Seminario 4: Clase 22, Ensayo de una lógica de caucho, 19 de Junio de 1957

El padre en la nevera. La gavilla y la hoz La metáfora paterna. La madre desdoblada. Una paternidad imaginaria.

El año avanza y Juanito, esperémoslo, toca a su fin.

Conviene que les recuerde en el umbral de esta lección que este año nos habíamos dado como objetivo la revisión de la noción de relación de objeto. No me parece inútil tomar por un instante un poco de distancia, con tal de mostrarles, no el camino recorrido —siempre se recorre alguno—, sino cierto efecto de desmistificación que como ustedes saben me importa mucho en materia de análisis.

Hay, me parece, un mínimo exigible en la formulación analítica, y es darse cuenta de esto. Sin duda, el hombre algo tiene que ver con sus instintos —instintos en los que yo creo, digan lo que digan, incluido el instinto de muerte. Pero no obstante, la aportación del psicoanálisis nos permite prever que las cosas no pueden resumirse en una fórmula tan simple, tan simplona, como esa a la que vemos sumarse por lo común a los analistas, o sea que finalmente todo se resuelve cuando las relaciones del sujeto con su semejante son, como suele decirse, relaciones de persona a persona y no relaciones con un objeto.

No porque haya tratado de mostrarles aquí la relación de objeto en su complejidad real rechazo la expresión de relación de objeto. ¿Por qué no habría de ser nuestro semejante, con toda validez, un objeto? aún diría más —Dios quisiera que lo fuese. En verdad, el análisis nos muestra que por lo común es todavía mucho menos que un objeto. Es algo que ocupa su lugar de significante en el interior de nuestra interrogación, si es cierto que la neurosis es, como yo les digo y redigo, una pregunta.

Un objeto, no es algo tan simple. Un objeto es algo que sin duda se conquista, incluso, como Freud nos lo recuerda, no se conquista nunca sin haber sido previamente perdido. Un objeto es siempre una reconquista. Sólo si recupera un lugar que primero ha deshabitado, el hombre puede alcanzar lo que impropiamente llaman su propia totalidad.

Es ciertamente deseable el establecimiento de una relación entre nosotros y algunos sujetos primordiales que representan, en efecto, la plenitud de la persona. Pero desde luego, en este terreno es de lo más difícil avanzar, porque favorece todos los deslices y todas las confusiones. Una persona, se imaginan por lo común, es aquel ser a quien reconocemos como a nosotros mismos el derecho de decir yo (je). Pero es demasiado evidente que nos resulta embarazoso a más no poder tener que decir yo (je) en su sentido pleno, como la experiencia analítica lo pone de relieve de forma poderosa, y en cada ocasión, cuando se trata de pensar en el otro como alguien que dice yo (je), nos deslizamos por lo común a hacerle decir nuestro propio yo (je), es decir, lo inducimos a nuestros propios espejismos.

En resumen, como subrayé el año pasado al final de mi seminario sobre las psicosis, no es el problema del yo (je) sino el del tú, el de más difícil realización cuando se trata del encuentro con la persona. Este tú, todo indica que es el significante límite. A fin de cuentas, no lo alcanzamos nunca, nos detenemos a medio camino. Sin embargo, de el es de quien recibimos todas las investiduras, y no en vano al final de mi seminario del año pasado me detuve en —Tú eres aquel que me seguirás, o que no me seguirás, que harás esto o no lo harás.

Si algo nos ha enseñado la experiencia analítica, es que toda relación interhumana se basa en una investidura proveniente en efecto del Otro. Este Otro esta ya en nosotros bajo la forma del inconsciente, pero en nuestro propio desarrollo no se puede realizar nada, salvo a través de una constelación que implica al Otro absoluto como sede de la palabra. Si el complejo de Edipo tiene sentido es precisamente porque plantea como fundamento de nuestra instalación entre lo real y lo simbólico, así como de nuestro progreso, la existencia de aquel que tiene la palabra, de aquel que puede hablar, del padre. Por decirlo todo, lo concrete en una función que en sí misma es problemática. La pregunta, ¿que es el padre? está planteada en el centro de la experiencia analítica como eternamente irresuelta, al menos para nosotros, analistas.

En este punto quiero seguir hoy con el problema de Juanito, para mostrarles donde se sitúa el con respecto a lo que el padre es y no es. Pero tenemos que tomar esta cuestión desde más arriba.

1)
Empezaré advirtiéndoles que el único lugar desde donde pueda responderse de forma plena y válida a la pregunta por el padre es una determinada tradición. No se trata de la habitación de al lado, como digo a menudo a propósito de los fenómenologos, sino de la puerta de al lado.

Si el padre ha de encontrar en algún lugar su síntesis, su sentido pleno, es en una tradición que se llama la tradición religiosa. No en vano vemos formarse a lo largo de la historia la tradición judeocristiana, la única que trata de establecer un acuerdo entre los sexos en basa a una oposición entre la potencia y el acto que encuentra su mediación en un amor. Fuera de esta tradición, digámoslo claramente, toda relación con el objeto implica una tercera dimensión. La vemos articulada en Aristóteles, pero enseguida quedo eliminada por, yo dir1a, el Aristóteles apócrifo, el Aristóteles de una teología que se le atribuyo mucho más tarde. Todo el mundo sabe que existe y sabe que es apócrifa. EL término aristotélico esencial en lo que se refiere a la constitución del objeto, que se añade como tercer principio a la forma,  (escritura en griego), y a la materia, (escritura en griego), es  (escritura en griego), la privación.

La relación de objeto tal como se establece en la literatura analítica y en la doctrina freudiana gira alrededor de esta noción de la privación, de la que partí este año. Esta noción es central para comprender que todo el progreso de la integración del hombre y de la mujer a su propio sexo exige el reconocimiento de una privación. Privación que debe asumir uno de los dos sexos —en cuanto al otro, privación que se debe asumir igualmente para asumir plenamente el propio sexo. En suma, Penisneid por una parte, complejo de castración por la otra.

Todo coincide con la experiencia más inmediata. Es bastante singular ver como se replantea, bajo una forma más o menos  camuflada, pero hasta cierto punto deshonesta, la idea de que la maduración de la genitalidad conlleva oblatividad y reconocimiento pleno del otro, consiguiéndose establecer por este medio la supuesta armonía preestablecida entre el hombre y la mujer, que como muy bien vemos, sin embargo, es un fracaso perpetuo en su experiencia cotidiana.

Ve a decirle a la esposa de hoy en día que es —como se expresa el teólogo inscrito bajo la denominación de Aristóteles, tras toda una tradición medieval y escolástica —ve a decirle a la esposa actual que ella es la potencia y tu, el hombre, eres el acto. Obtendrás una respuesta inmediata —Eso es poca cosa, ¿tan blanda te crees que soy? Y sin duda, está claro, la mujer ha ido a dar con los mismos problemas que nosotros. Sin necesidad de abordar el aspecto feminista o social de la cuestión, basta con citar la bella estrofa de Apollinaire con la profesión de fe que pone en boca de Teresa-Tiresias, o más exactamente de su marido, que mientras huye de un policía le dice:

Soy una mujer honrada—señor
Mi mujer es un hombre—señora
Se ha llevado el piano el violín el chollo
Es soldado ministro miérdico

Mantengámonos firmes y en el terreno de nuestra experiencia. Si esta ha hecho hacer algún progreso al problema sexual, cada vez más presentificado en toda nuestra experiencia del desarrollo de la vida, incluso de la neurosis, es en la medida en que ha sido capaz de situar las relaciones entre los sexos en los distintos peldaños de la relación de objeto. Esto significa, como se ve claramente, con sólo descorrer el velo de un pudor indigno, de un falso pudor, reconocer que si le debemos algún progreso al análisis, es precisamente en el plano de lo que debemos llamar por su nombre—el erotismo.

En este plano es donde se elucidan efectivamente las relaciones entre los sexos, como encaminadas a dar una respuesta a la pregunta planteada a propósito de su sexo por el sujeto, como algo que al mismo tiempo ha entrado en el mundo y por otra parte no halla nunca en el su satisfacción, a saber, la famosa oblatividad perfecta donde se encontraría la armonía ideal entre el hombre y la mujer. Esto sólo lo encontramos en un horizonte límite, que ni siquiera nos permite designarlo como el objetivo a realizar mediante el análisis.

Para tener una perspectiva salubre sobre el progreso de nuestra investigación, hay que darse cuenta de que en la relación del hombre y la mujer queda siempre abierta una hiancia. En última instancia, ¿qué puede resultar de ello que sea admisible para el filosofo, es decir, uno que escurre el bulto, salvo que después de todo la mujer, especialmente la esposa, tiene para el esencialmente la función que tema para Sócrates, o sea, poner a prueba su paciencia?—su paciencia ante lo real.

Para entrar más enérgicamente en lo que hoy puntuara esto que estoy afirmando y nos conducirá nuevamente a Juanito, les comunicaré una información recogida por uno de mis excelentes amigos en el diario de información por excelencia. Esta pequeña noticia nos viene de lo más profundo de América. Tras la muerte de su marido, una mujer, comprometida con el por el pacto de un amor eterno, se hace hacer un hijo suyo cada díaz meses.

Esto puede parecerles sorprendente. No crean que se trata de un fenómeno partenogenético. Se trata, por el contrario, de inseminación artificial. Durante la última enfermedad que llevo a su marido a la muerte, esta mujer, tras hacer voto de fidelidad eterna, hizo almacenar una cantidad suficiente del líquido que habría de permitirle perpetuar a voluntad la raza del difunto, en los plazos más breves y a intervalos repetidos.

Esta pequeña noticia, que parece muy poca cosa, hemos tenido que esperar a que se produjera, cuando nos la hubiéramos podido imaginar. Es la ilustración más sobrecogedora que podamos dar de lo que llamo la x de la paternidad. Cuando les digo que el padre simbólico es el padre muerto, aquí tienen ustedes una ilustración. Pero si esto introduce algo nuevo, dando todo su relieve a la importancia de esta observación, es que, en este caso, el padre real también es el padre muerto.

No se les escapan a ustedes los problemas que introduce semejante posibilidad. ¿En qué se convierte en estas condiciones el complejo de Edipo ? En el nivel más cercano a nuestra experiencia, sería fácil hacer algunos chistes sobre lo que en el límite significa el término de mujer fría. A mujer fría, diría el nuevo proverbio, marido refrigerado. Puedo mencionar igualmente el eslogan inaugurado por uno de mis amigos, como reclamo para una marca de frigoríficos. Aunque el efecto de este eslogan es algo difícil de concebir, adquiriría todo su valor para espíritus anglosajones. Imagínense un bello cartel con damas con un aire repipi y la siguiente inscripción—She didn’t care her frigid air until herfriend received a frigidaire. Eso es lo que ocurre en este caso.

En verdad, esta historia ilustra magníficamente que la noción real del padre no se confunde en ningún caso con la de su fecundidad. El problema es otro, como se ve cuando nos preguntamos que pasa entonces con la noción del complejo de Edipo. Encárguense ustedes de hacer esa extrapolación —ahora que hemos tomado este camino, dentro de cien años les haremos a las mujeres niños que serán hijos directos de los hombres geniales vivos en la actualidad y luego conservados en botecitos como oro en paño. En esta ocasión le han cortado algo al padre, y de la forma más radical —además de la palabra. La cuestión entonces es saber como, por que vía, bajo que modalidad, se inscribe en el psiquismo del niño la palabra del ancestro, cuyo único representante y único vehiculo será la madre. ¿Cómo haré hablar al ancestro escarnecido? ver nota

Esto, que no es en absoluto ciencia ficción, tiene la ventaja de poner al descubierto una de las dimensiones del problema. Y como hace un rato les mande a la puerta de al lado a buscar la solución ideal para el problema del matrimonio, seria interesante ver como se las arreglara la Iglesia para tomar posición frente al problema de la inseminación póstuma por el esposo consagrado. Si recurre a lo que suele poner por delante en tales casos, o sea al carácter fundamental de las practicas naturales, se le podrá advertir que si una práctica semejante es posible, es precisamente porque hemos conseguido separar a la perfección la naturaleza de lo que no lo es. Por lo tanto, tal vez será conveniente precisar el término natural, y se acabara destacando el carácter profundamente artificioso de lo que hasta ahora se ha llamado la naturaleza. En suma, llegado el momento tal vez no resultaremos del todo inútiles como término de referencia. Al mismo tiempo, nuestra buena amiga Françoise Dolto, incluso uno de sus alumnos, se convertirá posiblemente en un Padre de la Iglesia.

La distinción de lo imaginario, lo simbólico y lo real no bastara tal vez para plantear los términos de este problema, cuya solución no me parece próxima, ya que puede introducirse en la realidad. Pero esta historia nos facilitará la formulación que hoy espero hacer del término en el cual puede inscribirse la sanción de la función del padre, no en sí, sino para el sujeto.

2)
Después de hacer pasar esta corriente de aire que desnuda las columnas del decorado, cualquier introducción, por así decirlo, de la función paterna nos parece que es, para el sujeto, del orden de una experiencia metafórica. Se lo voy a ilustrar recordándoles bajo que rubrica introduje, el año pasado, la metáfora.

La metáfora es aquella función que procede empleando la cadena significante, no en su dimensión conectiva en la que se instala todo empleo metonímico, sino en su dimensión de sustitución. El año pasado me impuse buscar alguna en una obra verdaderamente al alcance de cualquiera, el dicciónario Quillet, de donde tome el primer ejemplo que da, a saber, el verso de Hugo —Su gavilla no era avara ni tenía odio.

Me dirán que la suerte me ha favorecido, porque hoy nos viene como anillo al dedo en mi demostración. Les responderé que cualquier metáfora puede servir para una demostración análoga.

¿Qué es una metáfora?

No es, como dijeron los surrealistas, el paso de la chispa poética entre dos términos imaginariamente tan dispares como sea posible. Esta definición parecería que sí pega en este caso, pues no se trata de que esa pobre gavilla sea avara o tenga odio, y desde luego es una rareza muy humana eso de poner en relación el sujeto con el atributo por medio de una negación, la cual, por supuesto, se plantea sobre el fondo de una afirmación posible. No se trata en absoluto de que la gavilla sea avara o tenga odio. La avaricia y el odio son atributos propiedad de Booz no menos que la gavilla—el hace de sus propiedades, como de sus méritos, el uso adecuado, sin pedir opinión ni dar parte de sus sentimientos, ni a unos ni a otros.

¿Entre que y que se produce la creación metafórica? Entre lo que se expresa en el término su gavilla y aquel otro a quien su gavilla sustituye, o sea ese señor de quien un momento antes nos habían hablado en términos muy ponderados, llamado Booz. La gavilla ha ocupado su lugar, ese lugar don de Booz, en plan un poco acaparador, se ve provisto ya de sus cualidades de no ser avaro y no tener odio, tras quedar desembarazado de algunas virtudes negativas. Este es el lugar que viene a ocupar la gavilla y, por un instante, literalmente, lo anula. Encontramos aquí de nuevo el esquema del símbolo como muerte de la cosa. En este caso, aún es mucho mejor —el nombre del personaje queda abolido y su gavilla es lo que lo sustituye.

Si hay metáfora, si tiene sentido, si es un tiempo de la poesía bucólica, es precisamente porque su gavilla, es decir, algo esencialmente natural, puede sustituir a Booz. Y Booz, tras quedar eclipsado, oculto, reaparece en el resplandor fecundo de la gavilla. En efecto, no conoce ni la avaricia ni el odio, es pura y simplemente fecundidad natural.

Esto, precisamente, tiene su sentido en el texto que sigue. De lo que se trata en el poema es, en efecto, de anunciar, o de hacer anunciar a Booz, el sueño que vendrá a continuación —que a pesar de su avanzada edad, como el mismo dice, ochenta años, pronto va a ser padre, o sea que de el y de su vientre sale aquel gran árbol a cuyo pie cantaba un rey, dice el texto, y en su copa moría un Dios.

Toda creación de un nuevo sentido en la cultura humana es esencialmente metafórica. Se trata de una sustitución que mantiene al mismo tiempo eso que sustituye. En la tensión entre lo suprimido y aquello que lo sustituye, pasa esa dimensión nueva que de forma tan visible introduce la improvisación poética. Tal dimensión nueva, manifiestamente encarnada en el mito booziano, es la función de la paternidad.

Sin duda, como es habitual, el viejo Hugo esta lejos de mantenerse en todo momento en una v1a rigurosa, titubea, un poco a la derecha, un poco a la izquierda, pero lo que esta muy claro es que—

Mientras el dormía, Rut, una moabita,
Se había acostado a los pies de Booz, el pecho desnudo,
Esperando quién sabe qué rayo desconocida
Cuando viniera del despertar la luz súbita.

El estilo de esta estrofa se sitúa en una zona ambigüa donde el realismo se mezcla con una especie de fulgor demasiado crudo, turbio incluso, que nos recuerda el claroscuro de los cuadros de Caravaggio. Con toda su rudeza popular, tal vez sea lo que aún hoy día puede darnos de la forma más elevada el sentido de la dimensión sagrada.

Así, un poco más abajo, sigue tratándose de lo mismo—

Inmóvil, abriendo a medias el ojo bajo su velo,
Qué dios, qué cosechero del verano eterno
Había, al irse, arrojado con descuido
Esa hoz de oro en el campo estrellada

Ni en mi enseñanza del año pasado, ni en lo que recientemente he escrito sobre esta gavilla del poema de Booz y Rut, lleso la investigación hasta el último extremo de la metáfora desarrollada por el poeta. Deje de lado la hoz, pues por otra parte, fuera del contexto de lo que estamos haciendo aquí, a los lectores les hubiera podido parecer un poco forzado. Sin embargo, todo el poema apunta a una imagen cuyo carácter intuitivo y comparativo ha despertado admiración desde hace un siglo.

Se trata en efecto del claro y fino creciente de la luna. Pero no se les puede escapar a ustedes que si la cosa funciona, si es algo más que una pincelada muy bella, que un trazo amarillo sobre el cielo azul, es porque la hoz del cielo es la eterna hoz de la maternidad, la misma que ya jugo algún papel entre Cronos y Uranos, entre Zeus y Cronos. Es la potencia de la que les hablaba hace un momento y que esta claramente representada aquí en la espera mística de la mujer.

Con esa hoz dejada al alcance de su mano, la espigadora segará en efecto la gavilla en cuestión, de donde brotara el linaje del Mesías.

Nuestro Juanito, en la creación, el desarrollo y la resolución de su fobia, sólo puede escribirse correctamente como ecuación a partir de los términos que acabamos de aislar.

En el complejo de Edipo tenemos el lugar x, donde se encuentra el niño con todos sus problemas con respecto a la madre, M. En la medida en que se haya producido algo que haya constituido la metáfora paterna, podrá introducirse aquel elemento significante, esencial en todo desarrollo individual, llamado el complejo de castración, y ello tanto en el hombre como en la mujer.

P es la metáfora paterna.

x esta más o menos  elidida según los casos, es decir, según el momento del desarrollo y los problemas respecto de la madre, M, a los que el período preedípico ha conducido al niño.

Con esta especie de S tumbada escribimos el vínculo de la metáfora edípica con la fase, esencial para todo concepto del objeto, constituida por esa C invertida, que representa la hoz del complejo de castración, más la significación, s, es decir, aquello en lo que el ser se encuentra y la x encuentra su solución.

Esta fórmula sitúa el momento esencial del franqueamiento del Edipo. Le da su lugar a lo que encontramos en el caso de Juanito, es decir, como les he explicado, el problema insoluble planteado por el hecho de que la madre sea algo tan complicado como esta fórmula, con todas las complicaciones que supone.

Esto, que se ha de leer Madre más Falo más A, de Ana, designa el callejón sin salida donde se encuentra Juanito. No puede salir de el porque no hay padre, no hay nada para metaforizar sus relaciones con su madre. Por decirlo todo, no hay una salida por el lado de la hoz, de la C mayúscula del complejo de castración, no existe la posibilidad de una mediación, es decir, de perder y luego recuperar el pene.

En el otro lado de la ecuación, Juanito no encuentra más que la posible mordedura de la madre, la misma con la que el se precipita golosamente sobre la madre, porque le falta. No hay ninguna otra relación con la madre, salvo esta que destaca toda la teoría actual del análisis, o sea la relación de devoración. Como ha llegado a tal callejón sin salida, no conoce otra relación con lo real, sino esta que suele llamarse, con o sin razón, sádico-oral. Esto es lo que escribo m, añadiendo todo lo que para el es lo real, en particular ese real que acaba de surgir y no deja de complicar la situación, a saber P. su propio pene.

Dado que así es como se le presenta el problema a Juanito, resulta necesaria la introducción, porque no hay ningún otro, de ese elemento de mediación metafórica que es el caballo, anotado como ‘I, a lo bruto. La instauración de la fobia se escribe por lo tanto con la misma fórmula que les he dado hace un momento.

De todos modos, esta fórmula, equivalente a la metáfora paterna, no resuelve el problema de la mordedura, que constituye para Juanito el peligro principal de toda su realidad, especialmente esa que acaba de surgir, o sea su realidad genital.

Estas fórmulas pueden parecerles artificiales. En absoluto, no lo crean. Primero sírvanse de ellas y luego verán si eso puede resultarles útil. Puedo mostrarles mil aspectos en los que son inmediatamente aplicables. He aquí uno.

El caballo es ese elemento del que se dice que muerde, que constituye una amenaza para el pene y también que se cae, y por eso mismo, según nos dice el propio Juanito, se ha recurrido a él. En primer lugar, ha sido introducido porque, puesto a la cabeza del furgón que ha de transportar el equipaje de la pequeña Lizzi, puede darse la vuelta y morder. Fue entonces, el 1 de Marzo, nos dice Juan, cuando pillo la tontería. En otro momento, el 5 de Abril, Juan nos dice igualmente que pillo la tonter1a cuando, estando con su madre, vió como se caía el caballo de un ómnibus. Más exactamente, Juanito ha tomado un elemento ya enganchado a una significación como algo que va más allá de toda significación, y lo sanciona con este aforismo o afirmación definicional —De ahora en adelante, todos los caballos se caerán.

Ahora bien, la función de la caída es precisamente el término común a todo lo que figura en la parte inferior de la ecuación. M —ya hemos subrayado el elemento caída de la madre. j —el falo de la madre, lo que no puede seguir sosteniéndose y está fuera de juego, aunque Juan hace todo lo posible para mantener la existencia de ese juego. Finalmente, a—los niños, en particular la pequeña Ana, lo que se desea ver caer más que ninguna otra cosa en el mundo, incluso ayudándola un poquito.

Así, el caballo cumple de forma eficaz, gráfica y activa, todas las funciones de la caída reunidas. A este t1tulo empieza a introducirse como un término esencial de esta fobia, y ahí tenemos la confirmación de lo que son verdaderamente los objetos para el psiquismo humano.

Tal vez se trate de algo merecedor de este nombre, pero nunca se insistirá lo bastante en el capítulo especial de la calificación de objeto que es necesario introducir en cuanto nos ocupamos del objeto de la fobia o del fetiche. Por supuesto, ya sabemos hasta que punto existen como objetos, porque constituirán en el psiquismo los verdaderos mojones del deseo, en el caso del fetiche —de sus desplazamientos, en el caso de la fobia. Así, el objeto esta también ahí en lo real, pero al mismo tiempo es manifiestamente distinto. Por otra parte, no es de ningún modo accesible a la conceptualización, salvo por medio de esta formalización significante.

Hasta ahora, digámoslo claramente, nadie ha aportado ninguna más satisfactoria. Si en apariencia les presento la fórmula del objeto bajo una forma un poco más complicada, comparada con lo que se había hecho hasta ahora, les advierto que así es como Freud acaba planteándola al final de su obra, y no de otra forma. Articula plenamente que el caballo es un objeto que sustituye a todas las imagenes y todas las significaciónes confusas alrededor de las cuales la angustia del sujeto no llega a decantarse. Hace de el un objeto casi arbitrario, y por eso lo llama una señal, la cual permitirá, en este campo de confusiones, definir límites que, si bien son arbitrarios, aún así introducen el elemento de delimitación que hace posible esbozar un orden, primer cristal de una cristalización organizada entre lo simbólico y lo real.

Esto es sin duda lo que se produce a lo largo del progreso del análisis de Juan, Si es que se puede llamar análisis, en el sentido pleno del término, lo que ocurre en esta observación. Los psicoanalistas no parecen haber entendido muy bien todavía, al menos si leemos al Sr. Jones, que Freud planteo algunas reservas sobre el caso, diciendo que era excepcional, porque lo había conducido el propio padre del niño, eso sí, bajo su dirección. En consecuencia, confiaba muy poco en la posible extensión de este método. Los analistas parecen sorprenderse de tanta timidez en Freud. Más les valdría examinar la cuestión con mayor detenimiento. En efecto, ¿no podríamos preguntarnos si, por el hecho de que el análisis lo llevara a cabo el padre, presenta carácterísticas especiales que excluyen, al menos parcialmente, la dimensión propiamente transferencial? Dicho de otra manera, la sandez proferida habitualmente por la señorita Anna Freud, de que no hay transferencia posible en los análisis de niños, ¿no será aplicable precisamente a este caso, por tratarse del padre?

Es demasiado evidente que en todo análisis de un niño practicado por un analista, hay verdaderamente transferencia, tan sencillamente como la hay en el adulto y mejor que en ninguna otra parte. En este caso se trata de algo un poco particular, cuyas consecuencias nos veremos llevados a mostrar a continuación.

De cualquier forma, esta fórmula permite escandir de la forma más rigurosa todo el progreso de la intervención del padre.

La próxima vez me propongo hacerles ver que esta fórmula nos permite verdaderamente saber por que determinadas intervenciones del padre son infecundas, no tienen eco, y por que otras, por el contrario, ponen en marcha la transformación mítica.

3)
El caso de Juanito nos muestra en su desarrollo las transformaciones de esta ecuación cuyas posibilidades de progreso, más su riqueza metafórica implícita, se han manifestado con la mayor rapidez posible. Hoy me contentaré con indicarles su término último y extremo, escrito en la misma formalización. Ya les he dicho lo suficiente como para que puedan concebir su importancia.

Lo que vemos al final, es con toda seguridad una solución que instaura a Juanito en un registro de las relaciones objetales que resulta vivible. ¿Está plenamente conseguido desde el punto de vista de la integración edípica? Antes de estudiarlo más de cerca la próxima vez, vamos a ver inmediatamente en que sentido lo está y en que sentido no lo está.

Si leemos el texto en el que Juanito fórmula su posición al final, nos dice —Ahora yo soy el papá, der Vatti. No tenemos necesidad de preguntarnos como se le ha podido ocurrir semejante idea —con un padre a quien ha tratado de estimular a lo largo de toda la observación, suplicándole —Haz tu trabajo de padre. El último fantasma, tan bello, con el padre, nos lo muestra consiguiendo por los pelos alcanzarle en el andén de la estación, mientras que Juanito ya se ha largado hace rato, y se ha ido ¿con quién? Como por casualidad, con la abuela.

Lo primero que le pregunta el padre es —¿Y ahora qué harías en mi lugar si fueras el padre?—Oh, es muy fácil, te llevaría todos los domingos a ver a la abuela. No ha cambiado nada en la relación entre el hijo y el padre. Por lo tanto, puede presumirse que aquí no hay una realización completamente típica del complejo de Edipo.

En efecto, lo vemos enseguida si sabemos leer el texto. Todos los vínculos con el padre están lejos de haberse roto, incluso quedan fuertemente anudados con toda esta experiencia analítica, pero como muy bien dice Juanito, ahora tu serás el abuelo. Lo dice, pero ¿en qué momento? Lean bien el texto —cuando empieza diciendo que el es el padre.

Este término de abuelo tiene aquí un lugar aparte. Primero se ha hablado de la madre, y ya veremos que clase de madre será. Luego se había de la otra mujer, que es la abuela. Pero ningún vínculo entre ese abuelo y esa abuela, en la perspectiva de Juanito para sí.

Freud no se equivoca cuando subraya, con una satisfacción que no nos deja del todo tranquilos, ni mucho menos, que la cuestión del Edipo ha sido resuelta de forma muy elegante por este pequeño hombrecito, convertido así en esposo de su madre tras mandar al padre de vuelta con la abuela. Digamos que es una forma elegante, incluso humorística, de eludir la cuestión. Pero nada, en todo lo que escribe Freud, nos indica por ahora que pueda considerarse esta solución, por muy evidente que pueda parecer, como una solución típica del complejo de Edipo.

Vemos claramente, por parte de Juanito, una elaboración que mantiene cierta continuidad en el orden de los linajes. Si no se hubiera llegado al menos hasta ahí, Juanito no hubiera resuelto nada de nada y la función de la fobia hubiera sido nula. En la medida en que se concibe a sí mismo como el padre, Juanito es función de algo que se escribe.
Se trata de la madre y la abuela. La madre, al final del proceso, se desdobla. Este es un punto muy importante, que le permite al niño encontrar un equilibrio con tres patas, base mínima para establecer la relación con el objeto. El tercero que no ha encontrado en su padre, lo encuentra en la abuela, cuyo valor decisivo, aplastante incluso, en las relaciones de objeto, ha captado perfectamente bien.

Precisamente porque detrás de la madre el añade otra, Juanito, por su parte, se instaura en una paternidad. ¿Qué clase de paternidad? Una paternidad imaginaria.

A partir de este momento, ¿Qué dice Juanito? ¿Quién tendrá hijos? El lo dice muy claro. Pero cuando su padre mete la pata y le pregunta —¿Es con mamá con quien vas a tener hijos?—jQué va!, le responde Juanito, ¿Qué quieres decir con todo eso? Me dijiste que el padre no puede tener hijos él sólo y ahora quieres que yo los tenga.

Este momento tan chocante de oscilación en el diálogo muestra el carácter reprimido de todo lo referente a la creación paterna, porque desde ese instante, por el contrario, dice que va a tener hijos —pero serán hijos imaginarios.

Como dice con la mayor precisión, desea tener hijos, pero por otra parte no quiere que su madre los tenga. De ahí las garantías que desea para el futuro. Para que la madre no tenga más niños, esta dispuesto a todo, incluso a sobornar generosamente —sea como sea, estamos ante un retoño de capitalistas— al gran genitor por excelencia, el Señor Cigüeña, el de la extraña figura. El próximo día veremos que lugar y que función debemos otorgarle, cual es su verdadero rostro. Para que no haya ningún otro niño real, Juanito llega a sobornar a Papá Cigüeña.

La función paterna que el niño asume es imaginaria. Juan sustituye a la madre y tiene niños tal como ella los tiene. Se ocupara de sus hijos imaginarios de la misma manera como consiguió resolver por completo la noción de niño, incluida la de la pequeña Ana.

¿En que consiste todo su fantasma sobre la caja, la cigüeña y Ana, que existía mucho antes de haber nacido? En imaginarizar a su hermana, en fantasmatizarla. Así que tendrá hijos imaginarios. Se convertirá en un personaje esencialmente poeta, creador en el orden imaginario.

A la última forma de sus creaciones imaginarias le da el nombre de Lodi. Su padre esta muy interesado —¿Qué significa esta Lodi? ¿Es chocolodi?—No, es saffalodi. En efecto, saffaladi significa salchichita. El carácter faliforme de la imagen indica claramente la transmutación imaginaria operada en ese falo no devuelto y a la vez eternamente imaginado por la madre. Al final lo encontramos reproducido bajo la forma de la pequeña Lodi.

La mujer nunca será para él más que el fantasma de esas pequeñas hermanas-hijas en torno a las cuales habrá girado toda su crisis infantil. No será del todo un fetiche, porque por otra parte será, si me permiten, el verdadero fetiche. Juanito no se habrá detenido en lo inscrito sobre el velo, habrá encontrado la forma heterosexual típica de su objeto, lo cual no impide que en adelante y para siempre, sin lugar a dudas, su relación con las mujeres este marcada por esta génesis narcisista en la que se fue situando en ortoposición con respecto al partener femenino. Por decirlo todo, el partener femenino no se habra engendrado a partir de la madre, sino a partir de los hijos imaginarios que el puede hacerle a la madre, herederos a su vez de ese falo alrededor del cual ha girado todo el juego primitivo de la relación de amor, de captación del amor, con la madre.

Si nos orientamos en nuestra ecuación, tenemos pues al final, por una parte, la afirmación de la relación de Juan, como nuevo padre, como Vatti, con un linaje materno, y por otra parte, la pequeña Ana montada en el caballo y que adquiere posición de dominio con respecto a toda la expedición, todo el carro, todo lo que acarrea la madre tras ella

En efecto, es por mediación de Ana como Juanito consigue dominar a la madre, no simplemente darle con la fusta sino, como nos muestra la continuación de la historia, ver lo que tenía en la barriga. Una vez extraída la navajita castradora, resulta mucho más inofensiva.

Tal es la fórmula, opuesta a la anterior, que marca el punto de llegada de la transformación de Juanito.

Seguramente tendrá toda la apariencia de un heterosexual normal. Sin embargo, el camino que habrá recorrido en el Edipo para llegar hasta ahí es un camino atípico, vinculado con la carencia del padre. Tal vez les sorprenda a ustedes que esta sea tan grande, pero la líea de la observación nos muestra constantemente los desfallecimientos del padre y sus carencias, subrayados en todo momento por la llamada del propio Juanito. Así, no tiene nada de sorprendente que la carencia paterna marque la resolución de la fobia con una atipia terminal.

Sólo quiero que se fijen en estos dos extremos y admitan que es concebible articular la transformación de uno a otro a través de una serie de etapas.

Sin duda, en esto es conveniente no ser demasiado sistemático. Esta clase de lógica es nueva. Si tiene alguna continuación, tal vez deba ser simplemente introducir cierto número de cuestiones referentes a su formalismo. ¿Tiene las mismas leyes que lo que se ha formalizado en otros dominios de la lógica?

Freud ya empezo en la Traumdeutung a decirnos algo de la lógica del inconsciente, dicho de otra manera, de los significantes en el inconsciente. Desde luego, no es la misma que nuestra lógica habitual. Una cuarta parte, por lo menos, de la Traumdeutung está consagrada a mostrar como cierto número de articulaciones lógicas esenciales, el o lo uno o lo otro, la contradicción, la causalidad, pueden trasladarse al orden del inconsciente. Esta lógica se puede distinguir de nuestra lógica habitual. Así como la topología es una geometría de goma, en este caso se trata también de una lógica de goma.

De goma no quiere decir que todo sea posible. Dos anillos enlazados uno con otro, aunque sean de goma, hasta nueva orden nada nos autoriza a separarlos. Esto es para decirles que la lógica de goma no esta condenada a una libertad complete. Exige cierto número de definiciones de términos, que será necesario establecer.

En suma, en la resolución de la fobia de Juanito se presenta determinada configuración, que es esta. A pesar de la presencia, la insistencia incluso, de la acción paterna, Juanito se inscribe en una especie de linaje matriarcal o, por decirlo más simplemente, incluso de forma más estricta, de duplicación materna, como si fuera necesario un tercer personaje y, a falta de que lo haya sido el padre, lo es la famosa abuela.

Por otra parte, ¿Qué pone a Juanito en relación con el objeto que de ahora en adelante será el objeto de sus deseos? Como ya he subrayado, en la anamnesis encontramos el testimonio de algo que lo vincula con Gmunden, con su hermana, con las niñas, es decir, con los niños, como hijas de su madre pero también sus propias hijas, sus hijas imaginarias. Esta estructura originalmente narcisista de sus relaciones con la mujer esta indicada en el resultado, el punto de llegada, de la solución de su fobia. ¿Qué huellas quedaran del paso por la fobia? Algo muy curioso —el corderito, aquél con el que se entrega a juegos muy particulares, como hacerse derribar por él.

Un día trato de poner a su hermana a caballo encima de ese corderito. En esta posición se encuentra, sobre el caballo, en el fantasma de la caja grande, última etapa antes de la resolución de la fobia. La hermana ha tenido que dominarlo para que él, Juanito, pueda tratar al caballo como se merece, o sea zurrarlo. En este momento se confirma la equivalencia entre el caballo y la madre —golpear al caballo es también golpear a su madre. La hermanita montada en el corderito, esta es pues la configuración que queda al final.

Ni puedo negarme el placer, ni puedo reservarme el enigma, de mostrarles la obra a propósito de la cual nuestro maestro, Freud, planteo su análisis de Leonardo de Vinci, o sea, no la Virgen de las rocas, sino el gran cartón de Santa Ana, en el Louvre, precedido por un dibujo que se encuentra en Burlington House. Es este.

Todo el análisis que hizo Freud de Leonardo de Vinci gira alrededor de esta Santa Ana, con su figura tan extrañamente andrógina —por otra parte se parece al San Juan Bautista—, esta Virgen y el Niño. Y como aquí se subraya, a diferencia del cartón de Londres, el primo, o sea, Juan Bautista, es precisamente un corderito.

Esta configuración no le paso desapercibida a Freud, y constituye verdaderamente el núcleo de su demostración en esa obra tan singular que es su estudio Un recuerdo infantil de Leonardo de Vinci. Espero que se tomen la molestia de leerlo de aquí a fin de año, porque tal vez llegué a servirme de él para hacerles la clausura de mi seminario.

Por fuerza han de apreciar el carácter inverosímilmente enigmático de toda la situación en la que por primera vez se introduce el término de narcisismo —la audacia casi insensata de escribir algo semejante cuando fue escrito. Luego hemos conseguido escotomizar, ignorar la existencia de cosas como esta en la obra de Freud.

Léanlo y verán hasta que punto es difícil saber que puede significar a fin de cuentas. Pero léanlo al mismo tiempo para ver hasta que punto se sostiene, a pesar de todos sus errores—los hay, pero no importa.

Tendremos que volver a referirnos a esta singular configuración, cuya finalidad es presentarnos una humanissima trinity, una trinidad muy humana, opuesta a la divinissima, a la que sustituye.

Lo que he querido indicarles, para que quede coma un punto de apoyo, es la singular necesidad de un cuarto término que vemos ahí coma un residuo bajo la forma de este cordero, término animal donde encontramos el propio término de la fobia.