La Psicología de 1850 a 1950, Michel Foucault: El descubrimiento del sentido

La Psicología de 1850 a 1950, Michel Foucault.
El descubrimiento del sentido

El descubrimiento del sentido se efectuó al final del siglo XIX, por caminos diversos, que parecen, sin embargo, pertenecer ya a un paisaje común. Parece perfilarse una misma dirección: se trata de dejar de lado las hipótesis demasiado amplias y generales por las cuales se explica al hombre como un sector determinado del mundo natural; y se trata de volver a un examen más riguroso de la realidad humana, es decir, mejor hecho a su medida, más fiel a sus características específicas, más apropiado a todo lo que, en el hombre, escapa a las determinaciones de la naturaleza. Tomar al hombre, no en el nivel de ese denominador común que lo asimila a todo ser viviente, sino en su propio nivel, en las conductas en las que se expresa, en la conciencia en la que se reconoce, en la historia personal a través de la cual se constituyó.
Janet , sin duda, permanece aún muy cerca del evolucionismo y de sus prejuicios de la naturaleza; la “jerarquía de las tendencias” que se extienden de las más simples y automáticas (tendencia a la reacción inmediata) hasta las complejas e integradas (acciones sociales); la noción de una energía psíquica que se distribuye entre estas tendencias para activarlas es un tema que recuerda a Jackson y Ribot. Sin embargo, Janet es llevado a superar este cuadro naturalista en la medida en que considera como tema de la psicología no estructuras reconstituidas ni energías supuestas, sino la conducta real del individuo humano. Por “conducta” Janet no entiende ese comportamiento exterior en el que el sentido y la realidad se agotan al confrontarla con la situación que la provocó: eso es el reflejo o la reacción, no la conducta. Hay conducta cuando se trata de una reacción sometida a una regulación, es decir, que su desarrollo depende en forma constante del resultado que acaba de obtener. Esta regulación puede ser interna y presentarse bajo la forma del sentimiento (el esfuerzo que hace recomenzar la acción para acercarla al éxito; la alegría que la limita y la completa en el triunfo); o puede ser externa y tomar como punto de referencia la conducta del otro: la conducta es entonces reacción a la reacción de un otro y adaptación a su conducta, y exige así un desdoblamiento del cual el ejemplo más típico es el del lenguaje que se desarrolla siempre como un diálogo eventual. La enfermedad no es entonces ni un déficit ni una regresión, sino una perturbación de esas regulaciones, una alteración funcional del sentimiento: de eso da cuenta ese lenguaje del psicasténico que no puede ya ajustarse a las normas del diálogo, y se continúa en un monólogo sin oyente; de eso dan cuenta también los escrúpulos de los obsesivos, que no pueden concluir sus acciones porque perdieron esa regulación que permite comenzar y concluir una conducta.
La puesta al día de las significaciones dentro de la conducta humana se ha realizado igualmente a partir del análisis histórico. “El hombre”, según Dilthey, “no aprende lo que es rumiando sobre sí mismo, lo aprende por la historia” . Por tanto, la historia le enseña que no es un elemento segmentario de procesos naturales, sino una actividad espiritual cuyas producciones se fueron depositando sucesivamente en el tiempo, como actos cristalizados, significaciones en adelante silenciosas. Para reencontrar esta actividad originaria habrá que dirigirse a sus producciones, hacer revivir sus sentidos por un “análisis de los productos del espíritu destinado a abrirnos una primera aproximación sobre la génesis del conjunto psicológico”. Pero esta génesis no es ni un proceso mecánico ni una evolución biológica; es un movimiento propio del espíritu que es siempre su propio origen y su propio término. No se trata, entonces, de explicar el espíritu por otra cosa que por sí mismo; pero al colocarse en el interior de su actividad, intentando coincidir con ese movimiento dentro del cual él crea y se crea, es necesario ante todo comprenderlo. El tema de la comprensión, opuesta a la explicación, fue retomado por la fenomenología que, siguiendo a Husserl, hizo de la descripción rigurosa de lo vivido el proyecto de toda filosofía tomada como ciencia. El tema de la comprensión ha conservado su validez; pero en lugar de fundarla sobre una metafísica del espíritu, como Dilthey, la fenomenología la ha establecido sobre un análisis del sentido inmanente a toda experiencia vivida. Así Jaspers  pudo distinguir en los fenómenos patológicos los procesos orgánicos que son referidos a la explicación causal, y las reacciones o los desarrollos de la personalidad que envuelven una significación vivida que el psiquiatra debe tratar de comprender.
Pero ninguna forma de psicología dio más importancia a la significación que el psicoanálisis. Sin duda, el psicoanálisis continúa ligado en el pensamiento de Freud  a sus orígenes naturalistas y a los prejuicios metafísicos o morales que le han dejado sus marcas. Sin duda hay, dentro de la teoría de los instintos (instinto de vida o de expansión, instinto de muerte y de repetición) el eco de un mito biológico del ser humano. Sin duda, en la concepción de la enfermedad como regresión a un estado anterior del desarrollo afectivo encontramos un viejo tema spenceriano y los fantasmas evolucionistas que Freud no nos ahorra, incluso en sus implicaciones sociológicas más dudosas. Pero la historia del psicoanálisis ha hecho justicia por sí misma frente a estos elementos retrógrados. La importancia de Freud deviene sin duda de la impureza misma de sus conceptos: es en el interior del sistema freudiano que se produce ese gran trastocamiento de la psicología; es en el curso de la reflexión freudiana que el análisis causal se transformó en génesis de significaciones, que la evolución dio lugar a la historia, y que la exigencia de analizar el medio cultural substituyó al recurso a la naturaleza.
1) El análisis psicológico no debe partir, para Freud, de una separación de las conductas entre lo voluntario y lo involuntario, lo intencional y lo automático, la conducta normalmente ordenada y el comportamiento patológico y perturbado; no hay diferencia de naturaleza entre el movimiento voluntario de un hombre sano y la parálisis histérica. Más allá de todas la diferencias manifiestas, estas dos conductas tienen un sentido: la parálisis histérica tiene el sentido de la acción que ella rechaza, así como la acción intencional el de la acción que ella proyecta. El sentido es coextensivo a toda conducta. Allí mismo donde no aparece, en la incoherencia del sueño, por  ejemplo, en lo absurdo de un lapsus, en la irrupción de un juego de palabras, está presente pero de manera oculta. Y lo insensato mismo no es más que una artimaña del sentido, una manera en la que el sentido se hace presente atestiguando contra sí mismo. La conciencia y el inconsciente no son, entonces, dos mundos yuxtapuestos; son más bien dos modalidades de una misma significación; y la primera tarea de la terapia será modificar esta modalidad del sentido por la interpretación de los sueños y de los síntomas.
2) ¿Cuáles son esas significaciones inmanentes de la conducta que a veces se ocultan a la conciencia? Son las que la historia individual constituyó y cristalizó en el pasado en torno de acontecimientos importantes: el traumatismo es un trastorno de las significaciones afectivas (el destete, por ejemplo, que transforma a la madre, objeto y principio de todas las satisfacciones, en un objeto que se sustrae, en un principio de frustraciones); y cuando estas significaciones nuevas no sobrepasan y no integran las significaciones antiguas, el individuo queda fijado a ese conflicto del pasado y del presente, dentro de una ambigüedad de lo actual y de lo inactual, de lo imaginario y de lo real, del amor y del odio, que es el signo mayor de la conducta neurótica. El segundo tema de la terapia será por consiguiente el redescubrimiento de los contenidos inactuales y de las significaciones pasadas de la conducta presente.
3) Por más que la conducta esté habitada por el pasado más lejano, no deja de poseer un sentido actual. Al decir que un síntoma reproduce simbólicamente un traumatismo arcaico queda implicado que el pasado no invade totalmente el presente, sino que el presente se defiende contra su reaparición. El presente mantiene una relación dialéctica con su propio pasado; lo reprime en el inconsciente, separa las significaciones ambiguas, proyecta sobre la actualidad del mundo real los fantasmas de la vida anterior, traspone los temas a niveles de expresión reconocidos como valiosos (es la sublimación); en fin, erige todo un conjunto de mecanismos de defensa que la cura psicoanalítica se encarga de rodear para reactualizar las significaciones del pasado por la transferencia y la abreacción.
4) ¿Pero cuál es el contenido de este presente? ¿Qué peso tiene frente  a la masa latente del pasado? Si no es vacío, o instantáneo, es en la medida en que es esencialmente instancia social, el conjunto de normas que, en un grupo, reconoce o invalida una u otra forma de conducta. La dialéctica del pasado y del presente refleja el conflicto de las formas individuales de satisfacción y de las normas sociales de conducta o, como dice Freud, del “ello” y del “super-yo”; el “yo” con los mecanismos de defensa es el lugar de esos conflictos y el punto en el que la angustia hace irrupción en la existencia. En la cura psicoanalítica, el rol del terapeuta, por un juego de satisfacción y de frustración, es justamente el de reducir la intensidad del conflicto, aflojar el dominio del “ello” y del “super-yo”, ensanchar y fortalecer los mecanismos de defensa; no proclama el proyecto mítico de suprimir el conflicto, sino de transformar la contradicción neurótica en una tensión normal.
Empujando hasta sus límites extremos el análisis del sentido, Freud ha dado su orientación a la psicología moderna; si fue más lejos que Janet y que Jaspers, es porque confirió un estatuto objetivo a la significación y buscó reubicarla en el nivel de los símbolos expresivos, en el “material” mismo del comportamiento. Le dio así por contenido una historia real, o más bien la confrontación de dos historias reales: la del individuo, en la serie de sus experiencias vividas, y la de la sociedad, en las estructuras por las cuales ella se impone al individuo. En esta medida, es posible rebasar la oposición de lo subjetivo y lo objetivo, del individuo y de la sociedad: un estudio objetivo de las significaciones se hizo posible.

Fuente: “La psychologie de 1850 à 1950”, en D.Huisman y A.Weber, Histoire de la philosophie européenne, t.II, Paris, Librairie Fischbacher, 1957. Reproducido en M.Foucault, Dits et écrits, Paris, Gallimard, 1994, t.I, pp.120-137.
Traducción: Hernán Scholten

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