MASCULINIDADES Y FEMINISMOS: Identidad, masculinidades y violencia: elementos conceptuales

MASCULINIDADES Y FEMINISMOS
Violencia intrafamiliar en doble vía: negociando identidades masculinas

Javier Pineda Duque1 Abril 14 de 2008

Identidad, masculinidades y violencia: elementos conceptuales
Estudiar las acciones violentas de los individuos en cualquier ámbito social, requiere contar con un marco teórico que explique las subjetividades de los individuos y sus identidades como hombres o mujeres. Aunque estos conceptos son preocupación temprana de la psicología y el psicoanálisis, sólo se van a integrar de manera más amplia en las teorías sociales (sociología, antropología, geografía e historia, entre otras), desde los enfoques post-estructuralistas de las relaciones sociales y la sociedad.
La importancia de la discrecionalidad del individuo en la sociedad, la conformación de su subjetividad e identidad, tendría que esperar en las ciencias sociales hasta el desencanto en los años ochenta con los paradigmas estructuralistas que centraban en las estructuras de diverso tipo, la determinación de los sentidos y las acciones de los sujetos en el tiempo y el espacio. La aparición de la explicación del accionar de los sujetos por elementos culturales y de identidad, suponía una connotación colectiva de la conformación de dicha subjetividad e identidad y no simplemente individualista, que va a tomar peso con la aparición de teorías post-estructuralistas en la explicación de los fenómenos sociales. Paralelamente por su parte el post-modernismo, con el advenimiento de la globalización y las sociedades post-industriales, en su rechazo a los determinismos estructuralistas, abogan por la fragmentación del sujeto que va a ocupar un lugar central en los relatos sobre la crisis de las identidades que, más allá de lo post-estructural y desde una posición más ecléctica y pesimista, van a resaltar el individualismo subjetivo y negar la posibilidad de las identidades colectivas y la configuración de patrones culturales de significación, acción y representación (De la Garza, 2001).
Las teorías post-estructuralistas conservan el concepto de estructura pero ponen énfasis en la acción de los individuos a través de sus prácticas y permiten una conexión con las subjetividades. Así, por ejemplo, en Bordieu (1980) la estructura está dada en los Campos y el Habitus, y la subjetividad entra a actuar a través del Habitus. Algunas de las raíces que permiten vincular así estructuras, subjetividades y acciones, van a estar en la fenomenología sociológica y el interaccionismo simbólico, especialmente en las obras de Alfred Schutz (1962) y Erwing Goffman (1971), las cuales van a aportar elementos teóricos de explicación de la subjetividad masculina.
En El problema de la realidad social Schutz (1962) va a explorar cómo la acción en la vida cotidiana construye significados. La fenomenología sociológica de Schutz distingue entre el significado „para mí‟ del significado „para el otro‟, donde estos hacen parte de un significado objetivado en la cultura. El mundo del sentido común es la escena de la acción social donde las personas entran en mutua relación y se entienden, cuyo significado y tipificación se da por supuesto implícitamente. Sin embargo, mi situación biográfica, la experiencia sedimentada de una vida, define el modo de interpretar mi acción y todo nuevo suceso, cuya significación están dadas en el tiempo y el espacio subjetivos. Pero es la relación entre mi significación y la de los otros lo que crea la intersubjetividad. Esto es, la configuración de significados es un acto social y no un acto individual de percepción del individuo en la conciencia, como lo postulaba la fenomenología tradicional. Así, los significados se construyen intersubjetivamente en una negociación social entre los significados „míos‟ con los „otros‟ y entre „nosotros‟.
La subjetividad como proceso de producción de significados adquiere una gran importancia en el rechazo a los determinismos estructuralistas y funcionalistas. El concepto de intersubjetividad y la fenomenología en Schutz, realizarán un aporte decisivo al problema de cómo se produce la comprensión del sentido entre sujetos en interacción y dará pie en el interaccionismo simbólico de Goffman, a captar las percepciones de la realidad de los sujetos y la forma como los relacionan con sus actos.
El interaccionismo simbólico de Goffman constituye igualmente un legado en las ciencias sociales para el estudio de la subjetividad e identidad. Se basa en que la acción de uno influye sobre la de los otros, a partir de la secuencia de interpretación de signos, significados, respuestas gestuales, que son interpretados en una interacción. Los recursos para la interpretación se derivan del aprendizaje social y la interacción como los estereotipos, las imágenes idealizadas, las actuaciones no sinceras, cuyo significado esta en el acto mismo. En la interacción y negociación de los actores involucrados en actos de violencia doméstica, este legado será de gran utilidad complementado a partir de la importancia del poder en el estudio de las identidades masculinas.
La eclosión de las subjetividades en las ciencias sociales para rescatar al individuo frente a las estructuras, los movimientos sociales frente a los sujetos exclusivos y esencializados de la historia, dio pie entre otros fenómenos a la consolidación teórica de las masculinidades o el estudio de las identidades masculinas. En realidad es el pensamiento feminista de los ochenta que buscando consolidar teóricamente los esfuerzos explicativos realizados en los años setenta para entender la subordinación de la mujer –y la violencia patriarcal entre otros muchos tópicos-, el que va a poner en la discusión académica la significación social de los cuerpos sexuados y va a provocar una repuesta desde la reflexión de los hombres por su papel en las relaciones de género (Kaufman, 1987; Kimmel, 1987; Hearn, 1987).
La investigación sobre los hombres se ha desarrollado desde el feminismo, la investigación gay y desde diversas respuestas de los hombres al feminismo. Desde estas últimas, aunque con anterioridad ya existían los estudios sobre los hombres, la literatura sobre las masculinidades en los ochenta es la que va a entrar en diálogo con el feminismo a fin de entender la construcción cultural de las identidades de género, y a afianzar la crítica feminista al androcentrismo en el proyecto cultural de la modernidad. La identificación de la humanidad con el hombre, de la razón con el conocimiento, y de las relaciones sociales de poder, jerarquía y violencia con la naturaleza, constituyeron elementos de la crítica de los estudios sobre las masculinidades en la teoría social. Igualmente, estos estudios permitirán mirar a los hombres ya no en su condición de proletarios, padres, empresarios, etc., sino en su intersección subjetiva como seres con identidades de género, en su construcción cultural como hombres; permitirán superar los estereotipos del machismo y descubrir esa mitad olvidada en los estudios de género, que a pesar de surgir como un concepto relacional centraron su atención en las mujeres. Pero sobre todo, el estudio de las masculinidades permitirán superar la designación estructuralista de los hombres como patriarcas –elemento estructural de lo común en el feminismo- para enfatizar sus diferencias a partir de la configuración cultural de las relaciones de poder con las mujeres y entre distintos grupos de hombres.
La subjetividad como proceso de producción de significados se relaciona directamente con la identidad en la medida en que esta es en la persona o grupos de personas, una acumulación social de significados, como configuración subjetiva cambiante y dinámica a partir tanto de prácticas y rutinas, como de nuevas significaciones intersubjetivas dadas por rupturas, conflictos, el curso de vida y nuevas relaciones directas e indirectamente vividas. La selección social de significados constituye un proceso que no se aísla de jerarquías de significación y de relaciones de poder entre grupos sociales presentes espacial y temporalmente. Las identidades juegan así un papel central en el entendimiento actual de la sociedad desde la puerta de entrada de la cultura, y se relacionan, pero se diferencian conceptualmente de los valores, las normas, los roles y las instituciones, al menos en la tradición sociológica (Portes, 2007). Es sabido que las personas y los grupos sociales sustentas distintas formas, niveles o espacios de identidad, por lo cual se habla de distintas identidades superpuestas y difícilmente separables (religiosa, familiar, nacional, etc.) donde las identidades de género constituyen una dimensión cambiante pero permanente en el curso de vida de las personas. El uso de la violencia y la agresión, van a constituir un rasgo sobresaliente de las identidades de género en los hombres o masculinidades.
La teoría y la investigación feminista han demostrado la importancia de la violencia de los hombres contra las parejas con quienes sostienen relaciones heterosexuales2. Los estudios de masculinidades al centrarse en la tradición crítica sobre el poder y el dominio de los hombres, han abordado una variedad de vínculos entre violencia y masculinidades. El estudio de la violencia doméstica ejercida por los hombres contra las mujeres, los niños y las niñas, parte del reconocimiento de las relaciones desiguales de poder y género. En tal sentido, la definición de la violencia masculina no debe aislarse del entendimiento de los procesos y relaciones sociales de género (Hearn, 1996: 29).
Como se observa en los relatos dados en entrevistas a hombres y mujeres, los varones generalmente parten de una definición mucho más estrecha de la violencia. Básicamente esta se relaciona con la violencia física más extrema. Esto es, no incluye las situaciones de control, subestimación, amenazas, empujones, bloqueos o demostraciones con objetos o animales3. Así, la construcción subjetiva de lo que significa la violencia es parte del problema. Por su parte, la violencia sexual suele ser referida en los hombres como motivo o razón que „explica‟ su violencia, especialmente en los casos de infidelidad. Finalmente, la observación de los niños y niñas de hechos de violencia –cuando no constituyen víctimas directas-, aunque preocupa a los hombres, no suele ser vista como parte de la violencia.
Los cambios ocurridos en las relaciones de género en las últimas décadas, han cuestionado las prácticas y los contenidos de la denominada masculinidad hegemónica, entendida como el patrón de prácticas, representaciones culturales y contenidos subjetivos que sostienen y actualizan la dominación de los hombres sobre las mujeres y de unos grupos de hombres sobre otros (Connell, 1995)4. Hoy en día –al menos en ciertos ámbitos institucionales y sectores de la sociedad- la masculinidad asociada al sistema patriarcal (expresado en algunos contextos con el término de machismo5), compite con otras formas de ser hombre y con otras prácticas más democráticas en la forma en que los hombres y las mujeres se relacionan. Estas masculinidades no hegemónicas (marginales o subordinadas) han puesto en aprietos el corazón mismo del poder masculino: a éste, en tanto fruto de condiciones históricas y sociales particulares que han hecho –y hacen de él, pues la competencia no ha finalizado- la forma masculina por excelencia (hegemónica), le cuesta trabajo legitimar ideológicamente la posición dominante del hombre y la subordinación de la mujer.

Notas:
2 Dos textos clásicos en la materia de lo que se ha denominado el feminismo radical y con gran influencia en la teoría feminista son los de Brownmiller (1975) y Dworkin (1979).
3 Para una definición de violencia contra las mujeres en Colombia, véase Profamilia (2005).
4 Para una revisión reciente del concepto, desde sus orígenes, aplicaciones, críticas y nuevas rutas, ver Connell y Messersschmidt (2005). La masculinidad hegemónica constituye un concepto típico post-estructuralista, en la medida en que enfatiza patrones culturales de dominación –dado que varía de acuerdo a cada configuración cultural- y en tal sentido mantiene una raíz estructural abierta y cambiante, pero permite enfatizar la diferencia, la agencia del individuo y las configuraciones alternativas que, por ejemplo, el concepto de patriarcado impide.
5 Introducimos este término aquí dado que es utilizado en los relatos de los hombres. No obstante, el término resulta muy problemático y se ha asociado, entre otros aspectos, a estereotipos del hombre latinoamericano (Gutmann, 1996). Para una revisión reciente en Colombia, véase Viveros (2006).

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