El vocabulario de Michel Foucault: LETRA L. Literatura

El vocabulario de Michel Foucault: LETRA L

Literatura
(Littérature). La literatura ha desempeñado un papel fundamental en la obra de Foucault, sobre todo hasta Les Mots et les choses. Para ser más precisos, no se trata de la literatura entendida en términos generales, sino de la literatura en su sentido moderno: la que aparece hacia fines del siglo XVIII. Por un lado, y esta es una primera razón de la importancia de la literatura para Foucault, ella nos muestra la incompatibilidad fundamental entre el ser del hombre y el ser del lenguaje. Por otro lado, una segunda razón es que la literatura representa ese espacio en el que quedan fuera de juego los métodos de análisis hermenéuticos y estructuralistas; el ser de la literatura no puede ser analizado ni desde el punto de vista del sentido ni desde el significante. Por ello se
puede afirmar que, en la época de Les Mots et les choses, en los escritos de la década de 1960, la literatura representa el espacio de una alternativa a los métodos de análisis del discurso vigentes. Nos hemos ocupado de esta problemática en el artículo Lenguaje. De la literatura como ausencia de obra nos hemos ocupado en el artículo Locura. Aquí nos interesa desarrollar qué entiende Foucault estrictamente por literatura. • Ahora bien, para comprender el sentido que atribuye Foucault al término “literatura” resulta conveniente partir de la situación del lenguaje en la episteme renacentista. En la experiencia renacentista el lenguaje existe, en primer lugar, “en su ser bruto y primitivo, bajo la forma simple, material, de una escritura, de un estigma sobre las cosas, de una marca repartida por el mundo que forma parte de sus más imborrables figuras” (MC, 57). Foucault aplica aquí la noción de “signatura” (véase: Episteme renacentista). El lenguaje es una marca, una cosa, un signo escrito. Esta existencia de las marcas de las cosas, dispuestas por el Creador, da lugar a dos discursos: el “comentario” que retoma estas marcas para convertirlas en signos, descubriendo en ellas el trabajo de la semejanza, y el texto que este comentario lee cuando descubre y retoma los “signos de las cosas”. El modo de existencia fundamental del lenguaje en el Renacimiento está determinado por la escritura y, ante todo –insistimos–, por la escritura de las cosas. En la época clásica, esta “escritura de las cosas” desaparecerá y el funcionamiento del lenguaje quedará encerrado en los límites de la representación. En otros términos, el funcionamiento del lenguaje ya no irá del texto al comentario y del comentario al texto a través de las escritura de las cosas; se ubicará en el espacio que va del significante al significado. El problema de la época clásica será, entonces, determinar de qué modo un significante está unido a un significado o, mejor, cómo en el dominio de la representación está representada la relación entre el significante y el significado. El lenguaje se ha convertido, de este modo, en discurso. Ya no es “escritura de las cosas”, sino “despliegue de la representación”. “Las palabras y las cosas van a separarse” (MC, 58). El problema de la representación o –para usar un término más moderno– de la significación ocupará el lugar que durante el Renacimiento ocupaba la semejanza. Consecuentemente, el movimiento infinito hacia el Texto primitivo (infinito porque ningún comentario lo agota) será reemplazado por el problema del orden de las representaciones. En síntesis, el lenguaje se somete al pensamiento; es sólo la expresión sucesiva de lo que se nos ofrece simultáneamente en éste. Ahora bien, este “ser vivo del lenguaje” que existía durante el Renacimiento reaparecerá hacia fines del siglo XVIII. Entonces, el lenguaje desbordará el universo de la representación, del pensamiento; escapará de los límites que le imponen las nociones de significante y significado. La literatura, en efecto, escapa al funcionamiento del lenguaje en la representación; no es, estrictamente hablando, un discurso. No puede ser analizada sin ser reducida a partir del significante o del significado. “Que se la analice del lado del significado (de lo que quiere decir, de sus ‘ideas’, de lo que promete o de aquello a lo que compromete) o del lado del significante (con la ayuda de esquemas tomados de la lingüística o del psicoanálisis) poco importa; se trata sólo de un episodio. Tanto en un caso cuanto en el otro, se la busca fuera del lugar donde, para nuestra cultura, ella no ha dejado, desde hace un siglo y medio, de nacer e imprimirse. Estos modos de desciframiento provienen de una situación clásica del lenguaje –aquélla que reinó en el siglo XVII, cuando el régimen de los signos se volvió binario y cuando la significación fue reflejada en la forma de la representación. Entonces la literatura estaba hecha de un significante y de un significado y merecía ser analizada como tal. A partir del siglo XIX, la literatura restablece el lenguaje en su ser, pero no como aparecía todavía hacia fines del Renacimiento. Porque ahora ya no hay más una palabra primera, absolutamente inicial por la cual se encontraba fundado y limitado el movimiento infinito del discurso. De ahora en más, el lenguaje va a crecer sin punto de partida, sin término y sin promesa. El recorrido de este espacio vano y fundamental es el que traza cada día el texto de la literatura” (MC, 59). Esta reaparición del “ser vivo del lenguaje” es contemporánea de la formación de la biología, la filología y la economía política (véase: Hombre). También los objetos de éstas escapan al mundo de la representación. “Era necesario que este nuevo modo de ser de la literatura fuese develado en obras como las de Artaud o de Roussel, y por hombres como ellos. En Artaud, el lenguaje rechazado como discurso y retomado en la violencia plástica del golpe es reenviado al grito, al cuerpo torturado, a la materialidad del pensamiento, a la carne. En Roussel, el lenguaje, reducido a polvo por un azar sistemáticamente manejado, relata indefinidamente la repetición de la muerte y el enigma de los orígenes desdoblados. Y como si esta prueba de las formas de la finitud en el lenguaje no pudiese ser soportada o como si ella fuese insuficiente (quizás su misma insuficiencia era insoportable), es dentro de la locura que se ha manifestado. La figura de la finitud se da así en el lenguaje (como lo que se devela en él), pero también antes que él, más acá, como esta región informe, muda, insignificante donde el lenguaje puede liberarse. Y es en este espacio, así puesto al descubierto, que la literatura, con el surrealismo primero (pero bajo una forma travestida), y luego, cada vez más puramente, con Kafka, con Bataille, con Blanchot, se da como experiencia: como experiencia de la muerte (y en el elemento de la muerte), del pensamiento impensable (y en su presencia inaccesible), de la repetición (de la inocencia originaria, siempre ahí, en el punto más cercano y más alejado del lenguaje), como experiencia de la finitud (atrapada en al apertura y la exigencia de esta finitud)” (MC, 395). La literatura moderna es aquella en cuyo lenguaje el sujeto está excluido o, para utilizar la expresión de Foucault sobre Blanchot, aquélla en cuyo lenguaje aparece la experiencia del “afuera”, cuyas categorías son la “atracción” para Blanchot, el “deseo” para Sade, la “materialidad del pensamiento” para Artaud, la “transgresión” para Bataille. (DE1, 525)
Foucault se ha ocupado de todos ellos. Remitimos a los artículos dedicados a estos autores y a estas nociones.
Littérature [625]: AN, 26, 43, 50, 61, 69, 72, 75, 91-92, 99, 133, 165, 219, 220-221, 224-226, 229, 236, 245, 300. AS, 10, 13, 33, 37, 123, 129-130, 135, 179, 181. DE1, 83, 88-89, 91, 96, 168, 246, 248-249, 253-256, 260-261, 278-279, 281, 283, 294, 296, 298, 327, 337-339, 343, 356, 367, 369-370, 377, 381, 390, 398, 407-408, 412, 418-421, 424, 429-430, 432, 435, 437, 443, 450, 501-502, 507, 515, 517, 519-520, 538, 543-544, 552, 554-557, 592-594, 596, 600, 660, 693, 697, 701-702, 770, 799, 812, 842-843. DE2, 69, 74, 104-105, 107-109, 112, 115-126, 131-132, 166, 170-171, 188, 203, 215, 218, 220, 227, 270, 280-281, 351, 393, 409-410, 412-413, 425, 524, 539, 597, 648, 653, 689, 707, 732, 734, 740, 743, 797, 801, 819. DE3, 7, 20, 41, 85, 93, 100-102, 108, 238-239, 250-253, 261-262, 305, 325, 330, 368, 391, 399, 403, 410, 412-414, 489, 490, 500, 560, 571, 575, 615, 625, 636-639, 641, 677-678, 733, 771, 815. DE4, 103, 115, 122, 136, 140, 144, 156-157, 173, 176-177, 252, 254, 270, 323, 328-329, 335, 387, 405, 408, 416, 419, 423, 462, 523, 531, 548, 550, 601, 603, 605, 607, 612-613, 625, 628, 666, 802, 808, 812, 820, 824. HF, 27-30, 43-44, 56, 60, 62, 258, 404, 450, 453, 499, 596, 638, 649. HS, 82, 142, 159, 172, 206, 209, 239, 258, 286, 296, 310, 357, 358, 392-393, 431, 451. HS1, 30, 40, 80, 134. HS2, 22, 25, 48, 101, 147, 210, 234, 273. HS3, 16, 97, 122, 162, 165, 227, 253, 262-263. IDS, 20, 74, 101, 122, 130, 147, 172, 189, 212, 235. MC, 53, 58-59, 62, 95, 103, 119, 134, 233, 298, 313-314, 317, 394-397. MMPS, 79. NC, 74. OD, 20, 29. PP, 144, 169, 218, 295, 315, 333-334. RR, 55, 126, 136, 209. SP, 69-72, 292-293.

Volver al índice principal de «El vocabulario de Michel Foucault: LETRA L«

Volver al índice principal de «El vocabulario de Michel Foucault«