El niño en el psicoanalista (EL PSICOANALISTA Y EL “NIÑO” EN EL PACIENTE)

El niño en el psicoanalista
Florence Guignard

I) EL PSICOANALISTA Y EL “NIÑO” EN EL PACIENTE

No resulta superfluo detallar un poco lo que constituye la omnipresencia
de la referencia al niño en los descubrimientos del psicoanálisis:
a) Una organización pulsional que se expresa desde el nacimiento
bajo la forma de la sexualidad infantil, pregenital al comienzo,
luego genital, con su polimorfismo de aspecto perverso y la tendencia
del principio de placer-displacer que prevalece, en la construcción
dolorosamente fructífera del principio de realidad.
b) Un funcionamiento psíquico inconsciente que produce desde
el nacimiento contenidos psíquicos por un lado, y por otro una
instancia represora que funciona toda la vida según dos modalidades:
primaria y secundaria, siendo que la puesta en funcionamiento
de la segunda modalidad no suprime la actividad de la primera.
c) Una estructuración del psiquismo estratificada desde las primeras
relaciones de objeto, y constituida por un inconsciente que es
a la vez continente de lo reprimido y reservorio pulsional inagotable,
con un consciente en relación con los objetos de la realidad exterior
(sensorial) y que preside las acciones (motrices) aplicadas a este
mundo exterior; finalmente, un preconsciente, interfaz que regula
una relación osmótica entre las dos instancias citadas anteriormente.
d) Resultado de este preconsciente-interfaz, es la doble espiral de
los procesos primarios y secundarios como matriz de la vida de
fantasía por un lado y de los procesos de simbolización por otro,
dando lugar, al conjugarse estos dos mismos procesos, al nacimiento
del pensamiento humano.
e) La organización edípica, específica de la especie humana, con
los diferentes niveles de complejización, tanto relacional como
identificatoria, tanto objetalizante como narcisística.
f) Conceptualizado como un espacio psíquico, se halla disponible
el encuadre-continente de esta organización edípica, para el libre
intercambio de las conflictualidades intrapsíquicas entre las tres
instancias: Ello, Yo y Superyó.
g) La neurosis infantil como modelo axial, tanto de la psicopatología
como de la situación terapéutica, bajo su forma homóloga de
neurosis de transferencia, dando los puntos de fijación y el mecanismo
defensivo de regresión, el impulso al incesante recorrido entre el
pasado y el presente, entre las formas infantiles y las formas adultas
de investidura y de pensamiento.
De modo que, sea cual fuere el marco de referencias teóricas, el
psicoanalista en actividad deberá tener en cuenta en forma constante
y simultánea:
– el “espesor” de la organización pulsional infantil de su paciente
y las paradojas de la expresión de sus investiduras en el movimiento
transferencial del hic et nunc de la sesión;
– el peso de la historia infantil relacional e identificatoria de su
paciente, en el modo de investidura –placer/displacer/realidad– y de
diferenciación que éste operará, entre la vida de fantasía y los
estímulos exteriores;
– los diferentes modos de pensamiento infantil del paciente,
atados a los diferentes puntos de fijación en su neurosis de transferencia y los elementos constitutivos de su neurosis infantil, a los
que se agregan generalmente elementos traumáticos y transgeneracionales.
Así, en este extraño conglomerado histórico-ahistórico que es el
ser humano, habrá siempre un “avant coup” a todo recuerdo, toda
representación, toda huella mnésica, del mismo modo que toda
moción afectiva –sin lo cual nada habrá de “après-coup”. Es decir,
que, sea cual fuere la sofisticación de la asociatividad del analizado
y de las opciones teóricas del psicoanalista, este último encontrará
siempre, en su paciente, una serie de “puntos de avant-coup”,
emergencias primeras e irrepresentables de las pulsiones en la vida
psíquica, de las que saldrán las fantasías por un lado y por otro, las
experiencias sensoriales bajo forma de huellas mnésicas.
Más allá de lo “infantil bien-educado” –quiero decir concebible
y representable–, son estos “puntos de avant-coup” los que constituirán
la base de lo que se puede definir como el “niño” en el ser
humano.
Irreductible, único y por eso mismo, universal, el Niño –como se
dice el Hombre o la Mujer– es eso a través lo cual va a advenir
nuestro psiquismo, en todos los desarrollos de su bisexualidad
psíquica organizada por el Edipo. Comparte la fuerza pulsional
prodigiosa cuyo fantástico despliegue puede constatarse en el ritmo
del desarrollo psíquico de los primeros tiempos de la vida. Y si hasta
nuestra muerte continúa funcionando bajo la forma de una doble
espiral, tanto a nivel de los procesos edípicos secundarios como a
nivel de los mecanismos primitivos, es porque este “niño” en el ser
humano, en los márgenes de nuestra animalidad, es la estructura de
base depositaria y contenedora de nuestras pulsiones, tanto libidinales
o de odio, como epistemofílicas.
Aun en las patologías más graves se puede encontrar al “niño”
en el ser humano, a condición de que no se cometa el error de
confundir estas patologías con el modo de organización normal de
este “niño”.
En otras palabras, el “niño” constituye en cada uno de nosotros y
durante toda la vida, la preforma permanente de todas nuestras actividades
mentales hasta los límites del inconsciente y del preconsciente,
preforma subyacente de las organizaciones más maduras que van a “dar
el tono” a nuestro funcionamiento habitual de adulto, una vez que la
cura analítica haya desanudado los puntos de fijación que determinaban
nuestros modos de ser y de tener, en una repetición estéril.
A partir de esta propuesta de definición, se me hace posible
enunciar mi primera hipótesis, que se sostiene en tres puntos:
1) El “niño-en-el otro” produce en todo ser humano, haya sido
analizado y aun psicoanalista, un impacto que es fuente de excitación,
en razón de la fuerza pulsional que se desprende de él. Según
mi opinión, el punto de impacto de esta excitación sobre el preconsciente
del psicoanalista se sitúa muy exactamente en el nivel de sus
puntos ciegos. Estos puntos ciegos están formados, por un lado, por
los aspectos no analizados anteriormente, por otro lado son retoños
pulsionales actuales de su inconsciente, que toman inevitablemente
una forma infantil.
2) Igualmente, en el punto de impacto de esta excitación sobre el
preconsciente del psicoanalista se originará la parte de contratransferencia
que constituye la preforma de la función “encuadrantecontinente”
del análisis.
3) El destino de esta excitación en el psicoanalista es de diversificarse,
sublimándose por un lado en su actividad de escucha y de
elaboración interpretativa, y por otro, sufriendo una nueva represión
destinada a mantener una situación para-excitante.
Contrariamente a lo que podría sugerir una visión lineal del
desarrollo psicogenético, pienso que no solamente la represión
secundaria entrará en juego en el psicoanalista para tratar este
problema. A la excitación arcaica responderá igualmente el primer
sistema de defensas organizadas alrededor de la represión primaria,
mientras que corresponderá a la represión secundaria venir a controlar
este primer nivel de defensas por medio de la intervención de un
Superyó post-edípico, a falta del cual el “niño” en el paciente
constituiría el punto de choque de eventuales tendencias perversas
no elaboradas en el analista.

* Publicado en Revue Française de Psychanalyse © PUF, tome LVIII, Partie 3, 1994, pp. 649-659.

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