LA VIDA SOCIAL DEL NIÑO

LA VIDA SOCIAL DEL NIÑO
La cuestión de la influencia del medio en el desarrollo y el hecho de que las
reacciones características de las diversas etapas son siempre relativas a un cierto
ambiente, así como la maduración misma del espíritu, nos llevan a examinar, al
término de esta breve exposición, el problema psicopedagógico de las relaciones
sociales propias de la infancia.
Es uno de los puntos en que la escuela nueva y la
escuela tradicional se oponen de la forma más significativa.
La escuela tradicional no conoce apenas más que un tipo de relaciones sociales:
la acción del maestro sobre el alumno
. Sin duda, los niños de una misma clase
constituyen un verdadero grupo, cualesquiera que sean los métodos aplicados en
el trabajo, y la escuela ha aprobado siempre la camaradería y las reglas de
solidaridad y justicia que se establecen en una sociedad como ésta. Pero aparte
de las horas reservadas a los deportes y al juego, la vida social entre niños no es
utilizada en la misma clase; los ejercicios falsamente llamados colectivos sólo son
en realidad una yuxtaposición de los trabajos individuales ejecutados en un mismo
local. Al estar el maestro revestido de la autoridad intelectual y moral y deberle
obediencia el alumno, esta relación social pertenece de la manera más típica a lo
que los sociólogos llaman coacción, entendiéndose que su carácter coercitivo
aparece solamente en el caso de no sumisión y que en su funcionamiento normal
esta coacción puede ser ligera y fácilmente aceptada por el escolar.
Por el contrario, los nuevos métodos de educación han reservado de entrada un
lugar esencial a la vida social entre niños
. Desde los primeros ensayos de Dewey y
Decroly, los alumnos han tenido libertad para trabajar entre ellos y colaborar en la
búsqueda intelectual, así como en el establecimiento de una disciplina moral; el
trabajo por equipos y el self government se han hecho esenciales en la práctica de
la escuela activa. Tiene importancia discutir los problemas que implica esta vida
social infantil.
Desde el punto de vista del comportamiento hereditario, es decir, de los instintos
sociales o de la sociedad que Durkheim llamaba interior a los individuos en cuanto
que ligada a la constitución psicobiológica del organismo, el niño es social casi
desde el primer día. Desde el segundo mes sonríe a las personas y busca el
contacto con los demás; se sabe lo exigentes que son ya los bebés en este punto y
cómo necesitan compañía si no se les habitúa a horas bien reguladas de actividad
solitaria. Pero al lado de las tendencias sociales interiores hay la sociedad exterior
a los individuos, es decir, el conjunto de las relaciones que se establecen entre
ellos desde fuera: el lenguaje, los intercambios intelectuales, las acciones morales,
jurídicas; en una palabra, todo lo que se transmite de generación en generación y
constituye lo esencial de la sociedad humana en oposición a las sociedades
animales fundadas sobre el instinto.
Ahora bien, desde este punto de vista el niño tiene que aprenderlo todo, aun
cuando esté provisto de entrada de tendencias a la simpatía y la imitación. En
efecto, parte de un estado puramente individual – el de los primeros meses de
existencia durante los cuales no es posible ningún intercambio con los demás –
para llegar a una socialización progresiva que jamás queda terminada. Al
comienzo no conoce reglas ni signos y mediante una adaptación gradual que va
realizándose por asimilación de los otros a sí mismo y por adaptación del yo al
otro, debe conquistar dos propiedades esenciales de la sociedad exterior: la
mutua comprensión fundada en la palabra v la disciplina común basada en normas
de reciprocidad.
Desde este punto de vista (pero sólo desde este punto de vista de la sociedad
exterior) puede decirse que el niño procede de un estado inicial de egocentrismo
inconsciente correlativo a su indiferenciación del grupo.
En efecto, por una parte los niños pequeños (desde la segunda mitad del primer
año) no solamente buscan el contacto con los demás, sino que les imitan
continuamente y a este respecto dan prueba de una sugestionabilidad máxima; así
se presenta en el plano social ese aspecto de la adaptación que más arriba
llamábamos acomodación y cuyo equivalente para el universo físico es la sumisión
fenoménica a los aspectos exteriores de la experiencia
. Pero, por otra parte, y
como consecuencia de lo anterior, el niño asimila continuamente los otros a él, es
decir, que al permanecer en la superficie de su conducta y de sus móviles, sólo
comprende a los otros reduciéndolos a su propio punto de vista y proyectando en
ellos sus pensamientos y deseos. En tanto que no ha conquistado los instrumentos
sociales de intercambio o comprensión mutuas y la disciplina que somete el yo a
las reglas de la reciprocidad, el niño evidentemente no puede creerse más que el
centro del mundo social y del mundo físico y juzgarlo todo por asimilación
egocéntrico a sí mismo. Por el contrario, a medida que comprende a otro de la
misma manera que a sí mismo y plega sus voluntades y su pensamiento a reglas lo
suficientemente coherentes como para permitir una tan difícil objetividad, consigue
salir de sí mismo y a la vez tomar consciencia de sí, es decir, situarse fuera entre
los otros descubriendo a la vez su propia personalidad y la de los demás.
En resumen, la evolución social del niño procede del egocentrismo a la
reciprocidad, de la asimilación al yo inconsciente de sí mismo a la comprensión
mutua constitutiva de la personalidad, de la indiferenciación caótica en el grupo a
la diferenciación fundada en la organización disciplinada.