Seminario 16: Clase 5, del 11 de Diciembre de 1968

Noté algunas veces, por mi parte, pequeñas mañas en vuestra intención. Entonces, en el momento de resolver papeles, reencontré uno que va a justificar mi entrada en tema. «Es lamentable —escribía yo, ya no sé cuándo— que Dios sirva para ser descartado por lo que nosotros llamaremos la proscripción de su Nombre». Eso tomó forma de entredicho, precisamente allí donde podría saberse mejor, lo que a él se refiere en relación a la función de ese término Dios —a saber, entre los Judíos. Saben que entre ellos, él tiene un nombre impronunciable, Y bien, esta proscripción, justamente, sirve para descartar— comenzaba a decir — un cierto número de referencias absolutamente esenciales al sostén del yo (je) con una luz suficiente. Suficiente para que no se lo pueda arrojar —existe yo (je) allí dentro— arrojar a los perros, es decir, a los profesores. Eso de lo cual, en suma, he partido la última vez —lo han escuchado, sino visto— casi pese a mí, plantear en primer lugar y por delante esta referencia yo (je) por el intermedio del Dios en cuestión, He traducido eso que fue proferido un día bajo la forma «eye acher eye» (sic) por «Yo soy lo que yo es». Les dije, entonces, haber sido desbordado yo mismo, un poco, por el avance de esta noción que he justificado como traducción —o creo haber justificado—. Luego dije que, después de todo, allí, el Sinaí había hecho emerger, pese a mí, el piso entre las piernas. Esta vez no he recibido papelito —sin embargo lo esperaba— alguien que mi hiciera destacar que esas palabras surgieron de la zarza ardiente ¿Ven lo que habría hecho, si yo les hubiera dicho que la zarza ardiente me había salido de entre las piernas, que he puesto el Sinaí en el lugar de la zarza ardiente?. Tanto más que, después de todo es de las continuidades de la cosa de lo que se trata sobre el Sinaí. Es decir que, como ya lo hice destacar en el Seminario sobre la Ética, aquello que es enunciado —por lo menos en mi decir— como «Yo soy lo que yo es», aquello bajo la forma de lo cual después se transmite en el imperativo de la lista de los diez Mandamientos, dichos de Dios, no hacía —lo he explicado hace bastante tiempo— más que enunciar las leyes del «Yo hablo».

Es verdad, como lo he enunciado, que la verdad habla «Yo». Parece ir de suyo que «Tú no adorarás más que aquel que ha dicho: «Yo soy lo que es y tú no adorarás más que a él». En la misma consecuencia, «Tú amarás» —como también se dice— «a tu prójimo como a ti mismo», no siendo «ti mismo» otra cosa que eso en lo cual el es dicho, en esos mismos mandamientos, eso a lo cual uno se dirige como a un «Tú», un «Tú eres» (Tu es) cuya ambigüedad verdaderamente mágica en la lengua francesa he subrayado desde hace tiempo.  Ese mandamiento, cuyo preludio subyacente es ese «Tú eres» los instituye como Yo (je), Es también el mismo vientre ofrecido a ese «matando» (tuant) que hay en toda invocación. Y se sabe que eso no existe lejos de la orden a la que se responde allí. Todo Hegel está construido para mostrar lo que se edifica en ese punto. Se los podría tomar uno por uno, pasando, con seguridad por aquel sobre la mentira, después, enseguida sobre ese entredicho de: «No codiciar la mujer, el buey ni el asno de tu vecino» que es siempre aquél que te mata (te tue). Mal se ve lo que se podría codiciar de otro, estando precisamente allí la causa del deseo. No hay palabra más que donde la clausura del mandar la preserva.

Es de destacar que, seguramente, por una solidaridad que participa de la evidencia, no hay palabra —hablando con propiedad— más que allí donde la clausura de tal mandamiento la preserva. Lo que explica bien porque a esos mandamientos, desde que el mundo es mundo, nadie los observa muy exactamente, y que es por eso que la palabra, en el sentido en que la verdad habla Yo (je), permanece profundamente oculta y no emerge más que para mostrar un pequeño cabo de la punta de la nariz, de tiempo en tiempo, en los intersticios del discurso. Conviene, pues, conviene en la medida que existe una técnica confiable al discurso, para reencontrar allí algo, un camino, una vía, como se dice que se presume no ser sino en relación con —como uno se expresa, pero desconfiemos siempre de los anversos del discurso— la verdad y la vida. Conviene, quizá, interrogar de más cerca aquello que, en ese discurso, se funda como pudiendo seducir, darnos un puente hacia ese término radical, inaccesible, que con alguna audacia el último de los filósofos, Hegel, cree poder reducir a su dialéctica.

Para nosotros, es un abordaje que es el que he comenzado a franquear, es ante el otro, como permitiendo cernir un desfallecimiento lógico, como lugar de un defecto de origen llevado en la palabra, en tanto que ella podría responder, es allí que aparece el Yo como primeramente asujetado (assujetti), como asujeto (assujet) y lo he escrito en alguna parte, para designar a ese sujeto en tanto que en el discurso no se produce jamás más que dividido. Si el animal que habla no pudiera estrecharse al partenaire, más que asujetado en primer lugar, es porque él ha sido siempre ya hablante en la aproximación misma de esta abrazo. El no puede allí formular el «Tú eres» más que si el mata (el tue), que si él otrifica la partenaire, que él hace lugar al significante. Aquí, se me permitirá volver un instante sobre ese «Yo es» de la última vez del cual, en tanto, y por un mismo paso mal hecho, he visto volver la objeción de que. al traducirlo así yo reabría la puerta, digamos, al menos a una referencia de ser. Que ese «es» fuera oído por una oreja al menos, como un llamado al ser, si según la terminología de la tradición «él es» está suspendido, es lo que yo enunciaría por algún orden de naturaleza —en el sentido más original— subsistiendo en esta naturaleza que la tradición edifica a este ser supremo para responder allí de todos los estados. Todo cambio, todo giro alrededor de él, toma el lugar pivote del universo, esa «x» gracias a la cual hay un universo.

Nada más alejado de la intención de esta traducción que lo que he formulado, para hacerlo escuchar puedo retomar en «Yo soy eso que es el Yo».  Digamos que aquí «él es » se lee mejor y que volvemos  a enunciar propiamente en el Yo, lo que da el fondo precisamente de la verdad, en tanto que ella habla solamente. Esos mandamientos que la sostienen, —lo he dicho hace un momento suficientemente— son propiamente lo antifísico y no pueden dejar de referirse a eso que se llama «decir la verdad». ¡Ensayen, entonces! En ningún caso, es este un punto ideal, es del caso decirlo, nadie sabe ni lo que eso quiere decir. Desde que se sostiene un discurso lo que surge son las leyes de la lógica, a saber, una fina coherencia ligada a la naturaleza de lo que se llama articulación significante. Esto es lo que hace que un discurso se sostenga o no, de allí la estructura de esta cosa que se llama el signo, que tiene que ver con lo que se llama comúnmente la letra, para oponerla al espíritu. Las leyes de esta articulación que, en primer lugar, domina el discurso.

Lo que he comenzado a enunciar en mi exposición de este año es el campo del Otro para probarlo como concebible a título de campo de inscripción de eso que así se articula en el discurso. Ese campo del Otro, en primer lugar, no está para darle ninguna encarnación; es a partir de su estructura que podría definirse la posibilidad del «tú» que va a alcanzarnos y llamar a alguna cosa —tercer tiempo— que tendrá que decirse yo (je). Está claro que lo que va a mostrarse es lo que nosotros esperamos, es lo que sabemos bien: que ese yo (je) es impronunciable en toda verdad. Es precisamente por eso que todo el mundo sabe hasta que punto es obturante y que,como lo recuerdan las leyes de la palabra —aquellas a las cuales me he referido hace un momento— es preferible no decir jamás «Yo juro».  Entonces, antes de prejuzgar lo que se refiere al Otro, dejemos abierta la cuestión. Que eso sea, simplemente, la página blanca; aún tiene ese estado. Nos traerá bastantes dificultades, en tanto que eso es lo que he demostrado en el pizarrón la última vez, esos casos supuestos que ustedes han inscripto sobre esta página blanca —a condición que sea página, es decir terminada— o sea, la totalidad de los significantes, lo que es, después de todo, concebible en tanto ustedes pueden elegir un nivel en el cual él se reduce a los fonemas. Esto es demostrable con la única condición de creer que puedan reunir allí lo que sea, algo de lo cual puedan enunciar ese juicio, esto es el sujeto, este es le término necesario para esa reunión. Esa elección se situará forzosamente fuera de esta totalidad. Es fuera de la página blanca que esta el S2, aquel que interviene cuando yo enuncio «el significante es lo que representa un sujeto para otro significante». Este otro significante, el S2, estará fuera de la página.

Es necesario partir de ese fenómeno demostrable, como interno a toda enunciación como tal, para saber todo lo que podremos tener que decir a continuación de lo que sea que se enuncia. Es por lo que vale aún si retrasa un instante allí.

Tomemos la enunciación más simple. Decir que alguien anuncia que llueve, no se juzga, no puede juzgarse plenamente más que en retrasarse, en lo que hay de emergencia en el hecho que sea dicho que existe el «llueve»; que el acontecimiento del discurso por el cual aquel mismo que lo dice se plantea como secundario.
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El acontecimiento consiste en un dicho. Aquel, sin duda, del cual el «él» marca el lugar. Pero es necesario desconfiar. El sujeto gramatical que, por otra parte, no puede presentar según las lenguas distintas morfologías, no esta necesariamente aislado; el sujeto gramatical tiene relación aquí, con lo que he llamado, hace un momento, el «fuera de campo», más o menos individualizado como acabo de llamarlo, es decir también, por ejemplo, reducido a una desinencia «llueve» (pleut). La t, esta pequeña t, por otra parte que encontrarán ustedes paseándose por toda suerte de rincones del mismo francés,¿ por qué vuelve a ubicarse allí donde no tiene nada que hacer, en un adorna él (orne-t-il ), por ejemplo; es decir, ¿allí donde no está enteramente en la conjugación? Ese sujeto gramatical, pues, tan difícil de cernir, no es más que el lugar donde viene a representarse algo. Volvamos sobre ese S1 en tanto que es él quien representa ese algo, y recordemos cuando la última vez quisimos extraer del campo del Otro como se suponía ese S2, en tanto no podía sostenerse allí  para reunir los S alfa, S beta, S gamma, donde pretendíamos aprehender el sujeto. Es en tanto, justamente que en el campo del Otro, hemos definido esos tres S por una cierta función —llamémosla R— definida por otra parte, a saber que x no era siempre equivalente de x y que esa R (x ) es lo que transformaba todos esos elementos significantes, en la ocasión, en algo que permanecía abierto, indeterminado y tomaba, para decirlo todo, función de variable.

Es en tanto hemos especificado eso a lo que debe responder esta variable, a saber una proposición que no es cualquiera, que no es, por ejemplo que la variable deba ser buena o no importa cual otra —o roja, o blanca— sino que debe ser sujeto, que surge la necesidad de ese significante como Otro, que no podría de ningún modo inscribirse en el campo del Otro. Ese significante esta precisamente bajo su forma más original, lo que define la función llamada del saber. Tendré que volver allí, seguramente, pues este lugar, aún por relación a lo que ha sido enunciado hasta aquí, en cuanto a las funciones lógicas quizá no acentuado suficientemente es que, tratar de calificar al sujeto como tal nos pone fuera del Otro. Ese «nos pone» es quizá, una forma del «nos lleva» que nos llevará más lejos de lo que pensamos.

Aquí me será suficiente interrogar, si no es verdad que las dificultades que nos aporta, en una reducción lógica el enunciado clásico —quiero decir aristotélico— del universal y de la proposición particular, no se sostienen. Esto es lo que no se percibe más que allí: es fuera del campo, fuera del campo del Otro que deben ser ubicados el «todos» y el «algunos» y que no tenemos menos embarazo al darnos cuenta que las dificultades que engendra la reducción de esas proposiciones clásicas, en el campo de los cuantificadores, tienen algo más que decir que el «Todos los hombres son buenos o malos». Poco importa, la justa fórmula sería enunciar «los hombres» o cualquier otro, cualquiera que sea que puedan vestir con una letra en lógica «son todos buenos». Brevemente, que al poner fuera del campo la función sintáctica del universal y del particular, tendrán menos dificultades en reducirlos inmediatamente al campo matemático, pues el campo matemático consiste justamente en operar desesperadamente, para que el campo del Otro se sostenga como tal. Este es el mejor modo de probar que no se sostiene —pero probarlo enviándolo a articularse en todos los pisos— pues es a niveles bien diversos que no se sostiene. Lo importante es ver que en tanto que ese campo del Otro es como se dice técnicamente «no consistente» que la enunciación toma el giro de la demanda. Esto antes que lo que pueda responder carnalmente —lo que fuere— hasta haya venido a ubicarse. El interés de ir tan lejos como sea posible en la interrogación de ese campo del Otro como tal, es el de notar allí, que es en una serie de niveles diferentes que se percibe su falla. No es la misma cosa, y para hacer la prueba es allí que los matemáticos nos aportan un campo de experiencias ejemplares, pues ellos pueden permitirse limitar ese campo a funciones bien definidas. La aritmética, por ejemplo. Poco importa aún, por el momento, lo que esta búsqueda aritmética manifiesta de ello. Han escuchado bastante para saber que en esos campos, y elegidos entre los más simples, la sorpresa es grande cuando descubrimos que falta, por ejemplo, la completitud. A saber, que no puede decirse que lo que sea que allí se enuncia, deba ser demostrado, o bien demostrado que no. Pero más aún que en tal campo, y entre los más simples, puede, quizá, ponerse en cuestión que algo, algún enunciado sea allí demostrable, que se dibuja otro nivel de una demostración posible. Que un enunciado no sea allí demostrable, pero que devenga muy singular y muy extraño más en ciertos casos ese «no demostrable» mismo, escapa para algo que se enuncia en el mismo campo. Esto es, a saber, que no pudiendo ser afirmado que él no es demostrable se abre una dimensión distinta que se llama lo «no decible».

Esas escalas no tienen incertitud, pero faltan en la textura lógica, son ellas mismas quienes pueden permitirnos aprehender que el sujeto como tal, podría de alguna manera encontrar allí su apoyo, su estatuto. La referencia —para decirlo todo— que, al nivel de la enunciación, no satisface como adhesión a esta falla misma. No les parece que como —quizá— a condición que un auditorio tan numeroso tenga allí alguna complacencia, podríamos hacerles sentir en alguna construcción —como ya lo he hecho a propósito de ese campo del Otro— que al resumirlo, pueda ser, de algún modo necesario en un enunciado de discurso, que no podría siquiera tener allí de significante como parece, puede hacerlo; pues, al abordar ese campo del exterior, de la lógica, nada nos impide, parece, forjar el Significante del cual se connota lo que, en la articulación significante misma hace defecto; si él puede —lo que aquí  dejo al margen— articularse en ese algo —y esto es lo que ha sido hecho— que demuestra que no puede situarse ese significante del cual un sujeto, en último término se satisface para identificarse allí como idéntico al defecto mismo del discurso —si ustedes me permiten aquí esta fórmula abreviada— es que todos aquéllos que están aquí  y que son analistas se dan cuenta que este orden está falto de toda exploración, que la noción de la castración que es precisamente lo que espero que hayan sentido al pasar, es el análogo de lo que se enuncia. La noción de castración permanece tan ligera, tan incierta y se encuentra manejada con el espesor y la brutalidad que se sabe. A decir verdad, en la práctica no es manejada del todo. Se la substituye por lo que otro no puede dar. Se habla de frustración allí donde se trata de otra cosa. En el momento, es por la vía de la privación que se aproximan a ella, pero ustedes ven que esta privación es justamente lo que participa de ese defecto inherente al asunto que se trata de cercar. Brevemente; no haré, para dejar eso de lo cual hoy no hago más que trazar el circuito, sin siquiera poder prever lo que de aquí a fin del año llegaré a hacerle soportar más que simplemente; al pasar, indico que si algo ha podido ser enunciado en el campo lógico, ustedes pueden —todos aquellos— al menos si tienen alguna noción de los últimos teoremas avanzados en el desarrollo de la lógica —aquellos saben que esto es precisamente en tanto que ese S2, a propósito de tal sistema, sistema aritmético, por ejemplo, juega propiamente su función, en tanto que es del afuera que el definido, que es en tanto, en otros términos, que este «él cuenta», y un hombre de genio que se llama Gödel ha tenido la idea de darse cuenta que aquello estaba en tomarlo a la letra, que a condición de dar su número —llamado de Gödel— a cada uno de los enunciados de los teoremas situables en un cierto campo, algo más certero podría ser cercado de lo que nunca había sido formulado — en lo concerniente a lo que acabo previamente de enunciar— cuando ello se llama la completitud o lo decidible. Está claro que todo esto difiere de un tiempo pasado, en el cual podía enunciarse que después de todo los matemáticos no eran más que tautología y que el discurso humano podía permanecer allí pues éste es un campo que en ese decir habría sido el mismo de la tautología. Que hay en alguna parte una A que permanece, una gran A idéntica a sí misma, y todo difiere a partir del tiempo en que esto es refutado. Refutado del modo más seguro, que es un paso, que es una adquisición y que se encuentra confrontado en la experiencia, en una experiencia que nos parece como una aporía trascendente a la mirada de una historia natural, como es la experiencia analítica. No vemos el interés de ir a tomar apoyo en el campo de esas estructuras. De esas estructuras, como lo he dicho, en tanto que ellas son estructuras lógicas para situar, para poner en su lugar eso de lo cual debemos ocuparnos en el campo de otra enunciación, aquella que la experiencia freudiana permite y que también ella dirige.
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Es, pues, en primer lugar, en tanto que el Otro no es consistente, que la enunciación toma el giro de la demanda y esto es lo que da su alcance a lo que, en el gran grabo completo —aquel que he dibujado aquí— se inscribe bajo la fórmula  $ punzón de D. No se trata más que de eso que se enuncia de un modo que no es enunciado, es en esto que se distingue de todo enunciado. Lo que es allí sustraído, ese «Yo digo», es la forma en la cual el Yo (je) limita. El yo de la gramática puede aislarse fuera de todo riesgo esencial, puede sustraerse de la enunciación y, por ese hecho se de su reducción en el enunciado. Si ese «Yo digo que «, al no ser sustraído, deja íntegro el que por el sólo hecho de la estructura del Otro, toda enunciación, cualquiera que sea, se hace demanda.

Demanda de lo que le falta a este Otro, que al nivel de ese $ punzón de D. es una cuestión doble, es «Yo me demando lo que tú deseas» y su doble que es precisamente la cuestión que hoy puntuamos, a saber : «Y o te demando no quién soy yo, sino aún más lejos, lo que es Yo» (je). Aquí se instala el nudo mismo que es aquel que he formulado al proferir que el deseo del hombre es el deseo del Otro, es decir que —si puede decirse— si toman los vectores tal como ellos se definen sobre ese grafo, a saber, viniendo del punto de partida de la cadena significante y por aquí, a la encrucijada designada por  $ punzón D, ese retorno que completa la retroacción aquí marcada, es realmente en ese punto  d (A) —deseo del Otro — que convergen esos dos elementos que he articulado bajo la forma «Yo me demando lo que tú deseas». Es la cuestión que se bifurca al nivel mismo de la institución del  A,  lo que tú deseas. es decir lo que falta,  ligado a lo que yo te estoy asujetado,  S (A/) [A mayúscula barrada]. Si por otra parte, yo te demando lo que es Yo (je), al estatuto del tú como tal, en tanto que es aquí que él se instala, lo marco en rojo. Ese estatuto del tú, esta constituido por una convergencia, una convergencia que se hace a partir de toda enunciación en tanto que tal; la enunciación indiferente del análisis en tanto que es así que se plantea la regla, en principio. Si ella gira a la demanda es porque es radicalmente al tú y el yo. En cuanto al tú, esas demandas convergentes, son interrogación suscitada por la falta misma, en tanto están en el corazón del campo del Otro estructuradas de pura lógica; es precisamente lo que va a dar valor y alcance a lo que se dibuja, en tanto lo que vectoriza del otro lado del grafo, a saber que la división del sujeto se hace sensible como esencial. Esto es lo que se plantea como Yo (je). A la demanda de «Quien es Yo», la estructura misma responde por ese rechazo significante de A/ [A mayúscula barrada], tal como yo lo he inscripto en el funcionamiento de ese grafo, pero lo que es aquí el tú, se instituye por una convergencia entre la demanda más radical, aquella que se nos hace a nosotros analistas, la única que sostiene en último término, el discurso del sujeto: «Vengo aquí para demandarte»…..en el primer tiempo es precisamente de «quien soy yo» de que se trata. Si es al nivel del «quién es yo» que es respondido, es seguro que es la necesidad lógica quien da allí ese retroceso. Convergencia, pues, de esta demanda y aquí,¿ qué? ; de una promesa ese algo que, en S2 es la esperanza de la reunión de ese Yo (je). Es precisamente lo que he llamado con el término sujeto supuesto saber, es decir, esta primera conjunción, S1 ligado a S2 en tanto —como lo recordé la última vez en el par ordenado— es ella, es esta conjunción, ese nudo, el que funda el saber. ¿Qué decir, entonces? Si el Yo (je) no es sensible más que en esos dos polos, divergentes, de los cuales uno se llama lo que aquí articulo como el no, el rechazo que da forma a la falta de respuesta y el otro que esta allí  articulado como s(A), ¿que es esta significación? pues ¿no está claro que todo ese discurso que hilo para dar armazón al Yo (je) de la interrogación por la cual se instituye esta experiencia, no está claro que prosigo dejando fuera —a menos hasta ese punto al cual arribamos aquí— alguna significación? ¿Qué decir? ¿qué después de haberles formado largos años sobre la diferenciación de origen lingüístico del significante como material del significado, como su efecto, dejo aquí sospechar, a parecer, que algún espejismo reposa al principio de ese campo definido como lingüística, en esa suerte de sorprendente pasión con la cual el lingüista articula, que lo tiende a aprehender en la lengua es pura forma, no contenido?

Quiero aquí conducirlos a ese punto que produje —digamos— en mi primera conferencia, en primer lugar ante ustedes, y no sin intención, bajo la forma del pote —nada que aquéllos que toman notas sepan que no es sin premeditación en lo que se podría llamar, en un primer campo, mis disgresiones— y si he venido disgresivamente antes, sobre el pote de mostaza, no es sin razón y pueden recordar que he hecho lugar a lo que, en las formas primeras de aparición, de ese pote, es importante señalar: esto es, que no hay allí falta, nunca; que su superficie tiene las marcas del significante mismo. ¿Es que no se introduce allí esto donde el yo se formula? Es que lo que sostiene toda creación humana, de la cual ninguna imagen ha parecido nunca mejor que el trabajo del alfarero, que es, precisamente, hacer ese utensilio que nos figura, por sus propiedades, que nos figura esta imagen que el lenguaje del cual está hecho —pues donde no hay lenguaje del cual está hecho— pues donde no hay lenguaje no hay obrero —que ese lenguaje es un contenido. Es suficiente un instante para pensar que la referencia misma de esta oposición, filosóficamente tradicional de forma y contenido, que es esta misma fabricación la que está allí para introducirla. No es por nada que yo señalé —en mi primera introducción de ese pote— que allí donde se lo libera al acompañamiento del muerto en la sepultura se pone allí esta adición y que, precisamente, se al agujerea.

Es precisamente, en efecto, que su principio espiritual, su origen de lenguaje es que haya en alguna parte un agujero por donde todo se va. Cuando se reúnen en su lugar aquellos que han pasado más allá, el pote también reencuentra su verdadero origen, a saber el agujero que estaba hecho para enmascarar en el lenguaje. Ninguna significación que no huya a la mirada de lo que contiene un corte. Es bien singular que haya hecho este hallazgo que no estaba ciertamente hecho en el momento en que yo les enunció esta función del pote, Yendo a buscar, mi Dios, allí donde me remito habitualmente, a saber al Bloch  y von Wartbug lo que puede referirse al pote, he tenido, si puedo decirlo, la buena sorpresa de ver que ese término, como lo testimonian aquellos, parecería pertenecer al Bajo-Alemán y al Neerlandés con los cuales tenemos en común el precéltico. Pues, sí; nos viene de lejos, del neolítico, no menos una pequeña baza, nos fundamos sobre esos potes que tenemos de antes de la invasión romana, o más exactamente como representando lo que estaba instituido antes de ella, a saber los potes que se desentierran, parece, en la región de Treves.  Bloch y von Wartbug se expresan así: «Vemos allí inscripta la palabra potus». Esto para ellos, es suficiente, para designar el origen muy antiguo, en tanto se trata de un uso que indica «potus» a título hipocorístico (hipochoristique) como se expresan para designarla los fabricantes. ¡Qué importa! la única cosa que para mí importa es, que cuando el pote aparece está siempre marcado sobre su superficie por un significante que él soporta. El pote aquí  nos da esta función distinta de la del sujeto, en la medida que en la relación al significante, el sujeto no es previo, sino una anticipación. El es supuesto hypokeimenon, es su esencia, su definición lógica, supone casi induce, ciertamente, que el no es el soporte. Por el contrario es legítimamente que podemos dar al significante un soporte fabricado y hasta diría, de utensilio. El origen del utensilio en tanto que distingue el campo, la fabricación humana está propiamente allí.

La fabricación como producto, he ahí que lo que servía como trampa para velarnos lo que se refiere a la esencia del lenguaje en tanto que, por su esencia, propiamente no significa nada. Lo que lo prueba es que el decir en su función esencial no es operación de significación y es precisamente así que nosotros mismos, analistas, lo entendemos. Lo que buscamos es a aquellos que no tienen Otro, pero el S2 fuera del Otro como tal, suspende  lo que del otro se articula como fuera del campo. Allí está la cuestión de saber que es de ello en sujeto. Y si ese sujeto no puede de ningún modo ser aprehendido por el discurso, allí también está la justa articulación de lo que puede sustituirse. El sentido de lo que de ello se refiere a la castración se equilibra con aquello del goce, pero no es suficiente percibir esta relación como seguramente en eso que se ha manifestado en un tiempo que nos es próximo, donde algo al mismo tiempo se grita, necesidad de verdad, llamado el goce.  No es suficiente seguramente aspirar al goce sin trabas si es patente que el goce no puede articularse para ser todo, hasta incluido en el lenguaje y el utensilio. No puede articularse más que en ese registro de resto inherente al uno y al otro que he definido como el plus de gozar. Aquí retomaremos nuestro discurso el 8 de Enero.