Seminario 16: Clase 11, del 12 de Febrero de 1969

Bien fastidiado estoy de todo lo que ocurre!. Ustedes también, pienso, Uno no puede al menos dejar de darse cuenta, en tanto estoy en tren de preguntarme si estoy aquí  para hacer mi truco de costumbre o para hacer mi ocupación. ¡En fin! Orejas benévolas han querido escuchar que algunas cosas que yo he adelantado, especialmente durante mi anteúltimo seminario, tenían alguna relación con una ciencia —¿Quien sabe?— una puesta a punto de lo que se refiere a las condiciones de la ciencia. Hoy siento, por toda una suerte de razones —no sería porque nos aproximamos al carnaval— entonces, es conveniente, que yo vaya muy suavemente inclinando las cosas. Yo lo siento así, después del equilibrio de lo que he cogitado a la mañana, antes de verles, voy a inclinarme un poco hace algo que ustedes llamarán como quieran, pero, más bien como una nota moral. Por otra parte, ¿como se escaparía de allí, en el aura, en el margen, en los límites de eso por lo cual he abordado algo que es la apuesta de Pascal?.

Es cierto que no podemos desconocer esta incidencia, aunque bien entendido, lo que me ha inspirado a hablarles de ella, es que la apuesta de Pascal, se sostiene en una juntura, y eso, al menos, voy a recordarlo. Pero así……historia de introducir un poco las cosas y distender un poco la atmósfera— les he dicho que nos aproximamos al Carnaval— les leeré una carta que he recibido. No les diré quién me la envía ni de que ciudad.:

«Estimado Señor Lacan: uno es estudiante y ha leído vuestros «Escritos», casi todo.

Uno encuentra allí  no pocas cosas. Evidentemente, no son siempre de un abordaje fácil, pero merecen, al menos nuestras felicitaciones……»— no se me envía tanto todos los días— » a uno le complacería mucho saber cómo es necesario hacer para escribir cosas tan difíciles….»No estoy en tren de burlarme de nadie, y no de esos muchachos que verdaderamente encuentro; en fin, les diré lo que pienso de eso. ¡Son dos para haber escrito eso!. «Eso nos serviría para nuestros exámenes. Uno tiene licencia, una de filosofía, pero es cada vez  más y más complicado superar la selección. Uno piensa que vale más usar astucias y sorprender a los «profes» más bien que insistir en una forma de discurso llanamente vulgar». «¿Podría usted indicarnos algunas combinaciones en ese sentido?». ¡Yo; eso me shockea, porque me digo que, en el fondo, es lo que estoy en vías de hacer!». «… Por otra parte, uno querría pedirle, aún, algo más, si no es demasiado osado ¿podría enviarnos, como recuerdo suyo, uno de esos graciosos nudos mariposa? Eso nos daría placer. Agradeciéndole por anticipado, uno le dice, adiós, Señor Lacan, y quiera recibir nuestros respetuosos homenajes.».

No voy a dejarme arrastrar por eso porque…….¡Ellos no están muy al día! ¡no saben que uso el cuello redondo desde hace un cierto tiempo!

Para mí, eso hace eco, confirmación resonancia a algo que me emociona cuando escucho a buenas almas modular, así, después  de los meses de Mayo: «Nunca más como antes». Pienso que allí done uno está, es más que nunca como antes. Y después de todo, estoy más bien lejos, bien seguro, de limitar el fenómeno a ese pequeño flash, que esta carta da de lo que es un ángulo del asunto. Evidentemente, hay allí otras cosas en juego. Sólo que lo que es sorprendente es que, desde cierto ángulo, desde cierto punto de vista, esta carta, a mis ojos, puede muy bien hacer el balance del modo en el cual se me escucha, pero en una zona que no está  enteramente tan alejada de mí, como esta ciudad, que está, al menos, más allá de un amplio perímetro. Como ustedes ven, ellos no están muy al día. Pero, en fin esta es una cara de la cuestión de la enseñanza. Y después, no veo porque uno querría darle nudos de mariposa, porque exista alguien que ha jugado el rol de pivote en un cierta comisión de examen, así, que nos fue delegada, en tiempos lejanos por una cierta sociedad británica, que había puesto eso como un punto enteramente digno de balancear con el resto de mi enseñanza, Quiero decir que era así: había eso, en un plato y en el otro, mi nudo papillón (mariposa), es decir la identificación que se presumía yo realizaría con la ayuda de este accesorio ante aquellos que se presentaban, entonces, como mis alumnos. Entonces, ven ustedes, que eso no se limita al nivel de los queridos pequeñitos, de los gentiles, de los ingenuos. Por otra parte, no tan ingenuos, porque, como ellos se los dicen, quizá sea necesario utilizar ardides. Volvemos allí.  Entonces, tomamos las cosas donde las habíamos desmontado, un poco…..
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…a saber en la tabla de la apuesta, a la izquierda —las líneas azules están hechas para mostrar donde se detienen los límite de cada uno de esos esquemas, para que ellos no cabalguen uno sobre el otro, ni realmente, ni en vuestro espíritu— entonces el de la izquierda es aquel en el que he creído deber completar la matriz en la cual, a imitación de lo que se practica en la teoría de los juegos, se podría esquematizar lo que es agitado efectivamente durante todo un siglo diecinueve, y hasta, durante todo un buen comienzo de nuestro siglo. alrededor de la apuesta de Pascal, a saber el modo de demostrar como de algún modo, Pascal trataba de estafarnos. Pienso haber hecho sentir suficientemente que, en razón de la función de los casos  que no forman, realmente, parte de los resultados de una apuesta que se sostendría contra un partenaire que se trata y que es sobre ella que se trata de apostar, en esas condiciones las dos líneas de posibilidad que pertenecía al otro, en tanto que no se puede de ningún modo asegurar la existencia del otro.

Es entonces, a la vez, sobre la existencia o la no existencia del otro sobre lo que le promete su existencia, y sobre lo que le permite su inexistencia, es allí donde lleva la elección, y en ese caso es plausible —yo digo: es plausible, con seguridad si se tiene el espíritu matemático— de apostar y de apostar en el sentido que propone Pascal. Sólo que no se olvidará que yo he introducido, seguramente ese estadio del asunto para que no se preste a malentendidos y creer que aquí me presto a alguna cosa, que sería la indicación del beneficio de esta solución. Efectivamente, he destacado eso y en la introducción misma de la alusión a la apuesta, tal como se presenta menos, que como es, a través de la grilla de las discusiones que han llegado a ser clásicas; he hecho destacar que más a ese nivel, se puede también sustituir las elecciónes a hacer sobre el asunto de la existencia de Dios; esta distinción que también  llenaría la función —lo que cambiaría totalmente su sentido— de esta distinción es de lo que se trata, de lo que podría tratarse, esto es, de esta formulación radical que es la de lo real, en tanto que podemos concebirla y como también la tocamos en la ocasión con el dedo, en tanto no es concebible imaginar otro límite del saber que ese punto de choque, dónde no se tiene más que atender a esto: a algo de indecible que, o bien es, o bien no es. Dicho de otro modo, algo que releva cara o ceca. Era seguro, para que ustedes se pongan de acuerdo que de lo que se trata es de no perder el hilo, a saber, que no estamos en tren de divertirnos, estamos en tren de tratar de dar articulaciones tales que puedan significar para nosotros las más importante decisiones que haya que tomar.

Ocurre que la época marca más y más  que esas importantes decisiones, en tanto que ellas podrían ser las del psicoanalista, podrían también coincidir con las que se imponen en un punto clave de lo que se refiere al cuerpo social, a saber: por ejemplo, la administración del saber. Pero entonces, aunque en ese punto esté bien entendido que he llenado los lugares vacíos, que no hago historia y que no veo porqué  un aparato tan preciso, sobre todo si concebimos en que juntura  se sitúa que la apuesta de Pascal tendría menos recursos para nosotros de los que tuvo para su autor, y volveremos sobre esta cuestión de la situación, tanto mejor que vayamos a reesclarecerla ahora, eso no es— lo verán inmediatamente— para hacer historia. A saber, como lo he evocado la última vez para recordarles que en el tiempo de Pascal, la revelación existe, y he puesto bien el acento sobre eso de lo cual se trata, con sus dos pisos: la palabra de la Iglesia y además la Escritura Santa y la función que el Escritura Santa juega para Pascal. Eso no es evidentemente para recordarle que también Newton, que tenía, sin embargo, otros asuntos más importantes que tratar, hizo un grueso librote —mi distracción, la bibliofília, ha hecho que lo tenga, es soberbio— que es un comentario del Apocalipsis, y de la profecía de Daniel. El ha puesto allí tanto cuidado— entiendo en el cálculo, en la manipulación de las cifras, sin embargo tan problemáticas como aquéllas de las que se trata, cuando se trata de situar el reino de Nabucodonosor; por ejemplo, como en sus estudios de las leyes de la gravitación.

Esto es para recordarles, entonces, al margen, pero eso no nos hace ni calor, ni frío. De lo que se trata en ese estadio es de destacar esto: que al nivel en que Pascal nos propone su apuesta, cualquiera que fuera la pertinencia de nuestras distinciones lo que se refiere al último término es, a saber, que un propósito parecido no se concibe más que en el momento en que el saber ha nacido, saber que es el de la ciencia. Sólo resta que, para él. la apuesta reposa sobre lo que podemos llamar la palabra del otro, y la palabra del otro, seguramente, concebida como verdad.

Entonces, si retomo las cosas en ese punto, es porque algunos no ignoran, y a los otros les informo de ello. por otra parte sería fácil, si ellos hubieran hecho como mis encantadores corresponsales, si hubieran leído de mis «Escritos» casi todo, que estén informados de la función a la vez conjunta y disyunta que he articulado, la de una dialéctica como distinguiendo, sino oponiendo, saber y verdad. Este es el último artículo que he recopilado, tiene por título, precisamente, «La ciencia y la verdad». Y sobre lo que se refiere a la verdad, todos saben, también, que en otro de esos artículos, que se llama «La cosa freudiana», he escrito algo que podría, ciertamente, entenderse así: que su propiedad, es que ella habla. Estaríamos pues, o más bien, yo estaría en un cierto eje que ¿por qué no?, se podría entonces calificar de oscurantismo, en tanto reuniría, a saber, que yo vendría a dar un espaldarazo a la instilación de Pascal, en la medida en que él trata de llevarnos al plano de la religión.

Entonces, evidentemente, la verdad, ciertamente, habla; dirán Ustedes. Pero evidentemente, esto es lo que ustedes dirían si no hubieran comprendido nada de lo que yo digo ! lo cual no esta absolutamente excluido «, pues nunca he dicho eso. Yo he hecho decir a la verdad: «Yo (moi), la verdad, yo (je) hablo». Pero yo no le he hecho decir: «Yo  (moi), la verdad, yo (je) hablo», para decirme como verdad. Ni para decirles «la verdad». El hecho que ella hable no quiere decir que ella diga la verdad. Esto es, la verdad, ella habla. En cuanto a lo que dice son ustedes los que tienen que desenmarañar eso. Eso puede querer decir: «Yo hablo sin discernimiento». Ustedes dirán: «Esto es lo que algunos hacen, hablan siempre, esto es todo lo que tú sabes hacer». Le he acordado, si me atrevo a decirlo, un poco más a la verdad. Después  le he acordado, que ella habla, en efecto, y no simplemente en el sentido al cual responde «habla siempre», que ella habla encarnizadamente.

Quiero decir, que, en ese mismo artículo, he recordado la palabra de Lenín sobre la teoría marxista de lo social que dice: «Ella triunfará porque ella es verdadera», pero no forzosamente porque ella diga la verdad. Eso se aplica también allí. Naturalmente, no me voy a sentir agraviado porque se diga que se cita mi nombre —no he mirado allí, debo decirlo, porque no he tenido tiempo— en beneficio de la humanidad, porque, según dicen, habría comenzado este año, así, sintiendo venir el viento, haciendo meditación entre Freud y Marx.

A Dios gracias, como estaba engripado el último fin de semana, eso me ha dado repentinamente una estimulación par lo que se llama el trabajo, es decir el zafarrancho; me puse a manotear la espantosa cantidad de papel, por cuya destrucción es necesario que vele para el momento en yo desaparezca, porque Dios sabe lo que se haría con ellos de otro modo. Me he dado, esta mañana, cuenta que ha hablado de Marx, del valor de uso, del valor de cambio, de la plusvalía. Me he dado cuenta, para decirlo todo, que mi traductora italiana —a quien puse en evidencia cuando tomé una decisión aventurada para hacer esta suerte de analogía ente la plusvalía y el plus de gozar—; encontré que eso estaba allí, hace dos años. No ha habido ningún mérito en decirme, que en suma esto es la plusvalía, porque yo he hablado de tal modo de Marx, a propósito de ciertas articulaciones se pregunto lo que he aportado de nuevo, salvo ese nombre de «Mehrlust»: plus de gozar, análogo al «Mehrwert». Todo esto para indicar, por otra parte, también, que esos puntos radicales, con seguridad, no se desarrollan absolutamente sobre el mismo campo. Pero en tanto, estamos en la evocación de Lenín, no está mal recordar que de lo que se trata a propósito de la teoría marxista, en la medida que a ella concierne una verdad, esto es, que ella enuncia en efecto, que la verdad del capitalismo es el proletariado. Esto es verdad. Es sólo de eso mismo que resurge la continuidad y el alcance de nuestras distinciones sobre lo que se refiere a la función de la verdad, esto es, que la consecuencia revolucionaria de esta verdad, esta verdad de donde parte la teoría marxista, es ahí donde ella hace la teoría, es precisamente el capitalismo; la consecuencia revolucionaria de la teoría,  parte en efecto de esta verdad, a saber, que el proletariado, es la verdad del capitalismo. El proletariado, ¿que quiere decir eso? Eso quiere decir que el trabajo esta radicalizado al nivel de la pura y simple mercadería; lo que quiere decir, seguramente, que eso reduce a la misma tasa al trabajo mismo.

Sólo desde que el trabajador, por el hecho de la teoría, aprende a saberse como tal, se puede decir que por ese paso él encuentra las vías de un estatuto —llámenle como ustedes quieran— de sabio; él no es más proletario, si yo puedo decirlo, an sich, no es más pura y simple verdad,  él es fur sich, él es eso que se llama conciencia de clase. Y hasta puede al mismo tiempo, llegar a ser la conciencia de clase del partido donde nunca se dice la verdad. No estoy en tren de hacer sátira, estoy en tren de recordar que las evidencias —es en eso que es liviano— no relevan de ningún modo el escándalo que se ha hecho cuando no se comprende nada de nada, o que, si se tiene una teoría correcta de lo que se refiere al saber y la verdad, no hay nada más fácil de alcanzar que, en particular no se ve por que uno se sorprendería que sea del vínculo más leninianamente definido a la verdad, que se destila toda esta lenificación en la cual se baña el aparato. Si ustedes se meten en la cabeza que no hay nada más lenificante que los duros, recordarán eso como una verdad y conocida desde hace mucho tiempo. Y, después, verdaderamente, ¿no es eso, que uno lo sabe hace mucho tiempo, desde siempre?

Sin no se estaba, desde algún tiempo —y les diré porqué— tan persuadido de que el cristianismo no es la verdad, se habría podido  recordar, al menos, que durante un cierto tiempo, que no es poco, él lo ha sido y que eso en lo que ha dado la prueba es que, alrededor de toda verdad, que un clero próspero pretende hablar como tal, es obligatoriamente mentiroso.

¡Entonces yo me pregunto porque experimentar una sorpresa extrema a propósito del funcionamiento de los gobiernos socialistas!. ¿Diré que la perla de la mentira es la secreción de la verdad? Eso sanearía un poco la atmósfera; atmósfera que por otra parte no existe más que por el hecho de un cierto tipo de cretinismo, del cual es necesario decir su nombre inmediatamente, en tanto al término de lo que vamos a decir, yo tendré que volver a delinearlo en alguna parte, en uno de esos pequeños cuadrados: es lo que se llama el progresismo. Trataré, con seguridad de darles una mejor definición que esta referencia a sus efectos de escándalo, quiero decir producir almas escandalizadas. Esas cosas deberían ser aproximadas desde hace mucho tiempo por la lectura de Hegel, la ley del corazón y el delirio de la presunción. Pero, al mido de todas las cosas un poco rigurosas, cuando ellas salen, con seguridad nadie piensa en acordarse de ellas en el momento que conviene. Es por ello que he puesto en exergo, al comienzo de mi discurso de este año, algo que quiere decir, que lo que yo prefiero es un discurso sin palabras.

Entonces, de lo que se trata, lo que podría estar aquí en cuestión si se quiere, como se dice, lamer el plato hasta el punto en que podemos aprovecharlo, metiendo el pequeño dedo, es de dar cuenta que esas cosas no tienen tan malos efectos, en tanto que, cuando yo digo que el servicio del campo de la verdad, el servicio en tanto que tal —servicio que no se le demanda a nadie, es necesario tener la vocación— entraña, necesariamente, mentira; quiero hacer destacar esto, porque es necesario ser justo, esto es lo que hace en gran medida al trabajador. ¡Yo adoro eso cuando, bien entendido, son los otros quienes trabajan! Es por eso que me regalo con la lectura de buen número de autores eclesiásticos de los cuales admiro lo que les ha sido necesario de paciencia y erudición para acarrear tantas citas, que me vienen al punto justo donde me sirven para algo. Es lo mismo para los autores de la iglesia comunista. Ellos también son excelentes trabajadores. Me esfuerzo en vano por algunos, en la vida corriente, en no poder soportarlos, más que en los contactos personales con los curas, ello no impide que sean capaces de hacer muy buenos trabajos y que yo me regale cuando leo a uno de entre ellos cobre el Dios oculto, por ejemplo. Eso nos hace al autor más frecuentable.

Pues, en suma, el fruto de lo que se refiere, después de todo, al menos, a saber, a no descuidar del todo, hasta ese campo, en tanto que uno se ocupa un poquito demasiado de la verdad y se está tan enredado en ello que se llega a mentir acerca de eso. La única cuestión verdadera —en tanto he dicho que allí yo iría hasta los límites— no es enteramente que eso tenga consecuencias, en tanto ustedes ven que, después de todo, es una forma de selección de elites; ¡Es por ello que eso recoge, también, en un campo como en el otro, tantos débiles mentales!. ¡Este es el límite!. Este es el límite, pero no crean que es simplemente para divertirme, para hacer así una pequeña chanza a grupos de los cuales no se sabe, después de todo porqué deberían estar más preservados que los otros de la presencia de los débiles mentales. Esto es, porqué nosotros analistas, podemos quizá, allí, puntuar algo que es, precisamente, muy importante. Allí, les reenvío a la clave aportada, discretamente, por nuestra querida Maud Mannoni, para aquellos que no saben quien es, la relación de los débiles mentales con la configuración que nos interesa, que a nosotros analistas, evidentemente nos quema a nivel de la verdad. Es por eso que nosotros sabemos estar en guardia más que otros; hasta nuestras mentiras, a las cuales seguramente uno está forzado, son menos descaradas que las otras —es necesario decirlo—, menos descaradas, pero más pedorreras.

Hay, por lo menos, quienes, en esa relación, conservan alguna vivacidad y precisamente los trabajos que evoco sobre el asunto, que repentinamente comienza a flotar en la debilidad mental a la que, debo decir en cuanto a mí, me habitué bastante bien en los primeros tiempos de mi experiencia. Estaba admirado de ver que yo recogía brazadas de flores, de flores de verdad, cuando por inadvertencias, tomé en psicoanálisis, lo que Freud, no habría tenido el derecho sino, parecería el deber de descartar de él, a saber: un débil mental. No hay psicoanálisis, debo decir, que marche mejor, si se entiende por eso la alegría del psicoanalista, esto no es quizá, entera y únicamente lo que se puede guardar, pero, en fin, esta claro que, para que él oculte las verdades que precisamente hace surgir al estado de perlas, perlas únicas en tanto que, hasta aquí yo no evocaba ese término más que a propósito de la mentira; es necesario al menos que, en el débil mental, todo no sea tan débil. ¿Y si el débil mental fuera un pequeño astuto? Me comprenderán mejor en lo que quiero decir si saben referirse a buenos autores, es decir Maud Mannoni. Esa era una idea que ya se les había ocurrido a algunos. Hay un llamado Dostoievski que llamó «El idiota» a uno de los personajes que se conducía maravillosamente en cualquier campo social que él atravesara y en cualquier situación de embarazo en que se entrometiera.

Algunas veces evoco a Hegel; esta no es una razón para no hacerlo nuevamente. «La astucia de la razón» nos dice Hegel. Eso, debo decir, es algo de lo cual siempre he desconfiado. En cuanto a mí, he visto muy frecuentemente, la razón engañada (couillonnee); pero triunfando en una de sus astucias, debo decir, que en mi vida he visto eso. Puede ser que Hegel lo viera. El vivía en las pequeñas cortes de Alemania donde hay muchos débiles mentales y, quizás, allí  fuera de donde él tomaba sus fuentes.

En cuanto a la astucia de la que puede tratarse en esos simples de espíritu —a los cuales no es por nada que alguien que sabía lo que decía, los ha bautizado, felices— dejo la cuestión abierta y la termino con un simple llamado, muy necesario y muy salubre: recordar el contexto en que vivimos.

Lo que ahora quisiera, sería retomar en el nivel en que les dejé la última vez. A saber, en la matriz que se desprende de esto: que se trata más de saber lo que se juega, en un juego donde, después de todo —lo que quiere decir la apuesta de Pascal— es que ustedes no pueden en ese juego, jugar de un modo correcto, más que si son indiferentes; a saber que en la medida en que eso no deja ninguna duda, en que en la apuesta, el infinito, en tanto que está a la derecha, del lado de la existencia de Dios, es una postura interesante; de otro modo que es esta especie de cosa de la cual no se ni siquiera lo que es y que se me presenta ¿como qué?. Después de todo al leer a Pascal, eso vuelve a decir: Todas las ruindades que no cometeréis al seguir los mandamientos de Dios y al seguir los mandamientos de la Iglesia, algunas incomodidades suplementarias, especialmente en los vínculos con la pila de agua bendita y otros accesorios. Esta es una posición de indiferencia, al fin de cuentas, a la vista de eso que se le refiere y esto se alcanza —hablando propiamente— tanto más fácilmente al nivel de la apuesta tal como la presenta Pascual, ya que después de todo ese Dios —él nos lo subraya y eso vale el tenerlo en su pluma— ese Dios, no sabemos ni lo qué es, ni si él es. Es en eso que podemos tomar a Pascal y es allí, a saber, que existe una negación absolutamente fabulosa, pues, después  de todo, en los siglos precedentes, el argumento ontológico —no me voy a dejar arrastrar, pero, a los ojos de todos los espíritus reputados haríamos bien en tomar allí el grano— tenía un peso. Eso no volvía a decir nada más que lo que estoy en tren de enseñarles, a saber que existe un agujero en el discurso; hay en alguna parte, un lugar donde no estamos condenados a poner el significante que es necesario, para que todo el resto se sostenga. El creía que el significante que es necesario, para que todo el resto se sostenga. El creía que el significante Dios podía pegar. De hecho pega al nivel de lo cual, algo, después  de todo, es cuestión de saber si no es una forma de debilidad mental, a saber la filosofía. Es en general recibido —entiendo en los ateos— que el Ser Supremo tiene un sentido. Voltaire, que pasa en general por un pequeño tunante se sostenía allí duro como hierro. El consideraba a Diderot, quien tenía un nítido avance, una buena distancia sobre él y se ve en todo lo que él ha escrito; es probablemente por eso que casi todo eso que Diderot ha escrito de verdaderamente importante no ha apareció más que póstumo, y después en el total, eso tiene mucho menos volumen que en el caso de Voltaire; Diderot tenía ya entrevisto que la cuestión es la de la falta en alguna parte, y muy precisamente en tanto que, nombrarla es poner un corcho, nada más.

Sólo falta que, al nivel de Pascal, estamos en el punto de juntura, en el punto de salto donde alguien osa decir lo que ha estado allí desde siempre, esto es como hace un momento donde eso se separa, eso de lo cual, a saber, que él dice: «El  Dios de Abraham, de Isaac, y de Jacob, no tiene nada que hacer con el Dios de los Filósofos», dicho de otro modo es uno quien habla, les ruego prestar atención allí, pero él tiene esta originalidad: que su nombre es impronunciable, de suerte, que, es así que se abre la cuestión. Es por eso, cosa curiosa, que es por un hijo de Israel, un llamado Freud, que nos encontramos viendo, por primera vez, verdaderamente en centro del campo, no sólo de saber, sino de eso por lo cual el saber nos ocupa las tripas y hasta, si ustedes quieren, nos tiene por los testículos, que allí es evocado, hablando propiamente, el nombre del padre y el tralalá de mitos que el arrastra; pues si yo hubiera podido hacerles mi año sobre el nombre del padre, les habría hecho tomar parte también del resultado de mis búsquedas estadísticas; es loco que, aún en los Padres de la Iglesia, se hable poco de esta historia del padre. No hablo de la tradición hebraica donde evidentemente ella esta en filigrana, es porque esta muy velada.

Es por eso que, en el primer seminario, aquel después del cual cerré el negocio ese año, había comenzado por hablar del sacrificio de Isaac, notando que el sacrificador es Abraham. Son, evidentemente cosas que tendrían todo el interés en desarrollar, pero que en razón del cambio de configuración de contexto y   hasta de auditorio, hay, en efecto, muy pocas chances que pueda nunca volver allí.

Por otra parte, una pequeña distinción, porque hay palabras que están muy a la moda. De tiempo en tiempo, planteo preguntas como ésta: ¿Dios cree en Dios. por ejemplo?. Les voy a plantear una de ellas. Si a ultimo momento Dios no hubiera retenido el brazo  de Abraham, en otros términos, si Abraham se hubiera àpresurado demasiado y hubiera degollado a Isaac ¿hubiera sido eso lo que se llama un genocidio o no?. Se habla mucho por el momento de genocidio, y el hecho de delinear el lugar de una verdad sobre eso que pertenece a la función del genocidio, especialmente a lo concerniente al origen del pueblo judío, encuentro que ese jalón merece ser notado. En todo caso, lo que es cierto, como lo he subrayado en aquella primer conferencia, es que a la suspención de ese genocidio, ha correspondido el degüello de un carnero que está entera y claramente allí, a título de ancestro totémico.

Entonces, hénos en el nivel del segundo tiempo, aquél que se desprende al tomar lo que a eso se refiere cuando no hay más indiferencia, es decir al acto inicial de lo que pertenece al juego; lo que está en el juego, Pascal lo resuelve: » Yo ya lo he perdido», o bien: «Yo no juego en absoluto». Esto es lo que quieren decir cada uno de los dos ceros que están allí en la figura central (esquema página….). No son más que índices de la apuesta, por una parte, o de no apuesta por la otra. Sólo que todo eso no tiende más que a si la apuesta —como dice Pascal— por otra parte es considerada como no valiendo nada. Y de un cierto modo, esto es verdad. El objeto a no tiene ningún valor de uso. No tiene tampoco valor de cambio, lo que yo ya he enunciado. Esto es sólo lo que estaba en cuestión en la apuesta, desde que se percibió de que modo funciona y esto en la medida que el psicoanálisis  es lo que nos ha permitido hacer un paso en la estructura del deseo, esto en la medida que el a es lo que anima todo lo que está en juego en la relación del hombre a la palabra, precisamente que un jugador, pero otro jugador que aquél del cual habla Pascal, a saber aquél mismo del cual, porque él se sentía al menos, aún si, contra la apariencia, su sistema es inseguro —Hegel comprendido— a saber que no hay otro juego más que el de arriesgar el todo por el todo, que esto mismo es lo que se llama tratar sin más; aquél ha llamado a eso la lucha a muerte de puro prestigio. Esto es precisamente lo que el psicoanálisis permite rectificar.  Se trata precisamente de la vida, de la cual no sabemos en suma gran cosa de lo que es; sabemos de ella tan poco que nos sostenemos allí sólo por eso, eso se ve todos los días, por poco que uno sea psiquiatra o simplemente que tenga veinte años, Se trata de eso que ocurre cuando alguna otra cosa, que nunca ha sido denominada y que no lo está más aún, porqué  se lo llama a , es eso lo que está en juego, y eso no tiene sentido más que precisamente que cuando eso está puesto en juego con el opuesto, lo que no es otra cosa que la idea misma de la medida, la medida por esencia que no tiene nada que hacer con Dios, pero que es de algún modo— de cualquier modo que lo nombre— eso vuelve a llamarlo el Universo, es decir Uno. A Dios gracias, el pensamiento ha tenido que abundar bastante en el interior de esta condición para darse cuenta que el Uno no se hace sólo y de lo que se trata es, a saber, de la relación que tiene con ese Yo (Je ); lo que describe el hecho que, en el segundo pizarrón, haya un a de una parte, que no es más que el a abandonado a la muerte en juego, la postura que es el a en tanto que es a mí que me representa, que allí contra y contra, precisamente al cierre de este universo que será Uno si él quiere, pero que, yo (Moi), yo  (Je) soy a en más.

Ese Dios tenaz que no tiene fundamento cuando se lo mira de cerca, más que por ser la fe, hecha en este universo del discurso, que es ciertamente nada; porque si ustedes imaginan que estoy en tren de hacerles filosofía, será necesario que les cuente una apólogo, es necesario poner en las esquinas gruesas figuras para hacer comprender eso que se quiere decir.  Ustedes  saben que en la era moderna ha comenzado como otra, es por eso que merece ser llamada moderna, porque sin eso, como dice Alphonse Allais, ¿Qué es lo que era moderno en la Edad Media?  Si la era moderna tiene un sentido, es por ciertos saltos, de los cuales uno ha sido el mito de la isla desierta. Podría haber partido también de allí más que de la apuesta de Pascal. Eso continúa siempre importunándonos. ¿Qué es lo que ustedes  llevarían como librejo a una isla desierta?. ¡Ah!. ¡Eso debe ser divertido, una pila de la Pléyade!, uno se doblaría de risa. ¡Detrás de langostinos abandonados, en alguna parte, la lectura de la Pléyade, debe ser apasionante!.

Sin embargo, eso tiene un sentido. Y para ilustrárselos, les voy a dar mi respuesta; ¡tiemblen un instante!. ¿Qué es lo que llevaría a una isla desierta en tanto que librejo?. ¡Bien, respondan!.

X: La Biblia.

Lacan: Biblia; naturalmente. ¡Me burlo de eso! ¿Qué es lo que ustedes  quieren que tome en una isla desierta?. A una isla desierta yo llevaría el «Bloch y von Wartburg». Espero, al menos, que todos sepan lo que es, no es la primera vez que hablo de ello. El Bloch y von Wartburg se intitula de un modo que se presta a malentendido, seguramente, «Dicciónario Etimológico de la Lengua Francesa». Etimológico, no quiere decir, en particular, que se les dé sentido a las palabras a partir del pensamiento que ha precedido a su creación. Eso quiere decir que a propósito de cada palabra, se le hace un pequeño alfileteo con los datos de sus formas y de sus empleos en el curso de la historia.  Esto tiene un valor tan esclarecedor, abundante que, en sí solo, en efecto, se puede pasar todo el mundo. Se ve hasta que punto el lenguaje es en sí, solo, toda una compañía.  Es extraordinariamente curioso que Daniel Defoe —para tomar a aquél que no ha inventado la isla desierta— quién la ha inventado fue  Baltazar Gracián, que era alguien de otra clase, era Jesuita y no mentiroso más allá de lo conveniente. Es en el «Criticón», donde el héroe retorna de no se donde sobre el Atlántico, pasa un cierto tiempo sobre una isla desierta, lo que tiene, para él al menos, la ventaja de ponerlo al abrigo de las mujeres. Es extraordinario que Daniel Defoe no se haya apercibido que Robinson no tenía que esperar a Viernes, que ya por el sólo hecho que él era un ser parlante y que conocía perfectamente su lengua —a saber, la lengua inglesa— ese era un elemento absolutamente tan esencial para su sobrevida en la isla, como su relación con algunas menudas ramujas naturales, como llegar a hacer la choza y a abastecerse.

Sea lo que sea de lo que se trata en este mundo, que es el de los significantes, no puedo hacer mejor hoy, con el tiempo que avanza, que redibujar lo que he  dado aquí en los primeros términos que he anticipado, a saber aquellos que nos permiten dar algún rigor al momento en que estamos de la lógica matemática, y partiendo de la definición del significante, como siendo lo que representa un sujeto para otro significante; ese significante, digo yo, es otro, lo que quiere decir simplemente que él es significante.

S ————————————————> A

Pues lo que carácteriza, lo que funda el significante, no es en absoluto cualquier cosa que le sea ligada como sentido en tanto que tal; es su diferencia, es decir, no algo que le sea pegado a él  y que permitiría identificarlo, sino el hecho que todos los otros sean diferentes de él; su diferencia reside en los otros. Es por eso que esto constituye un paso; pero un paso inaugural para preguntarse si de este Otro se puede hacer una clase, se puede hacer un saco, y se puede hacer, para decirlo todo, lo que se refiere a ese famoso Uno. Pues entonces como ya lo he dibujado, si el A es esa falta que incluye esa S, en tanto que es representante del sujeto, ¿Ante qué?. Ante A. Y este A, para hacer el mismo que aquél  que acaban de ver aquí, lo ven, se encuentra siendo lo que es, predicado; en tanto que el  1 del que se trata no es ya el trazo unario sino el 1 unificante que define el campo del Otro. Dicho de otro modo, verán reproducirse indefinidamente esto, con algo aquí que no encuentra nunca su nombre, a menos que se lo den de modo arbitrario; y es precisamente para decir que no hay nombre que el nombre, que yo lo designo con la letra más discreta, la letra a.
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¿Qué decir?. ¿Dónde y cuando se produce ese proceso que es un proceso de elección? Es precisamente en cuanto a la vista del Uno, el juego del que se trata en tanto el juego verdaderamente, no jocus. Juego  aquí de palabras, sino ludus como se lo olvida, de su origen latino, del cual hay que decir muchas cosas pero que, seguramente comporta ese juego mortal —del cual he hablado hace un momento— y que eso varía los juegos rituales que Roma había heredado de los etruscos. La palabra probablemente, ella misma etrusca,  hasta los juegos de circo, ni más  ni menos; y otra cosa aún; que les señalaré cuando sea el tiempo, es en la medida en que en ese juego algo es que, en el lugar del 1 se plantea como el interrogante sobre eso que él llega a ser, él, el 1, cuando yo, a, yo le falto y en ese punto donde yo le falto, si yo me replanteo otra vez como yo (je), será para interrogarlo sobre lo que resulta de esa falta que he planteado.

Es allí que ustedes tendrán la serie, que yo he escrito como la serie decreciente, aquella que va hacia un límite, en la serie que no sé calificar de otro modo, la serie que se resume por la doble condición que no es más que una, siendo la serie Fibonacci; y por otra parte imponiéndose como ley uniforme, lo que se produce de la serie de Fibonacci, cualquiera que sea a saber, la relación del 1 al a. Esta serie, cuyos resultados ya he escrito en esta línea que se prosigue hasta el infinito, y les he señalado que el total de eso que da el valor de sus diferentes términos, se impone a medida que la prosiguen, hacia las fórmulas de orden decreciente que culminan en un límite, culmina si han partido de la readquisición de a, en alguna cosa que, totalizando las potencias pares y las impares de a, realiza fácilmente como su total, el 1. No queda más que hasta el término, eso que define la relación de uno de esos términos al siguiente, es decir su verdadera diferencia, es siempre y de un modo que no decrece sino que es estrictamente igual, la función de a.
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Lo que demuestra el enunciado escrito, formulado por esta cadena decreciente, es que, cualquiera que sea la apariencia ligada a la esquematización, es siempre del mismo círculo que se trata y que ese círculo, en tanto que nosotros lo fundamos, sino de un modo elegido, arbitrario; esto es, es por un acto que planteamos este Otro en tanto campo del discurso, es decir, eso de lo cual tenemos cuidado de alejar toda existencia divina; es por un acto puramente arbitrario, esquemático y significante que nosotros lo definimos como Uno; es decir, ¿fe en qué?. Fe  en nuestro pensamiento. Entonces, sabemos demasiado bien que este pensamiento no subsiste más que por la articulación significante, en tanto que ella se da en ese mundo indefinido del lenguaje. ¿Qué haremos entonces, y qué hacemos en ese orden lógico de ese cerramiento donde ensayamos hacer aparecer en ese todo, el   a   como resto, sino nada más que, al haberlo dejado, al haberlo perdido, al haber jugado sin saber, a no sé qué » quién pierde gana», llegamos a otra cosa que ha identificar al   a  , a eso que es del Otro mismo, esto es, a saber, en encontrar en el a a la esencia del Uno supuesto del pensamiento, es decir en determinar el pensamiento como siendo el efecto — digo más — la sombra de lo que se refiere a la función del objeto a; el  a en el punto donde aquí, nos parece merece ser llamado la causa, ciertamente, pero específica en su esencia, como una causa privilegiada que nos da justamente el juego, el juego del lenguaje en su forma material. Llamémosle como ya la he llamado más de una vez en el pizarrón: el  a-causa; también en francés ello no sonaría de modo sorprendente por la razón que existe la expresión » a causa de» (a cause de). Y,¿Se han visto bien sus resonancias?. » a causa de», es que eso constituye la confesión que esta » a causa de» no es más que una a-causa.  Cada lengua tiene allí su precio. Y el español dice » por el amor». Se podría extraer fácilmente el mismo efecto. Pero esto en lo cual me detiene el límite de tiempo que nos impone cada vez, se hace deber anunciarles que lo confirma, y confirmándolo lo completa la prueba inversa, es decir, ello teniendo el campo a la vista, en la carrera en la cual está comprometida por nosotros la relación al saber, no aquel de interrogar al Uno, en tanto que al inicio pongo allí a esa falta y que entonces encuentro que en eso él se identifica a esa falta misma; sino al interrogar ese 1, en eso que esa   a  , yo la agrego a él (1+a). 1+a tal es la primera forma, la de la línea del salto, tal como la he escrito en la matriz de la derecha.

¿Qué da el 1+a cuando es en su campo que se compromete la interrogación radical del saber?. El saber agregado al mundo en tanto que digamos, puede armarse de esta fórmula, de esta banderola liminal, transformarlo. ¿Cuál es la serie lógica, interrogada en el modo en el cual lo he hecho al nivel de las progresivas diferencias?. Esto es lo que nos permitirá, quizá, esclarecer más radicalmente eso que se refiere a la función del a, que el correlativo de él sea ése, donde es fácil entrever muchas cosas, esa cosa con la cual durante mucho tiempo se han ilusionado los autores y no que no importe en que época, precisamente en el tiempo en que el argumento ontológico tenía un sentido, a saber que lo que falta al deseo es —hablando con propiedad— el infinito. quizá digamos de él algo que le dé otro estatuto. Observen, aún, que la cuarta casilla de la matriz de la derecha, ese cero se encuentra— del modo en que lo he intitulado por el esquema llamado de la relación del S al A— representando bien eso en lo cual se distingue radicalmente de lo que está sobre el primer esquema, a saber la apuesta o al contrario, la indiferencia.

El representa verdaderamente, el agujero que tendremos —en un tercer tiempo— que demostrar a qué corresponde en el análisis y en lo que, ese agujero mismo lo origina.