J. Lacan- Seminario 3: Clase 1, Introducción a la cuestión de las psicosis, 16 de Noviembre de 1955

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Esquizofrenia y paranoia. M. de Clérambault. Los espejismos de la comprensión. De la Verneinung a la Verwerfung. Psicosis y psicoanálisis.

Comienza, este año, la cuestión de las psicosis.

Digo la cuestión, porque no puede hablarse de entrada del tratamiento de las psicosis, como en un principio les comunicó una primera , y todavía menos del tratamiento de las psicosis en Freud, pues nunca hablo de ello, salvo de manera totalmente alusiva.

Partiremos de la doctrina freudiana para apreciar lo que aporta en esta materia, pero no dejaremos de introducir las nociones que hemos elaborado en el curso de años anteriores, y de tratar los problemas que las psicosis plantean hoy. Problemas clínicos y nosográficos en primer término, a propósito de los cuales me pareció que todo el beneficio que el análisis puede producir no había sido obtenido. Problemas de tratamiento también, sobre los que deberá desembocar nuestro trabajo de este año: es nuestro punto de mira.

No es casualidad si di primero como título aquello con lo que terminaremos. Admitamos que es un lapsus, un lapsus significativo.

1)
Quisiera poner el énfasis en una evidencia primera, que como siempre es la que menos ha sido señalada.

En lo que se hizo, en lo que se hace, en lo que se está haciendo en lo tocante al tratamiento de las psicosis, se aborda mucho más fácilmente las esquizofrenias que las paranoias, el interés por ellas es mucho más vivaz, se espera mucho de sus resultados. ¿Por que en cambio para la doctrina freudiana la paranoia es la que tiene una situación algo privilegiada, la de un nudo, aunque también la de un núcleo resistente? Quizá tomará largo tiempo responder a esta pregunta, pero la misma subyacerá nuestro andar.

Por supuesto, Freud no ignoraba la esquizofrenia. El movimiento de elaboración del concepto le era contemporáneo. Pero, si ciertamente reconoció, admiró, incluso alenté los trabajos de la escuela de Zurich, y relaciónó la teoría analítica con lo que se edificaba en torno a Bleuler, permaneció sin embargo bastante alejado. Se interesó de entrada y esencialmente en la paranoia. Para indicar de inmediato un punto de referencia al que podrán remitirse, recuerdo que al final de la observación del caso Schreber, que es el texto principal de su doctrina en lo concerniente a las psicosis, Freud traza una línea de división de las aguas, si me permiten la expresión, entre por un lado la paranoia, y por otro, todo lo que le gustaría, dice, que se llamase parafrenia, que corresponde con toda exactitud al campo de las esquizofrenias. Esta es una referencia necesaria para la comprensión de lo que diremos luego: para Freud el campo de las psicosis se divide en dos.

¿Qué recubre el término psicosis en el ámbito psiquiátrico ? Psicosis no es demencia. Las psicosis son, si quieren —no hay razón para no darse el lujo de utilizar esta palabra— lo que corresponde a lo que siempre se llamo, y legítimamente se continúa llamando así, las locuras. En este ámbito Freud divide dos partes. No se metió mucho más allá de eso en materia de nosología de la psicosis, pero es muy claro sobre este punto, y dada la calidad de su autor, no podemos considerar esta distinción como desdeñable.

Como suele ocurrir, en esto Freud no está absolutamente de acuerdo con su época. ¿Está retrasado? ¿Está adelantado? Esta es la ambigüedad. A primera vista, está muy retrasado.

No puedo hacer aquí el historial de la paranoia desde que hizo su aparición, con un psiquiatra discípulo de Kant, a comienzo del siglo XIX, pero sepan que en su extensión máxima, en la psiquiatría alemana, recubría casi íntegramente todas las locuras: el sesenta por ciento de los enfermos de los asilos llevaba la etiqueta de paranoia. Todo lo que llamamos psicosis o locura era paranoia.

En Francia, la palabra paranoia, en el momento en que fue introducida en la nosología momento extremadamente tardío, hace más o menos unos cincuenta años- fue identificada con algo fundamentalmente diferente. Un paranoico —por lo menos antes de que la tesis de cierto Jacques Lacan intentara crear un gran alboroto que se limitó a un pequeño círculo, al pequeño círculo que conviene, lo que hace que hoy ya no se habla de los paranoicos como antes- un paranoico era un malvado, un intolerante, un tipo con mal humor, orgullo, desconfianza, susceptibilidad, sobrestimación de sí mismo. Esta carácterística era el fundamento de la paranoia; cuando el paranoico era demasiado paranoico, llegaba a delirar. Se trataba menos de una concepción que de una clínica, por otra parte muy sutil.

En esas más o menos andábamos en Francia, y no fuerzo nada. Luego de la difusión de la obra de Génil-Perrin sobre la Constitución paranoica, que había hecho prevalecer la noción caracterológica de la anomalía de la personalidad, constituida esencialmente por lo que puede muy bien calificarse —el estilo del libro lleva la marca de esa inspiración- de estructura perversa del carácter. Como todo perverso, podía ocurrir que el paranoico pasara los límites, y cayese en esa horrenda locura, exageración desmesurada de los rasgos de su enojoso carácter.

Esta perspectiva puede ser designada como psicológica, psicologizante, o incluso psicogenética. Todas las referencias formales a una base orgánica, al temperamento por ejemplo, nada le cambian; era verdaderamente una génesis psicológica. Algo se define y se aprecia en cierto plano, y su desarrollo se desprende de ello de manera continua, con una coherencia autónoma que se basta en su propio campo. Por ello, se trataba en suma de psicología, pese al repudio de este punto de vista que se encuentra en la pluma del autor.

Intente promover otro punto de vista en mi tesis. Con seguridad era todavía un joven psiquiatra, y fui introducido en gran parte en el tema por los trabajos, la enseñanza directa, y me atreverse incluso a decir la familiaridad de alguien que desempeñó un papel muy importante en la psiquiatría francesa de aquella época, de Clérambault, cuya persona, acción e influencia evocare en esta charla introductoria.

Para aquellos de ustedes que tienen un conocimiento aproximativo o de oídas de su obra—debe haber algunos— de Clérambault pasa por haber sido feroz defensor de una concepción organicista extrema. Este era seguramente el propósito explícito de muchas de sus exposiciones teóricas. No creo, empero, que a partir de ahí se pueda tener una justa perspectiva, no sólo de la influencia que efectivamente pudo tener su persona y su enseñanza, sino también del verdadero alcance de sus descubrimientos.

Es una obra que, independientemente de sus objetivos teóricos, tiene un valor clínico concreto: es considerable el numero de síndromes clínicos delimitados por Clérambault de manera completamente original, y que están integrados desde entonces al patrimonio de la experiencia psiquiátrica. Aportó cosas preciosas nunca vistas antes y nunca retornadas después; hablo de sus estudios de las psicosis determinadas por tóxicos. En una palabra, en el orden de las psicosis, Clérambault sigue siendo absolutamente indispensable.

La noción de automatismo mental está polarizada aparentemente, en la obra y en la enseñanza de Clérambault, por la preocupación de demostrar el carácter fundamentalmente anideico, como solía decir, de los fenómenos que se manifiestan en la evolución de la psicosis, lo que quiere decir no conforme a una sucesión de ideas, lo cual no tiene mucho más sentido que, por desgracia, el discurso del amo. Esta delimitación se hace entonces en función de una. comprensibilidad supuesta. La referencia primera a la comprensibilidad sirve para determinar precisamente lo que se presenta como ruptura y como incomprensible.

Esta es una asunción de la que seria exagerado decir que es muy ingenua, pues sin duda alguna es la más común, y temo que aún entre ustedes, al menos entre muchos de ustedes. El progreso principal de la psiquiatría desde la introducción de ese movimiento de investigación que se llama el psicoanálisis, consistió, se cree, en restituir el sentido en la cadena de los fenómenos. En si no es falso. Lo falso, empero, es imaginar que el sentido en cuestión, es lo que se comprende. Lo nuevo que habríamos aprendido, se piensa en el medio ambiente de las salas de guardia, expresión del sensus commune de los psiquiatras, es a comprender a los enfermos. Este es un puro espejismo.

La noción de comprensión tiene una significación muy neta. Es un resorte del que Jaspers hizo, bajo el nombre de relación de comprensión, el pivote de toda su psicopatología llamada general. Consiste en pensar que hay cosas que son obvias, que, por ejemplo, cuando alguien está triste se debe a que no tiene lo que su corazón anhela. Nada más falso: hay personas que tienen todo lo que anhela su corazón y que están tristes de todos modos. La tristeza es una pasión de naturaleza muy diferente.

Quisiera insistir. Cuando le dan una bofetada a un niño, ¡pues bien!, llora, eso se comprende; sin que nadie reflexione que no es obligatorio que llore. Me acuerdo del muchachito que, cuando recibía una bofetada preguntaba: ¿Es una caricia o una cachetada?. Si se le decía que era una cachetada, lloraba, formaba parte de las convenciones, de la regla del momento, y si era una caricia, estaba encantado. Por cierto, esto no agota el asunto. Cuando se recibe una bofetada, hay muchas maneras de responder a ella además de llorar, se puede devolverla, ofrecer también la otra mejilla, también se puede decir: Golpea, pero escucha. Se presenta una gran variedad de secuencias que son descuidadas en la noción de relación de comprensión tal como la explícita Jaspers.

De aquí a la vez que viene pueden referirse a su capítulo la Noción de relación de comprensión. Las incoherencias aparecen rápido: es la utilidad de un discurso sostenido.

La comprensión sólo es evocada como una relación siempre limítrofe. En cuanto nos acercamos a ella, es, hablando estrictamente, inasible. Los ejemplos que Jaspers considera los más manifiestos—sus puntos de referencia, con lo que confunde muy rápido y en forma obligada la noción misma— son referencias ideales. Pero lo llamativo, es que no puede evitar, en su propio texto y pese a todo el arte que dedica a obtener este espejismo, dar ejemplos que siempre han sido refutados precisamente por los hechos. Por ejemplo, como el suicidio da fe de una inclinación hacia el declinar, hacia la muerte, parece que cualquiera podría decir—pero únicamente si se lo busca para hacérselo decir—que se produce con más facilidad en el declinar de la naturaleza, vale decir en otoño. Ahora bien, se sabe desde hace mucho que los suicidios son más numerosos en primavera. Esto no es ni más ni menos comprensible. Sorprenderse de que los suicidios sean más numerosos en primavera que en otoño, sólo puede basarse en ese espejismo inconsistente que se llama la relación de comprensión, cual si hubiese alguna cosa, en ese orden, que pudiese alguna vez ser captada.

Se llega así a concebir que la psicogénesis se identifica con la reintroducción, en la relación con el objeto psiquiátrico, de esta famosa relación. Es muy difícil, a decir verdad, concebirlo, porque es literalmente inconcebible, pero como todas las cosas que son escudriñadas en detalle, àpresadas en un verdadero concepto, permanece como una suposición latente, que esta latente en todo el cambio de tono de la psiquiatría desde hace unos treinta años. Pues bien, si esto es la psicogénesis, digo -porque pienso que la mayoría de ustedes es capaz ahora de captarlo, luego de dos años de enseñanza sobre lo simbólico, lo imaginario y lo real, y lo digo también para quienes no están al tanto todavía- el gran secreto del psicoanálisis es que no hay psicogénesis. Si la psicogénesis es esto, es precisamente aquello de lo que el psicoanálisis esta más alejado, por todo su movimiento, por toda su inspiración, por todos sus resortes, por todo lo que introdujo, por todo aquello hacia lo que nos conduce, por todo aquello en que debe mantenernos.

Otra manera de expresar las cosas, que va más lejos aún, es decir que lo psicológico, si intentamos ceñirlo de cerca, es lo etológico, el conjunto de los comportamientos del individuo, biológicamente hablando, en sus relaciones con su entorno natural. Esta es una definición legítima de la psicología. Hay ahí un orden de relaciones de hecho, algo objetivable, un campo suficientemente limitado. Pero para constituir un objeto de ciencia es necesario ir un poquito más allá. Hay que decir de la psicología humana lo que decía Voltaire de la historia natural, a saber que no es tan natural, y que para decirlo todo, es lo más antinatural que hay. Todo lo que en el comportamiento humano es del orden psicológico esta sometido a anomalías tan profundas, presenta en todo momento paradojas tan evidentes, que se plantea el problema de saber qué hay que introducir para dar pie con bola.

Si se olvida el relieve, el resorte esencial del psicoanálisis —inclinación constante, por supuesto de los psicoanalistas, como se comprueba cotidianamente- volvemos a toda suerte de mitos formados en una época que aún queda por definir, y que se sitúa aproximadamente a fines del siglo XVIII. Mito de la unidad de la personalidad, mito de la síntesis, mito de las funciones superiores e inferiores, confusión en cuanto al automatismo, todos estos tipos de organización del campo objetivo muestran a cada momento el crujido, el descuartizamiento, el desgarro, la negación de los hechos, el desconocimiento de la experiencia más inmediata.

Dicho esto, no nos engañemos: no estoy cayendo en el mito de esa experiencia inmediata que es el fondo de lo que llaman psicología, y hasta psicoanálisis, existencial. La experiencia inmediata no tiene más privilegio que en cualquier otra ciencia para detenernos, cautivarnos. No es para nada la medida de la elaboración a la que a fin de cuentas debemos llegar. La enseñanza freudiana, cabalmente conforme en esto a lo que se produce en el resto del ámbito científico—por diferente que debamos concebirlo del mito que es el nuestro—hace intervenir recursos que están más allá de la experiencia inmediata, y que en modo alguno pueden ser captados de manera sensible. Allí, como en física, no es el color lo que retenemos, en su carácter sentido y diferenciado por la experiencia directa, es algo que está detrás, y que lo condiciona.

La experiencia freudiana no es para nada pre-conceptual. No es una experiencia pura. Es una experiencia verdaderamente estructurada por algo artificial que es la relación analítica, tal como la constituye la confesión que el sujeto hace al médico, y por lo que el médico hace con ella. Todo se elabora a partir de este modo operatorio primero.

A través de este repaso, deben haber reconocido ya los tres órdenes cuya necesidad para comprender cualquier cosa de la experiencia analítica siempre les machaco: a saber, lo simbólico, lo imaginario y lo real.

Vieron aparecer hace un momento lo simbólico cuando hice alusión, por dos flancos diferentes, a lo que está más allá de toda comprensión, en cuyo seno toda comprensión se inserta, y que ejerce una influencia tan manifiestamente perturbadora en las relaciones humanas e interhumanas.

Vieron también asomar lo imaginario en la referencia que hice a la etología animal, es decir a esas formas cautivantes, o captadoras, que constituyen los rieles por los cuales el comportamiento animal es conducido hacia sus objetivos naturales. Piéron, que no tiene para nosotros olor de santidad, titulo uno de sus libros, la Sensación, guía de vida. Es un título muy bello, pero no sé si se aplica tanto a la sensación como dice, y el contenido del libro ciertamente no lo confirma. Lo exacto en esta perspectiva, es que lo imaginario es sin duda guía de vida para todo el campo animal. Si la imagen juega también un papel capital en el campo que es el nuestro, es un papel que ha sido revisado, refundido, reanimado de cabo a rabo por el orden simbólico. La imagen está siempre más o menos integrada a ese orden, que, se los recuerdo, se define en el hombre por su carácter de estructura organizada.

¿Qué diferencia hay entre lo que es del orden imaginario o real y lo que es del orden simbólico? En el orden imaginario, o real , siempre  un más y un menos, un umbral, un margen, una continuidad. En el orden simbólico todo elemento vale en tanto opuesto a otro.

Tomemos un ejemplo en el ámbito en que comenzamos a introducirnos.

Uno de nuestros psicóticos relata el mundo extraño en que entró desde hace un tiempo. Todo se ha vuelto signo para él. No sólo es espiado, observado, vigilado, se habla, se dice, se indica, se lo mira, se le guiña el ojo, sino que esto invade -verán de inmediato establecerse la ambigüedad el campo de los objetos reales inanimados, no humanos. Observemos esto un poco más en detalle. Si encuentra un auto rojo en la calle- un auto no es un objeto natural- no por casualidad, dirá, pasó en ese momento.

Interroguémonos sobre la intuición delirante. Este auto tiene una significación, pero a menudo el sujeto es incapaz de precisar cuál. ¿Es favorable? ¿Es amenazadora? Con toda seguridad el auto está ahí por algo. Podemos tener de este fenómeno, el más indiferenciado que hay, tres concepciones completamente diferentes.

Podemos enfocar las cosas desde el ángulo de una aberración perceptiva. No crean que estamos lejos de esto. Hasta hace no mucho tiempo a ese nivel se hacía la pregunta acerca de lo que experimentaba de manera elemental el sujeto alienado. Quizá sea un daltónico que ve el rojo verde y al revés. Quizá no distingue el color.

Podemos enfocar el encuentro con el auto rojo en el registro de lo que sucede cuando el petirrojo, encontrando a su congénere, le exhibe la pechera que le da su nombre. Se demostró que esta vestimenta de los pajeros corresponde a la custodia de los límites del territorio, y que el encuentro por si sólo determina cierto comportamiento en relación al adversario. El rojo tiene aquí una función imaginaria que, precisamente en el orden de las relaciones de comprensión, se traduce por el hecho de que ese rojo al sujeto lo hará ver rojo, le pareceré llevar en sí mismo el carácter expresivo e inmediato de la hostilidad o de la cólera.

Por ultimo, podemos comprender el auto rojo en el orden simbólico, como, por ejemplo, se comprende el color rojo en un juego de cartas, vale decir en tanto opuesto al negro, como formando parte de un lenguaje ya organizado.

Estos son los tres registros distinguidos, y también están distinguidos los tres planos en los que puede internarse nuestra sedicente comprensión del fenómeno elemental.

2)
La novedad de lo que Freud introdujo cuando abordó la paranoia es aún más deslumbrante que en cualquier otro lado: quizá porque es más localizada, y porque contrasta más con los discursos contemporáneos sobre la psicosis Vemos proceder aquí de entrada a Freud con una audacia que tiene el carácter de un comienzo absoluto.

Sin duda la Traumdeutung es también una creación. Por más que se diga que otros ya se habían interesado por el sentido del sueño, dicho interés no tenía absolutamente nada que ver con el trabajo de pionero que se lleva a cabo ante nuestros ojos. Este no culmina únicamente en la fórmula de que el sueño dice algo, porque lo único que le interesa a Freud es la elaboración a través de la cual lo dice: lo dice del mismo modo en que se habla. Esto nunca se había visto. Se había podido percibir que el sueño tenía un sentido, que podía leerse algo en él, pero jamás que el sueño habla.

Pero admitamos que el abordaje del sueño por Freud haya podido estar preparado por las prácticas inocentes que precedieron su tentativa. En cambio, nada hubo comparable a la manera en que procede con Schreber. ¿Qué hace? Toma el libro de un paranoico, cuya lectura recomienda platónicamente en el momento en que escribe su propia obra -no dejen de leerlo antes de leerme- y ofrece un desciframiento champollionesco, lo descifra del mismo modo en que se descifran los jeroglíficos.

Entre todas las producciones literarias del tipo del alegato, entre todas las comunicaciones de quienes, habiendo pasado más allá de los límites, hablan de la extraña experiencia que es la del psicótico, la obra de Schreber es ciertamente una de las más llamativas. Hay allí un encuentro excepcional entre el genio de Freud y un libro único.

Dije genio. Sí, hay por parte de Freud una verdadera genialidad que nada debe a penetración intuitiva alguna: es la genialidad del lingüista que ve aparecer varias veces en un texto el mismo signo, parte de la idea de que debe querer decir algo, y logra restablecer el uso de todos los signos de esa lengua. La identificación prodigiosa que hace Freud de los pájaros del cielo con las jovencitas, participa de este fenómeno: es una hipótesis sensacional que permite reconstituir toda la cadena del texto, comprender no sólo el material significante en juego, sino, más aún, reconstituir esa famosa lengua fundamental de la que habla Schreber. Más claramente que en cualquier otra parte, la interpretación analítica se demuestra aquí simbólica, en el sentido estructurado del término.

Esta traducción es, en efecto, sensacional. Pero, cuidado; deja en el mismo plano el campo de las psicosis y el de las neurosis. Si la aplicación del método analítico sólo proporcionara una lectura de orden simbólico, se mostraría incapaz de dar cuenta de la distinción entre ambos campos. Es entonces más allá de esta dimensión donde se plantean los problemas que son el objeto de nuestra investigación este año.

Ya que se trata del discurso, del discurso impreso del alienado, es manifiesto entonces que estamos en el orden simbólico. Ahora, ¿cual es el material mismo de ese discurso? ¿A que nivel se despliega el sentido traducido por Freud? ¿Donde se toman prestados los elementos de nominación de ese discurso ? De manera general, el material, es el propio cuerpo.

La relación con el propio cuerpo caracteriza en el hombre el campo, a fin de cuentas reducido, pero verdaderamente irreductible, de lo imaginario. Si algo corresponde en el hombre a la función imaginaria tal como ella opera en el animal, es todo lo que lo relaciona de modo electivo, pero siempre muy difícil de asir, con la forma general de su cuerpo, donde tal o cual punto es llamado zona erógena. Esta relación, siempre en el limite de lo simbólico, sólo la experiencia analítica permitió captarla en sus mecanismos últimos.

Esto es lo que el análisis simbólico del caso Schreber demuestra. Es tan sólo a través de la puerta de entrada de lo simbólico como se llega a penetrarlo.

3)
Las preguntas que se formulan cubren exactamente el recorrido de las categorías eficaces de nuestro campo operatorio.

Es clásico decir que en la psicosis, el inconsciente está en la superficie, es consciente. Por ello incluso no parece producir mucho efecto el que esté articulado. Desde esta perspectiva, en sí misma asaz instructiva, podemos señalar de entrada que, como Freud siempre lo subrayó, el inconsciente no debe su eficacia pura y simplemente al rasgo negativo de ser un Unbewusst, un no-consciente. Traduciendo a Freud, decimos: el inconsciente es un lenguaje. Que esté articulado, no implica empero que esté reconocido. La prueba es que todo sucede como si Freud tradujese una lengua extranjera, y hasta la reconstituyera mediante entrecruzamientos. El sujeto está sencillamente, respecto a su lenguaje, en la misma relación que Freud. Si es que alguien puede hablar una lengua que ignora por completo, diremos que el sujeto psicótico ignora la lengua que habla.

¿Es satisfactoria esta metáfora? Ciertamente no. El asunto no es tanto saber por qué el inconsciente que está ahí, articulado a ras de tierra, queda excluido para el sujeto, no asumido, sino saber por qué aparece en lo real.

Espero que muchos de ustedes recuerden el comentario que Jean Hyppolite hizo aquí de la Verneinung, y lamento su ausencia de esta mañana, que me impide asegurarme que no deformo los términos que puntualizó.

Lo que destacaba claramente su análisis de este texto fulgurante, es que, en lo inconsciente, todo no está tan sólo reprimido, es decir desconocido por el sujeto luego de haber sido verbalizado, sino que hay que admitir, detrás del proceso de verbalización, una Bejahung primordial, una admisión en el sentido de lo simbólico, que puede a su vez faltar.

Este punto se cruza con otros textos, y especialmente con un pasaje todo lo explícito posible, donde Freud admite un fenómeno de exclusión para el cual el término Verwerfung parece válido, y que se distingue de la Verneinung, la cual se produce en una etapa muy ulterior. Puede ocurrir que un sujeto rehuse el acceso, a su mundo simbólico, de algo que sin embargo experimentó, y que en esta oportunidad no es ni más ni menos que la amenaza de castración. Toda la continuación del desarrollo del sujeto muestra que nada quiere saber de ella, Freud lo dice textualmente, en el sentido reprimido.

Lo que cae bajo la acción de la represión retorna, pues la represión y el retorno de lo reprimido no son sino el derecho y el revés de una misma cosa. Lo reprimido siempre está ahí, y se expresa de modo perfectamente articulado en los síntomas y en multitud de otros fenómenos. En cambio, lo que cae bajo la acción de la Verwerfung tiene un destino totalmente diferente.

No es inútil recordarles al respecto mi comparación del año pasado entre ciertos fenómenos del orden simbólico y lo que sucede en las máquinas, en el sentido moderno del termino, esas maquinas que todavía no llegan a hablar, pero que de un minuto a otro lo harán. Se las nutre con pequeñas cifras y se espera que nos den lo que quizá nos hubiera tomado cien mil años calcular. Pero sólo podemos introducir cosas en el circuito respetando el ritmo propio de la maquina: si no, caen en el vacío, no pueden entrar. Podemos retornar la imagen. Sólo que además, todo lo rehusado en el orden simbólico, en el sentido de la Verwerfung, reaparece en lo real.

El texto de Freud carece de ambigüedad en este punto. Se trata, como saben, del Hombre de los lobos, quien no deja de dar fe de tendencias y propiedades psicóticas, como lo demuestra la breve paranoia que hará entre el final del tratamiento de Freud y el momento en que es retornado a nivel de la observación. Pues bien, que haya rechazado todo acceso de la castración, aparente sin embargo en su conducta, al registro de la función simbólica, que toda asunción de la castración por un yo (Je) se haya vuelto imposible para el, tiene un vínculo muy estrecho con el hecho de haber tenido en la infancia una breve alucinación de la cual refiere detalles muy precisos.

La escena es la siguiente. Jugando con su cuchillo, se había cortado el dedo, que sólo se sostenía por un pedacito de piel. El sujeto relata este episodio en un estilo que está calcado sobre lo vivido. Parece que toda localización temporal hubiese desaparecido. Luego se sentó en un banco, junto a su nodriza, quien es precisamente la confidente de sus primeras experiencias, y no se atrevió a decírselo. Cuán significativa es esta suspensión de toda posibilidad de hablar; y justamente a la persona a la que le contaba todo, y especialmente cosas de este orden. Hay aquí un abismo, una picada temporal, un corte de la experiencia, después de la cual resulta que no tiene nada, todo terminó, no hablemos más de ello. La relación que Freud establece entre este fenómeno y ese muy especial no saber nada de la cosa, ni siquiera en el sentido de lo reprimido, expresado en su texto, se traduce así: lo que es rehusado en el orden simbólico, vuelve a surgir en lo real.

Hay una estrecha relación entre, por un lado, la denegación y la reaparición en el orden puramente intelectual de lo que no está integrado por el sujeto; y por otro lado, la Verwerfung y la alucinación, vale decir la reaparición en lo real de lo rehusado por el sujeto. Hay ahí una gama, un abanico de relaciones.

¿Qué está en juego en un fenómeno alucinatorio? Ese fenómeno tiene su fuente en lo que provisoriamente llamaremos la historia del sujeto en lo simbólico. No sé si mantendré siempre esta conjunción de términos, ya que toda historia por definición es simbólica, pero conservemos por el momento la formula. La distinción esencial es esta: el origen de lo reprimido neurótico no se sitúa en el mismo nivel de historia en lo simbólico que lo reprimido en juego en la psicosis, aún cuando hay entre los contenidos una muy estrecha relación. Esta distinción introduce, por sí sola, una clave que permite formular el problema de modo mucho más sencillo de lo que se ha hecho hasta ahora. Lo mismo ocurre con el esquema del año pasado en lo que concierne a la alucinación verbal.

Seminario 3, Lacan
Nuestro esquema, les recuerdo, figura la interrupción de la palabra plena entre el sujeto y el Otro, y su desvío por los dos yo, a y a’, y sus relaciones imaginarias. Aquí está indicada una triplicidad en el sujeto, la cual recubre el hecho de que el yo del sujeto es quien normalmente le habla a otro, y le habla del sujeto, del sujeto S, en tercera persona. Aristóteles hacía r que no hay que decir que el hombre piensa, sino que piensa con su alma. De igual manera, digo que el sujeto se habla con su Yo. Sólo que en el sujeto normal hablarse con su yo nunca es plenamente explicitable, su relación con el yo es fundamentalmente ambigüa, toda asunción del yo es revocable. En el sujeto psicótico en cambio, ciertos fenómenos elementales, y especialmente la alucinación que es su forma más característica, nos muestran al sujeto totalmente identificado a su yo con el que habla, o al yo totalmente asumido bajo el modo instrumental. El habla de él, el sujeto, el S, en los dos sentidos equívocos del término, la inicial S y el Es alemán. Esto es realmente lo que se presenta en el fenómeno de la alucinación verbal. En el momento en que aparece en lo real, es decir acompañado de ese sentimiento de realidad que es la característica fundamental del fenómeno elemental, el sujeto literalmente habla con su yo, y es como si un tercero, su doble, hablase y comentase su actividad.

A esto nos llevara este año nuestra tentativa de situar en relación a los tres registros de lo simbólico, lo imaginario y lo real, las diversas formas de la psicosis. Nos permitirá precisar en sus mecanismos últimos la función que debe darse al yo en la cura. En el límite se atisba la cuestión de la relación de objeto.

El manejo actual de la relación de objeto en el marco de una relación analítica concebida como dual, está fundado en el desconocimiento de la autonomía del orden simbólico, que acarrea automáticamente una confusión del plano imaginario y del plano real. La relación simbólica no por ello queda eliminada, porque se sigue hablando, e incluso no se hace otra cosa, pero el resultado de este desconocimiento es que lo que en el sujeto pide ser reconocido en el plano propio del intercambio simbólico auténtico —que no es fácil de alcanzar ya que es constantemente interferido- es reemplazado por un reconocimiento de lo imaginario, del fantasma. Autentificar así todo lo que es del orden de lo imaginario en el sujeto es, hablando estrictamente, hacer del análisis la antecámara de la locura, y debe admirarnos que esto no lleve a una alienación más profunda; sin duda este hecho indica suficientemente que, para ser loco, es necesaria alguna predisposición, si no alguna condición.

En Viena, un muchacho encantador al que intentaba explicarle algunas cositas, me preguntaba si yo creía que las psicosis eran orgánicas o no; le dije que ese asunto estaba completamente caduco, que hacía mucho tiempo que yo no hacía diferencias entre la psicología y la fisiología, y que con toda seguridad. No se vuelve loco quien quiere, como ya lo había escrito en la pared de mi sala de guardia en una vieja época, un poco arcaica. Pero no deja de ser cierto que debemos atribuir a cierto modo de manejar la relación analítica, que consiste en autentificar lo imaginario, en sustituir el reconocimiento en el plano imaginario, el desencantamiento bastante rápido de un delirio  más o menos persistente, y a veces definitivo, en casos harto conocidos.

Es bien conocido el hecho de que un análisis puede desencadenar desde sus primeros momentos psicosis, pero nadie ha explicado nunca por qué. Evidentemente está en función de las disposiciones de la relación de objeto.

Creo no haber podido hoy hacer otra cosa más que introducirlos al interés de lo que vamos a estudiar.

Es útil ocuparse de la paranoia. Por ingrato y árido que pueda ser para nosotros, atañe a la purificación, elaboración y ejercitación de las nociones freudianas, y por lo mismo atañe a nuestra formación para el análisis. Espero haberles hecho sentir como esta elaboración nocional puede tener la incidencia más directa sobre la forma en que pensaremos o en que evitaremos pensar lo que es o lo que debe ser nuestra experiencia de cada día.