Seminario 6: Clase 7, del 7 de Enero de 1959

Esta experiencia nos confronta entre lo que en el sujeto debemos llamar el deseo, y la función en la constitución de ese deseo, en su manifestación, en las contradicciónes que, en el curso de los tratamientos, estallan entre el discurso del sujeto y su comportamiento. Distinción esencial entre el deseo y la demanda.

Hay algo que no solamente ha sido dado desde el origen del discurso freudiano, sino, precisamente, en todo su desarrollo que sostiene las contradicciónes que van a estallar: es el carácter problemático que allí juega la demanda, ya que, al fin de cuentas, todo hacia lo cual está dirigido el desarrollo del análisis desde Freud, ha sido, cada vez más, admitir la importancia de lo que ha sido llamado diversamente, y que, a fin de cuentas, converge hacia una noción general de neurosis de dependencia, es decir, lo que ha sido escondido, velado, tras esa fórmula. Es el acento puesto, por una especie de convergencia de la teoría, de sus deslizamientos y fracasos, y la práctica; es decir, de una cierta concepción concerniente a la reducción que se obtendrá  por la terapéutica.

Esto está escondido tras la noción de neurosis de dependencia.

El hecho fundamental de la demanda, con sus efectos impresores, compresores, opresores sobre el objeto que está acá, y en el cual se trata, justamente, de buscar si en el lugar de esta función que revelamos como formadora, según la formación de la génesis del sujeto, si adoptamos la actitud correcta, quiero decir, lo que finalmente, va a quedar justificado. Es decir, la elucidación, por un lado, y el levantamiento, al mismo tiempo, del síntoma.

Está claro, en efecto que, si el síntoma no es, simplemente, algo que debemos considerar como el legado de una especie de sustracción, de suspensión llamada frustración, si no es simplemente una especie de deformación del sujeto, bajo el efecto de algo que se dosificara en función de una cierta relación a lo real.

Como he dicho, la frustración imaginaria es, siempre, con algo de lo real que se relacióna.

Si esto no es así, si entre lo que descubrimos efectivamente en el análisis como sus consecuencias, sus secuencias, sus efectos, sus efectos durables, sus impresiones de frustraciones y el síntoma, hay algo otro, de una dialéctica infinitamente más compleja, y que se llama el deseo. Si el deseo es algo que no puede asirse ni comprenderse más que como un nudo muy estrecho, pero no por algunas impresiones dejadas por lo real, sino el punto más estrecho donde el conjunto se anuda, para el hombre real, lo imaginario, y su sentido simbólico, eso que, precisamente, he tratado de demostrar es que este nexo por el cual la relación del deseo al fantasma se expresa aquí en este campo intermediario entre las dos líneas estructurales de toda enunciación significante.

Si el deseo está acá, si es desde acá que parten los fenómenos llamados metafóricos, es decir, de interferencia del significante reprimido por un significante patente que constituye el síntoma, está claro que es infaltable estructurar, organizar, situar, el lugar del deseo.

Esto, habíamos comenzado a hacerlo este año, tomando un sueño sobre el cual yo me he detenido mucho tiempo, sueño singular, sueño que Freud se encuentra en dos ocasiones valorando, al haber integrado secundariamente a la Traumdeutung, después de haberle dado su lugar particular, totalmente útil, en el artículo. Los dos principios del suceder psíquico, el deseo y el principio de realidad, artículo publicado en 1911.

Este sueño es el de la aparición del padre muerto. Nosotros habíamos probado situar allí los elementos sobre la cadena doble, tal que mostré ahí la distinción estructural en lo que se puede llamar el grato de la inscripción del sujeto biológico elemental, del sujeto de la necesidad, en los desfiladeros de la demanda, largamente articulado.

He propuesto cómo debíamos considerar esta articulación fundamentalmente doble, ya que ella jamás demanda algo, ya que, en el fondo de toda demanda precisa, de toda demanda de satisfacción, el hecho mismo del lenguaje, simbolizando al otro  – el otro como presencia y como ausencia – como pudiendo ser el sujeto del don de amor, que da, por su presencia y sólo por su presencia. Quiero decir, en tanto que no da ninguna otra cosa, que precisamente, lo que da esté más allá de todo lo que puede dar. Es, justamente, esta nada, lo que es todo en la determinación presencia-ausencia.

Habíamos articulado este sueño, arrojando de manera didáctica esta duplicidad de los signos sobre algo que nos permite tomar, en la estructura del sueño, la relación que queda establecida por esta producción fantasmática cuya estructura Freud estuvo tentado de elucidar a lo largo de la vía magistral de la Traumdeutung.

Probamos ver la función, para este hijo en duelo por un padre sin ninguna duda amado y cuidado hasta el fin de su agonía, que él hace resurgir en condición que el sueño articula con una simplicidad ejemplar. Es decir, que este padre aparece como estando vivo, que habla, y el hijo, delante de él, enmudece, oprimido, aprisionado por el dolor, el dolor, dice él, de pensar que su padre estaba muerto y que él no lo sabía. Freud nos dice: es necesario completar; «él estaba muerto, según su deseo».

¿Qué es lo que no sabía? Que esto era según su deseo. Todo está acá, entonces, y si probamos acercarnos a la construcción, la estructura de este sueño, observamos esto: el sujeto se confronta con una cierta imagen, y en ciertas condiciones. Diría que lo que está asumido en el sueño por el sujeto y esta imagen con la cual se confronta, se establece una distribución una repartición que va a mostrarnos la esencia del fenómeno.

Ya habíamos tratado de articular, de cercar, si puedo decir, sobre la escala significante, los temas significantes carácterísticos: Sobre la línea superior, el «él no sabía», referencia esencialmente subjetiva en su esencia, que va al fondo de la estructura del sujeto. «El no sabía», como tal, no comporta nada de actual. Es algo que implica la profundidad, la dimensión del sujeto. Y sabemos que aquí es ambigüa. Es decir que lo que no sabía, vamos a verlo, no es solamente y puramente atribuible a aquél con quien uno está paradojalmente, absurdamente, de una manera que resuena contradictoria, y aún de una manera de sinsentido con el que está muerto. Él participa de esta ignorancia. Precisamente, esto es esencial.

Por añadidura, he aquí cómo el sujeto se coloca en la suspensión, si puedo decir, de la articulación onírica. El sujeto, tal como se coloca, tal como se asume, es, puesto que el otro no sabe, la posición del otro subjetivo. Y aquí, el ser en falta, si se puede decir.

Que él esté muerto, seguramente, es acá un enunciado que; al fin de cuentas, no podría alcanzar. Toda expresión simbólica, tal como ésta, de estar muerto, lo hace subsistir, lo conserva. Y esto es, precisamente, la paradoja de esto posición simbólica: no hay, del ser al ser, ni afirmación de estar muerto, que no lo inmortalice. Y es seguro que de esto se trata en el sueño.

Pero esta posición subjetiva de ser en falta, esta menor validez subjetiva, no apunta a que esté muerto, apunta esencialmente a que él es el que no sabe. Es así que el  sujeto se sitúa frente al otro.

Además, esta suerte de protección ejercida con respecto al otro, que hace que no solamente él no sepa, sino que, en el límite, yo diré que no hay que decirle, es algo que se encuentra siempre más o menos en la raíz de toda comunicación entre los seres, esto que se puede y esto que no se puede hacerle saber. He aquí algo en lo cual ustedes deben siempre sopesar las incidencias cada vez que tengan una cuestión con el discurso analítico. Se hablaba ayer a la tarde de aquellos que no pueden decir, expresarse, de los obstáculos, de la resistencia a hablar, propiamente del discurso.

Esta dimensión es esencial para retomar desde este sueño, otro sueño, tomado de la última página del Diario de Trotsky, al final de su estada en Francia al principio de la última guerra, creo. Sueño que es una cosa singularmente emocionante. Es en el momento en que, por primera vez quizá, Trotsky comienza a sentir en él los primeros golpes de yo no sé qué repliegue de la potencia vital tan inagotable en este sujeto.

El ve aparecer en un sueño a su camarada Lenin, quien le felicita por su buena salud, por su carácter imposible de abatir. Y el otro, de una manera que toma su valor de esta ambigüedad que hay siempre en el diálogo, le deja entender que quizá esta vez hay en él algo que no está en el mismo nivel de lo que su viejo camarada ha conocido siempre. Pero esto en lo cual él piensa, este viejo campanero también surgido de una manera tan significativa en un momento crítico, cambiante de la evolución vital, es en velar por él. Al querer recordar algo que precisamente, se relacióna con el momento en el cual el mismo Lenin ha flaqueado en su esfuerzo, para designarle este momento en el cual él está muerto: el momento en que estabas muy, muy enfermo. Como si alguna formulación precisa de esto de lo cual se trataba, debía, por sí misma, disipar la sombra frente a la cual el mismo Trotsky en su sueño, en ese momento cambiante de su existencia, se mantiene.

Y bien; si por un lado, en esta repartición entre las dos formas enfrentadas, ignorancia y puesta sobre el otro que le es imputada, cómo no ver que, inversamente, hay algo acá que no es otra cosa que la ignorancia del sujeto mismo que no sabe.

No solamente que ella es la significación de su sueño, a saber, todo lo que es subyacente de esto que Freud evoca, es decir, su historia inconsciente, los viejos deseos, mortales, contra el padre, más aún, que es en la naturaleza del dolor mismo en la cual en este momento el sujeto participa, de este dolor – del que buscando su camino y su origen hemos reconocido este dolor experimentado, vislumbrado en la participación de los últimos momentos del padre – de la existencia como tal, en tanto que ella subsiste en el límite, en este estado donde no hay nada más aprehendido aún, el hecho del carácter inextinguible de esta existencia misma, y el dolor fundamental que la acompaña cuando todo deseo se borra, cuando todo deseo, allí, se desvanece.

Es precisamente este dolor que el sujeto asume, pero como siendo un dolor que él motiva en ella tan absurdamente, ya que lo motiva únicamente la ignorancia del otro, de algo que, en fin de cuentas, si uno mira allí, desde muy cerca, no es un motivo lo que él acompaña como motivación, sino el surgimiento del afecto, en una crisis histérica que se organiza, aparentemente, en un contexto en el cual está extrapolado, pero, de hecho, no se motiva en él.

Es, precisamente, al hacerse cargo de este dolor, que el sujeto enceguece por su proximidad, por el hecho de que en la agonía y en la desaparición de su padre, es algo que lo amenaza, que ha vivido y de lo cual se separa actualmente por esta imagen reevocada, esta imagen que lo reúne nuevamente con algo que separa y que modera al hombre, en esta suerte de abismo o de vértigo que se abre en él cada vez que está confrontado con el último término de su existencia; es decir, justamente, lo que él necesita interponer entre él y esta existencia, es, en la ocasión, un deseo.

El no cita ningún soporte de su deseo, ningún otro que el más próximo y el más urgente, el mejor, aquél que lo ha dominado mucho tiempo, aquél que lo tiene ahora abatido. Él necesita, por un cierto tiempo, hacerlo revivir imaginariamente, ya que en esta rivalidad con el padre, en esto que en el fondo hay de poder, en el hecho de que él triunfa finalmente, del hecho que no sabe, el otro que sabe de él, acá es la fina pasarela gracias a la cual el sujeto no se siente a sí mismo directamente invadido, engullido, ya que lo que se le abre a él de hiancia, de confrontación pura y simple, con  la angustia de muerte, de manera que nosotros sabemos, de hecho, que la muerte del padre, cada vez que se produce, es para el sujeto, nuevamente sentirla como la desaparición – en un  lenguaje más grosero – de esta especie de escudo, de interposición de sustitución que hace el padre, del amo absoluto, es decir, de la muerte.

La fórmula que trato de presentarles como siendo la fórmula fundamental de lo que constituye el soporte, la relación intrasubjetiva esencial donde todo deseo como tal debe inscribirse, es bajo esta forma tan simple, la que es inscripta acá, esta relación separada en la relación cuadrilátera, aquélla del esquema L, aquélla del sujeto al gran Otro, a pesar de que este discurso parcialmente inconsciente que viene del gran Otro viene a interponerse en él.

La tensión a-a’, aquélla que se puede, aún en ciertas relaciones, llamar la tensión imagen de a en relación a a’, según de trate de la relación a-a’ del sujeto al objeto, de la relación imagen de a en relación al Otro, por eso que ella estructura esta relación.

Es justamente que, como siendo carácterística de la relación del deseo con la relación del sujeto $ con las funciones imaginarias, que he expresado en la fórmula $(a, en éste sentido que el deseo como tal, y en relación a todo objeto posible para el hombre, plantea para él una pregunta por su elisión subjetiva.

Quiero decir que, en tanto el sujeto, en el registro, en la dimensión de la palabra, en tanto que él se ha inscripto allí como demandante, para aproximar de esto algo que es el objeto más elaborado, más evolucionado, lo que más o menos hábilmente la concepción analítica nos presenta como siendo el objeto de la oblatividad —esta noción, les he señalado a menudo, presenta dificultad, es en la que acá probamos también confrontar, probamos de formular de una manera más rigurosa—; el sujeto, por eso que como deseo, es decir, en la plenitud de un destino humano que es el de un sujeto hablante, al aproximar este objeto, se encuentra tomado en esta especie de impasse que hace que él mismo no pueda alcanzar este objeto como objeto; que de alguna manera se transforme en él como sujeto, sujeto de la palabra, o en esta cesión que le deja en la noche del trauma, para hablar propiamente, en lo que está más allá de la angustia misma, o de encontrarse debiendo tomar el lugar -sustituirse, subsumirse bajo un cierto significante que se encuentra (yo lo articulo pura y simplemente, en este momento no lo justifico, ya que es todo nuestro desarrollo quien debe justificarlo y toda experiencia analítica esté acá para justificarlo) siendo el falo.

Es de acá, el hecho de que en toda asunción de la posición madura, de la posición que llamemos genital, algo se produce al nivel del imaginario que se llama castración, y tiene su incidencia a nivel del imaginario.

¿Por qué? Porque el falo —no hay otra cosa en esta perspectiva que haga que podamos comprender toda la problemática que ha levantado el hecho verdaderamente al infinito, y del cual es imposible salir de otra manera— la cuestión de la fase fálica para los analistas, la contradicción, yo diría el diálogo Freud-Jones sobre este tema que es singularmente patético, toda esta especie de impasse donde Jones entra casi rebelándose contra la concepción muy simple que se hace Freud de la función fálica como siendo el término unívoco alrededor del cual pivotea todo el desarrollo concreto, histórico, de la sexualidad en el hombre y en la mujer, valorando lo que llama las funciones de defensa ligadas a esta imagen del falo.

Uno y otro, finalmente, dicen lo mismo, abordándolo desde puntos de vista diferentes. Ellos no pueden reencontrarse, seguramente, a falta de esta noción central, fundamental, que hace que debamos concebir el falo como, en esta ocasión, tomado, sustraído a la comunidad imaginaria, a la diversidad, a la multiplicidad de las imagenes que vienen a asumir las funciones corporales, aisladas frente a todas las otras, en esta función privilegiada que hace, de hecho, el significante del sujeto.

Enfoquemos aún más, aquí, nuestra linterna, y digamos esto: que, en suma, sobre los dos planos, que son el primer plano inmediato, aparente, espontáneo, que es el llamado, que es «Socorro», que es «Pan», que es un grito en fin de cuentas, que es, en todo caso algo donde, de manera más total el sujeto es idéntico por un momento a esta necesidad, que de todas maneras, debe articularse al nivel interrogativo de la demanda que se encuentra en la primera relación, en la experiencia del niño y la madre, función de lo que está articulado, seguramente, en la relación del niño y de la madre, en todo lo que la sustituye del conjunto de la sociedad que habla su propia lengua.

Entre este nivel y el nivel votivo, es decir, acá donde el sujeto, en todo el curso de su vida, va a reencontrarse, es decir, a encontrar lo que se le ha escapado porque, estando más allá, aparte de todo lo que la forma del lenguaje, cada vez más, y a medida que se desarrolla, deja pasar, deja filtrar, arroja, reprime esto que, de antemano, tendía a expresarse, a saber, su necesidad.

Esta articulación en segundo grado es aquello que, como siendo justamente modelado, transformado por su palabra, es decir, este ensayo, esta tentativa de pasar más allá esta transformación misma, es esto que nosotros hacemos en el análisis, y es porque se puede decir que, del mismo modo que todo lo que reside, de lo que debe articularse al nivel interrogativo, es acá el A, como un código predeterminado, tan pre-existente a la experiencia del sujeto, como siendo aquello de lo que, en el otro, es ofrecido al juego del lenguaje, a la primera patria significante que el sujeto experimenta por aprender a hablar.

¿Qué hacemos nosotros en el análisis? ¿Qué es lo que reencontramos? ¿Qué es lo que reconocemos? Ya que decimos que el sujeto está allí en el estado oral, anal, etc., no es otra cosa qué aquello que está expresado bajo esta forma madura de la cual no hay que olvidar el elemento completo: que es el sujeto, en tanto marcado por la palabra, y en cierta relación con la demanda; en esto, literalmente, que en tal o cual interpretación donde nosotros le hacemos sentir la estructuración oral, anal u otra de su demanda, no hacemos, simplemente, reconocimiento del carácter anal de la demanda; confrontamos al sujeto con este carácter anal u oral. No nos interesamos, simplemente, en algo que es inminente a esto que articulamos como siendo la demanda del sujeto; confrontamos al sujeto con esta estructura de su demanda. Y es acá, justamente, que debe balancear, oscilar, vacilar la acentuación de nuestra interpretación. Porque, acentuada de una cierta manera, aprendemos a reconocer algo que, si se puede decir, es en este nivel superior, nivel votivo, nivel de lo que él quiere, de lo que anhela, en tanto estos son inconscientes.

Nosotros le enseñamos, si puede decirse, a hablarlo, a reconocerse en eso que corresponde a su deseo en ese nivel. Pero sin embargo, no le damos las respuestas. Sosteniendo la interpretación en ese registro del reconocimiento de los soportes significantes escondidos en su demanda, inconscientes, no hacemos nada diferente, si olvidamos esto de lo cual se trata, es decir, confrontar al sujeto con su demanda; si no nos apercibimos de que esto que producimos es justamente el colapso, el borramiento de la función del sujeto como tal en la revelación de este vocabulario inconsciente.

Solicitamos al sujeto, borrarse y desaparecer. Y es tal cual en muchos casos, esto de lo que se trata. Es, a saber, que en cierto aprendizaje que uno puede hacer en el análisis del inconsciente, en cierta forma lo que desaparece, lo que huye, lo que está cada vez más reducido, no es otra cosa que esta exigencia del sujeto de manifestarse más allá de todo eso en su ser. Al volver a llevarlo, sin cesar, al nivel de la demanda, se termina seguramente por algún lado – y es eso que se llama en cierta técnica, análisis de las resistencias – por reducir, pura y simplemente, lo que es su deseo.

Entonces, si es simple y fácil de ver que, en la relación del sujeto con el otro, la respuesta se hace retroactivamente;  y por otro lado, que acá, algo retorna desde atrás en el sujeto para confirmarlo en el sentido de la demanda, para identificarlo, en la ocasión, a su propia demanda, y está claro, asimismo, el nivel en el cual el sujeto debe situarse, reconocerse, justamente, en aquella que él es más allá de esta demanda, que es donde hay un lugar para la respuesta; que este lugar para la respuesta acá esquematizada  por S significante de A barrado, es decir, el llamado que el otro le hace, también marcado por el significante, que también el otro esta abolido, de una cierta manera, en el discurso;  esto no es nada más que indicar un punto teórico del cual veremos la forma que debe tomar. Esta forma es, esencialmente, justamente, el reconocimiento de lo que tiene de castrado, lo que, del ser viviente, intenta aproximarse al ser viviente, tal como es evocado por el lenguaje. Y bien entendido este punto, no es en este nivel que podemos de antemano dar la respuesta.

Pero por el contrario, respetar, enfocar, explomar, utilizar aquello que, desde ya, se expresa más allá de este lugar de la respuesta en el sujeto, que está representado por la situación imaginaria donde él mismo se coloca, se mantiene, se suspende como en una especie de posición que, seguramente, participa en ciertos lados, de los artificios de la defensa, es seguro que esto hace la ambigüedad de las manifestaciones del deseo, del deseo perverso, por ejemplo.

Es por eso que acá, algo se expresa, que es el punto más esencial, donde el ser del sujeto intenta afirmarse.

Es esto tan importante de ser considerado, que es necesario considerar que es precisamente acá, en este mismo lugar, que debe producirse esto que llamamos tan fácilmente, a ,el objeto acabado, la maduración genital; dicho de otra manera, todo aquello que constituirá, como expresa en alguna parte bíblicamente Jones, las relaciones del hombre y la mujer, que encontrarán en el hecho de que el hombre es un sujeto hablante, marcado por dificultades estructurales que son las mismas que se expresan en la relación de $ con a.

¿Por qué? Porque, precisamente, si se puede decir que, hasta cierto momento, cierto estado, cierto tiempo del desarrollo, el vocabulario, el código de la demanda, puede pasar por un cierto número de relaciones, las cuales comportan un objeto inmóvil, a saber, el alimento para lo que es la relación oral; el excremento para lo que es la relación anal – para limitarnos por el momento a esos dos -, cuando se trata de la relación genital, es muy evidente que esto no es más que una especie de impronta, de prolongación, de esta fragmentación significante del sujeto en la relación con la demanda, que algo puede aparecérsenos y nos aparece, en efecto, pero a título mórbido, a título de todas las incidencias sintomáticas: a saber, el falo.

Por una simple y buena razón: es que, tal cual,  el falo no es este objeto inmóvil; él  deviene, solamente por su pasaje al rango de significante, y todo aquello de lo cual se trata en una maduración genital completa reposa sobre esto, que todo lo que en el sujeto debe presentarse como siendo aquí el cumplimiento de su deseo, para decirlo claro, es algo que no se puede demandar.

Y la esencia de la neurosis, esto con lo cual nosotros tenemos algo que ver, consiste muy precisamente, en esto, que es lo que no puede preguntarse el neurótico, justamente, en este terreno. O en el fenómeno neurótico, a saber, en lo que aparece más o menos esporádico en la evolución de todos los sujetos, que participa de la estructura de la neurosis, consiste, justamente -reencontramos siempre ésta estructura – en esto que lo que es del orden del deseo, se inscribe, se formula, en el registro de la demanda.

En el curso de una relectura que hice recientemente de Jones, retomé todo lo que él escribe sobre la afanisis; es muy atraparte en todo momento, lo que aporta de su experiencia más fina, más directa.

«Quisiera relatar algo de un gran número de parientes masculinos que presentan una deficiencia para consumar o cumplir su virilidad en relación a otros hombres o mujeres, y a mostrar que su fisura (su falta) en esta ocasión, su obstáculo, y de la manera más estricta… su actitud de necesidad de antemano de adquirir algo de las mujeres, algo que por una buena razón, ellos no pueden realmente adquirir».

«¿Por qué?» dice Jones. Y cuando él dice «¿por qué?», en su artículo y en su contexto, es un verdadero por qué; él no sabe por qué, pero él lo constata, lo puntúa como un punto de horizonte, una abertura, una perspectiva, un punto donde las guías le escapan. «¿Por qué? Un acto es imperfecto. ¿Puede él dar a un muchacho ese sentido de posesión  imperfecta de su propio pene? Yo estoy totalmente convencido de que las dos cosas están íntimamente ligadas una a la otra, en tanto que la conexión lógica entre estas dos cosas no es, ciertamente evidente».

En todo caso, no es evidente para él. En todo momento reencontramos estos detalles sobre la fenomenología más florida. Quiero decir, las sucesiones necesarias por las cuales un sujeto se desliza, puede arribar a la acción plena de su deseo, las condiciones previas que le son necesarias.

Podemos reconstituirlo, reencontrar esto que llamaré los progresos laberínticos donde se marca el hecho esencial de la posición que él sujeto ha tomado en esta referencia, en esta relación estructural para él, entre deseo y demanda.

Y si el mantenimiento de la posición incestuosa en el inconsciente es algo que tiene un sentido, y que tiene consecuencias efectivamente, diversamente devastadoras de las manifestaciones del desear en el cumplimiento del deseo del sujeto, esto no es, justamente, por otra cosa que esto: es que la posición llamada incestuosa, conserva alguna parte en el inconsciente, es justamente esta la posición de la demanda.

El sujeto, en un momento —se dice— y es así como se expresa Jones, tiene que elegir entre su objeto incestuoso y su sexo. Si quiere conservar uno, debe renunciar al otro. Yo diría que es entre qué y qué, él tiene que elegir en tal momento inicial, es entre su demanda y su deseo.

Retomemos ahora, después de estas indicaciones generales, el camino en el cual deseo introducirlos, para mostrarles la medida común que tiene esta estructuración del deseo, y cómo efectivamente, ella se encuentra implicada. Los elementos imaginarios, a pesar de que ellos debieran ser desviados, deben ser tomados en el juego necesario de la partida significante, ya que este juego está comandado por la estructura doble del votivo y del volitivo.

Tomemos un fantasma, el más banal, el más común, aquél que Freud mismo ha estudiado, al que ha prestado una especial atención, el fantasma «Pegan a un niño». Retomemos- ahora con la perspectiva aquella con la cual nos aproximamos para tratar de tomar cómo puede formularse la necesidad del fantasma, en tanto soporte del deseo.

Freud, hablando de estos fantasmas como él los ha observado, en cierto número de sujetos de la época predominantemente en las mujeres, nos dice que la primera fase de la Schlagfantasie, esta restituida, ya que llega a ser reevocada, sea en los fantasmas, sea en los recuerdos del sujeto, por la fase siguiente: «der vater schlang das Kind».  Y, que el niño que es pegado, en la ocasión es, en relación al sujeto, éste: «el padre pega al niño que yo odio».

Entonces, aquí nos vemos llevados por Freud al punto inicial, al corazón de algo que se sitúa en la cualidad más aguda del amor y del odio, aquélla que apunta al otro en su ser. Y es por eso que este ser, en esta ocasión, está sometido al máximo de la decadencia, en la valorización  simbólica que, por la violencia, por el capricho paternal, él es acá.

La injuria, aquí, si la llamamos narcisística, es algo que, en suma, es total. Ella apunta, en el sujeto odiado, lo que esta demandado, más allá de toda demanda. Apunta a que él esté absolutamente frustrado, privado de amor.

El carácter de la decadencia subjetiva que está  ligada en el niño al reencuentro con el primer castigo corporal, deja huellas diversas, siguiendo el carácter diversamente repetido. Y cada uno puede constatar, en la época en la que vivimos, que esas cosas son extremadamente trabajadas en los niños, que si se llega a que después  de que un niño no haya sido jamás castigado, sea el objeto una vez de algunos rigores, que fuesen muy justificados, al menos en una época relativamente tardía, uno no podría imaginar consecuencias, por lo menos por el momento, postrantes, que tenga esta experiencia para el niño.

Sea lo que sea, podemos dar por hecho que la experiencia primitiva es seguramente, esto de lo cual se trata, tal como Freud nos lo expresa: «Entre esta fase y la siguiente, debe pasar alguna importante transformación».

En efecto, esta segunda fase, Freud nos la expresa así: la persona que pega permanece siendo el padre. Pero el niño pegado, cambia regularmente en el fantasma mismo. «El fantasma, está en muy alto grado tonalizado de placer, y se cumple de una manera muy significativa, en la cual nosotros habremos accedido muy tarde», y con razón.

Su fórmula articulada es ahora, así: «Yo soy pegado por el padre». Pero de esto, en Freud, que es muy importante, y la más grave consecuencia de todas las fases, podemos decir, aún en cierto sentido, que ella no ha tenido nunca existencia real. «Ella no es jamás reevocada, en ningún caso. No es jamás llevada a la conciencia. Es una construcción del análisis, y es allí no menos que una necesidad».

Creo que no se sopesan bastante las consecuencias de tal afirmación de Freud. En fin de cuentas, ya que nosotros no encontramos nunca esta frase tan significativa, es sin embargo, muy importante ver, ya que ella desemboca en una tercera fase, frase en cuestión, que es necesario que concibamos esta segunda frase como oculta y buscada por el sujeto. Y bien entendido, esta cosa que es buscada, nos interesa en el más alto grado, ya que esto no es otra cosa que la fórmula  del masoquismo primordial, es decir, justamente este momento donde el sujeto va a buscar más cerca su realización  en él, de sujeto en la dialéctica significante.

Algo, como dice Freud con justicia, ha pasado de esencial entre la primera y la segunda fases este algo en el cual él ha visto al otro como precipitado en su dignidad de sujeto erigido en pequeño rival. Algo es abierto en él, que le hace percibir que es en esta posibilidad misma de anulación subjetiva, que reside todo su ser, en tanto que ser existente: que es acá, rozando muy cerca esta abolición, que mide la dimensión misma en la cual él subsiste como ser, sujeto a querer, como ser que puede emitir un anhelo.

¿Qué es lo que nos da toda la fenomenología del masoquismo, de manera que haga sin embargo ir a buscar en la literatura masoquista que, nos guste o no, que esto sea pornográfico o no? Tomemos una novela célebre, o una novela reciente, aparecida en una casa medio clandestina.

¿Cuál es la esencia del fantasma masoquista, en fin de cuentas? Es la representación por el sujeto de algo, de una pendiente, de una serie de experiencias imaginarias, de la cual la vertiente, la orilla sostiene esencialmente,  esto que, en el límite, es pura y simplemente tratado como una cosa, como algo que en límite se regatea, se vende, se maltrata, está anulado en toda especie de posibilidad votiva, de tomarse autónomo. Es tratado como un fantasma, como un perro, digamos nosotros, y no importa de qué perro se trate, un perro que se maltrata, precisamente, como un perro ya maltratado.

Este es el punto, el punto pivote, la base de transformación supuesta en el sujeto que busca encontrar dónde está este punto de oscilación, este punto de equilibrio, este producto de este $ que es aquello en lo cual él tiene que entrar, precisamente, si entra, si una vez entrado en la dialéctica de la palabra, tiene algún lugar para formularse  como sujeto.

Pero en fin de cuentas, el sujeto neurótico es como Picasso: él no busca; encuentra. Pues es así como se expresó un día Picasso. Fórmula verdaderamente soberana. Y en realidad, hay una clase de gente que busca; y hay aquéllos que encuentran. Créanme; la neurosis, a saber, todo lo que se produce de espontáneo en este abrazo del hombre con su palabra, encuentra.

Y yo quisiera remarcar que ‘encontrar’ viene de la palabra latina trope, más expresamente, de esto de lo que yo hablo sin cesar, dificultades de retórica. La palabra que, en las lenguas romances, designa ‘encontrar’ (trouver), al contrario de lo que pasa en las lenguas germánicas, donde es otra raíz que sirve para esto, es bastante curioso que sea tomado en el lenguaje de la retórica.

Detengámonos un instante en este tercer momento, en que el sujeto encuentra. Lo tenemos enseguida. Vale quizás detenerse allí.

En el fantasma «Se pega a un niño», ¿qué es lo que hay? Quien pega, es ‘se’. Es totalmente claro, y Freud insiste allí. No hay allí nada que hacer, uno dice, pero ¿quién pega? Es tal o cual. El sujeto es verdaderamente evasivo. Lo que no es después más que una cierta elaboración interpretativa, cuando se haya reancontrado la primera fase, se podrá reencontrar allí una cierta figura o imagen paternal bajo esta forma, la forma en que el sujeto ha reencontrado su fantasma, en tanto que su fantasma sirve de soporte a su desea la realización masturbatoria. En este momento, el sujeto está perfectamente neutralizado. El es ‘se’. Y a éste que es castigado, no es menos difícil de tomar. Es múltiple. Muchos niños; muchachos, cuando se trata de la joven; pero no forzadamente con una relación obligatoria entre el sexo del niño que es fantasma, y el sexo de la imagen fantasma.

Las más grandes variaciones, las más grandes incertidumbres, rigen también sobre este tema, donde sabemos bien que, para cada lado que esto sea, a o a, que éste sea i(a) o a, el niño hasta un cierto punto, participa, ya que es él quien hace el fantasma.

Pero por fin, en ninguna parte de una manera precisa, una manera no equívoca, de una manera que no sea precisamente indefinidamente oscilante, el niño se sitúa.

Pero esto sobre lo cual nos gustaría poner el acento, es sobre algo de fuerte vecindad con lo que hemos, a menudo, llamado la repartición entre los elementos intrasubjetivos del sueño.

Por un lado, en el fantasma sádico, éste, y en el fantasma masoquista, se puede observar de cerca, en él, una gran expansión.

Yo preguntaré: ¿Dónde está el afecto acentuado? El afecto acentuado, del mismo modo que estaba en el sueño portado por el sujeto soñante, esta forma de dolor, es indiscutiblemente un fantasma sádico; es portado en la imagen fantasma, pero del partenaire. Lo que en el fantasma sádico está en suspenso. Y a menudo el fantasma sádico, por poco consciente y refinado que sea, sabe, seguramente, detenerse allí – es la espera del partenaire. Es el partenaire, no en tanto sea pegado, como que va a serlo, o que no sabe cómo va a serlo.

Este elemento extraordinario, sobre el que volveré a propósito de la fenomenología de la angustia, y donde desde ya les indico esta distinción que está en el texto de Freud, pero de la cual, naturalmente, jamás nadie ha tomado en cuenta a propósito de la angustia, entre estos rasgos que separan la pérdida pura y simple del sujeto en la noche de la indeterminación subjetiva, y esto algo que es totalmente diferente, y que ya es advertencia, erección, si se puede decir, del sujeto ante el peligro, y que, como tal, es articulado por Freud en «Inhibición, síntoma y angustia«, donde Freud introduce una distinción aún más sorprendente, porque ella es de tal manera sutil, fenomenológica, que no es fácil de traducir en francés, entre lo que trataré de traducir por sufrir, no poder con ello, pero soportar, y lo que es vérselas venir.

Es en este registro, en esta gama, que se sitúa, en el fantasma sádico, el afecto acentuado, y por lo cual es agregado al otro, al partenaire, a aquél que está enfrente, en la ocasión, a minúscula.

En fin de cuentas, ¿donde está este sujeto que, en esta ocasión, está preso de algo que le falta justamente por saber donde está? Sería fácil decir que esté entre los dos. Iría más lejos. Yo diría que, en fin de cuentas, el sujeto está de tal manera, verdaderamente, entre los dos, que si hay algo aquí a lo cual él sea idéntico, o que ilustre de una manera ejemplar, es el rol de aquello con lo cual se imprime; es el rol del instrumento.

Es al instrumento al que es idéntico, ya que el instrumento aquí  nos revela y siempre para nuestro estupor —y siempre para la mayor razón de nuestro asombro, salvo en aquello que no quisimos ver—, que interviene como personaje esencial, muy frecuentemente, en aquello que nosotros tratamos de articular de la estructura imaginaria del deseo.

Y está acá, seguramente, esto que es lo más paradojal, lo que más nos advierte. Es que, en suma, es bajo este significante, aquí develado en su naturaleza de significante, que el sujeto llega a abolirse en tanto que se toma en esta ocasión en su set esencial.

Si es cierto, con Spinoza podríamos decir que este ser esencial es su deseo. Y, en efecto, es a esta misma encrucijada que somos llevados cada vez que se plantea, para nosotros, la problemática sexual.

Si el punto pivote de donde hemos partido hace dos años, que era, justamente, el de la fase fálica en la mujer, esta constituido por este punto de relevo por el cual Jones vuelve siempre al curso de su discusión, para elaborarlo.

El texto de Jones sobre este sujeto, tiene el valor de elaboración analítica. El tema central es esta relación  del odio de la madre con el deseo del falo. Desde acá, Freud partió. Es alrededor de esto que él hace partir el carácter  verdaderamente fundamental, genético, de la exigencia fálica en la salida del Edipo en el varón, en la entrada del Edipo en la mujer. Es esté punto de conexión: odio de la madre, deseo del falo. Esto que es el sentido propio de este «Penis-neid».

O Jones subraya las ambigüedades que son reencontradas cada vez que nos servimos de ellas, o si es el deseo de tener un pene supuesto de Otro, es decir, una rivalidad, es necesario al mismo tiempo, que se presente bajo un aspecto ambigüo, que nos muestra bien que es más allá que debemos buscar su sentido. El deseo del falo, es decir, deseo mediatizado por el mediatizante falo. Rol esencial que juega el falo en la mediatización del deseo.

Esto nos lleva a plantear, para introducir lo que habremos de desarrollar ulteriormente en nuestro análisis de la construcción del fantasma, esta encrucijada, que es, a saber, que el problema es, en fin de cuentas, saber cómo va a poder ser sostenida esta relación del significante falo en la experiencia imaginaria que es la suya, en tanto que ella está profundamente estructurada por las formas narcisísticas que reglan las relaciones con su semejante como tal. Es entre  S sujeto hablante, pequeño a, a saber, ese otro que el sujeto tiene en sí mismo.

Pequeño a es, entonces, aquello que hemos identificado hoy. Es el otro imaginario, es aquello que el sujeto tiene en sí mismo como «pulsión», en el sentido en donde la palabra pulsión esté puesta entre comillas, donde ésta no es la pulsión entonces elaborada, tomada en la dialéctica significante, donde es la pulsión en su carácter primitivo, o la que representa  tal o cual manifestación, en el sujeto, de la necesidad.

Imagen del otro, a saber, ésta en que por lo intermediario de la reflexión especular del sujeto, ha de situar sus necesidades; está en el horizonte algo del otro, a saber, lo que he llamado, en principio, la primera identificación al otro, en el sentido radical, la identificación a los emblemas del otro, a saber, significante gran I sobre A.

Voy a dar un esquema que reconocerán aquellos que han seguido el primer año de mi seminario. Hemos hablado del narcisismo. He dado el esquema del espejo parabólico, gracias al cual uno puede hacer aparecer, sobre un plato, en un florero, la imagen de la flor escondida, sea arriba o abajo y que, gracias a la propiedad de los rayos que vienen a proyectarse, se perfila aquí, en imagen real. Quiero decir, producir un instante la ilusión de que hay en el florero, precisamente, esta flor.

Esto puede parecer misterioso, ver que se puede imaginar  que es necesario tener aquí  una pequeña pantalla para escoger esta imagen en el espacio. No es nada de eso. Yo hice notar que esta ilusión, a saber, la vía de la erección en el aire de esta imagen real, no se percibe más que desde un cierto campo del espacio que es, precisamente, determinado por el diámetro del espejo esférico, marcado en relación al centro del mismo. Es decir que, si el espejo es estrecho, él necesitará, seguramente, colocarse en un campo donde los rayos  que son reflejados desde el espejo, llegan a cruzar su centro y, en consecuencia, en cierta expansión de una zona en el espacio, para ver su imagen.

La astucia de mi pequeña explicación en el tiempo, era ésta: si alguien quiere ver producirse esta imagen fantasmática en el interior del florero, o un poco de costado, importa verla producirse en alguna parte en el espacio donde hay ya un objeto real, y si el observador se encuentra acá, podrá servirse del espejo.

Si él está en una posición simétrica en relación al espejo, la posición virtual de aquél que está delante del espejo, será en esta inclinación, venir a situarse en el interior del cono de visibilidad de la imagen que se producirá aquí.

Esto quiere decir que él verá la imagen de la flor, justamente en este espejo, en el punto simétrico. En otros términos, lo que se produce, si el rayo luminoso que se refleja hacia el observador es estrictamente simétrico de la reflexión visual, lo que pasa del otro lado, es porque el sujeto virtualmente, habrá tomado el lugar de eso que está del otro lado del espejo, que verá el florero en el espejo – esto que puede esperarse, ya que está acá – y por otra parte, la imagen real, tal como se produce en el lugar donde él no puede verla.

La relación, el interjuego entre los diferentes elementos imaginarios, y los elementos de identificación simbólica del sujeto, pueden ser en cierta manera graficados (images) en este aparato óptico, de una manera que yo no creo no tradicional, ya que Freud la ha formulado en alguna parte de su Traumdeutung. El da alguna parte del esquema de las lentes  sucesivas, en las cuales se refracta el pasaje progresivo del inconsciente, del preconsciente. El buscaba en referencias análogas – ópticas, dice precisamente.

Ella representa, efectivamente, esto que, en el fantasma, trata de reunir su lugar en lo simbólico.

Esto, en consecuencia, hace de S otra cosa que un ojo. Esto no es más que una metáfora. Si él designa  que quiere reunir su lugar en lo simbólico, es de una manera especular, a saber, en relación al otro que, aquí, es el A mayúscula.

Este espejo no en más que un espejo simbólico. No se trata del espejo delante del cual el niñito se agita. Quiero decir que es en cierta reflexión que está hecha con ayuda de palabras en el primer aprendizaje del lenguaje, que el sujeto aprende a reglar, en alguna parte, a buena distancia, los emblemas con los que se identifica, a saber, algo que da, del otro lado, lo corresponde en estas primeras identificaciones del moi.

Y que es en el interior de esto, en tanto que hay algo a la vez de preformada, de abierto a la fragmentación, y en tanto que el simbolismo existe y le abre en ella el campo, es en el interior de ella que va a producirse esta relación imaginaria en la cual el sujeto se encontrará tomarlo, y que, yo lo señalo, hace que, en la relación erótica con el otro, por acabada y pujante uno la suponga, tendrá siempre un punto de reducción que pueden tomar como extrapolaciones del diseño erótico entre los sujetos. Es que hay transformación de esta relación primera de a a imagen de a, de esta relación fundamentalmente especular que regla las relaciones del sujeto con el otro.

Hay transformación de esto y una repartición entre, por un lado, el conjunto de los elementos fragmenta del cuerpo, aquéllos con los cuales tenemos que ver, en tanto somos la marioneta, y en tanto que nuestro partenaire es la marioneta. Pero a la marioneta no le faltará más que una cosa, el falo. El falo está ocupado por otra parte, en la función significante.

El sujeto, en tanto se identifica al falo, frente al otro despedazado, en tanto él mismo en presencia de algo que es el falo. Y para poner los puntos sobre las íes, les diré que entre el hombre y la mujer —les ruego detenerse en esto— en la relación, por más amorosa que sea, entre un hombre y una mujer, el deseo se encuentra más allá de la relación amorosa del lado del hombre. Yo entiendo, en tanto que la mujer simboliza el falo, que el hombre encuentra allí el complemento de su  ser.

Es la forma, si puedo decir, ideal. Es justamente, en la medida en que el hombre, en el amor, está verdaderamente alienado, que este falo, objeto de su deseo, que reduce sin embargo, en el acto erótico,  a la mujer a ser un objeto imaginario, que esta forma del deseo será realizada.

Y es seguramente por esto que es mantenida, en el seno mismo de la relación amorosa más profunda, más íntima, esta duplicidad del objeto sobre la cual yo he insistido tantas veces a propósito la famosa relación genital.

Vuelvo a la idea de que, justamente, si la relación  amorosa es aquí acabada, lo es en tanto que el otro dará lo que no tiene, y esta es la definición misma del amor.

Por otro lado, la relación de la mujer con el hombre, que nos place creer muy monogámica, es algo que no presenta menos antigüedad, en esto de que lo que la mujer encuentra en el hombre, es el falo real, y entonces, su deseo encuentra allí, como siempre, su satisfacción. Efectivamente, ella se encuentra en postura y ve una relación de goce satisfactorio.

Pero justamente, es en la medida en que la satisfacción  del deseo se produce en el plano real, que aquello que la mujer efectivamente ama, y no desea, es este ser que él es, más allá del reencuentro del deseo, y que es, justamente, el otro, a saber, hombre en tanto privado de falo, en tanto, precisamente por su naturaleza de ser acabado, de ser hablante, es castrado.