El primer año de vida del niño, Spitz: el establecimiento del objeto libidinal

Establecimiento del objeto libidinal.

La tercera y última etapa es la llamada “el establecimiento del objeto libidinal”:
Para comenzar a hablar de esta etapa Spitz introduce la idea fundamental de la angustia del octavo mes que caracteriza un cambio decisivo en la respuesta del infante hacia los otros. Ahora el infante distingue claramente entre el amigo y el extraño y se produce en él una negativa de entrar en contacto con el desconocido; negativa que el autor califica como un matiz más o menos pronunciado de angustia: “La angustia del octavo mes” que es considerada como la primera manifestación de angustia propiamente dicha.
Ante esto el autor se ve en la necesidad de distinguir en el primer año de vida tres etapas  de  la angustia como tal:
 1) La primera entra dentro de la reacción del infante ante el proceso del parto. Freud habla de esta reacción como un prototipo psicológico de toda angustia que se desarrolle posteriormente. Una semana después de nacido el pequeño muestra manifestaciones de desagrado, sin embargo estas no son catalogadas como angustia, ya que, aunque tengan las características de los estados de tensión psicológica, carecen de significado psicológico.
Alrededor de la octava semana de nacido las manifestaciones de desagrado se hacen cada vez más estructuradas e inteligibles y comienzan a aparecer los primeros matices de angustia.
A medida que las manifestaciones del niño se hacen más inteligibles, las respuestas del medio se hacen más adaptadas a las necesidades que este expresa, y así, en el tercer mes de vida, las huellas mnémicas de ciertas señales dirigidas por el niño hacia el medio queda de una forma codificadas en su aparato psíquico.
 2) Estos rastros mnémicos estarán cada vez más relacionados con matices de afectos agradables y a veces desagradables. Los afectos desagradables, están estructurados de tal manera que su reactivación se enfoca en una conducta específica que podría ser de retraimiento que son representados como “miedo” en relación a una respuesta desagradable por parte del medio. Este es el segundo paso para el establecimiento de la angustia propiamente dicha. Esta reacción de temor es provocada por  la asociación del niño con una experiencia desagradable previa. Cuando el niño vuelve a presenciar la situación que le provoca dichos sentimientos de desagrado, responde con la huida.
 3) La angustia del octavo mes, descripta con anterioridad es enteramente diferente a esta actitud de miedo y huida que caracterizan la segunda fase para el establecimiento de la angustia propiamente dicha. En la reacción ante el desconocido, el niño responde a algo con lo que nunca tuvo antes una experiencia desagradable. Entonces, porqué tal reacción? Spitz asegura que el niño realmente esta respondiendo a la ausencia de la madre. Si reacciona ante un desconocido es porque realmente este no es su madre: su madre “lo ha dejado”. Esta respuesta se da porque el rostro del desconocido no coincide con las huellas mnémicas del rostro de la madre. El infante descubre que este nuevo rostro es diferente y por lo tanto lo rechaza. Este desplazamiento de la catexia a las huellas mnémicas que el niño ha logrado hasta el octavo mes de vida refleja con seguridad el hecho de que  ha logrado establecer una relación de objeto verdadera y que la madre se ha convertido en el “objeto libidinal”, en su objeto amoroso.
 Al mismo tiempo se observa en el niño un cambio al tratar a su medio,  ya utiliza defensas no tan arcaicas y adquiere la capacidad de enjuiciamiento y de decisión. Esto representa un desarrollo del yo en un nivel intelectual superior.
 Esta angustia del octavo mes, como la ha llegado a denominar el autor,  representa también el hecho de que uno de los periodos críticos ha quedado situado en esta etapa. Ahora la forma de reconocimiento y percepción de estímulos negativos externos, y el desagrado mostrado ante estos se vuelve más específico. Esta cristalización de los afectos, junto con la integración del yo y la consolidación de las relaciones objetales son tres procesos que se desarrollan paralelamente y  son partes interdependientes para el desarrollo total de la personalidad en el individuo.
 Quisiera hacer otro paréntesis ante esta afirmación del autor, ya que en un principio, surgió en mi la pregunta de por qué el autor únicamente se enfocaba en el primer año de vida del niño, habiendo experiencias tan significativas y determinantes para la personalidad en los años subsiguientes? Solo hasta este momento esta duda ha quedado resuelta, ya que puedo percibir cómo el autor, sin minimizar ni subestimar la importancia de las siguientes etapas del desarrollo expone los logros que se esperan que una persona alcance en el primer año de vida; logros, que si son manifestados por el infante, serán el puente directo para la obtención del éxito en la etapas posteriores del desarrollo. Incluso marcarán al individuo durante el resto de su vida ya que abarcan esferas de funcionamiento vitales para la estabilidad psicológica y la adaptación del individuo al medio; estas esferas son, como ya las mencionamos, las reacciones afectivas ante el medio (la capacidad de cristalizar los afectos), la integración de las funciones yoicas y el adecuado establecimiento de las relaciones de objeto.
 La angustia manifestada como tal ante un desconocido indica el hecho de que el niño diferencia el semblante materno y le adjudica un lugar único entre todos los demás rostros humanos. Desde entonces y unos meses más adelante, el niño preferirá el rostro de su madre y rechazará todos los otros que difieran de él. Esto es, para el autor, lo que indica el establecimiento del objeto libidinal propiamente dicho. Una vez que el objeto queda establecido, el niño ya no confunde nada con él. Esta exclusividad permite al niño crear vínculos estrechos que otorgan al objeto propiedades únicas e individuales. La angustia del octavo mes es la prueba de que el niño ha encontrado “la pareja con la cual puede formar relaciones de objeto en el verdadero sentido de la palabra” (pág.126).
 Por otro lado, en esta misma etapa  se encuentra una mayor maduración y desarrollo en la organización psíquica de la persona. De este modo se observa un enriquecimiento del yo en diversas fuentes, se establecerán los límites entre el yo y el ello, y el yo y el mundo exterior. En esta integración y estructuración del yo se observará la diferenciación progresiva de la agresión y la libido para luego fusionarse en el mismo objeto.
 Cabe mencionar en este punto que el establecimiento del objeto libidinal y la resultante relación de entre sujeto y objeto, estarán también determinadas por el medio cultural y social que rodean a la díada. Las instituciones culturales desempeñan un papel significativo en la formación de la personalidad. Una de las principales instituciones culturales, la familia, garantiza al infante el establecimiento de una relación entre él y “una sola persona maternante” durante el primer año de vida. Situaciones culturales diferentes tendrán influencias significativas en la edad, fuerza y forma en que se establece el objeto y las relaciones con el mismo.
 Por otro lado el desarrollo y evolución de los impulsos de instintos (libidinal y agresivo), participan también en la formación de relaciones de objeto. Al nacer y durante la etapa de narcisismo primario, dichos impulsos no están diferenciados, esto se logrará a través de un proceso gradual.
 Logran diferenciarse a lo largo de los tres primeros meses de vida como resultado del intercambio entre madre e hijo. Al principio estas experiencias  e intercambios se producen en el sector específico de cada uno de los impulsos, no se funden o conectan unos con otros. Esto resulta en la etapa de preobjeto. A medida que estas etapas avanzan de la fase sin objeto al establecimiento del objeto libidinal el desarrollo avanza y los impulsos se detienen en la satisfacción de las necesidades orales del infante. Como la madre es la que satisface estos deseos del infante, se convierte en el “blanco” de los impulsos agresivos y libidinales, sin embargo, este blanco no es percibido como una persona unificada y permanente, o como “objeto libidinal”.
 En esta etapa de no diferenciación el infante tiene dos objetos: el objeto “bueno” hacia el cual se vuelve la libido y el objeto “malo” contra el cual se vuelca la agresión. Abraham denomina este periodo como la etapa preambivalente. Al principio de esta etapa surge un yo rudimentario que actúa centralmente y que permite descargar el impulso en forma de una acción dirigida que producirá posteriormente la diferenciación entre los impulsos. El niño comienza a diferenciar entre el objeto malo (que no satisface sus necesidades) y el objeto bueno (que si satisface sus necesidades).
 Alrededor de los 6 meses de edad se produce una síntesis, la influencia del yo  y sus tendencias integrativas se sienten en la integración de la huellas mnémicas de experiencias repetidas y por los intercambios del hijo con la madre. Finalmente surge una sola madre (que integra a la madre mala y buena), surge el objeto libidinal propiamente dicho. Llega un momento en que la madre deja de ser percibida como un elemento bueno o malo de acuerdo a la situación específica en que es experimentada y de esta manera atraerá hacia sí los impulsos agresivos del infante y los impulsos libidinales. Es importante aclarar, sin embargo que los aspectos buenos de la madre sobrepasan el peso de los aspectos “malos”, del mismo modo el impulso libidinal del niño, sobrepasa el impulso agresivo. Es así como Spitz percibe el papel que juegan los impulsos en el establecimiento del objeto libidinal y la relación con el mismo.
 Finalmente el autor menciona el acto de la alimentación como un factor de importancia en la relación establecida entre madre e hijo. El se basa en los horarios de alimentación, que representan para el niño las facilidades o limitaciones que le otorga la madre. La madre al otorgar más facilidades, favorece el desarrollo del objeto “bueno”, por el contrario, al limitar en demasía al niño, está favoreciendo el desarrollo del objeto “malo”.
 A lo largo de todo el desarrollo el niño debe estar familiarizado con ambos tipos de relación con su exterior: la relación que facilita (que se vive como recompensa del objeto bueno) y la relación que limita y reprime (que es experiencia da como las fechorías del objeto malo). El hecho de que el infante se enfrente a las limitaciones es inevitable, sin embargo, la compensaciones que da el objeto bueno capacitan al infante a resistir las frustraciones mayores. Esta capacidad de tolerar dichas frustraciones es el origen del principio de realidad y esto es un paso importante para la humanización del individuo, para poder aplazar la satisfacción del impulso y esperar resultados más benéficos debido a este aplazamiento y a esta espera.

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