Obras de Winnicott: Desarrollo emocional primitivo (1945)

Desarrollo emocional primitivo (1945)

Leído ante la Sociedad Psicoanalítica Británica, el 28 de noviembre de 1945. El título del presente trabajo les permitirá ver inmediatamente que he escogido un tema muy amplio. Todo lo que puedo tratar de hacer es un planteamiento personal preliminar, como si escribiera la presentación de un libro. No pienso comenzar dando un resumen histórico para mostrarles el desarrollo de mis ideas a partir de las teorías ajenas, que no es ésa la modalidad de mi pensamiento. Lo que sucede es que voy recogiendo cosas, aquí y allá, me enfrento a mi experiencia clínica, me formo mis propias teorías y luego, al final de todo, pongo interés en ver cuáles son las ideas que he tomado de otros. Puede que este método sea tan bueno como otro cualquiera. En lo que respecta al desarrollo emocional primitivo, es mucho lo desconocido o no adecuadamente entendido, al menos para mi. Cabría decir que la presente discusión debería aplazarse unos cinco o diez años más. Contra esto se halla el factor de que los malentendidos surgen continuamente en las reuniones científicas de la Sociedad y tal vez nos encontremos con que ya sabemos lo suficiente como para impedir algunos de tales malentendidos, mediante una discusión de estos estados emocionales primitivos. Interesado primordialmente por el paciente infantil, y por el niño, decidí que debía estudiar la psicosis en el análisis. He tenido como una docena de pacientes psicóticos adultos, la mitad le los cuales han sido analizados extensamente. Esto sucedió durante la guerra y podría decirles de paso que apenas me di cuenta de los bombardeos, ya que me hallaba inmerso en los análisis de los pacientes psicóticos, que, como es sabido, son notorios por la falta de interés que en ellos despiertan las bombas, los terremotos y las inundaciones. Como resultado de esta labor, tengo muchas cosas que comunicar y alinear junto a las teorías en boga. Tal vez el presente escrito pueda considerarse el principio. Escuchando lo que tengo que decirles, y criticándolo, ustedes me ayudan a dar el siguiente paso, que consiste en el estudio de las fuentes de mis ideas, tanto en la labor clínica como en los escritos publicados por los analistas. De hecho, me ha sido sumamente difícil mantener este trabajo limpio de material clínico, que, de todos modos, deseaba restringir con el fin de dejar tiempo para la discusión. Ante todo debo preparar el camino. Permítanme que trate de describirles diversos tipos de psicoanálisis. Resulta posible efectuar el análisis de un paciente -que se preste a ello- teniendo en cuenta de modo casi exclusivo las relaciones personales que tiene con la gente, junto con las fantasías conscientes e inconscientes que enriquecen y complican estas relaciones entre personas enteras. Éste es el tipo originario del psicoanálisis. Durante los últimos dos decenios se nos ha enseñado a desarrollar el interés por la fantasía, y de qué modo la fantasía del propio paciente acerca de su organización interior y su origen en la experiencia instintiva reviste importancia como tal (1). Se nos ha enseñado, además, que en ciertos pasos es ésta, la fantasía del paciente con respecto a su organización interior, lo que reviste una importancia vital, de manera que el análisis de la depresión y de las defensas contra ella no puede ser llevado a cabo en base exclusivamente a la consideración de las relaciones del paciente con la gente real y las fantasías en torno a ella. Este nuevo énfasis en la fantasía que de sí mismo tiene el paciente abrió el amplio campo del análisis de la hipocondría, en la cual la fantasía del paciente en torno a su mundo interior incluye la fantasía de que éste se halle localizado dentro de su propio cuerpo. Se nos hizo posible relacionar, dentro del análisis, los cambios cualitativos registrados en el mundo interior del individuo con sus experiencias instintivas. La cualidad de estas experiencias instintivas explicaba la naturaleza buena o mala de lo que está dentro, así como su existencia. Esta labor constituyó una progresión natural en el psicoanálisis; trajo consigo una nueva comprensión pero no una nueva técnica. Rápidamente nos condujo al estudio y análisis de relaciones todavía más primitivas y son éstas las que deseo comentar en este escrito. La existencia de estos tipos más primitivos de relación objetal jamás ha sido puesta en duda. He dicho que no hizo falta ninguna modificación de la técnica Freudiana para llevar a cabo la extensión del análisis con vistas a enfrentarse a la depresión y a la hipocondría. No es menos cierto, según mi experiencia, que la misma técnica nos puede llevar a elementos aún más primitivos, siempre y cuando, por supuesto, tengamos en cuenta los cambios en la situación de la transferencia inherentes a tal trabajo. Quiero decir con esto que un paciente que necesite el análisis de la ambivalencia en las relaciones externas tiene una fantasía de su analista y de la labor de éste que difiere de la fantasía del paciente deprimido. En el primer caso, el trabajo del analista es considerado como hecho por amor al paciente, mientras el odio es desviado hacia cosas odiosas. El paciente deprimido necesita que su analista comprenda que su labor constituye en cierta medida su esfuerzo para afrontar su propia depresión (la del analista), o acaso deba decir la culpabilidad y la aflicción resultantes de los elementos destructivos de su propio amor (del analista). Siguiendo en esta tónica, el paciente que recaba ayuda con respecto a su relación primitiva y predepresiva con los objetos, necesita que su analista sea capaz de ver el amor y el odio no desplazados y coincidentes que el analista siente por él. En tales casos, el final de la sesión, el final del análisis, las reglas y normas, todo esto se presenta como importantes expresiones del odio, del mismo modo que las buenas interpretaciones constituyen expresiones del amor y símbolos de la buena comida y de los cuidados. Sería posible desarrollar este tema extensa y provechosamente. Antes de embarcarme directamente en la descripción del desarrollo emocional primitivo, me gustaría también dejar bien claro que el análisis de estas relaciones primitivas no puede ser emprendido salvo a guisa de extensión del análisis de la depresión. Es cierto que estos tipos de relación primitiva, en la medida en que aparecen en niños y adultos, pueden producirse en calidad de huida de las dificultades suscitadas por las siguientes fases o etapas, tras la clásica concepción de la regresión. Está bien que el analista estudiante aprenda primeramente a enfrentarse a la ambivalencia en las relaciones externas y con las represiones sencillas y que luego pase al análisis de la fantasía que el paciente tiene con respecto al interior y al exterior de su personalidad, así como el análisis de toda la gama de defensas contra la depresión, incluyendo los orígenes de los elementos persecutorios. Esto último lo puede encontrar con toda seguridad en cualquier análisis, pero para el analista sería inútil y perjudicial enfrentarse con relaciones principalmente depresivas a no ser que estuviera plenamente preparado para analizar la ambivalencia declarada. Igualmente cierto es que resulta inútil y hasta peligroso analizar las relaciones predepresivas primitivas, e interpretarlas a medida que van apareciendo en la transferencia, a menos que el analista esté bien preparado para hacer frente a la Posición depresiva, a las defensas contra la depresión y a las ideas persecutorias que surgen al paso de la interpretación a medida que el paciente va progresando. Debo hacer unos cuantos comentarios más a modo de preparación. Se ha comentado a menudo que, entre los cinco y los seis meses, se produce un cambio en los niños, lo que hace que para nosotros nos sea más fácil que antes referimos a su desarrollo emocional en términos aplicables a los seres humanos de manera general. Anna Freud pone de relieve este particular y da a entender que, en su opinión, al niño pequeño le interesan más ciertos aspectos del cuidado que recibe que la gente en sí. Recientemente, Bowlby expresó la opinión de que, antes de los seis meses, los niños no particularizan, de manera que el hecho de que se les separe de la madre no les afecta del mismo modo en que lo hace después de los seis meses. Yo mismo he dicho en ocasiones anteriores que los pequeños llegan a ser “algo” a los seis meses, de modo que, mientras muchos niños de cinco meses agarran un objeto y se lo meten en la boca, no es hasta los seis meses que el niño corriente sigue este acto con el de dejar caer el objeto deliberadamente, como parte de sus juegos. Al especificar que esto sucede de los cinco a los seis meses no pretendemos hacer alardes de exactitud. En el caso de que un bebé de dos o tres meses, incluso más pequeño, llegase a la fase de desarrollo que para los fines de esta descripción hemos fijado en los cinco meses, nada malo sucederá. A mi modo de ver, la fase que estamos describiendo -y creo que uno puede aceptar tal descripción-, es una fase muy importante. En cierta medida es cuestión de desarrollo físico, pues el niño de cinco meses adquiere capacidad en la medida en que agarra los objetos que ve, y no tarda en poder llevárselos a la boca. Esto no lo hubiese podido hacer antes. (Por supuesto que quizás hubiese deseado hacerlo. No existe un paralelo exacto entre la habilidad y el deseo y sabemos que muchos avances físicos, tales como la habilidad para andar, a menudo se ven contenidos hasta que el desarrollo emocional pone en libertad al logro físico. Sea cual fuere el aspecto físico de la cuestión, existe también el lado emocional.) Podemos decir que en esta fase un bebé, en sus juegos, adquiere la capacidad para demostrar que comprende que tiene un interior y que las cosas proceden del exterior. Demuestra que sabe que se ve enriquecido por lo que incorpora (física y psíquicamente). Más aún, demuestra que sabe que puede librarse de algo cuando ha obtenido de este algo lo que de él desea. Todo esto representa un tremendo avance. Al principio solamente se alcanza de vez en cuando y cada uno de los detalles de este avance puede perderse en forma de recesión debida a la angustia. El corolario de esto es que ahora el pequeño da por sentado que su madre también posee su interior, que puede ser rico o pobre, bueno o malo, ordenado o confuso. Así, pues, el pequeño empieza a preocuparse por la madre y su cordura y sus estados de ánimo. En el caso de muchos niños, a los seis meses existe una relación como la que hay entre las personas normales. Ahora bien, cuando un ser humano siente que es una persona relacionada con los demás, entonces es que ya ha viajado mucho desde su primitivo desarrollo. Nuestra tarea consiste en examinar lo que sucede en los sentimientos y la personalidad del pequeño antes de esta fase que fijamos entre los cinco y los seis meses pero que, de todos modos, puede ser alcanzada antes o después. Se nos plantea también esta pregunta: ¿Cuándo empiezan a suceder las cosas importantes? Por ejemplo, ¿hay que tener en cuenta al niño no nacido todavía? Y, si es así, ¿a qué edad después de la concepción hace su entrada la psicología? Yo contestaría que, si hay una fase importante entre los cinco y los seis meses, también la hay alrededor del momento del nacimiento. Para afirmar tal cosa me fundo en que hay grandes diferencias que son observables si el bebé es prematuro o posmaturo. Sugiero que al finalizar los nueve meses de gestación el pequeño está maduro para el desarrollo emocional, y que, si el bebé es posmaturo, habrá alcanzado esta fase en el vientre de su madre, por lo que uno tiene que tener necesariamente en cuenta sus sentimientos antes y durante el nacimiento. Por el contrario, el niño prematuro no experimentará demasiadas cosas de importancia vital hasta que haya alcanzado la edad en que debería haber nacido, es decir, algunas semanas después del nacimiento. Cuando menos esto ofrece una base para la discusión. Otra pregunta es la siguiente: hablando desde el punto de vista psicológico, ¿es que algo importa antes de los cinco o seis meses? Sé que en ciertos círculos se cree sinceramente que la respuesta es «No». Esta opinión es digna de respeto, pero no es la mía. El principal objetivo de este escrito es presentar la tesis de que el desarrollo emocional precoz del niño, antes de que éste se conozca a sí mismo (y por ende a los demás) como la persona completa que es (y que los demás son), es vitalmente importante: en verdad que aquí están las claves de la psicopatología de la psicosis. Los primeros procesos del desarrollo Hay tres procesos que a mí me parece que empiezan muy pronto: l) la integración, 2) la personalización, y 3) siguiendo a éstos, la apreciación del tiempo y del espacio y de las demás propiedades de la realidad, en resumen: la comprensión. Muchas cosas que tendemos a considerar definitivas desde el principio, han tenido, sin embargo, un origen y una condición a partir de la que se desarrollaron. Por ejemplo, muchos análisis van deslizándose hasta su completamiento sin que en ningún momento entre en cuestión el tiempo. Pero un chico de nueve años a quien le gustaba jugar con Ann, de dos años, se interesó vivamente por el nuevo bebé. Dijo: «Cuando nazca el bebé, ¿nacerá antes que Ann?». Su sentido del tiempo es muy poco firme. Asimismo, un paciente psicótico era incapaz de adoptar rutina alguna, puesto que, de hacerlo, no hubiese sabido si era martes, de esta semana o de la pasada, o de la próxima. A menudo damos por sentada la localización del ser en el propio cuerpo, y, sin embargo, durante el análisis una paciente psicótica reconoció que de pequeña creía que su hermana gemela, que yacía en el otro extremo del cochecito, era ella misma. Incluso llegó a sorprenderse al ver que alguien cogía a la otra niña sin que ella cambiase de sitio. Su sentido del ser y de lo que no es el ser no estaba desarrollado. Otra paciente psicótica descubrió durante el análisis que la mayor parte del tiempo vivía dentro de la cabeza, detrás de los ojos. Por los ojos solamente podía ver, como por las ventanas, y no se daba cuenta de lo que había a sus pies ni de lo que éstos hacían. Por lo tanto, tenía tendencia a meterlos en los socavones y a tropezar con las cosas. No tenía «ojos en los pies». No percibía su personalidad localizada en el cuerpo, al que sentía como una máquina compleja que debía manejar con cuidado y habilidad consciente. Otra paciente, a veces vivía en una caja situada unos veinte metros sobre el nivel del suelo, conectada con su cuerpo exclusivamente a través de un tenue hilo. Estos ejemplos de falta de desarrollo primitivo se nos presentan diariamente en el consultorio y son ellos los que nos recuerdan la importancia de procesos tales como la integración, la personalización y la comprensión. Cabe deducir que, en su principio teórico, la personalidad no está integrada y que en la desintegración regresiva existe un estado primario al que conduce la regresión. Nosotros postulamos una no integración primaria. La desintegración de la personalidad constituye una conocida afección psiquiátrica cuya psicopatología resulta sumamente compleja. El examen analítico de estos fenómenos, sin embargo, demuestra que el estado primario no integrado provee una base para la desintegración y que ese retraso o ausencia con respecto a la integración primaria predispone a la desintegración como forma de regresión, o como resultado de algún fracaso en los demás tipos de defensa. La integración comienza en el mismo principio de la vida, pero en nuestra labor jamás podemos darla por sentada. Tenemos que tenerla en cuenta y vigilar sus fluctuaciones. Un ejemplo de los fenómenos de la no integración nos lo da el conocido caso del paciente que procede a darnos todos los detalles del fin de semana y que se da por satisfecho al final si lo ha dicho todo, aunque al analista le parezca no haber hecho ninguna labor analítica. A veces esto debemos interpretarlo como la necesidad que siente el paciente de ser conocido con todos sus pelos y señales por una persona: el analista. Ser conocido significa sentirse integrado al menos en la persona del analista. Esto es lo corriente en la vida del pequeño. El pequeño que no haya dispuesto de una persona que recoja sus «pedacitos» empieza con un handicap su propia tarea de autointegración y tal vez no pueda cumplirla con éxito, o al menos no pueda mantenerla confiadamente. La tendencia a integrarse se ve asistida por dos series de experiencias: la técnica de los cuidados infantiles en virtud de los cuales el niño es protegido del frío, bañado, acunado, nombrado y, además, las agudas experiencias instintivas que tienden a reunir la personalidad en un todo partiendo desde dentro. Durante las veinticuatro primeras horas de la vida son muchos los niños que ya están bien metidos en la vía de la integración durante ciertos períodos. En otros, el proceso sufre un retraso, o se producen contratiempos, debido a la inhibición precoz del ataque codicioso. En la vida del niño normal hay largos períodos de tiempo en los cuales al niño no le importa ser una serie de numerosos fragmentos o un ser global, o no le importa si vive en el rostro de su madre o en su propio cuerpo, siempre y cuándo alguna que otra vez se reúnan los fragmentos y sienta que es algo. Más adelante trataré de explicar por qué la desintegración resulta temible, mientras que la no integración, no. En cuanto al medio ambiente, algunos fragmentos de la técnica le crianza, de las caras vistas, los sonidos oídos, los olores olidos, sólo gradualmente son reunidos en un ser al que se llamará madre. En la situación de transferencia durante el análisis de los psicóticos nos es ofrecida la prueba más fehaciente de que el estado psicótico de no integración tuvo un lugar natural en una de las fases primitivas del desarrollo emocional del individuo. A veces se da por supuesto que, cuando está sano, el individuo está siempre integrado, así como que vive en su propio cuerpo, siendo capaz de sentir que el mundo es real. Sin embargo, hay muchos estados de salud mental que tienen una cualidad sintomática y se ven cargados con el miedo o la negación de la locura, de la posibilidad innata en todo ser humano de verse no integrado, despersonalizado, y de sentir que el mundo es irreal. La falta de sueño suficiente produce estos estados en cualquier persona (2). De igual importancia en la integración es el desarrollo del sentimiento de que la persona de uno se halla en el cuerpo propio. También aquí es la experiencia instintiva y las repetidas y tranquilas experiencias del cuidado corporal lo que gradualmente va construyendo lo que podríamos llamar «personalización satisfactoria». Y, al igual que en la desintegración, también los fenómenos de despersonalización propios de la psicosis se relacionan con primitivos retrasos de la personalización. La despersonalización es algo corriente en los adultos y los niños. A menudo se oculta en, por ejemplo, lo que solemos llamar «sueño profundo» y en los ataques de postración que van acompañados por una palidez cadavérica: «Fulanito está ausente», dice la gente, y tienen razón. Un problema que está relacionado con el de la personalización es el de los compañeros imaginarios de la niñez. No se trata de simples construcciones de la fantasía. El estudio del futuro de estos compañeros imaginarios (en el análisis) demuestra que a veces se trata de otros seres de un tipo sumamente primitivo. Me es imposible formular aquí un claro planteamiento de lo que quiero decir, aparte de que no es éste el lugar de explicarles este detalle. Sin embargo, diré que esta creación, muy primitiva y mágica, de compañeros imaginarios se emplea fácilmente a modo de defensa, ya que mágicamente deja a un lado todas las angustias asociadas con la incorporación, digestión, retención y expulsión. Disociación Del problema de la no integración surge otro: el de la disociación. Afortunadamente, la disociación puede ser estudiada en sus formas iniciales o naturales. A mi modo de ver, de la no integración nacen una serie de estados a los que luego se llamará «disociaciones», que aparecen debido a que la integración es incompleta o parcial. Por ejemplo, existen los estados de tranquilidad y los de excitación. Creo que de un niño no se puede decir que, al principio, sea consciente de que mientras siente una serie de cosas en la cuna, o disfruta del estímulo que su piel recibe cuando lo bañan, él es el mismo niño que otras veces chilla reclamando el alimento, viéndose poseído por una necesidad apremiante de coger algo y destruirlo a menos que le aplaquen con leche. Esto quiere decir que al principio el pequeño no sabe que la madre que él mismo está edificando a través de sus experiencias tranquilas es lo mismo que la potencia que se halla detrás de los pechos que pretende destruir. Creo también que no existe necesariamente una integración entre un niño que duerme y un niño que está despierto. Esta integración se presenta con el tiempo. Una vez los sueños son recordados e incluso transmitidos a una tercera persona, la disociación disminuye un poco; pero hay personas que jamás llegan a recordar claramente sus sueños, y los niños dependen mucho de los adultos para llegar a conocer sus sueños. Es normal que los niños pequeños sufran pesadillas y terrores angustiosos. Cuando esto sucede, los niños necesitan que alguien les ayude a recordar lo que han soñado. Es siempre valiosa la experiencia que representa soñar algo y recordarlo, debido precisamente a la rotura de la disociación que ello representa. Por muy compleja que en el niño o el adulto pueda ser esta disociación, lo cierto sigue siendo que puede empezar en la alternancia natural de los estados de sueño y vigilia a partir del nacimiento. De hecho, la vida despierta de un niño tal vez pueda ser descrita como una disociación que se desarrolla gradualmente a partir del estado de sueño. Paulatinamente, la creación artística va ocupando el lugar de los sueños o los complementa y resulta de vital importancia para el bienestar del individuo y por ende de la humanidad. La disociación es un mecanismo de defensa sumamente extendido que lleva a resultados sorprendentes. Por ejemplo, la vida en las grandes ciudades es una disociación de carácter muy serio para la civilización. Igual la guerra y la paz. Son muy conocidos los extremos de la enfermedad mental. Durante la niñez, por ejemplo, la disociación aparece en cosas tan corrientes como el sonambulismo, la incontinencia fecal, en alguna variedad de estrabismo, etc. Resulta muy fácil pasar por alta la disociación cuando se estudia una personalidad. Adapatación a la realidad Demos ahora por sentada la integración. Si así lo hacemos, nos encontraremos ante otro tema importantísimo: la relación primaria con la realidad externa. En los análisis ordinarios podemos dar por sentado -y así lo hacemos- este paso en el desarrollo emocional, paso que es extremadamente complejo y que, una vez dado, representa un gran avance en dicho desarrollo. Pero, de hecho, es un paso que nunca acaba de darse y de quedar consolidado. Muchos de los casos que consideramos inadecuados para el análisis, en verdad lo son siempre que no podamos afrontar las dificultades de la transferencia propias de la carencia esencial de una verdadera relación con la realidad externa. Si sometemos a análisis a los psicóticos, nos encontramos con que en algunos análisis casi toda la cuestión estriba prácticamente en esta falta esencial de auténtica relación con la realidad externa. Procuraré describir con los términos más sencillos este fenómeno tal como yo lo veo. En términos del bebé y del pecho de la madre (no pretendo decir que el pecho sea esencial en tanto que vehículo del amor materno), el bebé siente unas necesidades instintivas y apremiantes acompañadas de ideas predatorias. La madre posee el pecho y la facultad de producir leche, y la idea de que le gustaría verse atacada por un bebé hambriento. Estos dos fenómenos no establecen una relación mutua hasta que la madre y el niño vivan y sientan juntos. Siendo madura físicamente capaz, la madre es la que debe ser tolerante y comprensiva, de manera que sea ella quien produzca una situación que con suerte puede convertirse en el primer lazo entre el pequeño y un objeto externo, un objeto que es externo con respecto al ser desde el punto de vista del pequeño. Veo los procesos como dos líneas que proceden de distintas direcciones y son susceptibles de acercarse la una a la otra. Si coinciden se produce un momento de ilusión -un fragmento de experiencia que el niño puede considerar o bien una alucinación o una cosa perteneciente a la realidad externa. Dicho de otra forma, el niño acude al pecho cuando está excitado y dispuesto a alucinar algo que puede ser atacado.