Seminario 3: Clase 15, Acerca de los significantes primordiales y de la falta de uno, 18 de Abril de 1956

Una encrucijada. Significantes de base. Un significante nuevo en lo real. Acercamientos al agujero. La compensación identificatoria.

La distinción en la que insisto este año, entre significante y significado, resulta especialmente justificada por la consideración de las psicosis. Quisiera hacérselos palpar hoy.

1)
¿Qué buscamos, nosotros, analistas, cuando abordamos una perturbación mental, ya se presente de modo patente o bien latente, ya se enmascare, revele en síntomas o comportamientos? Siempre buscamos la dignificación. Esto nos distingue. Se le acredita al psicoanalista el no engañarse acerca de la verdadera dignificación. Cuando descubre el alcance que adquiere para el sujeto un objeto cualquiera, siempre está en juego el registro de la significación, significación que considera incumbe en algo al sujeto. Aquí quiero detenerlos, pues hay ahí una encrucijada.

El interés, el deseo, la apetencia, que involucra al sujeto en una significación, lleva a buscar su tipo, su molde, su pre-formación en el registro de las relaciones instintivas donde el sujeto aparece como correlativo al objeto. Surge así la construcción de la teoría de los instintos, cimiento sobre el que descansa el descubrimiento psicoanalítico. Hay allí un mundo, casi diría un laberinto, relaciónal, que supone tantas bifurcaciones, comunicaciones, retornos, que nos conformamos con el; vale decir que, a fin de cuentas, en él nos perdemos El hecho es visible en nuestro manejo cotidiano de las significaciónes.

Tomemos como ejemplo la vinculación homosexual que es un componente esencial del drama del Edipo. Decimos que la significación de la relación homosexual tiende a surgir en el complejo de Edipo invertido. En el caso de la neurosis decimos, la mayor parte del tiempo, que el sujeto se defiende en sus comportamientos contra esta vinculación más o menos latente, que siempre tiende a aparecer. Hablamos de defensa —de la que existen varios modos—, le buscamos una causa, y la definimos como temor a la castración. Nunca faltan, por otra parte, explicaciones: si ésta no gusta, pues encontramos otra.

Pero, ya sea una u otra, ¿no es acaso evidente, como la muestra la más mínima familiarización con la literatura analítica, que nunca se formula la pregunta sobre el orden de coherencia que está en juego?

¿Por qué admitir que la orientación homosexual de la carga libidinal supone desde el inicio para el sujeto una coherencia causal? ¿Por qué la captura por la imagen homosexual entraña para el sujeto la perdida de su pene? ¿Cual es el orden de causalidad implicado en el así llamado proceso primario? ¿Hasta que punto podemos admitir en él una relación causal? ¿Cuáles son los modos de causalidad que el sujeto aprehende en una captura imaginaria ? ¿ Basta que veamos nosotros esa relación imaginaria—con todas sus implicaciones, ellas mismas construidas, ya que se trata de lo imaginario—para que ella este dada en el sujeto? No digo que sea erróneo el pensar que el temor a la castración, con todas sus consecuencias, entra automáticamente en juego en un sujeto varón sometido a la captura pasivizante de la relación homosexual. Digo que nunca hacemos la pregunta. Esta tendría sin duda diferentes respuestas según los diferentes casos. Aquí la coherencia causal se construye mediante una extrapolación abusiva de las cosas de lo imaginario en lo real. Allí donde se trata de principio del placer, de resolución y de retorno al equilibrio, de exigencia de deseo, nos deslizamos con toda naturalidad hacia la intervención del principio de realidad, o hacia cualquier otra cosa.

Esto permite volver a nuestra encrucijada. La relación de deseo se concibe, en un primer abordaje, como esencialmente imaginaria. A partir de allí emprendemos el catálogo de los instintos, de sus equivalencias, de sus modos de desembocar unos en otros. Detengámonos más bien para preguntarnos si las leyes que hacen instintivamente interesantes determinada cantidad de significaciónes para los seres humanos son tan sólo leyes biológicas. ¿Cuál es, en eso, la parte que le toca al significante?

De hecho, el significante, con su juego y su insistencia propios, interviene en todos los intereses del ser humano; por profundos, por primitivos, por elementales que los supongamos.

Durante días y clases, intenté hacer entrever por todos los medios lo que provisoriamente podemos llamar la autonomía del significante, a saber, que hay leyes que le son propias. Sin duda, son sumamente difíciles de aislar, porque siempre ponemos en juego al significante en significaciónes.

Esto indica el interés de la consideración lingüística del problema. Es imposible estudiar cómo funciona ese fenómeno que se llama el lenguaje, fenómeno que es la más fundamental de las relaciones interhumanas, si inicialmente no se establece la diferencia entre significante y significado. El significante tiene, independientemente del significado, sus leyes propias. El paso que les pido dar en este seminario es que me sigan cuando digo que el sentido del descubrimiento analítico no es simplemente haber encontrado significaciónes, sino el haber llegado mucho más lejos que nunca en su lectura, es decir, hasta el significante. El de este hecho explica los impasses, las confusiones, círculos y tautologías que encuentra la investigación analítica.

2)
El resorte del descubrimiento analítico no está en las significaciónes llamadas libidinales o instintivas vinculadas a toda una serie de comportamientos. Es cierto, existen. Pero en el ser humano las significaciónes más cercanas a la necesidad, las significaciónes relativas a la inserción más animal en el medio circundante en tanto nutritivo y en tanto cautivante, las significaciónes primordiales están sometidas, en su sucesión e instauración mismas, a leyes que son las del significante.

Si hablé del día y la noche, fue para que palparan que el ala, la noción misma de día, la palabra ala, la noción de dar a luz, son algo que no se puede aprehender en ninguna realidad. La oposición del día y la noche es una oposición significante, oposición que rebasa infinitamente todas las significaciónes que puede terminar recubriendo, incluso todo tipo de dignificación.. Si tomé como ejemplo el día y la noche, es, obviamente, porque nuestro tema es el hombre y la mujer. Tanto el significante-hombre como el significante-mujer son algo diferente a la actitud pasiva y a la actitud activa, a la actitud agresiva y a la actitud de ceder, son algo más que comportamientos.  Hay ahí detrás, sin duda alguna, un significante oculto, que, por supuesto, no puede encarnarse en ningún lado, pero a pesar de ello esta encarnado en la medida de lo posible en la existencia de la palabra hombre y de la palabra mujer.

Si estos registros del ser están en algún lado, a fin de cuentas están en la palabras. No forzosamente en palabras verbalizadas. Puede que sea un signo de una muralla, puede que, para el así llamado primitivo, sea una pintura, o una piedra, pero en todo caso no estan en tipo de comportamiento o patterns.

Esta no es una novedad. No no queremos decir otra cosa cuando decimos que el complejo de Edipo es escencial para que el ser humano pueda acceder a una estructura humanizada de lo real.

Todo lo que circula en nuestra literatura, los principios fundamentales sobre lo que estamos de acuerdo, lo implica: para que haya realidad, para que el acceso a la realidad sea suficiente, para que el sentimiento de realidad sea un justo guía, para que la realidad no sea lo que es en la psicosis, es necesario que el complejo de Edipo haya sido vivido. Sin embargo sólo podemos articular este complejo, su cristalización triangular, sus diversas modalidades y consecuencias, su crisis terminal, llamada su declinar, sancionada por la introducción del sujeto en una nueva dimensión, en la medida en que el sujeto es a la vez el mismo, y los otros dos participantes. El término de identificación que ustedes usan a cada momento, no significa otra cosa. Hay allí pues intersubjetividad y organización dialéctica. Esto es impensable, a menos que el campo que delimitamos con el nombre de Edipo tenga una estructura simbólica.

Pensandolo bien, ¿necesitamos acaso del psicoanálisis para saberlo? ¿No nos asombra que desde hace ya mucho los filósofos no hayan enfatizado el hecho de que la realidad humana está estructurada irreductiblemente como significante?

El día y la noche, el hombre y la mujer, la paz y la guerra; podría enumerar todavía otras oposiciones que no se desprenden del mundo real, pero le dan su armazón, sus ejes, su estructura, lo organizan, hacen que, en efecto; haya para el hombre una realidad, y que no se pierda en ella. La noción de realidad tal como la hacemos intervenir en el análisis, supone esa trama, esas nervaduras de significantes. Esto no es nuevo. Esta implícito continuamente en el discurso analítico, más nunca aislado en cuanto tal. Esto podría no tener inconvenientes, pero los tiene, por ejemplo, en lo que se escribe sobre las psicosis.

Tratándose de la psicosis, se ponen en juego los mismos mecanismos de atracción, de repulsión, de conflicto que en el caso de las neurosis, cuando los resultados son fenomenológicos y psicopatológicamente diferentes, por no decir opuestos. Uno se contenta con los mismos efectos de significación. Este es el error. Por eso es necesario detenerse en la existencia de la estructura del significante en cuanto tal, y, para decirlo todo, tal como existe en la psicosis.

Retomo las cosas por el comienzo, y digo lo mínimo: ya que distinguimos significante y significado, debemos admitir la posibilidad de que la psicosis no atañe tan sólo a lo que se manifiesta a nivel de las significaciónes, de su proliferación, de su laberinto, donde el sujeto estarla perdido, incluso detenido en una fijación, sino que está vinculada esencialmente con algo que se sitúa a nivel de las relaciones del sujeto con el significante.

El significante debe primero concebirse como diferente de la significación. Se distingue por no tener en sí mismo significación propia. Intenten, pues, imaginar que puede ser la aparición de un puro significante. Obviamente, por definición, ni siquiera podemos imaginarlo. Y, sin embargo, ya que hacemos preguntas sobre el origen, es necesario a pesar de todo intentar aproximarse a lo que esto puede representar.

A cada minuto nuestra experiencia nos hace sentir que hay significantes de base sin los cuales el orden de las significaciónes humanas no podría establecerse. ¿Acaso todas las mitologías no explican esto mismo? Pensamiento mágico, así se expresa la imbecilidad científica moderna cada vez que se encuentra ante algo que sobrepasa los pequeños cerebros apergaminados de aquellos a quienes les parece que, para penetrar en el dominio de la cultura, la condición necesaria es que nada los involucre en un deseo cualquiera, que los humanizase. Pensamiento mágico, ¿les parece suficiente este termino para explicar como gente que, al nacer, tenía todas las probabilidades de establecer las mismas relaciones que nosotros, hayan interpretado el día, la noche, la tierra y el cielo como entidades que se conjugan y copulan en una familia llena de asesinatos, incestos, eclipses extraordinarios, desapariciones, metamorfosis, mutilaciones de tal o cual de los términos ? ¿ Creen que esa gente toma las cosas al pie de la letra? Es colocarlos verdaderamente en el nivel mental del evolucionista de nuestros días, que cree explicarlo todo.

Creo que en lo tocante a la insuficiencia del pensamiento nada tenemos que envidiar a los Antiguos.

En cambio, ¿no resulta claro que estas mitologías apuntan a la instalación, al mantenimiento en pie del hombre en el mundo? Le hacen saber cuáles son los significantes primordiales, cómo concebir su relación y su genealogía. No es necesario aquí ir a buscar la mitología griega o egipcia, pues Griaule el otro día explicó la mitología de Africa. Se trataba de una placenta dividida en cuatro, y, uno de los pedazos, arrancado antes que los otros, introducía entre los cuatro elementos primitivos la primera disimetría y la dialéctica mediante la cual se explican tanto la división de los campos como el modo en que se llevan las vestimentas, que significan las vestimentas, el tejido, tal o cual arte, etcétera. Es la genealogía de los significantes en tanto es esencial al ser humano para saber donde está. No son simplemente postes de orientación, ni moldes exteriores, estereotipados, enchapados sobre las conductas, ni simplemente patterns Le permiten una libre circulación en un mundo ordenado por ellos. Al hombre moderno quizá le haya tocado una suerte menos favorable.

Gracias a estos mitos el primitivo se sitúa en el orden de las significancias. Tiene claves para todo tipo de situaciones extraordinarias. Si rompe con todo, aún lo sostienen los significantes, le dicen, por ejemplo, cual es exactamente el tipo de castigo que su salida, que pudo producir desórdenes, implica. La regla le impone su ritmo fundamental. Nosotros, en cambio, nos vemos reducidos a permanecer temerosamente en el conformismo, tememos volvernos un poquito locos cada vez que no decimos exactamente lo mismo que todo el mundo. Esta es la situación del hombre moderno.

Encarnemos, aunque más no sea un poco, esta presencia del significante en lo real. La aparición de un significante nuevo, con todas las resonancias que supone hasta en lo más íntimo de las conductas y los pensamientos, la aparición de un registro como, por ejemplo, el de una nueva religión, no es algo que podamos manipular fácilmente, la experiencia lo prueba. Hay viraje de significaciónes, cambio del sentimiento común, de las relaciones socialmente condicionadas, pero hay también todo tipo de fenómenos, llamados reveladores, que puede aparecer de un modo asaz perturbador como para que los términos que utilizamos para la psicosis no sean en absoluto inapropiados allí. La aparición de una nueva estructura en las relaciones entre los significantes de base, la creación de un nuevo término en el orden del significante, tiene un carácter devastador.

Nuestro problema no es este. No tenemos por que interesarnos en la aparición de un significante, porque profesionalmente este es un fenómeno que nunca encontramos. En cambio, tratamos con sujetos en los que palpamos, con toda evidencia, algo que ocurrió a nivel de la relación edípica, un núcleo irreductible. La pregunta adicional que les invito a formular es la siguiente: ¿No es acaso concebible, en los sujetos inmediatamente asequibles que son los psicóticos, considerar las consecuencias de la falta esencial de un significante?

Una vez más, no digo nada nuevo. Formulo simplemente de manera clara lo que está implícito en nuestro discurso cuando hablamos de complejo de Edipo. No existe neurosis sin Edipo. El problema ha sido formulado, pero no es cierto. Admitimos sin problemas que en una psicosis algo no funcionó, que esencialmente algo no se completó en el Edipo. A un analista le tocó estudiar in vivo un caso paranoide, homólogo en algunos aspectos al caso del presidente Schreber. Dice, a fin de cuentas, cosas muy próximas a las que digo, con la salvedad de que manifiestamente se enreda, porque no las puede formular tal como les propongo hacerlo, diciendo que la psicosis consiste en un agujero, en una falta a nivel del significante.

Esto puede parecer impreciso, pero es suficiente, aún cuando no podamos decir de inmediato qué es ese significante. Vamos a cercarlo, al menos por aproximación, a partir de las significaciónes connotadas en su acercamiento. acercamiento Puede hablarse del acercamiento a un agujero? ¿Por qué no? Nada hay más peligroso que el acercamiento a un vacío.

3)
Hay otra forma de defensa además de la provocada por una tendencia o significación prohibida. Esa defensa consiste en no acercarse al lugar donde no hay respuesta a la pregunta.

De este modo nos quedamos más tranquilos, y, en suma, esa es la carácterística de la gente normal. No hacemos preguntas, nos lo enseñaron, y por eso estamos aquí. Pero, en tanto psicoanalistas, estamos hechos sin embargo para intentar esclarecer a los desdichados que si se han hecho preguntas. Estamos seguros que los neuróticos se hicieron una pregunta. Los psicóticos, no es tan seguro. Quizá la respuesta les llegó antes que la pregunta; es una hipótesis. O bien la pregunta se formuló por si sola, lo cual no es impensable.

No hay pregunta para un sujeto sin que haya otro a quien se la haya hecho. Alguien me decía recientemente en un análisis: A fin de cuentas, no tengo nada que pedirle a nadie. Era una confesión triste. Le hice notar que en todo caso, si tenía algo que pedir era forzoso que se lo pidiese a alguien. Es la otra cara de la misma pregunta. Si nos metemos bien esta relación en la cabeza, no parecerá extravagante que diga que también es posible que la pregunta se haya hecho primero, que no sea el sujeto quien la haya hecho. Como mostré en mis presentaciones de enfermo, lo que ocurre en la entrada en la psicosis es de este orden.

Recuerden ese pequeño sujeto que evidentemente nos parecía, a nosotros, muy lúcido. Visto la manera en que había crecido y prosperado en la existencia, en medio de la anarquía —solamente un poco más patente que en los demás—de su situación familiar, se había vinculado a un amigo, que se había vuelto su punto de arraigo en la existencia, y de golpe algo le había ocurrido, no era capaz de explicar qué. Captamos claramente que ese algo tenía que ver con la aparición de la hija de su compañero, y completamos diciendo que sintió ese hecho como incestuoso, y, por ende, se produjo la defensa.

No somos demasiado exigentes en cuanto al rigor de nuestras articulaciones, y puesto que aprendimos de Freud que el principio de contradicción no funciona en el inconsciente—formula sugestiva e interesante, pero, si uno se queda en ella, un poco limitada—, cuando algo no camina en un sentido se lo explica por su contrario. Por eso, el análisis explica admirablemente las cosas. Este hombrecillo había comprendido aún menos que nosotros. Chocaba ahí con algo, y faltándole por entero la clave, se metió tres meses en su cama, como para ubicarse. Estaba en la perplejidad.

Un mínimo de sensibilidad que da nuestro oficio, permite palpar algo que siempre se vuelve a encontrar en lo que se llama la pre-psicosis, a saber, la sensación que tiene el sujeto de haber llegado al borde del agujero. Esto debe tomarse al pie de la letra. No se trata de comprender que ocurre ahí donde no estamos. No se trata de fenomenología. Se trata de concebir, no de imaginar, que sucede para un sujeto cuando la pregunta viene de allí donde no hay significante, cuando el agujero, la falta, se hace sentir en cuanto tal.

Repito, no se trata de fenomenología. No se trata de hacernos los locos; bastante lo hacemos en nuestro diálogo interno. Se trata de determinar las consecuencias de una situación determinada de este modo.

Todos los taburetes no tienen cuatro pies. Algunos se sostienen con tres. Pero, entonces, no es posible que falte ningún otro, si no la cosa anda muy mal. Pues bien, sepan que los puntos de apoyo significantes que sostienen el mundillo de los hombrecitos solitarios de la multitud moderna, son muy reducidos en numero. Puede que al comienzo el taburete no tenga suficientes pies, pero que igual se sostenga hasta cierto momento, cuando el sujeto, en determinada encrucijada de su historia biográfica, confronta ese defecto que existe desde siempre. Para designarlo nos hemos contentado por el momento con el termino de Verwerfung.

Esto puede provocar bastantes conflictos, pero, esencialmente, no se trata de las constelaciones conflictivas que se explican en la neurosis por una descompensación significativa. En la psicosis el significante está en causa, y como el significante nunca esta solo, como siempre forma algo coherente —es la significancia misma del significante—la falta de un significante lleva necesariamente al sujeto a poner en tela de juicio el conjunto del significante.

Esta es la clave fundamental del problema de la entrada en la psicosis, de la sucesión de sus etapas, y de su significación.

Los términos en que son formuladas habitualmente las preguntas implican de hecho lo que estoy diciendo. Un Katan, por ejemplo, formula que la alucinación es un modo de defensa igual a los otros. Se percata, sin embargo, de que hay allí fenómenos muy próximos, pero que difieren: la certeza de las significaciónes sin contenido, que simplemente puede llamarse interpretación, difiere en efecto de la alucinación propiamente dicha. Explica a ambas mediante mecanismos destinados a proteger al sujeto, que operan de modo distinto a como lo hacen en las neurosis. En las neurosis, la significación desaparece por un tiempo, eclipsada, y va a anidar en otro lado; mientras que la realidad aguanta bien el golpe. Defensas como éstas no son suficientes en el caso de la psicosis, y lo que debe proteger al sujeto aparece en la realidad. Este coloca fuera lo que puede conmover la pulsión instintiva que hay que enfrentar.

Es evidente, que el término realidad, tal como es utilizado aquí es totalmente insuficiente. ¿Por que no atreverse a decir que el mecanismo cuya ayuda se busca es el id? Porque se considera que el id tiene el poder de modificar y perturbar lo que puede llamarse la verdad de la cosa.

Según se explica, se trata para el sujeto de protegerse contra las tentaciones homosexuales. Nadie jamas llegó a decir—Schreber menos que los demás—que de golpe no vela más a la gente, que el rostro mismo de sus semejantes masculinos estaba cubierto, por la mano del Eterno, con un manto. Siempre los vio muy bien. Se considera que no los vela como lo que verdaderamente eran para el, o sea como objetos de atracción amorosa. No se trata entonces de lo que vagamente se llama realidad, como si ésta fuese idéntica a la realidad de las murallas contra las que chocamos; se trata de una realidad significante, que no sólo presenta topes y obstáculos, sino una verdad que en sí misma se verifica y se instaura como orientando este mundo e introduciendo en el seres, para llamarlos por su nombre.

¿Por qué no admitir que el id es capaz de escamotear la verdad de la cosa?

Podemos también formular la pregunta en sentido inverso, a saber: ¿qué ocurre cuando la verdad de la cosa falta, cuando ya no hay nada para representarla en su verdad, cuando, por ejemplo, el registro del padre está ausente?

El padre no es simplemente un generador. Es también quien posee el derecho a la madre, y, en principio, en paz. Su función es central en la realización del Edipo, y condiciona el acceso del hijo—que también es una función, y correlativa de la primera—al tipo de la virilidad. ¿Qué ocurre si se produjo cierta falta en la función formadora del padre?

El padre pudo efectivamente tener cierto modo de relación como para que el hilo realmente adopte una posición femenina, pero no es por temor a la castración. Todos conocimos esos hijos delincuentes o psicóticos que proliferan a la sombra de una personalidad paterna de carácter excepcional, de uno de esos monstruos sociales que se dicen sagrados. Personajes a menudo marcados por un estilo de brillo y éxito, pero de modo unilateral, en el registro de una ambición o de un autoritarismo desenfrenados, a veces de talento, de genio. No es obligatoria la presencia de genio, mérito, mediocridad o maldad; basta con que exista lo unilateral y lo monstruoso. No por azar una subversión psicopática de la personalidad se produce especialmente en una situación así.

Supongamos que esa situación entrañe precisamente para el sujeto la imposibilidad de asumir la realización del significante padre a nivel simbólico. ¿Qué le queda? Le queda la imagen a la que se reduce la función paterna. Es una imagen que no se inscribe en ninguna dialéctica triangular, pero, cuya función de modelo, de alienación especular, le da pese a todo al sujeto un punto de enganche, y le permite aprehenderse en el plano imaginario.

Si la imagen cautivante es desmesurada, si el personaje en cuestión manifiesta simplemente en el orden de la potencia y no en el del pacto, aparece una relación de agresividad, de rivalidad, de temor, etcétera. En la medida en que la relación permanece en el plano imaginario, dual y desmesurado, no tiene la significación de exclusión recíproca que conlleva el enfrentamiento especular, sino la otra función, la de captura imaginaria. La imagen adquiere en sí misma y de entrada la función sexualizada, sin necesitar intermediario alguno, identificación alguna a la madre o a quien sea. El sujeto adopta entonces esa posición intimidada que observamos en el pez o en la lagartija. La relación imaginaria se instala sola, en un plano que nada tiene de típico, que es deshumanizarte, porque no deja lugar para la relación de exclusión recíproca que permite fundar la imagen del yo en la órbita que da el modelo, más logrado, del otro.

La alienación es aquí radical, no esta vinculada con un significado anonadarte como sucede en cierto modo de rivalidad con el padre, sino en un anonadamiento del significante. Esta verdadera desposesión primitiva del significante, será lo que el sujeto tendrá que cargar, y aquello cuya compensación deberá asumir, largamente, en su vida, a través de una serie de identificaciones puramente conformistas a personajes que le darán la impresión de que hay que hacer para ser hombre.

Así es como la situación puede sostenerse largo tiempo; como los psicóticos viven compensados, tienen aparentemente comportamientos ordinarios considerados como normalmente viriles, y, de golpe, Dios sabe por que, se descompensan. ¿Qué vuelve súbitamente insufiente las muletas imaginarias que permitían al sujeto compensar la ausencia del significante ? ¿ Como vuelve el significante en cuanto tal a formular sus exigencias? ¿Como interroga e interviene lo que falto ?

Antes de intentar resolver estos problemas, quisiera hacerles notar como se manifiesta la aparición de la pregunta formulada por la falta del significante. Se manifiesta por fenómenos de franja donde el conjunto del significante esta puesto en juego. Una gran perturbación del discurso interior, en el sentido fenomenológico del término, se produce, y el Otro enmascarado que siempre está en nosotros, se presenta de golpe iluminado, revelándose en su función propia. Esta función entonces es la única que retiene al sujeto a nivel del discurso, el cual amenaza faltarle por completo, y desaparecer. Este es el sentido del crepúsculo de la realidad que carácteriza la entrada en la psicosis.

Intentaremos avanzar un poco más la próxima vez.