Miedo a la Libertad (Erich Fromm) Quinta parte

MECANISMOS DE EVASION

(El termino NORMAL puede definirse de dos maneras: en primer lugar, desde la perspectiva de una sociedad en funcionamiento, una persona será llamada normal o sana si es capaz de cumplir con el papel social que le toca desempeñar dentro de la sociedad dada. En segundo lugar, desde la perspectiva del individuo, consideramos sana o normal a la persona que alcanza el grado optimo de expansión y felicidad individuales. Esto nos lleva a la siguiente conclusión: la persona considerada normal en razón de su buena adaptación, de su eficiencia social, es a menudo menos sana que la neurótica, cuando se juzca según una escala de valores humanos).

Una vez que han sido cortados los vínculos primarios que proporcionaban seguridad al individuo, una vez que éste, como identidad completamente separada, debe enfrentar al mundo exterior, se le abren dos distintos caminos para superar el insoportable estado de soledad e impotencia del que forzosamente debe salir. Siguiendo uno de ellos estará en condiciones de progresar hacia la libertad positiva; puede establecer espontaneamente su conexión con el mundo en el amor y el trabajo, en la expresión genuina de sus facultades emocionales, sensitivas e intelectuales: de este modo volvera a unirse con la humanidad, con la naturaleza y consigo mismo, sin despojarse de la integridad e independencia de su yo individual. El otro camino que se le ofrece es el de retroceder, abandonar su libertad y tratar de superar la soledad eliminando la brecha que se ha abierto entre su personalidad individual y el mundo. Este segundo camino no consigue nunca volver a unirlo con el ambiente de aquella misma manera en que lo estaba antes de emerger como individuo, puesto que el hecho de su separación ya no puede ser invertido.

1. El autoritarismo

Un mecanismo de evasión es la tendencia a abandonar la independencia del yo individual propio, para fundirse con algo o con alguien exterior a uno mismo, a fin de adquirir la fuerza de que el yo individual carece; tendencia a buscar nuevos vínculos secundarios como sustitutos de los primarios que se han perdido.
Las formas más nítidas de este mecanismo pueden observarse en la tendencia compulsiva hacia la sumisión y la dominación o, con mayor precisión, en los impulsos sádicos y masoquistas tal como existen en distinto grado en la persona normal y en la neurótica respectivamente.
Las formas más frecuentes en las que se presentan las tendencias masoquistas están constituidas por los sentimientos de inferioridad, impotencia e insignificancia individual. Muchas veces las tendencias masoquistas son experimentadas como manifestaciones irracionales o patológicas; pero con mayor frecuencia aún, reciben una forma racionalizada. La dependencia de tipo masoquista es concebida como amor o lealtad, los sentimientos de inferioridad como la expresión adecuada de defectos realmente existentes, y los propios sufrimientos como si fueran debidos a circunstancias inmodificables.
En el mismo tipo de carácter hasta ahora descrito pueden hallarse, con mucha regularidad, además de las ya indicadas tendencias masoquistas, otras completamente opuestas de carácter sádico, que en general son  menos conscientes y más racionalizadas que los impulsos masoquistas. Hay que tener en cuenta la dependencia que existe de la persona sádica con respecto a su objeto.
Tanto los impulsos masoquistas como los sádicos tienden a ayudar al individuo a evadirse de su insoportable sensación de soledad e impotencia. Las distintas formas asumidas por los impulsos masoquistas tienen un solo objetivo: librarse del yo individual, librarse de la pesada carga de la libertad.
Los vínculos masoquistas son fundamentalmente distintos de los vínculos primarios. Estos existían antes que el proceso de individuación se hubiera completado. En ese entonces el individuo todavía formaba parte de su mundo social y material y no había emergido por entero del ambiente. Los vínculos primarios le otorgaban genuina confianza y la seguridad de saber a qué lugar pertenecía. Los vínculos masoquistas son una forma de evasión, de huida. El yo individual ha emergido como tal, pero se siente incapaz de actualizar su libertad; se siente abrumado por la angustia, la duda y la sensación de impotencia. El yo intenta hallar seguridad en los vínculos secundarios (así podríamos llamar a los lazos masoquistas) pero su intento nunca puede tener éxito.
Ambos impulsos, masoquista y sádico, se hallan estrechamente ligados. Con respecto a las consecuencias prácticas, el deseo de ser dependiente o de sufrir es el opuesto al de dominar o de infringir sufrimiento a los demás. Pero desde el punto de vista psicológico, sin embargo, ambas tendencias constituyen el resultado de una necesidad que surge de la incapacidad de soportar el aislamiento y la debilidad del propio yo. Además, la gente no es sádica o masoquista, sino que hay una constante oscilación entre el papel activo y el pasivo, y en ambos casos se pierde la individualidad y la libertad.

No hay que confundir amor con subordinación: el amor se funda en la igualdad y la libertad. Si se basara en la subordinación y la perdida de la integridad de una de las partes, no seria mas que dependencia masoquista. Así mismo, tampoco hay que confundir el sadismo con el apetito de poder; pero hay que tener en cuenta que aunque las formas más destructivas del sadismo no son idénticas a la voluntad de poder, ésta es sin duda la expresión más significativa del sadismo.

-Poder:

Con el surgimiento del fascismo, el apetito de poder y la convicción de que él mismo es fuente del derecho ha alcanzado nuevas alturas.
La palabra poder tiene un doble sentido: el primero de ellos se refiere a la posesión del poder sobre alguien, a la capacidad de dominarlo; el otro significado se refiere al poder de hacer algo, de ser potente. Así, el termino «poder» puede significar cada una de estas dos cosas: dominación o potencia. Lejos de ser idénticas, las dos cualidades son mutuamente excluyentes: la impotencia tiene como consecuencia el impulso sádico hacia la dominación; en la medida en que un individuo es potente, es decir, capaz de actualizar sus potencialidades sobre la base de la libertad y la integridad del yo, no necesita dominar y se halla exento del apetito de poder. El poder, en el sentido de dominación, es la perversión de la potencia

-Autoridad:

La autoridad no es necesariamente una persona o una institución que ordena esto o permite aquello; además de este tipo de autoridad, que podríamos llamar exterior, puede aparecer otra de carácter interno, bajo el nombre de deber, conciencia o superyo.
En las décadas recientes la «conciencia» ha perdido mucho de su importancia. Parecería como si ni las autoridades externas ni las internas ejercieran ya funciones de algún significado en la vida del individuo. Todos son completamente «libres», siempre que no interfieran con los derechos legítimos de los demás. Pero lo que hallamos en realidad es que la autoridad, más que haber desaparecido, se ha hecho invisible; en lugar de autoridad manifiesta, lo que reina es la autoridad anónima. La autoridad anónima es mucho más efectiva que la manifiesta, puesto que no se llega a sospechar jamás la existencia de las órdenes que de ella emanan y que deben ser cumplidas. En el caso de la autoridad externa, en cambio, resultan evidentes tanto las órdenes como la persona que las imparte, pudiendo entonces ser combatida.
Una característica del carácter autoritario es que prefiere aquellas condiciones que limitan la libertad humana; no es revolucionario, gusta de someterse al destino. La característica común de todo pensamiento autoritario reside en la convicción de que la vida está determinada por fuerzas exteriores al yo individual, a sus intereses y deseos. La única manera de hallar la felicidad ha de buscarse en la sumisión a tales fuerzas. El carácter autoritario no carece de actividad, valor o fe. Pero estas cualidades significan para él algo completamente distinto de lo que representan para las personas que no anhelan la sumisión. Ésta no significa otra cosa que la necesidad de obrar en nombre de algo superior al propio yo. El carácter autoritario extrae la fuerza para obrar apoyándose en ese poder superior, que no puede ser atacado o cambiado. El heroísmo propio del carácter autoritario no está en cambiar su destino, sino en someterse a él.
En la filosofía autoritaria el concepto de igualdad no existe; el mundo se compone de personas que tienen poder y otras que carecen de él: de superiores y de inferiores.

2. La destructividad

Los impulsos destructivos tienen por raíz la imposibilidad de resistir a la sensación de aislamiento e impotencia. Así como el sadismo se dirige a fortificar al individuo atomizado por medio de la dominación sobre los demás, la destructividad trata de lograr el mismo objetivo por medio de la anulación de toda amenaza exterior.
En general no se trata de un impulso experimentado de manera consciente, sino que es racionalizado de distintas maneras. La destructividad constituye una tendencia que se halla constantemente en potencia dentro del individuo, esperando la posibilidad de exteriorizarla.
La destructividad representa una forma de huir de un insoportable sentimiento de impotencia, dado que se dirige a eliminar todos aquellos objetos con los que el individuo debe compararse. Toda amenaza contraria a los intereses vitales (materiales y emocionales) origina angustia, y las tendencias destructivas constituyen la forma más común de reaccionar frente a ella. El individuo aislado e impotente ve obstruido el camino de la realización de sus potencialidades sensoriales, emocionales e intelectuales. Carece de la seguridad interior y de la espontaneidad que constituyen las condiciones de tal realización.

3. Conformidad automática

Este mecanismo constituye la solución adoptada por la mayoría de los individuos normales de la sociedad moderna: el individuo deja de ser el mismo, adoptando por completo el tipo de personalidad que le proporcionan las pautas culturales, y por lo tanto se transforma en un ser exactamente igual a todo el mundo y tal como los demás esperan que él sea. La discrepancia entre el yo y el mundo desaparece, y con ella el miedo consciente de la soledad y la impotencia. La persona que se despoja de su yo individual y se transforma en un autómata, idéntico a los millones de otros autómatas que lo circundan, ya no tiene por qué sentirse solo y angustiado. Sin embargo, el precio que paga por ello es muy alto: la pérdida de su personalidad.

Podemos tener pensamientos, sentimientos, deseos y hasta sensaciones que, si bien los experimentamos subjetivamente como nuestros, nos han sido impuestos desde fuera, nos son fundamentalmente extraños y no corresponden a lo que en verdad pensamos, deseamos o sentimos. El problema que se plantea es el de saber si el pensamiento es el resultado de la actividad del propio yo, y no si su contenido es correcto.

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