Lacan, Seminario 18: Clase 1, del 13 de Enero de 1971

De un discurso, no se trata del mío. Pienso que el año pasado les hice sentir bastante lo que es necesario entender por este término de discurso. Recuerdo: el discurso del amo y, digamos esas cuatro posiciones, los desplazamientos de esos términos respecto de una estructura que se reduce a ser tetraédrica. He dejado a quien quiera ocuparse de esto, precisar aquello que justifica que estos deslizamientos —que podrían haber sido más diversificados—, yo los haya reducido a cuatro, quizás este año. Del privilegio de estos cuatro, si nadie se ocupa de ellos, al pasar, yo podría darles la indicación. Sólo tomaba esas referencias teniendo en cuenta mi finalidad enunciada en este título: L’envers de la psiychanalyse. El discurso del amo, no es el revés del psicoanálisis. Es donde se encuentra la torsión propia, diría, de discurso del psicoanálisis, este discurso plantea la cuestión de un derecho y de un revés y ustedes ya saben la importancia del acento que se ha puesto en la teoría, desde que fue emitida por Freud, la importancia del acento puesto en la doble inscripción.

Ahora bien, se trataba de hacerles palpar, la posibilidad de una inscripción doble al derecho o al revés, sin que se haya franqueado un borde. Se trata de la estructura desde hace mucho tiempo se conoce, de la cual no tuve más que hacer uso, llamada la banda de Moebius.  En estos lugares y con estos elementos, se designa que aquello que es, propiamente hablando discurso no podría de ninguna manera referirse a un sujeto aunque él lo determine. Sin duda ésta es la ambigüedad por lo cual introduje lo que pensaba que debía hacerse entender en el interior del discurso psicoanalítico.

Recuerden mis términos en la época en que titulaba una cierta relación de la función y del campo de la palabra y del lenguaje del psicoanálisis: intersubjetividad, escribía entonces —y Dios sabe a que falsas huellas un enunciado como este pueda dar ocasión.

Que se me excuse por haber tenido que hacerlos primeros a estas huellas. Sólo podría ir adelante del malentendido. Inter por cierto, en efecto, es aquello que sólo la continuación me ha permitido enunciar de una intersignificancia, subjetividad de su consecuencia, siendo el significante lo que representa a un sujeto para otro significante donde el sujeto no está.  Por esto, allí donde está representado él está ausente y a la vez en tanto que representado, él se encuentra así dividido.              

Desde ahora el discurso no puede solamente juzgarse a la luz de su resorte inconsciente sino que tampoco puede enunciarse como algo distinto a lo que se articula en una estructura en la que en alguna parte se encuentra alienado de una manera irreductible. De allí mi enunciado del discurso introductorio:  de un discurso, yo me detengo: no es el mío. Es de este enunciado del discurso como no pudiendo ser como tal discurso de nadie particular, sino que se fundan a partir de una estructura y del acento que le da la distribución, los deslizamientos de algunos de sus términos, de allí parto este año para esto que se titula De un discurso que no sería de la apariencia. A quienes no pudieron seguir el año pasado estos enunciados que son previos, les indico que la aparición de Scilicet, que ya lleva casi un mes les dará las referencias principales. Scilicet, dado que es un escrito, es un acontecimiento sino un advenimiento de discurso. En principio por esto: porque aquel del cual me encuentro como instrumento sin que se pueda eludir el hecho de que reclame vuestra presencia, —dicho de otra manera que ustedes estén acá—, y precisamente en  este aspecto en el que algo singular hace la presencia, seguramente, digamos, con las incidencias de nuestra historia, en algo que se toca, que renueva la cuestión de lo que puede suceder con el discurso en tanto es discurso del amo; este algo que no se puede hacer más que ligar algo por lo cual uno se interroga al denominarlo, no vayamos muy rápido a servirnos de la palabra revolución. Pero es evidente que es necesario discernir lo que sucede con lo que, en suma me permite proseguir mis enunciados con esta fórmula: De un discurso que no sería de la apariencia.              

De este número de Scilicet tenemos que retener dos rasgos. Es que yo pongo a prueba, en resumidas cuentas, poco más o menos, algo cerca que está de más, mi discurso del año último en una configuración que se carácteriza justamente por la ausencia de lo que llamé esta fuerza — [prensa, presencia de ustedes] de vuestra presencia. Y para darle su pleno acento, la expresaría con estos términos: lo que significa esta presencia lo sujetaré con el plus-de-gozar apretado. Porque es precisamente con esta figura que se puede estimar, si ella va más allá de la molestia, como se dice, y que tiene mucha semejanza en el discurso en el cual están ustedes inscritos, el discurso universitario, aquella figura de la que es fácil denunciar una neutralidad, por ejemplo, que este discurso no puede pretender sostener, una selección competitiva, cuando no se trata más que de los signo a que se dirigen a los advertidos, una formación del sujeto cuando se trata precisamente de otra cosa.  Para ir más allá de esta molestia de las apariencias para que se espere algo que permita salir de allí, lo único posible es plantear que un cierto modo de vigor — [rigor en el avance de la teoría que corte una posición dominante en este discurso, ¿qué pasa con la selección de esos glóbulos de plus-de-gozar, al que ustedes se encuentran reducidos en el discurso universitario?] en el avance de un discurso no clive en posición dominante en este discurso lo que resulta de la selección de estos glóbulos de plus-de-gozar, a título del cual ustedes se encuentran tomados en el discurso universitario; es precisamente el hecho de que alguien, a partir del discurso analítico, se coloque respecto de vuestra mirada en posición de analizando esto no es nuevo, ya lo dije, pero nadie le prestó atención lo que constituye la originalidad de la enseñanza y lo que motiva a ustedes les aporten su presencia. Al hablar por radio puse a prueba precisamente la sustracción de esta presencia, este espacio en el que ustedes se aprietan, arrullado y reemplazado por el inexistente puro de esta intersignificancia de la cual hablaba hace un rato para que allí vacile un sujeto. Simplemente es una orientación hacia algo cuyo porvenir dirá el posible alcance. Hay otro rasgo en lo que he llamado hace un rato este acontecimiento, este advenimiento de discurso: es esta cosa impresa que se llama Scilicet, donde como un cierto número ya lo sabe, se escribe sin firmar. ¿Qué quiere decir esto?. Que cada uno de esos nombres que están encolumnados en la ultima página de esos tres números que constituyen un año se puede permutar con cada (uno) (de) los otros, afirmando de esa forma que ningún discurso podría ser de autor — [de nadie]. Eso habla allí, en el otro caso, es (………….), el porvenir dirá si esta es la fórmula que en cinco o seis años adoptaran todas las revistas, las revistas por supuesto. Con lo que digo, no trato de salir de lo que se siente, de lo que se experimenta en mis enunciados como acentuado, como teniendo — [sosteniendo] algo del artefacto de discurso. Es decir, desde luego, es la cosa más ínfima que al hacer esto, eso excluye el que yo pretenda cubrirlo todo. No puede ser un sistema. Con toda razón no es una filosofía. Esta claro que a cualquiera que toma bajo el sesgo en que el análisis nos permite redoblar lo que forma parte del discurso, esto implica que uno se desplace, diría en un desuniverso. No es por supuesto lo mismo que un diverso. Pero incluso este diverso no me repugnaría, y no solamente por lo que implica de diversidad, sino hasta por lo que tiene de diversión — [divertido]. Esta claro que yo también no hablo de todo, que incluso en lo que enuncio eso resiste a que se hable de todo a su respecto. Eso se palpa todo los días. Incluso en lo que enuncio, que yo no diga todo, eso es otra cosa, ya lo dije y tiene que ver con que la verdad sólo es medio decir.  Este discurso que se confina a actuar sólo en el artefacto, no es más que la prolongación de la posición del analista, en tanto que ella se define por poner el peso de su plus-de-gozar en un cierto lugar, sin embargo, es la posición que yo no podré sostener aquí precisamente por no estar en posición de analista. Como lo dije hace un rato, dado que en esta posición les falta el saber, son más bien ustedes quienes estarían allí, con vuestra presencia. Dicho esto, ¿cuál puede ser el alcance de lo que en esta referencia yo enuncio: de un discurso que no sería de la apariencia?. Eso puede enunciarse desde mi lugar y en función de lo que yo enuncié anteriormente, en todo caso es un hecho que yo lo enuncio. Observen que es un hecho también ya que yo lo enuncio, ustedes pueden no comprender – [En esto pueden no ver más que una tontería], es decir, pensar que no hay nada más que el hecho de que yo enuncio. Sólo, si yo hablé a propósito del discurso, de artefacto, es que para el discurso no hay hecho ya, si puedo decirlo y no hay hechos más que de discurso. El hecho enunciado – [el hecho de enunciar] es todo junto hecho-del-discurso. Eso es lo que designo con el término de artefacto. Y por supuesto es lo que se trata de reducir porque si yo hablo de artefacto, no es para hacer surgir la idea de algo que sería distinto, de una naturaleza en la que se equivocarían si se comprometen para afrontar sus dificultades, porque no podrían salir de allí. La cuestión no se instaura en los términos: ¿es o no decible?. Si no en esto: ¿está dicho o no está dicho? : yo parto de lo que está dicho en un discurso cuyo artefacto se supone que basta para que ustedes estén acá. Aquí corte…, porque yo no agrego: el que ustedes estén acá en el estado de plus-de-gozar apretado. Dije corte porque es cuestionable saber si es en estado de plus-de-gozar apretado que mi discurso podrá salir — [que mi discurso los reúne]. No está zanjado, piense lo que piense, que este discurso sea, el de la continuación — [el de la serie] de los enunciados que yo les presento, que los pone en esta posición de donde es cuestionable por el no hable — [porque no se habla] de un discurso que no sería de la apariencia. De la apariencia, ¿qué quiere decir esto?, ¿qué quiere decir en esto enunciado?. De la apariencia del discurso por ejemplo ustedes lo saben: es la posición llamada positivismo lógico, es que si a partir de un significado para poner a prueba algo que zanja por si o por no, lo que no permite ofrecerse a esta prueba, he aquí lo que se define como no querer decir nada. Y con esto, uno se cree libre de un cierto número de cuestiones calificadas de metafísica. No es por cierto, lo que sostengo, sino hago notar que la posición del positivismo lógico es insostenible, en todo caso a partir especialmente de la experiencia analítica. 

Si la experiencia analítica se halla implicada por tomar subtítulos de nobleza del mito de Edipo, es porque preserva el doble filo de la enunciación del oráculo. Y diré más: que la interpretación siga siendo allí siempre del mismo nivel, ella permanece verdadera sólo por sus consecuencias, tal como el oráculo. La interpretación no supone a prueba con una verdad — [no es la puesta a prueba de una verdad] que se zanjaría por sí o por no, ella desencadena la verdad como tal. Sólo es verdad en tanto se sigue verdaderamente. Sólo veremos luego los esquemas de la implicación lógica en sus fórmulas clásicas. Esos esquemas necesitan el tiempo de ese veredicto — [el fondo de lo verídico] que no pertenece más que a la palabra, aunque fuese, hablando con propiedad, insensata. El pasaje de ese momento en que la verdad se zanja por su sólo desencadenamiento con aquel de una lógica que intentará dar cuerpo a esta verdad, es precisamente el momento en que el discurso, en tanto que representante de la representación es reenviado o descalificado, y si puede serlo, es porque en alguna parte siempre lo es, y no es más que eso que se llama la represión. Ya no es una representación a la que representa, es esta continuidad de discurso que se carácteriza como efecto de la verdad. Este hecho de verdad, no es apariencia y el Edipo esta allí para enseñarnos, —si ustedes me permiten — [si se lo permiten]—, para enseñarles que se trata de sangre roja. Pero la sangre roja no [refuta a] la apariencia, la colorea, la vuelve reapariencia – [la hace parecida], la propaga: un poco de aserrín y ¡el circo recomienza!.  Es por eso precisamente que la cuestión de un discurso que no sería de la apariencia sólo puede plantearse a nivel del artefacto de la estructura de un discurso. Entretanto, no hay Otro del Otro, no hay verdad sobre la verdad – [verdad de la verdad]. Una vez me divertí haciendo hablar a la verdad. Yo pregunto donde hay una paradoja, ¿puede haber algo más verdadero que la enunciación: yo miento? El regateo que se enuncia con el término de paradoja sólo toma cuerpo si ustedes colocan el yo miento sobre un papel a título de escrito. Todo el mundo siente que no hay nada más verdadero que se pueda decir si llega el caso que yo miento. Es por cierto la única verdad que, si llega el caso, no será quebrada. Porque quien no sabe que al decir yo no miento, no se esta para nada al abrigo de decir algo falso. 

¿Qué decir?. La verdad de la cual se trata cuando ella habla, aquella de la que he dicho que habla yo, y que se enuncia como oráculo, ¿quién habla?. Esta apariencia, es el significante en sí mismo. Quién no ve que lo que lo carácteriza, a este significante, del cual respecto de los lingüistas yo hago este uso que los molesta ocurrió que aparecieron algunos que escribieron esas líneas destinadas a advertir claramente que sin duda Ferdinand de Sausurre no tenía de él la menor idea. ¿Qué sabe?. Ferdinand de Sausurre hacía como yo: no decía todo. La prueba es que se encontraron en sus papeles cosas que él jamás quiso publicar. El significante que se cree es una pequeñez domesticada por el estructuralismo, se cree que es el Otro en tanto que Otro, y la batería del significante, y todo lo que yo explico. Desde luego viene del cielo porque soy un idealista, ¡dado el caso!. – (si la ocasión se presenta) 

Naturalmente primero dije artefacto. El artefacto es, por cierto, muestra de todos los días – [nuestra suerte de todos los días]. Lo encontramos en casi todas las esquinas al alcance del menor gesto de nuestras manos. Si hay algo que sea un discurso sostenible, -en todo caso sostenido – [y no sostenido]-, el de la ciencia, especialmente, no es quizá inútil recordarse que partió especialmente de la consideración de la apariencia. ¿Qué es el comienzo del pensamiento científico, hablo de la historia?. La observación de los astros, que es, si no es la constelación, es decir, la apariencia típica – [bíblica]. Los primeros pasos de la física moderna, ¿afuera de qué girar al comienzo? – [¿alrededor de qué eso gira al comienzo?]. ¡No, como se lo cree, de los elementos, porque los elementos, los cuatro, entiendo incluso agregarles la quintaescencia, ya son discursos, discurso filosófico, y de qué manera!. Es de los meteoros. Descartes hace un tratado de los meteoros. Uno de los pasos decisivos, gira alrededor de la teoría del arco iris [y cuando hablo de un meteoro es algo que se define, se califica como tal, como una apariencia]. Nadie creyó jamás que el arco iris, incluso entre los más primitivos, era una cosa, que estaba allí, [curvada] apretada. Se lo interroga como meteoro. El trueno es el meteoro más carácterístico, el más original, aquel del cual no se duda, que esta ligado a la estructura. Si terminé mi discurso de Roma con la evocación del trueno, no es porque sí, por capricho. No hay Nombre-del-Padre que se pueda sostener sin el trueno, como todos saben muy bien, no se sabe de qué es el signo, el trueno. Es la figura misma de la apariencia. Es en eso que no hay apariencia de discurso, todo lo que es discurso sólo puede darse como apariencia. Y no se ha edificado nada que no este en la base de ese algo que se llama el significante, que a la luz en que se los presento hoy, es idéntico a ese estatuto de la apariencia. De un discurso que no sería de la apariencia. Para que esta frase se enuncie, es necesario de manera que, este de la apariencia sea completable por la referencia de discurso. Se trata de otra cosa, sin duda del referente. Probablemente este referente no es de inmediato el objeto, ya que justamente, lo que quiere decir, es que este referente es precisamente la apariencia. Esta apariencia en la cual el significante es idéntico a sí mismo, es un nivel del término significante – [apariencia]: es la apariencia en la naturaleza. No les recordé en vano que todo – [ningún] discurso que evoca la naturaleza partió siempre de lo que es apariencia en la naturaleza. Porque la naturaleza está llena de apariencia. No hablo de la naturaleza animal en la cual la sobreabundancia de la apariencia es evidente; es incluso lo que hace que haya dulces soñadores que piensen que la naturaleza animal por entero, de los peces a los pájaros, celebren la alabanza divina. Eso va de suyo. No es porque ellos abren, así como así, algo: un pico, una boca, un opérculo… es una apariencia manifiesta, nada necesita de esas hendiduras. Y cuando hablo de meteoro, es algo que se define por estar en algo cuya eficacia no esta zanjada por la simple razón de que no sabemos como es que haya habido si puedo decirlo acumulación de significantes. Porque los significantes acabo de decírselos están repartidos en el mundo, en la naturaleza, hay a montones. Y para que nazca el lenguaje iniciar esto ya es algo fue necesario que en alguna parte se establezca ese algo, lo que yo les indiqué a propósito de la apuesta: era La apuesta de Pascal, de la que no nos acordamos. Supongan esto: lo molesto es que esto ya supone el funcionamiento del lenguaje, porque se trata del inconsciente. El inconsciente y su juego – [es un juego], esto quiere decir que entre los numerosos significantes que corren el mundo, va a estar además vuestro cuerpo fragmentado – [despedazado]. Hay no obstante cosas de las cuales se puede partir al pensar que ellas existen. Ya existen en un cierto funcionamiento el cual no estaríamos forzados a considerar la acumulación del significante. Son historia de territorio. Si el significante, vuestro brazo derecho, va al territorio de vuestro vecino a hacer la recolección cosas que suceden todo el tiempo en este momento vuestro vecino toma vuestro significante brazo derecho, y os vuelve a balancear por encima de la chose mitoyenne – (medianera). Es lo que ustedes llaman curiosamente proyección. Es una manera de entenderse. Sería necesario partir de un fenómeno como este. Si vuestro brazo derecho en lo de vuestro vecino no estuviese ocupado por entero en la recolección de manzanas, por ejemplo, si él hubiese quedado tranquilo, es bastante probable que vuestro vecino lo hubiere adorado, es el origen del significante amo, un brazo derecho, un cetro. Muy al comienzo el significante amo no pide más que comenzar así. Desgraciadamente hace falta un poco más, es un esquema muy satisfactorio, además, eso les da el cetro, y enseguida ven la cosa materializarse como significante. El proceso de la historia se muestra, según todos los testimonios, en lo que se tiene, un poquito más complicado. Es cierto que la pequeña parábola, aquella por la cual yo había comenzado, el brazo que le es enviado de un territorio al otro, no es forzoso que sea vuestro brazo que les vuelve, porque los significantes, no son individuales: no se sabe cuales de quien. Entonces entramos en una especie de juego original, en cuanto a la función del azar, distinto al del Edipo – [distinto en el juego de billar]. Para el caso ustedes me hacen un mundo, digamos un esquema, un soporte dividido así en un cierto número de células territoriales. Eso pasa en un cierto nivel, aquel en el que se trata de producir, en el que se trata de comprender un poco lo que ha pasado. Después de todo, no solamente se puede escribir un brazo que no es el de uno por este proceso de expulsión que ustedes  han llamado no se sabe por qué proyección si no es que esto les es proyectado desde luego, no solamente un brazo que no es el vuestro, sino muchos otros brazos. Así a partir de ese momento, eso ya no tiene importancia que sea el vuestro o que no sea. Pero en fin, como después de todo, del interior de un territorio no se conocen más que sus propios porteros – [propias fronteras] y uno no esta forzado a saber que sobre esta frontera hay otros seis territorios, se balancea eso un poco como se puede, y entonces puede ser que esos territorios se transformen en lluvias.  La idea de la relación que puede haber entre el rechazo de algo y el nacimiento de lo que llamaba hace un rato el significante amo es por cierto una idea que se debe retener. Pero para que ella tenga todo un valor, es preciso por cierto, que haya habido en ciertos puntos por un proceso de azar acumulación del significante. A partir de allí puede concebirse algo que sea el nacimiento de un lenguaje. Lo que nosotros vemos, hablando con propiedad edificarse como primer modo de soportar en la escritura lo que saca – [lo que sería] el lenguaje, da de eso en todo caso una cierta idea: cada uno sabe que la letra A  – [ ] es una cabeza de toro invertida y que un cierto número de elementos como ese, [mobiliarios] dejan su huella. Lo importante es no hablar muy rápido y ver donde continúan permaneciendo los agujeros. Por ejemplo, es bien evidente que el punto de partida de esta esquicia ya estaba ligado a algo que marcaba el cuerpo con una posibilidad de ectopia y de balada, que evidentemente sigue siendo problemática. Pero después de todo, allí aún, todo siempre está allí. Tenemos es un punto muy sensible que podemos controlar todos los días, no hace mucho, incluso esta semana algo, una foto muy linda de un diario con la cual por cierto todo el mundo se ha deleitado. Las posibilidades de ejercicios de recortes del ser humano son por completo impresionantes. Incluso de allí partió todo. Queda otro agujero, ustedes lo saben, se rompieron la cabeza, se hizo la observación de que Hegel es muy encantador, pero que hay algo que no obstante que no explica, explica la dialéctica del amo y del esclavo, pero no explica que haya una sociedad del amo. Es muy claro que lo que acabo de explicarles es interesante porque del sólo juego de la proyección, de la retorsión, es evidente que al cabo de un cierto número de golpes, habrá ciertamente, diré una media de significantes más importantes en algunos territorios que en otros. Pero en fin quedaba aún por ver como esos significantes van a poder hacer sociedad de significantes en un territorio. Jamás conviene dejar en la sombra lo que uno no explica con  el pretexto de que se ha tenido éxito en dar un pequeño comienzo de explicación. Cualquiera que sea el enunciado de nuestro título de este año De un discurso que no sería de la apariencia, concierne a algo que tiene que ver con la economía. Aquí la apariencia, callaremos, a sí misma no es apariencia de otra cosa; se debe tomar en el sentido del genitivo objetivo; se trata de la apariencia como objeto propio a través del cual se regula la economía del discurso. [¿Diremos también que se trata de un genitivo subjetivo?] ¿Acaso vamos a decir que es lo que también sostiene el discurso?. Aquí sólo debe rechazarse la palabra  subjetivo , por la simple razón de que el sujeto no aparece más que una vez instaurada en alguna parte esa ligazón de los significantes, por la simple razón de que un sujeto como tal no podría ser producido por la articulación significante; un sujeto como tal no domina en ningún caso  esta articulación, pero es, hablando propiamente, determinado por ella. Un discurso, por su naturaleza [hace apariencia], finge, como se dice que brilla o que es ligero o que es elegante – [que queda en el aire]. 

Si lo que yo enuncio de la palabra se carácteriza por ser siempre auténtico, lo que ella es, en el nivel en el cual nosotros estamos de lo objetivo y la articulación es, por consiguiente, como objeto de aquello que no se produce más que en el llamado discurso, que la apariencia se plantes. De allí el carácter insensato de lo que se articula. Pero es preciso decir que precisamente allí se revela lo que resulta de la riqueza del lenguaje, a saber que él detenta una tópica que sobrepasa por mucho, todo lo que le llegamos a cristalizar de él, a desprender de él. Empleé la forma hipotética: de un discurso que no sería de la apariencia. Cada uno sabe los desarrollos que ha tomado después de Aristóteles la lógica la poner el acento sobre la función hipotética, todo lo que articuló al dar valor verdadero o falso a la articulación de la hipótesis y al continuar lo que resulta de su implicación con un término en el interior de esa hipótesis que es señalado como verdadera. Es la inauguración de lo que se llama el modus ponens y muchos modos aún, cada uno sabe lo que se hizo con ellos. Es sorprendente que al menos para mi conocimiento, nadie jamás en ninguna parte haya individualizado el recurso que comporta el uso de este hipotético bajo la forma negativa. Cosa sorprendente si uno se refiere por ejemplo a lo que es de ello se recoge en mis Escritos, cuando alguien, en la época heroica en la que yo comenzaba a desbrazar – [roturar] el terreno del análisis, como alguien que venía a contribuir al desciframiento de la Verneinung, cuando comentando Freud letra por letra, él se dio cuenta -por bien ya que Freud lo dice con todas las letras- de que la Bejahung no comporta más que un juicio de atribución en lo que Freud marca una fineza y una competencia muy excepcionales en la época en que escribió esto, porque sólo algunos lógicos de difusión modesta podrían haberlo subrayado en la misma época: el juicio de atribución, es que él no prejuzga nada de la existencia; la única posición de la Verneinung implica la existencia de algo que es precisamente lo que esta negado. Un discurso que no sería de la apariencia plantea que el discurso, como acabo de enunciarlo, es de la apariencia. La ventaja que otorga el plantearlo así, es que no se dice apariencia de qué. Ahora bien, está allí desde luego, esta allí eso alrededor de lo cual se proponen a avanzar nuestros enunciados, es saber de qué se trata aquí donde no sería de la apariencia. Por cierto el terreno está preparado por un paso singular y tímido que es aquel que Freud dio en Más allá del principio del placer. No quiero aquí porque no puedo hacer más que indicar el nudo que forma en sus enunciados la repetición y el goce. Es en función de esto que la repetición va en contra del principio del placer, diré, no se levanta. El hedonismo no puede a la luz de la experiencia analítica más que entrar en lo que es, a saber un mito filosófico, yo entiendo un mito de una clase perfectamente definida. Es una tesis y la enuncié el año pasado con la ayuda que ellos aportaron a un cierto proceso  del Amo al permitir al discurso del Amo y como tal, edificar un saber. Este saber es saber de amo. Este saber de todos los tiempos ha supuesto ya que el discurso filosófico eleva aún su huella la existencia frente al Amo de otro saber del cual, gracias a Dios, el discurso filosófico no ha desaparecido sin haber sujetado antes que debía haber en el origen una relación entre este saber y el goce. Aquel que cerró así el discurso filosófico, Hegel para nombrarlo, no ve desde luego sino la manera en la cual, por el trabajo, el esclavo llegará a cumplir, ¿qué?, no otra cosa que el saber del amo. Pero ¿qué es lo que introduce nuevamente lo que yo llamaré la hipótesis freudiana?. Es bajo una forma extraordinariamente prudente, pero a pesar de todo silogística esto: si llamamos principio de placer esto que siempre a causa del comportamiento de lo viviente, volvió a un nivel que es el de la excitación mínima y esto regula su economía si resulta que la repetición se ejerce de tal manera que el goce peligroso que sobrepasa esta excitación mínima vuelve a la carga, ¿es posible -Freud enuncia la cuestión bajo esta forma que se halla pensado que la vida tomada ella misma en su ciclo es una novedad respecto de este mundo que no la comprende incluye -universalmente- que la vida comporta esta posibilidad de repetición que sería el retorno a ese mundo en tanto que es apariencia – [es sin vida]? 

Voy a hacerles observar por un gráfico en el pizarrón que esto comporta, en el lugar de una serie de curva de excitación descendiente y ascendiente y todos lindando con un límite, que es un límite superior, la posibilidad de una intensidad de excitación que también puede ir hasta el infinito, lo que es concebido como goce no comportando de sí, en principio, otro límite que este punto de tangencia inferior, este punto que llamaremos supremo al dar su sentido propio a esa palabra que quiere decir el punto más bajo de un límite superior así, como ínfimo es el punto más alto de un límite inferior. La coherencia dada del punto mortal desde ese momento concebidos en que Freud lo subraye como una carácterística de la vida, pero en verdad en lo que no piense en esto: es que se confunde lo que es de la no-vida y que esta lejos caramba de no agitar este silencio eterno de los espacios infinitos que [anonadaba a] Descartes. Ahora hablan, cantan, se mueven – [habla, canta, se mueve] entre nuestros ojos de todas las maneras. El mundo llamado inanimado no es la muerte. La muerte es un punto, se la designa como un punto término, como un punto término, ¿de qué?. Del goce de la vida. Es precisamente lo que se introduce por el enunciado freudiano aquel que calificaremos de Hiperhedonismo -si puedo expresarme de esta manera-, quien no ve que la economía incluso aquella que la naturaleza siempre está hecha de discurso ese sólo puede captar, esto indica que aquí no se trataría del goce sino en tanto que él no es solamente hecho sino efecto de discurso. Si algo que se llama el inconsciente puede ser dicho a medias como estructura lenguajera, es para que al fin nos aparezca el relieve de este efecto de discurso que hasta aquí se [nos] aparecía como imposible, a saber el plus-de-gozar. Es decir, para seguir una de mis fórmulas que en tanto que era como imposible que él funcionase como real. 

Abro la cuestión porque en verdad nada explica que la irrupción del discurso del inconsciente por más balbuciente que siga siendo, implique como quiera que sea en lo que lo procedía que fue sometido a su estructura. El discurso del inconsciente es una emergencia: es la emergencia de una cierta función del significante. Que existiese hasta aquí como insignia es precisamente por lo que se los he puesto en el principio de la apariencia. Pero las consecuencias de su emergencia, son lo que se debe introducir como algo que cambia, que no puede no cambiar porque no se trata de lo posible. Por el contrario es en tanto que un discurso se centra por su efecto como imposible que él tendría alguna posibilidad de ser un discurso que no sería de la apariencia.