Noticias Psi – Coronavirus: un enfoque psicosomático

Fuente: INTERSECCIONES PSI – Revista electrónica de la Facultad de Psicología. (AÑO 10 – NÚMERO 35 – JUNIO 2020)- JORGE C. ULNIK

El espacio

No a todos les sucede lo mismo. En su libro “En el juego de los niños” Rodulfo (7) apunta con su ojo clínico y su sensibilidad a una serie de conductas y juegos de los niños que son aplicables a esta nueva situación. Uno es la madriguera o la casita y el otro es la rastra.

Parecería ser que, según la persona, la cuarentena activa este tipo de fantasías y conductas. Para algunos, la cuarentena será una excusa para jugar a “la casita”. En este tipo de juego, el niño crea, en su propia casa, un espacio donde los otros no pueden entrar, o donde se hacen los que no lo ven. De ese modo, se independiza del control de los padres acerca de lo que sucede allí abajo. En el caso de la cuarentena, la casita es lo que sucede allí adentro del hogar, en su sentido literal. Frente al peligro, la casa, aparte de ser una morada para alojarse, se vuelve un nido-cueva donde alejar al mundo social de los grandes y erigir otra espacialidad, a cubierto de sus normas y sus mandatos (7). El problema se complejiza cuando leemos al mismo autor en el capítulo que se llama a la rastra. Porque ahí queda claro que el niño necesita también moverse sin restricciones y ese moverse sin restricciones va de la mano con el sentimiento de libertad y de alegría. La libertad empieza como libertad de movimientos. Es el gusto por escapar y dejar atrás el riesgo de ser atrapado. Pero con la pandemia no hay escape, hay restricciones. Y la respuesta termina siendo una especie de hibernación o una reacción de auto-inmunidad.

Los pacientes en hibernación son aquellos que entran en pausa, como si disminuyeran el metabolismo psicológico para pasar el invierno. O bien dejan sus tratamientos hasta que pase todo, alegando la necesidad presencial del analista, o simplemente continúan su terapia, obedientes, pero sin asociaciones: “todo igual”, dicen. “No tengo nada nuevo que contar porque no pasa nada de nada, estoy en casa todo el día”. “Estoy en el limbo”. Como si no hubiera emociones, sueños, mundo interno.

Y a los que juegan a la casita, más tarde o más temprano les sucede el “aislamiento amontonado” (8). Por un lado, están separados, pero simultáneamente están también en convivencia continua y obligatoria con otros, compartiendo espacios que se vuelven progresivamente insuficientes a medida que el aislamiento preventivo social obligatorio (APSO) se extiende. (Por citar algunos ejemplos hay pacientes que se van al sótano de su edificio, o a su auto, para tener su sesión “tranquilos” y “en otro lado solos”. Otros pacientes se encierran en el baño como cuando eran adolescentes “porque al baño nadie se mete” (8) en suma, creo que lo que se sufre no es solo el aislamiento ni la convivencia total sino la pérdida de esos ritmos de presencia-ausencia que pautaban vínculos (8) evitando la indiferencia total o la simbiosis.

Además, la oficina se metió en el living. No es “yo cierro la puerta y me olvido del trabajo hasta el otro día”, acá el trabajo está constantemente presente. La casa está invadida por el trabajo (8). Y con el trabajo, la sobre-adaptación, que es una característica típica de la tendencia psicosomática. Porque el stress laboral también enferma, no de coronavirus, pero sí de hipertensión arterial, cardiopatías varias, enfermedades de la piel, etc.

A algunas personas les sienta bien la cuarentena porque les estabiliza el Superyó y, por lo tanto, les alivia la culpa y la necesidad de padecer, que es una de las resistencias principales del Superyó, hasta el punto de que Freud llegó a decir que se suele aliviar y/o manifestar con enfermedades somáticas. ¿Por qué les estabiliza el Superyó? Porque “quédate en casa” pasa a ser un imperativo categórico posible de cumplir y, como consecuencia, obedeciéndolo a rajatabla, se alivia la culpa (1). Nunca les ha resultado tan sencillo cumplir con el Superyó. Para ellos será una de las veces en que solo con quedarse en casa el Superyó los deja en paz. Pero para otros, siempre habrá una culpa de estar haciendo algo mal, que sus familiares se encargarán de señalar: “Mi marido me dice: ¡pasaste la zona contaminada! Con qué mano tocaste la canilla, con la mano que recibiste la verdura, ¡ensuciaste la canilla ahora!”.

Autor: psicopsi

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