Seminario 14: Clase 16, del 19 de Abril de 1967

Les di la última vez ciertos enunciados, tales por ejemplo: no hay acto sexual. Pienso que la noticia llega a todas partes, en fin, no lo he dado como una verdad absoluta; dije que era articulado en el discurso del inconsciente. Encuadré esta fórmula y algunas otras en una suerte de repaso, debo decir bastante denso, que da su sentido y sus premisas; así este curso era algo como una etapa marcada por puntos de correspondencia, que podrá quizá servir a título de introducción escrita de lo que sigue.

Quiero continuar hoy de una manera más accesible, un primer modo de desenredar las articulaciones en las que me adentraré, las que he presentificado desde hace dos o tres clases.

Podría rearticulárselos de una manera quizá apodíctica, mostrando su necesidad. Procederé de otro modo, pensando más bien ejemplificar el uso que voy a darle, para retomarlas cosas de una manera de la que me voy a alejar. Voy a hacerlo bajo el modo de lo que se puede llamar erístico, para aquellos que no saben de que se trata, se trata de psicoanálisis. No es necesario saber de que se trata en psicoanálisis, para sacar provecho de mi discurso, aunque haga falta (este discurso) haberlo practicado cierto tiempo. Debo suponer que no es el caso para todo el mundo, especialmente entre los que no son psicoanalistas. Si tengo esta preocupación de lo que conviene introducir en mi discurso, no es sin pensar en los psicoanalistas; pero es también que hasta un cierto punto me es necesario dirigirme a aquellos que acabo al principio de definir, y que me encuentro un día atrayéndolos en masa. Me es necesario dirigirme a ellos, para que mi discurso vuelva, por una suerte de punto de reflexión, a las orejas de los psicoanalistas. Es en efecto asombroso e interno a la cuestión, que el psicoanálisis no entre de lleno en ese discurso, precisamente en la medida en que ese discurso incumbe a su práctica y es demostrable.

La continuación hoy de mi discurso, pondrá el acento sobre porqué es concebible que el psicoanalista encuentre en su estatuto —lo que lo instituye como psicoanalista— algo que resiste especialmente en el punto inaugurado en mi último discurso: el valor de goce. Su introducción cuestiona la raíz misma de un discurso, de todo discurso que pueda llamarse discurso de la verdad. Al menos, compréndanme, que este discurso compita con el discurso del inconsciente, si este discurso del inconsciente está, como lo he dicho la última vez, articulado por este valor de goce.

Es singular ver como el psicoanalista tiene siempre un pequeño retoque que hacer a este discurso competitivo, es justo ahí donde su enunciado eventual está en lo verdadero. Basta tener un poco de experiencia para saber que esta contestación es estrictamente correlativa cuando se la puede comparar con una suerte de glotonería, ligada de alguna manera a la institución psicoanalítica, que está constituida por la idea de hacerse reconocer sobre el plano del saber.

El valor de goce, he dicho, esta en el principio de la economía del inconsciente, dije aún, subrayando el artículo del, habla del sexo, no por el sexo, sino del sexo. Lo que el inconsciente nos designa son las vías de un saber, no hace falta para seguirlas, querer saber antes de haber caminado.

El inconsciente habla del sexo, puede decirse que dice el sexo; dicho de otra manera: ¿dice la verdad?.

Decir que habla es algo que deja en suspenso lo que dice. Se puede hablar para no decir nada, es lo más corriente, pero no es el caso del inconsciente. Se puede decir cosas sin hablar, no es el caso del inconsciente tampoco. Es así mismo el relieve desapercibido, como muchos otros rasgos que dependen de lo que he a articulado en este punto de partida del inconsciente: Ello habla. Si se tuviera un poco de oreja, se deduciría que es obligatorio hablar para decir algo. No he todavía visto que nadie lo haya despejado, aunque en mi discurso de Roma está dicho, por lo menos, bajo una decena de formas. Una me fue recientemente presentada en el transcurso de reuniones con unos jóvenes muy simpáticos, muy atentos a mi discurso: mi famosa fórmula que a pesar de esto tuvo suerte —¡Desconfíen siempre de querer recoger todo en una fórmula!— digo ahí que cuando el analizado les hable a ustedes, analistas, de él, todo andará bien. Las fórmulas que como éstas tienen la suerte de ser acogidas deben ubicarse en su contexto para no engendrar confusiones.

¿Es que el inconsciente dice la verdad sobre el sexo?. No he dicho esto, Freud, recuérdenlo, ya ha abordado la cuestión.

Por supuesto conviene precisarlo; era el propósito del sueño de una de sus pacientes, que manifiestamente tiene ese sueño para engañarlo, darle gato por liebre. La generación de discípulos de entonces era bastante tierna para que haya hecho falta explicarlo como un escándalo. En verdad uno se salva fácilmente. El sueño es la vía regia del inconsciente, pero no es el inconsciente mismo.

Plantear la cuestión a nivel del inconsciente es otra cosa, lo que ya he hecho, como lo hago siempre y sin dejar lugar a la ambigüedad, como en mi texto, La cosa freudiana… (escrito en 1956 para el centenario de Freud), hago surgir esta entidad que dice: Yo, la verdad, hablo. La verdad habla, ya que es la verdad no tiene necesidad de decir la verdad. Escuchamos a la verdad, lo que dice no se escucha más que para quien sabe articularlo, lo que dice en el síntoma, es decir, en algo que cojea. Tal es la relación del inconsciente, en tanto que habla, con la verdad.

Queda una cuestión que he abierto el último año, en mi primer curso aparecido (cuando dije el último año, digo el pasado Noviembre), aquel que fue publicado en los Cahíers pour L’analyse, bajo el título La ciencia y la verdad. Queda abierta la cuestión de saber porque (enunciado de Lenin que introduce este cuaderno) la teoría vencerá porque es verdadera. Lo que he dicho siempre de los psicoanalistas no da enseguida a este enunciado una sanción que convenga; Marx como tantos otros, deja pasar algo enigmático. Como muchos antes que él, comenzando por Descartes, procedía en cuanto a la verdad según una singular estrategia que enuncia con estas palabras punzantes: —La ventaja de mi dialéctica es que digo las cosas poco a poco, y como creen que estoy en el fin se precipitan refutándome, no hacen más que desplegar su armada. Puede parece singular que alguno de quien procede esta idea, la teoría vencerá porque es verdadera, se exprese así.

Política de la verdad y, para decirlo todo, su complemento en la idea de que sólo lo he llamado siempre la masa, lo que en el contexto marxista se llama la conciencia de clase, en tanto es la clase de la masa, no podría equivocarse. Singular principio, sin embargo, sobre el cual, todos aquellos que ameritan, haber continuado en la verdad marxista, no han variado jamás. ¿Por qué la conciencia de clase estaría tan segura en su orientación, mientras no sabe nada, o sabe bastante poco de la teoría?. Cuando la conciencia de clase funciona al entender de los teóricos, aún en el nivel no tan educado, es reducida a aquellos que pertenecen al nivel definido como la clase excluida de los beneficios capitalistas.

Quizá la cuestión concerniente a la fuerza de la verdad hay que buscarla en este campo donde estamos introducidos, el metafórico. Podemos, —lo repito— por metáfora, llamarlo mercado de la verdad, ya que el resorte de este mercado es el valor de goce. Algo se canjea que no es la verdad misma, dicho de otra manera, el lazo de quien habla a la verdad no es el mismo según el punto donde sostenga su goce. Es toda la dificultad de la posición del analista: ¿Que hace?, ¿de qué goza en el lugar que ocupa?.

Es el horizonte de la cuestión que no he hecho más que introducir, marcándola en su punto de fisura bajo el término del deseo de psicoanalista.

La verdad, entonces, en este intercambio que se transmite por una palabra, cuyo horizonte nos es dado por la experiencia analítica, no es el objeto de intercambio, como se ve en la practica. Aquellos psicoanalistas que testimonian eso con su práctica, seguramente no es por nada, están ahí por lo que de la verdad pueda caer del plato, lo que ellos podrán hacer truncándola un poco. A tal necesidad los obliga, el hecho de un estatuto relativo al valor de goce, ligado a su posición de analistas. Tengo una renovada confirmación de eso.

Voy a tomar un ejemplo de alguien que no es psicoanalista, G. Deleuze; presenta un libro de Sacher-Massoch, Presentación de Sacher-Massoch, escribe sobre masoquismo, incuestionablemente el mejor texto que jamas haya sido escrito. El mejor texto comparado a todo lo que se ha sido escrito sobre ese tema en psicoanálisis, seguramente, ha leído esos textos. No inventa su tema, parte en principio de Sacher-Massoch, que tiene algo que decir cuando se trata de masoquismo. Se ha recortado un poco su nombre, ya que ahora se dice masoca, marca la diferencia que hay ente masoca y masoquismo, masoquista o masoca. Como sea volveremos sobre este texto, ya que literalmente puedo decir algo de un tema sobre el cual no he permanecido mudo, puesto que he escrito Kant con Sade.

No hay más que percibir que el sadismo y el masoquismo son dos vías estrictamente distintas, se deben ambas referir a la estructura. Todo sadista no es automáticamente un masoca, ni toda masoca un sadista. No se trata de un guante que se da vuelta. Puede que Deleuze —juraría por otra parte ya que me cita abundantemente— haya sacado provecho de esos textos; no es asombroso que este texto anticipe lo que voy a decir, en la vía que hemos abierto este año, mientras que no hay un sólo texto psicoanalítico que no hay que retomarlo, rehacerlo en esta nueva perspectiva. He confirmado por el mismo autor, que no tiene ninguna experiencia de análisis.

Tales son los puntos que deseo marcar; después de todo con el tiempo pueden cambiar, toman un valor ejemplar y merecen ser retenidos, como para exigirme que dé plenamente cuenta, quiero decir, en detalle, de ellos.

Mas allá me queda entrar en la articulación de la estructura cuyo rasgo simple (está en el pizarrón) da su base y fundamento, ya adelanté como va a servirnos.

Sin embargo, repito, el a es a propósito del objeto así designado, lo que podría llamarse la montura del sujeto. Metáfora que implica que el sujeto es la joya, y la montura lo que lo soporta, lo que lo sostiene, lo encuadra. Sin embargo, el objeto a lo hemos definido y representado como lo que cae en la estructura a nivel del acto fundamental de la existencia del sujeto, ya que es el acto en que el sujeto se engendra, a saber: la repetición. El hecho significante, lo que se repite, he aquí lo que engendra al sujeto y algo que cae.

Recuerden como el corte del doble bucle en este menudo objeto mental, el plano proyectivo, deslinda dos elementos: la banda de Moebius que para nosotros figura el soporte del sujeto, y el disco que obligatoriamente queda, ineliminable de la topología del plano proyectivo.

Este objeto a está soportado por una referencia numérica para representar lo que tiene de inconmensurable, de inconmensurable en su funcionamiento de sujeto, cuando ese funcionamiento se opera al nivel de lo inconsciente, y que no es otra cosa que el sexo. Seguramente el número de oro no sólo está ahí como soporte, sino simplemente como función simbólica. Teniendo este privilegio (que les indique como pude, a falta de poder darles la teoría matemática más modernas y estricta) el número de oro requiere que lo inconmensurable sirva de nuevo en el menor de los intervalos. Dicho de otra manera es aquel que para llegar a cierto límite de aproximación demanda de todas las formas (son múltiple y casi infinitas) de lo inconmensurable, aquel que demanda el máximo de operaciones.

Les recuerdo en este punto de qué se trata: a está aquí llevado sobre el 1, marcando a su siendo a2, su diferencia. Siendo:    

queda que 1 – a = a2. El a2 será enseguida transportado sobre el a que está en 1 y engendra a3, que remitido sobre a2 dará a3, luego sobre a4 se obtendrá a5, de continuar al infinito, ya que no habrá jamás detención ni término para estas operaciones, su límite para las sumas de potencias pares será a, y para las impares será a.
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Es aquí que vendrán a inscribirse al final de la operación lo que en la primera operación era marcado como diferencia, aquí para el a el a2 vendrán agregarse al fin realizando en su suma el 1 constituido por la complementación de a y a2, se ha constituido por al adición de todos los restos una suma igual al a primero del que hemos partido. Pienso que el carácter subjetivo de esta operación no se les escapa, tanto más que hace ya tiempo (un mes y medio) les hice notar como esto podía soportar, figurar, la operación que se realiza en la vía de la pulsión sexual bajo el nombre de sublimación. Simplemente al indicarlo les daba la mira de lo que íbamos a hacer; como pueden presentirlo no podría bastarnos.

Todo nos indicaría, que si las cosas fuesen así, la sublimación haría alcanzar este uno perfecto, ubicado en el horizonte del sexo. Me parece que desde el tiempo que se habla del uno, debería saberse que debe quedar entre las dos series, de las potencias pares e impares del mágico a, algo como una hiancia, un intervalo; en todo caso, todo en la experiencia lo indica. Sin embargo, no esta mal ver, con un soporte más favorable a tal articulación tradicional, la necesidad de la complejidad de la que debemos partir. No olvidemos que si el primer uno (sobre el cual acabo de proyectar la sucesión de operaciones), está ahí no está más que para figurar el problema al que el sujeto tiene que enfrentarse, si es el sujeto que se articula en al inconsciente, a saber, el sexo. Este uno medio es el lugar de la sexualidad, quedémonos ahí estamos en la entrada.

La sexualidad es un género, un muaré, un charco, una marea negra, como se dice hace algún tiempo, metan el dedo, llévenselo la nariz, sienten de que se trata, tiene algo de sexo.

Para que sea del sexo, haría falta articular algo un poco más de cerca; no sé en que punto de bifurcación engancharme, porque es un punto de extremo litigio, es que hace falta que le dé la idea de lo que podría ser, si marchara, la subjetivización del sexo. Evidentemente ustedes pueden soñar con eso, no hacen otra cosa, ya que es lo que hace el texto de vuestros sueños. No es eso. Qué podría ser si era, y se le da un sentido a lo que estoy desarrollando ante ustedes, un significante; lo que se llama (van a verlo enseguida, cómo estaremos embarazados, porque sí digo macho o hembra es bien animal) masculino o femenino. Se verifica de inmediato que Freud es el primero que se adelantó en esta vía del inconsciente, absolutamente sin ambages. No hay ningún medio para decir en que dosis son ustedes masculino o femenino, no se trata tampoco de biología, del órgano de Wolf y Müller, es imposible dar un sentido analítico a los términos masculino o femenino.

Si un significante es lo que representa un sujeto para otro significante, eso debería ser el terreno elegido. Como ven las cosas estarían bien, serían puras si pudiéramos darle alguna subjetivización al término macho. Así sabríamos lo que conviene saber un sujeto manifestándose como macho sería representado como tal, entiendo como sujeto cerca de qué, de un significante que designe el término femenino, del que no habría ninguna necesidad que determine ningún sujeto. Siendo verdadera la recíproca, subrayo que si interrogamos el sexo en cuanto a su subjetivización, posiblemente no probemos ninguna exigencia, exorbitante de intersubjetividad. Puede que así sea, sería incluso, si interrogan lo que he llamado a cada momento la conciencia de clase, la clase de todos aquellos que creen que el hombre y la mujer existen, no podrían ser otra cosa que eso, estaría muy bien si así fuera.

Quiero decir que al principio de lo que se llama cómicamente (ahí lo cómico es irresistible), la relación sexual, si puedo hacer entender, en una asamblea que me es familiar, como conviene: es que no hay acto sexual; no habiendo acto sexual a cierto nivel, tenemos que buscar como se constituye. Si pudiera hacer que al giro de la relación sexual tome en cada una de vuestras cabezas la connotación bufonesca que merece esta locución, habría ganado algo. Si la relación sexual existiera, querría decir que el sujeto de cada sexo puede tocar algo en el otro al nivel del significante, entiendo que no conllevaría en el otro ni conciencia ni aún inconsciente, simplemente acuerdo.

La relación del significante al significante, cuando se encuentra es lo que nos maravilla en algunos tropismos animales. Estamos lejos respecto del hombre y quizá del animal donde las cosas no pasan más que por intermedio de ciertas referencias fanerógamas, que deben prestarse a algunos errores.

Aunque más no sea, la virtud de lo que he articulado no es del todo decepcionante. Esos significantes hechos para que uno presente represente al otro, en estado puro, del sexo opuesto, existe a nivel celular, se llama el cromosoma sexual. Sería sorprendente que podamos un día, con alguna chance de certidumbre, establecer que el origen del lenguaje, a saber, lo que pasa antes de que engendre al sujeto, tengan alguna relación con esos juegos de materias y nos libre los aspectos que encontramos en la conjunción de las células sexuales. No estamos ahí, pero tenemos otra cosa que hacer, simplemente no nos llama la atención que a la distancia que estamos de ese nivel se manifieste algo que no está hecho para no seducir, en ese nivel donde podría designarse algo, que llamaría la trascendencia de la materia.

Si designo este punto extremo, expresamente subrayado, irresuelto, donde el puente no está hecho, es simplemente para marcar que en el orden del pensamiento, no se habría hecho otra cosa que hablar como si este punto estuviese resuelto, durante los siglos del conocimiento bajo una forma más o menos enmascarada, más o menos de contrabando. No se ha jamás hecho más que parodiar lo que sería si el acto sexual existiera, al punto que nos permite definir, según los hindúes Krta y Pakrit, el animus y el anima y toda la lira, lo que exige de nosotros es este juego de las significaciónes primordiales imprescindibles, lo subrayo, respecto de algunos temas. Estamos separados de eso por algo que ustedes llamarán como quieran, la carne o el cuerpo, a condición de incluir lo que aporta de específico a nuestra condición de mamíferos, a saber, condición especifica y de ninguna manera necesaria, como la abundancia de todo un reino nos lo manifiesta, hablo del reino animal. Nada implica la forma que toma par nosotros la subjetivización de la función sexual, nada implica que lo que opera a título simbólico esté ahí necesariamente ligado. Basta reflexionar en un insecto y las imagenes que dependen de esto; no nos privemos de usarlo para hace aparecer en el fantasma tal o cual rasgo singular de nuestras relaciones al sexo.

He tomado una de las dos vías que se me ofrecerán a toda hora. No estoy seguro de haber tenido razón. Hace falta que retome la otra.

La otra es para designarles porqué el uno está a la derecha del a, donde he designado representando globalmente por un significante el hecho del sexo.

Hay una sorprendente convergencia con lo que estoy diciéndoles y lo que llamaré el punto mayor de la abyección psicoanalítica. Debo decir que deben únicamente a J. A. Miller, que ha hecho en mis Escritos un índice razonado, el que no hayan visto el índice alfabético, con el que me entretuve imaginándolo comenzar con la palabra abyección. No pasó nada de esto, no es una razón para que esta palabra tome su lugar.

El uno que pongo allí, por pura referencia matemática, figura que para hablar de lo inconmensurable hace falta que haya una unidad de medida, nada simboliza mejor que el uno la unidad de medida. El sujeto bajo la forma de su soporte, el a se mide en sexo, entiendan esto como se diría se mide en pinta o en calamín, eso es el uno, la unidad sexo. Se trata de saber hasta que punto converge, como lo he dicho siempre, con este Uno que reina en el fundamento mental, en la aurora de los psicoanalistas, bajo la forma de la virtud unitiva que estaría al principio de todo el desarrollo, del discurso sobre la sexualidad.

No basta la vanidad de la fórmula que el sexo una, hace falta aún que su imagen primordial este dada como fusión, de la que se beneficiaría el gozador del gozo, el pequeño bebe en el seno de su madre donde nada ha podido testimoniarnos, que esté en una posición más cómoda que la madre llevándolo. O ejemplificando lo que han escuchado en el discurso de Conraid Stein (no lo hemos revisto, desde ese momento, lo lamento), como necesario al pensamiento del psicoanalista representando ese paraíso perdido de la función del yo o del no-yo. Lo repito al escucharlos, los psicoanalistas serían el Cornstone, la piedra angular, sobre al cual nada podría ser pensado de la economía de la libido ya que se trata de esta.

Pienso que hay una verdadera piedra de toque que me permito señalar a cualquiera que me siga, es que toda persona que quede de alguna manera ligada al esquema del narcisismo primario puede meterse en el ojal todas las violetas lacanianas que quiera, esa personita no tiene absolutamente nada que hacer, ni de cerca ni de lejos con lo que enseño. No digo que el narcisismo primario no sea en la teoría algo problemático, merece un día ser acentuado.

Comienzo hoy haciendo notar que si el valor de goce tiene su origen en la falta marcada por el complejo de castración, dicho de otra manera, la prohibición del autoerotismo sobre un órgano preciso que no juega ahí más que un rol y función de introducir el elemento de inauguración de un estatuto de intercambio, todo depende de lo que sea luego economía en el ser hablado. En el sexo es claro que lo importante es ver la reversión que resulta de eso, a saber en tanto que el falo designa algo valuado -φ y que constituye el complejo de castración, algo que hace la distancia del a a la unidad del sexo.

A partir de ahí como toda la experiencia nos lo enseña, el ser será llevado a la función de partenaire en esta prueba del acto sexual en la que es puesto el sujeto; la mujer para representar mi discurso, tomará un valor de objeto de goce, pero al mismo tiempo miren lo que pasa: no se trata más de él goza, sino de: él goza de. El goce ha pasado de subjetivo a objetivo, hasta el punto de deslizarse al sentido de la posesión en la función típica, al como tenemos que considerarla deductible de la incidencia del complejo de castración, ya los he llevado a ese punto la última vez, está constituido por este milagro que hace del partenaire sexual un objeto fálico, punto que pongo aquí de relieve en el sentido de el hombre o la mujer. Esa es la operación más escandalosa, ya que es articulable tanto más en otro sentido, salvo que la mujer no tiene que hacer el sacrificio ya que está a su cuenta de entrada.

En otros términos subrayo la posición de lo que llamaré la ficción macho, que podría expresarse así. Uno es lo que tiene. No hay nada más contento que un tipo que no ha visto más allá de la punta de su nariz y que les expresa la fórmula: tener o no tener. Uno es lo que no tiene, ustedes saben… y luego se tiene lo que es, las dos cosas se tienen, lo que es el objeto de deseo, es la mujer.

Esta ficción simple está seriamente en vista de revisión, hace algún tiempo se ha percibido que era un poco más complicado. Pero aún en La dirección de la cura y los principios de su poder, creí que debía rearticularlo con cuidado. No parece que se haya visto aún lo que comporta eso que opondré a la ficción macho, para retomar una de mis palabras de la última vez, el valor hommelle. Uno no es lo que tiene, no es la misma frase. Uno es quien tiene, pero uno no es lo que tiene, en otros términos, en tanto el hombre tiene el órgano fálico no lo es, implica que del otro lado uno es, lo que no tiene, es decir, que es precisamente en tanto no tiene falo que la mujer puede tener ese valor.

Tales puntos son necesarios de articular al comienzo de cualquier inducción de lo que diga el inconsciente sobre el sexo, porque lo hemos aprendido a leer en su discurso. Pero hablo de complejo de castración, con todo lo que conlleva de litigioso Ya que lo menos que se puede decir es que puede llevara a error sobre la persona, y específicamente del lado macho en lo que nos describe tan bien El Génesis, a saber, la mujer concebida de lo que el cuerpo del hombre ha sido privado; en ese capítulo se menciona una costilla, es por pudor.

Lo que conviene ver es que donde hablo de complejo de castración, como original en la función económica del goce, los psicoanalistas se hacen gárgaras con el término de libido objetal, lo importante es ver que si hay algo que merece ese nombre, es el saldo de esta función negativa, que está fundada en el complejo de castración. El valor de goce prohibido en ese punto preciso, en el punto del órgano constituido por el falo, el que es saldado como libido objetal.

Puede parecerles una sutileza porque, después de todo me dirán ustedes en cuanto al narcisismo, que si hay libido que se lleve sobre el cuerpo propio y aunque precisen las cosas, es de una parte de esa libido que se trata. No hay nada de eso, precisamente para decir que una cosa es extraída de la otra haría falta suponer que está pura y simplemente separada por la vía de lo que se llama un corte, pero no solamente por un corte, por algo que juega inmediatamente la función de un borde. Es precisamente lo que es discutible, no solamente lo que es discutible sino de lo que ahora en más es terminante: que no hay homomorfismo, no hay estructura tal que el pedazo fálico, si se puede decir, sea asible a la manera de una parte de la investidura narcisista que no constituye este borde, que hace falta que mantengamos entre lo que permite al narcisismo construir esta falsa asimilación de uno al otro, presente en las doctrinas tradicionales sobre el amor. Las teorías tradicionales sobre el amor dejan, en efecto, al objeto en los límites del narcisismo, pero la relación de la que se trata, la economía del goce, es distinta de la libido objetal, en tanto que introduce algo que nos deja desear la nota exacta del acto que se pretende sexual y natural, hablando con propiedad, tajado y distinto.

Aquí gira el punto alrededor del cual es esencial no flaquear, ya que cómo lo verán en la continuación, y solamente alrededor de esto que pueden tomar su lugar, justa y esencialmente lo que pasa en el campo analítico, la relación analista-analizado.

Me excuso por dejar esto en suspenso, la ley de mi discurso no me permite tajarlo en el punto de caída que siempre me convendría; la hora nos interrumpe hoy, continuaré la próxima vez.