Seminario 5: Clase 2, del 13 de Noviembre de 1957

Retomemos nuestra exposición en el punto en que la habíamos dejado la última vez, es decir, en el momento en que Hirech-Hyacinthe, hablando con el autor de Azebeder, a quien ha encontrado en los baños de Lucca, le dice: «tan cierto como que Dios debe darme todo lo que hay de bueno, yo estaba sentado completamente como un igual, completamente famillonariamente».

He ahí, pues de dónde partimos de la palabra famillonario que, en suma, ha tenido su fortuna.

Es conocida por el punto de partida que Freud toma en ella.

Es pues ahí que nosotros retomamos, y es ahí que voy ya a tratar de mostrarles la manera por la cual Freud aborda el chiste (trait d’ esprit). El análisis es importante para nuestro propósito.

En efecto, la importancia de este punto ejemplar es manifestarnos —puesto que, ¡ay!, hay necesidad de ello—, de manera indudable, la importancia del significante en lo que nosotros podemos denominar, con él los mecanismos del inconsciente.

Evidentemente, es por completo sorprendente ver ya que el conjunto de aquellos cuya disciplina no los prepara especialmente para eso —quiero decir los neurólogos—, a medida que se colegial alrededor de ese tema delicado de la afasia, es decir del déficit de la palabra, día a día hacen progresos notorios en cuanto a aquello de lo que se trata, lo que se puede denominar su formación lingüística, pero que los psicoanalistas, para quienes todo su arte y toda su técnica reposan en el uso de la palabra, no la han tenido para nada en cuenta, mientras que lo que Freud nos muestra no es simplemente una especie de referencia humanista que manifiesta su cultura o sus lecturas en lo que es del dominio de la filología, sino una, referencia absolutamente interna orgánica.

Desde la ultima vez, espero que al menos la mayoría de ustedes habrá entreabierto su relación con lo inconsciente. Entonces se darán cuenta de que es muy precisamente alrededor de su referencia a la técnica del chiste (mot d’ esprit) en tanto que técnica de lenguaje que gira siempre su argumentación, y que si lo que surge de sentido, de significación en el chiste, es algo que le parece que merece ser remitido a lo inconsciente , esto no está fundado —insistiré que todo lo que tenga que decir del chiste se relacióna con ello— más que sobre su función misma de placer, que gira y da vueltas siempre y únicamente en razón de las analogías de estructura que no se conciben salvo en el plano lingüístico, análogas de estructura entre lo que sucede en el chiste —quiero decir el lado técnico del chiste, digamos el lado verbal del chiste— y lo que sucede bajo diferentes nombres, que Freud ha descubierto; momentos bajo los diversos nombres, lo que es el mecanismo propio de lo inconsciente, a saber, mecanismos tales como la condensación, el desplazamiento. Por hoy me limito a esos dos.

He aquí, pues, adonde hemos llegado: Hirsch Hyacinthe, hablando con Heinrch Heine, o Hirsch Hyacinthe, ficción de Heinrich Reine, contando lo que le ha sucedido. Algo se ha producido en el punto de partida —para atenernos a este segmento que acabo de aislar—, algo muy neto , sobresaliente de alguna manera como para ponerlo en bandeja exaltarlo, lo que va a llegar, esta invocación al testigo universal y a las relaciones personales del sujeto con este testigo, es decir Dios. «Tan cierto como que Dios me debe todos los bienes», lo que es algo, irrefutablemente, a la vez significativo por su sentido, e irónico por lo que la realidad puede mostrar allí de desfalleciente, pero a partir de ahí la enunciación se produce: «yo estaba sentado al lado de Salomón Rothschild, completamente como un igual». He aquí el surgimiento del objeto: este completamente lleva en si algo que es bastante significativo. Cada vez que invocamos el completamente, la totalidad, es que no estamos completamente seguros de que esta totalidad esta verdaderamente cerrada, y, en efecto, esto se reencuentro en muchos niveles, y diría incluso que en todos los niveles del uso de esta. noción de totalidad.

Aquí, en efecto, él vuelve sobre este completamente, y dice: «completamente…», y aquí se produce el fenómeno la cosa inesperada, el escándalo de la enunciación, a caber ese mensaje inédito, ese algo del que no sabemos incluso todavía lo que es, que no podemos todavía nombrar, y que es «…famillonario», algo de lo que no sabemos si es un acto falido o un acto logrado, un resbalan o una creación poética. Vamos a verlo, Puede ser lo todo a la vez, pero precisamente conviene que nos detengamos en la formación, sobre el estricto plano del significante, del fenómeno, de lo que inmediatamente será retomado.

Voy a decirse los, y ya lo he anunciado la última vez: en una función significante que le es propia en tanto que significante que escapa al código, es decir, a todo lo que hasta entonces se ha acumulado de formaciones del significante en sus funciones de creación de significado, hay ahí algo nuevo que aparece, que puede ser anudado al resorte mismo de lo que se puede llamar el progreso de la lengua, su cambio.

Conviene ante todo que nos detengamos en este algo en su formación misma, quiero decir en el punto en que eso se sitúa en relación al mecanismo formador del significante. Conviene que nos detengamos allí para poder incluso continuar valederamente con lo que se va a mostrar que son las continuaciones del fenómeno, incluso sus acompañamientos, incluso todavía, dado el caso, sus fuentes, sus puntos de referencia. Pero el fenómeno esencial es ese nudo, ese punto donde aparece ese significante nuevo, paradojal, ese «famillonario» del cual Freud parte, y al cual vuelve sin cesar, sobre el cual nos ruega que nos detengamos, sobre al cual —ustedes lo verán— hasta el fin de su especulación sobre el chiste no deja de volver como designando el fenómeno esencial, el fenómeno técnico que especifica al chiste, y que nos permite discernir lo que es el fenómeno central, por el cual nos enseña sobre el plano que es nuestro propio plano, a saber las relaciones con el. inconsciente, y lo que nos permite también de paso esclarecer desde una nueva perspectiva todo lo que lo rodea, todo lo que lo lleva en lo que se puede llamar las tendenz (tendencias), puesto que es el término tendenz el que es empleado en esta obra, de ese fenómeno de irradiación diversa, a lo cómico, a la risa, etc.; fenómenos que pueden irradiar de él.

Detengámonos pues sobre el famillonario.

Hay varias maneras de abordarlo, ése es el fin no solamente de este esquema, sino de este esquema en tanto que les es dado para permitirles inscribir los diferentes planos de la elaboración signiticante -estando aquí especialmente elegido la palabra elaboración, puesto que está elegida expresamente, puesto que Freud la informa especialmente.

Detengámonos en eso y, para no sorprenderlos demasiado, comencemos percatándonos en que sentido se dirige esto. ¿Qué sucede cuando aparece famillonario? Se puede decir que algo se indica con ello, que sentimos como algo que apunta hacia el sentido; algo tiende a surgir de ahí, que es algo irónico, incluso satírico, algo también que aparece menos, pero que se desarrolla, si podemos decir así, en los contragolpes del fenómeno, en lo que va a propagarse en el mundo a continuación de eso. Es una especie de surgimiento de un objeto, él, que va más bien hacia lo cómico, hacia lo absurdo, hacia el sinsentido. Es el famillonario en tanto que él es la irrisión del millonario, tendiendo a tomar forma de figura, y no habría que hacer mucho para indicarles en qué dirección, en efecto, tiende a encarnarse.

Además, Freud nos señala al pasar que en alguna parte, también, Heinrich Heine, redoblando su chiste, llamará al millonario (en alemán: Millionär) el «Millionarr», lo que en alemán quiere decir el loquito millonario (en Francés: fou-fou millionnaire ), o, como podríamos traducirlo además en francés, en la continuación y en la línea de sustantivación del famillonario del que hablaba hace unos instantes, el «fat (uo) millonario», con un guión (en francés: fat-millionnaire). Esto para decirles que ahí está la aproximación que hace que no sigamos siendo inhumanos.

No iremos mucho más lejos porque, a decir verdad, no es el momento; es justamente el tipo de paso que se trata de no precipitar, a saber: no comprender demasiado rápido, porque al comprender demasiado rápido no se comprende absolutamente nada. Eso no explica nunca el fenómeno que acaba de suceder ante él, a saber, en qué se relacióna a lo que podemos llamar la economía general de la función del significante.

Al respecto, es necesario sin embargo que yo insista para que todos ustedes tomen conocimiento de lo que he escrito en lo que he llamado la instancia de la letra en el inconsciente a saber, los ejemplos que he dado en ese texto de las dos funciones, que llamo las funciones esenciales del significante, en tanto que son aquellas por donde, si se puede decir, la reja del significante cava en lo real lo que se llama el significado, literalmente lo evoca, lo hace surgir, lo maneja, lo engendra; a saber, las funciones de la metáfora y de la metonimia.

Parece que a algunos, digamos que mi estilo les bloquea la entrada a este artículos lo lamento. Ante todo, yo no puedo hacer nada, mi estilo es lo que es. A este respecto, les pido que hagan un esfuerzo, pero quisiera simplemente añadir que, cualesquiera que sean las deficiencias que puedan intervenir en ello por mi culpa, hay también a pesar de todo, en las dificultades de ese estilo —quizá algunos puedan entreverlo—, algo que debe responder al objeto mismo del que se trata.

Si se trata en efecto, a propósito de las funciones creadoras que ejerce el significante sobre el significado, de hablar de una manera válida, no simplemente de hablar de la palabra, sino de hablar en el hilo de la palabra, si podemos decir así, para evocar sus funciones mismas, tal vez la continuación de mi exposición de este año les mostrará que hay necesidades internas de estilo, la concisión por ejemplo, la alusión, incluso la agudeza, que son tal vez elementos esenciales, completamente decisivos, para entrar en un campo del que ellas comandan no solamente las avenidas, si no toda la textura.

Volveremos pues a ello, a continuación, a propósito de cierto estilo que no vacilaremos incluso en llamar por su nombre, por ambigüo que pueda parecer, a saber el manierismo, y del que trataré de mostrarles que tiene tras él, no solamente una gran tradición, sino una función irremplazable.

Esto no es más que un paréntesis para volver a mi texto. En ese texto, entonces, ustedes verán que lo que denomino, después de otros —es Roman Jakobson quien lo ha inventado— la función metafórica y metonímica del lenguaje, están ligadas a algo que se expresa muy simplemente en el registro del significante, siendo las carácterísticas del significante, como ya lo he enunciado varias veces en el curso de los años precedentes, las de la existencia de una cadena articulada, y —añadía yo en ese artículo— tendiendo a formar agrupamientos cerrados, es decir, formados por una serie de anillos que se enlazan unos a otros, para formar las cadenas, las cuales se enlazan ellas mismas a otras cadenas a la manera de anillos, lo que está un poco evocado también por la forma general de este esquema, pero que no está directamente presentado.

La existencia de estas cadenas, en su doble dimensión, implica que las articulaciones o enlaces del significante comportan dos dimensiones, la que podemos llamar de la combinación, de la continuidad, de la concatenación de la cadena, y la de las posibilidades de sustitución siempre implicadas en cada elemento de la cadena.

Este segundo elemento, absolutamente esencial, es ese elemento que, en la definición líneal que Freud daba de la relación del significante y del significado, es omitido. En otros términos, en todo acto de lenguaje, la dimensión diacrónica es esencial, pero hay una sincronía implicada, evocada por la posibilidad permanente de sustitución inherente a cada uno de los términos del significante. En otros términos, son las dos relaciones que voy a indicar: dando, la una, el lazo de la combinación del lazo del significante, y la otra la imagen de la relación de sustitución siempre implícita en toda articulación significante.

No es necesario poseer extraordinarias posibilidades de intuición para percatarse de que debe haber al menos alguna relación entre lo que acabamos de ver producirse y lo que Freud nos esquematiza de la formación del famillionario, a saber sobre dos líneas diferentes, «yo estaba sentado… etc., de una forma completamente familiar», y, abajo, «millionario». Freud completa: ¿qué es lo que puede querer decir esto? Esto puede querer decir que hay alguna cosa que ha caído, que ha sido eludida, eso quiere decir en tanto que puede permitírselo, o que puede realizarlo o lograrlo un millonario. Algo ha caído en la articulación del sentido, algo ha permanecido: el millonario. Algo se ha producido que ha comprimido, embutido, el uno en el otro, el familiar y el millonario, para producir el famillonario.

Hay pues ahí algo que es una suerte de caso particular de la función de sustitución, caso particular del que, de alguna manera, quedan las huellas. La condensación, si ustedes quieren, es, una forma particular de lo que puede producirse al nivel de la función de sustitución.

Sería bueno que, desde ahora, tengan ustedes en mente el largo desarrollo que he hecho alrededor de una metáfora, aquella sobre la gavilla de Booz:

«Su gavilla no era avara ni rencorosa»

mostrando que es el hecho de que su gavilla reemplace el término de Booz el, que constituye ahí la metáfora, y que gracias a esta metáfora surge algo alrededor de la figura de Booz, algo que es un sentido, el sentido del advenimiento a su paternidad, con, incluso, todo lo que puede irradiar y brotar de nuevo alrededor, por el hecho de que él llega a eso —pero ustedes lo recuerdan bien— de una manera inverosímil, tardía, imprevista, providencial, divina, que es precisamente esta metáfora que está ahí para mostrar este advenimiento de un nuevo sentido alrededor del personaje de Booz, que en ella aparecía excluido, forcluído y que es también en una relación de sustitución, esencialmente, que nosotros debemos ver el resorte creador, la fuerza creadora, la fuerza de engendramiento —es el caso decirlo— de la metáfora.

Esta es una función completamente general, diría incluso que es por eso, que es por esta posibilidad de sustitución, que se concibe el engendramiento mismo, si puedo decirlo, del mundo, del sentido, que toda la historia de la lengua, a saber, los cambios de función gracias a los cuales se constituye una lengua, es ahí y no en otra parte que tenemos que comprenderla; que si alguna vez hubiera la posibilidad de darnos una especie de modelo o de ejemplo de lo que es la génesis de la aparición de una lengua en ese mundo inconstituído que podría ser el mundo antes de que se hable, nos es necesario suponer algo irreductible y original que es seguramente el mínimo de cadenas significantes, pero un cierto mínimo sobre el cual no insistiré hoy, aunque convendría hablar de ello. Pero ya les he dado suficientes indicaciones al respecto, sobre ese cierto mínimo, estando dado que es por la vía de la metáfora, o saber del juego de la sustitución de un significante a otro, en cierto lugar, que se crea, no solamente la posibilidad de desarrollo del significante, sino la posibilidad. de surgimiento de sentidos siempre nuevos, yendo siempre a ratificar, a complicar, y a profundizar, a dar su sentido de profundidad a lo que, en lo real, no es más que pura opacidad .

Les dejo buscar un ejemplo de esto para ilustrárselos, lo que se puede llamar lo que sucede en la evolución del sentido, y cuanto siempre, más o menos, reencontramos allí ese mecanismo de la sustitución. Como de costumbre en estos casos yo espero mis ejemplos del azar. Seguramente, no ha dejado de serme suministrado en mi círculo próximo, por alguien que, con vista traducción, había tenido que buscar en el dicciónario  el sentido de la Palabra «aterrado», y que quedó sorprendido en el pensamiento de que jamás había comprendido bien el sentido de la palabra «aterrado», percatándose de que, contrariarnente a lo que esta persona creía, «aterrado» no tiene originalmente y en muchos de sus empleos el sentido de impresionado de terror, sino el de caído en tierra.

En Bossuet, «aterrado» quiere decir literalmente poner en tierra, y en otros textos un poquito posteriores vemos precisarse esta especie de peso de terror. En cuanto a nosotros, diríamos que incontestablemente los puristas contaminan desvían el sentido de la palabra «aterrado». No queda menos que aquí los puristas están completamente equivocados, no hay ninguna; especie de contaminación, e incluso si de paso, después de haberles recordado ese sentido etimológico de la palabra, de la palabra «aterrado», algunos de ustedes pueden tener la ilusión de que «aterrado» no es evidentemente otra cosa que volver a la tierra, que hacer tocar tierra, o que poner tan bajo como tierra, consternar en otros términos, no queda menos que el uso corriente de la palabra implica este trasfondo de terror.

¿Qué quiere decir esto? Esto quiere decir que si partimos de algo que tiene cierta relación con el sentido original por pura convención, porque no hay origen de la palabra «aterrado» en ninguna parte, salvo que sea la palabra »abatidos» en tanto que ella evoca en efecto lo que la palabra «aterrado», en ese sentido pretendidamente puro, podría evocarnos, la palabra «aterrado» que la ha sustituido en principio como una metáfora, una metáfora que no parece serlo, porque partimos de esta hipótesis de que originariamente ambas quieren decir lo mismo: arrojar a tierra o contra la tierra, es eso lo que les ruego observar, es que no es en tanto que «aterrado» cambie como sea el sentido de «abatido» que va a ser fecundo, generador de un nuevo sentido, a saber, lo que quiere decir alguien con «aterrado». En efecto, es un nuevo sentido, es un matiz, que no es lo mismo que «abatido», y, por implicador de terror que sea no es tampoco aterrorizar, es algo nuevo.

De este nuevo matiz de terror, que eso introduce en el sentido psicológico y ya metafórico que tiene la palabra «abatido» —porque psicológicamente no somos ni «aterrados» ni «abatidos»—, hay algo que no podemos decir en tanto que no hay palabras, y estas palabras proceden de una metáfora, a saber, lo que sucede cuando un árbol es abatido, o cuando un luchador es echado por tierra, «aterrado», segunda metáfora.

Pero observen que no es para nada porque originariamente es eso que está ahí el interés de la cosa, que el «ser» que esta en el «aterrado» quiera decir terror, que el terror es introducido; que, en otros términos, la metáfora no es una inyección de sentido, como si eso fuera posible, como si los sentidos estuvieran en alguna parte aunque sea en un reservorio. La palabra «aterrado» no aporta el sentido en tanto que tiene una significación, sino en tanto que significante, es decir que, teniendo el fonema «ter», tiene el mismo fonema que está en «terror». Es por la vía significante, es por la vía del equivoco, es por la vía de la homonimia, es decir de la cosa más sin sentido que pueda haber, que viene a engendrar este matiz de sentido, que va a introducir, que va a inyectar, en el sentido ya metafórico de »abatido», este matiz de terror.

En otros términos, es en la relación (S barra sobre S’) es decir de un significante a un significante, que va a engendrarse una cierta relación (S barra sobre S), es decir, significante sobre significado. Pero la distinción entre las dos es esencial, es en la relación de significante a significante, en algo que enlaza el significante de aquí al significante que está allá, es decir en algo que es la relación puramente significante, es decir homonímica, de «ter» y de «terror», que va a poder ejercerse la acción de engendramiento de significación, a saber, de matizamiento por el terror de lo que ya existía como sentido sobre una base ya metafórica

Esto nos ejemplifica entonces lo que sucede al nivel de la metáfora. Yo quisiera, simplemente, indicarles algo que va a mostrarles cómo esto se reúne por un comienzo de sendero, con algo que va a interesarnos completamente, desde el punto de vista de lo que vemos que sucede en el inconsciente.

Otro tanto al nivel de fenómenos de creación de sentido normal por la vía sustitutiva, por la vía metafórica, que preside a la evolución y a la creación de la lengua, pero al mismo tiempo a la creación y a la evolución del sentido como tal, quiero decir del sentido en tanto que no es solamente percibido, sino que el sujeto se incluye en él, es decir, en tanto que el sentido enriquece nuestra vida.

Simplemente quiero hacerles observar esto: ya les he indicado que la función esencial de significante de la ganzúa (crochet) «ter», es decir, de algo que nos es necesario considerar como puramente significante, de la reserva homonímica con la cuál trabaja, lo veamos o no, la metáfora.

¿Qué ocurre, también? No sé si ustedes lo comprenderán inmediatamente, pero lo captaran mejor cuando vean el desarrollo. Esto no es más que un esbozo de una vía esencial. Es que a medida en que se afirma, en que se constituye el matiz de significación «aterrado», este matiz, obsérvenlo, implica cierta dominación y cierto domesticamiento del terror. Ahí, este terror, no solamente está nombrado, sino que, igualmente, está atenuado, y esto es lo que, además, permite conservarlo, para que ustedes continúen manteniendo en sus espíritus la ambigüedad de la palabra «aterrado» después de todo, ustedes se dicen que «aterrado» tiene en efecto una relación con la tierra, que el terror no es allí completo, que el abatimiento, en el sentido en el que no tiene para ustedes ambigüedad, guarda su valor prevalerte, que no es más que un matriz que, para decirlo todo, en esta ocasión el terror esta en penumbras.

En otros términos, es en la medida en que el terror no es observado de frente, está tomado por el sesgo intermediario de la depresión, que lo que sucede es completamente olvidado hasta el. momento en que —se los he recordado— el modelo está completamente, en tanto que tal, fuera del circuito. Dicho de otro modo, en la medida en que el matiz «aterrado» se ha establecido en el uso, en que ha devenido sentido y uso de sentido, el significante le es presentificado digamos la palabra: el significante esta reprimido, propiamente hablando. En todos los casos, desde que se ha establecido en su matiz actual el uso de la palabra «aterrado», el modelo, salvo recurso al dicciónario, al discurso sabio, no está más a vuestra disposición. Con respecto a la palabra «aterrado», está como «tierra», «terra», reprimido.

Con esto yo voy un poquito demasiado adelante porque es un modo de pensamiento al cual ustedes no están todavía muy habituados, pero creo que eso nos evitará un retorno. Ustedes van a ver hasta qué punto lo que yo les llamo el comienzo de las cosas es confirmado por el análisis de los fenómenos.

Volvamos a nuestro famillonario, al punto, pues, de conjunción o de condensación metafórica, en que lo habíamos visto formarse.

A ese nivel, separando la cosa de su contexto, a saber, del hecho de que es Hirsch Hyacinthe, es decir el espíritu de Heinrich Heine, quien lo ha engendrado, iremos ulteriormente a buscarlo mucho más lejos en su génesis, en los antecedentes de Hainrich Heine, en las relaciones de Heinrich Heine con la familia Rothschild. Incluso sería necesario volver a leer toda la historia de la familia Rothschild para estar bien seguros de no equivocarnos, pero no llegamos a eso.

Por el momento llegamos al famillonario. Aislémoslo un instante. Estrechemos, tanto como podamos, el campo de visión de la cámara alrededor de este famillonario. Después de todo, el podría haber nacido en otra parte que en la imaginación de Meinrich Heine quizá Heinrich Reine lo fabricó en un momento distinto que en el momento en que él estaba ante su papel en blanco y con la pluma en la mano; quizá fue una tarde, en una de sus deambulaciones parisinas que evocaremos, que eso se le ocurrió asi. Existen incluso todas las posibilidades de que eso haya ocurrido en un momento de fatiga, de crepúsculo. Para decirlo todo, este famillonario también podría haber sido un lapsus, lo que incluso es completamente concebible.

Ya he considerado un lapsus que recogí en flor de la boca de uno de mis pacientes. Tengo otros, pero vuelvo a éste porque es preciso volver siempre sobre las mismas cosas hasta que estén bien gastadas, y luego se pasa a otra cosa. Es el paciente que, en el curso del relato de su historia sobre mi diván, o de sus asociaciones, evocaba el tiempo en que, con su mujer, a la que había terminado por desposar ante el señor alcalde (monsieur le madre), él no hacía más que vivir «maritablemente» (maritablement).

Ya han visto todos ustedes que eso puede escribirse «maritalmente» (maritalement), lo que quiere decir que uno no se ha casado, y debajo algo en lo cual se conjuga perfectamente la situación de los casados y de los no casados: «miserablemente» (misérablement). Esto hace «maritablemente». Esto no está dicho, está mucho mejor que dicho. Ustedes ahí ven hasta qué punto el mensaje supera, no a aquél que llamara el mensajero —pues verdaderamente es el mensajero de los dioses el que habla por la boca de este inocente—, sino que supera el soporte de la palabra —el contexto, como diría Freud, excluye completamente que mi paciente haya hecho un chiste, y en efecto, ustedes no lo conocerían si en esta ocasión yo no hubiera sido el Otro con una gran A, es decir el oyente, y el oyente no solamente atento, sino el oyente que escucha, en el verdadero sentido del término. No queda menos que, puesto en su lugar, justamente en el Otro, es un chiste particularmente sensacional y brillante.

En la Psicopatología  de la vida cotidiana, Freud nos da innumerables ejemplos de esta aproximación entre el chiste y el lapsus, y a veces la subraya él mismo, y justamente muestra que se trata de algo que es de tal modo vecino del chiste, que él mismo se ve forzado a decirlo, y nosotros estamos forzados a creerle bajo palabra, que el contexto excluye que el o la paciente haya hecho esta creación a título de chiste.

En alguna parte de la Psicopatología de la vida cotidiana, Freud da el ejemplo de esa mujer que, hablando de la situación recíproca de los hombres y de las mujeres, dice: para que una mujer interese a los hombres, es preciso que sea linda —lo que no está al alcance de todo el mundo, implica ella en su frase—, pero, para un hombre, basta con que tenga sus cinco miembros derechos.

No siempre son plenamente traducibles tales expresiones, a menudo estoy obligado a hacer una transposición completa, es decir a recrear la palabra en francés. Ahí casi sería necesario emplear el término «todo tieso» (raide). La palabra «derecho» (droit) no es de uso corriente, tampoco corriente como en alemán. Hace falta que Freud establezca una ligazón entre los cuatro miembros y los cinco miembros para explicar la génesis de la cosa, que les da sin embargo la tendencia un poquito picaresca que no es dudosa.

Lo que en todo caso Freud nos muestra es que la palabra no va tan directamente a su objetivo, ni en alemán ni en francés, en que se la traduce como «cinco miembros derechos», y que por otra parte él da esto como textual, que el contexto excluye que la mujer parezca tan cruda. Es perfectamente un lapsus, pero ustedes ven cómo se parece a un chiste,

Entonces, lo vemos, eso puede ser un chiste, eso puede ser un lapsus, incluso diría mas: eso puede ser pura y simplemente una tontería, una ingenuidad lingüística. Después de todo, cuando yo califico eso en mi paciente, que era un hombre particularmente simpático, eso no era incluso en él verdaderamente un lapsus, la palabra «maritablemente» formaba parte perfectamente, para él, de su léxico; él no creía para nada decir algo extraordinario. Hay personas así que se pasean por la existencia, que a veces tienen situaciones muy elevadas, y que salen con palabras de ese tipo. Un célebre productor de cine, parece, producía toneladas de ellas por día. Por ejemplo, al concluir alguna de sus frases imperiosas, decía: «y luego es así, es signé (firmado) que non».

Eso no era un lapsus, era simplemente un hecho de ignorancia y estupidez.

Simplemente quiero mostrarles que conviene que nos detengamos un poco a nivel de esta formación y puesto que en suma hemos hablado del lapsus que de todo esto es lo que nos toca más de cerca, veamos un poco lo que sucede al nivel de los lapsus. Así como hemos hablado de «maritablemente» volvamos sobre el lapsus por el cual hemos pasado en varia retomas para subrayar justamente esta función esencial del significante, el lapsus , si puedo decirlo, original, en la base de la teoría freudiana, aquel que vuelve a inaugurar la Psicopatología de la vida cotidiana, después de haber sido además la primera cosa publicada, en una primera tirada, que es el olvido del nombre.

Ante todo, no son lo mismo un olvido y las cosas de las cosas que acabo de hablarles, pero si lo que estoy por explicarles tiene su alcance, a saber si es perfectamente el mecanismo, el metabolismo del significante, lo que está en el principio y en el resorte de las formaciones del inconsciente, debemos reencontrarlos todos en él y lo que se distingue en  el exterior debe volver a encontrar su unidad en el interior. Ahora, entonces, en lugar de tener famillonario, nosotros tenemos lo contrario, tenemos algo que nos falta.

¿Qué es lo que nos muestra el análisis que hace Freud del olvido del nombre, del nombre propio, extranjero?

Esto no son más que esbozos de cosas sobre las cuales volveré, y a las cuales daré un desarrollo más tarde, pero debo señalarles, al pasar, la particularidad de este caso tal como Freud no los presenta.

El nombre propio es un nombre extranjero. Nosotros leemos la Psicopatología de la vida cotidiana como leemos el periódico, y sabemos tanto de ella que pensamos que no merece que nos detengamos en las cosas que, sin embargo, han sido los pasos de Freud; ahora bien, cada uno de estos pasos merece ser retenido, porque cada uno de estos pasos es portador de enseñanzas y rico de consecuencias.

Les señalo entonces, a este respecto, porque tendremos que volver a ello, que respecto de un nombre, y de un nombre propio, estamos al nivel del mensaje. Esto es algo cuyo alcance tendremos que reencontrar a continuación. Yo no puedo decirles todo a la vez, como los psicoanalistas de hoy que son tan sabios que dicen todo a la vez, que hablan del je y del moi como de cosas que no tienen ninguna complejidad, y que mezclan todo.

Lo que es importante, es que nos detengamos en lo que sucede. Que sea también un nombre extranjero, es otra cosa que el hecho de que sea un nombre propio. Es un nombre extranjero en tanto que sus elementos son extranjeros a la lengua de Freud, a saber, que Signor no es una palabra de la lengua alemana. Pero, si Freud lo señala, es justamente porque ahí nosotros estamos en una dimensión distinta que la del nombre propio como tal, el cual, si puedo decirlo, no sería absolutamente propio y particular, no tendría patria. Todos ellos están más o menos ligados a signos cabalísticos, y Freud nos subraya que esto no carece de importancia. El no nos dice por qué, pero el hecho de que lo haya aislado en un capitulo inicial, prueba que él piensa que ése es un punto particularmente sensible de la realidad que él aborda.

Hay otra cosa que Freud pone también de relieve, e inmediatamente, y sobre la cual estamos habituados a no detenemos, y es que lo que le parece notable en el olvido de los nombres, tal como comienza por evocarlos para abordar la Psicopatología de la vida cotidiana, es que este olvido no es un olvido absoluto, un agujero, una hiancia, sino que se presenta otra cosa en su lugar, otros nombres. Es ahí que se inicia lo que es el comienzo de toda ciencia, es decir, el asombro. Uno no podría verdaderamente asombrarse más que de lo que, aunque sea un poco, ya ha comenzado a recibir, si no uno no se detiene en ello para nada, porque uno no ha visto nada. Pero Freud, precisamente, prevenido por su experiencia de neurótico, ve ahí algo, ve que algo merece que se detenga en el hecho de que se producen sustituciones.

Aquí es necesario que àpresure un poco mis pasos, y que les haga. observar que toda la economía del análisis que va a ser hecho de este olvido del nombre, de este lapsus, en el sentido quedaríamos a la palabra lapsus, en cuanto que el nombre ha caído.

Todo va a centrarse alrededor de lo que se puede denominar una aproximación metonímica. ¿Por qué? Porque lo que ante todo va a resurgir son, pues, esos nombres de reemplazo: Boltraffio, Botticelli.

¿Cómo nos muestra Freud que él los comprende de una manera metonímica? Nosotros vamos a comprenderlo, y es por eso que yo hago este rodeo por el análisis de un olvido, en lo siguiente: en que la presencia de estos nombres, su surgimiento en el Lugar del Signorelli olvidado, se sitúa al nivel de una formación, ya no de sustitución, si no de combinación. En el análisis que Freud hará del caso, no hay ninguna relación perceptible entre Signorelli, Boltraffio y Botticelli, sino relaciones indirectas ligadas únicamente a fenomenos de signifícame. Botticelli, nos dice, y yo me atengo en principio a lo que nos dice.

Debo decir que ésta es una de las más claras demostraciones que Freud haya dado jamas de los mecanismos de análisis de un fenómeno de formación y de deformación, ligado al inconsciente. No deja absolutamente nada que desear en cuanto a claridad. Para claridad de mi exposición, yo estoy forzado a presentárselos de una manera indirecta, diciendo: es lo que Freud dice. Lo que Freud dice se impone en su rigor, en todo caso lo que el dice es de este orden, a saber que Botticelli está allí porque es el resto en su última mitad, y «elli» de Signorelli descompletado por el hecho de que el Signor está olvidado; «bo» es el resto, lo descompletado de Bosnia-Herzegovina, en tanto que el «Her» está reprimido. Del mismo modo para Boltraffio: es la misma represión del Her, la que explica que Boltraffio asocie el «Bo» de (Bosnia) Herzegovina al Trafoi, que es una localidad inmediatamente antecedente a las aventuras de este viaje, aquella en la que él se ha enterado del suicidio de uno de sus pacientes a causa de su impotencia sexual, es decir, el mismo término que había sido evocado en la conversación que precedía inmediatamente, con la persona que está en el tren, entre Ragusa y Herzegovina, y que le evoca a esos turcos, a esos musulmanes, que son personas tan simpáticas que, cuando el médico no ha tenido éxito en curarlos, le dicen: «Herr —señor— sabemos que usted ha hecho todo lo que ha podido, pero sin embargo» etc. El Herr, el peso propio, el acento significativo, a saber ese algo que está en el limite de lo decible, ese Herr absoluto que es la muerte, esa muerte —como dice La Roche foucauld— «que como al sol, no se podría mirar de frente», y que, efectivamente, Freud, no más que otros, no puede ya mirar de frente. Mientras que, por una parte, ella le es presentificada por su función de médico, por cierta ligazón también manifiestamente presente, por otra parte ella tiene un acento muy personal.

Esta ligazón, en ese momento, de una manera indudable en el texto, justamente entre la muerte y algo que tiene una relación muy estrecha con la potencia sexual, probablemente no esta únicamente en el objeto, es decir, en lo que le presentifica el suicidio de su paciente.

Ciertamente, esto va más lejos. ¿Qué quiere decir? Esto significa que todo lo que encontramos son las ruinas metonímicas a propósito de una pura y simple combinación de significantes: Bosnia, Herzegovina, son las ruinas metonímicas del objeto del que se trata, que está tras los diferentes elementos particulares que han venido a jugar ahí, y en un pasado inmediato que esta tras eso, el Herr absoluto, la muerte. Es en tanto que el Herr absoluto pasa a otra parte, se borra, retrocede, es rechazado (repoussé), es, hablando muy propiamente, unterdrückt, que hay dos palabras con las cuales Freud juega de una manera ambigüa. Este un terdruckt, ya se los he traducido como «caído en el fondo», en tanto que el Herr, aquí al nivel del objeto metonímico, enfiló para allí, y por una muy buena razón: que corría el riesgo de estar un poco demasiado presente en la continuación de esas conversaciones, por lo que, como «ersatz», reencontramos los restos, las ruinas del objeto metonímico, a saber ese «bo» que viene ahí a con ponerse con la otra ruina del nombre, que en ese momento está reprimido, a saber «elli», por no aparecer en el otro nombre de sustitución que es dado.

Esta es la huella, el indicio que tenemos delnivel metonímico, que nos permite reencontrar la cadena del fenómeno en el discurso, en lo que todavía puede ser presentificado en ese punto en que, en el análisis, esta situado lo que llamamos la asociación libre, en tanto que esta asociación libre nos permite seguir la pista del fenómeno inconsciente.

Pero esto no es todo, no queda menos que ni el Signorelli, ni el Signor, han estado nunca ahí donde encontramos las huellas, los fragmentos del objeto metonímico quebrado. Puesto que es metonimico, ya está quebrado. Todo lo que sucede en el orden del lenguaje ya está siempre cumplido. Si el objeto metonímico se quiebra ya tan bien, es porque ya, en tanto que objeto metonímico, no es más que un fragmento de la realidad que representa.

Si el Signor no es evocable, si es lo que hace que Freud no pueda reencontrar el nombre de Signorelli, es que él esta en juego. El esta en juego, evidentemente, de una manera indirecta, porque para Freud el Herr, que ha sido efectivamente pronunciado en un momento particularmente significativo de la función que puede tomar como Herr absoluto, como representante de esta muerte que en esta ocasión está unterdrückt, el Herr puede, simplemente, traducirse por Signor. Es aquí que reencontramos el nivel sustitutivo, ya que la sustitución es la articulación, el medio significante en el que se instaura el acto de la metáfora. Pero eso no quiere decir que la sustitución sea la metáfora. Si les enseño aquí a proceder en todos estos caninos de una manera articulada, no es precisamente para que ustedes se entreguen todo el tiempo a los abusos de lenguaje. Yo les dije  que la metáfora se produce en el nivel de la sustitución esto quiere decir que la sustitución es una posibilidad de articulación del significante, y que la metáfora se ejerce allí con su función de creación de significado, en ese lugar donde la sustitución puede producirse. Son dos cosas diferentes. Del mismo modo, la metonimia y la combinación son dos cosas diferentes.

Se los preciso al pasar, porque es en estas indistinciones que se introduce lo que se llama un abuso de lenguaje, que se carácteriza típicamente por esto: que en lo que se puede definir, en términos lógico-matemáticos, como un conjunto o un sub-conjunto, cuando no hay más que un sólo elemento, no hay que confundir el conjunto en cuestión, o el sub-conjunto, con ese elemento particular.

Esto puede servir a las personas que han hecho la critica de mis historias de la (falta en el original).

Volvamos pues a lo que sucede al nivel de Signor y de Herr.

Simplemente, algo tan simple como lo que, evidentemente, ocurre en toda traducción: el enlace sustitutivo del que se trata es una sustitución que se llama heteronomía. La traducción de un término en una lengua extranjera, sobre el plano del acto sustitutivo, en la comparación necesitada por la existencia, al nivel del fenómeno de lenguaje, de varios sistemas lingüísticos, se denomina sustitución heterónima.

Ustedes me dirán que esta sustitución heterónima no es una metáforas. Estoy de acuerdo, yo no tengo necesidad más que de una cosa, que sea una sustitución. No hago más que seguir lo que ustedes están forzados a admitir al leer el texto. En otros términos, quiero hacerles extraer de vuestro saber precisamente esto: que ustedes lo saben más todavía, yo no innovo, todo esto ustedes deben admitirlo si admiten el texto de Freud.

Entonces, si Signor está implicado en el juego, esto es porque hay algo que lo liga a eso de lo que les es signo el fenómeno de la descomposición metonímica en el punto en que se produce, y que se sostiene en que Signor es un sustituto del Herr.

No tengo necesidad de más para decirles que, si el Herr ha seguido por ahí, el Signor, como la dirección de las flechas lo indica, ha seguido por ahí. No solamente ha seguido por ahí, sino que hasta podemos admitir que haya vuelto allí, que es ahí que se pone a girar, es decir, que es reenviado como una pelota entre el código y el mensaje, que gira en redondo en lo que se puede llamar -recuerden lo que les dejé entrever en otra ocasión como posibilidad del mecanismo del olvido, y al mismo tiempo de la rememoración analítica, como siendo algo que debemos concebir como extremadamente imparentados a la memoria de una máquina, a lo que está en la memoria de una máquina, es decir, a lo que gira en redondo hasta que reaparece, hasta que se tenga necesidad de ello, y que está forzado a girar en redondo para constituir una memoria. No se puede imaginar de otro modo la memoria de una máquina, es algo cuya aplicación encontramos muy curiosamente en el hecho de que, si podemos concebir el Signor girando indefinidamente, hasta que sea reencontrado, entre el código y el mensaje, ustedes ven ahí de paso el matiz que podemos establecer entre lo unterdrückt; por una parte, y lo verdrängt por otra, pues si lo unterdrückt aquí no tiene necesidad de hacerse más que de una vez por todas, y en condiciones a las cuales el ser no puede descender, es decir al  nivel de su condición mortal, por otro lado está claro que es de otra cosa que se trata, es decir que, si esto está mantenido en el circuito sin poder volver a entrar ahí durante un cierto tiempo, es necesario entonces que admitamos lo que admite Freud: la existencia de una fuerza especial que lo contiene y lo mantiene allí, es decir, hablando propiamente, una Verdrangung.

No obstante, después de haber indicado a dónde quiero llegar en lo que hace a este punto preciso y particular, les indico que, aunque en efecto no haya ahí sino sustitución, hay también metáfora. Cada vez que hay sustitución, hay efecto o inducción metafórica. No es completamente lo mismo, para alguien que es de lengua alemana, decir Signor o decir Herr. Diría incluso más: es completamente diferente que aquellos de nuestros pacientes que son bilingües, o que simplemente saben una lengua extranjera, y que en un momento dado tengan algo que decir, nos lo digan en otra lengua. Estén seguros de ello, eso les es siempre mucho más cómodo; nunca deja de haber razones para que un paciente pase de un registro a otro. Si es verdaderamente poliglota, eso tiene un sentido, si conoce imperfectamente la lengua a la que se refiere, eso no tiene naturalmente el mismo sentido, si es bilingüe de nacimiento eso tampoco tiene el mismo sentido. Pero en todos los casos eso tiene un sentido, y en todo caso, aquí, provisoriamente, en la sustitución de Signor a Herr, no habla metáfora, sino simplemente sustitución heterónima.

Vuelvo sobre eso para decirles que en esta ocasión Signor al contrario, por todo el contexto al cual se fija, es a saber Signorelli es decir precisamente el fresco de Orvieto, es decir que, como Freud mismo lo dice, la evocación de las cosas últimas históricamente representa precisamente la más bella de las elaboraciones que haya de esta realidad imposible de afrontar, que es la muerte. Es muy precisamente al contarnos mil ficciones —tomando aquí la ficción en el sentido más verídico— sobre el tema de los fines últimos, que nosotros metaforizamos, que domesticamos, que hacemos volver a entrar en ese lenguaje esta confrontación con la muerte.

Está pues bien claro que el Signor aquí en tanto que está ligado al contexto de Signorelli, es ese algo que representa bien una metáfora.

He aquí pues a lo que llegamos, Llegamos a que nos aproximamos a algo que nos permite volver a aplicar punto por punto, puesto que les encontramos una tópica común, el fenómeno del Witz. La producción positiva del famillonario, en el punto en que se ha producido, es un fenómeno de lapsus, de agujero. Yo podría retomar otro y rehacerles la demostración, podría darles como deber que se refieran al ejemplo siguiente que da Freud, a propósito de la frase latina evocada por uno de sus interlocutores: «Exoriar(e) ex nostris ossibus». Arreglando un poco las palabras, porque el ex está entre nostris y ossibus, y dejando caer la segunda palabra, indispensable para la escansión, aliquis, por lo cual no puede hacer surgir aliquis.

Ustedes no podrían verdaderamente comprenderlo más que al remitirlo a esta misma grilla, a este mismo esqueleto, con sus dos niveles, su nivel combinatorio, con este punto elegido donde se produce el objeto metonímico como tal, y su nivel sustitutivo, con este punto elegido donde él se produce, en el encuentro de las dos cadenas por una parte la del discurso, y por otra parte la de la cadena significante al estado puro, al nivel elemental, y que constituye el mensaje.

Lo hemos visto, el Signor está reprimido aquí, en el circuito mensaje-código, el Herr está unter drückt al nivel del discurso, pues es el discurso el que ha precedido, el que ha captado a este Herr, y lo que ustedes reencuentran, lo que les permite volver a ponerse sobre las huellas del significante perdido, son las ruinas metonímicas del objeto.

He aquí lo que nos ofrece el análisis del e jemplo del olvido del nombre en Freud. A partir de él, va a aparecernos más claramente lo que podemos pensar del famillonario.

El famillonario es algo que, lo hemos visto, tiene en sí mismo algo ambigüo y completamente del mismo orden que el de la producción de un síntoma. Si el olvido de un nombre es trasladable, superponible a lo que sucede en la economía significante de un síntoma de lenguaje, debemos encontrar a su nivel lo que completa, lo que les he hecho escuchar recién de su doble función, su función de intención por el lado del sentido, y su función neológica trastornante, turbadora, por el lado de algo que se puede llamar una disolución del objeto, a saber, ya no: «me admitió a su lado como un igual, de un modo completamente famillonario», sino algo de donde surge lo que podemos llamar el famillonario, en tanto que personaje fantástico e irrisorio, que se emparenta con una de estas creaciones, como cierta poesía fantástica, que nos permite imaginar algo intermedio entre el loco-millonario (fou-millonnaire) y el cienpiés (mille-pattes), que a pesar de todo sería también una suerte de tipo humano tal como uno los imagina, que pasan, viven y cruzan en los intersticios de las cosas —un (palabra ilegible) o algo análogo, pero, incluso sin ir tan lejos—, pasar a la lengua a la manera por la que, desde hace algún tiempo, una «respetuosa» quiere decir una puta.

Esta suerte de creaciones son algo que tiene su valor propio, al introducir en algo hasta entonces inexplorado. Ellas hacen surgir algo que podríamos llamar un ser verbal, pero un ser verbal es también un ser a secas, y que tiende cada vez más a encarnarse. También el famillonario es algo que juega, me parece, o que ha jugado, bastantes papeles, no simplemente en la imaginación de los poetas sino en la historia. No tengo necesidad de evocarles que muchas cosas irían todavía más cerca que ese famillonario.

Gide, en Prometeo mal encadenado, hace girar toda su historia alrededor de lo que no es verdaderamente el dios, sino la máquina, el banquero, Zeus, a quien llama el Miglionnaire, cuya función esencial en la creación del chiste les mostraré en Freud. Sin que se sepa si hay que pronunciar el «Miglionnaire» de Gide a la italiana o a la francesa, creo por mi parte que debe ser pronunciado a la italiana.

En resumen, si nos inclinamos sobre famillonario vemos entonces, en la dirección que les indico, que no es alcanzado al nivel del texto de Heine en ese momento, que Heine no le da para nada su libertad, su independencia en el estado de sustantivo. Si incluso antes lo traduje como «completamente famillonariamente», fue precisamente para indicarles que ahí permanecemos al nivel del adverbio, puesto que incluso se puede jugar con las palabras, solicitar a la lengua la manera de ser y, al cortar las cosas entre las dos, ven ustedes toda la diferencia que hay entre la manera de ser y lo que estaba por indicarles como dirección, a saber, una manera de ser.

No hemos llegado hasta allí, pero ven que las dos están continuas. Heine permanece al nivel de la manera de ser, y él mismo tuvo el cuidado, al traducir su propio término de traducirlo justamente, no «de un modo completamente famillonario» sino, como yo lo he hecho recién, «completamente famillonariamente».

¿Qué es lo que este completamente famillonariamente soporta? Algo que es, sin que en modo alguno desemboquemos en este ser de poesía, algo extraordinariamente rico, hormigueante, pululante, justamente a la manera en que suceden las cosas al nivel de la descomposición metonímica. Aquí la creación de Heinrich Heine merece ser remitida a su texto, al texto de los baños de Lucca, al texto de esa familiaridad efectiva en la que vive  Hirsch-Hyacinthe con el barón Cristóforo di Gumpelino, vuelto un hombre muy a la moda que se deshace en toda suerte de cortesías y asiduidades al lado de las bellas damas, y a la que se añade  la familiaridad fabulosa, asombrosa, de Hirsch Hyacinthe enganchado a sus maletas. La función de parásito, de servidor, de doméstico, de mandadero de este personaje, nos evoca de golpe otra posible descomposición de la palabra famillonario,sin contar que, detrás, no quiero hacer alusión a la función dolorosa y desgarradora de las mujeres en la vida de este banquero caricatural que nos saca en esta ocasión Heine, sino seguramente, al costado hambriento de éxito, el hambre que ya no es el saincra fames, sino el hambre de satisfacer algo que, hasta ese momento de su ascenso a las más altas esferas de su vida, le ha sido rehusado.

Esto nos permitirá trazar todavía de otra manera la descomposición posible, la significación posible de esta palabra: fat (uo) millonario (fas-millionnaire). El fat (uo) millonario es a la vez Hirsch-Hyacinthe y el barón Christian… Y es también otra cosa, porque detrás de eso están todas las relaciones de la vida de Heinrich Heine, y también sus relaciones con los Rothschild, singularmente famillonarios.

Lo importante es que ustedes vean en este mismo chiste esas dos vertientes de la creación metafórica en un sentido, en el sentido del sentido, en el sentido en que esta palabra lleva, emite, es rica de significación psicológica, y en su momento hace blanco y nos retiene por su talento, en el limite de la creación poética, y cómo,  por otra parte, en una suerte de reverso, que no es percibido forzosamente de inmediato, la palabra, en virtud de combinaciones que podríamos extender aquí indefinidamente, hormiguea de todo lo que, en esta ocasión, pulula de necesidades alrededor de un objeto.

He hecho alusión a fames. Habría también fama, a saber la necesidad de brillo y de fama que persigue el personaje del amo de HirschHyacinthe. Habría también la infamia fundamental de esta familiaridad servil que desemboca en la escena de esos baños de Lucca, en el hecho de que Hirsch-Hyacinthe dé, precisamente a su amo, una de esas purgas cuyo secreto posee, y que lo sumerge en las angustias del cólico en el preciso momento en que, finalmente, recibe el billete de la dama amada, que le permitiría, en otra circunstancia, llegar al colmo de sus anhelos.

Esta enorme escena bufada, si se puede decir, el secreto de esa familiaridad infame, y es algo que verdaderamente da su peso, su sentido, sus enlaces, su derecho y su revés, su lado metafórico y su lado metonímico, a esta formación del chiste, y que sin embargo no es su esencia, pues ahora que hemos visto sus dos caras, sus piezas y sus resultados, la creación de sentido de famillonario, que implica también un resto, es algo que está reprimido. Es forzosamente algo que está del lado de Heinrich Heine, algo que, como el Signor de recién, va a ponerse a dar vueltas entre el código y el mensaje. Cuando, por otra parte, tenemos también, por el lado de la cosa metonímica, todas esas caídas de sentido que son todos esos chispazos, todos los destellos que se producen alrededor de la creación de la palabra famillonario, y que constituyen su irradiación, su peso, lo que le da para nosotros su valor literario, no queda menos que lo único que importa es el centro del. fenómeno, a saber, lo que se ha producido al nivel de la creación significante, que es lo que, justamente, hace que eso sea un chiste, y no todo lo que está ahí, que se produce alrededor, que nos pone sobre la vía de su función en tanto centro de gravedad de todo ese fenómeno, que lo que constituye su acento y su peso debe ser buscado en el centro del fenómeno, es decir, al nivel de la conjunción de los significantes, por una parte, y, por otra parte, al nivel —ya se los he indicado— de la sanción que es dada por el Otro a esta creación misma, en tanto que es el Otro el que da a esta creación significante valor de significante en sí misma, valor de significante en relación al fenómeno de la creación significante.

Es en esto que consiste la distinción del chiste en relación a lo que es puro y simple fenómeno, relación de síntoma por ejemplo. Es en el pasaje a la función segunda que reside el chiste. Pero, por otra parte, si no existiera todo esto que acabo de decirles hoy, es decir, lo que sucede al nivel de la conjunción significante, que es su fenómeno esencial, y de lo que ella desarrolla como tal, en tanto que participa de las dimensiones esenciales del significante, a saber, la metáfora y la metonimia, no habría ninguna sanción posible, ninguna otra distinción posible del chiste. Por ejemplo, no habría ninguna distinción posible en relación a lo cómico, o en relación a la chanza? o en relación a un fenómeno bruto de risa.

Para comprender aquello de lo que se trata en el chiste en tanto que fenómeno de significante, es necesario que hayamos aislado sus caras, sus particularidades, sus ligazones, sus piezas y sus resultados al nivel del significante y que el hecho de que el S, algo que está a un nivel tan elevado de la elaboración del significante, Freud lo haya detenido para ver en él un ejemplo particular de las formaciones del inconsciente, es también esto lo que nos retiene, es también eso cuya importancia ustedes deben comenzar a entrever cuando les haya mostrado a este respecto cómo nos permite avanzar de una manera rigurosa en un fenómeno él mismo psicopatológico como tal, a saber, el lapsus.