Actualidad: El inconsciente es la repetición

Actualidad: El inconsciente es la repetición

Por Juan David Nasio

Conferencia dictada en el IV Congreso Internacional
de Investigación y Práctica Profesional en Psicología
– Noviembre 2012
Esta tarde quisiera mostrarles cómo mi experiencia de
psicoanalista me ha llevado a la conclusión de que el
inconsciente es la repetición. Habitualmente, solemos
decir que el inconsciente se manifiesta a través de los
lapsus, los actos fallidos o los sueños. Es verdad. Pero el
inconsciente nos es mucho más vital e íntimo.
¿Qué es el inconsciente? Sin negar que está estructurado
como un lenguaje, que es una estructura del lenguaje,
prefiero considerarlo esta tarde como una pulsión, como
una fuerza. El inconsciente es la fuerza soberana que nos
empuja a elegir la mujer o el hombre con el que compartimos
nuestra vida. Sí, es el inconsciente, no es una decisión
razonada. Nos empuja a elegir la profesión que ejercemos
e incluso nos empuja a elegir, en mi caso yo lo siento
así, la ciudad o la casa en la que vivimos. Todas estas
elecciones se nos imponen sin saber verdaderamente por
qué. Sin embargo, la experiencia clínica me ha enseñado
que existe otro poder del inconsciente, más irresistible
todavía y al que quisiera consagrar esta conferencia: es el
poder de empujarnos a repetir; nuestra vida late al ritmo
de la repetición que el inconsciente impulsa. Por encima
de todo, el inconsciente es la fuerza que nos empuja a
reproducir activamente las mismas conductas felices
(en este caso, la repetición es una repetición sana y el
inconsciente una pulsión de vida) o la fuerza que nos
empuja a repetir compulsivamente -ustedes me van a
escuchar mucho hablar de “compulsivo” esta tarde- los
mismos comportamientos enfermos (en este caso, la
repetición es una repetición patológica y el inconsciente
una pulsión de muerte).
Pero ¿qué es la repetición? Quisiera introducir el concepto
de repetición mostrándoselos en acción, en acto, en el
marco de una instantánea clínica en la que verán sobre
todo cómo un psicoanalista trabaja pensando en la
repetición. Luego, les propondré una definición general de
la repetición y, a continuación, distinguiré dos categorías de
la repetición: la repetición sana y la repetición patológica,
sobre la que voy a detenerme especialmente.
Vayamos, entonces a la instantánea clínica:
Hace un tiempo, recibí por primera vez a una joven
abogada llamada Raquel, Raquel vive sola y sufre
periódicamente, inexplicables accesos de una tristeza
inconsolable. Ella no sabe lo que la pone triste. Poco a
poco, a lo largo de la entrevista, habla de sus crisis de
lágrimas, su impotencia para superarlas y del miedo a que
su malestar se instale definitivamente. Mientras Raquel me
habla, tengo dos ideas en mi mente. Aquí debo decirles
que, en mi opinión, contrariamente a una idea que uno se
hace de la posición de Freud, cuando un analista escucha
a su paciente tiene que tener ideas en su mente, no estoy
de acuerdo con la afirmación de que el analista debe
escuchar desprovisto de toda idea a priori. Es necesario
que el terapeuta en la entrevista esté mentalmente
desdoblado; mientras escucha lo que el paciente le dice,
al mismo tiempo, simultáneamente, el terapeuta tiene
interrogantes, hipótesis y suposiciones, es decir, tiene en
mente un conjunto de preconcepciones útiles (yo las llamo
fecundas), surgidas de su formación y de su práctica. Así,
al escuchar a Raquel, tengo dos ideas que orientan mi
atención y que conciernen la repetición. La primera idea
es conocer el momento y el contexto en el que apareció la
primerísima manifestación de tristeza, incluso si para ello
debo remontar hasta la infancia. Hay siempre una primera
vez en la que el síntoma aparece y esta aparición inicial
es decisiva para comprender la causa del sufrimiento.
La segunda idea que orienta mi escucha es la de pedirle
a Raquel todos los detalles de las circunstancias que
acompañan a esos accesos de tristeza: en qué momento
del día, en el trabajo o en la casa , en qué lugar, si está
sola, en presencia de alguien o pensando en alguien, en
qué postura corporal se encuentra cuando se siente triste
y muchas otras particularidades cuyo conocimiento me
permitirá proyectarme mentalmente, imaginariamente, en
el mundo interior de Raquel cuando se siente invadida por
la tristeza. Es muy importante que yo me haga entender
sobre este punto; el conocimiento de los detalles del
síntoma de la paciente no es para informarme, es, más
que nada, para permitirme sentir en mí lo que ella siente,
primero, conscientemente y, si ello es posible, ya sea en
las primeras entrevistas, ya sea más adelante en la cura
-aunque les parezca incomprensible a quienes no han
tenido la practica-, para permitirme sentir en mí no sólo la
vivencia consciente de la paciente, sino lo que ella siente
inconscientemente. Es decir, que ella lo siente y no sabe
que lo siente.
Esta posibilidad de sentir en mí la vivencia consciente de
la paciente cuando sufre su síntoma y luego su vivencia
inconsciente, de la que no se da cuenta, implica un
cambio de piso: de la planta baja del síntoma desciendo
mentalmente al sótano del inconsciente donde se juega
una escena de teatro que nosotros los psicoanalistas
llamamos un fantasma inconsciente.
De sentir la emoción del síntoma, por ejemplo la tristeza,
yo bajo entonces a sentir, si es posible, la emoción del
fantasma. Un fantasma que la paciente no ve, dominado
por una emoción que la paciente no siente. Es justamente
esta emoción del fantasma inconsciente la que yo terapeuta
quisiera sentir en mí. Al final de la conferencia vamos a
volver sobre la noción del fantasma, pero digamos ahora
¿qué es un fantasma? Un fantasma es una escena difusa,
como borrada, imprecisa, que quedó estampada en el
inconsciente del niño en el momento de un traumatismo,
eso es un fantasma. El fantasma es el recuerdo inconsciente
de un psicotraumatismo infantil. Pero no es una memoria
pasiva, es una herida, el fantasma es una herida abierta
y sangrienta que no llega a cicatrizar y que opera como
un viejo foco infeccioso que contamina todo el ser desde
la infancia. Esto es el fantasma inconsciente. Por eso,
considero que el fantasma es la causa inconsciente de la
depresión actual de Raquel.
Insisto en decirles que cuando escucho a Raquel yo
quisiera sentir en mí. Es una pretensión enorme, yo lo
sé, pero pienso que ahí se define el psicoanálisis, que el
psicoanálisis no se define porque hay un diván en el cual
se recuesta el paciente y un analista que lo escucha. El
psicoanálisis no se define por el marco de los muebles, el
psicoanálisis no se define, tampoco, porque yo instituyo la
regla fundamental al principio de la cura, el psicoanálisis
se define por el tipo de relación intensa, fuerte, entre el
terapeuta y el analizado, y esa relación es esto que estoy
diciendo, es decir, la capacidad, la posibilidad del terapeuta
de percibir en su inconsciente el fantasma inconsciente
del paciente. Por supuesto, que no podemos decir que
esto sea todo el tiempo, con todos los pacientes, todas las
sesiones. No, estos son momentos fuertes, no frecuentes,
valiosos, y que definen la relación del terapeuta con el
paciente como psicoanálisis.
Ahora bien, cuando hablamos de síntoma consciente y
de fantasma inconsciente, ¿dónde situamos la repetición?
Pues bien, la repetición se halla al nivel de la emoción, la
emoción vivida conscientemente por la paciente cuando
sufre su síntoma, repite la emoción dominante del fantasma
del que la paciente no tiene consciencia. La emoción
actual consciente repite una emoción infantil inconsciente.
En el caso de Raquel la emoción infantil inconsciente
me apareció claramente cuando la analizante me confió
que, por haber nacido prematuramente, la mantuvieron
en incubadora durante un largo mes sin que su madre en
cama hubiera podido venir a visitarla, tocarla y tomarla en
sus brazos. Pensando en esa separación desgarradora
comprendí que la inexplicable tristeza de la mujer de hoy
era, de hecho, la repetición patológica del desamparo
del bebé de ayer. Así, es ese desamparo de abandono
no sentido por el bebé Raquel –un bebé no puede sentir,
tener consciencia de ese desamparo, ya que es muy
violento para ser registrado por su pequeña consciencia
inmadura- y no sentido tampoco por la Raquel de hoy. Es
precisamente ese desamparo primordial, inconsciente, lo
que yo analista intento experimentar en mí. Evidentemente,
estas identificaciones emocionales del terapeuta no se
efectúan de golpe en el tiempo de una única entrevista,
sino a lo largo de numerosas sesiones. En una palabra,
focalizándome en los detalles del síntoma he podido
identificarme por Raquel, abrumada por su desesperanza,
y a partir de ahí me he identificado con una hipotética
Raquel bebé que ha sufrido un traumatismo de abandono.
Digo “hipotética” porque yo no sé lo que vivió realmente
ese bebé, nadie sabe, ni siquiera la misma Raquel.
Así he podido explicar el dolor de hoy por el desamparo
de ayer y proponerle a la paciente una significación de
su síntoma y esperar que se sienta aliviada. Les preciso
que actualmente, al cabo de cuatro años de tratamiento,
Raquel ha terminado su análisis, sus síntomas se atenuaron
sensiblemente después de haber tratado con ella
muchísimas veces su traumatismo infantil de abandono y
de haberla conducido a revivir en sesión también muchas
veces la soledad cruel de un recién nacido prematuro.
En resumen, la primera idea que guió mi escucha de
Raquel es una idea clínica, esta idea concierne la repetición
del síntoma en el tiempo, el número de veces que se ha
manifestado desde su primera aparición, el número de
accesos que ella ha tenido. Es lo que yo llamo la repetición
temporal del síntoma, que es una repetición horizontal,
porque es en la línea del tiempo. Mientras que mi segunda
idea en relación con la búsqueda de los detalles del
síntoma a partir de los cuales me identifico o trato de
identificarme con la emoción consciente e inconsciente
de la paciente, es una idea metapsicológica. La primera
repetición temporal es una idea clínica, la segunda de las
identificaciones es una idea metapsicológica. Es una idea
que concierne la repetición ya no temporal del síntoma,
sino la repetición espacial o tópica del fantasma.
La emoción del síntoma repite verticalmente la emoción
del fantasma; la tristeza de Raquel adulta repite el
desamparo de Raquel bebé. Tenemos, entonces, la
repetición temporal del síntoma, que es una repetición
horizontal y la repetición tópica del fantasma, que es una
repetición vertical. La repetición temporal del síntoma es
una repetición identificable y contable, el paciente sufre,
por ejemplo, Raquel sufre un acceso de tristeza y va a
decir “tuve un primer episodio de depresión hace tres
años, después tuve otro, después uno más reciente”, etc.
El paciente las reconoce, registra, cuenta la repetición
del síntoma y se lo comunica al terapeuta. La repetición
tópica del fantasma, al contrario, no es reconocida por el
paciente y es deducida por el psicoanalista.
Dejemos un instante el consultorio del psicoanalista
y consideremos la repetición en el sentido amplio del
término: ¿Qué es la repetición? La repetición signa un
movimiento universal, un latido, una palpitación que rige
el orden biológico, psíquico, social e incluso cósmico.
La Tierra torna repetitivamente alrededor del sol. La
historia repite los acontecimientos. Nosotros repetimos
en nuestro cuerpo las mismas cosas desde el nacimiento
hasta la muerte; todos los días comemos, todos los días
dormimos, todos los días evacuamos, etc. Nuestro cuerpo
repite y es en la repetición que se consolida como cuerpo.
Y nuestro ser, desde el punto de vista psíquico también
es una repetición y es el tema del cual voy a hablarles
ahora. Pero déjenme primero dar una definición general
de la repetición, les propongo la siguiente: La repetición
es una serie de al menos dos ocurrencias donde un objeto
aparece (primera ocurrencia), desaparece y reaparece
(segunda ocurrencia), cada vez ligeramente diferente,
aunque reconocible como siendo siempre el mismo objeto.
Esto es muy importante. Yo mismo cuando comencé a
trabajar el tema de la repetición no había entendido, yo
decía “repetición de lo mismo”. A este tema (que va a ser
un libro, probablemente el año que viene), hace diez años
que lo estoy trabajando en profundidad y cada vez mejoro,
comprendo. Por ejemplo, algo que hoy me parece una
evidencia, pero que en aquel momento no había entendido
así: “Cada vez repite lo mismo, cada vez diferente, aunque
reconocible como siendo siempre el mismo objeto”, esta
frase me costó años escribirla. ¿Por qué? Porque yo decía
“la repetición es repetición de lo mismo”, de lo idéntico. Y
no. La repetición es siempre repetición de algo que jamás
es idéntico, siempre hay algo que lo hace diferente. La
Tierra da vueltas alrededor del Sol, pero no es la misma en
la órbita A que en la órbita B, porque el tiempo pasa y hay
una usura del tiempo, algo provoca un cambio, nunca es
absolutamente lo mismo, no hay lo idéntico a sí mismo que
se repite, lo que se repite es lo mismo porque lo reconozco
como lo mismo, pero en sí no es absolutamente idéntico.
He aquí la primera de las tres leyes que presiden todo
proceso repetitivo. Hay tres leyes:
1)La ley de lo mismo y de lo diferente, que es lo que les
estoy diciendo.
2)La ley de la alternancia de la presencia y de la
ausencia, puesto que aparece, desaparece, reaparece,
desaparece… Siempre hay ese movimiento ley de la
alternancia presencia-ausencia.
3)Esta también me tomó mucho tiempo entenderla. Es la
existencia del observador que cuenta la repetición. Es una
evidencia que olvidamos a menudo; sin observador no hay
repetición, porque la repetición es en realidad el resultado
de una actividad racional. No hay repetición sin la cabeza
contable, sin contar, si usted no cuenta “1, 2, 3” no hay
repetición. Para que haya repetición hace falta un agente
humano, es necesaria una consciencia que primero
identifique un acontecimiento. Yo digo, por ejemplo, “la
Tierra en este momento de su órbita, la identifico 2, lo
extraigo del flujo incesante de la vida, 3, y cuento todas las
veces donde la Tierra pasa por ese punto. Es decir, que
esa conciencia es una conciencia que identifica, extrae y
cuenta.
Es así como nosotros transformamos un simple hecho en
significante, ¿qué es un significante? Hay un libro, que fue
mi primer libro, que se llama “El inconsciente a venir, la voz
y la interpretación” y ahí digo en un seminario qué es el
significante. En aquella época todo el mundo repetía la frase
“un significante es lo que representa el sujeto para otros
significantes”. Esta es una frase de Lacan que ha tenido una
celebridad extraordinaria. Yo diría así, sin contradecir esa
frase, que además voy a retomar: Un significante es todo
acontecimiento… Hay gente que cree que los significantes
son los fonemas, las palabras. No. Un significante es este
diploma, esta ceremonia, esta conferencia, un significante
es lo que pasa y que para mí cuenta, y que no me voy a
olvidar. No hace falta que el significante sea una palabra.
Un significante es todo acontecimiento, todo ser o toda
cosa que yo formalizo en una entidad susceptible de
ser contada, cuando por ejemplo yo registro las crisis
sucesivas de Raquel, transformo las crisis en significantes.
Cada crisis representa a Raquel en el seno de la
constelación de crisis pasadas y futuras. Lacan decía “un
significante representa al sujeto para otros significantes”,
parafraseándolo, yo diría esta tarde: “una crisis representa
al sujeto Raquel para las otras crisis pasadas y venideras”.
Todo significante está, entonces, siempre integrado en
una cadena repetitiva.
Justamente hablando de Lacan, a diferencia de
Kierkegaard o de Deleuze (que ha escrito un libro sobre
diferencia y repetición, que es un enorme texto que hace
obra), Lacan va a estar en oposición a esos autores, es
una oposición que viene de un clínico. Lacan va a decir “es
cierto, la repetición existe si hay una conciencia humana
que la cuenta, pero hay repeticiones que nos atraviesan sin
que nos demos cuenta y es otro el que se da cuenta por
nosotros”. Podemos decir que tenemos dos posiciones
diferentes frente a la repetición: o bien nos mantenemos
exteriores a la serie repetitiva que nosotros contamos (por
ejemplo, este paciente que me consulta porque en tantos
años ha tenido tantas rupturas amorosas y aquí este
paciente es consciente de su repetición) o bien, somos el
juguete inocente de una repetición que nos atraviesa y nos
constituye. Esa es la palabra de Lacan, Lacan piensa que
hay una repetición que nos atraviesa sin que nos demos
cuenta, pero no solamente nos atraviesa, sino que además
nos constituye, somos esa repetición que nos atraviesa.
Este último es el caso de otro paciente, que fracasa cada
vez que pone en marcha un proyecto comercial, por
ejemplo, y que no se da cuenta que su fracaso es debido a
un error de ubicación, un error que repite sin darse cuenta.
En una palabra, la repetición tiene tres leyes: la ley de lo
mismo y de lo diferente, la ley de la alternancia/presencia/
ausencia y la ley de la importancia de un observador
exterior o interior que cuente la repetición o no pueda
contarla.
Antes de establecer la diferencia entre la repetición sana
y la repetición patológica, quisiera detenerme un instante
sobre la esencia de la repetición en tanto que ella es la
palpitación de toda cosa viviente. Hay un filósofo que a mi
entender es quien más claramente ha revelado hasta qué
punto la repetición es inmanente a la vida. En La Ética,
Spinoza intenta resumir toda vida en una sola tendencia
fundamental, la tendencia de todo ser a perseverar en el
ser. He estado siempre maravillado por esa fórmula tan
poderosa que en tres palabras dice lo que es la vida. Con
esta máxima, Spinoza subraya la fuerza expansiva de la
vida, el impulso que se mantiene sin desfallecer y triunfa
sobre todos los obstáculos. Hay varias definiciones de
la vida, muy interesantes todas; la mayor parte, ponen
el acento sobre el hecho de que la vida es lo que se
consume y lo que produce restos, cuando hay restos ha
habido vida. Entonces, van a definir la vida en función de
la producción de restos. Spinoza no. Spinoza no habla
de la parte de la vida que se pudre, “todo aquello que se
pudre es vida”. Spinoza no toma esa posición, toma una
posición, yo diría, positiva, toma la posición de que la vida
es lo que avanza, y dice así: “la vida es la fuerza que hace
perseverar cada cosa en su ser”. Yo agrego “todo ser, por
el mero hecho de existir, tiende a continuar existiendo y
se forzará, por todos los medios posibles, a perseverar en
su ser, repetirse y conservarse más allá de las vicisitudes
de la existencia. Al pronunciar esta conferencia, ¿qué
hago yo, sino perseverar en mi ser? Nuestra existencia
es un plebiscito en cada instante de nuestro deseo de
vivir. Cada día al levantarnos y hacer lo que tenemos que
hacer decimos implícitamente sí a la vida. Sin embargo,
ignoro hasta cuándo seguiré reafirmando mi afirmación
cotidiana de vivir. Es mi cuerpo quien va a decidir y tras
él mi inconsciente. Por el momento, ante mis dos amos,
mi cuerpo y mi inconsciente, me someto y me contento
con perseverar en el ser. Hoy pronuncio esta conferencia,
probablemente mañana pronunciaré otras y mientras
mis dos amos me sostengan, yo perseveraré en mi ser,
continuaré mi marcha, mi camino. Y lo mismo ustedes;
si ustedes están aquí esta tarde es porque también
perseveran en su ser: quieren aprender, saber, avanzar,
ampliar su Yo. Pues bien, he aquí la repetición que se
confunde con la vida; me repito, persevero en mi ser y
repitiéndome consolido mi identidad en la continuidad de
mi existencia y ello a pesar del tiempo que pasa. Me repito,
luego soy. Soy esencialmente el mismo a los seis meses,
a los dos años, a los cuarenta y a los sesenta años. Soy el
mismo a pesar de los innumerables cambios que me han
ido modificando; cambio, pero repitiéndome sigo siendo
el mismo.
Acabamos de ver cómo un psicoanalista trabaja pensando
en la repetición y después de habernos detenido en la
acepción general de la repetición la hemos definido como
la cadencia que a lo largo de los años consolida nuestro
sentimiento íntimo de ser nosotros mismos. Ahora,
quisiera responder a una pregunta: ¿cuál es el objeto
de la repetición?, ¿qué es lo que en nosotros se repite?
Digámoslo de entrada: lo que se repite en nosotros es lo
que ya ha tenido lugar: nuestro pasado. El pasado se repite,
un pasado que retorna constantemente en el presente.
Hay tres modos de retorno del pasado en el presente:
retorna en nuestra consciencia, en nuestros actos sanos o
en nuestros actos patológicos. El retorno del pasado en la
consciencia y el retorno del pasado en los actos sanos los
englobamos bajo el calificativo de repetición sana; por el
contrario, reservamos el término de repetición patológica
al retorno compulsivo de un pasado traumático que estalla
en conductas irreprimibles, repetitivas, liberadoras de
tensión, a veces violentas y siempre invalidantes. Digamos
una palabra sobre el primer retorno del pasado, el retorno
en la consciencia, que no es otro que lo que llamamos
rememoración, es el caso ordinario de un recuerdo,
el pasado retorna en un recuerdo, que resulta de una
interpretación afectiva del pasado; digo “reinterpretación”
porque todo pasado es siempre remodelado y recreado
a la luz de lo que vivimos hoy día. El segundo modo del
retorno del pasado no es en nuestra memoria, sino en
psicológicamente lo que nosotros repetimos? Lo que
repetimos se produce en los actos esenciales de nuestra
vida, esos actos son fundamentalmente la repetición de
amar y de sufrir la pérdida o la separación. Si ustedes me
preguntan qué es lo que se repite en nuestra vida desde
el punto de vista psicológico, lo que se repite es nuestra
manera de amar, nuestros compromisos afectivos con un
ser amado, con una cosa amada (una casa un país, un lugar)
o con un ideal amado. Nosotros repetimos una manera
de amar y repetimos también una manera de separarnos,
de perder aquello que amamos. Lo que repetimos
son siempre actos ligados al amor o actos ligados a la
separación. Así, cada retorno en acto de un pasado feliz
en el que hemos amado o de un pasado doloroso en el
que hemos sufrido una pérdida, es indiscutible que cada
acto esencial de nuestra vida es un acrecentamiento de
nuestro ser; cada vez que nos separamos –supongamos
que nos separamos dolorosamente por una pena de amor
o, al revés, nos comprometemos en una relación feliz- ,
cada vez que hay algo esencial que marca un pasaje de un
desafío, de una prueba, nuestro ser crece y cada acto es
una nueva capa que se añade y se funde con las antiguas
capas que constituyen la base de nuestra personalidad.
En efecto, ¿qué somos, qué es hoy nuestro Yo, sino la
sedimentación de todos los retornos en acto de un pasado
intenso, ya sea feliz o doloroso? Enteramente, nuestro
pasado nos sigue en cada instante; lo que hemos sentido,
pensado, querido desde nuestro primer despertar, incluso
desde nuestra vida embrionaria, está aquí presente en
el instante actual. Nosotros somos nuestro pasado en
acto. Nosotros somos nuestro inconsciente en acto,
un inconsciente que se confunde con el pasado, un
inconsciente que no está detrás de nosotros sino en
nosotros.
Tenemos, pues, dos retornos sanos del pasado: la
rememoración y el retorno en acto de un pasado
emocionalmente intenso y reprimido que asimilamos al
inconsciente y a las pulsiones de vida.
Vayamos ahora al tema más importante de esta
conferencia, me refiero al tema de la repetición patológica
y compulsiva, que conduce a muchos pacientes a
consultarnos. La repetición patológica está presente
en numerosos cuadros clínicos, psicopatológicos, tales
como: la repetición inexplicable de fracasos graves, la
multiplicación de rupturas amorosas incomprensibles,
los trastornos obsesivos compulsivos y, finalmente, toda
la gama de conductas adictivas, como la toxicomanía, la
perversión sexual, la dependencia al juego, la delincuencia
o, también, la bulimia o la anorexia. En la repetición
patológica el retorno en acto es el retorno compulsivo
de un pasado, ya no manera de amar o de separarnos,
sino retorno compulsivo de un pasado traumático; debería
decir, de una emoción traumática, forcluída y reprimida.
Digamos, por el momento, que la repetición patológica es
una serie de al menos tres ocurrencias y no dos, como
en la definición general, puesto que ella es compulsiva.
Es al menos tres ocurrencias en la que una emoción
traumática vivida por un niño violenta, forcluída y reprimida,
aparece, desaparece, reaparece, reaparece y reaparece
y reaparece todavía varios años más tarde en la edad
adulta, bajo la forma de una manifestación psicopatológica
y reprimible. Pero, ¿qué es esta emoción que yo llamo
emoción traumática, forcluída y reprimida? Esta emoción
es una emoción vivida en la infancia o en la pubertad, en
el momento de un episodio traumático, medio real medio
imaginario, un episodio que yo sistematizo diciendo que
son episodios o sexuales, o agresivos o tristes, en los que
el sujeto se ha sentido en el centro del acontecimiento,
ya sea como víctima, agente o testigo. Una emoción así,
traumática, vivida por el niño o el preadolescente no es
una emoción pura, no se puede decir simplificando “este
niño ha sufrido un abuso sexual”, ni siquiera “este niño ha
sido maltratado”, o bien “este niño ha sido abandonado”.
No. Todas estas fórmulas son correctas, pero no dicen lo
que el niño ha experimentado realmente en el momento
del incidente traumático.
La emoción infantil traumática no es una emoción pura, es
una mezcla de emociones extremas y confusas. En el caso
del niño víctima de un abuso sexual, la emoción que vive
es una mezcla de espanto, asco y, en algunos casos, de
placer, subrayo bien la palabra placer. En el caso de un niño
maltratado, la emoción que vive el niño es una mezcla de
espanto, dolor, odio y, en ciertos casos, también de placer.
Y, finalmente, en el caso de un niño abandonado, como el
caso de Raquel, la emoción es una mezcla de espanto,
tristeza e, incluso, de odio. Así nombro cada una de estas
mezclas de emociones exacerbadas, intensas y confusas,
que surgen en el caso de un abuso sexual, de un maltrato,
de un abandono o aun de cualquier otro psicotraumatismo.
Psicotraumatismo no significa una única efracción violenta,
puede ser una serie de microefracciones violentas. Muchas
veces, por no decir la mayor parte de las veces, cuando
podemos trabajar con nuestro paciente descubrimos que
son micropsicotraumatismos regulares que pueden durar
y producirse durante un año, dos años, tres años… No
hay una sola efracción violenta. Digo eso porque muchas
veces el terapeuta busca un incidente traumático y puede
no haber un incidente traumático; es un estado progresivo,
pienso en el caso de una paciente, que vamos a llamar
Isabel, que tuvo relaciones incestuosas con su hermano
durante cuatro años, entre sus 9 y 13 años. Evidentemente,
en el inicio era una relación muy intensa, dolorosa,
traumática, pero poco a poco fue como si la paciente se
hubiera acostumbrado, pero seguía siendo traumático para
ella. Entonces, les pido que piensen que no hay una única
efracción violenta, sino que puede haber microefracciones
regulares. Pero, en todo caso, lo que quiero decir es que,
sea un solo traumatismo o varios microtraumatismos, lo
que aparece cada vez no es una emoción única, sino una
mezcla de emociones confusas y excesivas, que para
nombrarlas yo utilizo el término lacaniano de “goce”. ¿Qué
es el goce? En el contexto de esta conferencia sobre la
repetición lo definiría así: El goce es una mezcla confusa
de emociones agudas y violentas que se apoderan del
niño en el momento de un psicotraumatismo, emociones
vividas pero no registradas por una consciencia inmadura y
oscurecida por el terror. Para entender la repetición es muy
importante entender esto que estoy diciendo. El goce es,
pues, un magma, un magma de emociones vividas, pero
no representadas. Este es el punto clave. Son emociones
confusamente sentidas por el niño pero no asimiladas por
el Yo infantil traumatizado.
A este fenómeno extraño de vivir una emoción
desbordante sin tener consciencia de vivirla, sin darle
el nombre que hace falta (porque yo no puedo, porque
estoy muy desbordado, porque la emoción es tan fuerte
que estoy como ciego), sin simbolizarla, lo califico con
el término lacaniano de “forclusión”. O, mejor aun, con
una expresión que me apareció a medida que trabajaba:
ictus forclusivo. Ictus, ustedes saben, es un término de
la Medicina, yo utilizo ictus súbito, forclusivo, porque el
sujeto no logra nombrar o reidentificar la emoción que está
viviendo. El niño, sacudido por el traumatismo, forcluye
el goce, lo siente en su cuerpo pero no se lo representa
en su cabeza. En el traumatismo el niño sufre de lo que
podemos llamar una agnosia emocional, es decir, que
no reconoce las emociones que sin embargo percibe. El
niño percibe la emoción pero no puede representársela
mentalmente. Así, pues, es esta exclusión del mundo de
las representaciones, del mundo simbólico, lo que hace
que el goce, esa mezcla emocional, sea más virulento que
nunca y más decidido que nunca a resurgir tal cual una y
mil veces. El goce del niño, agudo y violento, inadmisible
por el mundo simbólico, deviene, a lo largo de los años,
una incoercible emoción que busca cargar con su tensión
incandescente el cuerpo del adulto. Lacan definía la
forclusión diciendo “lo que está excluido de lo simbólico
reaparece en lo real”. Esta tarde, yo diría: el goce excluido
de lo simbólico en la niñez reaparece en lo real de una
acción compulsiva en la edad adulta.
Avancemos ahora sobre la misma idea pero formulada de
manera diferente: el goce ha nacido goce en un cuerpo
joven y quiere renacer goce en un cuerpo de adulto. Aquí
debo hacer una precisión importante: el niño traumatizado
que no ha podido concebir una representación simbólica
del goce que experimenta consigue, sin embargo, forjar
en su inconsciente una representación fantasmática; a
falta de una representación preconsciente -consciente
de palabra, como diría Freud- el goce se enquista en una
representación escénica inconsciente que designamos
con el nombre de fantasma inconsciente.
Al inicio de la conferencia yo he hablado del fantasma y de
la escena que lo define. Ahora, quisiera ser más preciso. El
fantasma inconsciente es una escena brumosa en la que la
acción se ha detenido, un flash, una escena compuesta de
dos o tres personajes en acción o a veces de un fragmento
de acción, en el que se ve como en un primer plano una
parte del cuerpo de uno de los personajes estrechando
una parte del cuerpo del otro. Por ejemplo, un niño
traumatizado por la visión de una disputa trágica entre
sus padres va a guardar en su inconsciente el flash de las
manos crispadas del padre apretando el cuello de la madre.
El niño traumatizado por esta visión quedará parasitado
por un fantasma nocivo que él no ve conscientemente; ese
fantasma inconsciente no se ve en la cabeza, pero, sin
embargo, le va a dictar conductas compulsivas cuando
ese niño sea adulto. Les he dicho hace un momento que
en la repetición sana el objeto que se repite es el pasado
emocionalmente intenso y reprimido; ahora, les digo que
en la repetición patológica el objeto que se repite es el
goce traumático, forcluido y reprimido, puesto en escena
y enquistado en un fantasma errante en el inconsciente.
Quisiera, ahora, esquematizar la secuencia de las diferentes
etapas de la génesis del goce compulsivo. Cada vez que
ustedes se encuentren ante un paciente que presenta un
comportamiento compulsivo y repetitivo, podrán guiarse
por la secuencia siguiente.
1)Primera etapa: psicotraumatismo en el niño, es decir,
un aflujo masivo de una excitación para un Yo infantil
que no puede contenerlo. Por ejemplo, si mientras
estamos acá, Dios no lo quiera, se cae el techo, eso es
traumatismo, porque no tenemos la capacidad de asimilar
una excitación tan potente como esa. Traumatismo es
siempre una ecuación: mucha excitación para un Yo que
no puede contenerla. Este psicotraumatismo puede ser
una efracción única o una serie de microefracciones.
2)Irrupción violenta en el niño de un magma emocional que
llamamos goce.
3)Forclusión del goce o falta de simbolización. Yo hubiera
podido enunciar, y me dirijo a los colegas que conocen
muy bien la teoría de Lacan, “forclusión del significante
del goce” o “forclusión del significante”. Efectivamente,
cuando Lacan habla de forclusión es siempre forclusión
del nombre del padre; forclusión del significante, no
forclusión del goce. Pero, el desarrollo de este trabajo
y de mi reflexión me llevó (quizás haya errores y quizás
tengamos que discutirlo o pensarlo) a pensar que la
definición del goce no simbolizado por el niño era lo
esencial de forclusión. Entonces, llamé forclusión del goce
y no forclusión del significante y aun menos forclusión del
significante del nombre del padre. Debo decir, también,
que es fundamental comprender que si yo estoy frente a
un paciente…Por ejemplo el que vi antes de venir aquí,
un joven que tiene una compañera con la que está hace
más de dos años, es un hombre de unos 34 años, muy
bien situado socialmente. Este hombre me dice “vengo
porque tengo un problema, mi mujer descubrió que entro
a Internet todo el tiempo y me masturbo con imágenes
pornográficas”. Cuando ustedes escuchan esto piensan
que es repetición temporal del síntoma o repetición
espacial del fantasma.
La repetición temporal del síntoma es automática, se
impone naturalmente. Le pregunto cuánto tiempo hace
que se masturba así, entonces me dice que desde hace
mucho tiempo, desde joven. Yo hice lo que llamo la
rectificación subjetiva, que es un término de Lacan que
Lacan retomó de Ida Macalpine que es una gran autora
de la escuela inglesa que ha escrito un texto sobre la
transferencia pero también otros muy interesantes como
esta idea de la rectificación subjetiva. Cuando estoy con
un paciente y empieza la primera entrevista, naturalmente
corrijo; entonces, él me dice “mi mujer descubrió que voy
a Internet y quiere que resuelva ese problema porque no
logro no ir a Internet”, “el problema no es ir a Internet, el
problema es la masturbación”, le digo. Ya a los 15 minutos
de entrevista le pregunto en qué otras circunstancias se
masturbaba: “¿cuándo esta solo?”. “No, en la relación
sexual”, me responde. Dice que él podía hacer el amor
con la compañera pero que no podía eyacular si no se
masturbaba. “¿Y esto le pasaba antes o le pasa ahora?”,
pregunto. “Estuve con otra mujer antes, durante 8 años,
y en esos 8 años jamás pude eyacular en el interior de
ella”. Entonces, este problema es un problema que data
desde hace ya 12 años. Le agarro la mano… Debo decir
que hay un problema, que no sólo yo tengo… Que cuando
enseñamos tenemos un problema, porque si enseñamos
exactamente lo que hacemos inducimos a los jóvenes a
hacer cosas que no tienen que hacer. Cuando yo les digo
que toco la mano del paciente así, que es un señor, yo no
lo hacía a los 30 años de oficio, lo estoy haciendo ahora
a los 48 años de oficio, entonces por favor, no lo hagan.
Entonces, le tomo la mano y le digo, a propósito: “pero,
quiere decir que el sexo suyo, el pene (y le señalo el pene)
está como pegado con la mano y no hay otra manera que
el pene eyacule sin que su mano lo toque”. Dice “nunca
pensé en eso”. “Lo que tenemos que hacer, trabajar usted
y yo, es despegar el pene de la mano”, digo.
Les puedo asegurar que el paciente, con esta primera
entrevista, sufre de repetición. Decir que sufre de
repetición es una manera de encarar el problema. Sufre
de una perturbación sexual importante, porque si en
10 años no ha podido eyacular en una mujer y tiene 34
años. Si no logramos romper esa adicción de la mano al
pene probablemente este hombre no vaya a tener nunca
hijos, porque para tener hijos va a tener que hacer una
procreación médicamente asistida y yo ya he tenido
pacientes hombres que han sido obligados a hacer una
procreación médicamente asistida por una perturbación,
trastornos sexuales, como este caso. He tenido un
paciente que no podía penetrar el cuerpo de una mujer
porque le era imposible, el tenía la imagen que el sexo de
la mujer estaba como cerrado y que era un cierre peligroso
que podía hacerle daño a su pene. En este caso, con este
muchacho, yo tengo muchas ganas de ayudarlo, no sé si
voy a poder, no sé si lograremos sacarlo de esa adicción,
pero lo que yo sé es que esta teoría de la forclusión del
goce es para comprender que cuando uno está frente a
un paciente que repite, que tiene como una adicción que
hace que no pueda eyacular en el interior del cuerpo de
la mujer… En este caso, si mi teoría es justa, yo tengo
que encontrar en la juventud de este hombre alguna cosa,
algún incidente o una serie de microincidentes, donde
este joven ha tenido esta formación del goce y que ese
goce ha quedado latente durante cierto tiempo en la vida,
probablemente hasta la adolescencia, donde él comienza
a masturbarse, y desde ese momento, cada vez que
necesita masturbarse, cada vez que tiene ese impulso
incontrolable e irreprimible es el goce que está volviendo.
Esta es la hipótesis que yo les someto a ustedes y les pido
a los clínicos que estén acá, o a los jóvenes que van a ser
clínicos, que piensen en ello, en confirmar esta hipótesis:
que el acto compulsivo de hoy se explica por la aparición
de un goce que ha surgido en la época de la infancia o de
la prepubertad.
4)El goce, por la falta de simbolización que codena al goce
a ser una bola de fuego desenfrenada en el inconsciente.
Esta bola de fuego está, sin embargo, revestida de una
escena que llamamos fantasma inconsciente. Luego, hay
represión del fantasma inconsciente. Como ven, he puesto
que la forclusión precede la represión. Cuando discutí de
esta teoría en París, hubo colegas que me dijeron “¿cómo,
no entiendo?”; hemos aprendido que la forclusión es una
cosa diferente de la represión y que no podemos decir
forclusión y luego represión o viceversa. Yo considero
que la represión y la forclusión son dos mecanismos de
defensa del Yo. La forclusión es el mecanismo de defensa
más violento que tiene el Yo, es “yo no quiero saber nada”,
la represión es “yo quiero olvidarme”. Sin embargo, me
parece, lo propongo, que forclusión del goce precede
la represión del fantasma. Una cosa es el goce, que no
puede ser simbolizado porque desborda la conciencia
del niño, y otra cosa es la represión de un fantasma que
es, justamente, una representación, la representación
fantasmática. Forclusión del goce y luego represión del
fantasma que lo contiene. Relegado en el inconsciente, el
goce, siempre enfundado en el fantasma, queda reprimido
durante varios años, desde la infancia hasta la edad adulta;
durante este período de latencia, el goce fermenta, hierve
y aspira solamente a una cosa: perforar la superficie del yo
y desencadenar un acto impulsivo y repetitivo.
Ha llegado el momento de concluir esta conferencia
diciéndoles que la finalidad terapéutica de un análisis es la
de desvitalizar el fantasma infantil nocivo. Con este paciente
del cual les hablé recién yo no debo solamente despegar
el pene de la mano, debo también desvitalizar el fantasma
inconsciente que anima esa acción compulsiva. ¿Cómo
se hace, cómo procedemos? Llevando progresivamente
al paciente a sentir de manera diferente cada vez y por
pequeños toques emocionales el goce traumático; sentir
fragmentariamente el goce pero siendo consciente de
lo que está sintiendo. Nuestra misión de analistas es
conducir al analizante a disociarse entre revivir el trauma y
verse revivir el trauma; es eso lo que yo llamo revivicencia.
Quisiera terminar esta tarde haciéndoles escuchar dos
voces antiguas que vibran al unísono y nos comunican
el mismo mensaje; la primera es una voz inmemorial que
nos enseña que el pasado no desaparece nunca a pesar
de la usura del tiempo y que renace siempre, es la voz
de un viejo pensador que vivía en la Antigua Grecia en
la ciudad de Tebas cinco siglos antes de nuestra era,
es la voz de Píndaro, maestro inigualable de la poesía
universal, escuchémoslo: “Ninguna de las cosas que han
tenido lugar, sea justa, se injusta, será jamás aniquilada; el
tiempo mismo, ese padre universal, no podrá impedirles
haber sido”. La otra voz, más cercana a nosotros resuena
en eco y añade que el pasado es siempre actual, es la
voz de este otro maestro, Sigmund Freud, que nos dice
“Nada en la vida puede perderse, nada desaparece de lo
que se ha formado, todo se conserva y puede reaparecer
interminablemente”. A más de dos milenios de distancia
estas voces nos confían una misma verdad que yo
formularía así: todo lo que para nosotros nos es vital es una
repetición de lo que ya ha sido; esta verdad es la primera
divisa que orienta nuestra escucha cuando estamos frente
a un paciente que nos confía su malestar. Al escuchar su
queja, sabemos espontáneamente que lo que él vive hoy
es forzosamente la repetición de lo que vivió ayer.