Obras de Winnicott: Deducciones extraídas de una entrevista psicoterapéutica con una adolescente 1964

Deducciones extraídas de una entrevista psicoterapéutica con una adolescente 1964

Trabajo presentado en el Vigésimo Congreso Interinstitucional de Orientación Infantil,
Escuela de Economía de Londres, 11 de abril de 1964.
Los trabajos a que dio origen este congreso fueron publicados por la
Asociación Nacional de Salud Mental. [Comps.]
Para esta contribución mía al debate me he fijado ciertos límites bastante estrechos. Es muchísimo
lo que puede inferirse del examen de la adolescencia como fenómeno total; aquí mi idea es que
eventualmente pasemos a considerar al muchacho o a la chica individual. Si bien es cierto que no
puede generalizarse a partir de un solo caso, es más cierto todavía que dentro de un estudio muy
vasto no es posible ver al individuo.
Definiciones
La palabra «pubertad» designa una etapa del proceso de maduración física. La adolescencia es la
etapa de transición hacia la adultez merced al crecimiento emocional. Es común que varones y
mujeres pasen por el desarrollo puberal sin experienciar la adolescencia y sin arribar a la madurez
emocional que constituye la mejor parte del estado adulto.
La adolescencia abarca un período durante el cual el individuo es un agente pasivo de los procesos
de crecimiento. Ya me he referido en otro sitio (1) a la fase de desaliento malhumorado de la
adolescencia, en la que no hay solución inmediata para ningún problema. La única cura para la
adolescencia es el paso del tiempo, el paso de esos tres a seis años al final de los cuales el
adolescente se transforma en un adulto -o sea, se vuelve capaz de identificarse con las figuras
parentales y con la sociedad sin necesidad de adoptar soluciones falsas-.
Los adolescentes aborrecen la solución falsa, y esto hace que tratar con ellos se vuelva molesto;
pero la sociedad admite que esta molestia está justificada… ¿Lo admite?
Algo más antes de describir un caso: estamos permanentemente rodeados de adolescentes, pero
debemos recordar que éste no es un comentario sobre los chicos y chicas molestos actuales, pues ellos están creciendo todo el tiempo y volviéndose adultos. Siempre es un nuevo grupo de chicos y chicas el que nos proporciona la nueva variedad o la nueva fase de comportamiento molesto.
Jane, de 17 años, me fue derivada por su médico clínico, quien me escribió lo siguiente:
Entiendo que Jane ha constituido siempre un gran problema, aunque debo admitir que para mí es
una persona muy encantadora e inteligente. Parece ser que hubo algún trastorno sobre el cual no
se me dijo nada, que fue el comienzo de sus presentes dificultades. Jane se ha apartado por
completo de todas las relaciones familiares. Creo que no puede dudarse de que padece un intenso
rechazo hacia su hermana y está inexplicablemente celosa de ésta, que es superficialmente la más
graciosa y exitosa de las dos. Hay una historia familiar de enfermedad mental e inestabilidad.
Ahora bien: ¿qué harían ustedes en tal circunstancia? ¿Se pondrían a reunir todos los datos
pertinentes, verían a los padres, y sólo entonces verían a la chica? Opino que la única manera
adecuada de reunirla historia de un caso es tomarla del paciente tal como éste la presenta -vale
decir, una vez que uno ya ha resuelto quién es la persona enferma en el grupo-. La historia recibida del paciente tiene un valor porque los datos sean inexactos o contradictorios. Además, de la historia, tomados tal como se presentan, pueden usados por el psicoterapeuta, en tanto que los
reunidos con gran precisión por una comisión investigadora carecen de valor, salvo para
presentarlos en una conferencia sobre casos clínicos.
Yo la vi primero a Jane y luego ajusté mi relación con los padres por teléfono y por carta. En este
caso no vi a nadie de la familia más que a Jane. Esto pudo haber disgustado a la familia, ¡lo admito
plenamente en caso de que se halle alguno presente!
Debo recordarles, a esta altura, que no hay nada más difícil que decidir si la persona que uno está
atendiendo es un chico o chica sano con las congojas propias de la adolescencia, o alguien que
está enfermo desde el punto de vista psiquiátrico, en la edad de la pubertad. ¿Lo que uno tiene
frente a sí es adolescencia, o es una detención o distorsión de la adolescencia debida a una
enfermedad? Confío en que este caso ilustre la dificultad a que me refiero.
Primera consulta
Jane entró y nos sentamos junto a la mesa: el comienzo no fue difícil. Me contó que su padre era
profesor de física en un colegio técnico y su madre también tenía un empleo; asimismo, me dijo que
tenía una hermana 14 meses mayor que ella. La indagué sobre la familia. «¿Es tu padre un hombre
muy sesudo?», le inquirí, y parecía pensar que lo era, y que también su hermana era inteligente.
Comentó: «Es obvio que fui criada en un grupo instruido, y que a estas cosas las doy casi por
sentadas».
Permítaseme que describa el aspecto de Jane en las entrevistas, sobre dos de las cuales les
informaré a ustedes. En esta primera entrevista la propia Jane mostraba por su aspecto cuál era el
papel que jugaba. Tenía el cabello bastante largo y lacio como una V invertida que partía de su
frente y se iba abriendo de a poco para dejar lugar a la nariz y a la boca. Sobresalía de ahí un
mentón muy afilado, y su boca, que por cierto no era nada sensual, indicaba su intelectualidad; es
posible que la protrusión de la mandíbula inferior fuera deliberada, aparte de su prominencia natural.
En esta primera entrevista uno de inmediato recibía la impresión de una personalidad fuerte e
inteligente, y la de alguien que era perfectamente capaz de cuidarse solo. A Jane no parecía
importarle que yo tomase notas de vez en cuando. (Si no lo hubiese hecho, ustedes no estarían
recibiendo este informe.) Me mantuve muy atento a ello a raíz de la desconfianza natural de los
adolescentes, pero no tuve problemas. Cuando ella desconfió, me lo dijo.
Toda su manera de actuar tenía mucho de dramatización. La segunda vez que vino estaba
francamente deprimida, y no lo ocultó. En la cuarta entrevista, seis meses más tarde, se había
convertido en una adolescente muy espontánea, que vestía jeans apretados y llevaba el pelo
peinado de cualquier modo. Ya no había más dramatización ni malhumor. Hace poco concurrió por
quinta vez, y por la pollera y el saco que se había puesto uno veía que la adultez avanzaba
lentamente en ella.
Quisiera que presten atención a la forma en que se desarrollan las entrevistas que lleven a cabo, si es que ya no lo hacen (y la mayoría de ustedes lo hacen). En psiquiatría infantil, una buena
entrevista se desarrolla con su propio ritmo. Debo ser yo mismo, estar vivo y despierto, pero si
procuro que las cosas vayan a mi ritmo no seré un buen entrevistador. Puedo actuar con
espontaneidad, canturrear, hacer dibujitos o rascarme la cabeza, pero si pretendo que la entrevista
siga una pauta determinada interferiré un proceso natural. Pues puede considerarse axiomático que si un niño o adolescente o adulto sufre, algo de su sufrimiento aparecerá en la entrevista con tal que se le suministren condiciones que puedan dar lugar a la comprensión.
Continuemos:
Jane describió cómo era su casa y esto la llevó a contarme que sus padres no se llevaban bien y
vivían en lugares separados.
Dijo sobre su madre: «Es inteligente y mucho más profunda que yo; de todos nosotros, es la más
profunda». (Pausa.) (Por supuesto, no puedo transmitirles las pausas, ya que entonces esta charla
duraría dos horas, pero ellas son importantes.) «En la actualidad, estoy libre de la influencia de mi
hermana, así lo espero, pero ha sido una verdadera lucha. Todo el mundo admite que mi hermana
es extraordinariamente celosa. Ahora se fue a vivir a otra ciudad. Realmente tiene problemas, y es
probable que se case con alguien que no sea la persona adecuada».
Más adelante ella medio una versión distinta de esto mismo, pero la verdad que a mí me interesa es
la que cuenta para el paciente AHORA.
En este punto le pregunté: «¿Cómo te sentirías si vinieras aquí por tu propia voluntad? ¿Qué me
preguntarías, o para qué me usarías?».
Yo quería asegurarme de que no venía por obligación, por imposición de la madre.
Ella respondió: «¡Pero si vengo por mi propia voluntad…! Hace tres o cuatro años que tengo que ver
a un psiquiatra. No se trata de que yo sea una persona perturbada, pero mamá se preocupa.
Tenemos trifulcas, por lo general cuando está mi hermana en casa. Hace poco mi hermana se hartó
de mi madre y se negó a seguir mezclándose en esto; entonces yo me replegué, lo que quiere decir
que corté con todos ellos».
Aquí estaba aludiendo, con sus propias palabras, al retraimiento descripto por el médico clínico.
Continuó: «Por supuesto, yo siempre tengo que agregar melodrama y mentiras a todo, ¿no? A
mamá le llueven problemas de todas partes; en realidad yo la quiero mucho a mi hermana, pero
sólo tiene 14 meses más que yo y ése es en gran parte el problema, porque siempre competimos
como si estuviéramos en el mismo nivel. Pero ahora ella y yo estamos separadas. Gracias a Dios,
me he separado de mi hermana. Ella es una persona efusiva, yo no. A ella no le gustan los
secretos. La gente piensa que soy una excéntrica y que no conozco las convenciones sociales;
papá es bastante convencional».
Aquí tenemos, pues, un panorama general de la situación hogareña con una referencia específica al
problema causado por los 14 meses de diferencia entre las dos hermanas. Hacia el final de la
segunda entrevista, este tema tuvo un desarrollo imprevisto; de vez en cuando les traeré este tema
a colación.
La indagué sobre el padre y la madre y me contestó: «No se llevan bien. Nunca fueron felices juntos;
papá está siempre afuera, trabajando como profesor, encerrado en su pequeño mundo. Hubo una
época, cuando yo tenía 14 y mi hermana 15, en la que ambas estábamos celosas respecto de
mamá. Cuando apareció esto yo me sorprendí, pero aparte de esa breve época nunca tuve, hacia
mamá o cualquier otra persona, la clase de sentimientos que la ponen a una celosa. Mi hermana,
por otro lado, es celosa por naturaleza. En cierto sentido, se la cedí a papá; ella puede confiarle
cosas sobre las cuestiones sexuales como yo no podría hacer jamás».
«Cuando éramos niñas no sabíamos que papá y mamá estaban peleados, aunque hubo una
observación mía cuando era chica que indica que debía estar al tanto; fue cuando tenía 9 años: mi
hermana le hizo una pregunta a mamá sobre la relación entre ella y papá, y recuerdo que yo salté
gritando `¡No, no le cuentes!’. No quería que mamá le respondiera. Estaba desesperada porque
sabía que mamá iba a tener que decir cosas no muy buenas sobre ella y papá.
«Estoy siempre contenta de estar viva, especialmente en ciertos momentos. Por otro lado, soy un
poco escéptica en mi modo de encarar la vida. Mi hermana y yo siempre conocimos las cosas de la
vida. En la escuela me fue bien hasta los seis años, y después concurría una escuela en la que de
veras fui feliz; todavía le tengo cariño a esa escuela, pero me harté. Me volví infeliz aunque era
básicamente feliz, como lo soy siempre.
«A la larga la escuela se convirtió en algo fastidioso y empecé a ir a un instituto para rendir
exámenes. Allí encontré una atmósfera más relajada. Lo grande es que este instituto es para ambos
sexos, y que el 50% de los alumnos son extranjeros. Cada cual es responsable de sí mismo en esa
escuela. Algunas chicas no saben qué hacer con esa emancipación, pero a mí me viene bien. No
ando sacándome sobresalientes porque no creo en esas pavadas. El trabajo es inútil, o tal vez yo
sea perezosa, no me gusta trabajar demasiado. Me atrae la idea de trabajar, y hay épocas en que
trabajo duro. Tengo allí amigas y varios amigos, y en cierto sentido caigo bien. Mi hermana, en
cambio, nunca fue popular. Esto es algo que siempre nos diferenció. Ella tenía que pasar enseguida
a las relaciones sentimentales, porque no tenía amistades, y cuando descubrió la heterosexualidad,
se le metió que ella era atractiva y… ¡adelante! Ahora está comprometida, y es probable que se
case pronto, como le dije. Puede ser que ese hombre no sea inadecuado para ella, pero es
extranjero.»
Por el tono con que lo dijo, pareció insinuar que lo extranjero se vinculaba para ella con la
transgresión. Supongo que ustedes coincidirán conmigo, en que para el inconsciente, «extranjero»
significa incesto y, al mismo tiempo, lo opuesto al incesto, la exogamia.
«Siempre he sido popular. Lo que verdaderamente me preocupa es que no tengo patrones morales
reales. No me doy cuenta si esto o aquello está mal. Le explico: tengo una amiga que es muy feliz
en su casa, a diferencia de mí, y se vio envuelta con un extranjero que es un tipo muy dulce pero
que avanza demasiado rápido, y ella lo tuvo que frenar; le dijo al respecto: Bueno, no sé, esto para
mamá sería como romperle el corazón. Debe ser maravilloso contar con alguien como eso… alguien
que le diga a una dónde está parada… ¿Sabe?, yo a mi madre la quiero muy profundamente, pero
no deseo tener ninguna intimidad con ella, ningún metejón emocional. Por eso me hubiera gustado
tener algún hermano mayor que pudiera ser mi madre, sin ser mi madre; que me brindase su
hombro para llorar; jamás lloraría sobre el hombro de mi madre, ¿se da cuenta? Me gusta
realmente la gente como mamá, pero no quiero verme envuelta en ningún enredo emocional. Ahí la
tiene a mi hermana, sintiéndose terriblemente culpable. Yo no me siento culpable de nada. Mi
hermana dice: `Mamá no comprende’. Mi madre no siente mi hostilidad porque se amolda a mis
necesidades.»
Jane prosiguió hablando de sí misma y comentando que no podía ser efusiva, y que de veras quería
profundamente a su madre:
«Mire… yo estoy tratando de ser una persona individual, sí, de establecer mi propia identidad; y si
estoy en ésas, no puedo hacerme cargo de las preocupaciones de mamá, ¿se da cuenta? Mamá se
la pasa llorando todo el tiempo, aunque en realidad es una persona que se controla mucho. Jamás
me metería a mí sus preocupaciones; pero aunque a mí me sería fácil hacerme cargo de ellas, no lo
hago… Hoy por hoy, yo parezco estar todo el tiempo cansada.»
A medida que avanzaba esta entrevista, y en la siguiente, se fue haciendo más patente la cabal
significación de este conflicto con la madre.
Hablamos un poco de los sueños y la imaginación, y entonces me confesó con ansiedad que de
niña jugaba con la hermana. Me dijo: «Mi hermana y yo éramos cada una la catalizadora de la otra.
Jugábamos juntas con toda clase de cosas, compartíamos mundos propios, y todo esto era una
maravillosa experiencia imaginativa, realmente. Lo espantoso fue que terminara. Terminó cuando yo
tenía 13 años; el motivo real fue que nos mudamos de la casa donde vivíamos, que es ahora donde
vive mi padre. Todos esos juegos estaban tan íntimamente ligados a esa casa, que después no los
pudimos retomar en ningún sitio».
Siguió hablando de «la gloriosa falta de responsabilidad de la niñez». Dijo además sobre esa etapa
que «cuando uno ve un gato, uno es el gato: es un sujeto, no un objeto».
Yo le acoté: «Es como si uno estuviera viviendo en un mundo de objetos subjetivos».
«¡Esa es una buena manera de expresarlo!», respondió ella. «Por eso escribo poesía. Esa clase de
cosas son el fundamento de la poesía. Por supuesto –continuó- es sólo una vana teoría mía, pero
así me parece que es, y ello explica por qué los hombres escriben más poesía que las chicas. Las
chicas están tan atrapadas en cuidar a los niños o en tener bebés… que les pasan su vida
imaginativa y su irresponsabilidad a los bebés. Antes yo llevaba un diario íntimo, pero ahora las
cosas que siento sólo las escribo en poemas; en la poesía, algo cristaliza».
Comparamos esto con las autobiografías, que, según ella, correspondían a una edad posterior. Dijo:
«Hay una afinidad entre la vejez y la niñez -aquí me lanzó una mirada penetrante y siguió diciendo-
No le muestro mis poemas a nadie, porque aunque durante un tiempo cada uno de esos poemas
me gusta, pronto pierdo interés en ellos. No me interesa saber si son realmente buenos o no, o sea,
si los demás los considerarán buenos».
Le pregunté por sus sueños, y esto nos llevó al tema de los sueños diurnos y a su apartamiento del
mundo. Evidentemente había mucho de cierto en eso, pero ahora ella se apartaba sola, no jugando
con su hermana.
«Después de aprobar los exámenes -dijo- fui a una escuela de arte, pero desperdicié la oportunidad.
Tengo habilidad para dibujar y podría haberlo hecho mejor, pero no lo hice. A veces, en las figuras
que dibujo uno puede ver, por la posición que adoptan, que son de una persona deprimida. Tal vez
la haga como si la figura representase a otro, pero en realidad soy yo misma. Lo gracioso es que en
mí, por deprimida que esté, hay siempre presente una joie de vivre (2). Parece haber recursos
internos, así que yo nunca tengo que hacer las cosas; otros tienen que hacer esto o lo de más allá,
pero no es mi caso. Por otro lado, tengo aspectos que le hacen pensar a la gente que soy una
excéntrica; parece que no me callo nada, como si necesitara ser espontánea. No soy una
excéntrica, pero la gente piensa que soy rara.»
Le inquirí sobre el tema de tener una fachada, y lo retomó diciendo: «En realidad soy muy
introspectiva. Vivo en un nivel subterráneo. Es como si sólo me diera cuenta de que los demás
existen cuando estoy con ellos. He conocido cinco o seis personas en mi vida que han tenido un
efecto sobre mí, estando en la misma habitación que ellas me di cuenta de que son levemente
ajenas a lo que pasa. Una era una tía que se volvió esquizofrénica y suicida; ella me enseñó que
soy muy sensible a algo que tiene la gente, y que se vincula con la locura. Lo cierto es que lo que
está por debajo de la superficie yo lo siento más que lo que está en la superficie. Como ve, nota voy
con las fachadas. El resultado es que con los muchachos salto de una cama a la otra, pero no la
voy con una barrera o fachada. No me parece vulgar andar de una cama a la otra con los
muchachos. Simplemente no siento que haya bajeza o degradación. No hay engaño posible,
ninguna hipocresía. Pero por otra parte digo mentiras, y no sé por qué:»
En este punto se detuvo y me preguntó: «Dicho sea de paso, puedo sentirme segura, ¿no? ¿No le
contará esto a mi madre?»