Anna Freud: SIMPOSIUM SOBRE ANÁLISIS INFANTIL (1927) Parte III

SIMPOSIUM SOBRE ANÁLISIS INFANTIL (1927) parte III
En el cuarto capítulo de su libro, Anna Freud cita este análisis como una ilustración de la necesidad de que el analista intervenga durante un tiempo con el rol de educador; aparentemente está considerando este punto decisivo en el análisis que acabo de discutir. Pero yo me represento la situación de la siguiente manera: la niña llegó a ser parcialmente consciente de sus tendencias sádico-anales, pero no se le dio la oportunidad de liberarse más amplia y fundamentalmente de ellas a través de un análisis más profundo de su situación edípica. En mi opinión no se trataba de dirigirla hacia un dominio y control dolorosos de los impulsos liberados de la represión. Lo que se necesitaba era más bien someterla a un análisis más profundo y completo de las fuerzas que motivaban estos impulsos. Pero debo hacer la misma crítica a algunos otros ejemplos que brinda Anna Freud. Se refiere varias veces a las confesiones de onanismo recibidas de sus pacientes. La ni a de nueve años que hizo tales confesiones en dos sueños que relató (p gs. 31-32), estaba, creo, contando mucho más que eso, y algo muy importante. Su terror al fuego y el sueño de la explosión en el géiser, que se produjo a causa de una mala conducta de su parte y fue acompañado de castigo, me parece indicar claramente la observación del coito entre los padres. Esto es También evidente en el segundo sueño. En él había «des ladrillos de distintos colores y una casa la que incendiaban». Estos, como m experiencia en análisis de niños me permite generalizar, por lo regular representan la escena primaria. Que esto fuera cierto en el caso de esta ni a, me parece evidente en sus sueños con fuego a través de sus dibujos de los monstruos (descritos por Anna Freud, pgs. 37-38) que ella llamaba «mordedores», y de la bruja que arrancaba el cabello de un gigante. Anna Freud está indudablemente en lo cierto cuando interpreta estos dibujos como indicadores de la angustia de castración de la ni a, y de su masturbación. Pero no me cabe la menor duda de que la bruja, que castra al gigante, y el «mordedor» representan el coito entre los padres, concebido por la ni a como un sádico acto de castración; y además que cuando ella tuvo esta impresión, ella misma concibió deseos sádicos contra sus padres (la explosión del géiser que ella causa en el sueño); que su masturbación estaba asociada a estos deseos y que por lo tanto, de su conexión con el complejo de Edipo, involucraba un profundo sentimiento de culpa, y en relación con esto, involucraba la compulsión a la repetición y parte de la fijación. ¿Qué es, entonces, lo que falta en la interpretación de Anna Freud? Todo lo que hubiera profundizado en la situación edípica. Pero esto significa que omitió explicar las causas más profundas del sentimiento de culpa y de la fijación, e imposibilitó la resolución del complejo de Edipo. Me siento obligada a extraer la misma conclusión que en el caso de la peque a neurótica obsesiva: si Anna Freud hubiera sometido los impulsos instintivos a un análisis más profundo, no hubiera sido necesario enseñar a la niña cómo controlarlos. Y al mismo tiempo la curación hubiera sido más completa. Porque sabemos que el complejo de Edipo es el complejo nuclear de las neurosis; por lo tanto si el análisis evita analizar este complejo, tampoco puede resolver la neurosis. Ahora bien, cu les son las razones de Anna Freud para abstenerse de un análisis más profundo, que investigara sin reservas la relación del niño con sus padres y con el complejo de Edipo? Hay una serie de importantes argumentos con los que nos encontramos en varios pasajes de su libro. Resumámoslo y consideremos sus alcances. Anna Freud siente que ella no debe intervenir entre el niño y sus padres, y que la educación del hogar peligrar a y se crearan conflictos si se le hace consciente al niño su oposición a los padres. Creo que este punto es el que determina principalmente la diferencia entre las opiniones de Anna Freud y las m as, y nuestros opuestos métodos de trabajo. Ella misma dice que siente remordimientos para con los padres del niño, que son los que la emplean, si como ella dice, «se vuelve contra ellos». En el caso de una niñera que ten a hostilidad hacia ella (pgs. 20-2l) hizo todo lo que pudo para predisponer al niño en contra de la mujer, desprender el sentimiento positivo del niño Por la ni era y dirigirlo hacia ella misma. Vacila en hacer lo mismo cuando los padres entran en la cuestión, y creo que está plenamente en lo cierto. La diferencia en nuestro punto de vista es ésta: que yo jamás intento predisponer al niño en contra de los que lo rodean. Pero si sus padres me lo han confiado para que lo analice, ya sea para curar una neurosis o por otras razones, creo que estoy justificada al tomar la l nea que me parece la más ventajosa para el niño y la única posible. Quiero decir la de analizar sin reservas su relación con los que lo rodean, y por lo tanto, en especial con sus padres, hermanos y hermanas. Hay varios peligros en el análisis de la relación con los padres que Anna Freud teme y que piensa que surgirían de la debilidad que ella supone que caracteriza el superyó del niño. Permítaseme mencionar algunos. Cuando se resuelve satisfactoriamente la transferencia, el niño ya no puede volver a dirigirse a los objetos amorosos adecuados y podría verse obligado ya sea «a volver a caer en una neurosis, o, si este camino estuviera cerrado en razón del éxito del tratamiento analítico, a tomar la dirección opuesta: la de la rebelión abierta» (p gs. 61-62). O de nuevo: si los padres utilizan su influencia en oposición al analista el resultado ser a «como el niño está vinculado emocionalmente a ambas partes, una situación similar a la que surge en un matrimonio infeliz en el que el niño se ha convertido en un tema le disputa» (pg. 77). Y nuevamente: «Donde el análisis del niño no puede llegar a ser parte orgánica de toda su vida sino que se introduce como un cuerpo extraño en sus otras relaciones, perturbándolas, probablemente lo único que hagamos sea complicarlo en más conflictos que los que nuestro tratamiento resuelve» (pg. 84). En cuanto a la idea de que el superyó del niño no es aún lo suficientemente fuerte, y que hace temer a la autora que cuando el niño se libere de la neurosis no podrá ya adaptarse satisfactoriamente a las exigencias educacionales necesarias y a las de las personas que lo rodean, respondería yo de la siguiente manera: Mi experiencia me ha enseñado que si analizarnos un niño sin ningún preconcepto de ninguna clase en nuestra mente, nos formaremos de l una idea distinta, simplemente porque estaremos capacitados para penetrar más profundamente en el período crítico anterior a los dos años. Aquí se revela en mucho mayor grado la severidad del superyó del niño, rasgo que Anna Freud misma descubrió en ocasiones. Encontramos que lo que se necesita no es reforzar el superyó sino suavizarlo. No olvidemos que las influencias educativas y las exigencias culturales no están suspendidas durante el análisis aun cuando el analista, que acta como un tercero absolutamente imparcial, no asuma la responsabilidad de estas influencias y exigencias. Si el superyó ha sido lo bastante fuerte cono para conducir al conflicto y a la neurosis seguramente mantendrá suficiente influencia, aun si en el análisis lo modificamos gradualmente. Nunca terminó un análisis con la impresión de que está facultad se hubiera debilitado demasiado, por otra parte, hubo muchos análisis en cuyo término yo habría deseado que se pudiera reducir aun mas su exagerado poder. Anna Freud se ala con justeza que si nos aseguramos una transferencia positiva los niños habrían de contribuir mucho en el sentido de la cooperación y en otros tipos de sacrificio. Pero creo que esto prueba indudablemente que, al lado de la severidad del superyó, este anhelo de amor es una garantía adecuada de que el niño tendrá un motivo suficientemente fuerte para obrar de acuerdo con exigencias culturales razonables, s lo si el análisis libera su capacidad de amar. No debemos olvidar que lo que la realidad exige al yo del adulto es mucho más pesado que las demandas mucho menos exigentes que encuentra el yo mucho más débil del niño. Naturalmente, es posible que si el niño debe vincularse con personas que no tienen insight, o con neuróticos, o con gente que lo perjudica, el resultado podría ser que no podremos desembarazarlo completamente de su propia neurosis o que su medio la haga surgir nuevamente. Sin embargo, según mi experiencia, aun en estos casos podemos hacer mucho para aliviar el asunto e inducir un desarrollo mejor. Más aun, en su reaparición la neurosis ser más leve y más fácil de ser curada en el futuro. Los temores de Anna Freud de que un niño que ha sido analizado y permanece en un medio totalmente adverso al análisis, en razón de su separación de sus objetos amorosos puede tomarse más rebelde a éstos, y por lo tanto más presa de conflictos, me parecen consideraciones teóricas refutadas por la experiencia. Aun en tales casos he descubierto que el análisis capacitaba a los niños a adaptarse mejor y por lo tanto a pasar mejor la prueba de un millieu desfavorable, y a sufrir menos que antes de ser analizarlos. Y he demostrado repetidas veces que cuando un niño se torna menos neurótico se hace mucho menos cansador para aquellos que lo rodean y que son neuróticos o faltos de insight, y de esta forma el análisis no ejercer más que una influencia favorable en las relaciones entre el niño y su medio. En los últimos ocho años he analizado gran número de niños, y mis descubrimientos con respecto a este punto, crucial en la cuestión del análisis de niños, ha sido constantemente confirmado. Podría resumirlo diciendo que el peligro temido por Anna Freud, que el análisis de los sentimientos negativos de un niño hacia sus padres arruinar su relación con éstos, es siempre y bajo toda circunstancia, inexistente. Por el contrario, lo opuesto es verdad. Exactamente lo mismo sucede en los adultos: el análisis de la situación edípica no sólo alivia los sentimientos negativos del niño para con sus padres, hermanos y hermanas sino que También los resuelve en parte, y as posibilita mayor fortificación de los impulsos positivos. Precisamente el análisis del período más temprano es el que revela las tendencias hostiles y los sentimientos de culpa que tienen origen en la temprana frustración oral, los hábitos de limpieza y la frustración relacionada con la situación edípica. Y este traerlos a luz es lo que libera al niño de ellos. El resultado final es una relación más profunda y mejor con los que lo rodean, y no es de ninguna manera una separación en el sentido de sentirse extra o. Lo mismo se aplica al período de la pubertad, s lo que en este período la capacidad para la separación y la transferencia necesaria en esta fase particular del desarrollo está grandemente reforzada por el análisis. Hasta ahora nunca he tenido quejas le la familia después que el análisis terminara y aun durante su curso, de que la relación del niño con su ambiente hubiera empeorado. Esto significa mucho cuando recordamos la ambivalencia de las relaciones. Por otra parte, se me ha asegurado con frecuencia que los niños se tornaban mucho más sociables y mucho más dóciles con respecto a su educación. De modo que finalmente hago un gran servicio tanto a los padres como al niño justamente en lo que se refiere al mejoramiento de las relaciones entre ellos. Indudablemente es deseable y provechoso que los padres nos asistan tanto durante como después del análisis. Debo decir, sin embargo, que estos ejemplos tan gratificadores son decididamente los menos: representan el caso ideal, y no podemos basar nuestro método obre l. Anna Freud dice (pg. 83): «La enfermedad definida no es lo único que nos hará decidirnos a analizar a un niño. El lugar del análisis infantil es sobre todo el millieu anal tico; por ahora debemos limitarlo a los niños cuyos padres son analistas, se han analizado o tienen cierta confianza o respeto por el análisis.» En respuesta diría que debemos discriminar muy claramente entre las actitudes consientes e inconscientes de los mismos padres, y he hallado repetidas veces que las actitudes inconscientes no están de ninguna manera garantizadas por las condiciones deseadas por Anna Freud. Los padres pueden estar por completo convencidos teóricamente de la necesidad el análisis y pueden desear conscientemente ayudarnos con todas sus fuerzas, y sin embargo, por razones inconscientes, pueden obstaculizar nuestro trabajo a cada momento. Por otra parte, constantemente hall gente que no sabía nada sobre el análisis -a veces simplemente una ni era que me tena confianza personal- que fue de la más grande ayuda debido a una favorable actitud inconsciente. Sin embargo, según mi experiencia, todo el que analice niños tiene que contar con una cierta hostilidad y celos por parte de niñeras, institutrices, e incluso la madre, y debe tratar de realizar el análisis a pesar y en contra de estos sentimientos. A primera vista esto parece imposible y representa por cierto una dificultad especial y muy considerable en el análisis del niño. No obstante en la mayora de los casos no la he encontrado insuperable. Naturalmente presupongo que no debemos «compartir con los padres el odio y el amor del niño», sino que debemos manejar tanto la transferencia positiva como la negativa de manera tal que nos capacite para establecer la situación analítica y confiar en ella. Es asombroso cómo los niños, incluso niños pequeños, nos apoyan entonces con su insight y con su necesidad de ayuda y cómo podemos incluir en nuestro trabajo las resistencias causadas por aquellos con quienes están vinculados los pequeños pacientes. Por lo tanto, mi experiencia me ha llevado a emanciparme en mi trabajo de estas personas en la medida de lo posible. Aun cuando sus informaciones puedan ser a veces muy valiosas, cuando nos relatan cambios importantes que tienen lugar en los niños y nos proporcionan un conocimiento de la situación real, necesariamente debemos ser capaces de manejarnos sin esta ayuda. Por supuesto no quiero decir con esto que nunca pueda desbaratarse un análisis por culpa de los que rodean al niño; sí lo puedo decir que si los padres envían a sus niños para que se analicen no es razón para que sea imposible llevar a cabo el análisis simplemente porque la actitud de éstos muestre falta de insight o sea desfavorable de alguna otra manera. Resulta claro por todo lo que he dicho que mi posición con respecto a la conveniencia del análisis en distintos casos es completamente distinta a la de Anna Freud. Considero que el análisis es útil no s lo en todos los casos con perturbaciones mentales evidentes y desarrollo insuficiente, sino como medio para disminuir las dificultades de niños normales. El camino puede ser indirecto, pero estoy segura de que no es demasiado penoso, costoso o tedioso. En esta segunda parte de mi artículo mi intención era demostrar que es imposible combinar en la persona del analista la tarea analítica y educativa, y esperaba mostrar por qué es as . Anna Freud misma describe estas funciones (pg. 82) como «dos tareas difíciles y contradictorias» – Y dice nuevamente: «analizar y educar, o sea permitir y prohibir al mismo tiempo, liberar y atar nuevamente». Puedo resumir mis argumentos diciendo que una actividad efectivamente anula la otra. Si el analista incluso temporariamente se torna representante de agentes educativos, si asume el rol del superyó, bloquea en ese punto el camino de los impulsos instintivos a la conciencia: se vuelve un representante de los poderes represores. Avanzar un poco más y diré que según mi experiencia, lo que debemos hacer con los niños tanto como con los adultos es, no simplemente establecer y mantener la situación analítica con todos los medios analíticos y abstenernos de toda influencia educativa directa, sino, más aun, que el análisis de niños debe tener la misma actitud inconsciente que pedimos al analista de adultos, si ha detener éxito. Esta lo debe capacitar para querer realmente s lo analizar, y no desear moldear y dirigir la mente de sus pacientes. Si la angustia no se lo impide, podrá esperar con calma la evolución del resultado correcto, y de este modo se alcanzar este resultado. Si lo hace, además, demostrar la validez del segundo principio que expongo en oposición a Anna Freud, a saber: que debemos analizar completamente y sin reservas la relación del niño con sus padres y su complejo de Edipo. Postscriptum, mayo de 1947. En el Prefacio y en la Tercera parte de su nuevo libro, Anna Freud presenta diversas modificaciones de su técnica. Algunas de estas modificaciones conciernen a algunos puntos que traté en este artículo. Una divergencia en nuestras opiniones surgió de su utilización de m todos educativos en el análisis de niños. Anna Freud explicó que esta técnica era necesaria a causa del superyó débil y no desarrollado de los niños, aun en el período de latencia (que en ese entonces ella consideraba el único período en el que los niños podían ser analizados). Declara ahora en su Prefacio que la parte educativa en la tarea del analista de niños ya no es necesaria (porque los padres y las autoridades educacionales se han vuelto mucho más instruidas) y que el analista «puede ahora, salvo raras excepciones, concentrar su energía en el aspecto puramente anal tico de su labor’. (Prefacio, pg. xi.) Además, cuando Anna Freud publicó su libro en 1926, no sólo criticó la técnica de juego (que yo haba empleado en el análisis de niños pequeños), sino que También se opuso por principio a que niños pequeños, por debajo del período de latencia, se analizaran. Ahora, como lo dice en su Prefacio, redujo la edad «desde el período de latencia, como lo sugirió en un principio, hasta los dos años…» y según parece También aceptó hasta cierto grado la técnica de juego cono parte necesaria del análisis de niños. Además amplió el n mero le pacientes no sólo en lo que respecta a la edad sino También en lo que respecta al tipo de enfermedad, y ahora considera «que se puede analizar niños cuyas perturbaciones son de tipo esquizofrénico» pg. x). La cuestión siguiente es más complicada porque subsiste una importante diferencia aunque haya surgido una similitud en el enfoque. Anna Freud dice de su «fase introductoria» en el análisis de niños, que su estudio de los mecanismos de defensa del yo la ha llevado a encontrar «caminos y medios de poner al descubierto y penetrar las primeras resistencias en el análisis de niños, con lo cual se acorta la fase introductoria del tratamiento, y, en algunos casos la hace innecesaria» (Prefacio, p gs. xi-xii). La consideración de mi contribución al Simposium mostrar que la esencia de mi argumento en entra de la «fase introductoria» de Anna Freud era lo siguiente: si el analista trata desde el comienzo la angustia y la resistencia inmediatas del niño con recursos analíticos, la situación transferencial se establece inmediatamente, y no se hacen necesarios ni aconsejables recursos que no sean analíticos. Nuestras opiniones sobre este problema tienen por lo tanto en común que la fase introductoria es innecesaria (aunque Anna Freud sólo parece admitir esto en algunos casos especiales) si se descubre que los caminos y los medios anal ticos penetran las primeras resistencias. En mi contribución al Simposium traté este problema principalmente desde el ángulo de la angustia aguda del niño pequeño. Sin embargo, en mi libro El psicoanálisis de niños, muchos ejemplos muestran que en aquellos casos en los que la angustia es menos aguda, atribuyo gran significación al análisis de las defensas desde el comienzo. En realidad, no es posible analizar las resistencias sin analizar las defensas. No obstante, aunque Anna Freud no se refiere al análisis de la angustia aguda sino que parece poner el acento principalmente en el análisis de las defensas, nuestras opiniones coinciden en cuanto a la posibilidad de conducir el análisis desde el comienzo con recursos analíticos. Estas alteraciones en las opiniones de Anna Freud, que s lo doy como ejemplo, duplican en realidad, aunque ella no lo manifieste, una disminución de ciertas divergencias importantes entre ella y yo en lo que respecta al psicoanálisis de niños. Mencionar otro punto que está relacionado fundamentalmente con mi enfoque de los principios y la técnica del análisis temprano, punto que ilustro en este libro. Anna Freud declara (p g. 71): «Melanie Klein y sus seguidores expresaron repetidamente la opinión de que con la ayuda de la técnica de juego se puede analizar niños de casi cualquier edad, de la más temprana infancia en adelante.» No s sobre que fundamento se basa esta declaración, y el lector de este libro y de mi libro El psicoanálisis de niños no encontrar pasajes que lo justifiquen ni material de análisis de niños de menos de dos años y tres meses de edad. Por supuesto que atribuyo gran importancia al estudio de la conducta de los lactantes, especialmente a la luz de mis descubrimientos sobre los tempranos procesos mentales, pero estas observaciones analíticas son algo esencialmente distinto que llevar a cabo un tratamiento psicoanalítico. También llamar a aquí la atención sobre el hecho de que en esta nueva edición de su libro (p gs. 69-71), Anna Freud repita la misma descripción errónea de mi técnica que hizo veinte años atrás, puesto que infiere que confío predominantemente en interpretaciones simbólicas y utilizo muy poco -si alguna vez lo hago- el lenguaje del niño, ensueños diurnos, sueños, cuentos, juego imaginativo, dibujos, sus reacciones emocionales y sus relaciones con la realidad exterior, por ejemplo, en su hogar. He corregido explícitamente esta interpretación errónea en esta contribución al Simposium y cuesta entender cómo pudo haberse mantenido frente a mi libro El psicoanálisis de niños y mis diversas publicaciones, compiladas ahora en este volumen.

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