El niño en el psicoanalista (ENFERMEDADES INFANTILES EN LA CONTRATRANSFERENCIA)

El niño en el psicoanalista
Florence Guignard

III) ENFERMEDADES INFANTILES EN LA CONTRATRANSFERENCIA
Nos aproximamos así, bajo el ángulo específico de la contratransferencia,
a algo de la descripción hecha por Freud, de los personajes
de la escena primaria tal como la descubre a propósito del Hombre
de los Lobos: escena de cuatro personajes, el padre, la madre, el niño
y la niña pequeña –a lo que D. Meltzer agrega el bebé in utero.
Estamos ciertamente acostumbrados a detectar, en el discurso de
nuestros pacientes, nuestro lugar parental en la transferencia, y
puede parecernos obvio vivenciar este lugar de manera análoga en
nuestra contratransferencia. Pienso, por las dos razones siguientes,
que se trata de una falsa evidencia:
– por un lado, es posible encontrase en el analizado, en presencia
de un camuflaje del “niño” en él, “niño” cuya omnipotencia puede
imponer la severidad normal, aun si eventualmente un poco demasiado
intensa, de un Superyó parental post-edípico. Hay que tener en
cuenta que las estructuras de estas dos instancias –Yo naciente,
hilflosig, y Superyó constituido– son totalmente heterogéneas, y
nuestras intervenciones interpretativas correrían el riesgo de ser
gravemente erróneas si dirigimos a la una el discurso que concierne
a la otra. En este punto los parámetros de lo arcaico, lo grupal y lo
transgeneracional (Bégoin-Gugnard, F., 1990; Kaës, R. y otros,
1993) pueden ayudarnos a pensar la situación;
– por otro lado, si no se detecta en el paciente la fuente infantil de
la excitación producida en nosotros, al mismo tiempo no podríamos
detectar el “niño” en nosotros y en consecuencia, el punto de
impacto en que actúa esta excitación. Esta última tenderá a ser
reprimida antes de haber sido sometida a nuestro autoanálisis, con el
riesgo desde ese momento, de resurgir contratransferencialmente en
nuestras acciones o nuestras somatizaciones.
Recordando que la diferencia de sexos y de las generaciones no
aparece más que al término de una larga elaboración del complejo
del Edipo, este modelo el “niño-en-el-psicoanalista” nos permite
descubrir, entretejido en las diversas fantasías edípicas a las que
estamos acostumbrados –y cuyas transferencias materna y paterna
constituyen los prototipos – todo un juego de intercambios, al hilo de
la identificación contratransferencial, al nivel de los “niños” incluidos
en las escenas primarias respectivas del analizado y del analista.
Este juego, sutil y complejo, se despliega en el espacio caracterizado
por Freud desde los Tres Ensayos… a saber en los límites del
polimorfismo y de la perversión. En consecuencia, con efectos sobre
el desarrollo y el equilibrio de la vida psíquica de los dos protagonistas
de la cura analítica.
Niño-espejo, niño-doble, niño mimético, el niño en el psicoanalista
podrá también ser vivenciado como niño complementario,
niño-padre, niño-cuidador, pero también niño celoso, niño-rival,
niño-asesino, parricida, matricida o fraticida en la contratransferencia.
Sin embargo, el “niño en el psicoanalista” es útil muy a menudo
como elemento dinamizador del conflicto intrapsíquico en la relación
transfero-contratransferencial:
Así este psicoanalista que, luego que un niño autista y mudo de
cinco años reaccionó con una emisión sonora, a la caída inesperada
de un objeto, se pone a hacer caer objetos esperando internamente
que el niño los recogiera, y descubre que se siente identificada con
un niño de algunos meses que espera eso mismo de su madre, en un
juego que preludiaría al “fort-da”. Para su gran sorpresa, el niño se
pone a “jugar el juego” con un placer de la relación totalmente
novedoso, y comienza a vocalizar por primera vez, premisa de la
terminación de la mudez.
Así también, este otro psicoanalista que, frente al hablar
desafectivizado de una paciente adulta sobre un acontecimiento de
su infancia, lo experimenta como algo que, para ella-niña, había sido
ciertamente intensamente traumático, aun si no hubiera aparentemente
jamás vivido una situación análoga. Elige intervenir describiendo
el desamparo que habría podido sentir una pequeña niña de
esa edad, viviendo esos acontecimientos. Esta intervención permite
a la paciente encontrar el contacto con fuertes emociones reprimidas,
y la noche siguiente sueña con su analista bajo la forma de una
pequeña niña que llega detrás de ella con un producto para cuidar sus
cabellos, que asocia a sus pensamientos.
Así finalmente, ese psicoanalista, que al final del primer año de
análisis y durante el curso de un intenso trabajo de des-condensación
de un escenario perverso en un paciente que hacía intervenir
dos mujeres de edades diferentes en sus actividades sexuales,
escucha al paciente comentar hacia el fin de la sesión: “Es agradable
pensar que me sigue una chica” –entendiendo por ello que el
horario siguiente es ocupado por una mujer. El psicoanalista,
último niño de su fratría, percibe en él un movimiento afectivo
complejo relacionado con una niña que habría podido nacer después de él, y responde al paciente: “Una hermana que, como la suya, habría nacido once meses después que usted y le habría sido
ofrecida por su madre.

* Publicado en Revue Française de Psychanalyse © PUF, tome LVIII, Partie 3, 1994, pp. 649-659.

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