Seminario 4: Clase 1, Introducción, 21 de Noviembre de 1956

El esquema en Z. El objeto perdido y vuelto a encontrar. Perlas. El objeto, la angustia, el agujero. El fetiche y el objeto fóbico

Este año hablaremos de un tema que en la evolución histórica del psicoanálisis, o lo que así suele llamarse, podía adquirir, de forma articulada o no, una posición central en cuanto a la teoría y a la práctica.

Este tema es la relación de objeto.

Si ya era actual, primordial, crítico, ¿porqué no lo elegí cuando dimos comienzo a estos seminarios? Precisamente por la razón que constituye el motivo de la segunda parte de mi título, y las estructuras freudianas.

En efecto, este tema sólo se podría tratar después de haber tomado cierta distancia con respecto a esta cuestión. Primero tenemos que preguntarnos que constituye a las estructuras en las que Freud nos mostró que el análisis se mueve y opera, y muy especialmente la estructura compleja de la relación entre los dos sujetos presentes en el análisis, o sea el analizado y el analista. A esto se consagraron nuestros tres años de comentarios y de críticas de los textos de Freud, que voy a recordarles brevemente.

El primer año trató de los elementos mismos de la conducción técnica de la cura, es decir, de las nociones de transferencia y de resistencia. El segundo se refería al fondo de la experiencia y el descubrimiento freudianos, o sea la noción del inconsciente, y creo haberles mostrado sobradamente que le había impuesto a Freud los principios que introdujo, literalmente paradójicos en el plano dialéctico, que figuran en Más allá del principio del placer. Finalmente, durante el tercer año, les di un ejemplo manifiesto de la necesidad absoluta del simbolismo llamado significante para comprender algo, sea lo que sea, hablando desde un punto de vista analítico, en el campo propiamente paranoico de las psicosis.

Finalizados estos años de crítica, aquí estamos, armados por lo tanto de cierto número de términos y de esquemas. La espacialidad de estos últimos no debe tomarse en el sentido intuitivo del término de esquema, sino en otro sentido, perfectamente legítimo, que es topológico —no se trata de localizaciones, sino de relaciones de lugar, por ejemplo interposición o sucesión, secuencia. Nuestra elaboración culmina en un esquema que podemos llamar el esquema y que es el siguiente:

seminario 4, clase 1
Este esquema inscribe en primer lugar la relación del sujeto con el Otro. Tal como esta constituida al inicio del análisis, es la relación de palabra virtual por la que el sujeto recibe del Otro su propio mensaje, bajo la forma de una palabra inconsciente. Este mensaje le está prohibido, es objeto por su parte de un profundo desconocimiento, esta deformado, detenido, capturado, por la interposición de la relación imaginaria entre a y a’, entre el yo y el otro, que es su objeto típico. La relación imaginaria, que es una relación esencialmente alienada, interrumpe, aminora, inhibe, invierte las más de las veces, desconoce profundamente la relación de palabra entre el sujeto y el Otro, el gran Otro, como otro sujeto, un sujeto por excelencia capaz de engañar.

No fue vano introducir este esquema en la experiencia analítica, en vista de como la formula hoy en día un número cada vez mayor de analistas, que hacen prevalecer en la teoría analítica la relación de objeto como algo primario, pero sin ir más allá al comentarla. En ella centran la dialéctica del principio del placer y el principio de realidad, y basan el progreso analítico en una rectificación de la relación del sujeto con el objeto, considerada como una relación dual que, añaden refiriéndose a la situación analítica, sería excesivamente simple. Pues bien, eso mismo es lo que pondremos a prueba, esta relación del sujeto con el objeto que tiende a ocupar cada vez más el centro de la teoría analítica.

Dado que la relación de objeto como dual esta relaciónada precisamente con la línea a-a’ de nuestro esquema, ¿podemos acaso construir satisfactoriamente sobre esta base el conjunto de fenómenos que se ofrecen a nuestra observación en la experiencia analítica? ¿Permite por si sólo este instrumento responder de los hechos? El esquema más complejo que nosotros le oponemos, ¿puede ser obviado, hay que descartarlo incluso?

Como testimonio continuado de que la relación de objeto se ha convertido, al menos aparentemente, en el principal elemento teórico en la explicación del análisis, mencionaré una obra colectiva de reciente aparición, y en efecto el término de colectiva se le puede aplicar particularmente bien. No puedo decir que les invite a empaparse de ella. Verán como en todo momento se pone de relieve y se promueve la relación de objeto de una forma que sin duda no es siempre muy satisfactoria, pero desde luego con una monotonía, con una uniformidad chocante. Verán la promoción de la relación de objeto en un artículo titulado «Evolución del psicoanálisis» y, como último término de esta evolución, verán en el articulo «La clínica psicoanalítica» una presentación de la propia clínica, completamente centrada en la relación de objeto; Tal vez les de alguna idea de hasta donde puede llegar una presentación así.

El conjunto es chocante, sin lugar a dudas. Vemos a practicantes del análisis tratando de poner en orden su pensamiento, la comprensión que pueden tener de su propia experiencia, centrada en la relación de objeto, sin estar completamente, plenamente satisfechos, pero, por otra parte, sin que esto deje de orientar su práctica penetrando en ella profundamente. No puede decirse que el hecho de concebir su experiencia en este registro carezca de consecuencias en los modos mismos de su intervención, en la orientación que le den al análisis y, al mismo tiempo, en sus resultados. Es algo que con sólo leerlos no se puede ignorar. La teoría analítica y la práctica, siempre se ha dicho, no pueden disociarse una de otra, y si se concibe la experiencia en una determinada dirección, es inevitable conducirla igualmente en esa dirección. Por supuesto, los resultados prácticos sólo pueden entreverse.

Para introducir la cuestión de la relación de objeto, y precisamente la pregunta de si es legítimo, si esta o no justificado otorgarle una posición central en la teoría analítica, les recordaré brevemente al menos lo que esta noción le debe, o no le debe, al propio Freud. Ante todo, lo hará porque partir del comentario freudiano es para nosotros como una gula y casi una limitación técnica que nos hemos impuesto aquí.

Además, este año me han llegado algunos interrogantes, si no inquietudes, en cuanto a saber si iba o no a partir de los textos freudianos. Y no cabe dude que es muy difícil, en lo que a la relación de objeto se refiere, partir de los textos mismos de Freud, porque no está. Me refiero, claro, a lo que aquí se plantea formalmente como una desviación de la teoría psicoanalítica. así que he de partir de textos recientes y, al mismo tiempo, de una crítica de sus posiciones. Por otra parte, que a fin de cuentas nos hemos de referir a las posiciones freudianas, eso es indudable, y al hacerlo no podemos omitir, aunque lo mencionemos muy rápidamente, aquello que en los temas fundamentales propiamente freudianos se sitúa en torno a la noción de objeto en si misma.

Al principio no podremos hacerlo de forma desarrollada. Precisamente al final, nos lo encontraremos de nuevo y entonces será cuando tendremos que articularlo

Quisiera hacer pues tan sólo un breve repave, que ni siquiera seria concebible si no tuvieramos ya detras nuestros tres anos de colaboracion en el análisis de textos y si no hubiéramos encontrado ya el tema del objeto, bajo formas diversas.

1)
En Freud se habla, por supuesto, de objeto. La última parte de los Tres ensayos para una teoría sexual se llama precisamente El reencuentro del objeto, Die Objektfindung. Se habla implícitamente de objeto siempre que interviene la noción de realidad. Hay también una tercera forma de hablar de él, siempre que está en juego la ambivalencia de ciertas relaciones fundamentales, es decir, , cuando hay cierto tipo de relaciones en las cuales la reel hecho de que el sujeto se hace objeto para el otrociprocidad por el rodeo de un objeto es patente, incluso constituyente.

Quisiera subrayar con mayor énfasis bajo que tres modalidades se presentan las nociones relativas al objeto de enfrente. Si se remiten ustedes al capítulo tres de los Tres ensayos, verán algo que esta ahí desde la época en que fue redactado el Entwurf; texto que, se lo recuerdo, si se publicó fue sólo por una especie de accidente histórico, pues Freud no pretendía que se publicara, incluso puede decirse que se publicó contra su voluntad. Sin embargo, si nos remitimos a este primer esbozo de su psicología, encontramos la misma fórmula a propósito del objeto. Freud insiste en que para el hombre, no hay ninguna otra forma de encontrar el objeto sino la continuación de una tendencia en la que se trata de un objeto perdido, un objeto que hay que volver a encontrar.

No se trata en absoluto del objeto considerado por la teoría moderna como objeto plenamente satisfactorio, el objeto típico, el objeto por excelencia, el objeto armónico, el objeto que da al hombre una base para una realidad adecuada, prueba de madurez —el famoso objeto genital. Es sorprendente ver que cuando Freud está teorizando la evolución instintual tal como se desprende de las primeras experiencias analíticas, nos indica que el objeto se alcanza por la vía de una búsqueda del objeto perdido. Este objeto que corresponde a un estadio avanzado de la maduración de los instintos es un objeto recobrado, el objeto recobrado del primer destete, el objeto que de entrada fue el punto al cual se adhirieron las primeras satisfacciónes del niño.

Esta claro que por el sólo hecho de esta repetición se instaura una discordancia. El sujeto esta unido con el objeto perdido por una nostalgia, y a través de ella se ejerce todo el esfuerzo de su búsqueda. Dicha nostalgia marca al reencuentro con el signo de una repetición imposible, precisamente porque no es el mismo objeto, no puede serlo. La primacía de esta dialéctica introduce en el centro de la relación sujeto-objeto una profunda tensión, de tal forma, que lo que se busca no se busca al mismo título que lo que se encontrara. El nuevo objeto se busca a través de la búsqueda de una satisfacción pasada, en los dos sentidos del término, y es encontrado y atrapado en un lugar distinto de donde se lo buscaba. Hay ahí una profunda distancia introducida por el elemento esencialmente conflictivo que supone toda búsqueda del objeto. Bajo esta forma aparece en primer lugar la relación de objeto en Freud.

Para dar a lo que estoy subrayando todo el énfasis necesario, deberíamos decidirnos a articularlo en términos filosoficamente elaborados. Si no lo hago, intencionadamente, es porque lo reservo para cuando volvamos a considerar este término. Pero aquellos para quienes estos términos tienen ya algún sentido, por ciertos conocimientos filosóficos, pueden percibir la distancia que separa a la relación freudiana del sujeto con el objeto de las concepciones antes mencionadas, basadas en la noción del objeto adecuado, el objeto esperado por adelantado, coaptado a la maduración del sujeto. La perspectiva platónica base toda aprehensión del objeto en el reconocimiento, la reminiscencia, de un tipo de alguna manera preformado. Tal perspectiva está separada, por toda la distancia existente entre la experiencia moderna y la experiencia antigua, de la noción que aporta Kierkegaard en el registro de la repetición, repetición siempre buscada, pero nunca satisfecha. Por su naturaleza, la repetición se opone a la reminiscencia. De por si es siempre imposible de saciar. En este registro se sitúa la noción freudiana de encuentro del objeto perdido.

Tendremos presente este texto, que muestra claramente como Freud sitúa de entrada la noción de objeto en el marco de una relación profundamente conflictiva del sujeto con su mundo. Como podía ser de otro modo.
Si ya en esa época se trata esencialmente de la oposición entre principio de realidad y principio del placer?

Principio del placer y principio de realidad no pueden separarse uno de otro. Aún diría más, se implican y se incluyen el uno al otro en una relación dialéctica.

El principio de realidad esta constituido tan sólo por lo que al principio del placer se le impone para su satisfacción, no es más que una prolongación suya, y a la inversa, implica, en su dinámica y en su búsqueda fundamental, la tensión fundamental del principio del placer. De todos modos, entre ambos, y esto es lo esencial que aporta la teoría freudiana, hay una hiancia que no cabría distinguir si uno fuera sólo la prolongación del otro. En efecto, el principio del placer tiende a realizarse en formaciones profundamente antirrealistas, mientras que el principio de realidad implica la existencia de una organización o de una estructuración diferente y autónoma, la cual supone que lo que aprehende puede ser precisamente y fundamentalmente distinto de lo que se desea. Esta relación de por sí introduce en la dialéctica del sujeto y el objeto otro término, planteado aquí como irreductible.

Al igual que el sujeto, como acabamos de ver, se halla siempre consagrado por sus exigencias primordiales a un retorno, que por esa razón es un retorno imposible, del mismo modo la realidad está, como lo demuestra la articulación del principio de realidad y el principio del placer, en una profunda oposición respecto de lo que busca la tendencia. En otros términos, la satisfacción del principio del placer, siempre latente, subyacente, en todo ejercicio de la creación del mundo, tiende siempre en mayor o menor grado a realizarse bajo una forma más o menos alucinada. La organización subyacente al yo, la de la tendencia del sujeto propiamente dicho, siempre cuenta con la posibilidad fundamental de satisfacerse con una realización irreal, alucinatoria. He aquí otra posición que Freud subraya con toda su fuerza, y ello desde la Traumdeutung, es decir, desde su primera formulación plena y articulada de la oposición entre el principio de realidad y el principio del placer.

Estas dos posiciones no están, en sí mismas, articuladas la una con la otra. El hecho de que se presenten en Freud como distintas, indica ciertamente que el desarrollo no se centra en la relación del sujeto con el objeto. Si cada uno de estos dos términos ocupa un lugar en puntos distintos de la dialéctica freudiana, es simplemente porque la relación sujeto-objeto no es en ningún caso central.

Si puede parecer que esta relación se sostiene directamente y sin ninguna hiancia, sólo es cuando se trata de las relaciones que luego se llamaron pregenitales, ver-ser visto, atacar-ser atacado, pasivo-activo. El modo en que el sujeto vive estas relaciones implica siempre, de forma más o menos implícita, más o menos manifiesta, su identificación con el partener. Estas relaciones se viven en la reciprocidad —aquí el término es valido— de una ambivalencia entre la posición del sujeto y la de partener.

En este plano, en efecto, se introduce una relación entre el sujeto y el objeto que no sólo es directa y sin ninguna hiancia, sino que es literalmente equivalencia del uno al otro. Esta relación es la que pudo servir de pretexto para poner en primer plano la relación de objeto propiamente dicha. Tal relación de reciprocidad entre el sujeto y el objeto, que merece el nombre de una relación en espejo, plantea en sí misma tantos interrogantes que yo mismo, para tratar de resolverlos, introduje en la teoría analítica la noción de estadio del espejo.

¿Que es el estadio del espejo? Es el momento en que el niño reconoce su propia imagen. Pero el estadio del espejo no se limita de ningún modo a connotar un fenómeno que se presenta en el desarrollo del niño. Ilustra el carácter conflictivo de la relación dual. Todo lo que el niño capta al quedar cautivo de su propia imagen es precisamente la distancia que hay entre sus tensiones internas, mencionadas en aquel informe, y la identificación con dicha imagen. Esto, sin embargo, sirvió como tema, como punto central, para poner en primer plano esa relación sujeto-objeto tomada como la escala fenoménica para una medición válida de lo que hasta entonces se presentaba en términos, no sólo pluralistas, sino ciertamente conflictuales, introduciendo una relación esencialmente dialéctica entre los distintos términos.

Uno de los primeros en dar este nuevo acento, pero no tan pronto como se cree, es Karl Abraham.

Hasta entonces, la evolución del sujeto siempre se había considerado por reconstrucción, de forma retroactiva, a partir de una experiencia central, la de la tensión del conflicto entre consciente e inconsciente. Tensión creada por un hecho fundamental —lo que la tendencia busca es oscuro, tanto, que lo primero que la conciencia alcanza a reconocer es, principalmente, desconocimiento. Si el sujeto se reconoce, no es por la vía de la conciencia, hay algo más, un más allá. Al ser este más allá radicalmente desconocido por el sujeto, al quedar fuera del alcance de su conocimiento, se plantea al mismo tiempo la cuestión de su estructura, su origen y su sentido.

Pero esta perspectiva fue abandonada, por iniciativa de cierto número de personalidades, seguidas de corrientes significativas en el interior del análisis. Todo se centró en la función de un objeto y, más precisamente, de su estado terminal. Mientras que nosotros, por nuestra parte, vamos hacia atrás para comprender como se alcanza ese punto terminal, que por otra parte no siempre se observe, puesto que el objeto ideal es literalmente impensable —en la nueva perspectiva, este objeto ideal es concebido, por el contrario, como un punto de mira, una culminación a la que están dirigidas toda una serie de experiencias, de elementos, de nociones parciales del objeto. Esta perspectiva se impuso progresivamente desde que Abraham la formuló en 1924, en su teoría del desarrollo de la libido. Su concepción funda para muchos la ley misma del análisis, el marco de todo lo que en él sucede, traza el sistema de coordenadas en el interior de las cuales se sitúa toda la experiencia analítica y determine su punto de culminación, ese famoso objeto ideal, terminal, perfecto, adecuado, presentado como si él sólo indicara el objetivo alcanzado, o sea la normalización del sujeto.

El término de normalización introduce ya, por sí mismo, un mundo de categorías bien ajeno al punto de partida del análisis.

De acuerdo con el testimonio de quienes se han comprometido en esta vía, el progreso de la experiencia analítica había consistido en poner en primer plano las relaciones del sujeto con su entorno.

Este énfasis en el entorno constituye una reducción de lo que aporta toda la experiencia analítica. Es un retorno a la posición claramente objetivante que pone en primer plano la existencia de determinado individuo en su relación más o menos adecuada, más o menos adaptada, con su entorno. Para ilustrárselo, creo que lo mejor que puedo hacer es remitirles a las formulaciones que encontraran de la página 761 a la 773 de esa obra colectiva que hemos mencionado.

Tras insistir en que si de algo se trata en el progreso del análisis es de las relaciones del sujeto con su entorno, nos informan accesoriamente que esto es particularmente significativo en la observación de Juanito, con esos padres que, según dicen, parecen no tener personalidad propia. No estamos obligados a suscribir esta opinión. Lo importante es lo que sigue —Era antes de la guerra de 1914, en una época en que la sociedad occidental, segura de ella misma, no se planteaba preguntas sobre su propia perennidad, por el contrario, después de l926 se destaca la angustia y la interacción del organismo con el entorno, Ias bases de la sociedad han sido conmovidas y la angustia de un mundo cambiante se vive día a día, los individuos se ven distintos. Es la época en que la física se busca a sí misma, relativismo, incertidumbres, probabilismo, parecen dejar al pensamiento objetivo sin su confianza en sí mismo.

Esta referencia a la física moderna como fundamento de un nuevo racionalismo no me parece que merezca ningún comentario. Lo importante es algo que, curiosamente, se confiesa de forma indirecta, que el psicoanálisis serla una especie de remedio social. Esto es lo que destacan y presentan como carácterístico del elemento impulsor de su progreso. Poco importa si tiene algún fundamento, porque a decir verdad estas cosas nos parecen de poca entidad —lo instructivo aquí es la gran ligereza con que se admiten estas cosas.

El primer artículo, que citaba hace un momento, formula resueltamente que a fin de cuentas, la concepción general necesaria para la comprensión actual de la estructura de una personalidad viene dada por un punto de vista considerado como el más práctico y el más prosaico posible, el de las relaciones sociales del enfermo— expresión esta última subrayada por el autor.

Dejare de lado otros términos que tienen el carácter de una confesión—es imaginable que ante tal concepción del análisis se pueda experimentar una penosa impresión de algo movedizo, escurridizo, artificial, pero esto no depende del objeto de esta disciplina en sí mismo, actividad cuyas variaciones a lo largo del tiempo nadie se atrevería a discutir. He aquí en efecto una explicación del carácter un poquito pulverulento de los diferentes planteamientos nacidos en esta línea. Aún así, no ha de satisfacernos del todo, pues no me parece que haya ninguna disciplina cuyos objetos no estén sometidos a variaciones en el tiempo.

En cuanto a las relaciones del sujeto con el mundo, vemos que se afirma un paralelismo en todo momento entre el estado de maduración más o menos avanzado de las actividades instintivas y la estructura del yo en un sujeto dado. Por decirlo todo, a partir de cierto momento, se considera que la estructura del yo dobla el estado de maduración de las actividades instintivas en sus distintas etapas y que, a fin de cuentas, es su representante.

Puede que en sí mismos estos términos no les parezcan, a algunos de ustedes, muy criticables. No importa, no es esta la cuestión, y ya veremos hasta que punto podemos o no aceptarlos. Pero su consecuencia es la instauración en el propio centro del análisis de algo que se presenta precisamente como una tipología a base de pregenitales y genitales.

Esta escrito —Los pregenitales son individuos con un Yo débil—, y en ellos la coherencia del Yo depende estrechamente de la persistencia de relaciones objetales con un objeto significativo. Aquí, podemos empezar a plantear preguntas. De paso, tal vez veremos enseguida, si seguimos leyendo el mismo texto, a donde puede conducir la noción de este objeto significativo que no se explica. La noción técnica que ello implica es que se destacan las relaciones pregenit ales dentro de la relación analítica. La pérdida de estas relaciones, o de su objeto, sinónimos en este cave puesto que aquí el objeto existe sólo en función de sus relaciones con el sujeto, acarrea graves desórdenes de la actividad del Yo, tales como problemas de despersonalización, problemas psicóticos. Aquí tenemos el punto donde se busca el test que mostrarla la profunda fragilidad de la relación del yo pregenital con su objeto. El sujeto se esfuerza por mantener sus relaciones de objeto a toda costa, recurriendo a toda suerte de componendas con este fin, cambio de objeto mediante desplazamiento, o simbolización, que le permitirá, mediante la elección de un objeto simbólico cargado arbitrariamente de los mismos valores afectivos que el objeto inicial, no verse privado de relaciones objetales. Usar aquí el término de «Yo auxiliar» está plenamente justificado.

Los genitales, por el contrario, poseen un Yo que no trace depender su fuerza y el ejercicio de sus funciones de la posesión de un objeto significativa Mientras que para los primeros la pérdida de una persona importante subjetivamente hablando, por tomar el ejemplo más simple, ponía en peligro su individualidad, para ellos esta pérdida, por dolorosa que sea, no perturba en nada la solidez de su personalidad. No son dependientes de una relación objetal. Esto no quiere decir que puedan prescindir fácilmente de toda relación objetal, algo prácticamente irrealizable por otra parte, tan múltiples y variadas son las relaciones objetales, sino tan sólo que su unidad no está a merced de la pérdida de un contacto con un objeto significativa. Esto es lo que les diferencia radicalmente de los anteriores desde el punto de vista de la relación entre el Yo y la relación de objeto.

Más adelante—[…] en toda neurosis, la evolución normal parece haberse visto dificultada por la imposibilidad en la que se halla el sujeto de resolver el ultimo de los conflictos estructurantes de la infancia, aquel cuya liquidación perfecta, si puede decirse así, culmina en esa adaptación tan feliz al mundo llamada la relación de objeto genital, que da a cualquier observador la sensación de una personalidad armónica, y en el análisis, la percepción inmediata de una especie de limpidez cristalina del espíritu, lo que es, lo repito, más un [»mito que una realidad [.. ]

Limpidez cristalina. Vemos hasta donde puede llevarle a este autor la idea de perfección de la relación objetal.

Mientras que las pulsiones en su forma pregenital presentan un carácter de necesidad de posesión incoercible, ilimitado, incondicional, que comporta un aspecto destructivo, en su forma genital son verdaderamente tiernas, amorosas, y si el sujeto no se muestra oblativo, es decir desinteresado, si sus objetos son tan profundamente narcisísticos como en el caso anterior, ahora es capaz de comprensión, de adaptación a la situación del otra Por otra parte, la estructura íntima de sus relaciones objetales muestra que la participación del objeto en su propio placer es indispensable para su felicidad como sujeto La conveniencia, los deseos, las necesidades del objeto, son tomados en consideración en gran medida.

Con esto baste para plantear un problema muy grave que, en efecto, no podemos dejar de plantear —¿que significa el desenlace de una infancia, o de una adolescencia, o de una madurez normales?

Hay una distinción esencial que se debe hacer, sugerida tanto por la noción de objetividad como por la experiencia más elemental. No podemos de ninguna forma confundir la noción a la que se apunta más o menos implícitamente en estos textos, bajo los términos distintos de objetividad y de plenitud del objeto, con el establecimiento de la realidad y todos los problemas de adaptación que esta plantea por el hecho de que resiste, se resiste y resulta compleja. Esta confusión está articulada, de tal forma que la objetividad se presenta en determinado texto como carácterística de la relación con el otro en su forma culminante. Hay por el contrario, sin lugar a dudas, una distancia entre lo que implica determinada construcción del mundo, considerada como más o menos satisfactoria en una época dada, y el establecimiento de la relación con el otro en su registro afectivo, incluso sentimental, incluyendo la toma en consideración de las necesidades, la felicidad, el placer del otro. La constitución de este otro en si, es decir, como hablante, es decir, como sujeto que es, nos lleva indudablemente mucho más lejos.

Tendremos que volver a referirnos a estos textos, obra de auténticos cagadores de perlas. Pero no baste con citarlos, aún formulando las observaciones humorísticas que por sí mismos sugieren. Antes es preciso hacer el progreso que se impone.

3)
Esta concepción extraordinariamente primaria de la noción analítica de evolución instintual está muy lejos de ser admitida universalmente.

Textos como los de Glover, por ejemplo, nos harían volver a una exploración muy distinta de las relaciones de objeto, expresamente mencionadas y definidas. Si frecuentan estos textos, verán ustedes que la función del objeto, cuyas etapas carácterizan a las distintas épocas del desarrollo individual, es concebida de forma muy distinta.

El análisis insiste en introducir una noción funcional del objeto de una naturaleza muy distinta que la de un puro y simple correlato del sujeto. No se trata de una pura y simple coaptación del objeto con determinada demanda del sujeto. El objeto tiene aquí un papel muy distinto, se sitúa, por decirlo así, sobre un fondo de angustia. El objeto es un instrumento destinado a enmascarar, a modo de una protección, el fondo fundamental de angustia que carácteriza a la relación del sujeto con el mundo en las distintas etapas de su desarrollo. Así, en cada etapa, el sujeto debe ser carácterizado.

Al llegar al fin de nuestra charla de hoy, no puedo dejar de ilustrar lo que les digo con un ejemplo que le da todo su relieve. Me bastara con puntuar la concepción clásica, fundamental, freudiana, de la fobia.

Freud y todos aquellos que han estudiado la fobia, con él o después de él, señalan la ausencia de relación directa entre el objeto y el pretendido miedo que lo colorea con su marca fundamental, constituyéndolo en cuanto tal, como un objeto primitivo. Hay, por el contrario, una distancia considerable entre el miedo en cuestión, que bien puede ser en unos casos un miedo primitivo y en otros casos no serlo, y el objeto, constituido esencialmente para mantener ese miedo a distancia. El objeto encierra al sujeto en determinado círculo, una muralla, donde se protege de los miedos. Está esencialmente vinculado con el resultado de una señal de alarma. El objeto es, ante todo, una avanzadilla contra un miedo instituido. El miedo le da su papel al objeto en determinado momento de cierta crisis del sujeto que, sin embargo, no es ni típica ni evolutiva.

Esta noción moderna, si puede decirse así, de la fobia, ¿se afirma legítimamente? Por nuestra parte, también tendremos que criticarla, mostrando que esta en el origen de la noción de objeto tal como se promueve en los trabajos de Glover, así como en la forma de conducir el análisis carácterística de su pensamiento y de su técnica.

Que la angustia en cuestión es la angustia de castración, nos dicen, ha encontrado pocas objeciones hasta trace poco. Sin embargo, es notable que el deseo de reconstrucción en el sentido genético haya acabado tratando de deducir, de la eclosión de las construcciónes fóbicas objetales primitivas, la construcción misma del objeto paterno, que sería como su continuación y su culminación. Un informe de Mallet sobre la fobia, en la obra colectiva que he citado, va exactamente en este sentido, por una curiosa inversión del camino que nos había permitido remontarnos desde la fobia hasta la noción de cierta relación con la angustia, así como establecer la función de protección que juega el objeto de la fobia respecto de dicha angustia.

En otro registro, no es menos notable comprobar en que acaban las nociones de fetiche y de fetichismo. Lo introduzco hoy para mostrarles que, si lo consideramos en la perspectiva de la relación de objeto, resulta que el fetiche cumple en la teoría analítica una función de protección contra la angustia, y, cosa curiosa, la misma angustia, es decir, la angustia de castración. No parece que se establezca por el mismo rodeo la relación más específica del fetiche con la angustia de castración, puesto que esta está vinculada con la percepción de la ausencia de órgano fálico en el sujeto femenino, y con la negación de esta ausencia. ¿Qué importa? No puede pasarles desapercibido que, también en este caso, el objeto tiene cierta función de complemento con respecto a algo que se presenta como un agujero, incluso como un abismo en la realidad.

La cuestión es saber si el objeto fóbico y el fetiche tienen algo en común.

Pero si planteamos estas cuestiones en tales términos, y sin privarnos de abordar los problemas a partir de la relación de objeto, tal vez debemos hallar en los mismos fenómenos la oportunidad, el punto de partida de una crítica. Aceptemos someternos a la pregunta que nos planteen sobre el objeto típico, el objeto ideal, el objeto funcional y todas las formas de objeto que puedan ustedes suponer en el hombre, y abordemos pues la cuestión bajo esta luz —pero entonces, no nos contentemos con explicaciones uniformes para fenómenos distintos. Centremos por ejemplo nuestra pregunta de partida en cual es la diferencia entre la función de una fobia y la de un fetiche, dado que tanto la una como el otro se plantean sobre el mismo fondo de angustia fundamental, ambos convocados supuestamente como medidas de protección o de garantía por parte del sujeto.

Ahí es donde he decidido establecer mi punto de partida. Partiremos de nuestra experiencia para llegar a los mismos problemas, procediendo así de una forma no ya mítica, ni abstracta, sino directa, a partir de los objetos que se nos proponen.

No basta con hablar del objeto en general, ni de un objeto que, por no sé que vía de comunicación mágica, tendría la propiedad de regularizar las relaciones con el resto de objetos, como si el hecho de haber conseguido convertirse en un genital bastará para resolver todas las cuestiones. Lo que puede ser un objeto para un genital desde el punto de vista esencialmente biológico, que aquí se plantea en primer plano, no me parece que deba ser menos enigmático que alguno de los objetos de la experiencia humana corriente, por ejemplo una moneda.

¿Puede acaso decirse que la moneda no plantea por sí misma la cuestión de su valor objetal? El hecho de que, en un registro determinado, la perdamos como medio de intercambio, o la propia tome en consideración, para el intercambio, de cualquier otro elemento de la vida humana trasladado a su valor de mercancía— ¿no nos introduce esto de mil formas en una cuestión que fue efectivamente resuelta en la teoría marxista con un término, si no sinónimo, al menos muy cercano al que acabamos de mencionar, o sea el fetiche? En suma, la noción de objeto fetiche, la de objeto pantalla y, al mismo tiempo, la función tan singular de esa constitución de la realidad sobre la que Freud aportó una luz verdaderamente sobrecogedora, y que nos preguntamos por que no se le sigue concediendo su valor, la noción de recuerdo pantalla como muy especialmente constitutiva del pasado del sujeto —he aquí cuestiones que merecen ser tratadas por si mismas y en si mismas.

De igual forma, deberán ser analizadas en sus relaciones recíprocas porque de estas relaciones podrán surgir las necesarias distinciones de planos que nos permitirán definir de forma articulada por que una fobia y un fetiche son cosas distintas.

¿Qué relación hay entre el uso general del término de fetiche y el empleo preciso del término para designar una perversión sexual? Así es como introduciremos el tema de nuestra próxima charla, que tratara de la fobia y del fetiche.

Por la vía de este retorno a la experiencia podremos resituar el término de relación de objeto y darle su verdadero valor.