Seminario 8: Clase 13, Critique du contre-transfert (revisión de la contratransferencia), 8 de Marzo de 1961

La última vez termine, para vuestra satisfacción parece, en un punto de lo que constituía uno de los elementos, quizás el elemento fundamental de la posición del sujeto en el análisis. Era ésta la pregunta que para nosotros se recorta de la definición del deseo como el deseo del Otro, esta cuestión que en suma es marginal, pero por ahí se indica como primordial en la posición del analizado con relación al analista, aún si no la formula: ¿qué quiere?

Hoy vamos a volver a dar un paso atrás después de haber llegado hasta aquí, y proponernos centrar por un lado lo que habíamos anunciado en el comienzo de nuestro propósito de la última vez, adelantarnos en el examen de los modos bajo los cuales los otros teóricos además de nosotros mismos, por la evidencia de sus praxis, manifiestan finalmente la misma topología. Que estoy desplegando, que estoy intentando fundamentar ante ustedes, topologia en tanto torna posible la transferencia.

No es obligatorio en efecto, que la formulen como nosotros para testimoniarlo —esto me parece evidente— a su manera. Como lo escribí en algún lugar, no es necesario tener el plano de un departamento para golpearse la cabeza contra las paredes. Diría más, para esta operación uno puede normalmente obviarlo bastante bien al plano.

Por el contrario, la recíproca no es cierta, en el sentido que, contrariamente a un esquema primitivo de la prueba de la realidad, no es suficiente golpearse la cabeza contra las paredes para reconstituir el plano del departamento, sobre todo si se hace esta experiencia en la obscuridad. El ejemplo que me gusta, de Teodoro busca los fósforos, esta ahí para ilustrarlo en Courteline.

Dicho esto, es una metáfora quizá algo forzada, aunque quizás no tan forzada como puede parecerles, y es de lo que vamos a ver la prueba. Prueba de lo que ocurre actualmente en nuestros días, cuando los analistas hablan ¿de qué? Vamos, creo, derecho a lo más actual de esta cuestión tal como se propone para ellos, y se propone para ellos allí mismo, perciben bien dónde la centro este año, del lado del analista. Y, para decirlo todo, es efectivamente lo que articulan mejor cuando los teóricos, (y los teóricos más avanzados, los más lúcidos), abordan la cuestión de la contratransferencia.

Quisiera recordarles al respecto las verdades primeras. No por ser primeras son siempre expresadas. Y si van de suyo sin decir nada, irán aún mejor diciéndolas.

Para la cuestión de la contratransferencia, está primero una opinión común, la de cada uno por haberse acercado un poco al problema, allí donde lo sitúa primero, es decir la idea primera que uno se hace de ella; diría también la primera, la más común que fue dada, pero también el abordaje más antiguo de esta cuestión. Existió siempre esta noción de la contratransferencia en el análisis. Quiero decir que muy temprano, al comienzo de la elaboración de esta noción de transferencia, todo lo que en el analista representa su inconsciente, en tanto que no analizado, diríamos, es nocivo por su función, para su operación de analista.

En tanto que a partir de ahí tenemos allí la fuente de las respuestas no dominadas, y sobre todo, en la opinión que uno se hace de esto, respuestas de ciego que, en la medida en que algo quedó en la sombra —y es por esto que se insiste sobre la necesidad de un análisis didáctico completo, llevado muy lejos (empezamos con términos vagos, para empezar)— es porque, como está escrito en algún lado, resultarán de esta negligencia de tal o cual recoveco del inconsciente del analista, verdaderas manchas ciegas de donde provendría —lo pongo en condicional, es un discurso efectivamente sostenido, que pongo entre comillas con reservas, al cual no suscribo de entrada, pero que es admitido— eventualmente tal o cual hecho más o menos grave, más o menos disgustante en la práctica del análisis, de no reconocimiento, de intervención falida, de inoportunidad de alguna intervención, inclusive de error.

Pero, por otro lado, no se puede dejar de acercar al respecto, esto que es dicho, que es de la comunicación de los inconscientes, que al final de cuentas hay que fiarse al máximo para que se produzcan en el analizado las apercepciones decisivas.

No es en tanto de una larga experiencia, de un conocimiento extenso de lo que puede encontrarse en la estructura, que debemos esperar la mayor pertinencia, este salto de león del cual nos habla Freud en algún lugar, y que sólo se hace una vez en sus realizaciones mejores. Se nos dice que es en la comunicación de los inconscientes que resalta aquello que en el análisis concreto, existente, va a lo más lejos, a lo más profundo, al mayor efecto, y que no hay análisis en el cual falte tal o cual de esos momentos.

En resumen, es directamente que el analista es informado de lo que ocurre en el inconsciente de su paciente, por una vía de transmisión que permanece, en la tradición, bastante problemática. ¿Cómo debemos concebir esta comunicación de los inconscientes?

No estoy aquí, incluso desde un punto de vista erístico, digamos crítico, para afilar las antinomias y fabricar callejones sin salida que serían artificiales. No digo que allí haya algo de impensable, a saber, que sería —a la vez en tanto que en el límite no quedaría más nada de inconsciente en el analista, y al mismo tiempo en tanto que conservaría aún una buena parte— que él sería, que él debe ser el analista ideal. Sería realmente hacer oposiciones, lo repito, que no estarían fundadas. Incluso llevando las cosas al extremo, se puede entrever, concebir un inconsciente reservado. Y hay que concebirlo, en ninguno hay elucidación exhaustiva del inconsciente. Por más lejos que se lleve un análisis, se puede concebir muy bien esta reserva de inconsciente admitida, que el sujeto que hemos advertido precisamente a través de la experiencia del análisis didáctico, sepa de algún modo tocar como un instrumento, la caja del violín , del cual por otro lado pasee las cuerda.. No es sin embargo un inconsciente bruto. Es un inconsciente suavizado, un inconsciente más la experiencia de este inconsciente.

Dejando de lado estas reservas, faltará aún que sea legítimo que sintamos la necesidad de elucidar el punto de pasaje donde esta calificación es adquirida, donde lo que en su fondo es afirmado por la doctrina como siendo lo inaccesible a la conciencia —pues es como tal que debemos siempre plantear el fundamento, la naturaleza del inconsciente; no es que allí sea accesible a los hombres de buena voluntad, no lo es— permanece en condiciones estrictamente limitadas, es en condiciones estrictamente limitadas, que se lo puede alcanzar por un desvío, y por ese desvío del Otro que torna necesario el análisis, que limita, que reduce de una manera infrangible las posibilidades del auto-análisis. Y la definición del punto de pasaje, donde lo que es así definido puede sin embargo ser utilizado como fuente de información incluida en una praxis directiva, esto no es hacer una vana antinomia, sino plantear la cuestión.

Lo que nos dice que es así que el problema se plantea de una forma válida, quiero decir que es soluble, es que es natural que las cosas se presenten así. En todo caso a ustedes que tienen las llaves, hay algo que enseguida les vuelve el acceso reconocible, es esto que está implicado en el discurso que escuchan, que lógicamente hay una prioridad lógica a esto: es que es primero como inconsciente del otro que se hace toda experiencia del inconsciente. Es primero en sus enfermos que Freud encontró el inconsciente.

Y para cada uno de nosotros, aún si está elidido, es primero como inconsciente del Otro que se abre para nosotros la idea de que un truco semejante pueda existir.

Todo descubrimiento de su propio inconsciente se presenta como un estadio de esta traducción en curso de un inconsciente, primero inconsciente del otro. De manera que no hay que extrañarse tanto de que se pueda admitir que, aún para el analista que llevó muy lejos este estadio de la traducción, la traducción pueda siempre retomarse al nivel del Otro.

Lo que evidentemente quita mucho de su alcance a la antinomia que hace un rato evocaba como pudiendo ser hecha, e indicando inmediatamente que sólo podría ser hecha de manera abusiva. Solamente entonces, si partimos de allí, aparece enseguida algo: es que finalmente en esta relación al Otro que, como lo ven, va a quitar una parte, va a exorcizar por un lado este temor que podemos sentir, de no saber bastante sobre nosotros mismos —volveremos a esto, no pretendo incitarlos a dejar de lado toda preocupación a este respecto; está muy lejos de allí mi pensamiento. Una vez admitido esto, queda que vamos a encontrar allí el mismo obstáculo que encontramos con nosotros mismos en nuestro análisis cuando se trata del inconsciente. A saber, ¿qué? El poder positivo de desconocimiento, muy esencial, por no decir históricamente original, de mi enseñanza, que hay en los prestigios del moi en el sentido más amplio, en la captura de lo imaginario.

Lo que importa notar aquí, es justamente que este dominio, que en nuestra experiencia de análisis personal está completamente mezclado con el desciframiento del inconsciente, cuando se trata de nuestra relación con el Otro tiene una posición, hay que decirlo, diferente. En otros términos, aquí aparece lo que llamaré el ideal estoico que uno se hace del análisis.

Lo saben, primero se identificó los sentimientos, digamos globalmente negativos o positivos, que el analista puede tener hacia su paciente, con los efectos, en él, de una no completa reducción de la temática de su propio inconsciente. Pero si esto es cierto para él mismo, en su relación de amor propio, en su relación al pequeño otro en sí mismo, en el interior de sí; quiero decir aquélla por lo que se ve otro de lo que es —lo que fue descubierto, entrevisto, mucho antes del análisis—, esta consideración no agota en absoluto la cuestión de lo que ocurre legítimamente cuando tiene que tratar a este pequeño otro, el otro de lo imaginario, afuera.

Pongamos los puntos sobre las íes. La vía de la apatía estoica, el hecho de que permanezca insensible tanto a las seducciónes como a los servicios eventuales de este pequeño otro afuera, en tanto que este pequeño otro afuera tiene siempre sobre él algún poder, pequeño o grande, aunque más no fuera ese poder de molestarlo por su presencia, ¿quiere decir que esto sea en sí sólo imputable a alguna insuficiencia de la preparación del analista en tanto tal? Absolutamente no, en principio.

Acepten este estadio de mi andar. No quiere decir que concluyo en él, sino que simplemente les propongo esta observación: por el sólo reconocimiento del inconsciente no tenemos motivo para decir, para plantear que coloque por sí mismo al analista fuera del alcance de las pasiones. Sería implicar que es —siempre y por esencia— del inconsciente que proviene el efecto total, global, toda la eficiencia de un objeto sexual, o de cualquier otro objeto capaz de producir una aversión cualquiera, física.

¿En qué sería necesario? Lo pregunto, si no es para aquéllos que hacen esta confusión grosera de identificar el inconsciente como tal con la suma de las fuerzas de (…falta en el original). Es esto lo que diferencia radicalmente el alcance de la doctrina que intento articular ante ustedes. Hay, por supuesto, una relación entre los dos. Esta relación, se trata incluso de elucidar por qué puede hacerse, por qué son las tendencias del instinto de vida las que son así ofrecidas, pero no cualesquiera, especialmente aquellas que Freud siempre y tenazmente circunscribió como las tendencias sexuales. Hay una razón por la que éstas son especialmente privilegiadas, capturadas, captadas por el resorte de la cadena significante, en tanto que es ella la que constituye el sujeto del inconsciente.

Pero dicho esto, por qué —en este sentido de nuestra interrogación es lícito plantear la pregunta: por qué un analista, bajo el pretexto que está bien analizado, sería insensible a tal o cual erección de un pensamiento hostil que ve en esta presencia— para que algo de este orden se produzca, hay que suponerla, sin duda —como una presencia que no es evidentemente en tanto que presencia de un enfermo, presencia de un ser que ocupa el lugar. Y cuanto más exactamente lo suponemos imponente, pleno, normal, más legítimamente podrán producirse en su presencia todas las especies posibles de reacción.

Y del mismo modo, en el plano intrasexual, por ejemplo, ¿por qué el movimiento del amor o del odio en sí estaría excluido, por qué descalificaría al analista en su función?

En este estadio, en esta forma de plantear la pregunta, no hay otra respuesta que ésta: en efecto, ¿por qué no? Mejor diría aún: cuanto mejor esté analizado, más posible será que esté francamente enamorado, o francamente en estado de aversión, de repulsión, sobre los modos más elementales de las relaciones de los cuerpos entre ellos, en relación a su partenaire.

Sin embargo, si consideramos que lo que digo allí es un poco fuerte, en el sentido de que nos molesta, que no se acomoda, debe a pesar de todo haber algo fundado en esta exigencia de la apatía analítica, es que debe estar arraigada en otro lugar. Pero entonces, hay que decirlo, y nosotros estamos en condiciones de decirlo. Si pudiera decírselos enseguida y tan fácilmente; quiero decir, si pudiera enseguida hacérselos entender con el camino ya recorrido, seguramente se los diría. Es justamente porque tengo aún un camino que hacerles recorrer, que no puedo formularlo de una forma completamente estricta. Pero desde ya, hay algo que hasta cierto punto se puede decir de esto, que podría satisfacerlos. Lo único que les pido, es justamente no estar demasiado satisfechos antes de dar de esto la fórmula, y la fórmula precisa es: que si el analista realiza, a manera de la imagen popular, o aún mejor de la imagen deontológica que se hacía de la apatía es justamente en la medida en que está poseído por un deseo más fuerte que aquéllos de los cuales puede tratarse, a saber, llegar a los hechos con su paciente, tomarlo en sus brazos o tirarlo por la ventana.

Esto ocurre. Auguraría mal de alguien que nunca hubiera sentido eso, me atrevo a decirlo.

Pero en fin, es un hecho que en esta punta cercana de la posibilidad de la cosa, no debe ocurrir de una forma habitual. Eso no debe ocurrir, no en la medida negativa de una especie de descarga imaginaria total del análisis, de la cual no debemos seguir más lejos la hipótesis, aunque esta hipótesis sería interesante, sino en razón de algo que es en lo que planteo este año la cuestión; el analista dice: estoy poseído por un deseo más fuerte. Está fundado en tanto analista, en tanto que se produjo, para decirlo todo, una mutación en la economía de su deseo —es aquí que los textos de Platón pueden ser evocados– de vez en cuando me ocurre algo alentador. Les hice este año este largo discurso, este comentario sobre el Banquete, del cual debo decir que no estoy descontento. Tuve la sorpresa —alguien de mi entorno me dió la sorpresa—entiendan bien esta sorpresa en el sentido que tiene ese término en el análisis; es algo que tiene más o menos relación con el inconsciente —de marcarme en algún lugar, en una nota a pié de página, la cita de Freud de una parte del discurso de Alcibíades a Sócrates, del cual debemos sin embargo decir que Freud hubiera podido buscar otros mil ejemplos para ilustrar lo que busca ilustrar en ese momento, a saber, ese deseo de muerte mezclado al amor. Sólo hay que agacharse, si puedo decirlo así, para juntarlos con la pala. Y les comunico acá un testimonio, es el ejemplo de alguien que,como un grito del corazón, arrojó un día hacia mí esta eyaculación: ¡oh, cómo me gustaría que usted estuviese muerto durante dos años! No hay necesidad de ir a buscar esto en el Banquete, pero considero que no es indiferente que en el nivel de (…falta en el original), es decir en un momento esencial en el descubrimiento de la ambivalencia amorosa , sea al Banquete de Platón que Freud se haya referido. No es después de todo una mala señal. No es señal de que estábamos equivocados al ir a buscar allí nosotros mismos nuestras referencias. Pues bien, Platón, en el Filebo, en algún lugar Sócrates emite este pensamiento: que el deseo de todos los deseos, el más fuerte, debe ser el deseo de la muerte, ya que las almas que  están en el Erebos permanecen allí.

Es un argumento que vale lo que vale, pero que aquí toma el valor ilustrativo de la dirección en que ya les indiqué que podía concebirse esta reorganización, esta reestructuración del deseo en el analista. Es al menos uno de los puntos de amarra, de fijación, de atadura de la cuestión con el cual seguramente no nos contentamos.

Sin embargo, podemos decir aún que en este desprendimiento del automatismo de repetición que constituiría en el analista un buen análisis personal, hay algo que debe traspasar lo que llamaré la particularidad de su rodeo, ir un poco más allá, morder sobre el rodeo que llamaré específico, al que apunta Freud, lo que articula cuando plantea la repetición fundamental del desarrollo de la vida concebible como no siendo más que el rodeo, la derivación de una pulsión compacta, abisal, que es aquélla que él llama, en este nivel, pulsión de muerte, donde sólo que da esta Ananké, esta necesidad del retorno al cero de lo inanimado.

Metáfora, sin duda, y metáfora que sólo es expresada por esta especie de extrapolación ante la cual algunos reculan, de lo que es aportado por nuestra experiencia a saber, la acción de la cadena significante, inconsciente, en tanto que impone su marca a todas las manifestaciones de la vida en el sujeto que habla, pero en fin, extrapolación, metáfora que, después de todo, en absoluto está hecha en Freud para nada, que en todo caso nos permite concebir que algo de eso sea posible.

Y que efectivamente, pueda haber alguna relación del analista —como lo escribió en nuestro primer número una de mis alumnas, con un tono muy bello— con Hadés con la muerte; que juegue o no con la muerte, en todo caso escribí en algún otro lugar que en esta partida que seguramente no es analizable, más que en términos de una partida de a dos como lo es el análisis, el analista juega con un muerto; y que allí reencontramos este trazo de la exigencia común de que debe haber algo capaz de jugar el muerto en este pequeño otro que está en él; que en la posición de la partida de bridge, el S que él es, tiene frente a él su propio pequeño otro, por lo que está consigo mismo en esa relación especular, en tanto que él está constituido como mal, y si colocamos aquí, el lugar designado de este otro que habla,
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aquél a quien va a escuchar, el paciente, vemos que este paciente, en tanto que está representado por el sujeto barrado, por el sujeto en tanto que desconocido para él mismo, va a encontrar, va a tener aquí el lugar de imagen de su propio pequeño a en él llamemos al conjunto la imagen del pequeño a² — y va a tener aquí la imagen del Otro con mayúsculas, el lugar, la posición del Otro con mayúsculas, en tanto es el analista quien lo ocupa.

Es decir que el paciente, el analizado, tiene un partenaire. Y no tienen por qué extrañarse de encontrar unido, en el mismo lugar, su propio mal, el del analizado. Y este otro debe encontrar su verdad, que es el gran Otro del analista.

La paradoja de la partida de bridge analítica, es esta abnegación que hace que, contrariamente a lo que ocurra en una partida de bridge normal, el analista debe ayudar al sujeto a encontrar lo que hay en el juego de su partenaire. Y para hacer este juego de «quien pierde gana» del bridge, el analista no debe en principio complicarse la vida con un partenaire. Y es por eso que se dice que el i(a) del analista debe comportarse como un muerto. Quiere decir que el analista debe saber siempre lo que hay en la mano.

Pero, esta especie de solución —de la cual pienso que apreciarán la relativa simplicidad— del problema a nivel de la explicación común esotérica, para el afuera, pues es simplemente una manera de hablar sobre lo que todo el mundo cree (alguien que cayera aquí por primera vez podría encontrar todo tipo de motivos de satisfacción, a saber, al final de cuentas, volver a dormirse sobre sus dos orejas, a saber, sobre lo que siempre escuchó decir, que el analista es un ser superior, por ejemplo). Lamentablemente, esto no es así. No es así, y el testimonio nos es dado por los propios analistas. No simplemente bajo la forma de una lamentación, la lágrima en el ojo: no somos nunca iguales a nuestra función. A dios gracias esta clase de declamación, si bien aún existe, nos es evitada desde hace un cierto tiempo, es un hecho: el hecho del cual yo no soy aquí el responsable, y que sólo tengo que registrar: es que desde hace un cierto tiempo, lo que se admite efectivamente en la práctica analítica — hablo de los mejores círculos, hago alusión precisamente por ejemplo al círculo kleiniano, a lo que escribió Melanie Klein al respecto, o lo que escribió Paula Heimann en un artículo sobre (…falta en el original) of transference y que fácilmente encontrarán —no es en tal o cual artículo actual que tienen que buscarlo, todo el mundo considera como adquirido, como admitido lo que voy a decir (se lo articula más o menos francamente, y sobre todo se comprende más o menos bien lo que se articula, es lo único, pero es admitido): es que el analista debe tener en cuenta en su información y su manejo de los sentimientos, no los que inspira, sino los que siente en el análisis.

La contratransferencia no es más considerada en nuestros días como siendo en su esencia, una imperfección. Lo que no quiere decir que no pueda serlo, evidentemente, pero si no permanece como imperfección, permanece por lo me nos algo que le hace merecer el nombre de contratransferencia, lo van a ver. Aunque sin embargo en apariencia es exactamente de la misma naturaleza que esta otra fase de la transferencia, que la última vez oponía yo a la transferencia concebida como automatismo de repetición, a saber, aquello sobre lo que pretendí centrar la cuestión, la transferencia en tanto que se la llama positiva o negativa, en tanto que todo el mundo la entiende como los sentimientos experimentados por el analizado en el lugar del analista.

Pues bien, la contratransferencia de la cual se trata, la cual se admite que debemos tener en cuenta, si bien permanece en discusión lo que debemos hacer de ella —y van a ver a qué nivel— la contratransferencia, es ésta de la que se trata, a saber, de los sentimientos experimentados por el analista en el análisis, determinados a cada instante por sus relaciones con el analizado.

Se nos dice —elijo una referencia que escogí casi al azar, pero es sin embargo un buen artículo (no es nunca completamente al azar que se elige algo) entre todos los que leí (hay probablemente una razón para que de éste tenga ganas de comunicarles el título), se llama justamente (a fin de cuentas es el tema que tratamos hoy): Normal countand some deviations (La contratransferencia normal y algunas de sus desviaciones) por Money Kyrle, manifiestamente perteneciente al círculo kleiniano y unido a Melanie Klein por intermedio de Paula Reimann. Verán allí que el estado de insatisfacción, el estado de preocupación (en la pluma de Paula Heimann, es incluso el presentimiento; en su artículo ella da cuenta de que se encontró frente a algo de lo cual no es necesario ser un viejo analista para haber tenido la experiencia, frente a una situación que es demasiado frecuente, a la cual el analista puede ser confrontado en los primeros tiempos de un análisis, un paciente que se precipita, de una forma manifiestamente determinada por el mismo análisis, si él mismo no se da cuenta, a decisiones prematuras, a una ligazón de largo alcance, incluso a un casamiento.

Ella sabe que es cosa a ser analizada, a interpretar, a oponerse en cierta medida. Da cuenta en ese momento de un sentimiento completamente incómodo que ella siente en ese caso particular. Da cuenta de eso como algo que en sí mismo es signo de que tiene razón en preocuparse más especialmente por eso. Lila muestra en que es precisamente lo que le permite entender mejor, ir más lejos. Pero hay muchos otros sentimientos que pueden aparecer, y el artículo por ejemplo del cual les hablo, da cuenta verdaderamente de los sentimientos de depresión , de caída general del interés por las cosas, de desafección, de desafectación que incluso puede sentir el analista en relación a todo lo que toca.

El artículo es lindo para leer porque el analista no sólo nos describe lo que resulta en el más allá de tal sesión, en que le parece que no supo responder suficientemente a lo que él mismo llama «a demande (…falta en el original)». No por ver el eco de la demanda tienen que quedarse en eso para entender el acento inglés. Demanding es más, es una exigencia apremiante. Y da cuenta a propósito de esto del rol del superego analítico de una manera que ciertamente, si leen el artículo, les parecerá que presenta algún error, quiero decir no encontrarán verdaderamente su alcance a menos que se refieran a lo que les he dado en el grato y en tanto que el grato, en tanto que ustedes introduzcan en él los punteados, se presenta así sólo en la línea de abajo, es más allá del lugar del Otro que la línea punteada les representa el superyó.

Les pongo el resto del grato para que se den cuenta a propósito de esto, en qué les puede servir: como para que comprendan que no hay que atribuir siempre a este elemento a fin de cuentas opaco, con esta severidad del superego, que tal o cual demanda pueda producir esos efectos depresivos; más aún, en el analista, es precisamente en tanto que hay continuidad entre la demanda del otro y la estructura llamada del superego. Entiendan que es cuando la demanda del sujeto viene a introyectarse, a pasar como demanda articulada a aquel que es el receptor, de manera tal que representa su propia demanda bajo una forma invertida, por ejemplo, cuando una demanda de amor proveniente de la madre viene a encontrar, en aquél que tiene que responderle, su propia demanda de amor yendo hacia la madre, encontramos los efectos más fuertes, que se llaman efectos de hiperseveridad del superego.

Aquí lo único que hago es indicarlo, pues no es por allí que pasa nuestro camino. Es una observación lateral. Lo que interesa es que un analista, que parece alguien particularmente ágil y dotado para reconocer su propia experiencia, va a dar cuenta, a presentarnos como ejemplo algo que funcionó, y de una manera que le parece merecer una comunicación, no como borrón, sino como un efecto accidental más o menos bien corregido, como un proceso integrable a la doctrina de las operaciones analíticas; dice haber constetado él mismo el sentimiento que señaló como estando en relación con las dificultades que le presenta el análisis de uno de sus pacientes, de haber él mismo y durante un período connotado por lo pintoresco de la sanción de la vida inglesa, haber él mismo podido notar durante el week-end, después de un período bastante estimulado alrededor de lo que había dejado de problemático, de insatisfactorio lo que él había podido hacer durante la semana con su paciente… sufrió, sin verle en un primer momento relación alguna, una especie de agotamiento, llamemos a las cosas por su nombre, que le hizo encontrarse durante la segunda parte del week-end en un estado que sólo reconoce al formulárselo él mismo, en los mismos términos en que su paciente lo hizo, como un estado de asco lindante con la despersonalizacion, de donde había partido toda la dialéctica de la semana. y al cual justamente (esto por otro lado estaba acompañado por un sueño con el cual el analista se había iluminado para responderle) tenía el sentimiento de no haber dado la buena respuesta, con o sin razón. Pero en todo caso, fundado sobre esto: que su respuesta solamente había hecho rabiar al paciente, y que a partir de allí se había tornado excesivamente malo con él.

Y he aquí que se encuentra, él, el analista, reconociendo que al final de cuentas lo que siente es exactamente lo que al principio el paciente le describió sobre uno de sus estados. No era muy nuevo para el paciente, ni nuevo para el analista, darse cuenta de que el paciente podía estar sujeto a fases que lindan con la depresión, y a menudos efectos paranoides.

Esto es lo que nos es relatado, y que el analista en cuestión, por otra parte aquí con todo un entorno, el suyo, el que llamé en la ocasión un círculo kleiniano, de entrada concibe como representando el efecto del objeto malo proyectado en el análisis, en tanto que el sujeto, en análisis o no, es susceptible de proyectarlo en el otro No parece ser problema en un cierto campo analítico —del cual después de todo debemos admitir que en ese grado aunque sea de creencia casi mágica que puede suponer, sin embargo no por nada debe ser que uno se desliza en él tan fácilmente— que este objeto malo proyectado debe ser comprendido como teniendo naturalmente su eficacia, al menos cuando se trata de aquél que está acoplado al sujeto del cual se trata en una relación tan estrecha, tan coherente como la que es creada por un análisis comenzado hace ya un buen tiempo.

Como teniendo toda su eficacia, ¿en qué medida? El articulo se los dice también: en la medida en que este efecto procede de una no comprensión del paciente por parte del analista. El efecto del cual se trata se presentó como la utilización posible de las desviaciones del normal counter-transference. Pues como el comienzo del artículo nos lo articula, este normal counter transference, ya se produce por el ritmo de vaivén de la introyección del discurso del analizado, y de algo que admite en su normalidad la posible proyección —vean cómo llega de lejos— sobre el analizado de algo que se produce como un efecto imaginario de respuesta a esta introyección de su discurso.

Este efecto de contratransferencia es considerado normal siempre y cuando la demanda introyectada sea perfectamente comprendida. El analista no tiene ningún problema en ubicarse en lo que se produce de una manera tan clara en su propia introyección; sólo ve de eso la consecuencia,y no debe incluso hacer uso de ella.

Lo que se produce está realmente allí al nivel de i (a); está totalmente dominado. Y lo que se produce del lado del paciente, el analista no tiene por qué sorprenderse que esto ocurra; lo que yo (je) paciente proyecto sobre él, él no se ve afectado por eso. Es en tanto que no comprende que es afectado, que es una desviación de la contratransferencia normal, que las cosas pueden llegar a que se convierta efectivamente en el paciente de ese objeto malo proyectado sobre él por su partenaire. Quiero decir que siente en sí el efecto de algo completamente inesperado, en el cual sólo una reflexión hecha al margen le permite, y aún quizás solamente porque la ocasión es favorable, reconocer el estado mismo que le describió su paciente.

Se los repito, no tomo a mi cargo la explicación de la cual se trata; no la rechazo tampoco; la coloco provisoriamente en suspenso para ir paso a paso, para llevarlos al sesgo preciso donde tengo que llevarlos para articular algo. Digo simplemente que si el propio analistano lo entiende, no por eso deviene menos, al decir del analista experimentado, efectivamente el receptáculo de la proyección de la cual se trata; que siente en sí mismo estas proyecciónes como un objeto extraño. Lo que coloca evidentemente al analista en una posición singular de estercolero.

Porque si esto ocurre así con muchos pacientes, ustedes ven adónde puede llevarnos si no se está en condiciones de precisar, a propósito de cuál ello se produce, estos hechos que se representan en la descripción que hace Money Kyrle, como desconectados. Esto puede plantear algunos problemas.

Sea como fuere, hago el paso siguiente. Lo hago con mi autor, que nos dice: si nosotros vamos en ese sentido —que no data de ayer (ya Ferenczi había cuestionado hasta qué punto el analista debía dar parte a su paciente de lo que él mismo, el analista, sentía en la realidad) como en ciertos casos, un medio de dar al paciente el acceso a esta realidad, nadie actualmente se atreve a ir más allá, y notoriamente no en la escuela a la cual hago alusión. Quiero decir que por ejemplo Paula Heimann dirá que el analista debe ser muy severo en su diario de a bordo, en su higiene cotidiana, estar siempre dispuesto a analizar lo que puede sentir él mismo de esta índole, pero es un asunto de él para con él mismo, y en el objetivo de intentar la carrera contra el reloj, es decir recuperar el atraso que podrá así haber tomado en la comprensión, el understanding de su paciente. Money Kyrle, sin ser Ferenczi ni tan reservado, va más lejos en este punto particular de la identidad del estado sentido por él con aquél que le trajo al principio de la semana su paciente.

Sin embargo, va a comunicarle este punto particular, y a notar, —es el objetivo de su artículo, o más exactamente de la comunicación que hizo en 1955 en el Congreso de Ginebra, de la cual el artículo es la reproducción— va a notar el efecto (no nos habla del efecto lejano, sino del efecto inmediato) sobre su paciente, que es de un júbilo evidente. A saber, que el paciente no deduce de esto otra cosa que: ah! me lo dice; pues bien, esto me pone muy contento, pues cuando me hizo el otro día la interpretación respecto de ese estado —y, efectivamente había hecho una un poco confusa, obscura, él puede reconocer lo— yo, dice el paciente, pensé que lo que decía allí hablaba de usted y de ninguna manera de mi.

Estamos pues allí, si lo quieren, en pleno mal entendido, y diría que nos contentamos. En fin, el autor se contenta pues deja las cosas allí, luego nos dice, a partir de allí el análisis se inicia nuevamente, y le ofrece, sólo tenemos que creerle, todas las posibilidades de interpretación ulterior.

El hecho que lo que nos es presentado como desviación de la contratransferencia está aquí planteado como medio instrumental que se puede codificar, que en casos semejantes hay que esforzarse en recuperar lo más rápido posible la situación, por lo menos mediante el reconocimiento de sus efectos sobre el analista, y por medio de comunicaciones mitigadas proponiendo al paciente algo que seguramente en esta ocasión, tiene el carácter de un cierto develar de la situación analítica en su conjunto, de esperar de eso algo que sea un recomienzo que desanude lo que aparentemente se presentó como impasse en la situación analítica —no estoy ratificando la corrección de esta manera de proceder: simplemente noto que esto ciertamente no está ligado a un punto privilegiado, y que algo de este orden pueda de esta manera ser producido. Lo que puedo decir es que, en la medida que hay una legitimidad en esta forma de proceder , en todos los casos son nuestras categorías las que nos permiten entenderlo.

Pero advierto que no es posible comprenderlo fuera del registro de lo que he marcado como siendo el lugar de a, el objeto parcial, el agalma, en la relación de deseo, en tanto que ella misma está determinada en el interior de una relación más amplia, la de la exigencia de amor; que es sólo allí, que es sólo en esta topología que podemos comprender una tal manera de proceder. En una topologia que nos permite decir que aún si el sujeto no lo sabe, por la sola suposición, diré objetiva, de la situación analítica, es ya en el otro que el pequeño a, el agalma, funciona. Y lo que se nos presenta en esta ocasión como contratransferencia normal o no, no tiene realmente ninguna razón especial de ser calificada de contratransferencia. Quiero decir que sólo se trata allí de un efecto irreductible de la situación de transferencia simplemente por sí misma.

El hecho de que haya transferencia fue suficiente para que estemos implicados en esta posición de ser aquél que contiene el agalma, el objeto fundamental del cual se trata en el análisis del sujeto, como unidos, condicionados por esta relación de vacilación del sujeto que carácterizamos como constituyendo el fantasma fundamental, como instaurando el lugar donde el sujeto puede fijarse como deseo.

Es, en efecto, legítimo de la transferencia. Por lo tanto, no hay necesidad de hacer intervenir allí la contratransferencia como si se tratara de algo que sería la parte propia, y más aún, la parte errónea del analista. Solamente creo, que para reconocerlo, es necesario que el analista sepa algunas cosas, Debe saber en particular que el criterio de su posición correcta no es que comprenda, o que no comprenda.

No es absolutamente esencial que no comprenda. Yo diría que hasta un cierto punto, esto puede ser preferible a una confianza demasiado grande en su comprensión. En otros términos, que debe siempre poner en duda lo que comprende, y decirse que lo que busca alcanzar, es justamente lo que en principio no comprende. Es ciertamente en tanto que sabe lo que es el deseo, pero que no sabe qué es lo que desea ese sujeto con el cual está embarcado en la aventura analítica, que está en posición de tener en sí el objeto de ese deseo. Pues parece que solamente esto explica algunos de esos efectos tan singularmente espantosos.

Leí un artículo que les designaré más precisamente la próxima vez, donde un señor, si bien lleno de experiencia, se interroga sobre lo que se debe hacer cuando —a partir de los primeros sueños, a veces desde antes que el análisis comience— el analizado se produce a sí mismo ante el analista como un objeto de amor carácterizado. La respuesta del autor es un poco más reservada que la de otro autor, que toma el partido de decir que cuando empieza así es inútil ir más lejos, hay demasiadas relaciones de realidad.

Entonces, ¿es también así que debemos decir las cosas cuando para nosotros , si nos dejamos guiar por las categorías que hemos producido, podemos decir que en el inicio de la situación el sujeto es introducido como digno de interés, digno de amor, como erómenos? Es para él que uno esta allí, pero eso es el efecto, si se puede decir, manifiesto. Si admitimos que el efecto latente está ligado a su no-ciencia, a su inciencia; su inciencia, es inciencia ¿de que?, de ese algo que es justamente el objeto de su deseo, de una forma latente. Quiero decir objetiva, estructural. Este objeto esta ya en el otro, y es en tanto que es así que, sépalo o no, virtualmente esta constituido como erastés, llenando por este sólo hecho esta condición de metáfora, de substitución del erómenos por el erastés, de la cual hamos dicho que constituye por sí misma el fenómeno del amor, y de la cual no es asombroso que veamos los efectos ardientes en el amor de transferencia desde el inicio del análisis.

No hay motivo sin embargo para ver allí una contraindicación. Y es por cierto allí que se plantea la cuestión del deseo del analista y, hasta un cierto punto, de su responsabilidad, pues a decir verdad, es suficiente suponer una cosa para que la situación sea, como se expresan los notarios sobre los contratos, perfecta; alcanza con que el analista, sin saberlo, por un instante, coloque su propio objeto parcial, su agalma, en el paciente con quien trata. Es ahí, en efecto, que se puede hablar de una contraindicación. Pero como ven, nada menos señalable; nada menos señalable en la medida en que la situación de deseo del analista no es precisada.

Y les será suficiente leer el autor que les indico para ver que, sin duda, por la necesidad de su discurso, esta obligado a planteársela pregunta sobre lo que interesa al analista. ¿Y qué nos dice? Que dos cosas son interesantes en el analista cuando hace un análisis. Dos drives. Y van a ver ustedes que es muy extraño ver calificar de pulsiones pasivas, las dos que les voy a decir. La reparadora, nos dice textualmente, que va en contra de la destrucción latente de cada uno de nosotros; y por otro lado, el drive  parental.

Así es como un analista de una escuela ciertamente tan desarrollada, tan elaborada como la escuela kleiniana, llega a formular la posición que debe tomar como tal un analista. Después de todo no voy a cubrirme el rostro, ni poner el grito en el cielo. Yo pienso que aquellos que están familiarizados con mi seminario ven también el escándalo. Pero, después de todo, es un escándalo del cual participamos más o menos, pues hablamos sin cesar como si fuera eso de lo que se trata, aún cuando sabemos bien que no debemos ser los padres del analista. Diremos, en un pensamiento sobre el campo de las psicosis.

Y el drive reparador (réparatif) ¿qué quiere decir? Quiere decir muchas cosas; tiene una cantidad de implicaciones sin duda en toda nuestra experiencia. ¿Pero será finalmente que no vale la pena articular al respecto en qué debe diferenciarse este reparador de los abusos de la ambición terapéutica, por ejemplo?

En resumen, el cuestionamiento, no de lo absurdo de tal temática, sino al contrario lo que la justifica. Pues, ciertamente, doy crédito al autor y a toda la escuela que representa, por tener como objetivo algo que efectivamente tiene su lugar en la topología. Pero hay que articularlo, decirlo, situar dónde está, explicarlo de otra manera.

Es por eso que, la próxima vez, resumiré rápidamente lo que, de una manera que se considera apologética, he hecho en el intervalo de estos dos seminarios, a saber, un grupo de filosofía en posición de deseo. De una buena vez debe situarse por qué un autor experimentado puede hablar de drive parental, de pulsión parental y reparadora a propósito del análisis, y decir al mismo tiempo algo que, por un lado debe tener su justificación, pero que por otro lado lo requiere imperiosamente.