LOS ORÍGENES DEL PENSAMIENTO GRIEGO

LOS ORÍGENES DEL PENSAMIENTO GRIEGO


(VERNAN, Jean-Pierre.- Los orígenes del pensamiento griego. Paidós Studio. 88. Barcelona. 1992.)

Estamos situados en la época que va del paso de la edad micénica a la construcción de La Polis entre los siglos VIII Y VII a.C. Previamente ya han sucedido la caída del imperio micénico en relación con las culturas de Oriente y la llamada época obscura. Con ello, se piensa en términos de una nueva cultura distinta de sus antepasados: la Grecia en donde se desarrolla la Polis. Sin embargo, la visión que se desarrolla con el estudio del imperio micénico, que tiene una vida social que gira en torno del palacio, es decir, centraliza las funciones religiosa, militar, política y económica; el rey (ánax) ejerce todos los elementos de poder: domina todas las actividades tanto económicas como sociales (sistema palatino) así como también de la escritura, utilizada sólo por los escribas para fines administrativos y cuantitativos, y su posterior desaparición, profundiza las posibles causas del surgimiento de la nueva organización política, social e intelectual.

La aparición de la polis implica necesariamente un cambio en las condiciones materiales, de relación entre individuos, pero lo que más se destaca es la utilización de la palabra para reglamentar la vida social y política, el desplazamiento de las distintas formas de poder por la palabra pública. Lo cual implica que estamos hablando de la creación de nuevas formas de distribución de la sociedad: la aparición de la ciudad que gira en torno de una plaza pública, el ágora. Por lo tanto, la palabra toma la forma de discusión, libre debate, se convierte en arma política que busca hacer a todos los hombres iguales, para lo cual los cargos públicos es la forma de concretizarlos.

Es aquí donde se mira la concepción que tienen de la ciudad: de forma geométrica circular, cada ciudadano está situado a igual distancia del centro, como los demás ciudadanos y, por lo tanto, tiene la misma posibilidad de ocupar los cargos públicos a su debido tiempo. Se aprecia la desaparición de una visión jerárquica o monárquica, ahora es como en un sólo plano, sin diferenciación; el poder se encuentra repartido, en la sucesión del tiempo, en todo el conjunto de los ciudadanos (tomando con reserva la concepción de ciudadano, ya que era una sociedad sustentada en el esclavismo); ya no existe la concepción del que manda y los que obedecen, de manera diferenciada, ahora son inseparables y reversibles porque cada individuo (ciudadano) los lleva a cabo en su respectivo momento. El sustento de la polis es precisamente la igualdad en la distancia que guardan los ciudadanos respecto de un centro y que permite equilibrar a la ciudad.

La isonomía es una corriente democrática dentro de la cual se definen todos los conceptos anteriores sobre la que está fundada la polis. Bajo esta forma de democracia los individuos están definidos en una relación de igualdad 1/1, visualizada como una igualdad total. Básicamente consiste en hacer que desaparezcan las partes que se contraponen políticamente en la cuidad e igualarlos para que todos tengan la misma posibilidad de acceder a las magistraturas. Es una igualdad horizontal, no vertical, entre ciudadanos.

Las funciones guerreras que en la monarquía micénica resaltaba el valor del individuo, las hazañas personales: la guerra heroica es porque se exalta la capacidad individual para el combate y también era una actividad exclusiva de la aristocracia. En la época de la polis aparece un personaje guerrero llamado hoplita que cambia las reglas de la guerra, la ética del soldado, por lo tanto, genera la democratización de la función militar: es el cambio de puesto del personaje guerrero en el orden social. Con la introducción de nuevas técnicas de combate: guardar la fila, la lucha hombro a hombro, someterse a una disciplina común: el respeto por la ley. Los cambios en las técnicas guerreras permiten la generalización de ésta actividad. Significa la pérdida de la posición social de la aristocracia. El guerrero como ciudadano no sólo es apto para el uso de las armas sino también de la palabra.

El cambio marcado por las técnicas guerreras en la vida social tan sólo es una de tantas que se llevaron a cabo en sociedad de la polis y que se oponían a las antiguas conductas de la aristocracia que llevaban a elevar al individuo por encima del común. La búsqueda del honor o la gloria en el combate, resaltar el poder de una persona, la riqueza, la ostentación al vestir, el lujo, el demasiado seguro de sí, etc., se miran con malos ojos como causantes de desigualdades sociales, provocan envidia y dividen la ciudad contra sí misma. Más bien, se opta por lo contrario: un modo de vida austero, severo, que no resalta la diferencia en las costumbres.

Uno de los cambios ocurridos para que se pudiera generar la sociedad de la polis parte de un orden o desorden económico que se traducen a los aspectos morales y religiosos en que vivía la sociedad griega de entonces. Ya se ha mencionado el reemplazo de los valores propios de la aristocracia. La orientación que le dan los griegos es de variados ordenes: religioso, político, económico pero enfocados al control de la ambición, el poder, la injusticia, la arbitrariedad, para delimitarlos a una regla general que se aplique a todos por igual: una norma superior. Estamos presenciando el surgimiento de las aspiraciones comunitarias y unitarias que pasan a ser constantes reclamos en la vida social en los campos de legislación, reforma, institución judicial, organización política, etc.

El mito como forma de contar los acontecimientos pasados, entendida así, y no como forma irracional, es uno de los elementos que permiten llevar a cabo el análisis de la transformación ocurrida. Con la desaparición del rey de la época micénica también se elimina la relación orden cósmico con la realidad y que se representa en los ritos.

La representación del origen del mundo corresponde a realidades físicas que lo engendran: cielo, mar, tierra, etc. Son construcciones que al igual que en la vida social toman su fundamento de las nociones de pensamiento moral y político, es decir, toman los conceptos de ley y orden que ya existían.

En el manual de Guthrie sobre los filósofos griegos, que expuse anteriormente, se nos recuerda que las primeras manifestaciones del pensamiento filosófico se producen en Mileto, en el siglo VI antes de Cristo, cuando las explicaciones míticas, sobrenaturales y mágicas empiezan a no servir ya a todos para explicar el origen del mundo y los fenómenos de la naturaleza. Pero Guthrie no se detiene a explicarnos las razones por las que se produce esa mutación intelectual del pensamiento mágico al filosófico precisamente en ese tiempo y lugar, supongo que porque no era el propósito del libro. Así que me fui a buscar otro texto que estudiase el asunto, porque no creo que el fenómeno se engendrase por generación espontánea.

“Los orígenes del pensamiento griego”, de Jean-Pierre Vernant, en cuya contraportada lo describen como una obra “dedicada a extender el certificado de nacimiento de la razón griega, a seguir el camino por donde ella pudo desprenderse de una mentalidad religiosa, a indicar lo que debe al mito y cómo lo ha superado…”, asegurando, mediante la laicización del pensamiento político en el régimen de la polis, el advenimiento de la filosofía. Y me dije: éste libro parece el que busco. Lo compré y ahora le toca el turno de lectura, resumen y exposición.

La primera edición de este libro fue en 1962. Como explica el escritor, su redacción se debe a que un día se tropezó con su amigo George Dumézil, que dirigía una colección titulada “Mitos y religiones” en las Presses Universitaires de France. El diálogo que mantuvieron bien pudo ser “plus ou moins” el siguiente, pero en un francés culto y elevado, claro:

– “Hombre, Jean-Pierre –saluda George- Me alegro mucho de verte. Creo que este encuentro es proverbial. Estoy apurado buscando autores que quieran participar en una colección que estoy editando. ¿Te interesaría colaborar?
– A ver, dame más datos ¿De qué se trata la colección?
– Pues mira, es sobre mitos y religiones. Necesitaría que me hicieses un trabajo relacionado con esa temática.
– Estimado colega, has tenido suerte. Precisamente estoy escribiendo algo que podría servir y andaba buscando editor.
– Joder, ¿no me digas? ¡qué casualidad!
– Sí. Estoy enfrascado en la investigación sobre los orígenes del pensamiento griego.
– Genial, tío, encaja perfectamente. Tema controvertido, oscuro y de fondo mítico: lo que busco. ¿Cómo lo estás abordando?
– Pues se trata de un estudio amplio y exhaustivo sobre las condiciones históricas y de cualquier otra índole que dieron lugar a la transformación del pensamiento religioso en razón política y filosófica durante el período que va del Siglo XII a de C al Siglo V. Va dirigido a especialistas del tema.
– ¡Tch! Está la cosa jodida entonces, porque el estilo de mi colección no es precisamente ese. Necesito un ensayo cortito, máximo 130 páginas, sin rollos eruditos llenos de notas a pie de página. Quiero una visión personal y esquemática, asequible a cualquier lego-lerdo que quiera comprar el libro.
– No me fastidies, George. ¿Cómo quieres que resuma setecientos años en cuatro páginas? Además lo mío no es el aspecto divulgativo dirigido al gran público.
– Mira, tío, no me seas un capullo elitista. Y además tampoco se trata de divulgación. Sé que en unas pocas páginas no se pueden establecer todos los criterios, ni utilizar todos los recursos, ni dejar cerrado el tema, como imagino a ti te gustaría, aunque sepas que no es posible. No, no es eso. Se trataría más bien de resumir los puntos clave y de relanzar el asunto a la controversia a través de alguna nueva vía o posición que te haya podido surgir durante tu investigación. ¿No te parece atractiva la propuesta?
– No sé, no sé. Tendría que verlo. Es una perspectiva distinta de la que había emprendido. Además no hemos hablado aún de cuánto me pagarías.
– Tú sabes que con esto de los libros universitarios no se gana mucho. Pero bueno, me han concedido una buena subvención en Cultura, así que no te preocupes por eso. Creo que podría ofrecerte tropecientos francos, más un tanto por ciento sobre las ventas. Por cierto, que me encontré al amigo Lévi-strauss y le propuse que colaborara también.
– ¿Ah, sí?, ¿qué tal está? ¿Aceptó?
– Sigue tan independiente como siempre y un poco pesimista. Pero, al contrario que a ti, la propuesta y el estilo del proyecto le han entusiasmado. Está escribiéndome algo sobre el totemismo en la actualidad.
– Vaya, vaya. A ver si quedamos para almorzar un día y te lo traes. Me gustaría discutir algunas cosas con él.
– Sí. Ya nos pondremos en contacto. Y bien, ¿te animas por fin o qué?
– Mmmmmm. Bueno, creo que puedo preparar algo, sí. Trato hecho.

Efectivamente nuestro erudito se pone manos a la obra y escribe este libro que tengo entre manos. Comienza, en un largo prólogo, haciéndose la pregunta que yo quería que me contestasen: ¿CUÁL ES EL ORIGEN DEL PENSAMIENTO RACIONAL EN OCCIDENTE? ¿CÓMO NACIÓ EN EL MUNDO GRIEGO?

Primero, antes de contestar, expone los TRES rasgos que, a su juicio, caracterizan el comienzo de la filosofía y de la ciencia griegas, engarzados entre sí y estrechamente relacionados. A saber:

1) Carácter profano y positivo. Es decir, el pensamiento ya es ajeno a la religión. Las explicaciones que los primeros filósofos dan a la génesis del cosmos y a los fenómenos naturales son de espíritu plenamente positivo. Se ignoran a sabiendas y con premeditación y alevosía las Potencias divinas.

2) Noción de un orden de la naturaleza concebido de manera abstracta y fundado sobre relaciones de estricta igualdad. El orden cósmico ya no descansa sobre el poder de un dios soberano, sino sobre una ley inmanente al universo, una regla de reparto (nomos) que impone a todos los elementos que constituyen la naturaleza un orden igualitario. Ninguno manda sobre otro.

3) Visión geométrica de un universo situado en un espacio homogéneo y simétrico. El mundo físico se concibe y proyecta en un marco espacial que ya no se define por sus cualidades religiosas de fasto o nefasto, de celeste o infernal, sino que está hecho de relaciones recíprocas, simétricas, reversibles.

A continuación viene la respuesta a las preguntas que hemos recogido más arriba. Para Vernant esta respuesta está vinculada al conjunto de condiciones que condujeron a Grecia de la civilización palacial micénica, muy próxima a los reinos orientales de aquel tiempo, al universo social y espiritual de la Polis. El nacimiento de la Polis no sólo marca una serie de transformaciones económicas y políticas, sino que supone también un cambio de mentalidad, el descubrimiento de otro horizonte intelectual, la elaboración de un nuevo espacio social, centrado ahora en el ágora, la plaza pública.

¿Cuáles son esas condiciones o rasgos de la nueva praxis social que trae consigo el nacimiento de la polis?

1.- Desaparece el Anax micénico, el príncipe cuyo poder eminente, tanto controla y regula, a través de sus escribas, toda la vida social, tanto en su aspecto económico, como político, como religioso.

2.- Se promociona la palabra, convirtiéndose, a través del libre debate, la discusión y la argumentación contradictoria, en el arma política por excelencia, en el instrumento de supremacía del Estado.

3.- La plena publicidad que se le da tanto a las manifestaciones de la vida social, leyes o decretos, por ejemplo, como a las producciones individuales. Todos los ciudadanos tendrán acceso a conocerlas, a criticarlas y a someterlas a controversia.

4,- Se sustituyen las antiguas relaciones jerárquicas de dominación y de sumisión por un nuevo tipo de relación social fundada en la simetría, la reversibilidad, la reciprocidad entre ciudadanos definidos como “semejantes” o “iguales” (isonomía).

5.- Se abandona la antigua actitud que considera la tradición como una verdad inamovible que hay que respetar y repetir sin cambiar nada.

6.- Como consecuencia de lo anterior, se produce un esfuerzo individual para liberarse, para afirmar su originalidad tomando sus distancias con relación a los antepasados, cuyas afirmaciones se amplían, rectifican o rechazan por completo.

Estos rasgos propios y característicos de las formas institucionales y las estructuras mentales que se desarrollan en la Polis encajan de forma solidaria con el nuevo modelo del mundo que elaboran los físicos jonios. La secularización, racionalización y la geometrización del pensamiento que muestran, al igual que un espíritu de invención y crítica, se da en ambos frentes, es decir, tanto en la praxis social como en la especulación filosófica sobre la naturaleza que llevan a cabo los físicos de la escuela de Mileto.

La primera “sofía”, la de los “sabios” de Grecia fue una reflexión moral y política. Intentó definir los fundamentos de un nuevo orden humano que sustituiría el poder absoluto del monarca, o de los nobles y poderosos, por una ley igualitaria, común a todos. La ciudad toma entonces la forma de un cosmos circular y centrado: cada ciudadano, semejante a todos los demás, obedeciendo y mandando por turno, deberá sucesivamente, siguiendo el orden del tiempo, ocupar y ceder todas las posiciones simétricas que componen el espacio cívico. Esta imagen del cosmos social, regulado por la isonomía, es la que encontramos también proyectada por los jonios en el universo físico. Se abandona, por tanto, la visión de las antiguas teogonías que estaban integradas por los mitos de la soberanía enraizados en los rituales reales.

Esta es, en líneas muy generales, la tesis de Vernant y la que me interesa recoger aquí. Aunque el autor, en una introducción, ocho capítulos y una conclusión abunda en la cuestión, aportando datos y enriqueciendo la tesis por todos los frentes. Reseñaré muy sucintamente algunas nociones del contenido, aunque el que quiera profundizar, deberá ir al texto directamente..

Así, grosso modo, en el PRIMER CAPÍTULO, sobre el panorama o CUADRO HISTÓRICO, viene a incidir en la estrecha asociación de los micenios (pueblo indoeuropeo que se establece en la Hélade, entre el 2000 y el 1900 a. de C., que habla un griego arcaico y es pariente próximo de los hititas que llegan al Asia Menos y se expanden por la planicie de Anatolia) con las grandes civilizaciones del Mediterráneo oriental, integradas en el mundo del Cercano Oriente, con el que mantiene amplios contactos e intercambios.

En el CAPÍTULO SEGUNDO, sobre la MONARQUÍA MICÉNICA nos cuenta que en el continente griego se asentó el sistema monárquico micénico, similar al hitita en oriente, en el que el rey (ánax) ejercía su autoridad en todos los niveles, tanto militar, como económico y religioso, por medio de un control “burocrático” basado en el empleo de la escritura y en la constitución de archivos. También se desarrolló, junto a la vida agrícola, cuyas comunidades no estaban, respecto del palacio, en una dependencia tan absoluta que no pudieran subsistir sin ella, una artesanía muy especializada, organizada en gremios según el modelo oriental.
La invasión dórica acaba con todo esto y se rompen los vínculos de Grecia con Oriente. El continente griego se aisla, replegado sobre sí mismo y retorna a una forma de economía puramente agrícola. El sistema palatino se derrumba por completo. La escritura misma desaparece. Cuando los griegos la vuelven a descubrir en el siglo IX (ya no la micénica sino la fenicia), su significación social y psicológica se habrá transformado. La escritura ya no tendrá por objeto la creación de archivos para control económico y demás, sino una función de publicidad y divulgación de los distintos aspectos de la vida social y económica.

En el CAPÍTULO TERCERO, titulado LA CRISIS DE LA SOBERANÍA expone que la caída del poderío micénico y la expansión de los dorios en el Peloponeso, en Creta y hasta en Rodas, inauguran una nueva edad en la civilización griega. La metalurgia del hierro sucede a la del bronce, la incineración de los cadáveres reemplaza a la inhumación y la cerámica abandona las escenas de la vida animal y vegetal y adopta la decoración geométrica. Estos cambios suponen también una nueva actitud del espíritu que consiste en la conciencia de una pasado separado del presente, diferente de él; el alejamiento de los vivos del mundo de los muertos, y el distanciamiento entre hombres y dioses.
De Micenas a Homero, la lengua cambia. El vocabulario de los títulos, de las funciones militares y civiles, de la tenencia del suelo, desaparece casi por completo. Los pocos términos que sobreviven, como basiléus o témenos no tienen ya el mismo valor, su naturaleza ha cambiado.
Las comunidades aldeanas y la aristocracia guerrera son las fuerzas opuestas sociales que permanecen y que harán nacer, en la búsqueda de un acuerdo y equilibrio entre ellas, la reflexión moral y las especulaciones políticas, las cuales definirán una nueva forma de sabiduría humana, de sophía, que no se centra sobre la physis, sino sobre el mundo de los hombres. Los sabios legendarios de Grecia son de este período (siglo VII). La noción de la arkhé (el mando), se separa de la basíleia. La arkhé es delegada de año en año, en función de una decisión, que supone enfrentamiento y discusión. El basiléus ya no es el personaje casi divino con poder en todos los planos, sino que se ve relegado simplemente a ciertas funciones sacerdotales.
La imagen del rey, dueño y señor de todo poder, se reemplaza por la idea de funciones sociales especializadas, diferentes unas de otras y cuyo ajuste plantea difíciles problemas de equilibrio. El cuerpo social es un como un compuesto integrado por múltiples elementos heterogéneos, de partes –móirai- separadas, de clases en funciones que se excluyen recíprocamente, pero cuya mezcla y fusión, sin embargo, debe realizarse. Poder de conflicto-poder de unión, eris-philia, estas dos entidades divinas, opuestas y complementarias señalan como los dos polos de la vida social en el mundo aristocrático que sucede a las antiguas monarquías.
La arkhé no podía ya ser la propiedad exclusiva de un individuo cualquiera. El Estado se ha despojado de todo carácter privado, particular, y aparece como un asunto de incumbencia de todos. Esto supone el advenimiento de un espacio social enteramente nuevo. Las construcciones urbanas no se hacen en derredor de un palacio real, cercado de fortificaciones, sino que la ciudad, que ya puede llamarse polis, está centrada en el ágora, espacio común, sede de la hestia koiné, espacio público en el que se debaten los problemas de interés general.

En el CAPÍTULO CUARTO, que lleva por título EL UNIVERSO ESPIRITUAL DE LA POLIS, Vernant considera la aparición de la polis como un elemento decisivo en la historia del pensamiento griego. El sistema de la polis, implica, ante todo, una preeminencia de la PALABRA sobre todos los otros instrumentos de poder. Llega a ser la herramienta política por excelencia, la llave de toda autoridad en el Estado. Entre la política y el logos hay una realización estrecha, una trabazón recíproca. El arte político es, en lo esencial, un ejercicio del lenguaje; y el logos, en su origen, adquiere conciencia de sí mismo, de sus reglas, de su eficacia, a través de su función política. La retórica y la sofística abren el camino a las investigaciones de Aristóteles y definen, al lado de una técnica de persuasión, las reglas de la demostración; sientan una lógica de lo verdadero, propia del saber teórico, frente a la lógica de lo verosímil o lo probable, propia de los debates de la práctica.
Un segundo rasgo de la polis es el carácter de plena PUBLICIDAD que se da a las manifestaciones más importantes de la vida social. Los conocimientos, los valores, las técnicas mentales ya no son privativas de una aristocracia guerrera y sacerdotal, sino que se llevan a la plaza pública y se someten a crítica y controversia. La escritura permitirá la divulgación de conocimientos anteriormente reservados o prohibidos. Esto trae consigue la reivindicación de la redacción de las leyes, para asegurarles permanencia y fijeza, sustrayéndolas de la autoridad privada de los basiléis. En el ámbito religioso, los sacra, celosamente conservados como talismanes de poder en el secreto de los palacios y casas sacerdotales, emigran a los templos públicos, convirtiéndose en imágenes, sin otra función ritual que la de ser vistos, como un espectáculo que sirve de enseñanza sobre los dioses.
La laicización de la vida política tiene como contrapartida una religión oficial más distanciada de los asuntos humanos, y ya no tan directamente comprometida en las vicisitudes de la arkhé. También se desarrollan, al margen de la ciudad y paralelamente al culto público, asociaciones basadas en el secreto. Sectas, cofradías y misterios son grupos cerrados y jerarquizados, que implican escalas y grados. Son sociedades de iniciación que intentan aportar una transformación espiritual a sus acólitos, pero sin incidencias en lo político. El secreto adquiere de este modo una significación religiosa particular: define una religión de la salvación personal que aspira a transformar al individuo con independencia del orden social. La filosofía se encuentra, al nacer, en una posición ambigua: flota a su vez entre el espíritu de secreto, propio de las sectas y la publicidad del debate contradictorio que caracteriza a la actividad política.
Otro rasgo que caracteriza el espíritu de la polis es la ISONOMÍA: igual participación de todos los ciudadanos (hómoioi –semejantes- o isói –iguales-) en el ejercicio del poder, que inspiró reformas como la de Clístenes, y que se remonta a las reivindicaciones del poder aristocrático frente al poder de uno solo (monarca o tirano). La forma de una relación recíproca y reversible sustituye a las relaciones jerárquicas de sumisión y dominación. Los ciudadanos, en el plano político, son como unidades intercambiables dentro de un sistema cuyo equilibrio es la ley y cuya norma es la igualdad.

El CAPÍTULO CINCO, titulado LA CRISIS DE LA CIUDAD, LOS PRIMEROS SABIOS nos cuenta que a fines del siglo VII se inicia una crisis que se desarrollará durante el siglo VI. El punto de partida de la crisis, esquematizando mucho, fue de orden económico. Se reanudaron los contactos con Oriente, que habían sido rotos a la caída del imperio micénico. Se produce un avance demográfico, que implica un ensanchamiento del horizonte marítimo a la búsqueda de tierras, alimentos y metales. La influencia oriental no sólo se refleja en la cerámica, en los temas que se representan, sino que la aristocracia griega queda seducida por el lujo, el refinamiento y la opulencia orientales. La ostentación de la riqueza pasa a ser uno de los elementos de prestigio de los gene. Surge un nuevo tipo de propietario de bienes raíces que vigila el rendimiento de sus tierras. La concentración de la propiedad territorial en un pequeño número de manos y el avasallamiento de la mayor parte de los demos, hacen de la cuestión agraria el problema grave de este período arcaico.
Las consecuencias de esta crisis serán, en el dominio del derecho y de la vida social, ciertas reformas a las que se encuentran asociados personajes de muy distinta índole y condición, los llamados Sabios de Grecia, cuya lista de siete es flotante y variable y nada clara en relación a la cronología y a la verosimilitud (entre ellos se nombra a Solón, poeta gnómico, pítaco, Periandro, tirano de Corinto, Epiménides, prototipo del mago inspirado). Será también, dentro del ámbito intelectual, un esfuerzo por trazar el cuadro y elaborar las nociones fundamentales de la nueva ética griega. Según Aristóteles fue la sabiduría de la que estuvieron dotados estos siete sabios, sabiduría que consiste en la organización de la polis, la invención de las leyes y de todos los demás vínculos que ensamblan entre sí las partes de una ciudad, la que estableció precisamente las virtudes propias del ciudadano. Para el gran filósofo fue un tipo de sabiduría anterior a la ciencia física y a la Sabiduría Suprema, que tiene por objeto las realidades divinas.
El esfuerzo de renovación actúa en distintos planos a la vez: es simultáneamente religioso, jurídico, político y económico; aspira siempre a restringir la dynamis de los gene, quiere poner un límite a su ambición, a su iniciativa, a su voluntad de poder, sometiéndolas a una regla general cuya obligación se aplique por igual a todos. Esa norma superior es la dike, que es la que debe establecer entre los ciudadanos un justo equilibrio que garantice la xeunomía: la distribución equitativa de las obligaciones, de los honores, del poder, entre los individuos y las facciones que componen el cuerpo social. La dike, de este modo, concilia y armoniza esos elementos para hacer de ellos una ciudad unida.
Los primeros testimonios del espíritu nuevo afectan a determinadas materias del derecho. Se universaliza la condenación del crimen, con exigencia de expiación, de una purificación del mal. No se pueden concebir, por tanto, los comienzos del Derecho fuera de un cierto clima religioso, de una efervescencia mística que responde a una conciencia comunitaria más exigente que va a orientar un esfuerzo de legislación y reforma, laicizándose y traspasándose a pensamiento positivo al encarnarse en la institución judicial y en la organización política. En los procesos judiciales el juez tiene que esclarecer la verdad. No pide a los testigos que juren, solidarizándose con una de las partes, sino que informen sobre los hechos. Se pone en juego toda una técnica de demostración, de reconstrucción de lo plausible y lo probable, de deducción a partir de indicios o señales, y la actividad judicial contribuirá a elaborar la noción de una verdad objetiva que, dentro del cuadro del “prederecho”, el proceso antiguo ignoraba.

El CAPÍTULO SEIS, sobre LA ORGANIZACIÓN DEL COSMOS HUMANO nos dice que la efervescencia religiosa no sólo contribuyó al nacimiento del Derecho, sino que preparó también un esfuerzo de reflexión moral y orientó especulaciones políticas. Ya hemos visto en el capítulo anterior los ideales de pureza, de una vida pura de todo contacto sangriento, expresado en la legislación sobre el homicidio, y de austeridad, contra la ostentación del lujo. La areté no sólo se despoja de su aspecto guerrero tradicional sino que es producto de una disciplina dura y severa, de una atención sin descanso para escapar a las tentaciones del placer (hedoné), al atractivo de la molicie (malakhía) y de la sensualidad (tryphé), para preferir una vida totalmente dedicada al esfuerzo penoso (ponos).
En contraste con la hybris del rico (la ambición de riqueza sin límite que sustituye a todos los valores aristocráticos y que puede proveerlos), se perfila el ideal de la sophrosyné. Está hecho de templanza, de proporción, de justa medida, de justo término medio, lo que da a la areté griega un aspecto “burgués”: es la clase media (mesoi) la que podrá ejercer en la ciudad la acción moderada, estableciendo un equilibrio entre los dos extremos, un vínculo entre los dos partidos que desgarran la ciudad. El mismo Solón, hombre del “centro”, se presenta como árbitro, como mediador. Hará de la polis un kosmos armonioso, una eunomía que impone un límite a la ambición de aquellos a quienes anima el espíritu de la desmesura. Este arbitraje supone un juez que, para aplicar su decisión, la refiera a una ley superior a las partes, a una diké que debe ser idéntica para todos. Los jueces son servidores de Nomos, que conserva, por su relación con la diké, cierta resonancia religiosa, pero que se expresa sobre un esfuerzo positivo y racional de legislación para poner fin a un conflicto. La justicia aparece como un orden completamente natural que se reglamente por sí misma. Es la maldad de los hombres, su espíritu de hybris, su sed insaciable de riquezas lo que produce el desorden. La justa medida debe, por tanto, quebrar la arrogancia de los ricos y hacer que cese la esclavitud del démos, sin transigir, no obstante, con la subversión.
A través de esta laicización del pensamiento moral ha podido renovarse y precisarse la imagen de una virtud como la sophrosyne. En Homero tiene un valor general. En Pausanias se define en oposición a la locura, que es al mismo tiempo una impureza. En el clima religioso de las sectas adoptaría una coloración ascética como una virtud de inhibición, de abstinencia, de apartarse del mal. El dominio de sí en que consiste la sophrosyne parece implicar una cierta tensión entre dos elementos opuestos: el orden del thymós (afectividad, emociones, pasiones) y el orden de la prudencia reflexiva, de un cálculo racional. El thymós está hecho para obedecer y someterse. Sin embargo, es fuera de las sectas, en la vida pública y social, donde la sophrosyne adquiere una significación moral y política precisa. Ya en una institución como la agogé espartana, la sophrosyne aparecía con un carácter esencialmente social, que consistía en someter a cada individuo, en sus relaciones con los demás, a un modelo común de conformidad con la imagen que la ciudad se forma del “hombre político”, un hombre que, por su contención, se aleja tanto de la negligencia, de las trivialidades bufonescas propias del vulgo, como de la condescendencia y del orgullo altanero de los aristócratas. Este nuevo estilo se traduce en sentencias como “conócete a ti mismo”, “nada en demasía”, “lo mejor es el justo medio”. La armonía de la eunomonía implica, por consiguiente, el reconocimiento, tanto en el cuerpo social como en el individuo, de una polaridad entre el bien y el mal, la necesidad de asegurar la preponderancia de lo mejor sobre lo peor. Esta orientación es la que triunfa en el pitagorismo y en la “República” de Platón. Aquí, la relación social se asimila a un vínculo contractual, y no ya a un estatuto de dominación y de sumisión, que va a expresarse en términos de reciprocidad, de reversibilidad. Los “mejores” se educan mediante la paideia filosófica, no para obtener riquezas y poder, sino, por el contrario, por espíritu de generosa liberalidad, para dar a los pobres que, de este modo, se mantienen en su posición inferior sin experimentar injusticia por ello.
La corriente democrática va más lejos y define a todos los ciudadanos, en cuanto tales, sin consideración de fortuna ni de virtud, como iguales. Tal es la idea de isonomía. El objetivo de las reformas de Clístenes es igualar estrictamente a todos en la participación de la arkhé, en el acceso a las magistraturas, hacer que desaparezcan todas las diferencias. Bajo la ley de la isonomía, el mundo social adopta la forma de un kosmos circular y centrado, en el que cada individuo, precisamente porque es semejante a todos los demás, habrá de recorrer la totalidad del circuito, ocupando y cediendo sucesivamente, según el orden del tiempo, todas las posiciones simétricas que componen el espacio cívico.

En el CAPÍTULO SIETE, titulado COSMOGONÍAS Y MITOS DE SOBERANÍA nos asomamos a los inicios del pensamiento filosófico que, como ya nos han dicho otros, comienza a principios del siglo VI en la Mileto Jónica, donde hombres como Tales, Anaximandro y Anaxímenes inauguran un nuevo modo de reflexión acerca de la naturaleza, physis, a la que toman como objeto de una investigación sistemática y desinteresada, de una historia, y de la cual presentan un cuadro de conjunto, una teoría. Proponen explicaciones que dejan fuera los agentes sobrenaturales, cuyas aventuras, luchas y hazañas formaban la trama de los mitos de génesis del mundo y de su ordenación. Esta revolución intelectual aparece tan súbita y profunda, que se la ha creído inexplicable en términos de causalidad histórica, hablándose del milagro griego. Sin embargo, para F. M. Cornford, la primera filosofía se acerca más a una construcción mítica que a una teoría científica, ya que ignora todo acerca de la experimentación y los métodos e inspiración de la ciencia. Pero tampoco es un producto de una reflexión ingenua y espontánea de la razón acerca de la naturaleza. Traspone, en una forma laica y con un vocabulario más abstracto, la concepción del mundo elaborada de la religión, si bien los milesios toman de los mitos del génesis no sólo una imagen del universo, sino también todo un material conceptual y esquemas explicativos.
Sin embago, a pesar de todas las analogías y reminiscencias entre el mito y la filosofía, no hay verdadera continuidad entre ellas. El filósofo no se contenta con repetir en términos de physis lo que el teólogo había explicado en términos de potencia divina, sino que, al cambio de registro, al uso de un vocabulario profano, se corresponde una nueva actitud de espíritu y un clima intelectual diferente. Los físicos, deliberadamente, ignoran el mundo de la religión y del misterio. La filosofía, en su forma, se relaciona con el proceso de laicización y racionalización que hemos visto en los anteriores capítulos y que definía el orden de la ciudad. Los milesios han partido del mito, pero han transformado profundamente la imagen del universo, ordenándolo según un modelo más geométrico.
Las teogonías y cosmogonías griegas, además de relatos de génesis son también mitos de soberanía. Hay muchas coincidencias entre el mito babilónico y la teogonía griega, ya que, según Cornford, ésta deriva de aquél. En el mito babilónico, el rey no domina solamente la jerarquía social, sino que interviene también en la marcha de los fenómenos naturales. En Grecia, la teogonía de Hesíodo se ordena en la misma perspectiva y no sólo ella. El mito no se pregunta cómo del caos ha surgido un mundo ordenado, sino quién es el Dios soberano que ha conseguido reinar sobre el universo. El mito se constituye a través de las generaciones divinas, hasta el momento en que una supremacía, definitiva ya, pone término a la elaboración dramática de la dynasteia.
La palabra arkhé procede del vocabulario del mito. Anaximandro, al adoptar el término, le confiere por primera vez su sentido filosófico de principio elemental. Para el físico filósofo, el orden del mundo no es instituido en un momento dado por un agente singular, un soberano, sino que, inmanente a la physis, la gran ley que rige el universo tenía que estar ya presente de algún modo en el elemento original del que surgió poco a poco el mundo.
Hay tres grandes rasgos que describen el cuadro dentro del cual las teogonías griegas diseñan la imagen del mundo
1.- El universo es una jerarquía de poderes.
2.- El orden del universo ha sido instaurado dramáticamente por la intervención de un agente, y no necesariamente en virtud del juego dinámico de los elementos que lo constituyen.
3.- El mundo está dominado por el poder excepcional de ese agente, que aparece único y privilegiado, en un plano superior a los demás dioses.
Estos tres rasgos dan al relato mítico su lógica y coherencia internas, tanto en Grecia como en Oriente. Sin embargo, tras el hundimiento de la monarquía micénica, no subsisten en Grecia ya de los antiguos ritos reales más que vestigios cuyo sentido se ha perdido. Liberado de la práctica del culto, el relato pudo adquirir un carácter más desinteresado, más autónomo. Pudo en ciertos aspectos preparar y prefigurar la obra del filósofo. Así, ya en Hesíodo, en algunos pasajes, el orden cósmico aparece disociado de la función real, desgajado de toda vinculación con el rito. Lo que le faltó fue poder representar un universo sometido al reino de la ley, un kosmos que se organizara imponiendo a todas sus partes un mismo orden de isonomía, hecho de equilibrio, reciprocidad y simetría.

El CAPÍTULO OCHO, llamado LA NUEVA IMAGEN DEL MUNDO presenta la obra de Anaximandro como la que muestra más claramente la amplitud de la revolución intelectual realizada por los milesios (véase en el libro :P). Y termina con que Platón, consciente de estas correspondencias entre la estructura del cosmos natural y la organización del cosmos social, hizo inscribir en el umbral de la academia: “Nadie entre aquí si no sabe geometría”, dando testimonio así de los vínculos que un mismo origen y una orientación común han establecido y conservado durante mucho tiempo, entre los griegos, entre pensamiento geométrico y pensamiento político. Platón asocia estrechamente el conocimiento de la isotes, de la igualdad geométrica, fundamento del cosmos físico, a las virtudes políticas sobre las cuales reposa el nuevo orden de la ciudad: la diakaiosyne y la sophrosyne.