Seminario 8: Clase 1, del 16 de Noviembre de 1960

Anuncié para este año que hablaría sobre la transferencia, sobre su disparidad subjetiva. Este no es un término que elegí fácilmente. Hace hincapié en algo que va más allá de la simple noción de disimetría entre los sujetos. Plantea, en el título mismo, se insurreccióna, si puedo decirlo, desde el principio contra la idea de que la intersubjetividad por sí sola pueda proveer el marco en el cual se inscribe el  fenómeno. Existen palabras más o menos cómodas, según las lenguas. Es realmente, del término …. de la imparidad subjetiva de la transferencia, de lo qué ella contiene de impar, esencialmente, que busco algún equivalente.

No existe término, aparte del término mismo de imparidad que sea empleado en francés para designarla. En su pretendida situación, también dice mi título, indicando por ello alguna referencia a este esfuerzo de estos últimos años en él análisis, para organizar, en torno de la noción de situación, lo que acontece en la cura analítica.

La pretendida palabra misma, está ahí para decir también que me inscribo en vano (en faux), al menos, en una posición correctiva, con relación a este esfuerzo. No creo que pueda decirse del análisis, lisa y llanamente que allí hay una situación, o incluso, es una muy falsa, situación.

Todo aquello que se presenta como técnica, uno mismo debe inscribirse como referido a estos principios a esta investigación de los principios que ya se evoca en la indicación de esas diferencias, y para decirlo de una vez, en una justa topología en una rectificación de aquello que se trata , que está comunmente implicado en el uso que a diario, hacemos teóricamente de la noción de transferencia, vale decir de algo, en resumidas cuentas, que se trata de referir a una experiencia que conocemos muy bien, sin embargo, al menos, tanto más cuánto que por alguna razón hemos practicado la experiencia psicoanalítica.

Advierto que puse mucho tiempo en llegar al corazón de nuestra experiencia. Según el punto en que está fechado este seminario, que es aquél en el cual guía a un cierto número de ustedes desde hace varios años, según la fecha en la que se le hace comenzar, es en el octavo o décimo año cuando abordo la transferencia. Pienso que ustedes verán que esta larga demora no era sin razón.

Comencemos pues. Al principio. Cada uno se atribuye el remitirme a alguna paráfrasis de la fórmula al principio era el verbo. Am Anfang war die Tat dice otro, y para un tercero, ante todo, vale decir al principio del mundo humano, ante todo era la praxis. He aquí tres enunciados que, en apariencia, son incompatibles.

La verdad, por lo que se refiere a lo que importa desde el lugar en que estamos para resolverlo, es decir, de la experiencia psicoanalítica, lo que cuenta no es su valor de enunciado, sino —si puedo decirlo— su valor de enunciación, o aún de anuncio, quiero decir esto en lo que hacen aparecer al ex nihilo propio de toda creación, y muestran su ligazón íntima con la evocación de la palabra. A este nivel, evidentemente, todos manifiestan que entran en el primer enunciado, al principio era el verbo. Si evoco esto es para diferenciar lo que digo, ese punto del cual voy a partir para afrontar este término, el más opaco, este núcleo de nuestra experiencia que es la transferencia.

Tengo la intención de partir, quiero partir, voy a tratar, comenzando con toda la torpeza necesaria, de partir hoy, en torno de esto; que el término «al principio» posee ciertamente otro sentido. Al principio de la experiencia analítica recordémoslo fue el amor. Ese comienzo es otra cosa que esta transferencia, en sí misma de la enunciación, que daba su sentido a las fórmulas de hace poco tiempo. Es un comienzo denso, un comienzo confuso. Aquí, es un comienzo no de creación sino de formación, y volveré a ello más adelante, al punto histórico  donde nace el encuentro de un hombre y de una mujer, de Joseph Breuer y de Ana O …en la observación inaugural de los Studien Über Hysterie donde nace lo que es ya el psicoanálisis, lo que Ana O bautizó con el término de Talking cure o también con el de limpieza de chimenea (chimney sweeping).

Y quiero antes de volver a esto, recordar un momento, para aquellos que no estaban presentes el año pasado, algunos de los términos en torno a los cuales giró nuestra exploración de lo que denominé la ética del psicoanálisis.

Lo que el año pasado quise explicar en presencia de ustedes, es, si puede decirse, para referirse al término creación que di hace un momento, la estructura creacionista del ethos (escritura en giego) humano como tal. El ex nihilo que subsiste en su corazón, que hace, para emplear el término de Freud, el núcleo de nuestro ser. Kern unseres Wesen. Quise mostrar que este ethos se envuelve alrededor de este ex nihilo como subsistiendo en un vacío impenetrable

Para abordarlo, para designar este carácter impenetrable, comencé, ustedes lo recuerdan, por una crítica cuyo fin consistía en rechazar expresamente lo que ustedes me permitirán llamar —al menos aquéllos que me han escuchado lo admitirán, la schwärmerei de Platón.

Schwärmerei en alemán, para aquellos que no lo saben, significa ensoñación, fantasma (phantasma), dirigido hacia algún entusiasmo, y más especialmente, hacia algo que se sitúa o se dirige hacia la superstición, en resumen, la notación crítica en el orden de la orientación religiosa que es agregada por la historia. En los textos de Kant, el término schwärmerei tiene netamente esta inflexión.

Lo que llamo schwärmerei de Platón, es haber proyectado sobre lo que llamo el vacío impenetrable, la idea de bien supremo. Digamos que simplemente se trata de indicar un camino recorrido, con más o menos buen éxito, seguramente, con una intención formal, traté de proseguir lo que resulta de ese rechazo de la noción platónica de bien supremo que ocupa el centro de nuestro ser.

Sin duda, para reunir nuestra experiencia, más con objetivos críticos, procedí en parte de lo que puede llamarse la conversión aristotélica con relación a Platón, mostrando, a partir de Aristóteles, que sin ninguna duda, en el plano ético está para nosotros superado, pero en el punto en el que nos encontramos, al tener que mostrar el destino histórico de las nociones éticas a partir de Platón, sin duda, la referencia aristoteliana, la Etica a Nicómaco es esencial.

Es difícil seguir lo que ella contiene, con paso decisivo en la edificación de una reflexión ética, no ver que, por más que mantenga esta noción de bien supremo cambia profundamente su sentido haciéndola consistir, por un movimiento de reflexión inversa, en la contemplación de los astros, esta esfera, la más exterior del mundo de un existente absoluto, increado, incorruptible del que es justamente porque para nosotros es decisivamente volatilizada en el polvo de las galaxias, que es el último término de nuestra investigación cosmológica, cuando uno puede tomar la referencia aristotélica como punto crítico de lo que está en la tradición antigua, en el punto al que llegamos, la noción de bien supremo.

Por este paso fuimos conducidos entre la espada y la pared como siempre, entre la espada y la pared, desde que una reflexión ética trata de elaborarse, es que necesitamos o no, asumir aquélla de lo cual jamás pudo librarse la reflexión ética, el pensamiento ético, a saber que sólo a partir de eso existe un bueno, good, god el placer.

Nos queda por investigar él principio del ver das (sic), que es el principio del actuar bien, y lo que él infiere permite decir que quizás, no es la Ab, la acción buena, aún cuando fuese llevada al poder kantiano de la máxima universal.

Si debemos tomar en serio la denunciación freudiana de la falacia de esas satisfacciónes llamadas morales, por más que allí se disimule una agresividad que realiza esta hazaña de sustraer a quien la ejerce su goce, repercutiendo continuamente su mala acción en sus partenaires sociales, hecho que indican estas largas condicionales, circunstanciales, es exactamente …el equivalente del Malestar en la cultura en la obra de Freud.

Uno debe preguntarse por qué medios operar honestamente con los deseos. Es decir, cómo preservar con este acto en el que habitualmente encuentra más bien su colapso que su realización, el deseo, y que, en la mejor hipótesis no lo representa, al deseo, que su hazaña, su gesta heroica, preservar —dije— del deseo, a este acto, hecho que puede llamarse una relación simple o salubre.

No hay que andarse con rodeos sobre lo que quiere decir salubre en el sentido de la experiencia freudiana, esto quiere decir liberado, lo más liberado posible de esta infección que a nuestros ojos —mas no solamente a nuestros ojos— a los ojos, desde siempre, tan pronto como se abren a la reflexión ética, esta infección que es el fondo de cualquier establecimiento social como tal.

Esto supone, seguramente, que el psicoanalista en su manual operatorio incluso, no respeta lo que llamaré esta nube esta catarata recientemente inventada, esta llaga moral, esta forma de ceguera que constituye cierta práctica desde el punto de vista sociológico. No me extenderé sobre eso. E incluso para recordar lo que pudo presentificar a mis ojos semejante encuentro reciente de aquélla en lo que desemboca el vacío, escandaloso a la vez, esta especie de búsqueda que pretende reducir una experiencia como la del inconsciente con referencia a dos, tres, incluso cuatro modelos llamados sociológicos —mi irritación, que fue grande, debo decir que cayó, pero dejaré a los autores de tales ejercicios, au pont aux dames, que quieran realmente recogerlos.

Es muy cierto también que al hablar en estos términos de la sociología no hago referencia a esta especie de meditación en la que se sitúa la reflexión de un Lévy-Strauss, por más que —consulten su discurso inaugural en el Colegio de Francia— a ella se refiere expresamente, en lo que concierne a las sociedades, a una meditación ética sobre la práctica social. La doble referencia a una norma cultural más o menos míticamente situada en el neolítico, a la meditación de política de Rousseau por otra parte, allí es suficientemente indicativa. Pero dejemos, esto no nos concierne.

Recordaré solamente, que es por el camino de la referencia propiamente ética que constituye la reflexión salvaje de Sade, que es en los caminos insultantes del goce sadianista cuando les mostré uno de los accesos posibles a esta frontera propiamente trágica donde se sitúa el oberland freudiano. Que es en el seno de lo que algunos de ustedes han bautizado el «entre-dos-muertes», término más exacto para designar el campo donde se articula expresamente como tal, todo aquélla que sucede en el universo propio dibujado por Sófocles, —y no solamente en la aventura de Edipo Rey— donde se sitúa este fenómeno del que creo poder decir que hemos introducido una localización en la tradición ética, en la reflexión sobre los motivos y las motivaciones del bien. Esta localización, por más que la haya designado propiamente como siendo la de la belleza en tanto que adorna, tiene por función constituir la última barrera antes de este acceso a la cosa última, a la cosa mortal, a ese punto al que llegó para hacer su última confesión, la meditación freudiana con el término de pulsión de muerte.

Les pido perdón por haber creído tener que trazar, aunque en forma abreviada pero realizando un largo rodeo, este breve resumen de lo que hemos dicho el año pasado. Era necesario este rodeo para recordar al comienzo de lo que vemos a tener que decir, que el término en el que nos detuvimos concierne a la función de la belleza porque no tengo necesidad —pienso— para la mayoría de ustedes, de evocar lo que constituye ese término bello y belleza en este punto de la inflexión de lo que llamé la schwärmerei platónica, que provisoriamente les ruego, a título de hipótesis, considerar … a nivel de una aventura si no psicológica, al menos individual, considerar el efecto del duelo que bien puede decirse inmortal dado que es la fuente misma de lo que se articuló desde nuestra tradición sobre la idea de inmortalidad, del duelo inmortal de aquél que encarna esta apuesta de sostener su pregunta, que no es la pregunta de alguien que habla, al punto en que él, aquél, la recibía a esta pregunta, de su propio demonio (daimoò) según nuestra fórmula, bajo una forma invertida: he nombrado a Sócrates.

Sócrates, así, puesto en el origen, digámoslo ya, de la más prolongada transferencia —lo que daría a esta fórmula todo su peso— que haya conocido la historia. Pues se los digo ya, tengo la intención de hacerla sentir, el secreto de Sócrates estará detrás de todo lo que este año diremos sobre la transferencia.

Este secreto Sócrates lo ha confesado. Pero, no es por haber sido confesado que un secreto deja de ser un secreto. Sócrates pretende no saber nada salvo saber reconocer qué es el amor, y nos dice —paso al testimonio de Platón, especialmente en el Lysis— saber reconocer infaliblemente, donde él los encuentra, donde está el amante y dónde está el amado. Creo que en el párrafo 204.

Son múltiples las referencias de esta referencía de Sócrates al amor. Y ahora, henos aquí nuevamente en nuestro punto de partida por más que tenga hoy, la intención de acentuarlo. Por más púdico o más inconveniente que sea el velo que se mantiene semi-apartado sobre este accidente inaugural que impidió al eminente Breuer dar la primera experiencia, a pesar de ello, sensacional, de la Talking cure y su resultado, lo cual quiere decir que es muy evidente que este accidente era una historia de amor, que esta historia de amor, no haya existido solamente por parte de la paciente tampoco esto no es absolutamente dudoso.

No basta decir, bajo las formas de estos términos exquisitamente retenidos, que son los nuestros, como lo hace Jones en la página tal de su primer volumen de la biografía de Freud, que seguramente Breuer debió ser la víctima de lo que llamemos, dice Jones, una contratransferancia un poco marcada. Es bien evidente que Breuer amó a su paciente. Como prueba más evidente de ello sólo vemos aquélla que, en semejante caso, es una solución muy burguesa: el retorno al fervor conyugal, a raíz de esto reanimado, el viaje a Venecia, con también por resultado lo que Jones nos dice, a saber el fruto de una nueva hijita se agrega a la familia, de la que Jones, con bastante tristeza a este respecto, nos indica que el fin, muchos años más tarde, debía confundirse con la erupción catastrófica de los nazis en Viena.

No hay que ironizar sobre estas clases de accidentes, si no se está bien seguro de lo que ellos parecen presentar como típico con relación a cierto estilo particular de las relaciones llamadas burguesas con el amor, con esa necesidad, esa necesidad de un despertar para con esa incuria del corazón que armoniza tan bien con el tipo de abnegación en el que se instala el deber burgués…

Esto no es lo importante, pero poco importa que haya resistido o no. Lo que más bien debemos bendecir en este momento, es el divorcio ya inscripto más de diez años antes, porque es en el 82 cuando esto ocurre, y que solamente diez años más tarde, luego, se necesitarán quince años para que la experiencia de Freud desemboque en el trabajo de los Studien Uber Hysterie, escrito con Breuer, hay que bendecir el divorcio entre Breuer y Freud. Pues todo está ahí. El pequeño Eros (erwò) cuya malicia golpeó al primero, Breuer, en lo más inesperado de su sorpresa lo obligó a la huida, el pequeño Eros encuentra a su amo en el segundo, Freud. Y ¿por qué?.

Yo podría decir —déjenme divertirme un rato— que es porque para Freud la retirada estaba cortada, elemento del mismo contexto en el que los amores intransigente. que conocemos desde que poseemos su correspondencía con su novia. El era el sectador. Encuentro de las mujeres ideales que les responden sobre el modo físico del erizo. Sie sträuben sich dagegen, como lo escribe Freud. Donde las alusiones a su propia mujer no son evidentes ni confesadas. Están siempre a contrapelo. Ella parece, en todo caso, un elemento del diseño permanente que Freud nos brinda de su sed; la Frau Professor misma, objeto eventual de la admiración de Jones quien, sin embargo, si me fío en mis informaciones, sabía que quería decir someterse.

Esto sería un curioso denominador común con Sócrates, que ustedes saben que también tuvo que ver en su casa con una doméstica poco amable. La gran diferencia entre ambos, para ser sensible, sería la de esta… cuyo perfil nos mostró la…, un perfil de comadreja lisistratesca cuya facilidad para la mordida él nos hace sentir en las réplicas de Aristófanes. Simple diferencia.

Ya es bastante sobre este tema. Y sin embargo, diría que sólo hay allí una referencia ocasional. Y que para terminar, este dato, referente a la instancia conyugal, no es, en modo alguno, indispensable —tranquilicese cada uno de ustedes— para vuestra buena conducta.

Tenemos que investigar más profundamente este misterio. A diferencia de Breuer, sea cual fuera la causa, Freud toma como camino el que hace de él el amo del temible pequeño dios. Elige, como Sócrates, servirlo para servirse de él. Es en ese punto donde van a comenzar para nosotros, todos los problemas.

Pero se trataba seguramente de recalcarlo, de servirse de él, del Eros. Y servirse de él ¿por qué? Justamente ahí era necesario que yo les recordara los puntos de referencia de nuestra articulación, servirse de él por el bien.

Sabemos que el dominio de Eros va infinitamente más lejos que cualquier otro campo para cubrir este bien. Sin embargo, partamos de un punto considerando como adquirido esto. Ustedes ven que los problemas —y eso es además, una cosa permanentemente presentificada en mi mente que plantea para nosotros la transferencia no va sino a  comenzar aquí.

Cuando les digo que está perennemente presentificada en nuestra mente, es lenguaje común concerniente al análisis. En lo que concierne a la transferencia, ustedes deben tener de alguna manera, ni preconcebida ni permanente, como primer término del fin de vuestra acción, el bien pretendido o no, de vuestro paciente. Y precisamente su Eros.

No creo que debo dejar de recordarles una vez más aquí lo que une en el más alto nivel de lo escabroso, la iniciativa socrática con la iniciativa freudiana, cotejando su resultado en la duplicidad de esos términos en los que va a expresarse de una manera condensada, más o menos así: Sócrates elige servir a Eros para servirse de él (sirviéndose de él), eso lo condujo muy lejos, obsérvenlo, a un muy lejos que uno se esfuerza por camuflar haciendo un pura y simple accidente de lo que yo llamaba hace un momento el fondo urticante de la infección social. Mas no es hacerle injusticia ¿no darle razón de creerle?. De creer que él no sabía perfectamente que él iba propiamente en sentido inverso a todo ese orden social en medio del cual él inscribía su práctica cotidiana, ese comportamiento verdaderamente insensato, escandaloso, por más que la devoción de sus discípulos haya pretendido luego, revestirla de cierto mérito; poniendo de relieve las fases heroicas del comportamiento de Sócrates, es evidente que ellos no pudieron hacer más que registrar lo que es carácterístico, mayor, y que Platón mismo ha calificado con una palabra que sigue siendo célebre para aquellos que estaban relaciónados con el problema de Sócrates, es su Atropia (atopia) en el orden de la cité.

En la unión… si ellas no son verificadas por todo aquello que asegura el equilibrio de la cité, Sócrates no sólo no tiene su lugar sino que no está en ninguna parte. Y qué hay de asombroso si una acción tan vigorosa en su carácter inclasificable, tan vigorosa que aún vibra incluso en nosotros, ha tomado su lugar, qué hay de asombroso en que ella haya conducido a esta pena de muerte. Vale decir, a la muerte real de la manera más clara, en tanto que infligida a una hora elegida de antemano con el consentimiento de todos, y para el bien de todos. Y después de todo, sin que los siglos hayan podido jamás dilucidar desde entonces, si la sanción era justa o injusta. Por ende, ¿adonde va el destino, un destino que me parece que no es exagerado considerar como necesario, más no extraordinario, de Sócrates?

Por otra parte, no es por seguir el rigor de su vía que Freud descubrió la pulsión de muerte, vale decir, algo muy escandaloso también. Sin duda alguna, menos costoso para el individuo. ¿No es esto una verdadera diferencia, Sócrates, como desde hace siglos lo repite la lógica formal, no sin razón en su insistencia, Sócrates es mortal, debía morir un día, pues. No es que Freud esté muerto tranquilo en su lecho lo que aquí nos importa.

Lo que está esbozado cuya convergencia con la aspiración sadianista intenté mostrarles, aquí está discriminada esta idea de la muerte eterna, de la muerte en tanto que ella hace del ser mismo su rodeo sin que podamos saber si hay en ello sentido o no… Tanto el otro de los cuerpos…: aquellos que siguen a Eros sin compromiso, Eros por donde los cuerpos se juntan, con Platón, en una sola alma, con Freud, sin alma del todo, pero en todo caso, en uno solo, Eros en tanto que él une inútilmente.

Por supuesto que ustedes pueden interrumpirme aquí. ¿Adónde les conduzco? Este Eros, evidentemente, ustedes están de acuerdo conmigo, es en realidad, el mismo en los dos casos, aún cuando nos desagrade. Pero esas dos muertes, ¿qué tienen que hacer ustedes para devolvernoslas? ¿ese barco del año pasado? ¿Piensan todavía en él para hacernos pasar qué? El Río que los separa. ¿Estamos en la pulsión de muerte o en la dialéctica? Les respondo sí.

Si, si uno lleva al otro para llevarnos al asombro. Pues, en realidad, yo quiero admitir que me alejo que no debo, después de todo, llevármelos a ustedes a los últimos callejones sin salida, que yo haré que se asombren ustedes, si no se asombraron ya, sino de Sócrates de Freud, en el punto de partida. Porque estos callejones sin salida, se les va a probar a ustedes, que son fáciles de resolver, si ustedes quieren justamente o no asombrarse por nada. Es suficiente con que tomen como punto de partida algo sencillísimo, de una claridad meridiana, la intersubjetividad. Yo te intersubjetivo, tu me intersubjetivas por la perilla; el primero que ría recibirá un bofetón, y bien merecido.

Pues como se dice, quien no ve que Freud desconoció que no hay otra cosa en la constante sado-masoquista. El narcisismo lo explica todo. Y en lo que a mi concierne, ¿acaso no estuvieron ustedes próximos a decirlo?. Hay que decir que en aquél momento, yo ya era reacio a la función de esa herida, narcisismo, pero qué importa.

Y también se me dirá que mi intempestivo Sócrates para… de volver también él a esta intersubjetividad; Porque al fin de cuentas, Sócrates sólo tuvo un error es el de violar la marcha, en la que siempre conviene acomodarnos, las multitudes, que cada uno sabe que hay que esperarla para mover el meñique en el terreno de la justicia, porque necesariamente ellas llegarán allí mañana. He aquí cómo el asombro es reglamentado, transferido en la cuenta de la falta; los errores serán siempre solamente errores judiciarios.

Esto sin perjuicio de las motivaciones personales, hecho que puede tener en mí esta necesidad de cargar las tintas que tengo siempre, y que evidentemente hay que escrutar en mi afán de pavonearme. Siempre nos salimos con la nuestra. Es una inclinación perversa. Mi sofística pues, puede ser superflua. Volveremos al lugar de partida, procediendo del a, y recobraré, al pisar tierra, la fuerza de la lítote para refrendar sin que ustedes estén levemente asombrados: ¿que la intersubjetividad sea lo más ajeno al reencuentro analítico? ¿Ella apuntaría a que escurrimos el bulto, por que estamos seguros de que hay que evitarla? La experiencia freudiana se fija tan pronto como aparece. Sólo florece por ausencia.

El médico y el enfermo —como dicen de nosotros— , y esta cacareada relación de la que se burlan,  ¿van intersubjetivizarse a cual mejor?. Tal vez, pero podemos decir que en este sentido a uno y a otro no les llega la camisa al cuerpo. El me dice eso para reconfortarme o para agradarme —piensa uno— éste me quiere envolver piensa otro?. La relación pastor-pastora, si se entabla así se entabla mal. Está condenada, si permanece allí, a no conducir a nada.

Justamente, es en esto que estas dos relaciones, médico-enfermo, pastor-pastora, deben diferir, a toda costa, de la negociación diplomática y de la emboscada.

Lo que llaman el Boguer, ese boguer de la teoría, mal que le pese a Henri Lefebvre, no hay que buscarlo en la obra de Von Neuman como…(falta la hoja que sigue)… de actividad científica honorable, o puedan volver a la actualidad, además, fácilmente ajada por el psicoanálisis, un beneficio de lustre.

Este era el caso. Friedman era un hombre que tenía, poco después de la guerra, esa especie de aura benéfico por haber estado comprometido con la revolución rusa. Se suponía que estaba en plena experiencia interpsicologista. La segunda razón de este buen éxito era la de… en nada la rutina del análisis. Y de esta manera, seguramente, volvemos a recorrer una vía por medio de un sistema de agujas mentales que nos vuelven a llevar a una vía muerta. Pero al menos, la denominación Two bodies psychology habría podido tener un sentido, al menos, de despabilarnos. Es justamente aquél que está completamente elidido, obsérvenlo, del empleo de su fórmula: ella debiera evocar lo que puede tener la atracción de los cuerpos en la pretendida situación analítica.

Es curioso que tengamos que pasar por la referencia socrática para ver su alcance. En Sócrates, quiero decir, donde se le hace hablar, esta referencia a la belleza de los cuerpos es permemente, es, si puede decirse, animadora en este movimiento de interrogación en el que ni siquiera hemos, obsérvenlo, aún entrado, en el que todavía, ni siquiera sabemos cómo se distribuyen la función del amante y del amado. Sin embargo, las cosas son llamadas por su nombre y en torno de ellas podemos, por lo menos, hacer observaciones útiles.

Si, efectivamente, algo en la interrogación apasionada que anima a este principio de interrogación dialéctica, tiene relación con el cuerpo, hay que decir, en verdad, que en el análisis esto se recalca por rasgos cuyo valor de acento cobra peso por su incidencia particularmente negativa. Que los analistas mismos —espero que nadie se sienta juzgado— no se distingan por un benaplácito corporal, es en eso que la fealdad socrática brinda su más noble antecedente, al mismo tiempo que nos recuerda, por otra parte, que de ninguna manera es un obstáculo para el amor. Pero a pesar de todo, hay que recalcar algo: que el ideal físico del psicoanalista, al menos, tal como se modela en la imaginación de la masa, implica una adición de espesor obtuso  de torpe grosería que realmente vehiculiza con ella toda la cuestión del prestigio. La pantalla cinematográfica si puedo decirlo, es aquí, el revelador más sensible. Para servirnos, simplemente, del último filme de Hitchcock, ven ustedes bajo qué forma se…………………………………… presenta el esclarecedor de enigma, aquél que se resenta para zanjar sin apelación al término de todos los recursos. Francamente, lleva consigo todas las marcas de lo que llamaremos un elemento…: incouchable.

Además, abordamos también allí un elemento esencial de la convención dado que se trata te la situación analítica. Y para que ella sea violada, tomemos siempre la misma referencia, el cine, de una manera que no sea indignante, es necesario que aquél que juega el rol del analista (tomemos, «De repente, en el verano»: vemos allí un personaje de terapeuta que lleva a la charites (karitaò), hasta devolver noblemente el beso que una desdichada le zampa en los labios. Es un buen muchacho. Es absolutamente necesario que lo sea. Es cierto que también es neurocirujano, y que ella lo remite prontamente a sus trepanaciones. Esa situación no podía durar.

En resumidas cuentas, el análisis es la única praxis en la cual el encanto es un inconveniente. El rompía el encanto. Quien ha, pues, oído hablar de un analista de encanto. Los hay.

No son observaciones totalmente inútiles. Aquí, pueden parecer hechas para divertirnos. Lo que interesa es que sean evocadas en su momento. En todo caso, no es menos observable que en la dirección del enfermo, este acceso mismo, el cuerpo, que el examen médico parece requerir, allí es sacrificado habitualmente a la regla. Y esto merece ser recalcado. No basta decir: es para evitar efectos excesivos de transferencia. ¿Y por qué esos efectos serían excesivos a ese nivel?. Evidentemente, tampoco es el hecho de una especie de pudibundez anacrónico cuyos huellas subsisten en las zonas rurales, en los gineceos islámicos, en ese increíble Portugal donde el médico ausculta a la bella extranjera, sólo a través de su ropa.

Nosotros iremos aún más lejos, y una auscultación, por más necesaria que pueda parecer a la vera de un tratamiento, o bien en su curso, allí, actúa a modo de la regla. Veamos las cosas desde otro ángulo. Nada menos erótico que esta lectura, si puede decirse, de instantáneos del cuerpo en los que se destacan algunos psicoanalistas. Puesto que todos los carácteres de esta lectura en términos de significante, pues del cuerpo están traducidos. El centro de la distancia a que se acomoda esta lectura, aversión como interés.

Todo eso, no dilucidemos demasiado rápido su sentido. Puede decirse que esta neutralización del cuerpo, que, después de todo, parece el fin primero de la civilización, tiene que ver aquí, con una urgencia mayor. Y tantas precauciones suponen la posibilidad de su abandono. No estoy seguro de ello. Aquí, sólo introduzco la cuestión de aquélla que es…Por el momento, atengámonos a esta observación. En todo caso, sería apreciar mal las cosas, no reconocer desde el vamos, que el psicoanalista exige, al principio, un otro, un alto grado de sublimación libidinal al nivel de la relación colectiva, y que la extrema decencia que puede, muy bien decirse mantenida de la manera más habitual en la relación analítica, da a pensar que si el confinamiento regular de los interesados del tratamiento analítico en un recinto al abrigo de su cualquier indiscreción sólo muy raramente conducida a una prisión por deudas del uno sobre el otro, es que la tentación que ese confinamiento produciría en cualquier otra ocupación es menor aquí que en otra parte. Por el momento, atengámonos a esto.

La célula analítica, incluso mullida, incluso, todo lo que ustedes quieran, no es nada menos que un lecho de amor y esto, creo, se debe a que a pesar de todos los esfuerzos que se hacen para reducirla al común denominador de la situación, con toda la resonancia que podemos otorgarle a este término familiar, no es una situación a la que hay que llagar, como lo decía hace un momento, es la más falsa situación que existe.

Lo que nos permite comprenderlo, es justamente la referencia, que procuraremos tomar la próxima vez, referencia a lo que está en el contexto social, la situación del amor mismo. Es en la medida en que podamos seguir de cerca, retener lo que Freud tocó más de una vez, lo que es en la sociedad la posición del amor, posición precaria, posición amenazada, digámoslo ya, posición clandestina, es en esa medida misma que podremos apreciar por qué y cómo, en esta posición, la más protegida de todas, la del consultorio analítico, esta posición del amor, allí, se vuelve aún más paradojal.

Suspendo aquí, arbitrariamente, este proceso. Que les baste con ver en qué sentido quiero que tomemos la cuestión. Rompiendo con la tradición que consiste en abstraer, neutralizar, vaciar de todo su sentido lo que puede ser cuestionado, en el fondo de la relación analítica, tengo la intención de comenzar por el extremo de aquélla que supone aislarse con otro para enseñarle ¿qué?. Lo que le falta.

Situación aún más temible, si pensamos justamente que, debido a la naturaleza de la transferencia, ese «lo que le falta», él va a enseñarlo en tanto que amando. Si estoy allí para su bien, en a, no es de ninguna manera en el sentido muy fácil en el que la tradición tomista articula el sentido de amare bonum malicuit. Dado que ese bien es ya un término más que problemático, superado si ustedes tuvieron a bien seguirme el año pasado.

No estoy ahí, en resumidas cuentas, para su bien sino para que él ame. ¿Vale decir, que debo enseñarle a amar?. Parece ser difícil elidir su necesidad para lo que es amar y lo que es el amor habrá que decir que estas dos cosas se confunden. Para lo que es amar y saber qué es amar, al menos, tengo, como Sócrates, poder rendirme este homenaje que de eso sé algo. Ahora bien, eso es precisamente, si entramos en la literatura analítica, de lo que menos se habla. Parece ser que el amor en su acoplamiento primordial, ambivalente con el odio, es un término que cae de su peso. No vean nada más, en mis notaciones humorísticas de hoy, que algo destinado a acariciarles el oído.

El amor, sin embargo, una larga tradición nos habla de eso. Llega a desembocar, en último término, en es ta enorme elucubración de un anderlicht…, lo escinde radicalmente en esos dos términos increíblemente opuestos en su discurso del Eros y del Agape (agaph).

Mas detrás de eso, durante siglos, no se hizo sino discutir, debatir sobre el amor ¿no es también otro motivo de asombro que nosotros, analistas, que nos valemos de él, que no tenemos sino esta palabra en la boca, pueda decirse que con relación a esta tradición nos presentemos como los más disminuidos, desprovistos de cualquier tentativa, inclusive parcial, no digo de revisión, de adición para lo que se persiguió durante siglos a propósito de este término, sino también de algo que simplemente no sea indigno de esta tradición?, ¿no hay algo sorprendente en eso?

Para mostrárselos, para hacérselos sentir, he tomado como objeto de mi próximo seminario la evocación de este término de interés realmente monumental, original con respecto a toda esta tradición que es la nuestra en el tema de la estructura del amor, que es el Banquete. Si alguien que se sintiera lo suficientemente tocado querría dialogar conmigo sobre el Banquete, no veré sino ventajas en ello.

Seguramente, una relectura de este monumental texto, cargado de enigmas, donde hay que mostrar, al mismo tiempo, cuánto —y si puede decirse, la masa misma de una elucubración religiosa que nos penetra por todas nuestras fibras, que está presente en todas nuestras experiencias— debe a esta especie de testamento extraordinario, la shwärmerei de Platón. Lo que podemos encontrar ahí, deducir como indicaciones esenciales, y se los mostraré, hasta en la historia de ese debate, de lo que realmente acreció en la primera transferencia analítica; que podamos encontrar ahí todas las claves posibles; pienso que cuando lo hayamos probado, ustedes no dudarán.

Sin duda esos no son términos que dejaría pasar fácilmente en cualquier relato publicado tan ostensiblemente. Tampoco son fórmulas cuyos ecos me gustaría que fuesen a nutrir, en otra parte, a las mamarrachadas habituales. Quiero que este año sepamos bien entre qué y quiénes estamos.