Seminario 2: Clase 22, ¿Dónde está la palabra? ¿Dónde está el lenguaje?, 15 de Junio de 1955

El apólogo del marciano. El apólogo de los tres prisioneros.

No habrá seminario al terminar la conferencia anunciada para el miércoles próximo a las 10.30 h. Dado el caso de que esta conferencia les plantease preguntas que quisieran verme desarrollar, nos concederemos una última reunión la semana siguiente. Dicha conferencia tendrá lugar ante un público más amplio, y no podré expresarme en los términos con que lo hago aquí, que dan por conocido nuestro trabajo anterior.

Hoy quisiera que conversáramos un poco, a fin de hacerme una idea de dónde están. Me gustaría que, como ya lo hicimos una vez, la mayor cantidad posible de ustedes me formule las preguntas que para ustedes sigan abiertas. Creo que no han de faltar, ya que aquí, más que cerrarlas, procuramos abrirlas. En fin, ¿qué pregunta les suscitó el seminario de este año?
X:—No estoy segura de la forma en que se sitúan para usted lo simbólico y lo imaginario.

¿Qué idea tiene al respecto, después de haber escuchado una parte del seminario?

X:—Se me ocurre que lo imaginario tiene que ver más con el sujeto, con su forma de recibir, mientras que el orden simbólico es más impersonal.

Sí, eso es y no es verdad.

Plantearé a mi vez una pregunta. Dado el punto al que hemos llegado, ¿qué función económica doy en el esquema al lenguaje y a la palabra [la parole] ¿Qué relación hay entre ambos? ¿Cuál es su diferencia? Es una pregunta muy sencilla, pero así y todo vale la pena darle respuesta.

Dr. GRANOFF:—El lenguaje sería el friso de lo imaginario, y la palabra, la palabra plena, el hito simbólico, sería el islote a partir del cual puede ser reconstruido, o más bien descifrado, todo el mensaje.

O. MANNONI:—Para ser breve, diré que el lenguaje es geometral, la palabra es la perspectiva, y el punto de perspectiva es siempre otro. El lenguaje es una realidad, es geometral, o sea que no está puesto en perspectiva, y no pertenece a nadie, mientras que la palabra es una perspectiva dentro de este geometral, cuyo centro de perspectiva, su punto de fuga, es siempre un yo. En el lenguaje, no hay yo.

¿Está seguro de eso?

MANNONI:—El lenguaje es un universo. La palabra es un corte en ese universo, vinculado exactamente a la situación del sujeto hablante. Puede que el lenguaje tenga un sentido, pero sólo la palabra posee una significación. El sentido del latín se comprende, pero el latín no es una palabra.

Cuando se comprende el latín, se comprende la forma en que se organizan los diferentes elementos lexicológicos y gramaticales, la manera en que las significaciónes remiten unas a otras, el uso de los empleos. ¿Por qué dice usted que allí no existe el sistema de los yo? Al contrario, está absolutamente incluido.

O. MANNONI:—Pienso en una farsa ya antigua sobre el bachillerato, donde un falso candidato es confundido con un candidato. El examinador le muestra una hoja escrita: Pero el que escribió esto fue usted. Se intitula Carta a Séneca. Y el tipo contesta: Pero, señor, ¿acaso soy un tipo que le pueda escribir a Séneca? El toma las cosas en el plano de la palabra. En rigor, podría traducir la versión, pero dice: No soy yo, no es mi palabra. Es, claro está, una situación grotesca, pero me parece que tiene ese sentido. Si leo una carta que no sé quién la ha dirigido ni a quien, puedo comprenderla: estoy en el mundo del lenguaje.

Cuando le muestran una carta a Séneca, el que la escribió fue naturalmente usted. Su ejemplo sigue el sentido opuesto a que usted señala. Si ocupamos de inmediato nuestro lugar en el juego de las diversas intersubjetividades, es que en él estamos en nuestro lugar donde sea. El mundo del lenguaje es posible en tanto que en él estamos en nuestro lugar donde sea.

O. MANNONI:—Cuando hay una palabra.

Precisamente ahí está todo el problema: ¿basta eso para dar una palabra? La experiencia analítica se funda en que no cualquier manera de introducirse en el lenguaje es igualmente eficaz, no es igualmente ese cuerpo del ser, corpse of being, lo que hace que el psicoanálisis pueda existir, lo que hace que cualquíer trozo extraído del lenguaje no tenga el mismo valor para el sujeto.

Dr. GRANOFF:—El lenguaje es de persona a persona, y la palabra de alguien a otro alguien. Porque la palabra es constituyente y el lenguaje es constituido.

Dr. PERRIER:—En el momento actual, se trata de introducir el problema económico del lenguaje en la palabra. Y aquí propongo esto-no sé si me equivoco-: que dejará de haber problema económico en la medida en que la situación significante del sujeto sea plenamente formulada en todas sus dimensiones, y en particular en sus dimensiones triangulares, gracias a la palabra. Si el lenguaje se convierte en palabra plena, en tanto tridimensional, el factor económico ya no se planteará en el plano de las cantidades vertidas en un análisis, cantidades de afectos o de instintos, y volverá a ser simplemente el substrato, el motor de lo que con toda naturalidad se insertará en la situación, en la medida en que se ha tomado conciencia de ello en todas sus dimensiones.

Destaco un término que usted pronunció en varias formas: dimensión.

Dr. LECLAIRE:—A mí se me ocurrió esta respuesta. Es una fórmula: el lenguaje tiene una función de comunicación, y hasta de transmisión, y la palabra posee una función de fundación, incluso de revelación.

Sr. ARENSBURG:—Entonces sería por intermedio de la palabra como el Lenguaje que puede cumplir su rol económico. ¿Es eso lo que usted quiere decir?

PERRIER:—No, hablo de la reinserción de la economía en el orden simbólico por intermedio de la palabra.

El término clave de la cibernética es mensaje. El lenguaje está hecho para eso, pero no se trata de un código, es esencialmente ambigüo, los semantemas son siempre polisemantemas, los significantes siempre tienen varias significaciónes, a veces sumamente distantes. Por su parte, la frase posee un sentido único, quiero decir que no puede lexicalizarse: se hacen dicciónarios de palabras, de empleos de las palabras o de las locuciones, pero no se hacen dicciónarios de frases. Así pues, algunas de las ambigüedades ligadas al elemento semántico se reabsorben en el contexto, por el uso y la emisión de la frase. La teoría de la comunicación, en la medida en que intenta formalizar este tema y determinar unidades, se refiere más bien a códigos, los cuales en principio evitan las ambigüedades: no es posible, salvo por error, confundir un signo del código con otro. Nos hallamos, pues, ante el lenguaje, ante una primera categoría cuya función con respecto al mensaje no es simple. Pero con esta introducción, la cuestión del mensaje sigue estando confusa. En vuestra opinión, así, con toda espontaneidad, con toda inocencia, ¿qué es un mensaje?

MARCHANT:—La transmisión de una información.

¿Qué es una información?

MARCHANT:— Una indicación cualquiera..

Sra. AUDRY:—Algo que parte de alguien y se dirige a  otro alguien.

Sr. MARCHANT:—Eso es una comunicación y no un mensaje.

Sra. AUDRY:—Creo que ahí está lo esencial del mensaje: el mensaje es un anuncio transmitido.

Sr. MARCHANT: – Mensaje y comunicación no son lo mismo.

Sra. AUDRY:—En sentido propio, el mensaje es algo transmitido a alguien, para hacerle saber algo.

Sr. MARCHANT:—El mensaje se unidirecciónal. La comunicación no es unidirecciónal, hay ida y vuelta.

Sra. AUDRY:—Dije que el mensaje se hace de alguien a otro alguien.

Sr. MARCHANT:—El mensaje es enviado de alguien a otro alguien. La comunicación es lo que se establece una vez intercambiado el mensaje.

Dr. GRANOFF:—El mensaje es un programa que ponemos en una máquina universal, y al cabo de cierto tiempo saca de él lo que ha podido.

No está mal lo que dice.

Sr. LEFORT:—Es el ensanchamiento del mundo simbólico.

Sr. MARCHANT:—No, es el estrechamiento del mundo simbólico. Sobre el fondo del lenguaje la palabra va a elegir.

La señora Colette Audry introduce a propósito del mensaje la necesidad de los sujetos.

Sra. AUDRY: – Un mensaje no es únicamente directo. Puede ser transportado por un mensajero que no tiene nada que ver en el asunto. El mensajero puede no saber lo que contiene el mensaje.

Sr. MARCHANT: – También puede ser transmitido de máquina a máquina.

Sra. AUDRY:—Pero lo que siempre hay es un punto de partida y un punto de llegada.

A veces el mensajero se confunde con el mensaje. si lleva algo escrito en el cuero cabelludo ni siquiera puede leerlo en un espejo, hay que raparlo para obtener el mensaje. En este caso, ¿tenemos la imagen del mensaje en sí? Un mensajero que tiene escrito un mensaje bajo sus cabellos, ¿es por sí sólo un mensaje ?

MARCHANT:— Yo considero que sí

Sra. AUDRY:—Evidentemente es un mensaje.

O. MANNONI:—No es necesario que se lo recita.

Sr. MARCHANT:—En general, los mensajes son enviados y recibidos. Pero entre ambas cosas, está el mensaje.

Sra. AUDRY:—Una botella en el mar es un mensaje. Está dirigido, no es necesario que llegue, pero está dirigido.

Sr. MARCHANT:—Es una significación en movimiento.

No es una significación, sino un signo en movimiento. Ahora queda por saber qué es un signo.

Sr. MARCHANT:—Algo que se intercambia.

Dr. LECLAIRE:—El mensaje es la palabra objetiva.

¡De ninguna manera!

Voy a contarles un apólogo para tratar de establecer algunos puntos de referencia.

El llamado Wells era una mente que pasa por asaz primaria siendo que, por el contrario, se trataba de alguien ingenioso y que sabía muy bien lo que hacía, lo que rechazaba y lo que elegía, en el sistema del pensamiento y de las conductas.

Ya no recuerdo bien en cuál de sus obras imagina a dos o tres científicos llegados al planeta Marte. Se encuentran allí en presencia de seres que tienen modos de comunicación muy propios de ellos, y les sorprende enormemente comprender los mensajes que se les modula. Tras maravillarse, se consultan entre sí. Uno dice: Me dijo que realizaba investigaciones sobre física electrónica. El otro dice: Sí, me dijo que se ocupaba de lo que constituía la esencia de los cuerpos sólidos. Y el tercero dice Me dijo que se ocupaba del metro en la poesía y de la función de la rima.

Esto es lo que sucede cada vez que nos abandonamos a un discurso íntimo o público. ¿Qué ilustra esta historieta, el lenguaje o la palabra?

AUDRY:—Las dos cosas.

Dr. GRANOFF:—No hay, que yo sepa, gran cantidad de máquinas universales. Supongamos que en la máquina se introduce un programa. Hay que considerar no sólo la máquina sino también los operadores. Se introduce un programa, es un mensaje. A la salida se dice: la máquina estuvo desvariando, o bien: no estuvo desvariando. En el sentido de que a partir del momento en que la máquina restituye una comunicación, a partir del momento en que ésta es admisible para alguieny es inadmisible si resulta no comprendida por el operador-, si éste la encuentra conforme, si la entiende, si la acepta como válida, si considera que la máquina ha funcionado bien, el mensaje ha pasado a ser una comunicación.

Sr. MARCHANT:—Pero en ese caso los tres comprendieron sólo que lo hicieron en forma diferente.

O. MANNONI:—No en forma diferente. Si un matemático desarrolla ecuaciones en la pizarra, uno puede decir que se trata de magnetismo y el otro una cosa distinta. Las ecuaciones son verdaderas para ambos.

Pero no es en absoluto eso.

Sr. RIGUET:—Pienso que es el lenguaje, simplemente.

Dr. LECLAIRE:—Tengo la impresión de que la discusión se ha encauzado en cierto modo en función de su reflexión sobre la cibernética.

Es una ocasión para que vea un poco en qué están.

Dr. LECLAIRE:—Si bien en esta perspectiva llegamos, relativamente, a situar el lenguaje, creo que para nosotros es mucho más difícil, al menos por el momento, situar la palabra. Sin embargo hace un momento, cuando hablé de la palabra, lo hice en determinado sentido: cuando hablo de la palabra, me refiero siempre a la palabra. Me gustaría que nos hablara un poco del polo de la palabra, para que situemos al menos el plano de la discusión.

Sr. MARCHANT:—¿ES posible además separar palabra y lenguaje cuando se manifiestan?
¿Qué piensa usted de todo esto, padre Beirnaert?

P. BEIRNAERT:—Pensaba, como Riguet, que se trataba del lenguaje, entonces resulta que no he entendido nada.

Sr. RIGUET:—Cada cual lo entendió a su manera.

Sra. AUDRY:—Es más complicado todavía. Primero habría que ver qué quiso decir el marciano.

Nunca sabremos lo que quiso decir el marciano. Si nos colocamos del lado donde la emisión de vocablos permanece en la imprecisión, no se puede decir que palabra y lenguaje se confundan.

Sr. MARCHANT:—Pues bien, usted hace desaparecer el lenguaje, y después nos deja bloqueados allí.

Estoy de acuerdo en que el apólogo merece ser aclarado. En el apólogo hay un sustituto de lenguaje: la posibilidad de comprensión de los tres individuos. Sobre este lenguaje, funciona la palabra que reciben. El problema está en que no hay código.

Lo que el apólogo quiere decir es esto: cada hombre tiene que reconocer una llamada, una vocación que resulta serle revelada, en un mundo de lenguaje. Alguien habló hace un momento de revelación o de fundación, y de eso se trata. Estamos enfrentados a un mundo de lenguaje del cual, de tanto en tanto, tenemos la impresión de que tiene algo de esencialmente neutralizante, incierto. No hay un sólo filósofo que no haya insistido, con razón, en el hecho de que la posibilidad misma del error está enlazada a la existencia del lenguaje. Cada sujeto no sólo tiene simplemente que tomar conocimiento del mundo, como si todo transcurriera en un plano de noetización, además tiene que situarse en él. Si algo significa el psicoanálisis, es que el sujeto ya está metido en algo que tiene relación con el lenguaje sin serle idéntico, y que tiene que reconocer su sitio en él: el discurso universal.

El discurso universal, concreto, que se desarrolla desde el origen de los tiempos, es lo que fue verdaderamente dicho o más bien realmente dicho; para fijar ideas, podemos parar ahí. En relación a eso se sitúa el sujeto en cuanto tal, en eso está inscrito, ya está determinado por eso, con una determinación de un registro muy diferente al de las determinaciones de lo real, los metabolismos materiales que lo han hecho surgir en esa apariencia de existencia que es la vida. Su función, en la medida en que prosigue ese discurso, es situarse en él en su lugar, no únicamente en tanto orador sino en tanto, de aquí en más, enteramente determinado por él.

Señalé muchas veces que desde antes de su nacimiento el sujeto está ya situado, no solamente como emisor sino como átomo del discurso concreto. El sujeto está en la línea de danza de ese discurso, él mismo es, si quieren, un mensaje. Le han escrito un mensaje en la cabeza y él está enteramente situado en la sucesión de los mensajes. Cada una de sus elecciónes es una palabra.

Si llamé en mi ayuda al padre Beirnaert fue a causa del in principio erat verbum. Usted dijo una vez que fides era lo que en su opinión mejor traducía la palabra. Es curioso que la traducción religiosa no diga in principio erat fides. Verbum es el lenguaje, e incluso el vocablo. En el texto griego, logos también es el lenguaje, y no la palabra. Después de eso, Dios hace uso de la palabra: Hágase la luz, dice.

Tratemos de examinar más de cerca la forma en que el hombre se interesa, en el sentido de inter-esse, por la palabra. No hay duda de que sentimos la necesidad de distinguir lo que es mensaje, en el sentido de lo que es signo, signo que se pasea, y la manera en que el hombre entra en el asunto. Si bien él mismo está integrado en el discurso universal, no lo está sin embargo de la misma forma que los mensajes que se pasean a través del mundo, en botellas o sobre cráneos. Desde el punto de vista de Sirio tal vez pueda haber confusión, pero para nosotros esto no es posible. En todo caso, lo que nos interesa es conocer la diferencia.

Sr. RIGUET:— ¿Puedo permitirme dos o tres cosas en la pizarra? Simplemente quisiera intentar explicar primero, en un par de minutos, lo que los matemáticos entienden por lenguaje.

Se considera el conjunto de todos los vocablos que se pueden formar con ayuda de estas letras: ab, ac, ca, ad, y abdd, bb, etc. Pongo las letras unas tras otras en cualquier orden, están permitidas las repeticiones. Formo todos esos términos indefinidamente. Entre ellos, se considera un subconjunto WF-well formed-, los términos bien formados: de términos formados por medio de aquellos símbolos. Una teoría matemática consiste en la propuesta de determinado subconjunto-a esto se le llama axiomas-, y un conjunto de reglas de deducción, que serán, por ejemplo, de tipo sintáctico. Si en el interior de un vocablo tengo el símbolo ab, estaré autorizado, por ejemplo, a reemplazarlo por p. Así, a partir del término abcd, podré formar pcd. A esto se le llama teorema, o sea el conjunto de todos los términos que puedo formar a partir de los axiomas con ayuda de las producciónes sintácticas. Un WF es lo que se llama un lenguaje.

Desde luego que la elección de los símbolos a, b, c, d, es arbitraria. Habría podido elegir otros, u, v. x, y, y construir así una teoría isomórfica con la primera. En efecto, para los matemáticos, la noción de lenguaje sólo se define por un isomorfismo. Más aún: sólo es definida por un cifrado, porque si considero el conjunto de los símbolos constituidos por O y 1, puedo convenir en que a = 00, b = 01, c = 10, d = 11, y traduciré todas las producciónes sintácticas y los axiomas en función de los símbolos O y 1. Pero cuando quiera decodificar la nueva teoría para obtener la antigua deberé prestar atención, porque si codifico un término 00010111001, la decodificación será a veces ambigüa. Si e = 000, no sabré si este vocablo empieza con a o con e, etc.

Me parece que su definición de los símbolos no es la misma que ésta. Para usted, los símbolos están ligados a otro lenguaje. Usted tiene una especie de lenguaje básico de comunicación, de lenguaje universal, y los símbolos de los que habla siempre están codificados en función de dicho lenguaje básico.

Lo que me llama la atención en lo que acaba usted de decir, si he comprendido bien y creo haber comprendido-, es esto: cuando se ejemplifica el fenómeno del lenguaje con algo tan purificado formalmente como los símbolos matemáticos, -y también por eso conviene agregar la cibernética al expediente-, cuando se da una notación matemática del verbum, se puede ver del modo más simple del mundo que el lenguaje existe con total independencia de nosotros. Los números tienen propiedades que son de manera absoluta. Ellas son, estemos ahí o no. 1729 será siempre la suma de dos cubos, el número más pequeño de la suma diferente de dos cubos.

Todo esto puede circular de todo tipo de maneras en la máquina universal, más universal que todo cuanto pueden suponer. Se puede imaginar una multiplicidad indefinida de estratos donde todo eso gira y circula en redondo. El mundo de los signos funciona, y no tiene ningún tipo de significación.

Lo que le da su significación es el momento en que paramos la máquina. Los cortes temporales que en ella hacemos. Si ellos son incorrectos, se verán surgir ambigüedades a veces difíciles de resolver, pero a las que siempre se acabará confiriendo una significación.

Sr. RIGUET:—No lo creo, porque esos cortes pueden ser hechos por otra máquina, y no está establecido en absoluto que un hombre sabrá descifrar lo que de esa nueva máquina salga.

Totalmente exacto. Sin embargo, es el elemento temporal, la intervención de una escansión, lo que permite la inserción de aquello que puede tener un sentido para un sujeto.

Sr. RIGUET:—Sí, pero me parece que además está el universo de símbolos, que pertenece al común de los hombres.

Lo que acabamos de decir es que de ningún modo le pertenece específicamente.

Sr. RIGUET:—Justamente, las máquinas no tienen un universo común de símbolos.

Aquí hay algo muy delicado, porque a esas máquinas nosotros las construimos. En realidad, mucho no importa. Basta constatar que por intermedio del 0 y del 1, a saber, de la connotación presencia-ausencia, somos capaces de representar todo lo que se presenta, todo lo que fue desarrollado por un proceso histórico determinado, todo lo que fue desarrollado en las matemáticas. Estamos en completo acuerdo. Todas las propiedades de los números están ahí, en esos números escritos con símbolos binarios. Obviamente, no es así como se los descubre. Hizo falta la invención de símbolos, por ejemplo I, que nos hizo dar un paso gigantesco el día en que simplemente se empezó a inscribirlo en un papelito. Durante siglos estuvimos con el pico abierto ante la ecuación de segundo grado sin poder salir de ella, y sólo escribiéndola pudimos avanzar.

Nos hallamos, pues, ante la problemática situación de que, en definitiva, hay una realidad de los signos en el interior de los cuales existe un mundo de verdad completamente desprovisto de subjetividad, y de que, por otra parte, hay un progreso histórico de la subjetividad manifiestamente orientado hacia el redescubrimiento de la verdad, que está en el orden de los símbolos.

¿Hay alguien que no pesque nada?

MARCHANT:—Por mi parte, no estoy de acuerdo. Usted definió el lenguaje, y creo que ésa es la mejor definición, como un mundo de signos a los que somos ajenos.

Aquel lenguaje.

Sr. MARCHANT:—Creo que esto se aplica al lenguaje en general.

Pues no. Porque el lenguaje está completamente cargado de nuestra historia, es tan contingente como el signo I, y además es ambigüo.

Sr. MARCHANT:—Creo que cuando se concibe al lenguaje de ese modo, la noción de error no se le puede aplicar.

No hay error en el mundo de los ceros.

Sr. MARCHANT:—Pero en el mundo del lenguaje, ya no significa nada, evidentemente. Hay cosas verdaderas o falsas. Usted habla de cuando se hace una investigación. En ese momento se determinan error y verdad. Pero el mundo de los símbolos matemáticos es ya un lenguaje algo particular.

En el sistema del lenguaje tal como existe, puedo llegar a localizar el error como tal. Si le digo los elefantes viven en el agua, puedo refutar este error mediante una serie de silogismos.

Sr. MARCHANT:—Esa es ya una frase, un mensaje, una comunicación que puede ser falsa. Si definimos a todo lenguaje como un mundo de signos que existe independientemente de nosotros, la noción de error no se coloca en este nivel sino en uno ulterior, donde se manifiestan los mensajes. La comunicación y la palabra no están en el mismo nivel. Coloco al lenguaje en un nivel inferior, sobre cuya base se manifiestan comunicación, mensaje y palabra. A mi modo de ver, el lenguaje debe ser mantenido en un nivel casi de indiferenciación. Si se empieza a querer descifrar el sentido de un lenguaje, esto ya no se aplica. Lo único que se puede descifrar es el sentido de una palabra. Puede tener varios, y éste es incluso su papel.

A eso me refiero. Lo que le muestro es que la cuestión del sentido viene con la palabra.

Sr. MARCHANT:—Desde luego. Pero no con el lenguaje. El lenguaje permite que se establezca un sentido y que una palabra se manifieste.

Hay dos cosas. El lenguaje históricamente encarnado, que es el de nuestra comunidad, francés, por ejemplo, y además está ese otro lenguaje. Lo importante es percatarnos de que hay algo que podemos alcanzar en su pureza, donde ya se manifiestan leyes, leyes completamente indescifradas hasta que intervengamos en ellas para ponerles sentido. ¿Qué sentido?

MARCHANT:—¡Ah, pero ahí no! ¡Ahí entonces no!

El sentido de algo con lo que tenemos que vérnosla por completo. Es la forma en que nos introducimos en la sucesión temporal. Se trata de saber de qué tiempo se trata.

Miss X:—Creo que hay nociones de Piaget que podemos aplicar aquí. Piaget define lo esencial del pensamiento formal en términos de posibilidad, más que en términos de real. Pero en la propia noción de posibilidades distingue entre lo que llama estructura posible, que corresponde a las estructuras objetivas del pensamiento, y lo que llama materialmente posible, es decir, aquello que debe recibir una función de la conciencia del sujeto.

Pero la circulación de los signos binarios en una máquina que nos permite, si introducimos en ella el programa correcto, detectar un número primo inédito hasta ahora, no tiene ninguna necesidad de ser pensada. El número primo que circula con la máquina no tiene nada que ver con el pensamiento.

Miss X:—Piaget no habla del pensamiento sino de la estructura objetiva que encuentra la solución al problema, la estructura de la máquina en el ser, es decir, en el caso del ser humano, la estructura del cerebro.

Los problemas que aquí nos ocupan no son del mismo nivel

Miss Quizá podríamos decir que la palabra se intercala como elemento de revelación entre el discurso universal y el lenguaje.

Sr. LEFEBVRE-PONTALIS:—No sé si entiendo bien. Tengo la impresión de que entre lenguaje y palabra se hace un corte muy radical que para mí no expresa mucho, porque finalmente, si no hubiera palabra, no habría lenguaje. En el apólogo de hace un momento, me pareció que el lenguaje era por definición ambigüo, y que no se puede decir que es un universo de signos que supone un ciclo cerrado relativamente acabado, en el cual iríamos a buscar tal o cual significación. Ante esta ambigüedad, el que recibe la palabra manifiesta sus preferencias.

Desde que el lenguaje existe -y el problema es precisamente saber cuál es el número mínimo de signos para formar un lenguaje-, es un universo concreto. Todas las significaciónes deben encontrar sitio en él. No hay ejemplo de una lengua en la cual haya zonas enteras que sean intraducibles. Todo lo que conocemos como significación siempre está encarnado en un sistema que es universo de lenguaje. Desde que el lenguaje existe, es universo.

Sr. LEFEBVRE-PONTALIS:—Pero podemos invertir exactamente este resultado y decir que el lenguaje más pobre permite comunicarlo todo. Pero eso no quiere decir que todas las significaciónes estén ya puestas en un lenguaje.

Por eso he distinguido entre el lenguaje y las significaciónes. El lenguaje es sistema de signos y, como tal, sistema completo. Con él se lo puede hacer todo.

Sr. LEFEBVRE-PONTALIS:—Siempre y cuando haya sujetos hablantes.

Por supuesto. El problema es saber cuál es allí la función del sujeto hablante.

Tomaré otro apólogo, quizá más claro que el d porque fue hecho expresamente con la intención de distinguir lo imaginario y lo simbólico. Es mío.

Se trata de tres prisioneros a quienes se somete a una experiencia. Van a liberar a uno de ellos, no se sabe a cuál beneficiar con esta gracia única porque los tres son igualmente meritorios. Se les dice: Aquí tienen tres discos blancos y dos negros. Colgaremos de la espalda de cada uno de ustedes uno cualquiera de estos discos, y tendrán que arreglárselas para decirnos cuál les hemos enjaretado. Naturalmente, no hay espejo, y ustedes no pueden tener interés en comunicarse porque basta revelarle a uno lo que tiene en la espalda para que él saque provecho de ello.

Cada uno de ellos tiene, pues, en la espalda, un disco. Cada uno de ellos ve tan sólo la forma en que los otros dos están connotados por medio de estos discos.

A todos les ponen un disco blanco. ¿Cómo va a razonar cada sujeto?

Esta historia permite mostrar escalonamientos, dimensiones, como decía antes Perrier, del tiempo. Hay tres dimensiones temporales, lo cual merece ser apuntado porque nunca fueron verdaderamente distinguidas. No es inverosímil que los tres prisioneros se den cuenta muy rápidamente de que tienen discos blancos. Pero si queremos discursivarlo, será forzosamente del modo siguiente. Hay un dato de partida fundamental que es del orden de los O y de los pequeños 1: si uno viera sobre la espalda de los otros dos discos negros, no tendría la más mínima duda, pues discos negros hay sólo dos, y podría irse. Es el dato de partida de lógica eterna, y su captación es perfectamente instantánea: basta con ver. Pero he aquí que ninguno ve dos discos negros, y por una buena razón, no hay disco negro alguno. Cada cual sólo ve dos discos blancos.

Sin embargo, esa cosa que no se ve desempeña un papel decisivo en la especulación por la cual los personajes pueden encaminarse a la salida.

Al ver dos discos blancos, cada sujeto debe decirse que uno de los otros dos debe ver, o bien dos discos blancos, o bien uno blanco y uno negro. Se trata de que cada uno de los sujetos piense qué deben pensar los otros dos, y de una manera absolutamente recíproca. En efecto, algo es indudable para cada uno de los sujetos: que los otros dos ven cada uno de ellos la misma cosa, o sea uno blanco y el propio color del sujeto, quien no lo sabe.

El sujeto se dice entonces que si él mismo es negro, cada uno de los otros dos ve un blanco y un negro, y puede decirse: -Si soy negro, el blanco ya se habría encaminado a la salida, y como no se mueve, entonces es que yo también soy blanco, y salgo.

Ahora bien, como nuestro tercer sujeto no ve salir a ninguno de los otros dos, de esto concluye que él es blanco, y sale. De este modo, a causa de la inmovilidad de los otros, él mismo comprende que se encuentra en una posición estrictamente equivalente a los otros dos, es decir, que es blanco. Sólo en un tercer tiempo, pues, en relación con una especulación sobre la reciprocidad de los sujetos, puede arribar al sentimiento de que está en la misma posición que los otros dos.

Sin embargo, observen que, tan pronto como ha llegado a esta comprensión, debe precipitar su movimiento. En efecto, a partir del momento en que ha llegado a dicha comprensión, debe concebir que cada uno de los otros pudo llegar a idéntico resultado. Por lo tanto, si los deja adelantarse así fuese mínimamente, volverá a caer en su incertidumbre del tiempo anterior. De su propia prisa depende que no caiga en el error.

Debe decirse: Si no me àpresuro a llegar a esta conclusión, caigo automáticamente no sólo en la ambigüedad sino también en el error, dadas mis premisas. Si los dejo adelantarse a mí, queda probado que soy negro.

Se dan perfecta cuenta de que se trata de un sofisma, y el argumento se invierte en el tercer tiempo. Todo depende de algo inàpresable. El sujeto tiene en sus manos la articulación misma por donde la verdad que descubre no es separable de la propia acción que da fe de ella. Si esa acción se demora un sólo instante, sabe al mismo tiempo que se habrá hundido en el error.

¿Entienden?

MARCHANT:—O nadie se puede mover, o pueden moverse los tres.

Sr. LAPLANCHE:—El sujeto puede ir al fracaso.

Se trata ahora del sujeto en cuanto que discursea lo que hace.

Lo que hace es una cosa, y la forma en que lo discurre es otra. Si lo discurre, dice: Si los os hacen ante mí el acto cuya necesidad acabo de descubrir, desde el punto de vista mismo de mi razonamiento ellos son blancos y yo soy negro.

Sr. MARCHANT:—Pero, justamente, en el ejemplo no hay un antes.

Sr. LA PLANCHE:—Ellos salen porque yo soy blanco y…

A partir del momento en que dejó a los otros adelantársele, no tiene medio alguno de componérselas. Puede hacer los dos razonamientos, y no tiene manera alguna de elegir. Está en presencia de dos términos que poseen propiedades de sujetos, que piensan como él. Y para él mismo la verdad, dado el punto al que ha llegado en su deducción, depende de la prisa con que se encamine hacia la puerta, tras lo cual tendrá que decir por qué pensó como lo hizo. La aceleración la precipitación en el acto, se revela ahí coherente con la manifestación de la verdad.

Sr. MARCHANT:—Yo no estoy de acuerdo, porque usted introduce las nociones de retardo y de darse prisa.

Justamente para mostrarles su valor lógico.

Sr. MARCHANT:—Pero estas dos nociones sólo pueden establecerse en relación con algo. Pues bien, aquí no hay relación posible. Por eso los tres sujetos no se pueden mover. No hay relación, porque cada uno de los tres efectúa el mismo razonamiento, y espera algo…

Suponga que se vayan los tres.

Sr. MARCHANT:—Les cortarán la cabeza a los tres.

Antes incluso de que alcancen la puerta, ¿qué va a suceder?

MARCHANT:—No es posible, todos están a la espera.

Pero el acto de cada uno depende de la no manifestación, y no de la manifestación. Y es porque cada uno de los otros no manifiesta, por lo que cada uno puede tener la ocasión de manifestar. Llegarán, pues, normalmente a la misma conclusión si tienen el mismo tiempo para comprender, elemento real que está en la base de todos los exámenes psicológicos. Nosotros lo suponemos igual.

Sr. MARCHANT:—Entonces no hay salida. Si queremos resolver el problema, hay que decir que los tiempos de comprensión no son los mismos.

Pero el problema sólo ofrece interés si se suponen iguales los tiempos para comprender. Si los tiempos para comprender son desiguales, el problema no sólo carece de interés sino que verán hasta qué punto se complica.

Sr. MARCHANT:—Los sujetos, o bien no son igualmente inteligentes, o bien no se pueden mover.

Sr. LAPLANCHE:—Si A no ve salir a B, queda sumido en la perplejidad, pero no se trata de error.

Este es el error, a partir del momento en que ha alcanzado la verdad.

Sr. MARCHANT:—No puede alcanzarla.

¿Pero si supone fijado el tiempo para comprender?

MARCHANT:—P EI mismo para todos?

Al cabo de ese tiempo para comprender, todos estarán convencidos de que son todos blancos. Saldrán los tres juntos, y en principio dirán por qué son blancos. Si quieren reintroducir un punto de vacilación infinitesimal en que cada uno se dijera pero es que los otros no salen precisamente porque acaban de percatarse de que soy negro, ¿qué se producirá? Una detención. Pero no crean que después de la detención la situación será la misma. Cuando partan, habrá un progreso de hecho. Les ahorro los detalles del análisis —los abandono a ustedes mismos, verán cómo la cosa se estructura-, pero sepan que los prisioneros podrán detenerse por segunda vez, pero no por una tercera. En otros términos, en dos escansiones todo será dicho.

Entonces, aquí, ¿dónde está la palabra? ¿Dónde está el lenguaje ?

El lenguaje lo tenemos en los datos primeros, hay dos negros, etc. Son los datos fundamentales del lenguaje, y están totalmente fuera de la realidad. La palabra se introduce a partir del momento en que el sujeto realiza la acción por la cual afirma, sencillamente: Soy blanco. Claro está que no lo afirma de una manera, como se dice, lógicamente fundada. Pero su método es sin embargo válido si ha procedido en la forma que les acabo de decir: Si no digo de inmediato que soy blanco, en cuanto lo he comprendido, ya no podré afirmarlo nunca de una manera válida.

No les traigo esto como un modelo de razonamiento lógico, sino como un sofisma, destinado a poner de manifiesto la distinción existente entre el lenguaje aplicado a lo imaginario -porque los otros dos sujetos son perfectamente imaginarios para el tercero, éste los imagina, son simplemente la estructura recíproca como tal_ y el momento simbólico del lenguaje, es decir, el momento de la afirmación. Ve usted que aquí hay algo que no es completamente identificable al corte temporal del que habló momentos atrás.

Sr. RlGUET:—Totalmente de acuerdo.

Aquí se detiene la potencia que la originalidad de las máquinas que manejamos nos revela. Hay una tercera dimensión del tiempo que indiscutiblemente no les pertenece, y que intento ilustrarles con este elemento que no es ni el retardo ni el adelanto, sino la prisa, vínculo propio del ser humano con el tiempo, con el carro del tiempo, que está ahí, acosándolo por detrás. Ahí se sitúa la palabra, y no se sitúa el lenguaje, el cual, por su parte, dispone de todo el tiempo. Por eso, además, con el lenguaje no se llega a nada.

Dr. LECLAiRE:—En todo esto hay una cosa que me confunde. Antes tradujo usted al comienzo era el lenguaje, es la primera vez que oigo esto. ¿A qué se refiere usted? ¿Así lo traduce ?

In principio erat verbum es indiscutiblemente el lenguaje no la palabra.

Dr. LECLAiRE:—Entonces, no hay comienzo.

No fui yo el que escribió el Evangelio según San Juan.

Dr. LECLAIRE:—Es La primera vez que veo eso. Siempre se escribe la palabra, o el verbo, y nunca el lenguaje.

Ya les escribí dos veces en la pizarra el dístico cuya explicación nadie me ha pedido.

Indem er alíes schaft, was schaftet der Hochste?-Sich.

Was schaft er aber vor er alíes schaftet?-Mich.

¿Qué hacía el Todopoderoso en el momento de hacer la creación?: Sich, sí mismo. ¿Y qué era él antes de hacer lo que fuere? Mich, mí mismo. Es sin duda una afirmación arriesgada.

Dr. LECLAIRE:—No entiendo por qué traduce usted al comienzo y no antes del comienzo.

No digo en absoluto que san Juan escribió las cosas correctamente. Les digo que, en san Juan, está in principio erat verbum, en latín. Pues bien, ya lo vieron cuando traducimos el De significatione, verbum quiere decir vocablo, significante, y no palabra.

Sr. X: —Verbum es la traducción del término hebreo dabar, que quiere decir palabra y no lenguaje.

Tendremos que volver sobre esta cuestión del hebreo. Mientras no nos pongan una cátedra de teología en la facultad de ciencias nunca saldremos del problema, ni respecto a la teología ni respecto a las ciencias. Pero en este momento la cuestión no es saber si tenemos que poner al comienzo el verbo o la palabra. En la perspectiva que hoy hemos abordado y que acabo de ilustrar con el dístico de Daniel von Chepko, hay un espejismo por donde el lenguaje, a saber, todos vuestros pequeños O y 1, está ahí desde toda la eternidad, independientemente de nosotros. Podrían preguntarme: ¿Dónde? Sería muy complicado para mí decirlo. Pero lo seguro, como decía antes Mannoni, es que en una cierta perspectiva no podemos verlos sino allí desde siempre.

Este es uno de los modos en que se distinguen la teoría platónica y la teoría freudiana. La teoría de Platón es una teoría de la reminiscencia. Todo lo que aprehendemos, todo lo que reconocemos, debió estar ahí desde siempre. ¿Y por qué? En una oportunidad les mostré la coherencia de esa teoría con el mito fundamental, el de la díada: Platón sólo puede concebir la encarnación de las ideas como una serie de reflejos indefinidos. Todo lo que se produce y es reconocido está en la imagen de la idea. La imagen existente en sí no es, a su vez, sino imagen de una idea existente en sí, no es más que una imagen con respecto a otra imagen. Sólo hay reminiscencia y, ayer mismo hablamos de esto, la vagina dentada no será además sino una imagen entre las otras imagenes.

Pero cuando hablamos del orden simbólico, hay comienzos absolutos, hay creación. Esto explica que el in principio erat verbum sea ambigüo. No es casual que en griego se llamara logos. En los orígenes, también se lo puede ver en la perspectiva de esa homogeneidad indefinida que hallamos una y otra vez en el dominio de lo imaginario.

Basta que piense en mí: soy eterno. Desde el momento en que pienso en mí, ninguna destrucción de mí es posible. Pero cuando digo yo (je), no solamente es posible la destrucción, sino que en todo instante hay creación. Naturalmente, ella no es absoluta, pero Si para nosotros un porvenir es posible, es porque existe esa posibilidad de creación. Y si tal porvenir no es también puramente imaginario, es porque nuestro yo (je) es llevado por todo el discurso anterior. Si César, en el momento de pasar el Rubicón, no hace un acto ridículo, es porque detrás suyo está todo el pasado de César-el adulterio, la política del Mediterráneo, las campañas contra Pompeya-, si puede hacer algo que tenga un valor estrictamente simbólico es a causa de esto, porque el Rubicón no es más ancho de atravesar que lo que hay entre mis piernas. Este acto simbólico desencadena una serie de consecuencias simbólicas. Esto hace que haya primacía del porvenir de creación en el registro simbólico, en tanto que es asumido por el hombre.

Todo es función de un pasado en el cual tenemos que reconocer la sucesión de creaciones anteriores. Y aunque no la reconozcamos en él, este pasado está ahí desde siempre, en los pequeños O y los pequeños 1.

No les estuve diciendo que yo creía que el lenguaje estuvo en el origen: por lo que a mí respecta, nada sé de los orígenes. Pero a propósito de este término ambigüo, quise cuestionar lo que durante un momento todos convinieron, que los pequeños O y los pequeños 1 definen un mundo de leyes irrefutables, a saber, que los números son primos desde siempre.

Quedémonos aquí, lo de hoy fue un poco trabajoso.