Obras de Winnicott: Alucinación y desalucinación (1957)

Alucinación y desalucinación, 1957

Escrito para un seminario realizado el 3 de octubre de 1957.

Una mujer tuvo el siguiente sueño, según su propio relato:

Me desperté de un sueño gritando (supongo que sin emitir sonido alguno).

Estaba en una habitación; cuando un niño de unos seis año, de otras épocas, vinocorriendo hacia mí en busca de ayuda. Me di cuenta enseguida de que era una alucinación y esto me aterrorizó y comencé a gritar a toda voz. Mientras él retrocedía le tiré un almohadón, luego apareció en la puerta alguien parecido a mi nodriza, como si viniera a averiguar qué pasaba. Me pregunté si también ella vería al pequeño, pero en esa parte del cuarto estaba bastante borroso. Pensé más bien que lo iba a levantar en brazos. Tenía la esperanza de que W. escuchara mis gritos y acudiera, pero ya por entonces me había dado cuenta de que yo no estaba emitiendo ningún sonido en realidad. Esto acrecentó mis temores, y fue en este estado que me desperté, todavía muy desorientada. No supe dónde o cuándo, aunque sentía el tictac del reloj. Me quedé-aterrada durante un rato, hasta que a la larga pude recobrarme lo suficiente como para Salir a orinar.

Hubo asociaciones de la paciente sobre el sueño; ella pensaba que se vinculaba con una interpretación que yo le hice respecto de la desalucinación. La paciente me describió este sueño como la pesadilla más espantosa de las muchas que había tenido.

Las asociaciones que le suscitó el sueño y el lugar que ocupó en el análisis aclararon en gran parte su función. Deseo referirme en particular a este asunto de la relación entre la alucinación y la desalucinación. Quisiera exponer sobre esto una idea, para que ustedes la discutan.

A menudo me parece que hay una dificultad que no hemos abordado, y es que a veces decimos que un paciente alucina, y consideramos esto como una prueba de psicosis, y otras veces nos referimos a pacientes que alucinan (especialmente niños) sin pensar siquiera que puedan estar enfermos. Tal vez estén cansados y, por lo tanto, se percatan de alucinaciones que, cuando están más alertas, esconden o confinan dentro del tipo de objetos que de hecho pueden percibir en su ambiente. La mayoría de los niños alucinan libremente, y por cierto yo no diagnosticaría ninguna anormalidad si una madre me cuenta que en el pasillo de su departamento hay una vaca y que su nene de cuatro años tiene grandes dificultades a raíz de este impedimento. Ese mismo chico tiene toda una serie de objetos imaginarios que deben ser tratados con el debido respeto; por ejemplo, uno llamado «Fluflú», que la mayor parte del tiempo se la pasa bajo una silla y que él mezcla vagamente con la idea de Jesús. No necesito dar ejemplos, ya que cualquiera que esté en contacto con niños pequeños sabe que los niños que alucinan -espontáneamente no están por fuerza enfermos.

Podríamos formular la siguiente pregunta: ¿hay alguna diferencia entre la alucinación que indica enfermedad y la que no tiene ese significado? Probablemente la respuesta sea que tenemos varias maneras de distinguir entre la alucinación normal y la patológica.

Quisiera referirme a una posible diferencia entre ambas, y al hacerlo deseo reconocer la ayuda que me brindó en forma directa la doctora Margaret Little. En rigor, creo que el tipo de debate que estoy promoviendo aquí se vincula con el examen de su artículo sobre la transferencia delirante.

Para sugerir una respuesta a este interrogante, apelo a lo que, según creo, es un nuevo elemento valioso para la comprensión de la desalucinación. Durante años quise encontrar la clave del uso especial que hacen a veces los niños y adultos de lo negro. Hay personas a las que les gusta el- negro, y aun les parece el mejor de los colores; pero lo negro denota también algo malvado, aterrador, traumático. En ocasión en que yo era director de un Departamento Médico, organicé un debate sobre la palabra «negro», y si bien la respuesta que yo esperaba no se produjo, estuvo a punto de darla el doctor Roben Moody, un analista junguiano. Me refiero al conocido fenómeno por el cual, por ejemplo, hay personas que ennegrecen un cuadro que han pintado. Sé de un paciente, internado en este momento en un ,hospital psiquiátrico, que pinta realmente bien pero siempre ennegrece sus obras; a veces alguna puede rescatarse, y entonces él no pone objeciones a que se la enmarque y se la cuelgue en la pared, aunque creo que por entonces ya no sabe si es suya.

Un chico esquizofrénico que fue paciente mío no hizo otra cosa durante mucho tiempo que ennegrecer completamente las hojas de papel. Poco a poco se puso en evidencia que, desde su punto de vista, bajo el color negro había una figura. A veces descorría el velo, y pintaba o dibujaba y me permitía ver lo que debía desalucinarse; pero le resultaba traumático que le quitaran un, dibujo para exponerlo -tan traumático que en verdad nadie pudo hacer jamás algo tan terrible como forzarlo a ello-.

Sugiero que en algunos casos advertimos que la alucinación es patológica a raíz de que contiene un elemento compulsivo,» que puede explicarse del siguiente modo: algo ha sido desalucinado y, secundariamente, el paciente alucina para renegar de la desalucinación. Es complejo, porque primero se vio algo, luego se desalucinó algo, y luego sobrevinieron una larga serie de alucinaciones para llenar el hueco, digamos así, que produjo la escotomización.

El sueño que relaté ilustra muy bien esto. El caso se simplifica por el hecho de que la paciente no es psicótica, aunque tuvo que volverse psicótica en la transferencia a fin de alcanzar un recuerdo muy afligente, de cuando ella tenía alrededor de dos años de edad.

El análisis ya había recorrido un largo trecho, y con el fin de reunir la fuerza necesaria para hacer frente a este trauma, la paciente debió hacer una regresión muy profunda. En otros términos, debió ser capaz de abordar sus tempranas dificultades con la madre para luego poder pasar a usar al padre como tal, y tolerar el trauma terrorífico de quedar expuesta a él. En el contexto real, el padre

había estado haciéndole psicoterapia a la niña, por decirlo así, ofreciéndole un lindo pene blando para que jugara, de modo de compensar el precoz retiro del pecho por parte de la madre. Súbita e imprevistamente, la niña se excitó sexualmente con el padre, y el resultado fue catastrófico. Dejaré de lado el resto de la descripción del caso y agregaré simplemente que cuando la paciente llega ahora a ese momento traumático (en el cual se reúnen, en realidad, múltiples traumas), a lo que llega es -a una desalucinación del genital excitado. En el sueñe, el chico que se aproxima es alucinado en forma compulsiva, en una tentativa última de renegar del espacio que quedó frente a la paciente en el momento en que ella desalucinó el genital excitado:

En un sueño que tuvo hace muchos años todo esto se prefiguraba, pero sólo en los últimos tiempos. pudo alcanzarse el sentimiento correspondiente a esta sucesión de fenómenos -la percepción, la escotomización, la alucinación compulsiva. Cuando la paciente vino a verme por primera vez, en vez de un niño pequeño aparecía una luz brillante, lo cual estuvo a punto de lanzarla por un falso camino espiritualista, el mismo, en realidad, que siguieron los- restantes miembros de la familia -todos los-cuales tenían que habérselas, como mi paciente; con diversos aspectos de la anormalidad del padre, a su vez derivada -de una seducción sufrida por él en su niñez temprana, posiblemente cuando tenía alrededor dedos años-.

Mi tesis, pues, es que a veces notamos un tipo especial de alucinación que es compulsiva y aterradora, pese a que lo alucinado no constituye, en sí misma una amenaza. La clave me atrevo a sugerir, es que debe mantenérsela para renegar de la escotomización o de la desalucinación. Tiene que haber un momento muy importante, según que el trauma emocional haya sido real o soñado.