese lugar depende que el
sujeto tenga o no derecho a llamarse Pedro. Según el caso, estará o no, en el campo del
cono.
Aún cuando esto parezca un poco rígido tienen que metérselo en la cabeza para poder
comprender lo que ha de seguir.
Debemos tomar el texto de Melanie Klein como lo que es: el informe de una experiencia.
Se trata de un muchacho que, nos informan, tiene unos cuatro años, pero cuyo nivel
general de desarrollo está entre los quince y los dieciocho meses. Es éste un problema de
definición; nunca se sabe qué se quiere decir con esto. ¿Cuál es el instrumento de
medición? Esta aclaración se omite a menudo. Un desarrollo afectivo entre quince y
dieciocho meses, esta noción es aún más vaga que la imagen de una flor en la experiencia
que acabo de presentarles.
El niño dispone de un vocabulario muy limitado, y más que limitado, incorrecto. Deforma
las palabras, y la mayor parte del tiempo las emplea mal; otras veces en cambio uno se da
cuenta que conoce su sentido. Melanie Klein insiste en el hecho más sorprendente: este
niño no desea hacerse comprender, no busca comunicarse; sus únicas actividades más o
menos lúdicas son emitir sonidos y complacerse con estos sonidos sin significación, con
estos ruidos.
Sin embargo, este niño posee algo de orden del lenguaje, si no Melanie Klein no podría
hacerse entender por él. Dispone de algunos elementos del aparato simbólico. Por otra
parte, Melanie Klein, desde el primer contacto con el niño, que es tan importante,
carácteriza su actitud como apática, indiferente. Pero no por ello carece de orientación. No
da la impresión de ser idiota ni mucho menos. Melanie Klein lo distingue de todos los niños
neuróticos que ha examinado antes señalando que, en él, no hay indicios aparentes de
ansiedad, ni siquiera en la forma velada en que aparece en los neuróticos: explosión o
bien retracción, rigidez, timidez. Algo así no podría escapársele a una terapeuta de la
experiencia de Melanie Klein. Aquí está el niño, como si no pasara nada. Mira a Melanie
Klein como miraría un mueble.
Subrayo estos aspectos porque quiero destacar el carácter uniforme que, para él, tiene la
realidad. Todo le es igualmente real, igualmente indiferente.
Aquí comienzan las perplejidades de la señorita Gélinier.
El mundo del niño, nos dice Melanie Klein, se produce a partir de un continente-sería el
cuerpo de la madre-y de un contenido del cuerpo de esta madre. A lo largo del avance de
sus relaciones instintuales con ese objeto privilegiado que es la madre, el niño se ve
llevado a realizar una serie de relaciones de incorporación imaginaria. Puede morder,
absorber el cuerpo de su madre. El estilo de esta incorporación es un estilo de destrucción.
El niño espera encontrar en ese cuerpo materno cierta cantidad de objetos que, aunque
están incluidos en él, están provistos de cierta unidad, objetos que pueden serle
peligrosos. ¿Por qué peligrosos? Exactamente por la misma razón por la cual él es
peligroso para ellos. Los reviste-es oportuno decirlo-en espacio, con las mismas
capacidades de destrucción de las que se siente portador. Acentuará en este sentido su
exterioridad respecto a las primeras delimitaciones de su yo, y los rechazará como objetos
malos, peligrosos, caca.
Estos objetos serán, desde luego, exteriorizados, aislados de ese primer continente
universal, de ese primer gran todo que es la imagen fantasmática del cuerpo de la madre,
imperio total de la primera realidad infantil. Sin embargo, siempre se le presentarán
provistos del mismo acento maléfico que habrá marcado sus primeras relaciones con ellos.
Por eso los re-introyectará, y trasladará su interés hacia otros objetos menos peligrosos.
Llevará a cabo, por ejemplo, lo que se llama la ecuación heces-orina. Diferentes objetos
del mundo exterior, más neutralizados, se constituirán en equivalentes de los primeros,
vinculándose a ellos por una ecuación-lo subrayo-imaginaria. De este modo la ecuación
simbólica que volvemos a descubrir entre estos objetos surge de un mecanismo alternativo
de expulsión e introyección, de proyección y absorción, vale decir, de un juego imaginario.
Precisamente es este juego el que trato de simbolizar en mi esquema por las inclusiones
imaginarias de objetos reales, o inversamente por las capturas en el interior de un ámbito
real de objetos imaginarios.
En Dick, observamos un esbozo de imaginarización, si puedo decirlo asé, del mundo
exterior. Está ahí, a punto de aflorar, pero está tan sólo preparado.
Dick juega con el continente y con el contenido. De modo natural ya ha entificado ciertos
objetos, por ejemplo el trenecito, ciertas tendencias, incluso ciertas personas; él mismo es
el trenecito en relación a su padre que es el tren grande. Por otra parte, hecho
sorprendente, el número de objetos que son para él significativos es extremadamente
reducido; reducido a los signos mínimos que permiten expresar el adentro y el afuera, el
contenido y el continente. Así, el espacio negro es inmediatamente asimilado al interior del
cuerpo de la madre en el cual se refugia. Lo que no se produce es el juego libre, la
conjunción entre las diferentes formas, imaginaria y real de los objetos. Así, cuando busca
refugio en el interior vacío y negro del cuerpo materno, los objetos no están allí, para gran
sorpresa de la señorita Gélinier. Por la sencilla razón de que en su caso, el ramillete y el
florero no pueden estar allí al mismo tiempo. Esta es la clave.
El asombro de la señorita Gélinier se debe a que, para Melanie Klein, todo está en un
plano de igual realidad- The unreal reality como dice-lo cual, en efecto, no permite concebir
la disociación de los diferentes sets de objetos primitivos. Sucede que para Melanie Klein,
no hay teoría de lo imaginario, ni teoría del ego. Somos nosotros quienes debemos
introducir estas nociones y comprender que si una parte de la realidad es imaginada la otra
es real; o inversamente, si una es real la otra se convierte en imaginaria. Comprendemos
entonces por qué, al comienzo, la conjunción de las diferentes partes, de los diferentes
sets, no puede lograrse nunca.