Las teorías sexuales infantiles

Teoría

Las teorías sexuales infantiles

Una nota agregada por Freud en 1910 a los Tres ensayos modifica un poco su concepción del autoerotismo en función de los nuevos conocimientos aportados por el Análisis de la fobia de un varón de cinco años [1909]. Este análisis, escribe, nos ha revelado «que existe una simbólica sexual, una representación de lo sexual por medio de objetos y relaciones no sexuales, que remonta a los primeros años del dominio del lenguaje». Y también que el autoerotismo y el amor objetal no son dos fases separadas de la evolución del niño. A continuación del onanismo del bebé, que «parece desaparecer después de un corto período», adviene la segunda actividad sexual infantil, momento de la vida que deja «las marcas más profundas (inconscientes) en la memoria de la persona, determina la evolución de su carácter si sigue sano y la sintomatología de su neurosis si se enferma después de la pubertad».

En la fase oral primitiva la identificación y la elección de objeto son difíciles de diferenciar una de otra [siempre y cuando estemos de acuerdo en decir que son dos cosas diferentes]. La identificación es un movimiento activo que va primeramente del alter hacia el ego, del adulto hacia el niño, antes de volverse un proceso interactivo e intersubjetivo de construcción de la actividad de pensar, que se desdoblará a través del fantasma en una vertiente inconsciente, la fantasía inconsciente, núcleo deseante del fantasma, y la vertiente preconsciente / consciente de reconocimiento y conocimiento del mundo. Este proceso instituye el trasfondo del contenido mental (o proposicional) de la psiquis individual insertándola en las estructuras institucionales pre-existentes.

Ahora podemos volver a las investigaciones sexuales infantiles.

Parece evidente que los contenidos cognitivos de las diferentes teorías infantiles no son todos de un mismo nivel semántico o referencial.

Ya hemos visto que en un primer momento la existencia de dos sexos [habría que decir más bien dos géneros] no crea problemas al niño pequeño, pero que él hace la hipótesis de un mismo órgano genital masculino para ambos, «la primera de las teorías sexuales infantiles». La existencia de esta teoría infantil es postulada por Freud como una creencia universal que, contradicha por la realidad, permanecerá inscripta en la fantasía inconsciente [fantasía activa en la vida inconsciente del adulto y que inducirá de varias maneras las teorías científicas y el imaginario colectivo en diferentes épocas]. Un tal postulado se revela operacional para la comprensión o interpretación del psiquismo adulto. ¿Por qué? ¿De dónde viene esta creencia? Primeramente, no es el resultado de una investigación del niño, sería más bien del orden de lo que llamaríamos una teoría intuitiva, es decir, una doctrina que supone un conocimiento inmediato y no discursivo. Es como una consecuencia lógica podríamos decir, un producto de la institución androcéntrica de lo social.

Un mismo órgano viril para ambos sexos; lo que fue la primera teoría sexual infantil en los escritos anteriores a 1917, será visto más tarde no como una teoría infantil, resultado de una investigación, sino como el carácter principal de la organización genital infantil que la diferencia de la organización genital definitiva del adulto. Esta primacía del falo es el aguijón que lleva al varoncito a la investigación, «busca en los otros esta parte del cuerpo fácil de excitar, que se modifica y es tan rica en sensaciones», la compara con la suya. El falocentrismo del erotismo adulto es en el fantasma infantil (edípico) el motor de la curiosidad sexual.

En el curso de sus investigaciones el niño descubre que el pene no es un bien común, primero niega los hechos antes de llegar a la conclusión de que la falta de pene es el resultado de una castración. Freud afirma que «no se puede apreciar en su justa medida la significación del complejo de castración si no se incluye su aparición en la fase de la primacía del falo». Entonces, en el lugar que le corresponde en el fantasma erótico «la niña descubre su inferioridad orgánica (sic!)» y «comienza a compartir el desprecio del hombre frente a un sexo reducido de una tal manera». «La mujer reconoce el hecho de su castración» y «de allí en más es víctima de la envidia del pene».

El recorrido de la actividad teorizante del niño muestra claramente que él interpreta en función de esquemas de significación que están por fuera de la realidad perceptiva y de las experiencias vividas; si los acontecimientos de la vida del sujeto no se adaptan a esos esquemas que son casi, dice Freud, «como categorías filosóficas» o como «un tipo de saber difícilmente determinable, algo así como una preparación a comprender», entonces el fantasma modifica o acomoda los acontecimientos mimos, y el esquema triunfa por encima de la experiencia individual. Ni la representación de la castración ni la envidia del pene son el resultado de la observación y de la comparación, son una interpretación-teoría infantil, forma o traducción fantasmática individual inducida por lo que llamamos fantasmas originarios. Esos fantasmas originarios pueden ser descritos asimilándolos a las escenas, o más bien esquemas normativos, que con su peso transindividual y presubjetivo organizan, après-coup, el lugar del sujeto en el imaginario erótico inconsciente. Si no son, como creía Freud, «esquemas congenitales de origen filogenético», si son segundos en la organización de la psiquis individual, son sobre todo formas o estructuras socio-simbólicas ocultas en las representaciones imaginarias colectivas que regulan la sexualidad. Es difícil delimitarlos, se los puede llamar escena primaria, seducción, interdicción del incesto y castración [y están ligados en el erotismo a los fantasmas arcaicos de la muerte].

Así, desde el despertar de su capacidad teorizante, en los primeros pasos de su prima philosophia, el niño debe arreglárselas con el trasfondo normativo que le imponen los fantasmas originarios.

Las otras teorías sexuales infantiles tales como la del origen (¿de dónde vienen los niños?) y el lugar corporal del nacimiento, son respuestas a cuestionamientos más cercanos a la realidad de los sentidos del mundo conciente o reflexivo. Pero, ninguna teoría escapa a la torsión que le impone el deseo inconsciente, al lazo que la une a la fantasía inconsciente. La interpretación sádica del coito se impone, entonces, si el núcleo deseante del fantasma está contaminado de entrada por el erotismo que conjuga el amor sexual, la interdicción y la muerte.

El desarrollo de la sexualidad individual se instaura de manera difásica. El complejo de Edipo, al que esta ligada la eclosión sexual de los primeros años de la vida, «desaparecería en razón de su fracaso, resultado de su imposibilidad interna». Esa sexualidad es la respuesta a la pasión del adulto. El objeto sexual externo se le escapa al erotismo del niño, no es adecuado a su deseo. Sin embargo, las «investigaciones» despertadas por la construcción del deseo fantasmático marcan los primeros pasos de la orientación autónoma en el mundo.

El final del complejo de Edipo y la intensificación de la represión (refoulement) introducen el período de latencia y la (relativa) amnesia infantil. El redescubrimiento del objeto sexual en la pubertad exige el l abandono del «objeto incestuoso», y durante el tiempo de la latencia se habrán erigido «las formaciones reactivas de la moral, del pudor, del asco». Pero, agrega Freud en una nota de 1935, el período de latencia «no puede provocar una interrupción total de la vida sexual más que en las organizaciones culturales que han incluido en su plan una represión de la sexualidad infantil». Como es el caso de nuestra cultura en la que la emergencia del erotismo históricamente construido reproduce la dominación masculina.

La instauración en dos tiempos de la sexualidad humana permite comprender este doble origen circular que caracteriza su desfuncionalización.

El refoulement y la represión no impiden que los efectos de la «elección de objeto» del niño sigan siendo activos en la fase ulterior, y detrás de la ternura y los afectos deserotizados se esconderán siempre los viejos fantasmas de la sexualidad infantil.

En la pubertad la excitación sexual se despierta pujante y enciende la concupiscencia y la pasión amorosa, pero la elección de objeto se realiza en primer lugar en la representancia y la vida sexual del adolescente se extiende en fantasmas que no todos están destinados a ser realizados. Esos fantasmas «se injertan en las investigaciones sexuales infantiles abandonadas en el curso de la infancia», o más bien se constituyen sin perder el hilo rojo del deseo que los amarra a las fantasías inconscientes que, recordemos, son a su vez un «injerto prematuro de un amor pasional». En estas comarcas del pasado, en esos lugares nunca cerrados de la prehistoria individual, «aún existen los fueros», privilegios que resisten a las elaboraciones cognitivas y a los afectos en lo sucesivo amarrados a creencias y deseos de la vida adulta.

El erotismo del hombre y de la mujer está inconscientemente sometido a las antiguas prerrogativas de los escenarios del deseo infantil; hasta podríamos pensar que la activación de esas fantasías inconscientes es la condición necesaria para el goce voluptuoso. La «permanencia activa de la sexualidad infantil en la vida psíquica del adulto» no puede ser considerada como residual. Ella hace parte, – la práctica analítica lo muestra claramente -, de la fantasmática preconsciente o latente en el coito, y se hace manifiesta en las escenas que acompañan a la masturbación. Los fantasmas que se originan en la fase pre-genital de la sexualidad tienen una historia y una elaboración muy avanzada y se presentan diversamente cubiertos o disfrazados. A veces pueden ser rumiados o acariciados imaginariamente y violentamente rechazados si las condiciones de la realización existen. Los hay típicos como el «fantasma de fustigación» analizado por Freud, o bien los fantasmas que hacen intervenir tres personas en la escena del coito. Mas o menos regresivos o «perversos», o a contrario elaborados o sublimados, contienen siempre los rastros de la experiencia vivida de la relación al otro, de la pasión del alter.

Así, el erotismo, expresión de la sexualidad humana desfuncionalizada, socialmente construido a lo largo de la historia, es la resultante de la sexualidad adulta metabolizada, transformada en la vida imaginaria (fantasmática) del niño, sexualidad desfuncionalizada que constituye a su vez el núcleo deseante, la fantasía inconsciente infantil, de todos los placeres de la carne, de todas las voluptuosidades del alma.

Todo contenido proposicional (mental) del psiquismo humano puede ser erotizado, o lo ha sido ya o lo será. En primer lugar mencionemos lo que ya lo ha sido en la infancia de cada uno: los apetitos del cuerpo, los apetitos concupiscibles de los que hablaba Aristóteles, el goce que viene del tacto, a la vez en el comer y el beber, así como en los placeres del amor, la lujuria y la gula. ¿Qué mejor ejemplo de la erotización del comer que las célebres cenas de cien ostras de Casanova con Armellina y Emilie?.

El placer se desliza también sobre fantasmas más abstractos. Incluso la Muerte, no la verdadera, sino la otra, la de los vivos, se vuelve voluptuosa cuando se la alía con una idea libertina, según Donatien Alphonse François, experto en fantasmas de libertinaje.

En segundo lugar, se puede a veces detectar en las profundidades de la especulación filosófica o científica los vestigios que quedan de las teorías sexuales infantiles de antaño. Lo más a menudo es difícil saber si esos rastros vienen de la fantasía inconsciente del investigador o del épistémè de su época, ya que, como acabamos de decir, la construcción de la sexualidad es circular o anaclítica: el adulto en el niño, el niño en el adulto.

Un etnólogo contemporáneo describe de la manera siguiente el nacimiento de un pequeño guayaki: «… la mujer levanta al niño, arrancándolo así a la tierra dónde se lo había dejado yacer: metáfora silenciosa de este otro lazo que el hombre ha cortado, hace pocos instantes, con su cuchillo de bambú. La mujer libera al niño de la tierra, el hombre lo libera de su madre». Interpretación metafórica de los lugares respectivos de la mujer y del hombre, de la futura libertad del niño… ¿Cuánto hay aquí de mito guayaki, de fantasía infantil del investigador, de épistémè occidental?

Un mismo órgano genital masculino para ambos sexos es, se lo puede constatar, una «teoría sexual infantil» que tiene graves consecuencias. Una vez establecida la jerarquía de los sexos, y situada la libido dominandi del lado masculino, un solo sexo «viril», virtuoso, ha sido la norma, el patrón, el modelo. La mujer, reducida, acortada, disminuida será, como dice el Diccionario (Littré), la compañera del hombre. Galeno [129 – hacia 200] escribe: «Todas las partes del hombre se encuentran también en la mujer. La única diferencia, y hay que recordarlo en todo el razonamiento, es que las partes de la mujer son internas y las del hombre externas, a partir de la región llamada periné». Por ello, «el hombre es más perfecto que la mujer» y por consiguiente, «la mujer debe tener los testículos más pequeños y más imperfectos». Ambroise Paré piensa aún así, pero en su época, mediados del siglo XVI, los sucesores de Vesalio en Padua, primero Realdo Colombo, luego Gabrielle Fallopia (Falopio) «descubren» el clítoris. El gran anatomista Realdo Colombo, al que se le debe la primera descripción de la circulación pulmonar (la «pequeña circulación») hecha en la misma época que Servet cree haber sido también el primero en haber descrito «el lugar del placer femenino» y en darle un nombre: dulzura de Venus (dulcedo amoris). Es como un pene, «si lo tocáis – Colombo habla más como clínico que como anatomista – lo veréis volverse un poco mas duro y oblongo al punto que uno diría una especie de miembro viril».

Freud también veía un «pene» en la mujer, o si se prefiere, en la organización genital infantil femenina, que después de 1920 describe no como una teoría infantil, sino como una realidad psicológica o una realidad a secas. «La vida sexuada de la mujer se divide regularmente en dos fases, y la primera tiene un carácter masculino», leemos en La sexualidad femenina. La «función del clítoris viril prosigue» ulteriormente hasta el momento en que «la mujer reconoce el hecho de su castración y por ende la superioridad del hombre y su propia inferioridad, pero también se rebela». La niña, «al ver un órgano genital masculino aprende su propia deficiencia» y «la esperanza de tener un día un órgano genital como ese persiste obstinadamente y el deseo sobrevive a la esperanza».

El imaginario colectivo de una sociedad androcéntrica organizada en torno a la lógica inconsciente de la primacía del falo hace que su erotismo conserve los antiguos privilegios (fueros) de la dominación masculina y que la creencia de los hombres y de las mujeres mantenga la ilusión de un sexo privilegiado.