Seminario 5: Clase 6, del 11 de Diciembre de 1957

Hoy tengo para decirles cosas muy importantes.

La última vez hemos dejado las cosas sobre la función del sujeto en el chiste. Pienso que el peso de mi sujeto, bajo pretexto de que aquí nos servirnos de él, no por eso ha devenido para ustedes algo de lo que uno se sirve como de un felpudo. Cuando uno se sirve de la palabra sujeto, eso comporta generalmente vivas reacciónes muy personales a veces emotivas, en aquellos que se atienen ante todo a la objetividad.

Por otra parte, hablamos llegado a esta suerte de punto de concurrencia, que está situado aquí y que llamamos A, dicho de otro modo el Otro, en tanto que lugar del código, lugar donde llega el mensaje constituido por el chiste, por esta vía que en nuestro esquema puede ser franqueada a ese nivel, del mensaje al Otro, y que es la vía de la simple sucesión de la cadena significante en tanto que fundamento de lo que se produce al nivel del discurso, es decir por esta vía donde en el texto de la frase se manifiesta ese algo esencial que emana, que es lo que hemos llamado el poco de sentido (peu de sens).

Esta homologación del poco de sentido de la frase, siempre más o menos manifiesto en el chiste, por el Otro, es lo que hemos indicado la última vez, y sin detenernos en ello, contentándonos con decir que desde el Otro, lo que es aquí transmitido, es relanzado en una doble operación que retorna al nivel del mensaje que homologa elmensaje, lo que constituye el chiste, y esto en tanto que el Otro ha recibido lo que se presenta como un poco de sentido, y lo transforma en lo que nosotros mismos hemos llamado de una manera equivoca, ambigüa, el paso-de-sentido (pas-de-sens).

Lo que hemos subrayado de este modo, no es la ausencia de sentido, ni el contrasentido, sino que es un paso—en el apercibimiento de lo que el sentido muestra de su procedimiento, de lo que tiene siempre de metafórico, de alusivo, de eso en lo cual la necesidad, a partir del momento en que ha pasado por la dialéctica de la demanda introducida por la existencia del significante, esta necesidad, de alguna manera no es jamás alcanzada. Es por una serie de pasos semejantes a aquellos por los cuales Aquiles no alcanza jamás a la tortuga, que todo lo que es del lenguaje procede y tiende a recrear ese sentido pleno, ese sentido en otra parte, ese sentido sin embargo jamás alcanzado.

He aquí el esquema al cual hemos llegado en el último cuarto de hora de nuestro discurso de la última vez, que parece que estaba un poco fatigado, como algunos me dijeron. Mis frases no estaban terminadas, según el decir de alumnos. Sin embargo, a la lectura de mi texto, yo no encontré que ellas carecieran de cola. Es porque yo intento propulsarme paso a paso en algo difícilmente comunicable, que es preciso que esos tropiezos se produzcan. Me excuso si ellos se renuevan hoy.

Hemos llegado al punto en que nos es preciso interrogarnos sobre la función de este Otro, para decir todo sobre la esencia de este Otro en ese franqueamiento que llamamos, lo hemos indicado suficientemente, bajo el titulo del paso-de-sentido; este paso-de-sentido en tanto que es de alguna manera el retobo parcial de esa plenitud ideal de la demanda pura y simplemente realizada de donde hemos partido, como punto de partida de nuestra dialéctica. Este paso-de-sentido, ¿por qué transmutación, transubstanciación, operación sutil de comunión, si se puede decir, puede ser asumido por el Otro? ¿Qué es este Otro?

Para decir todo, he ahí algo que nos es suficientemente indicado por la problemática que Freud mismo subraya cuando nos habla del chiste, con ese poder de suspensión de la cuestión que hace que indiscutiblemente más yo leo —y no me privo de eso— las distintas tentativas que han sido hechas en el curso de las edades para estrechar de cerca esta cuestión misterio del chiste, no veo verdaderamente, en algunos autores a los que me dirijo, e incluso remontando al período fecundo, al período romántico, a ningún autor que solamente haya reunido los elementos primeros, materia les de la cuestión. Una cosa como ésta, por ejemplo, en la cual Freud se detiene aquí, se puede decir doblemente, que por una parte, dice él con ese tono soberano que es el suyo y que corta de tal manera con la ordinaria timidez ruborosa de los discursos científicos, «no es chiste más que lo que yo reconozco como tal», esto es lo que él llama esa irreductible condicionalidad subjetiva del ingenio (esprit), y el sujeto es ahí aquél que habla, dice Freud mismo. Y por otra parte, valorizando que en posesión de algo que es propiamente hablando del orden del ingenio, yo no tengo más que una prisa, yo no puedo incluso recoger plenamente el placer del chiste, de la historia, más que si he hecho, si se puede decir, su prueba sobre el otro, más aún: más que si, de alguna manera, he transmitido su contexto.

No me sería difícil hacer aparecer esta perspectiva, esta suerte de juego de espejos por el cual, cuando cuento una historia, si con ello busco verdaderamente el acabamiento, el reposo, el acuerdo de mi placer en el consentimiento del Otro, queda en el horizonte que este Otro contar  a su vez esta historia, y la transmitir  a otros, y a sí sucesivamente.

Estas especies de dos cabos de la cadena no tienen de ingenio más que lo que yo mismo siento como tal. Pero por otra parte no hay nada suficiente en mi propio consentimiento a este respecto, que el placer del chiste se acabe en el Otro y por el Otro. Digamos, si ponemos mucha atención en lo que decimos, quiero decir si no vemos ahí ninguna especie de simplificación que podría estar implicada en este término, que el chiste debe ser comunicado, a condición de que dejemos en este término de comunicación una abertura de la que no sabemos que vendrá  a llenarla.

Nos encontramos pues, en la observación de Freud, ante ese algo esencial que ya conocemos, a saber la cuestión de lo que es este Otro que es de alguna manera el correlativo del sujeto. Aquí encontramos esta correlación afirmada en una exigencia, en una verdadera necesidad inscripta en el fenómeno. Pero la forma de esta relación del sujeto al Otro, nosotros ya la conocemos; ya la conocemos desde que aquí hemos insistido sobre el modo necesario bajo el cual nuestra reflexión nos propone el término subjetividad.

He hecho alusión a esta suerte de objeción que podría venir a unos espíritus formados en una cierta disciplina, y que tratan, bajo pretexto de que el psicoanálisis se presenta como ciencia, de introducir la exigencia de que jamás hablemos más que de cosas objetivables, a saber aquellas sobre las cuales puede lograrse el acuerdo de la experiencia, y que por el sólo hecho de hablar del sujeto, deviene una cosa subjetiva y que no es científica, implicando por eso en la noción de sujeto esa cosa que en un cierto nivel está  allí, a saber que está  más acá del objeto que de alguna manera permite ponerle su soporte. Está más allá, tanto como detrás del objeto, lo que nos presenta esta suerte de incognoscible sustancia, en resumen, ese algo refractario a la objetivación de la que de alguna manera vuestra educación, vuestra formación psicológica, nos aporta todo el armamento.

Naturalmente, esto desemboca sobre modos de objeciones todavía mucho más vulgares. Quiero decir que la identificación del término de lo subjetivo con los efectos deformantes del sentimiento sobre la experiencia de un otro, no introducen menos allí, por otra parte, yo no sé qué espejismo transparente que lo funda en esta suerte de inmanencia de la conciencia a sí misma, en que uno se fía un poco demasiado rápido para resumir con ello el tema del cogito cartesiano; en resumen, toda una serie de malezas que no están ahí sino para interponerse entre nosotros y lo que designamos cuando ponemos en juego la subjetividad en nuestra experiencia. De nuestra experiencia de analistas, ella es ineliminable, y de una manera que pasa por una vía que pasa completamente por otra parte que por la vía donde se le podrían levantar obstáculos.

La subjetividad es, para el analista, para aquél que procede por la vía de un cierto diálogo, lo que debe tomar en cuenta en sus cálculos cuan do tiene que vérselas con ese Otro que puede hacer entrar en los suyos su propio error, y no buscar provocarla como tal.

He aquí una fórmula que les propongo, y que es seguramente algo sensible. La menor referencia a la partida de ajedrez, o incluso al juego de par e impar, basta para asegurarla. Digamos que al plantear así los términos, la subjetividad emerge, o parece emerger —ya he subrayado todo esto en otro lugar, no es útil que lo retome aquí— en el estado dual, es decir, desde que hay lucha o camuflaje en la lucha o la parada. Sin embargo, seguramente todavía parecemos ver aquí jugar de alguna manera su reflejo. He ilustrado esto mediante términos, que no tengo necesidad de retomar, creo, de la aproximación y los fenómenos de erección fascinatoria en la lucha interanimal, incluso de la parada inter-sexual.

Vemos allí seguramente una suerte de coaptación natural, cuyo carácter precisamente de recíproca aproximación, de una conducta que debe converger en el abrazo, es decir al nivel motor, al nivel que se llama behaviourista, en ese aspecto completamente sorprendente de ese animal, que parece ejecutar una danza.

Es eso lo que deja también algo ambigüo en la noción de intersubjetividad, en este caso. La fascinación recíproca puede ser concebida simplemente como sometida a la regulación de un ciclo aislable en el proceso instintual, lo que tras el estado apetitivo permite acabar la consumación del fin instintual que es, propiamente hablando, buscado. Podemos reducirlo a un mecanismo innato, a un mecanismo de relevo innato que, sin el problema de la función de esta captación imaginaria, termina por reducirse en la oscuridad general de toda la teología viviente, y que, tras haber surgido por un instante de la oposición, si se puede decir, de los dos sujetos, puede, en un esfuerzo de objetivación, nuevamente desvanecerse, borrarse.

Sucede de muy otro modo desde que introducimos en el problema las resistencias, cualesquiera, bajo una forma cualquiera, de una cadena significante. La cadena significante como tal introduce en esto una heterogeneidad esencial — entiendan heterogeneidad con el acento puesto sobre el héteros, que significa inspirado, en griego, y cuya aceptación propia en latín es la del resto, del residuo. Hay un resto desde que hacemos entrar en juego el significante, desde que es por el intermediario de una cadena significante que el uno al otro se dirigen y se relaciónan. Una subjetividad de otro orden se instaura, la que se refiere al lugar de la verdad como tal, y que vuelve a mi conducta ya no engañadora, sino provocadora, con lo que esta allí incluido, es decir lo que incluso para la mentira, debe hacer llamado a la verdad y que puede hacer de la verdad misma algo que no parece ser del registro de la verdad.

Acuérdense de este ejemplo: ¿por qué me dices que  vas a Cracovia cuando verdaderamente vas a Cracovia? Esto puede hacer de la verdad misma la necesidad de la mentira, que mucho más lejos toda vía hace depender la calificación de mi buena fe en el momento en que doy vuelta las cartas, es decir que me pongo a merced de la apreciación del otro, en tanto que él piensa sorprender mi juego mientras que precisamente estoy en el trance de mostrárselo, y que somete la discriminación de la bravata y del engaño a la merced de la mala fe del otro.

Estas dimensiones esenciales son simples experiencias de la experiencia cotidiana, pero aunque estén tejidas en nuestra experiencia cotidiana, no somos menos llevados a eludirlas, ¿y por qué?

Por la razón de que, en tanto que la experiencia analítica y la posición freudiana no nos hayan mostrado esta hétero—dimensión del significante jugar por sí sola, en tanto que no la hayamos tocado, realizado, a esta hétero—dimensión, nosotros podremos creer, y no dejaremos de creer — y todo el pensamiento freudiano está  impregnado por esta creencia fundada sobre algo que marca la heterogeneidad de la función significante, a saber ese carácter radical de la relación del sujeto al Otro en tanto que habla; ella ha sido enmascarada hasta Freud por el hecho de que tenemos por admitido, de alguna manera, que el sujeto habla, si se puede decir, según su conciencia, buena o mala. Lo que quiere decir que pensamos que el sujeto no habla nunca sin una cierta intención de significación. La intención está detrás de su mentira o de su sinceridad, poco importa, pero esta intención es irrisoria, es decir que si ella es tenida por fracasada, quiero decir que creyendo decírmela, el sujeto dice la verdad, o se engaña, incluso en su esfuerzo hacia la confesión, no queda menos que la intención era hasta el presente confundida, en esta ocasión, con la dimensión de la conciencia, porque esta conciencia nos parecía inherente a lo que el sujeto tenía que decir en tanto que significación.

Lo menos que hasta aquí se haya tenido por afirmable, es que el sujeto tenía que decir siempre una significación, y, por este hecho, la dimensión de la conciencia le parecía inherente. Los obstáculos, las objeciones al tema del inconsciente freudiano, encuentran ahí su resorte ultimo? Cómo prever de los Tra…..gung, tales como Freud nos los presenta, a saber ese algo que, en suma, para la aprehensión, la intuición corriente, se presenta como pensamientos que no son pensados?

Es por esto que un verdadero exorcismo es necesario al nivel de este tema del pensamiento. Seguramente, el tema del cogito cartesiano conserva toda su fuerza, pero su nocividad, si puedo decir, en esta ocasión, depende de que siempre está  inflexionado; quiero decir, que este «yo pienso entonces yo soy», es difícil de captar en la agudeza de su resorte, y por otra parte quizá  no es si no un chiste. Pero dejémoslo sobre este plano, no hemos llegado a manifestar las relaciones de la filosofía el chiste. El cartesiano es efectivamente experimentado en la conciencia de cada uno de nosotros, no como un «pienso entonces soy», sino como un «yo soy como pienso», y, por supuesto, esto supone detrás un «yo pienso como respiro», naturalmente.

Creo que es suficiente tener la menor experiencia reflexiva de lo que soporta la actividad mental de los que nos rodean, y, puesto que somos sabios, hablemos de aquellos que están comprometidos en las grandes obras científicas, para que muy rápido podamos hacernos la noción de que sin duda no hay, término medio, muchos más pensamientos en acción en el conjunto de este cuerpo cogitante, que en el de cualquier industriosa empleada doméstica presa de las necesidades más inmediatas de la existencia. El término, la dimensión del pensamiento, no tiene absolutamente nada que ver con la importancia del discurso vehiculizado; más aún: más este discurso es coherente y consistente, más parece prestarse a todas las formas de la ausencia en cuanto a lo que puede ser razonablemente definido como una pregunta planteada por el sujeto a su existencia en tanto que sujeto.

Al fin de cuentas, henos aquí nuevamente confrontados con que un sujeto piensa en nosotros, piensa según unas leyes que encontramos que son, propiamente hablando, las mismas que las leyes de la organización de la cadena significante, que este significante en acción que se llama en nosotros el inconsciente, y designado como tal por Freud, y de tal modo vuelto original, separado de todo lo que es juego de la tendencia, que Freud, bajo mil formas, nos repite que se trata de otra escena psíquica. El término está  repetido a cada instante en la Traumdeutung, y en verdad está  tomado prestado a Fechner por Freud.

Ya he subrayado la singularidad del contexto fechneriano, que esta lejos de ser algo que podamos reducir a la observación del paralelismo psico-físico, e incluso a las extrañas extrapolaciones a las que Fechner se entrega por el hecho de su existencia, por él afirmada, del dominio de la conciencia.

El hecho de que Freud tomé prestado, para su lectura profundizada de Fechner, este termino de otra escena psíquica, es algo que siempre está puesto por él en correlación con la heterogeneidad estricta de las leyes concernientes al inconsciente, en relación a todo lo que puede relaciónarse con el dominio del preconsciente, es decir al dominio de lo comprensible, al dominio de la significación.

Este otro del que se trata, y que Freud vuelve a encontrar, que denomina también referencia de la escena psíquica a propósito del chiste, es aquél cuya cuestión hoy vamos a plantear, es aquél que Freud nos trae sin cesar a propósito de las vías y del procedimiento mismo del chiste. «No hay para nosotros, dice, posibilidad de emergencia de este chiste, sin una cierta sorpresa» y en alemán esto es todavía más impactante, ese algo que vuelve al sujeto de alguna manera extranjero al contenido inmediato de la frase, ese algo que se presenta en la ocasión por medio del contrasentido (non-sens) aparente, del contrasentido escuchado en relación a la significación de la que se puede decir en un momento «no comprendo», «estoy desconcertado», esa ruptura, el asentimiento del sujeto en relación a lo que asume, de alguna manera no hay contenido verdadero en esa frase.

Esta es la primera etapa, nos dice Freud, de la preparación natural del chiste, y es en el interior de esto que va a producirse ese algo que para el sujeto va a constituir justamente esa suerte de generador de placer, de placerógeno, que es el carácter del chiste.

¿Qué sucede a ese nivel? ¿Cuál es, de alguna manera, este orden del Otro que esta invocado en el sujeto? Puesto que también hay algo inmediato en él, que se le da vueltas por medio del chiste, la técnica de este movimiento giratorio debe in formarnos sobre lo que es apuntado, sobre lo que debe ser alcanzado como modo del Otro en el sujeto.

Es en esto que vamos a detenernos hoy, y para introducirlo, hasta aquí nunca me he referido más que a las historias referidas por Freud mismo, o poco más o menos. Ahora voy a introducirlo por medio de una historia que tampoco está elegido especialmente. Cuando resolví abordar este año ante ustedes la cuestión del witz o del wit, comencé una pequeña encuesta. No hay nada asombroso en que haya comenzado interrogando a un poeta, y a un poeta que precisamente introduce en su prosa, como también ocasionalmente en unas formas más poéticas, de una manera muy particular, esta dimensión de un cierto espíritu especialmente danzante que habita de alguna manera su obra, y que incluso hace jugar cuando a veces habla pues también es un matemático— de matemáticas. Para decirlo todo, he nombrado aquí a Raymond Queneau.

Estando dicho que intercambiaríamos sobre eso nuestras primeras palabras, me ha contado una historia. Como siempre, no hay como el interior de la experiencia analítica para que las cosas les vengan como anillo al dedo. Me había pasado todo un año hablándoles de la función significante del caballo en el chiste, y he aquí a ese caballo, que va a volver a entrar de una manera muy extraña en nuestro campo de atención.

La historia que Queneau me ha contado, ustedes no la conocen; él la tomó exactamente como ejemplo de lo que se pueden llamar las historias chistósas largas, opuestas a las historias cortas. Es en verdad toda una primera clasificación, lo veremos, que condiciona, como dice en alguna parte Jean-Paul Richter, el cuerpo y el alma del chiste, a la que se puede oponer la frase del monólogo de Hamlet, quien dice que si la concisión es prodiga da por el chiste, ella no es más que su cuerpo y su aderezo.

Las dos cosas son verdaderas, porque los dos autores sabían de que‚ hablaban. Ustedes van a ver en efecto si este término de historia larga conviene a la historia de Queneau, pues el chiste sucede en alguna parte.

He ahí, pues, la historia. Es una historia de examen, de bachillerato si quieren. Está  el candidato, está el examinador.

—Hábleme -dice el examinador-, de la batalla de Marengo.

El candidato se detiene un instante, con aire soñador: ¿la batalla de Marengo…?

-Muertos! Es horroroso… ­Heridos! Es espantoso…

—Pero -dice el examinador-, ¿no podría decirme sobre esa batalla algo más particular?

El candidato reflexiona un instante, luego responde:

—Un caballo levantado sobre sus patas traseras, y que relinchaba.

El examinador, sorprendido, quiere sondearlo un poco más y le dice:

—Señor, en esas condiciones, ¿quisiera hablarme de la batalla de Fontenoy?

¿La batalla de Fontenoy…? —¡Muertos! Por todas partes… —¡Heridos! Tanto y más. Un horror…

El examinador, interesado, dice:

—Pero señor, ¿podría decirme alguna indicación más particular sobre esta batalla de Fontenoy?

-Oh!…-dice el candidato-. Un caballo levantado sobre sus patas traseras, y que relinchaba.

El examinador, para maniobrar, le pide al candidato que le halle de la batalla de Trafalgar. El responde:

—Muertos! Un cementerio… —¡Heridos! Por centenas…

—Pero en fin, señor, ¿no puede decirme nada más particular sobre esta batalla?

-Un caballo…

—Perdón, señor, debo hacerle observar que la batalla de Trafalgar es una batalla naval.

—¡Oh!, ¡oh! -dice el candidato- ¡atrás cabalito!

Esta historia tiene su valor, a mis ojos, por que permite descomponer, creo, eso de lo que se trata en el chiste. Creo que todo el carácter, propiamente hablando, chistóso de la historia, está en su agudeza. Esta historia no tiene ninguna razón para terminar, para acabarse, si simplemente está  constituida por la especie de juego o de justa en la cual se oponen los dos interlocutores. Por otra parte, por más lejos que ustedes la lleven, el efecto se produce inmediatamente. Esta es una historia de la que nos reímos porque es cómica; ella es cómica, incluso yo no quiero entrar más profundamente en ese cómico, porque en verdad se han dicho tantas cosas enormes sobre lo cómico, y particularmente oscuras, desde que el señor Bergson hizo un libro sobre la risa, del que simplemente se puede decir que es legible. Lo cómico, ¿en qué consiste?

Limitémonos por el momento, a decir que lo cómico está ligado a una situación dual. Es en tanto que el candidato está  ante el examinador que esta justa, en la que evidentemente las armas son radicalmente diferentes, se prosigue. Algo se engendra, que tiende a provocar en nosotros lo que se llama una viva diversión.

¿Es, propiamente hablando, la ignorancia del sujeto lo que nos hace reír? No estoy seguro de ello. Evidentemente, el hecho de que él aporte ahí esas verdades primeras sobre lo que se puede llamar una batalla, y de las que no se dicen jamás, al menos cuando se pasa un examen de historia, es algo que merece que uno se detenga en ello un momento. Pero incluso no podemos comprometernos en ello, porque en verdad eso nos llevarla a unas cuestiones que llevan sobre la naturaleza de lo cómico, y no sé si tendremos ocasión de entrar en ello, salvo para completar el examen del libro de Freud, que efectivamente termina con un capitulo sobre lo cómico, en el cual es sorprendente ver de golpe a Freud estar a cien pies por debajo de su habitual perspicacia, y nosotros más bien nos planteamos la cuestión de saber por qué Freud, no más que el más mal autor centrado sobre lo cómico más elemental, sobre la noción de lo cómico, de alguna manera la haya rehusado. Eso servir  sin duda para tener más indulgencia con nuestros colegas psicoanalistas que, también ellos, carecen de todo sentido de lo cómico; parece que esto está  excluido del ejercicio de la profesión.

Se trata pues, parece, en tanto que participamos de un efecto vivamente cómico, de algo que es mucho más la preparación sobre la guerra, y que es sobre eso que debe ser dado el golpe final, lo que está antes de esta historia, propiamente hablando, chistósa.

Les ruego que observen esto: que incluso si no fueran tan sensibles, tal o cual de ustedes, a lo que constituye el chiste de esta historia, el chiste sin embargo está oculto, se alberga en un punto, a saber esa súbita salida de los limites del dibujo, a saber cuando el candidato hace algo que es, hablando propiamente, casi inverosímil, si nos ubicamos por un instante es la línea que situaría a esta historia en una especie de realidad vivida cualquiera; esto, para el sujeto, parece de golpe extenderse, estirarse con unas riendas sobre esta suerte de imagen que, ahí, toma prácticamente su valor casi fóbico; instante en todo caso homogéneo, nos parece, en un relámpago, a lo que puede ser aportado por toda clase de experiencias infantiles que van precisamente desde la fobia hasta todo tipo de excesos de la vida imaginada donde penetramos por otra parte tan difícilmente, esas mismas cosas. No es raro, después de todo, que veamos relaciónado, en toda la anamnesis de la vida de un sujeto, el atractivo, hablando propiamente, del gran caballo, del mismo caballo que desciende de los tapices de pie, la entrada de ese caballo en un dormitorio donde el sujeto está  con cincuenta camaradas.

Esta súbita emergencia del fantasma significante del caballo es algo que hace de esta historia, la historia —llámenla como ustedes quieran— ridícula o poética, que en todo caso seguramente merece, en la ocasión, el título de chistósa. Si simplemente, como dice Freud, esta soberahía en la materia es la vuestra, de paso muy bien se puede calificarla de historia divertida.

Que ella conversa, por su contenido, con algo que está emparentado con una forma constatada, localizada al nivel de los fenómenos del inconsciente, no es desde entonces para sorprendernos, es lo que por otra parte constituye el valor de esta historia, es que su aspecto sea tan neto. ¿Pero esto es decir que eso basta para hacer de ella un chiste?

He aquí de alguna manera descompuestos estos dos tiempos que llamara su preparación y su agudeza final. ¿Vamos a atenernos a ello? Podríamos a tenernos al nivel de lo que se puede llamar análisis freudiano. Yo no creo que cualquier otra historia nos daría más dificultad para valorizar estos dos tiempos, estos dos aspectos del fenómeno, pero ahí ellos están particularmente despejados.

Al fin de cuentas, creo que lo que constituye el carácter no simplemente poético o ridículo de la cosa, sino propiamente chistóso, es algo que sigue precisamente este camino retrógrado, o retroactivo, de lo que aquí designamos, en nuestro esquema, por el paso-de-sentido. Es que por más huidiza, inasible, que sea la agudeza de esta historia, ella de todos modos se dirige hacia algo. Sin duda, es un poco forzar las cosas, articularlo perro para mostrar su dirección será preciso sin embargo articularlo. Es que esta particularidad a la que vuelve el sujeto, con algo que en otro contexto podría ya no ser chiste, sino humor, a saber ese caballo parado sobre sus patas traseras, y que relinchaba, pero quizá está ahí, en erecto, la verdadera sal de la historia.

Efectivamente, de todo lo que hemos integrado como historia en nuestra experiencia, en nuestra formación, en nuestra cultura, digamos que (se es la imagen más esencial, y que no podemos dar tres pasos en un museo, ver cuadros de batallas, sin ver a ese caballo parado sobre sus patas traseras y que relinchaba. Desde que él entró en la historia de la guerra con, como ustedes saben, con un cierto destello, es efectivamente un momento en  la historia el momento en que hubo personas paradas sobre este animal, que se nos representa parado sobre sus patas traseras y relinchando. Esto ha comportado verdaderamente en la época, es decir en alguna parte entre Echnos II y Echnos III, cuando la llegada de los aqueos sobre unos caballos, un progreso enorme, es decir que estas gentes tenían de golpe, en relación al caballo enganchado en sus carros, una superioridad táctica extraordinaria; hasta la guerra de 1914, en que ese caballo desaparece en provecho de otros instrumentos que lo volvieron prácticamente fuera de uso. Es decir, desde la época… hasta 1914, este caballo es algo absolutamente esencial en esas relaciones, o en este comercio interurbano que se llama la guerra, y el hecho de que por ello sea también la imagen central de algunas concepciones de historia que precisamente podemos denominar historia-batallas, es algo que precisamente hemos alcanzado bastante bien, en tanto que ese período está cumplido, a percibir por un fenómeno, hablando propiamente, cuyo carácter significante ha sido decantado a medida que progresaba la historia. Al fin de cuentas, toda una historia se resume en esta imagen que nos parece futil a la luz de esta historia, y la indicación de sentido es algo que comporta que después de todo no hay tanta necesidad de atormentarse a propósito de la batalla, ni la de Marigman, ni la de Fontenoy, quizá un poco más a propósito de la batalla de Trafalgar.

Por supuesto, todo esto no está en la historia. No se trata de enseñarnos a este respecto una sabiduría cualquiera concerniente a la enseñanza de la historia, pero la historia apunta, se dirige hacia —ella no enseña— ella indica en que sentido ese paso-de-sentido, en la ocasión, está en el sentido de una reducción de valor, de una desexorcización de algo fascinante.

¿En qué sentido opera esta historia, y en qué sentido nos satisface, nos produce placer?

Precisamente a propósito de este margen de introducción del significante en nuestras significaciónes, que hace que quedemos en ello siervos de un cierto punto, que algo se nos escapa después de todo más allá de lo que esta cadena del significante tiene para nosotros de enlace con ese algo que también puede ser dicho completamente al comienzo de la historia, a saber «muertos! heridos!», y el hecho mismo de que esta suerte de monodia repetida pueda hacernos reír, indica también suficientemente hasta qué punto nos es rehusado el acceso a la realidad, en tanto que la penetramos por cierto sesgo que es, hablando propiamente, el sesgo del significante.

Esta historia debe servirnos simplemente, en esta ocasión, como guarida. Freud subraya que siempre hay en juego, desde que se —trata de la transmisión del chiste, de la satisfacción que él te puede aportar, tres personas. Lo cómico puede contentarse con un juego de a dos en el chiste hay tres. Este Otro que es el segundo esta situado en sitios diferentes: es tanto, aquí el segundo en la historia, sin que se sepa es incluso sin que se tenga necesidad de saber si es el escolar o el examinador. Es también ustedes, mientras que yo la cuento, es decir que, durante esa primera parte, ustedes un poco se dejan llevar en barco, quiero decir en una dirección que exige sus diversas simpatías, sea por el candidato, sea por el. examinador, que en cierta forma los fascina o los pone en una actitud de oposición en relación a algo en lo que ustedes ven que en esta historia, aquí no es tanto nuestra oposición lo que se busca, sino simplemente cierta cautivación en ese juego en que el candidato, al fin de cuentas, inmediatamente está luchando con el examinador, y en que éste va a sorprender al candidato. Y, por supuesto, esto es esbozado en otras historias, de otro modo tendenciosas, en las historia. de tipo picaresco o sexual

Ven que no se trata tanto de rodear lo que hay en ustedes de resistencia o de repugnancia en un cierto sentido, como, al contrario, de comenzar a ponerlo en acción. En efecto, muy lejos de apagar lo que en ustedes puede hacer objeción, una buena historia ya les indica que, si va a ser picaresca, ya algo en su comienzo les indicara que vamos a estar en ese terreno. Ahí ustedes se — preparan, sea para consentir, sea para resistir, pero seguramente algo en ustedes se opone en el plano dual, se deja tomar en ese costado de prestigio y de parada que anuncia el registro y el orden de la historia. Sin embargo, sobrevendrá algo inesperado, lo que siempre es en el plano del lenguaje; por supuesto, en esta historia, el costado de juego de palabras, hablando propiamente, es llevado mucho más lejos. Aquí está tan descompuesto que vemos, por una parte, un significante puro, el caballo en esta ocasión, y por otra parte vemos también, bajo la forma de un clisé que es mucho más difícil de encontrar aquí, el elemento, propiamente hablando, de juego de significante, pero sin embargo es evidente que no hay nada más que eso en esta historia.

Es más allá, es en tanto que algo lo; sorprende, que será el equívoco fundamental, a manera en que en la historia hay pasaje de un sentido a otro por intermedio de un soporte significante ahí están los ejemplos que he dado anteriormente para indicarlo suficientemente— que ese agujero hará alcanzar la etapa en que es como chiste que les sorprende lo que les es comunicado, y ustedes siempre son sorprendidos en otra parte que en el sitio en que ante todo ha sido de alguna manera traída, engañada vuestra atención, vuestro asentimiento, vuestra oposición, sean cuales fueran los efectos, sean efectos de contrasentido (non sens), efectos de cómico, efectos de participación picaresca en algo sexualmente excitante. Digamos que esto no es nunca más que una preparación, algo por donde se puede decir que lo que hay de imaginario, de reflejado, de hablando propiamente simpatizante en la comunicación, la puesta en juego de cierta tendencia donde el sujeto es la segunda persona, puede repartirse entre dos roles opuestos. Esto no es más que el soporte, la preparación de la historia. Igualmente, todo lo que a trae la atención del sujeto, todo lo que es despertado al nivel de la conciencia, no es más que la base destinada a permitir que algo pase a otro plano; plano que se presenta él mismo, propiamente hablando, siempre como más o menos enigmático, sorprendente, para decirlo todo, y es en eso que nos encontramos, sobre este otro plano, a nivel del inconsciente.

Entonces, nos parece, podemos plantearnos el problema, puesto que se trata siempre de algo que está puramente ligado al mecanismo como tal del lenguaje sobre ese plano en que el Otro busca y es buscado, en que el Otro es encontrado, en que el Otro es apuntado, en que el Otro es alcanzado en el chiste.

¿Cómo podemos definir a este Otro? Después de todo, si nos detenemos por un instante en este esquema, vamos a servirnos de él para decir unas verdades primeras y cosas muy simples. Este esquema no comporta, incluso una vez que se lo ha hecho, sino algo que es una grilla o una trama donde deben ubicarse esencialmente los elementos significantes como tales.

Cuando tomamos los diversos modos o las diversas formas en las cuales puede situarse el chiste, nos vemos llevados a clasificaciones corno ésta: el juego de palabras, el retruécano propiamente dicho, el juego de palabras. Por transposición o desplazamiento de sentido, el chiste por transposición o desplazamiento de sentirlo, el chiste por lo que se denomina la pequeña modificación en una palabra que basta para aclarar algo y para hacer surgir una dimensión inesperada; en fin, cualquiera que sean los elementos clasificatorios, introducimos, allí, hemos tendido con Freud a reducirlos a términos que se inscriben en el registro del significante.

¿Esto quiere decir que, al fin de cuentas, una máquina, situada en alguna parte, en A o en M, es decir, recibiendo de los dos lados, por ejemplo, la medida de descomponer las vías de acceso por donde se forma el término famillonario, en el famillionario mero ejemplo que tomamos, o, al contrario, en el otro ejemplo, el del becerro de oro, el pasaje del becerro de oro al becerro de carnicería, es de alguna manera capaz de autentificar, de ratificar como tal, si la suponemos suficientemente compleja como para hacer el análisis exhaustivo, completo, de los elementos de significante, si es capaz de acusar el golpe y decir esto es un como un chiste, es decir que, para una cierta forma, lo igual del mensaje en relación al código, es justo lo que conviene para que estemos en los límites al menos posibles, de algo que se llama un chiste?

Por supuesto, esta imaginación no se produce ahí más que de una manera puramente humorística. No es problema, la cosa va de suyo ¿Qué quiere decir? ¿Es que eso basta para lo que dijimos, que es preciso, en suma, que tengamos enfrente a un hombre: Por supuesto, eso puede ir de suyo, y estaremos muy contentos. Si decimos eso, eso corresponde casi masivamente a la experiencias, pero justamente porque para nosotros el término del inconsciente con su enigma existente, el hombre , es justamente el tipo de respuesta que nos es preciso descomponer.

Comenzaremos diciendo que nos es preciso frente a nosotros un sujeto real. Esto indica que, puesto que es en esta dirección de sentido que yace el papel del chiste, e te sentido ya lo hemos indicado y afirmado, no puede ser concebido sino en relación a la interacción de un significante y una necesidad. Dicho de otro modo, para una máquina, la ausencia de esta dimensión de la necesidad es lo que hace objeción y obstáculo a que de alguna manera ella ratifique el chiste.

Vemos bien, pues, lo que es situarse al nivel de la cuestión, ¿pero podemos decir por eso que este alguien real debe tener con nosotros unas necesidades homogéneas? Esto no es algo que esté forzosamente indicado desde el comienzo de nuestro camino, puesto que, en suma, en el chiste esta necesidad no estará designada en ninguna parte, y puesto que lo que el chiste designa, eso hacia lo que lleva, es algo que es una distancia, precisamente entre la necesidad y algo que está puesto en juego en cierto discurso, y que por este mismo hecho nos pone a distancia de una serie indefinida de reacciónes en relación a eso que es, hablando propiamente, la necesidad.

He ahí, pues, una primera definición. Es preciso que ese sujeto sea un sujeto real: ¿dios, animal u hombre? Para decirlo todo, no sabemos nada de eso. Y lo que yo digo es tan verdadero, que todas las historias sobrenaturales, que por algo existen en el folklore humano, para nada dejan excluido que se pueda hacer un chiste con un hada o con un diablo, con alguien que de alguna manera es planteado como teniendo unas relaciones completamente diferentes en su real, que aquellas que precisan las necesidades humanas.

Seguramente ustedes me dirán que esos seres más o menos verbales de pensamiento, estén de todos modos tejidos con imagenes humanas. Convengo con ello, es incluso de eso que se trata, pues, en suma, nos encontramos entre estos dos términos: ante todo, tener que vérnoslas con un sujeto real, es decir con un viviente; por otra parte, ser un viviente que entiende el lenguaje, e incluso mucho más, que posee un stock de lo que se intercambia verbalmente, usos, empleos, locuciones, términos, sin lo cual, por supuesto, no sería posible que entráramos en comunicación con él de ninguna manera por el lenguaje.

¿Qué es lo que el chiste nos sugiere y nos hace palpar de alguna manera; que son las imagenes, tal como están en la economía humana, es decir con ese estado de desconexión, con esa aparente libertad que permite entre ellas todas esas coalescencias, esos intercambios, esas condensaciones, esos desplazamientos, esos juegos de manos que vemos en el principio de tantas manifestaciones que constituyen a la vez la riqueza y la heterogeneidad del mundo humano en relación a lo real biológico, que en la perspectiva analítica lo tomamos muy a menudo como sistema de referencia, que en esta libertad de las imagenes hay algo que nosotros quisimos considerar como primitivo, es decir como condicionado por una cierta lesión primera de la interpelación del hombre y su medio, eso que hemos intentado designar en la prematuración del nacimiento, en esa relación esencial que hace que sea a través de la imagen del Otro que el hombre encuentre la unificación incluso de sus movimientos más elementales, que sea ahí, o que sea en otra parte, que eso parta, lo que hay de cierto es que esas imagenes, en su estado de anarquía carácterístico en el orden humano, en la especie humana, son operadas, son capturadas, son utilizadas por el manejo significante, y que es ese título que pasan a lo que esta en juego en chiste.

Lo que está en juego en el chiste, son estas márgenes en tanto que han devenido elementos significantes más o menos usuales, más o menos ratificados en lo que he denominado el —tesoro metonímico, en lo que el otro es supuesto conocer de la multiplicidad de sus combinaciones posibles, por otra parte completamente compendiadas, eludidas purificadas, digamos incluso, en cuanto a la significación. Es de todas las implicaciones metafóricas que de alguna manera ya están apiladas y comprimidas en el lenguaje, que se trata. Es del lenguaje, por todo lo que lleva en si, en sus tiempos de creación significante, pero en estado no activo, latente. Es eso lo que va a ser buscado, que yo invoco en el chiste, que busco despertar en el Otro, cuyo soporte de alguna manera le confío al Otro, y, para decirlo todo, no me dirijo a él sino en tanto que lo que yo hago entrar en juego en mi chiste es algo que ya supongo que reposa en él. Ese tesoro metonímico él lo tiene cuando, para tomar uno de los ejemplos que toma Freud, a propósito de un chistóso célebre de la sociedad de Viena, a propósito de un mal escrito que inunda los periódicos de Viena con sus producciónes sobre las historias de Napoleón y de sus descendientes. El personaje del que Freud nos habla tiene una particularidad física, la de ser pelirrojo. Se puede traducir la palabra alemana al francés diciendo que ese personaje dice simplezas (fadaises), y que es pelirrojo, ese «pelirrojo hebroso», se ha traducido en la traducción francesa «que se estira a lo largo de las historias de los napoleónidas», y Freud se detiene y dice: vemos la descomposición posible en dos planos: por una parte, lo que constituye la sal de esta historia es la referencia al hilo rojo que atraviesa todo el periódico, metáfora ella misma poética. Como ustedes saben, Goethe tomó prestado ese hilo rojo que permite reconocer el menor cabo de cuerda, si fue robado, y sobre todo si fue robado de los buques de su majestad británica, en el tiempo en que la marina a velas hacía un gran uso de aparejos, y que hace que, gracias a ese hilo rojo, algo autentifique absolutamente una cierta especie de material a una cierta pertenencia. Esta metáfora es más célebre para los sujetos germanófonos que lo que puede serlo para nosotros mismos, pero supongo que bastantes de ustedes conocen esta cita, o les suena, incluso quizá sin saberlo, de ese pasaje de las afinidades electivas de Goethe, que hace que ustedes comprendan de qué se trata, que en el juego entre ese hilo rojo y ese personaje hebroso que dice soserías (fadeurs), se aloja esa réplica más o menos en el estilo de la época. Eso puede hacernos reír mucho en determina do momento, en un cierto contexto, y es a eso que quiero llegar por otra parte, en un cierto contexto que se puede llamar, equivocadamente o no, cultural, que hace que algo pase por una agudeza lograda, por un chiste.

Lo que Freud nos dice en esa ocasión es que al abrigo del chiste algo se satisface, que es esa tendencia agresiva del sujeto que no se manifestaría de otro modo. El no se habría permitido hablar tan groseramente de un colega literario si, al abrigo del chiste, la cosa no fuera posible. Por supuesto, ésta no es más que una de las caras de la cuestión, pero está claro que hay una diferencia muy grande entre el hecho de proferir pura y simplemente una injuria, y el hecho de expresarse en este registro. Expresarse en este registro es apelar en el Otro a todo tipo de cocas que en él se suponen que son de uso , de su código más corriente .

Es expresamente para darles la perspectiva que he tomado este ejemplo prestado a un momento especial de la historia de la sociedad de Viena. Es en tanto que ese hilo rojo es algo que es inmediatamente accesible a todo el mundo, y hasta diría que en cierta forma lisonjea en cada uno algo que ahí está como un símbolo común, una yapa de reconocimiento, todo el mundo sabe de qué se trata, y evocando ese hilo rojo otra cosa es indicada en la dirección del chiste, que cuestiona no simplemente al personaje, sino también a un cierto valor muy particular y muy cuestionable que puede definirse por esto: las personas que son ensayistas o que toman la historia bajo cierto ángulo anecdótico, son también las mismas que tienen la costumbre de poner allí como tema de fondo algo donde se patentiza por demás la insuficiencia del autor, la pobreza de sus categorías incluso la fatiga de su pluma, en resumen, cierto estilo de producción en el limite de la historia, y precisamente de esa producción que abunda en las revistas. Eso es algo que esta suficientemente carácterizado, suficientemente indicado en este chiste, como para mostrarnos los mismos carácteres de dirección, de sentido, que no acaban su término, pero que es precisamente lo que sin embargo es apuntado en el chiste, que le da su alcance y su valor.

Henos aquí pues, en posición de decir, en lo opuesto de este hecho, que el viviente debe ser el viviente real. Este Otro es esencialmente un lugar simbólico, es justamente el, del tesoro, digamos de esas frases, o incluso de esas ideas »recibidas», sin las cuales el chiste no puede tomar su valor y su alcance. Pero observemos que al mismo tiempo no es en él, aunque sea precisamente acentuado como significación, que eso es apuntado, algo al contrario sucede a nivel, de ese tesoro común de categorías, y que el, carácter que podemos llamar abstracto de ese tesoro común hago alusión muy precisamente al elemento de transmisión que hace que haya allí algo que en cierta forma es supraindividual, que se vuelve a ligar por una comunidad absolutamente indeseable con todo lo que separaba desde el origen de la cultura el carácter singularmente inmortal, si se puede decir, de aquello a lo que se dirige cuando se apunta al sujeto a nivel de los equívocos del significante. Esto es algo que es verdaderamente el otro término, el otro polo entre ellos se plantea la cuestión de saber quién es el Otro.

Este Otro, por supuesto, nos es preciso que sea bien real, que sea un ser viviente, de carne, aunque sin embargo no sea su carne lo que yo provoco; que, por otra parte, haya allí algo también casi anónimo en aquello a lo que me refiero para alcanzarlo y para suscitar su placer al mismo tiempo que el mío.

¿Cuál es el resorte que está ahí entre los dos, entre ese real y ese simbólico? La función del Otro, la que, propiamente hablando, es puesta en juego. Seguramente, hay suficiente cara decir nos que, este Otro, es el Otro como lugar del significante, pero de este lugar del. significante yo no hago surgir más que una dirección de sentido, un paso-de-sentido, donde está verdaderamente, y en ultimo término, el resorte de lo que es activo.

Creo que podemos decir que aquí, seguramente, el chiste se presenta como un albergue español, o más exactamente, como allí hay que llevar la propia comida —allí se encuentra el vino—, ahí es más bien lo contrario, soy yo quien debe aportar el vino de la palabra, pues no lo encontraré, incluso si consumo de una manera más o menos bufona y cómica a mi adversario. Pero este vino de la palabra, está siempre presente, siempre en todo lo que yo digo, quiero decir que de costumbre el chiste está en el ambiente de todo lo que estoy contando desde que hablo, y hablo forzosamente en el doble registro de la metonimia y de la metáfora. Ese poco de sentido y ese paso-de-sentido es tan todo el tiempo entrecruzándose a la manera de esas mil lanzaderas a las que Freud se refiere en alguna parte de la Traumdeutun, que se cruzan y descruzan.

Este vino de la palabra, yo diría que de costumbre se derrama en la arena. Lo que sucede en esta comunión tan especial. entre el poco de sentido y el paso-de-sentido, que se produce entre yo y el Otro a propósito del chiste, es, en efecto, algo como una congenia, que concierne a nuestra o posición sin duda más específicamente humanizarte que ninguna otra, pero, si es humanizante, es precisamente porque partimos de un nivel por ambos lados muy inhumano.

Es esta comunión donde yo indico al Otro. Le diría que tengo tanta más necesidad de su concurso, cuanto que él es en sí mismo el vaso, o el Grial, y es justamente porque este Grial está vacío quiero decir que no me dirijo en el a nada que sea específico, quiero decir que en ese momento nos une una comunión, cualquiera hacia un acuerdo de deseo o de juicio cualquiera , pero Que es únicamente una forma, y una forma constituida ¿por qué? Constituida por la cosa de la que siempre se trata a propósito del chiste, Y que en Freud se denomina las inhibiciones.

Por algo es que en la preparación de mi chiste: yo evoco algo que tiende en el Otro a solidificar lo en cierta dirección. Esto no es todavía más que una cáscara en relación a algo más profundo que justamente está ligado a ese stock de las metonimias sin el cual seguramente no puedo en este orden comunicar absolutamente nada al Otro.

En otros términos, para que  mi chiste haga reír al Otro, es preciso —como Bergson lo dice en alguna parte— un ejercicio, un golpe de fuerza un malabarismo, destinado al fin de cuentas a producir placer en el Otro, en el. gran Otro, quien, se los he dicho, se burla completamente de eso. El acting-out  es otra cosa, y es en eso que es, interesante para nosotros considerarlo, es que el acting-out  es también y siempre un mensaje, y es por eso que nos interesa. Cuanto se produce en un análisis, siempre está dirigido al analista, y al analista en tanto que, en suma, no está demasiado mal ubicado, pero que tampoco está completamente en su lugar. Es en general, un hint que nos hace el sujeto, que algunas veces llega muy lejos y que a veces es muy grave, pero es un hint si el acting-out  se produce fuera de los limites del tratamiento, quiero decir después del tratamiento. Es evidente que es un hint del que el analista no podría aprovecharse mucho que digamos, pero justamente, lo que hay de serio y de grave es que cada vez que somos llevados a designarlo de una manera precisa, algo que es el carácter de este acto paradojal que tratamos de cernir, que se denomina el acting-out , fuera de los limites del tratamiento, es seguramente de lo que se trata, es al fin de cuentas de alcanzar, a saber algo articulado sobre esta línea, a saber una clarificación de las relaciones del sujeto con la demanda, en tanto que hasta revela que toda relación con esta demanda es fundamentalmente inadecuada, y en tanto que se trata de que el sujeto acceda, al fin de cuentas, a la realidad efectiva de este electo del significante sobre el sujeto, a saber, a ponerse a nivel del complejo de castración como tal, y estrictamente es, a saber, que éste habrá sido falido, éste puede ser falido, y esto es lo que tratara de mostrarles la próxima vez, precisamente en la medida en que en este espacio de interna lo donde se producen todos esos turbios ejercicios que van desde la hazaña al fantasma, y del fantasma a un amor completamente apasionado, y parcial, es el caso decirlo, del objeto, pues nunca habló Abraham de objeto parcial, sino de amor parcial, del objeto, es en tanto que desplazando se en este espacio intermedio del objeto, se han obtenido unas soluciones ilusorias, esta solución ilusoria, muy precisamente, la que se manifiesta en lo que se llama la transferencia homosexual en el interior de la neurosis obsesiva.

Eso es lo que yo llamo la solución ilusoria, y la próxima vez espero mostrarles en detalle por que es una solución ilusoria.