Los estímulos sensoriales exteriores

Los estímulos sensoriales exteriores

El joven Strümpell, hijo del filósofo cuya obra sobre los sueños ya nos ha servido varias veces de guía en los problemas oníricos, ha comunicado, como se sabe, la observación de un enfermo que adolecía de anestesia general de la piel y parálisis de varios de los órganos superiores de los sentidos. Cuando se obstruían a este hombre las pocas vías sensoriales que aún tenía expeditas, se dormía. Y todos nosotros, cuando queremos dormirnos, solemos procurar una situación semejante a la del experimento de Strümpell. Cerramos las vías sensoriales más importantes, los ojos, y buscamos apartar de los otros sentidos todo estímulo o toda alteración de los estímulos que actúan sobre ellos. Nos dormimos entonces, aunque no logremos del todo nuestro propósito. No podemos mantener completamente alejados los estímulos de nuestros órganos sensoriales, ni suprimir por completo la excitabilidad de estos. El hecho de que estímulos más fuertes nos despierten en cualquier momento demuestra que «también durante el sueño el alma se mantiene continuamente ligada con el mundo exterior al cuerpo». Los estímulos sensoriales que nos llegan durante el dormir muy bien pueden convertirse en fuentes de sueños.

De esos estímulos existe una larga serie, desde aquellos que el estado del dormir trae consigo inevitablemente o que ha de admitir en ocasiones, hasta el casual estímulo despertador, idóneo para poner fin al dormir o destinado a eso. Una luz más intensa puede herir los ojos, un ruido hacerse perceptible o una sustancia olorosa excitar la membrana pituitaria. Mientras dormimos, un movimiento involuntario puede destapar partes de nuestro cuerpo, y así exponernos a una sensación de enfriamiento, o bien con un cambio de posición producimos en nosotros mismos sensaciones de presión o de contacto. Un mosquito puede picarnos o un pequeño accidente nocturno asediar al mismo tiempo varios de nuestros sentidos. Los observadores han reunido toda una serie de sueños en los cuales el estímulo que se comprobó al despertar y un tramo del contenido del sueño concuerdan tan bien que puede reconocerse en el estímulo la fuente del sueño.

Cito aquí, siguiendo a Jessen (1855, págs. 527-8), una selección de esos sueños cuyo origen puede rastrearse hasta una estimulación sensorial objetiva (más o menos accidental): «Todo ruido percibido de manera imprecisa suscita imágenes oníricas correspondientes; el estampido del trueno nos sitúa en medio de una batalla, el canto de un gallo puede trasformarse en el grito angustioso de un hombre, el chirriar de una puerta provocará sueños sobre ladrones que penetran en nuestra casa.

»Cuando durante la noche nos destapamos, soñamos quizá que vagamos desnudos o que hemos caído al agua. Si nos ponemos de través en la cama y nuestros pies sobresalen de su borde, quizá soñemos que estamos parados al borde de un espantable abismo o bien que nos despeñamos desde una escarpada altura. Si por azar nuestra cabeza queda debajo de la almohada, entonces una gran roca penderá sobre nosotros amenazando sepultarnos bajo su mole. Acumulaciones de semen producen sueños voluptuosos, y dolores locales la idea de ser maltratado, de ataques hostiles o de heridas que nos infligen en el cuerpo. ( . . . )

»Meier (1758, pág. 33) soñó cierta vez que era atacado por unas personas que lo arrojaban al suelo, tendiéndolo de espaldas, y allí lo clavaban mediante una estaca que le pasaron entre el dedo gordo del pie y el siguiente. Mientras se representaba esto en el sueño, despertó y pudo ver que tenía una pajuela entre esos dedos. Y el mismo Meier, según Hennings (1784, pág. 258), en otra ocasión en que la camisa de dormir le oprimía el cuello con cierta fuerza, hubo de soñar que lo ahorcaban. Hoffbauer [1796, pág. 146] soñó en su juventud que caía desde un alto muro, y al despertar observó que el armazón de su cama se había descuajeringado y él había caído realmente. ( … ) Gregory cuenta que cierta vez, al acostarse, puso a los pies de la cama un frasco con agua caliente, y después en sueños hizo una expedición a la cumbre del Etna donde el suelo calcinante se le hacía casi insoportable. Otro, después de ponerse una cataplasma sobre la cabeza, soñó que una banda de indios le arrancaban el cuero cabelludo.

Un tercero, que se durmió con la camisa húmeda, creyó ser arrastrado por un río. Un ataque de podagra, sobrevenido mientras dormía, hizo creer a un enfermo que estaba en poder de la Inquisición y le daban tormento en el potro (Macnish [1835, pág. 40])».

El argumento basado en la semejanza entre estímulo y contenido del sueño puede reforzarse cuando se logra producir en un durmiente, aportándole estímulos sensoriales de acuerdo con un plan, los sueños que corresponden a esos estímulos. Según Macnish [loc. cit., en Jessen (1855, pág. 529)], ya los Girou de Bouzareinges hicieron tales experimentos [1848, pág. 55].

«Dejó sus rodillas destapadas y soñó que viajaba de noche en una diligencia. Observó después, acerca de esto, que los viajeros conocen muy bien el frío que se siente de noche en las rodillas cuando se viaja en diligencia. Otra vez dejó al descubierto la parte posterior de su cabeza y soñó que asistía a una ceremonia religiosa al aire libre. Es que en el país donde vivía era costumbre llevar siempre cubierta la cabeza, salvo en ocasiones como la antedicha».

Maury (1878 [págs. 154-6]) comunica nuevas observaciones de sueños producidos en él mismo (una serie de otros experimentos no arrojó resultado alguno): 1. Le hacen cosquillas con una pluma en los labios y en la punta de la nariz. Sueña con una espantosa tortura; le aplican en el rostro una máscara de pez, y luego se la arrancan de golpe junto con la piel.

2. Afilan una tijera sobre unas pinzas. Oye sonar campanas, después tocan a rebato y se ve trasladado a las jornadas de junio de 1848.

3. Le hacen oler agua de colonia. Está en El Cairo, en la tienda de Johann Maria Farina. Siguen locas aventuras, que él no puede reproducir.

4. Le pellizcan ligeramente en la nuca. Sueña que le ponen una cataplasma y piensa en un médico que lo trató cuando niño.

5. Acercan a su rostro un hierro al rojo. Sueña con los «Chauffeurs», que se han infiltrado en la casa y obligan a los moradores a entregar su dinero introduciendo los pies de sus víctimas en el brasero encendido. Después aparece la duquesa de Abrantes, cuyo secretario es él en sueños.

8. Le vierten una gota de agua sobre la frente. Está en Italia, suda copiosamente y bebe el vino blanco de Orvieto.

9. A través de un papel rojo le proyectan repetidas veces la luz de una bujía. Sueña con el tiempo, hace calor y vuelve a encontrarse en medio de una tormenta que soportó una vez en el Canal de la Mancha.

Otros intentos de producir sueños experimentalmente se deben a d’Hervey [1867, págs. 268-9 y 376-7], Weygandt 1893) y otros.

Muchos autores han observado la «extraordinaria habilidad con que el sueño entreteje en sus producciones una impresión repentina proveniente del mundo sensorial, convirtiéndola en una catástrofe que se ha ido preparando poco a poco» (Hildebrandt, 1875 [pág. 36]). «En mi juventud -cuenta este autor- me servía a veces de un reloj despertador para levantarme con re:Yu1aridad a una hora determinada. Cien veces me sucedió que el sonido de este instrumento quedó integrado en un sueño en apariencia muy largo y coherente, como si todo el sueño hubiera sido una preparación para ese suceso y en él encontrara su culminación lógicamente inevitable».

Citaré luego, con otro propósito, tres de estos sueños de despertar.

Volkelt (1875, págs. 108-9) cuenta: «Un compositor soñó cierta vez que daba clase y quería explicar algo a sus alumnos. Después de hacerlo, se dirigió a uno de los jóvenes y le preguntó:

«¿Me has comprendido?». El joven gritó como un poseído: «Oh ja!» {«¡O h, sí!»}. Encolerizado, él lo reprendió por sus gritos. Y entonces toda la clase gritó: «Orja!». Y enseguida: «Eurjo!». Y por último: «Feuerjo.». En ese momento despertó al grito de «Feuerjo!» que realmente daban en la calle».

Garnier (1872 [1, pág. 476]) cuenta que Napoleón I fue interrumpido en un sueño por la explosión de la máquina infernal. Dormido en su carruaje, revivía el paso del Tagliamento y el cañoneo de los austríacos, hasta que despertó sobresaltado exclamando: «¡Estamos destruidos!».

Un sueño vivido por Maury es ya famoso (1878, pág. 161). Estaba enfermo y guardaba cama en su habitación; su madre se sentó junto a él. Soñó entonces con el período del Terror durante la Revolución Francesa, presenció atroces escenas de muerte y finalmente él mismo fue. citado ante el Tribunal. Allí vio a Robespierre, a Marat, a Fouquier-Tinville y a todos los tristes héroes de esa época cruel; prestó declaración ante ellos y, después de una serie de peripecias que no se fijaron en su recuerdo, fue condenado. Lo llevaron al lugar de la ejecución en presencia de una enorme multitud. Subió al cadalso, y el verdugo lo ató a la plancha. Puso en acción el mecanismo y la cuchilla de la guillotina cayó; sintió que su cabeza era separada del tronco, se despertó presa de indecible angustia … y halló que el dosel de su cama había caído sobre sus vértebras cervicales como lo haría la cuchilla de la guillotina.

Este sueño dio motivo a una interesante discusión entre Le Lorrain (1894) y Egger (1895) en la Revue philosophique. Se debatió sí es posible, y cómo puede suceder, que en el breve lapso que trascurre entre la percepción del estímulo despertador y el despertar el soñante comprima un contenido onírico de trama en apariencia tan rica.

Ejemplos de este tipo hacen aparecer las estimulaciones sensoriales objetivas sobrevenidas durante el dormir como la más comprobada entre las fuentes del sueño. También es la única que desempeña un papel en el conocimiento de los profanos. Si preguntamos a una persona culta, pero no familiarizada con la bibliografía sobre el sueño, por el modo en que se producen los sueños, sin duda responderá mencionando un caso de su conocimiento en que un sueño pudo explicarse por un estímulo sensorial objetivo reconocido al despertar. Pero la consideración científica no puede detenerse aquí; para ella es motivo de ulteriores indagaciones la observación de que el estímulo que impresiona los sentidos durante el dormir no emerge en el sueño en su figura real, sino que es remplazado por alguna otra representación que mantiene con él una relación cualquiera. Ahora bien, esa relación que liga el estímulo con el resultado del sueño es, en las palabras de Maury, «une affinité quelconque, mais qui n’est pas unique et exclusive» (1853, pág. 72). Trascribamos, por ejemplo, tres de los sueños de despertar de Hildebrandt (1875, págs. 37-8); no podremos menos que preguntarnos después por qué el mismo estímulo produjo resultados oníricos tan diversos, y por qué precisamente estos.

«Salgo entonces de paseo una mañana de primavera y vago por los campos enverdecidos hasta llegar a uña aldea vecina. Ahí veo a sus moradores vestidos de fiesta, el misal bajo el brazo, que en gran número se encaminan a la iglesia. ¡Justo! Hoy es domingo, y pronto se iniciará la misa matinal. Decido participar de ella, pero antes, porque estoy un poco acalorado, voy a refrescarme a la quinta del camposanto que rodea a la iglesia. Mientras leo ahí diversos epitafios, oigo al sacristán que trepa al campanario, y ahora veo en su cima la campanita de aldea que dará la señal para el comienzo del oficio religioso. Durante un buen rato todavía pende ella ahí, inmóvil, después empieza a oscilar … y de pronto resuenan sus repiques intensos y penetrantes … tan intensos y penetrantes que ponen fin a mi dormir. Pero las campanadas venían del despertador.

»Una segunda combinación. Es un diáfano día de invierno; las calles están cubiertas por un espeso manto de nieve. He comprometido mi participación en un viaje en trineo, pero debo esperar largo rato hasta que se me avisa que el trinco está a la puerta. Ahora hago los preparativos para subir a él; me pongo el abrigo de pieles, busco la manta para los pies … y por fin tomo asiento en mi lugar. Pero todavía se demora la partida, hasta que las riendas trasmiten la señal a los caballos expectantes; ahora ellos se ponen en marcha; los cascabeles, sacudidos con violencia, inician su bien conocida música con una fuerza tal que al instante desgarra la telaraña del sueño. Otra vez, no es sino el estridente sonar del despertador.

»Todavía un tercer ejemplo. Veo a una mucama que avanza a lo largo del pasillo, en dirección al comedor, llevando unas docenas de platos apilados. Me parece que la pila de porcelanas que lleva en sus brazos amenaza perder el equilibrio. «Ten cuidado -le advierto-; toda esa carga se irá al suelo». Desde luego, la réplica de rigor no se hace esperar: ella está acostumbrada a tales cosas, etc.; mientras, yo sigo sus pasos con mirada inquieta. Y justo en el umbral de la puerta da un tropezón … La frágil vajilla cae con estrépito, se hace añicos y se esparce en cien pedazos por el suelo. Pero el estrépito, que prosigue sin término, no es, como pronto observo, el de una vajilla sino en verdad el sonar de un timbre; y con ese sonar, como ahora lo advierte el que ya se despertó, el despertador cumplía su tarea».

¿Por qué el alma yerta en el sueño la naturaleza del estímulo sensorial objetivo? Strümpell (1877 [pág. 103]) ha respondido -y casi en el mismo sentido lo ha hecho Wundt (1874 [págs. 659-601 )- que, frente a esos estímulos que irrumpen mientras se duerme, ella se encuentra en condiciones favorables a la formación de ilusiones. Una impresión sensorial es reconocida e interpretada rectamente por nosotros, es decir, es clasificada en aquel grupo mnémico al cual pertenece de acuerdo con todas las experiencias precedentes, cuando la impresión es suficientemente fuerte, clara y duradera y cuando disponemos del tiempo requerido para reflexionar en ello. Si estas condiciones no se cumplen, erramos el objeto del que proviene la impresión; sobre la base de esta, formamos una ilusión. «Si alguien se pasea a campo abierto y percibe confusamente un objeto distante, puede tomarlo primero por un caballo». Ante una mirada más atenta, puede imponerse la interpretación de que se trata de una vaca echada, y finalmente esa representación quizá se resuelva en otra, bien determinada: era un grupo de hombres sentados. De naturaleza igualmente indeterminada son las impresiones que el alma recibe por obra de estímulos exteriores durante el dormir; y sobre la base de esas impresiones forma también ilusiones, ya que la impresión evoca una cantidad mayor o menor de imágenes mnémicas y son estas las que le confieren su valor psíquico. Pero de cuál de los círculos mnémicos que acuden a la mente habrán de surgir las imágenes correspondientes y cuál de los nexos asociativos posibles se impondrá entonces, he ahí cuestiones que según Strürpell no pueden determinarse y quedan libradas, por así decir, al capricho de la vida anímica.

Estamos aquí frente a una opción. Podemos conceder que, en efecto, no puede perseguirse más allá la legalidad de la formación de sueños, y por tanto renunciar a preguntarnos si la interpretación de esa ilusión provocada por la impresión sensorial no obedece a otras condiciones. O bien podemos, por lo contrario, conjeturar que la estimulación sensorial objetiva que sobreviene durante el dormir desempeña sólo un modesto papel en cuanto fuente de los sueños, y que son otros los factores que determinan la elección de las imágenes mnémicas evocadas. De hecho, si examinamos los sueños de Maury, que él provocó experimentalmente y que a este fin yo he comunicado con tanto detalle, estamos tentados de decir que ese experimento reconstruye el origen de uno solo de los elementos oníricos, y que el restante contenido de esos sueños aparece más bien demasiado autónomo, demasiado preciso en los detalles, como para que el requisito de la concordancia con el elemento introducido por vía experimental pueda agotar su esclarecimiento. Y aun empezamos a desconfiar de la teoría de la ilusión y del poder de la impresión objetiva para configurar sueños cuando advertimos que esta, en ocasiones, recibe en el sueño la interpretación más caprichosa y remota. Así, Simon (1888) relata un sueño en que vio sentadas a una mesa unas personas gigantes, y oyó nítidamente el temible traqueteo que producían sus mandíbulas entrechocándose al masticar. Cuando despertó, oyó el ruido de cascos de un caballo que galopaba ante su ventana. Si aquí un galope ha evocado precisamente representaciones del círculo mnémico de los viajes de Gulliver, su estadía entre los gigantes de Brobdingnag y el virtuoso Houyhnhnms (como yo conjeturaría, sin que el autor me proporcione apoyo alguno), ¿acaso la elección de este círculo mnémico, tan insólito para el estímulo, no debió ser facilitada además por otros motivos?