La teoría de la libido y el impulso de la conservación

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La teoría de la libido, establece que la libido sea considerada como una forma de energía cuyas manifestaciones se organizan en los instintos sexuales. El placer se logra reduciendo la tensión de la libido y los fines parciales son las diversas formas de excitación sexual que las reducen y derivan de las zonas erógenas, que son: los orificios corporales o sentidos especializados como la visión o aun ciertas partes de las vías respiratorias, como, por ejemplo, las vías respiratorias superiores –el trayecto laringo traqueal– (que explicaría el placer o la sensación placentera, por lo menos, experimentada en el acto del suspiro). El otro instinto que integra esta primera teoría freudiana, es el instinto o impulso de conservación, denominados también impulsos o instintos del “yo”. Ellos no producen trastornos neuróticos, no pueden desconocerse sin que la vida peligre y su energía no puede acumularse. Los instintos del yo sirven a todas las funciones de auto-conservación. Están al servicio del principio de la realidad por el cual el individuo subsiste sin protección de sus padres. Al principio de la vida, se satisfacen junto con los sexuales, en la pasividad ante la madre. Las funciones cardinales de los instintos del yo son el dominio de la realidad y el mantenimiento de la represión. Se manifiestan al liquidarse, como veremos más adelante, el complejo de Edipo y enfrentarse el sujeto solo con el mundo. Los conflictos psíquicos se harán a esa altura entre la tendencia al placer o libido y la tendencia a la conservación que motiva la acción de la represión del impulso sexual por el “yo” y aparición de todas esas manifestaciones larvadas, que son los síntomas, los rasgos del carácter y los mecanismos normales; sublimación, chistes y sueños a que ya hemos hecho mención con anterioridad.
La libido evoluciona. Freud había descrito en primer término –cronológicamente hablando– la existencia del complejo de Edipo. Después describió las distintas etapas de la evolución pregenital de la libido. Vamos a referirnos a todo ello haciendo abstracción del criterio histórico y fijándonos solamente en el criterio evolutivo individual. La libido se localiza en diversas regiones de la superficie cutánea, determinando la producción de placer en esas diversas zonas, llamadas zonas erógenas, cuya excitación produce placer, que son la boca, el ano, el pene o el clítoris. En la etapa oral, que dura hasta el año, el placer se obtiene o bien por el acto de succionar, o por el acto de morder. En la etapa anal, que dura hasta los tres años, el placer proviene o de la retención de materias fecales, cuya prolongación puede provocar la preocupación paterna, o la expulsión de las materias fecales como agente placentero que puede determinar disgustos. En cualquiera de estas etapas pueden surgir tendencias activas o pasivas en la vida y entre ellas la crueldad en forma de sadismo. En la etapa fálica, que aparece a los tres años, en que existe la antítesis “posesión del falo-castración”, como en la etapa anal la antítesis era “actividad-pasividad”. Al principio existe un interés autoerótico. Después hay una relación con el interés por los padres en el complejo de Edipo. Esa etapa está ligada a otros dos placeres; el exhibicionismo genital y el erotismo uretral consiste en el entusiasmo del varón por su capacidad urinaria frente a la de la niña, en que es menor. En la mujer, la etapa similar a la fálica masculina es la etapa clitoridiana.