El vocabulario de Michel Foucault: LETRA E. Episteme clásica

El vocabulario de Michel Foucault: LETRA E

Episteme clásica
(Épistémè classique). La noción de episteme clásica se refiere a la disposición del saber durante los siglos XVII y XVIII. Foucault toma en consideración los siguientes dominios del saber: la gramática general, la historia natural y el análisis de las riquezas. Gramática general. La gramática general no es la simple aplicación de la lógica a la teoría del lenguaje ni una prefiguración de la filología. Es más bien el estudio del orden verbal en relación con la simultaneidad que el lenguaje tiene por objeto representar (MC, 97). La gramática general comporta cuatro teorías o ejes de elaboración. 1) La teoría del verbo o de la proposición (MC, 107-111): el verbo es la condición de todo discurso y, para la época clásica, el lenguaje no comienza con la expresión, sino con el discurso, con la proposición. El verbo ser afirma la coexistencia de dos representaciones. “Hay proposición, y discurso, cuando se afirma entre dos cosas un nexo de atribución, cuando se dice esto es aquello. La especie entera del verbo se reduce a lo que significa ser” (MC, 109). 2) La teoría de la articulación (MC, 111-119): del mismo modo que el verbo ser es esencial a la forma de la proposición, también la generalidad del nombre es esencial al discurso. La teoría de la articulación explica esta generalización. “La articulación primera del lenguaje (si se deja de lado el verbo ser que es tanto la condición cuanto una parte del discurso) se lleva a cabo según dos ejes ortogonales: uno va del individuo singular a lo general; el otro, de la sustancia a la cualidad. En el punto en el que se cruzan reside el nombre común; en una extremidad, el nombre propio; en la otra, el adjetivo” (MC, 113). 3) La teoría de la designación (MC, 119-125): el principio de la nominación primera contrabalancea la primacía formal del juicio. El análisis del lenguaje de la acción explica cómo puede constituirse un signo a partir de las gesticulaciones o los gritos involuntarios. Las raíces o palabras rudimentarias no se contraponen con los otros elementos lingüísticos como lo natural a lo arbitrario, sino porque han sido asumidas por los hombres a partir de un proceso de comprensión. 4) La teoría de la derivación (MC, 125-131): explica cómo las palabras y los signos en general se modifican en cuanto a su forma y a su contenido. La forma se modifica en relación con factores extralingüísticos, como, por ejemplo, la moda y la facilidad para pronunciarlos. La teoría de los tropos explica las modificaciones del contenido. • “Las cuatro teorías (de la proposición, de la articulación, de la designación y de la derivación) forman como los segmentos de un cuadrilátero. Ellas se oponen de dos en dos y de dos en dos se prestan apoyo. La articulación es lo que da contenido a la pura forma verbal, todavía vacía, de la proposición; la llena, pero se opone a ella como una nominación que diferencia las cosas se opone a la atribución que las vincula. La teoría de la designación manifiesta el punto de enganche de todas las formas nominales que la articulación recorta; pero se opone a ésta como la designación instantánea, gestual, perpendicular se opone al recorte de las generalidades. La teoría de la derivación muestra el movimiento continuo de las palabras a partir de su origen, pero el deslizamiento en la superficie de la representación se opone al nexo único y estable que une una raíz a una representación. En fin, la derivación regresa a la proposición, porque sin ella la designación permanecería replegada sobre sí y no podría adquirir esta generalidad que autoriza un nexo de atribución; por lo tanto, la derivación se lleva a cabo según una figura espacial, mientras que la proposición se desarrolla según un orden sucesivo” (MC, 131). Historia natural. La tarea de la historia natural es la disposición de los datos de la observación en un espacio ordenado y metódico. En este sentido, se puede definir la historia natural diciendo que es la nominalización de lo visible, la disposición taxonómica de los seres vivientes que se sirve de una nomenclatura adecuada. Para ello recurrirá, por un lado, a la noción de estructura, y por otro, a la noción de carácter. La estructura de los seres vivientes se define por los valores, no necesariamente cuantitativos, que se pueden asignar a cada una de estas cuatro variables: la forma de los elementos, la cantidad, la manera en que se distribuyen unos respecto de otros y las dimensiones relativas. La descripción de la estructura es respecto de lo observable lo que la proposición es respecto de la representación, es decir, la disposición lineal, sucesiva de lo que se nos ofrece de manera simultánea. La noción de carácter, por su parte, permite generalizar la descripción de las estructuras observables. Esta generalización ha seguido dos técnicas: el sistema (Linneo) y el método (Adanson, Buffon). Linneo limita la comparación a uno o a pocos elementos, como, por ejemplo, el aparato reproductivo. Adanson, en cambio, describe una especie arbitrariamente elegida, luego describe las diferencias entre ésta y una segunda, luego con una tercera, etc. La teoría de la estructura ocupa el lugar que ocupaban en la gramática general las teorías de la proposición y de la articulación; la teoría del carácter,
en cambio, ocupa el lugar de las teorías de la designación y de la derivación. Estructura y carácter permiten la disposición en “tableau” de los seres vivientes. En la historia natural, el conocimiento de los individuos empíricos se adquiere a través de un cuadro ordenado, continuo y universal de todas las diferencias posibles (MC, 157). Análisis de las riquezas. A diferencia de lo que ocurre en el Renacimiento, en la época clásica la función fundamental de la moneda es la sustitución; la moneda no sustituye porque vale, sino que vale porque sustituye. Sobre la base de este presupuesto surgirán dos teorías: la moneda como signo y la moneda como mercancía. Pero ambas parten del presupuesto común de que la moneda es como un intercambio diferido. Los precios, por su parte, dependen de la relación de representación entre la moneda y las riquezas en el proceso de intercambio. La teoría clásica de la moneda define el modo en el que los bienes pueden ser representados en el proceso de intercambio, y también las relaciones de representación entre la moneda y los bienes. La teoría del valor, por su parte, define por qué existe el comercio o, lo que es lo mismo, cómo se constituye el valor. “Por su parte, la teoría de la moneda y del comercio explica cómo una materia cualquiera puede cumplir la función significante, refiriéndose a un objeto y sirviéndole de signo permanente; explica también (por el juego del comercio, del aumento y de la disminución del numerario) cómo esta relación del signo con el significado puede alterarse sin nunca desaparecer, cómo un mismo elemento monetario puede significar más o menos riquezas, cómo puede desplazarse, extenderse, contraerse respecto de los valores que está encargado de representar. La teoría del precio monetario corresponde, entonces, a lo que en la gramática general aparecía bajo la forma de un análisis de las raíces y del lenguaje de la acción (función de designación) y a lo que aparece bajo la forma de los tropos y de los desplazamientos de sentido (función de derivación) […] La teoría de la moneda y de los precios ocupa en el análisis de las riquezas la misma posición que la teoría del carácter en la historia natural” (MC, 215). Génesis, máthesis, taxonomía. A comienzos del siglo XVII, la semejanza, que determinaba durante el Renacimiento la forma y el contenido del saber, se convierte en la ocasión y en el lugar del error: una mezcla de verdad y de falsedad que exige ser analizada en términos de identidad y de diferencia (MC, 65-68). La crítica cartesiana de la semejanza confiere al acto de comparación un nuevo estatuto. Comparar ya no consiste más en buscar la manera en la que las cosas se asemejan, sino en analizarlas en términos de orden y de medida. Medir, calcular las identidades y las diferencias, es confrontar las cantidades continuas o discontinuas con un patrón exterior. Ordenar es analizar las cosas, sin referirlas a un patrón exterior, sino según su grado de simplicidad o de complejidad. Durante la época clásica, conocer es analizar según el orden y la medida; pero, como todos los valores aritméticos son ordenables en forma serial, siempre es posible reducir el medir al ordenar. • La tarea del pensamiento consistirá, entonces, en elaborar un
método de análisis universal que, estableciendo un orden cierto entre las representaciones y los signos, refleje el orden del mundo. La semejanza deja de ser la forma común a las palabras y a las cosas y también deja de asegurar el nexo entre éstas. Sin embargo, la época clásica no la ha excluido de manera absoluta; la sitúa en el límite de la representación y como condición de ella. En efecto, la ciencia general del orden exige doblemente la semejanza: por un lado, es necesario proporcionar un contenido a las representaciones; por otro lado, es necesario que la semejanza sea la ocasión de la comparación. La idea de génesis reúne estas dos exigencias, desarrollándose, en primer lugar, como una analítica de la imaginación, un análisis de la facultad de referir la temporalidad lineal de la representación a la espacialidad simultánea de la naturaleza, y, en segundo lugar, como un análisis de la naturaleza, un análisis de la posibilidad y de la imposibilidad de reconstituir a partir de la naturaleza un orden representativo (MC, 84). • Podemos reconstruir el cuadro general de la episteme clásica, partiendo de lo empírico, como sigue: en primer lugar encontramos la génesis; en segundo lugar, la taxonomía; en tercer lugar, la máthesis. La génesis –analítica de la imaginación y analítica de la naturaleza–, se ocupa de la semejanza entre las representaciones y de la semejanza entre las cosas, es decir, explica cómo, a través del murmullo insistente de la semejanza entre las cosas y de la similitud entre las representaciones, la comparación es posible. En el otro extremo encontramos la máthesis, una ciencia del orden de las representaciones simples que se sirve del álgebra como instrumento. Entre la génesis y la máthesis se sitúa la taxonomía, una ciencia del orden de las representaciones complejas que se sirve de un sistema de signos no algebraicos con el fin de poder analizarlas y descomponerlas. En un extremo, el análisis de la constitución del orden a partir de lo empírico; en el otro, una ciencia del orden calculable. Entre ambos, la taxonomía, que analiza la representación atribuyendo un signo a cuanto nos es dado en ésta: percepciones, pensamientos, deseos, etc. La tarea de la taxonomía consiste en construir el cuadro de las representaciones: el modo en que éstas se sitúan unas respecto de otras, cómo se asemejan y cómo se diferencian mutuamente. Aquí se sitúan la gramática general, la historia natural y el análisis de las riquezas. En este espacio definido por la taxonomía se ubican los dos grandes proyectos del clasicismo: una lengua perfecta, una ars combinatoria, en la cual el valor representativo de las palabras y de los signos estaría perfectamente delimitado, y la enciclopedia, que, en relación con el ideal de una lengua perfecta, define el uso legítimo de las palabras en las lenguas reales teniendo cuenta las variaciones de su valor representativo. El ideal de la ars combinatoria está representado, en la gramática general, por el lado del cuadrilátero del lenguaje que une la teoría de la atribución con la teoría de la articulación (podríamos decir, también, por la teoría del juicio), en la historia natural, por la teoría de la estructura, y en el análisis de las riquezas por la teoría del valor. El ideal de la
enciclopedia está representado, en la gramática general, por el lado del cuadrilátero que une la teoría de la designación con la teoría de la derivación (o, si queremos, por el momento de la significación), en la historia natural, por la teoría del carácter, y en el análisis de las riquezas por la teoría del precio. Ars combinatoria y enciclopedia representan los dos momentos científicamente fuertes del clasicismo, es decir, lo que hace posible la gramática general, la historia natural y el análisis de las riquezas. Entre el lado del juicio (o de la estructura o del valor) y el lado de la significación (o del carácter o de la teoría del precio), los dos lados del cuadrilátero que permanecen abiertos representan el momento metafísicamente fuerte del clasicismo: por una parte, la continuidad de las representaciones (entre la derivación y la atribución); por otra, la continuidad de los seres (entre la articulación y la designación). En efecto, para que exista una gramática general, una historia natural y un análisis de las riquezas son necesarios el encadenamiento de las representaciones y el encadenamiento de las cosas, es decir, que entre las representaciones y entre los seres exista una continuidad, una semejanza (MC, 214-221). Representación. La Logique de Port-Royal define el signo como sigue: el signo encierra dos ideas –la de la cosa que representa otra y la de la cosa representada–, y su naturaleza consiste en provocar la segunda por medio de la primera (MC, 78). Una idea es signo de otra no sólo porque entre ellas existe un nexo que funda la relación de representación, sino porque esta relación de representación está representada, a su vez, en el interior de la idea representante. El ejemplo canónico del clasicismo –el cuadro–, y el ideal enciclopédico de Locke lo ilustran claramente. • Tres variables definen el nexo entre las palabras y las cosas: un signo puede ser natural o convencional según su origen, puede formar parte o estar separado de lo que indica, puede ser cierto o probable. Que un signo pueda ser más o menos cierto, que pueda estar más o menos alejado de lo que indica, que pueda ser natural o convencional, todo esto muestra con claridad que el nexo entre los signos y su contenido no está asegurado por una forma intermedia que, como sucedía durante el Renacimiento, pertenecería al mismo orden que las cosas (un nexo entre dos órdenes de semejanzas asegurado por la misma semejanza). La relación entre el significante y el significado se sitúa dentro de la misma representación; ésta es la relación entre dos ideas de las cuales una representa la otra: la idea abstracta representa la percepción (Condillac), la idea general es una idea individual que representa otras ideas individuales (Berkeley), las imágenes representan las percepciones (Hume), las sensaciones representan lo que Dios nos quiere decir (Berkeley), etc. (MC, 79). En definitiva, el signo representante es, a la vez, indicación del objeto representado y manifestación de éste. “Como en el siglo XVI, ‘semilogía’ y ‘hermenéutica’ se superponen. Pero de manera diferente. En la época clásica, ellas no se reúnen más en el tercer elemento de la semejanza; se vinculan en este poder propio de la representación de representarse a sí misma. No habrá, entonces, una teoría de los signos
diferente de un análisis del sentido” (MC, 80). “Desde el momento en que ha dejado de existir y de funcionar dentro de la representación como su puesta en orden primera, el pensamiento clásico cesó, en el mismo momento, de sernos directamente accesible. El umbral del clasicismo a la modernidad (pero poco importan las palabras mismas –digamos de nuestra prehistoria a lo que nos es contemporáneo) fue definitivamente atravesado cuando las palabras dejaron de entrecruzarse con las representaciones y de cuadrillar espontáneamente el conocimiento de las cosas” (MC, 315). Véase: Discurso.
Épistémè classique [15]: DE2, 172. HS1, 189. MC, 71, 76-77, 86-87, 89, 100, 219, 320-321, 376.

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