El primer año de vida del niño, Spitz: El precursor del objeto

El precursor del objeto:

La segunda etapa a la que Spitz llama El precursor del objeto, enfatiza el hecho de que el rostro humano se convierte en un estímulo visual privilegiado y distinguido de todos los demás estímulos circundantes. En el transcurso del tercer mes, la madurez física y psicológica del infante le permitirán realizar su primera respuesta psicológica ante el estímulo externo: la sonrisa ante el rostro humano.

 A esta edad, no hay ninguna otra cosa, ni siquiera el alimento del niño, que provoque tal respuesta. Sin embargo cabe mencionar que esta sonrisa es indiferenciada, así el niño responderá a cualquier rostro que se presente frente a él, sin embargo es hasta los seis meses de edad que comienza a reservar tal respuesta únicamente al rostro de mamá, amigos y personas conocidas, es decir, la respuesta se torna hacia los objetos de amor.
 Es importante aclarar que la reacción sonriente de los primeros tres meses de vida no indica, de ninguna forma una verdadera relación de objeto. En realidad el infante no sonríe a una persona en especial, ni a un objeto libidinal, simplemente sonríe a un signo. Este signo es proporcionado por “partes” del rostro humano, como son los ojos, nariz y frente, todo esto en movimiento (esto constituye lo que el autor denomina una Gestalt privilegiada).
 El reconocimiento de esto pertenece a un desarrollo posterior, se necesitan otros 4 o 6 meses para que el bebé distinga un rostro entre muchos, y sea capaz de dotar este rostro con las características del objeto. Este es el indicador visual externo del proceso intrapsíquico de la formación de objeto.
 Lo que distingue el objeto de las demás “cosas” es que las cualidades esenciales del objeto son constantes, sus atributos externos no son esenciales y por lo tanto pueden modificarse sin correr el riesgo de no ser reconocido por el infante, por el contrario, en las “cosas” las cualidades externas son las únicas que pueden ser percibidas, por lo que cualquier modificación de los atributos externos hará difícil o casi imposible su reconocimiento.
 Al exponer lo anterior surge en  el propio autor  la disyuntiva acerca de si lo que se necesita para establecer esta primera señal del rostro humano es la percepción de la nariz, ojos y frente en movimiento, será posible presentar a una muñeca mecánica ante el infante y observar la misma respuesta de sonrisa? Esto no será posible porque un aspecto importante es el establecimiento de una relación recíproca entre el bebé y otro ser humano. Con una muñeca, la relación sería solo unilateral. La retroalimentación recíproca dentro de la díada madre hijo, es un flujo continuo y es de vital importancia, aunque ésta no sea del todo simétrica.
 Es de vital importancia para el autor que esta relación con la madre este basada en el afecto. La madre deberá crear un “clima emocional” favorable en todos los aspectos de desarrollo del niño. El afecto que la madre logre transmitir al pequeño servirá de orientación a los afectos del infante y conferirá a su experiencia una buena calidad de vida. Las respuestas de la madre pueden ser variantes, de día a día, entre horas o entre minutos y estos patrones cambiantes son absorbidos por el niño como un proceso de circuito que influye en su conducta y en sus actitudes. Es evidente que los conflictos de la madre también repercutirán en el infante llevando en varias ocasiones  a un conflicto creciente.
 En la relación madre- hijo lo dado por la madre representa lo dado del medio, es más, ella es la que representa al medio; por parte del niño, lo dado comprende su equipo congénito que le permitirá madurar.
 Las relaciones de objeto llevan desde el surgimiento del preobjeto hasta dotar a la madre de las cualidades del objeto libidinal. Ahora bien, cual es la consecuencia y la significación del establecimiento de este preobjeto?
1) Es en esta etapa en que ocurre la transición entre la recepción y la percepción propiamente dicha.
2) Transición del principio del placer – displacer, que exige su atención del estímulo que viene de adentro, ahora se puede demorar esta demanda de manera que comienza a funcionar el principio de realidad.
3) El hecho de que el niño pueda reconocer el rostro humano y sonreír ante él, demuestra que hay rastros de recuerdos, lo que implica que en el aparato psíquico ha habido una división (consciente, preconciente e inconsciente).
4) También demuestra que el niño es capaz de desplazar cargas catéxicas de una función psicológica a otra, y de un rastro mnémico hacia otro.
5) Esto también representa una estructuración en la somatopsique, el ello y el yo se separan el uno del otro y una vez establecido el yo rudimentario, comienza a funcionar  observándose en los actos dirigidos e intencionados que el niño empieza a realizar. Este yo estará siempre al principio del dominio y la defensa.
Desarrolla lo que llama Spitz una función “integradora” que lleva a la transición de lo somático y lo psicológico.
6) La función protectora de la barrera contra los estímulos ahora es consecuencia y responsabilidad directa de este nuevo yo que surge.
7) También se va a observar un cambio en el infante de la pasividad hacia una actividad dirigida en la etapa en que aparece la respuesta de sonrisa.
8) Por último establece que esta respuesta sonriente es la base y premisa para todas las relaciones sociales que se establecerán posteriormente.
 Como se ha podido observar hasta este momento, Spitz enfatiza la importancia de las experiencias del niño en su primer año de vida y la capacidad plástica que tiene la psique del mismo durante este mismo periodo de desarrollo.  El niño busca adaptarse de manera firme y rápida a su medio. Mediante esta adaptación el infante es capaz de  transformar las presiones ejercidas por los impulsos agresivos y libidinales a conductas dirigidas y esto es gracias a la plasticidad antes mencionada. Una de las principales razones de la existencia de dicha plasticidad es  que durante el primer año de vida hay una falta de estructura psíquica bien establecida y diferenciada. El recién nacido no tiene yo, este es producto de la adaptación y desarrollo a lo largo de las primeras etapas, sin embargo ante esta adaptación el yo del infante cumple con su papel en tres situaciones características:
1)A la edad de tres meses el yo del niño solo responde a la gestalt signo del exterior . Esta respuesta es una sonrisa que se da de manera indiscriminada, aún siendo amigo o extraño. Es un yo característicamente rudimentario que a pesar de contar con muchas limitaciones es capaz de actuar adecuadamente, por que cuenta con el yo auxiliar que la madre le proporciona.
2) A los siete meses y medio el yo deja de ser rudimentario y comienza a  ser capaz de lograr una percepción con algunos rastros mnémicos y de responder con expresiones de afecto positivo. Las estructuras del yo comienzan a responder de una manera central y comienza a controlar los accesos de la movilidad
3) Se hacen evidentes los procesos mentales que se esfuerzan en ser cumplidos.
 Antes de adentrarnos en la tercera etapa propuesta por Spitz para el establecimiento del objeto libidinal, quisiera enfatizar la importancia que representa la relación madre- hijo, sobre todo en este primer año de vida.
El autor hace mención de que la existencia de la madre, incluso su propia presencia, actúa como un estímulo para las respuestas del infante. Las acciones intencionales del mismo son las que ejercen mayor influencia sobre el desarrollo de su personalidad.
 La madre es la que proporciona las facilidades y controles de esta conducta dirigida, de esta manera el niño tenderá a repetir las conductas reforzadas, evitando, por el contrario toda acción que haya representado un fracaso en la aceptación de la madre. A pesar de esto, tanto los controles como las facilidades son indispensables para el desarrollo aunque la proporción en la que ambas se aplican son determinantes para la vida posterior.
 Otra situación importante es la comunicación que se establece con la madre. El bebe está acostumbrado a expresarse por medio de descargas afectivas  que surgen en resultado de los estímulos originados en su interior, que el niño percibe como displacenteros o desagradables. La madre deberá desarrollar la capacidad para la empatía con su bebé para poder así percibir y atender sus necesidades cuando estas aparezcan en forma de llanto o alguna otra descarga emocional. Para Spitz las  señales afectivas generadas por el ánimo maternal se convierten, por su parte, en una forma de comunicación con su bebé. Estos intercambios  afectivos entre madre e hijo se dan de manera ininterrumpida sin que necesariamente la madre se percate de su existencia.
 Las experiencias investidas de afectividad por las que pasa el infante facilitan el almacenamiento de rastros mnémicos  de las situaciones externas dadas, y esto está muy de acuerdo con lo propuesto por el autor acerca de los dos tipos de percepciones que caracterizan al infante: la organización cenestésica y diacrítica. Donde si la primera se da de manera afectiva, será el único puente que tenga el recién nacido para avanzar hacia la percepción diacrítica intensiva y lograrla.
 No obstante el papel del afecto en el desarrollo de la personalidad, el autor enfatiza la importancia de las frustraciones reiterativas e insistentes que se presentan en este  desarrollo y que obligarán al infante a volverse más activo y responsivo ante su medio. Las frustraciones van implícitas en el desarrollo, sin embargo en la actualidad, se tratan de evitar estas frustraciones al niño por parte de los padres, educadores y psicólogos. En realidad lo que les preocupa no es tanto la conducta del pequeño sino su deseo de evitar sentimientos de culpabilidad conscientes o inconscientes. Para lograr el bienestar del infante son necesarias las frustraciones ya que tienen el papel de comprobar la realidad al infante y esta comprobación es  vital importancia para el desarrollo satisfactorio de su yo.

Volver a la primera parte de «El primer año de vida del niño, Spitz, R. A. (1965)«