Seminario 17: Clase 6, Verdad, hermana del goce, 21 de Enero de 1970

verdad-goce

 

 

Que el discurso analítico, en el nivel de estructura en que intentamos articularlo esté año cierre la tornada de los otros tres, respectivamente denominados -lo recuerdo para aquellos que vienen esporádicamente- el discurso del Amo, el de la Histérica, que hoy puse en el medios y finalmente el discurso que nos interesa en mayor grado puesto que se trata del discurso ubicado como universitario que este discurso analítico cierre lo que llamé el desfasaje en ¼ de círculo a partir del cual estructura los otros tres, no quiere decir que los resuelva; que permita pasar al revés, no resuelve nada. El revés no explica ningún lugar. Se trata de una relación de trama, de texto, si quieren de tejido. Lo que no quiere decir que ese tejido tenga un relieve y que atrape algo seguramente no todo, dado que de esta palabra que sólo tiene existencia de lenguaje, el lenguaje muestra precisamente el, límite que aún en el mundo del discurso nada es todo como digo en serio, sí quieren, que el todo como tal se refuta, se apoya incluso por deber ser reducido en su empleo. Esto para introducirnos en lo que hoy será el objeto de un acercamiento absolutamente esencial a los fines de demostración de lo que es un revés. Revés es asonante con verdad. En verdad hay algo que merece ser recalcado desde el principio; no es una palabra fácil de manejar excepto en lógica en lógica proposicional donde se le da un valor, un valor reducido a la inscripción, el manejo de un símbolo, habitualmente la V mayúscula, su inicial. Veremos que este uso está particularmente desprovisto de esperanza, es precisamente lo que tiene de saludable. Sin embargo en cualquier otra parte, y especialmente entre los analistas, y con motivo debo decirlos entre las analistas-mujeres, provoca un curioso estremecimiento, del orden de lo que los impulsa desde hace un tiempo a confundir la verdad analítica con la revolución ya mencioné la ambigüedad de este término que también bien puede querer decir revolución en el empleo que tiene en la mecánica celeste, a saber, retorno al punto de partida. Es en cierto aspecto lo que el discurso analítico, como dije en. primer lugar, puede hacer frente a los otros tres ordenes ubicando otras tres estructuras.

Precisamente por esto lo es para las mujeres porque no es por azar que ellas están menos encerradas que su partenaire en este ciclo de los discursos. El hombres el macho, el viril, tal como nosotros lo conocemos, es una creación del discurso. Nada de lo que se analiza, al menos, puede definirse da otro modo. Naturalmente, no se puede decir otro tanto de la mujer. Sín embargo ningún diálogo es posible fuera del nivel del discurso. Es por esto que en vez de estremecerse la mujer animada por la virtud revolucionaria del análisis, podría decirse que ella va a beneficiarse mucho más que el hombre de lo que llamaremos una cierta cultura del discurso. No es que ella no tenga dotes, sino todo lo contrario: cuando ella se anima, deviene en ese ciclo un eminente guía. Es esto lo que definió a la histérica y es la razón por la que en el pizarrón, rompiendo el orden habitual, la coloqué en el centro. Está claro, sin embargo que no es por azar que la palabra verdad provoca en ella ese particular estremecimiento. Sólo que la verdad no es de fácil accesos aún en nuestro contexto. Como a ciertos pájaros de los que me hablaban cuando yo era chiquito, sólo se la puede atrapar poniéndole sal en la cola. Y naturalmente eso no es fácil. Mi primer libro de lectura tenia por primer texto una historia que se titulaba -y era cierto, de eso hablaba- «Historia de una mitad de pollo». No es un pájaro más fácil de atrapar que los otros, cuando la condición es ponerle sal en la cola.

Lo que yo enseño desde que articulo algo de psicoanálisis, podría llamarse, después de todo: historia de una mitad de sujeto.

Cuál es la verdadera relación entre esta historia de una mitad de pollo y la historia de una mitad de sujeto?. Podemos tomarlo desde dos ángulos: la historia, mi primera lectura, determinó el desarrollo de mi pensamiento como se diría en una tesis universitaria. Y además, la estructura, a saber la historia de la mitad de pollo, podría muy bien representar, para el autor que la haba a escritor algo en lo que se reflejaba no sé cual presentimiento, no del «Syconalís» («chisanalyse») como se dice en el lenguaje popular de París, sino de lo que hay del sujeto. Lo que es seguro, es que él también tenía una imagen. En la imagen la mitad de pollo estaba de perfil del lado bueno. No se veía la otra, la sección donde probablemente, estaba, porque se la veía de su lado derecho sin corazón, pero no sin hígado sin dudas en los dos sentidos de la palabra. Qué quiere decir esto? Que la verdad está escondida, pero quizás no sea más que ausencia; si fuera así estaría todo solucionado. Bastaría con saber bien todo lo que hay que saber. Y después de todo porqué no: cuando decimos algo no hay necesidad de agregar que es cierto. Alrededor de esto gira toda una problemática del juicio. Ustedes saben que Fregue enuncia la aserción bajo la forma de un trazo horizontal y la distingue de que resulta cuando se afirma que es cierto colocando un trazo vertical en la extremidad izquierda, entonces deviene afirmación. Sólo que: ¿qué es lo que es cierto? Bueno, es lo que se ha dicho: y lo que se ha dicho es la frase. Y a la frase no hay forma de hacerle soportar otra cosa que el significante en tanto que no concierne al objeto, salvo que como un lógico del que mostrare enseguida el extremismo ustedes planteen que no hay objeto sino seudo-objeto. Pero nosotros sostenemos que el significante no concierne al objeto sino al sentido. Como sujeto de la frase no hay más que el sentido. De ahí esa dialéctica de la que hemos partido, lo que llamamos el «no sentido» (pas de sens), con toda la ambigüedad de la palabra «no» (pas) aquél que comienza en el sin sentido forjado por Husserl: «el verde es un para (pour)», lo que bien puede tener un sentido si se trata de un voto con bolillas verdes por ejemplo y bolillas rojas. Sólo que nos confunde dado que lo que hay del ser depende del sentido y que lo que tiene más de ser por esta vía, es en todo caso por esta vía , que se ha franqueado, ese no sentido de pensar que lo que tiene más de ser no puede no existir.

El sentido, sí puedo decirlo, tiene a cargo ser. Incluso no tiene otro sentido. Simplemente se han dado cuenta después de cierto tiempo que eso no bastaba para llevar el peso, el peso de la existencia precisamente. Cosa singular del sin-sentido, lo lleva, al peso, eso da en el estomago; y justamente es el paso franqueado por Freud, haber mostrado que eso es lo que tiene de ejemplar el chiste. La palabra sin pies ni cabeza. Esto no hace más fácil el ponerle sal en la cola precisamente. La verdad levanta vuelo, la verdad levanta vuelo en el preciso momento que ustedes más quieren capturarla. Por otra partes ¿cómo podrían hacerlo si ella no tiene cola?. Sideración y luz. Como ustedes recuerdan una anécdota bastante insulsa por otra parte, dé réplica sobre el becerro de oro, puede bastar para despertar ese becerro que duerme parado. Se descubre entonces que es de excrementos (de oro duro). Entre el «duro deseo de durar» de Eluard y el deseo de dormir que es el mayor enigma (sin que nadie parezca darse cuenta) que Freud expone en el mecanismo del sueño, porque no lo olvidemos: «Wunsch zu schlafen», dijo él. No dijo: Schlarbedürfnís, necesidad de dormir, no se trata de eso. Es él «Wunsch zu schlafen» que determina la operación del sueño. Es curioso que complete esta indicación con que un sueño despierta justo en el momento en que el sueño podría dejar escapar la verdad. De tal suerte que uno no se despierta más que para continuar soñando, soñando en lo real, para ser más exactos: en la realidad. Todo esto impacta por una cierta falta de sentido. La verdad, como lo natural, vuelve al galope, un galope tal que apenas atraviesa nuestro campo, ya ha partido por el otro lado. La ausencia de la que hablaba recién, ha producido en francés, una singular contaminación si ustedes toman el «sans»  s.a.n.s., considerado provenir del latín sine lo que es bastante poco probable porque su forma primera era algo así como s.e.n.z. Nos damos cuenta que es de la absentia en el ablativo empleada en los textos jurídicos de donde proviene esa S, que termina el «sans» s.a.n.s. Sin pies ni cabeza, tenemos esta pequeña palabra ya producida desde el principio de lo que enunciamos hoy. Pero entonces qué sin, sin y además sin (puis sans) -¡oh potente! (puissant). No se trata acaso de una potencia totalmente distinta de esa en-potencia de una virtualidad imaginaria que no es potencia más que por ser engañosa pero sobre todo lo que hay de ser en el sentidos que hay que tomar como otra cosa que ser sentido pleno, sino más vale lo que al ser le escapa como sucede en el chiste como así mismo pasa siempre en el acto. Cualquier acto que sea, lo importante es lo que le escapa. Es también el paso franqueado por el análisis ron la introducción del acto falido como tal, después de todo el único del que sabemos con certeza que es siempre un acto logrado.

Alrededor de esto hay todo un juego, juego de litote cuyo  acento traté de mostrar en lo que yo llamo el «no sin» (pas sans). La angustia es «no sin» objeto. Nosotros estamos «no sin» una relación con la Verdad. ¿Pero es acaso seguro que debamos encontrarla «intus», en el interior? ¿porqué no al costado, heimlieh-unheimlich?

Cualquiera pudo retener de la lectura de Freud lo que recela la ambigüedad de éste término acentuado precisamente por no estar en el interior y sin embargo evocando todo lo que es lo extraño. Al respecto las lenguas varían extrañamente, no se dieron cuenta que «homeliness» en inglés quiere decir así nomás, sin embargo es la misma palabra que «heimlichkeit», lo que no tiene el mismo acento. Es también la razón por la que «sinnloss» se traduce en inglés «meaningless», es decir no es la misma palabra que para traducir «unsínn» nos daría «non-sense»; todos saben que la ambigüedad de las raíces en inglés se presta a singulares evitamientos. Por el contrario, el inglés curiosamente y de una forma casi única llamará «without» el «sin» («sans»): «con estado afuera» («avec étant dehors»). La verdad parece en efecto sernos muy extraña quiero decir nuestra propia verdad; está con nosotros sin duda pero sin que ella nos concierna demasiado por más que uno quiera decirla. Todo lo que se puede decir -lo que yo decía recién- es que estamos «no sin» ella ………. de esto en definitiva que estar a su alcance, pues bien, nos las arreglaremos bien sin ellas, (nous nous en passeríons bien). De donde pasamos del «sin» (sans) al «no sin» («pas sans») y de allí al «arreglárselas sin» («s’en passer»). Acá es necesario dar un pequeño salto y recurrir al autor que más sólidamente ha articulado lo que resulta de esto que consiste, como empresa, en plantear que no hay otra verdad que la inscripta en alguna proposición, intentando articular lo que del saber como tal -estando el saber constituido por un fundamento de proposición- lo que del saber puede en rigor funcionar como verdad, lo que de cualquier cosa que se proponga puede ser dicho verdadero y sostenido como tal. Se trata de un llamado Wittgenstein, muy fácil de leer, inténtenlo.

Si ustedes son capaces de desplazarse en un mundo que es estrictamente el de una cogitación sin buscar allí ningún fruto, como es vuestra mala costumbre: a ustedes les preocupa demasiado cosechar manzanas debajo de un manzano, incluso recogerlas de la tierra, sería mejor para ustedes no recoger las manzanas. La estadía, un cierto tiempo, bajo un manzano cuya enramada sin duda alguna puede bastar Para captar muy estrechamente vuestra atención por poco que se esfuercen tendrá de carácterístico que a pesar de todo ustedes no podrán sacar nada más que la afirmación que ninguna otra cosa puede ser dicha verdadera más que la conformidad a una estructura que ni siquiera ubicaré como lógica, poniéndome un instante a la sombra de ese manzano, sino como afirma propiamente el autor, gramatical, la que para este autor constituye lo que identifica al mundo.

La estructura gramatical, he aquí lo que es el mundo. En definitiva no hay de verdadero, más que una proposición compuesta comprendiendo la totalidad de los hechos que constituyen el mundo. Si introducimos en el conjunto el elemento de negación que permito articularlo, tendremos seguramente todo un conjunto de reglas que despejar que constituyen una lógica pero el conjunto es, nos dice él, tautológico, es decir tan simple como esto: que cualquier cosa que ustedes enuncien es o verdadero o falso, y que enunciar esto de que es o verdadero o falso, es forzosamente verdadero aún cuando esto anula el sentido. Todo lo que les he dicho, concluye él, de las proposiciones 6 ó 5, 2, 3, 4, porque las numera, todo lo que acabo de enunciar es «unsinn» propiamente dicho, es decir anula el sentido. No puede decirse nada que no sea tautológico.

De lo que se trata después dé haber pasado por la larga circulación de enunciados, les ruego me crean que cada uno de ellos es extremadamente atractivo, es que el lector es remontado de todo lo que acaba de decirse para concluir que no hay otra cosa decible, sino que todo lo que puede decirse no es más que sin-sentido. Quizás fui un poco rápido para resumirles el «Tratactus lógico phílosophícus» de Wittgenstein agreguemos solamente esta observación que no puede decirse nada vano, pero verdadero, más que con la condición de partir con la idea desde el punto de partida, que es la de Wittgenstein, de que lo verdadero es un atributo de la proposición cruda. Yo llamo «proposición cruda» a aquella que por otra parte se pondrá entre comillas en un Quino, por ejemplo, es decir donde se distingue el enunciado de la enunciación, lo que es una operación que, a pesar de haber construido mi grafo precisamente sobre su fundamento no dejo sin embargo de considerar arbitraria: porque está claro que se sostiene, es la posición de Wittgenstein, diciendo que no hay que agregar ningún sígno de afirmación a la aserción pura y simple. La aserción se anuncia como verdad. Como salir en consecuencia de las conclusiones de Wittgenstein, salvo seguirlo allí mismo adonde es llevado, a saber hacia la proposición elemental cuya notación como verdadera falsa es la que de todas formas debe asegurar, sea lo que sea, verdadera o falsa, la verdad da la proposición compuesta. Sean cuales fueren los hechos del mundo, diría más: sea lo que sea lo que enunciamos, es la tautología de la totalidad del discurso lo que hace el mundo.

Tomemos la proposición más reducida gramaticalmente quiero decir -no por nada ya los estoicos se habían apoyado en ella para introducirla en su forma más simple, la implicación- no iré tan lejos, no tomaré más que el primer miembros dado que como ustedes saben la implicación es una relación entre dos proposiciones: «es de día» («il fait jour») -es lo mínimo- («il») neutro, es (il fait) eso es (ca fait) en este caso tiene el mismo sentido. Al mismo tiempo Wittgenstein sólo sostiene el mundo por los hechos, Ninguna cosa si no es sostenida por una trama de hecho ninguna cosa más que como inaccesibles sólo el hecho se articula. El hecho de que sea de día es sólo producto de que eso sea dicho. Lo verdadero depende acá tengo que reintroducir la dimensión que yo separo arbitrariamente – lo verdadero depende sólo de mi enunciación a saber si yo lo enuncio a propósito. Lo verdadero no es interno a la proposición, en la que no se anuncia más que el hecho, lo ficticio del lenguaje. Es verdadero que es un hecho, un hecho que constituye que yo diga cuando se presento el caso que es verdadero. Pero qué sea verdadero no es un hecho, si yo no agrego expresamente que además es cierto. Pero como muy bien lo hace notar Wittgenstein Justamente es superfluo que yo agregue que es verdadero. Simplemente fíjense, que lo que tengo que decir en vez de lo superfluo, es que es necesario que yo tenga verdaderamente una razón para decirlo que va a explicarse luego. Precisamente yo no digo que tengo una razón, sigo la ilación, o sea mi deducción, y yo integro «es de día», puede ser a título de falacia aún si es cierto, a mi incitación que puede ser aprovechar para hacer creer a alguno que verá claro mis intenciones (nota del traductor). La estupidez, si puedo expresarme así, está en aislar lo ficticio de «es de día». Es una estupidez prodigiosamente fecunda porque de allí surge un apoyo y muy precisamente, el que resulta de llevar hasta sus últimas consecuencias aquello en lo que yo mismo tomé apoyo, a saber que no hay metalenguaje. No hay otro metalenguaje que todas las formas de canallada sí designamos con eso a esas curiosas operaciones que se deducen de que el deseo del hombre es el deseo del Otro, toda la canallada reposa en querer ser el Otro -quiero decir el Gran Otro- de alguien allí donde se perfilan las figuras donde su deseo será captado. Además esta operación Wittgensteniana no es más que un extraordinario alarde de detección de la canallada filosófica. No hay otro sentido que el del deseo: esto es lo que uno puede decirse después de haber leído a Wittgenstein; no hay otra verdad que la que el esconde, dicho deseo con su falta para hacer como quien no quiere la cosa con lo que encuentra.

Y no aparece bajo ninguna luz más certera lo que resulta de los lógicos desde siempre, solamente para deslumbrarnos con el aspecto de paradoja que quienes han llamado la implicación material ya saben de que se trata, no se la llamó material hasta hace poco: es la implicación a secas; se la llamó material recientemente, porque de repente se frotaron los ojos y empezaron a comprender -pero lo que hay de disparate en la implicación, hablo de esta tal como la sostenían los estoicos a saber que legítimas son desde luego las tres implicaciones, que lo falso implica lo falsos que lo verdadero implica lo verdadero pero no hay que descartar de ningún modo que lo falso implica lo verdadero porque en resumidas cuentas de lo que se trata es de lo que se implica, y que, si lo que se implica es lo verdadero, el conjunto de la implicación también lo es. Sólo que esto algo quiere decir.

Desplazando levemente la palabra implica podríamos darnos cuenta que lo que tiene de destacable eso que se sabía muy bien en la Edad Media: «ex falso sequitur quod libet», que llegado el caso lo falso comporta lo verdadero lo que también quiere decir que lo verdadero surge de no importa que, pero que si por el contrario rechazamos que lo verdadero comporta lo falso, que puede tener una consecuencia falsas porque es eso lo que rechazamos sin lo cual no habría ninguna articulación posible en la lógica proposicional, desembocamos en esta curiosa constatación de que lo verdadero tiene entonces una genealogía que remonta siempre a un primer verdadero del que nunca más podría decaer; es esta una extraña indicación tan impugnada por toda nuestra vida, me refiero a nuestra vida como sujetos que esto sólo bastaría para cuestionar que la verdad pueda ser aislada de algún modo como atributo, atributo de lo que sea que pueda articularse en saber. La operación analítica es algo que se distingue por avanzar en ese campo de una forma distinta de lo que yo llamaré, encarnados en el discurso de Wittgenstein, a saber una ferocidad psicótica ante la el la navaja de Occam tan conocida donde se enuncia que no podríamos admitir ninguna noción lógica más que como necesaria es un poco roto. La verdad -volvemos el principio- es ciertamente inseparable de los efectos del lenguaje tomados como tales. Ninguna verdad, sin duda, podría localizarse más que en el campo donde se enuncia, donde se enuncia como puede.

Por lo tanto es cierto que no hay verdadero sin falsos al menos en su principio; esto es verdadero. Pero que no haya falso sin verdadero, esto es falso; quiero decir que lo verdadero sólo se encuentra fuera de toda proposición. Decir que la verdad es inseparable de los efectos del lenguaje tomados como tales es incluir al inconsciente. Por el contrario, exponer que el inconsciente es la condición del lenguaje como lo recordaba yo la última vez, toma acá su sentido de pretender que del lenguaje responda un sentido absoluto y como lo inscribió vez pasada uno de los autores de ese discurso sobre el inconsciente titulado «Estudio Psicoanalítico» hay que poner bajo una  barra, tratada arbitrariamente por otra parte en relación a esa superposición de una S de barra sobre sí misma, que yo hago, esta designación de un significante cuyo sentido sería absoluto. Muy fácil de reconocer porque sólo hay un significante que pueda responder a este lugar. Es el yo (je), el yo (je) en tanto que es trascendental pero al mismo tiempo ilusorio. Es esta la operación raíz, ultimar aquella por la que se asegura irreductiblemente -y es esto lo que demuestra que no es por azar- precisamente lo que yo designo como la articulación del discurso universitario.

El yo (je) trascendental, es el que cualquiera al anunciar un saber de un cierto modo, encubre como verdad al S1, el yo (je) del Amo. El «yo» idéntico a sí mismo es precisamente ese del que se constituye el S1 del imperativo puro, es decir más precisamente aquel donde el yo (je) se sustraer porque el imperativo siempre va en segunda persona. Pero el mito del yo (je) ideal, del yo (je) que domina, del yo (je) por el que al menos algo es idéntico a sí mismo, a saber el enunciador, es muy precisamente lo que el discurso universitario no puede eliminar del lugar en que se encuentra, su verdad. Obviamente, ninguna filosofía es reductible allí, todo enunciado universitario de cualquier filosofía aún aquella que en rigor podría añadirse como la más osada a saber si de filosofía se trata mi discurso de Lacan vemos irreductiblemente surgir la «yo-cracía» («je-cratie»).

Para los filósofos la cuestión ha sido siempre mucho más flexible y patética. Recuerden de que se trata, todos, más o menos lo reconocen, algunos de ellos, los más lúcidos, claramente, quieren salvar la verdad. Esto llevó muy lejos, a uno de ellos por negarse como Wittgenstein, a concluir que haciendo de ella la regla y el fundamento del saber, no hay nada más que decir, en todo caso nada que la concierna como tal, para evitar esa roca, esa roca donde seguramente el autor se acerca a la posición del analista ya que se elimina completamente de su discurso. Hablé recién de la psicosis, lo que se indica como psicosis con sólo sentir el efecto, es un cierto grado de coincidencia del discurso más seguro con un no se qué impactante. Es notable que una Universidad como la inglesa particularmente haya hecho su lugar, lugar de algún modo viene al caso decirlos, lugar de aislamiento a lo que el autor colaboraba además perfectamente, retirándose de tiempo en tiempo a una casita de campo y para retornar y proseguir este implacable discurso, del que se puede, decir que hasta el de los «Principia Mathematica» de Russell resulta fraguado ese no quería salvar la verdad. Nada puede decirse de ella, decía el, lo que no es seguro porque de todas formas tenemos que vérnoslas con ella todos los días. ¿Cómo definió Freud la posición psicótica en una carta -que yo he citado infinidad de veces?. Precisamente con esto que el llama l’Unglauben: no querer saber nada desde el ángulo donde se trata de verdad. Cosa extraña, la cosa es tan patética para el universitario que puede decirse que el discurso de Politzer «Fundamento de la Psicología concreta», al que lo ha Incitado el acercamiento al análisis, constituye un ejemplo fascinante de esto. Todo se pone en marcha por este esfuerzo para salir: él presiente bien que allí hay alguna rampa por la cual podría emerger del discurso universitario que lo ha formado de pies a cabeza. Hay que leer esta pequeña obra, reeditada en libro de bolsillo, sin que nada pueda probar que y o sepa, que el autor mismo hubiese aprobado esta reedición, todos saben el drama que fue para él el que fuese colmado de flores, lo que de entrada se plantea como grito de rebelión. Páginas mordaces sobre lo que es la Psicología, especialmente la Psicología universitaria son extrañamente seguidas por un desarrollo del que ciertamente se puede decir que lo esencial que él ha captado como la barra de salidas esperanza para él de salir de esa Psicología, es haber puesto el acento sobre esto, lo que, nadie había hecho en su época, que lo esencial del método freudiano para abordar las formaciones del inconsciente, es confiar en el relato, haber puesto el acento sobre ese hecho de lenguaje de donde a decir verdad hubiera podido partir. Ni hablar de que en esa época «esto es anécdota» que en esa época alguien, así, fuese decididamente de la Escuela Normal, tuviese la menor Idea de lingüística; pero de todas formas haber enfocado que ahí está el resorte, el resorte que da esperanza a lo que extrañamente se llama Psicología concreta, es singular… hay que leer ese pequeño libro, si fuese necesario lo leería con ustedes algún día lo haré aquí tema de otra charla, pero tengo demasiadas cosas que decir como para seguir retardándome en algo en lo qué algunos de ustedes pueden ver la extrañeza significativa: es como -y se da paso a paso- es queriendo salir del discurso universitario que implacablemente se vuelve a entrar. Porque qué objeción hará a los enunciados -hablo de la terminología- de los mecanismos que presenta Freud en su progreso teórico sino de enunciarte alrededor de hechos aislables, abstracciónes formales, como se expresa confusamente dejando escapar lo que para él es lo esencial de lo exigible en materia de Psicología que ningún hecho psíquico sea enunciable más que para preservar lo que llama «El acto del yo» («je») y menor aún la continuidad tanto que escribe: «la continuidad del yo» («je»), término que sin duda ha permitido al alcahuete del que hablaba hace un rato, que introdujo esta pequeña referencia a Politzer, para poder así engatuzar lo que podía tener como auditorio siempre sirve tener de tiempo en tiempo un universitario que por otra parte se ha mostrado un héroe, ¡que buena ocasión incluso para producirlo! Pero eso no basta si uno no lo aprovecha en lugar de poder demostrar lo irreductible del discurso universitario en relación al análisis mismo, en esta especie de lucha singular de la que testimonia ese libro, porque no puede dejar de sentir hasta qué punto la práctica analítica está cerca de ese algo que idealmente dibuja como totalmente fuera del campo de todo lo que se hizo hasta ese momento como Psicología. Pero sin poder hacer otra cosa que volver a caer en esta exigencia del yo (je) -no es que yo mismo vea allí algo que sea irreductible- el alcahuete en cuestión se lo saca de encima de algún modo demasiado fácilmente diciendo que el inconsciente no se articula en primera persona. Armándose para eso de algunos de mis enunciados sobre el hecho de que el mensaje el sujeto lo recibe del Otro en forma invertida. Obviamente esta no es la razón suficiente. En otra parte yo dije claramente que la verdad habla Yo (je): Yo (moi), la verdad, (je) hablo». Sólo que lo que no se le ocurre ni al autor en cuestión ni a Politzer es que el yo (je) del que se trata posiblemente es innombrable, que no hay necesidad de continuidad del yo (je) para que multiplique sus actos. Pero dejemos esto, no es lo esencial.

Frente a este empleo de las proposiciones no quiero dejar de presentificar lo siguiente antes de separarnos: un niño es pegado (un enfant est battu). Es precisamente una proposición que hace todo ese fantasma. ¿Podemos afectarla de lo que sea que se designe con el término de verdadero o falso?. Es acá, en este caso ejemplificador de lo que no puede ser eliminado de ninguna definición de la proposición, que nosotros lo tomamos: ¿qué efecto tiene esta proposición?. Sostenerse de un sujeto, sin duda pero como Freud lo analiza enseguida, dividido por el goce. Dividido, quiero decir que además del que lo enuncia es este niño que «wird», se pone verde (verdit), ¿hacia qué? Ser pegado: geschlagen. Pero juguemos un poco mas, este niño que se pone verde pegado (battu), juguetea hacia tú (vers tu), es el infortunio del «hacia tú» -«vers tu» lo que lo impacta y que no está nombrado de cualquier forma que se enuncie la frase, ese «tú me pegas» (tu me bats) es esta mitad del sujeto cuyo fórmula da su ligazón con el goce. Recibe, es cierto, su propio mensaje bajo una forma invertida lo que quiere decir su propio goce bajo la forma del goce del Otro y es precisamente de esto de lo que se trata cuando el fantasma se encuentra con la imagen del padre unida a lo que de entrada es otro niño. Es que el padre goce pegándole lo que. pone acá el acento del sentido, también él de esta verdad que esté a medias; porque también aquél que en la otra mitad, al sujeto del niño se identifica no era este niño salvo, como dice Freud, que se reconstituya el estadio intermediarios nunca por otra parte de ningún modo por el recuerdo substancializado, donde es él en efecto es él que de esta frase hace el soporte de su fantasma, que es el niño pegado.

He aquí que nos encontramos conducidos a que un cuerpo puede estar sin cara, dado que el padre o el Otro, sea quien sea que juegue acá el rol, la función dé el lugar del goce, no es ni siquiera nombrado. Dios sin cara, es precisamente el caso pero sin embargo no capturable, sino en tanto que cuerpo, o, ¿Quién es él, que tiene un cuerpo y que no existe? Respuesta: el Gran Otro. Y si creemos en este Gran Otro, tiene un cuerpo ineliminable de la substancia del que dijo: «Soy el que soy», lo que es otra forma de tautología. Y es acá, permítanme adelantarlo antes de dejarlos que yo enunciaré lo que es tan notorio en la historia que a decir verdad, uno se asombra que no haya sido suficientemente acentuado, e incluso no lo haya sido para nada, es que los materialistas, como lo ha probado la experiencia, me refiero al momento de su más reciente erupción histórica en el siglo dieciocho, son los únicos creyentes auténticos. Su Dios es la materia. Y, ¿por qué no?. Se mantiene mejor que todas las otras formas de fundamentarlo. Sólo que a nosotros no nos basta justamente porque tenemos necesidades lógicas, si me permiten el términos porque somos seres nacidos del plus-de-gozar, resultante del empleo del lenguaje, cuando digo el empleo del lenguaje no estoy diciendo que nosotros lo empleamos, nosotros somos sus empleados. El lenguaje nos emplea y es por allí que eso goza y es por es que la única chance de la existencia de Dios es que El con mayúscula. El goce es que El sea el Goce, y es por esto que al más inteligente de los materialistas, a saber a Sade para él está bien ,claro que la mira de la muerte, no es de ningún modo lo inanimado -lean las palabras de Saint Fond hacia el medio de Julieta y verán de qué se trata-. Si dice que la muerte no constituye otra cosa que la colaboración invencible a la operación natural, es que, por supuesto desde la muerte todo queda animado para él, animado del deseo de Goce de goce de lo que también puede llamar Naturaleza y de lo que es evidente por todo el contexto que se trata ¿de quién?.

De un ser único que sólo tiene que decir: soy el que soy, ¿pero por qué? ¿Cómo lo siente tan bien? Es acá que juega que en apariencia es sádicos es que él rechaza ser lo que es; y lo que él enuncia que eso haciendo ese llamado furioso, un ser entregado a la naturaleza en su operación mortífera de dónde siempre renacen formas, que hace el sino ver su impotencia para ser otra cosa que el instrumento de este goce divino. Es el Sade teórico. Quizás tenga tiempos en el ultimo minutos como de costumbre, para decirles por qué él es teórico. El práctico es otra cosa. El práctico, como ustedes saben por numerosas historias de las que también tenemos por otra parte el testimonio de su pluma, el práctico es simplemente masoquista. Es la única función astuta y práctica cuando se trata del Goce, porque agotarse para ser el instrumento de Dios ¡es reventante!.

En cambio el masoquista es un delicado humorista. No necesita dé Dios no tiene necesidad de Dios: su lacayo le basta. Asienta su goce dentro de limites prudentes naturalmente y como todo buen masoquista, está a la vista -basta con leerlo- se caga de risa. Es un Amo humorista. Entonces ¿Por qué diablos Sade es teórico? Porque ese anhelo agotador totalmente fuera del alcance de su mano, y está escrito, designado como tal, esas partículas en las que se van los fragmentos de vida, disertó, desmenbrados después de los más extraordinarios actos imaginados que serian realmente necesario golpearlos con una segunda muerte para poder llevar a cabo. ¿Al alcance de quién está ésta?.

Por supuesto que está a nuestro alcance. Enuncié esto desde hace mucho tiempo a propósito de Antígonas. Sólo que soy psicoanalista puedo darme cuenta de que la segunda muerte está antes de la primera y no después, como la sueña Sade. Sade es teórico. ¿Por qué? Porque ama la verdad. No es que quiera salvarla. La ama. Lo que prueba que la ama es precisamente que la rechaza, que no parece darse cuenta de que al decretar la muerte de Dios, lo exalta, que testimonia para él, que él, Sade no llega al Goce más que por lo pequeños recursos de que hablaba yo recién. ¿Qué otra cosa que amar la verdad puede querer decir que se caiga así en un sistema tan evidentemente sintomático? Pero acá una cosa se designa: sólo planteándose como residuo del efecto de lenguaje, como lo que hace que del gozar el efecto del lenguaje no arranca más que lo que la última vez yo anuncié como la tentativa de un plus de gozar, es que no se la verdad como fuera del discurso, ¿pero cómo?. Es la hermana (soeur) de este goce interdicto. Sólo se emparente si las más radicales estructuras lógicas se vinculan efectivamente con ese pedúnculo arrancado del goce, inversamente se plantea la pregunta a cuál goce responden esas conquistas que hacemos en la lógica, en nuestra época, como por ejemplo que no hay otra consistencia de un sistema lógico, por débil que sea, que designar su fuerza por los hechos de incompletud donde se marca su límite. Esta forma, en la que se verifica el mismo fundamento lógico, ¿a cuál goce responde?. No es en vano ni por azar que designo con esta relación de «sorora» -hermana (soeur)- la posición de la verdad en relación al goce. Vamos a desarrollarla, a enunciarla especialmente en el discurso de la histérica. Muy recientemente alguien fue a dar una conferencia a las Américas para decir lo que todo el mundo sabía, que Freud tenía lo que se llamaba públicamente, púdicamente, un affaire con su cuñada (belle-soeur) «an affair» ¿y qué?. Hace mucho que se sabía el lugar de Minna Bernays en las preocupaciones de Freud. Apoyar esto con algunos chismes jungianos no cambia nada el asunto (affaire). Pero no es acaso por esta posición de la cuñada, -los dejaré con esta pregunta no es acaso por esto que Sade, del que todos saben hasta qué punto la prohibición edípica había -como dicen desde siempre los teóricos del amor cortés «no hay amor en el matrimonio»- lo había separado de su mujer, ¿no es acaso a causa de su cuñada (belle soeur) que Sade amaba tanto la verdad?.