Diccionario de Psicología, letra N, neurosis y psicosis

Neurosis y psicosis
Las primeras reflexiones de Freud sobre la psicosis conciernen a la paranoia, que él agrupa con
la histeria y la neurosis obsesiva en la categoría de «neuropsicosis de defensa». Pero mientras
que en estas dos últimas afecciones el «contenido representativo» del que es preciso
defenderse es «apartado», «mantenido fuera de la conciencia» (de modo que el afecto queda
entonces «separado» de la representación), en la paranoia, «contenido [de la representación] y
afecto son mantenidos [presentes en el nivel consciente], pero se encuentran proyectados en el
mundo exterior». Desde ese momento, paranoia y proyección se encuentran íntimamente ligadas:
«la finalidad de la paranoia es defenderse de una representación inconciliable con el yo,
proyectando su contenido en el mundo exterior». Observemos aquí que el caso de «paranoia»
estudiado por Freud en «Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa», más
tarde será considerado por él como «más seguramente demencia precoz», lo que nos autoriza a
vincular la proyección con el conjunto de los mecanismos alucinatorios e interpretativos de las
psicosis.
Psicosis y represión
En esos años (1895-1896) Freud no ha precisado aún su teoría de la represión en tres fases, que sólo explicitará unos quince años más tarde, en sus «Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia», y que retomará en la Métapsychologie. El primer tiempo de la represión es un tiempo lógicamente necesario que sólo cabe postular: « … tenemos en consecuencia bases para admitir una represión originaria [ … ] con ella se produce una fijación». El segundo tiempo es la represión propiamente dicha (represión «a posteriori») en la cual se conjugan los efectos de «la atracción de lo que ha sido reprimido precedentemente» (en el momento de la represión originaria), y «la repulsión que, a partir del nivel consciente, obra sobre lo que debe ser
reprimido». Sólo con la tercera fase de la represión podemos hablar de conflicto y de síntomas
neuróticos: la activación (actual) de una «moción pulsional» reprimida desencadena «procesos
capaces de llevarla a irrumpir en la conciencia»; las «formaciones sustitutivas» y los síntomas
no se deben a la represión en sí, sino que constituyen más bien «indicios de un retorno de lo
reprimido».
El problema planteado de entrada por Freud acerca de la proyección en la psicosis es
fundamentalmente el de su estatuto. ¿Está la proyección ligada a «un procedimiento o un
mecanismo especial de represión que le es propio»? ¿O más bien debemos considerarla como
un «síntoma del retorno de lo reprimido», incluso como el efecto de un «compromiso entre la
resistencia del yo y la presión del retorno de lo reprimido» («formación de compromiso») En otras
palabras, las interpretaciones y alucinaciones propias de la psicosis, ¿son inherentes a «una
forma particular de represión» (diferente, por lo tanto, del mecanismo de la «represión» tal como
ha sido definido), o bien pertenecen al tercer tiempo, siendo entonces la proyección una
modalidad especial de «retomo de lo reprimido» (en cuyo caso el mecanismo de la represión en las psicosis sería análogo al de la represión que obra en las neurosis)
Este cuestionamiento, siempre subyacente en los primeros escritos de Freud sobre la psicosis,
es explícitamente retomado en el análisis del caso Schreber: « … Si la característica distintiva de
la paranoia (o de la demencia precoz) reside [ … ] en la forma particular que revisten los
síntomas», esta forma particular ¿está en sí misma «determinada por el mecanismo de la
formación de los síntomas o por el mecanismo de la represión?»
En lo que concierne al mecanismo de la formación de los síntomas en las psicosis, «la
característica más sorprendente reside en el proceso que merece el nombre de proyección».
Pero si bien el fenómeno de la proyección remite a «problemas psicológicos más generales» (en
particular, existe una proyección «normal»), es más bien «la modalidad con la que se realiza el
proceso de la represión» lo que constituye la característica distintiva de la psicosis, modalidad
por otra parte «más íntimamente ligada a la historia del desarrollo de la libido», y por lo tanto a las
«disposiciones personales engendradas por ese desarrollo».
Sea que se trate de la demencia precoz o de la paranoia, «la represión se realiza por medio del
desasimiento de la libido». En su artículo «La represión», Freud precisa: «Hay por lo menos una
cosa en común en los mecanismos de la represión: la sustracción de las investiduras de energía
(o de la libido, cuando se trata de pulsiones sexuales)». Pero en «Lo inconsciente», se pregunta
«si el proceso llamado aquí [en la esquizofrenia] represión conserva algo en común con la
represión que obra en las neurosis de transferencia».
Lo común es el desasimiento de la libido del objeto real (lo que Freud retomará más tarde como
«pérdida de realidad»). Pero mientras que en la neurosis «la investidura de objeto persiste en el
sistema les a pesar de la represión, o más bien como consecuencia de ella», en la esquizofrenia,
«a la inversa, la libido que ha sido retirada no busca un nuevo objeto, sino que se repliega sobre
el yo», proceso que desemboca en un «estado secundario de narcisismo», clínicamente
atestiguado por la megalomanía.
En el final de su «Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños» (1915) Freud
expresa muy claramente en qué consiste la distinción entre el «retiro de investidura» propio de las neurosis, y el «retiro de investidura» que caracteriza a las psicosis: «En las neurosis de transferencia, lo retirado es la investidura preconsciente; en la esquizofrenia se retira la investidura del Ics».
En la neurosis, «el relajamiento de la relación con la realidad» debe situarse como «reacción
contra la represión y fracaso de esta última». Sabemos hasta qué punto los rituales obsesivos,
los comportamientos contrafóbicos, la inhibición («expresión de una limitación funcional del yo»),
restringen la actividad del sujeto, o cómo, en otros casos la actividad fantasmática (por ejemplo,
amorosa) reemplaza o incluso convierte en redundante toda relación en la realidad… La «pérdida
de realidad» es aquí secundaria al establecimiento de la neurosis, ya sea que provenga del
«combate del yo contra el síntoma» o que constituya, por el predominio del fantasma sobre la
realidad, «un resarcimiento a la parte dañada del ello».
Por el contrario, en la psicosis, la «pérdida de realidad» es primera, «es» la enfermedad en sí, y
«el desasimiento parcial tiene que ser con mucho lo más frecuente y servir de preludio al
desasimiento total», dice Freud. El segundo tiempo «tiene también la característica de
reparación»: así, «el delirio aparece como una pieza que se emplaza en el lugar donde
inicialmente se produjo un desgarramiento en la relación del yo con el mundo exterior»; asimismo,
«la sobreinvestidura de la representación de palabra [ … ] representa la primera de las tentativas
de restablecimiento o de curación que dominan de manera tan impactante el cuadro clínico de la
esquizofrenia».
De modo que neurosis y psicosis tienen una etiología común: «el no cumplimiento de uno de
aquellos deseos infantiles eternamente indómitos… En último análisis esta frustración proviene
siempre de afuera» o, si se prefiere, del «principio de realidad»; «la neurosis [de transferencia]
es el resultado de un conflicto entre el yo y el «ello», mientras que la psicosis es el resultado
análogo de un trastorno equivalente entre el yo y el mundo exterior».
Podemos formular esto de otra manera: si la neurosis (con su pérdida secundaria de la relación
con la realidad) sólo aparece con la tercera fase de la represión, presupone lógicamente la
segunda (el tiempo de la represión propiamente dicha), que podemos definir como la
«sustracción» al «yo consciente» de una parte de la «realidad psíquica» que está en
contradicción con las opciones «realistas» del yo.
El tiempo inaugural de la neurosis (la represión) aparece entonces como consistiendo en
«apartar» del yo una parte de la realidad psíquica; por el contrario, el tiempo inaugural de la
psicosis consiste en apartar el yo de la realidad exterior. «¿Cuál puede ser el mecanismo,
equivalente a la represión, mediante el cual el yo se aparta del mundo exterior?», pregunta Freud.
Realidad psíquica y realidad exterior
Tratar de responder este interrogante presupone una «teoría» de la realidad «exterior», y una
«teoría» de la relación con los objetos de esa realidad, lo que quizá constituye un solo y mismo
problema. Debemos recordar que precisamente a partir de una reflexión sobre las psicosis
Freud llegó a distinguir la «libido del yo» y la «libido de objeto»: «Nos formamos la idea de una
investidura originaria del yo, una parte de la cual será más tarde cedida a los objetos, pero,
fundamentalmente, esta investidura (del yo) persiste». En las neurosis, una parte de la libido
queda disponible para los objetos, y es precisamente esa «libido de objeto» la que se moviliza en
la transferencia; en las psicosis, por el contrario, la libido «abandona las investiduras de objetos
y se repliega en el yo»; «la regresión llega… hasta el retorno al autoerotismo infantil».
Pero mientras que en los episodios melancólicos, por ejemplo, la libido sigue siendo a posteriori
capaz de reinvestir espontáneamente la realidad (quizá por la «fuerte fijación al objeto», que
contrasta con la «débil resistencia de la investidura de objeto» de la que habla Freud), en las
psicosis crónicas la libido parece haberse convertido en «impropia» para la investidura de
objetos reales después de producido su repliegue en el yo. La «tentativa de reconstrucción» en
las psicosis es de hecho «autoplástica», dice Freud; «se contenta con producir alteraciones
internas»; los procesos de pensamiento no conducen a «la acción específica»… En la psicosis
todo ocurre como si las «modificaciones interiores» fueran el equivalente de modificaciones del
exterior.
En ciertos episodios oniroides neuróticos puede suceder, por ejemplo, que la actividad
fantasmática venga a recubrir la realidad exterior. Pero los dos lugares -la realidad psíquica y la
realidad exterior- siguen siendo tópicamente distintos, aunque la primera pueda reemplazar a la
segunda. Por el contrario, nos parece característico de la psicosis que haya indistinción tópica
de esos dos lugares: indistinción a veces «total» (esquizofrenia, psicosis alucinatorias
crónicas), a veces «parcial» (así, en ciertos estados delirantes, incluso crónicos, la relación con
la realidad se conserva, salvo en lo que concierne a un dominio particular de pensamiento: el
mágico-religioso, por ejemplo).
«En los casos de neurosis, lo rechazado reaparece in loco, allí donde ha sido reprimido, es decir,
en el ambiente mismo de los símbolos [ … ] reaparece in loco bajo una máscara. Lo rechazado en
la psicosis [ … ] reaparece en otro lugar, in altero en lo imaginario, y allí, sin máscara», dice
Lacan. Freud ya se interrogaba sobre el hecho de que, en la esquizofrenia, «se expresan
muchas cosas en el nivel consciente, mientras que, en las neurosis, sólo el psicoanálisis permite
mostrar que ellas están presentes en el nivel inconsciente».
La indistinción tópica de los lugares de la realidad psíquica y la realidad exterior, que para
nosotros constituye un rasgo distintivo de las psicosis, nos parece entonces tener que
relacionarse con la indistinción de los registros de lo imaginario y lo simbólico de Lacan. Por otra
parte, el hecho de que en la psicosis el «contenido» del Ics se ponga de manifiesto, según una
fórmula que se ha convertido en clásica, «a cielo abierto», nos incita a volver sobre la
problemática de la represión originaria, la cual asegura la distinción tópica de los lugares del Ics y
del sistema Pcs/Cs, y la separación de los dos «principios del acaecer psíquico» que los rigen
respectivamente.
Pero ¿de qué modo puede una realidad constituirse como «exterior»? «Lo extraño al yo, lo que
se encuentra afuera, son al principio idénticos para él», dice Freud. El tiempo primordial del
«juicio de atribución» es de hecho un tiempo de admisión previa (Bejahung) de un «primer cuerpo
de significantes». Hemos asimilado el campo de lo «admitido» al «universo del discurso» de los
lógicos, universo cuyos «objetos» parecen surgir de la «unidad originaria de logos, nus y usía»
que el filósofo y lingüista J. Lohmann ve en el principio de la forma de pensamiento
intrínsecamente ligada a la lengua griega originaria: «unidad originaria de objetividad, subjetividad
e intersubjetividad (lenguaje)», precisamente reunidas en el término «logos».
La realidad exterior se constituirá en un segundo tiempo a partir de esos «datos previos» del
universo del discurso; en el juicio de existencia, «se trata también… de una cuestión de adentro
y afuera», y por lo tanto lógicamente de una actividad de reparto de los «objetos» del universo
del discurso en dos clases disjuntas: el «afuera» y su complementario, el «adentro». Nos parece
que un equivalente lógico es el propuesto por la primera separación en el interior de esta unidad
originaria (cuyos elementos constitutivos son progresivamente emancipados), que constituye el
«Logos» en su sentido primero, corte realizado por la lógica estoica: «lo que aún no se separa
es el objeto pensado y el objeto dicho, que son precisamente reunidos en el lektou estoico, y
opuestos al tugcauou, al objeto real» (J. Lohmann). Si el juicio de existencia constituye una
primera «partición» del universo del discurso en dos subconjuntos (el adentro y el afuera), es
preciso que incluyamos como «parte» el conjunto vacío. Volvemos a encontrar aquí el «mismo»
conjunto vacío del que hemos hecho el análogo lógico de la represión originaria.
Estamos entonces en condiciones de formular la hipótesis de que en las psicosis hay un
«estallido» de la represión originaria, que constituía en un primer tiempo lógico el corolario de la
delimitación del universo del discurso: lo que una paciente consideraba como «huida del vacío»
puede entonces entenderse como «huida» de los significantes primordiales fuera de la clase de
los «datos previos», es decir, no-delimitación del universo del discurso.
Esto quiere decir que ya no se puede en modo alguno definir la «partición» del universo del
discurso (pues éste no está delimitado) o, en otros términos, que el estallido del conjunto vacío
hace de éste un solo y simple conjunto vacío, y es entonces al mismo tiempo destrucción de la
disyunción entre el sistema Ics y el Pcs/Cs, por una parte, y por la otra, entre «realidad exterior»
y «realidad psíquica».
Psicosis y renegación
Puesto que la realidad se constituye a partir de un juicio de existencia, ¿en que puede consistir
una «pérdida (primera) de la realidad»?
La expresión «desmentida (Verleugnung) de la realidad» aparece con frecuencia en Freud. Pero
así como la experiencia clínica nos induce a postular en la base de la psicosis un «mecanismo de
defensa» diferente del de la represión neurótica, también nos lleva a diferenciar la «renegación
de la realidad exterior» característica del fetichismo (y, más ampliamente, de las escisiones
perversas), por un lado, y por el otro, un «mecanismo de «rechazo» de la realidad» propio de las psicosis.
En el fetichismo, llegan a «coincidir» en el nivel Cs/Pcs dos versiones contradictorias: la de la
prueba de realidad y la de la realidad psíquica. La tesis de la realidad psíquica (por ejemplo, de la
existencia de pene en la mujer) ya no es contradictoria con la prueba de realidad, en cuanto un
«fetiche» ocupa el lugar del pene, por lo cual «sería incorrecto considerar como escisión del yo
al proceso de elección del fetiche», dice Freud. En este caso, el fetiche ocupa en la realidad
«exterior» el lugar de pene, pero en otros casos, «la significación de pene puede ser
«transferida» a otra parte del cuerpo (femenino)». Como ciertos elementos de la realidad,
reemplazando el pene, convierten en no contradictorias las dos tesis opuestas, no podemos
verdaderamente hablar de escisión del yo… No podemos por otra parte dejar de observar una
analogía de estos dos mecanismos con los de la fobia y la histeria, respectivamente.
Por el contrario, hablaremos de «escisión del yo» cuando «las dos opiniones contradictorias
persisten sin influirse» (y por lo tanto sin dar forma a «un compromiso» del tipo de fetiche): «Se
instauran dos actitudes opuestas, independientes entre sí, lo que lleva a una escisión del yo».
Por cierto, ese clivaje aparece como «una característica universal de la neurosis», pero en este
caso, «una de las dos actitudes es la que adopta el yo, mientras que la opuesta, que es
reprimida, pertenece al ello»; el clivaje que actúa en las neurosis es por lo tanto el clivaje Ics/Pcs.
Por el contrario, en el caso de la «desmentida», las dos actitudes opuestas parecen coexistir en
el nivel del yo; no obstante, esta escisión nos resulta muy distinta de la que actúa en las psicosis
(y sobre todo en la esquizofrenia); evoca más bien un proceso de defensa de tipo obsesivo del
orden del «aislamiento»: «la experiencia (desagradable) no es olvidada (por lo tanto, no es
reprimida), sino despojada de su afecto; sus relaciones asociativas son reprimidas o quebradas,
aunque ella persiste, aislada, por así decirlo». En el caso de la desmentida hablaremos de
«escisión de la realidad psíquica» (Freud habla de «escisión psíquica»), en cuanto coexisten
«dos actitudes psíquicas» opuestas. Así, «el rechazo tiene siempre como correlato una
aceptación»; las dos tesis contradictorias pertenecen por igual a la «realidad psíquica»; una se
adecua a la prueba de realidad (al yo-realidad), y su opuesta permanece en el orden puro de la
realidad psíquica regida por el principio de placer. Pero una «desertificación», una ruptura de las
asociaciones, mantiene a distancia a estos dos términos de la contradicción, que en
consecuencia ni se plantean como contradictorios. Se activa por turno una u otra de las dos
tesis, en un movimiento único que deja a la restante desinvestida e inerte.
Es notable que en las dos series de ejemplos de «desmentida de la realidad» que proporciona
Freud se trate de renegación de una ausencia: ausencia del pene de la mujer, ausencia de un
padre muerto. En este último caso, tan frecuente en la clínica (y en la «normalidad»), la escisión
se sitúa en efecto en el nivel de «comportamientos independientes» entre sí, y no en el del
discurso del yo consciente.
«Al signo no nada le corresponde en la realidad», dice Wingenstein, y nada tampoco en la
realidad psíquica, añadiremos nosotros, siguiendo a Freud. Es decir que la ausencia sólo puede
identificarse a partir del «símbolo de la negación» y, por consiguiente, de los «procesos
secundarios», en tanto que el «no», «sustituto del rechazo», aparece en tanto condena por un
juicio, como secundario, desde el punto de vista lógico, con respecto a la represión.
Estos procesos de «escisión» característicos de la «desmentida» nos parecen derivar de un
clivaje entre «el yo realista consciente» y una parte de la «realidad psíquica», que no está sin
embargo reprimida; así, «la ausencia» sólo puede ser «aceptada» por el yo consciente, regido
por el principio de realidad, mientras que, en el nivel de la realidad psíquica, el único
«equivalente» posible es la desinvestidura de la representación correspondiente. La
sintomatología que acompaña a tales «clivajes» muestra bien -precisamente a través de «la
independencia de los dos tipos de comportamientos opuestos»- que «realidad exterior» y
«realidad psíquica» siguen siendo en este caso perfectamente distintas; el fenómeno de la
desmentida en sí manifiesta el funcionamiento «en paralelo» del proceso secundario y el proceso
primario.
Precisamente porque en las psicosis realidad psíquica y realidad exterior no son distintas,
tenemos que postular en su principio un mecanismo que no es el de la desmentida.
«La realidad (exterior) es en sí misma incognoscible», dice Freud, y sólo a partir de nuestro
propio pensamiento podemos tener una visión de las relaciones que la rigen. Los «procesos de
pensamiento secundario» constituyen entonces un «relevo» de la realidad exterior, pero no
pueden estar en correspondencia absoluta con esa realidad exterior ni con la realidad psíquica
(cf. el problema del «símbolo de la negación»).
Hemos definido la psicosis precisamente como la negación del no (ausencia del no) mientras que
lo característico de la renegación es que el no esté presente en ella.
Ahora bien, el «no», «la ausencia», están intrínsecamente ligados con lo simbólico. Por ello,
siguiendo a Lacan, hemos ubicado el fundamento de la psicosis en el nivel de un fenómeno de
«forclusión» en ese «primer cuerpo de significantes» que constituye el dominio de la Bejahung.
En «De la historia de una neurosis infantil», Freud indica un mecanismo de rechazo de la realidad
diferente a la vez de la represión y de la desmentida: En el paciente «subsistían una junto a la
otra dos corrientes opuestas; una abominaba la castración, mientras que la otra estaba
dispuesta a admitirla … » (aquí «el rechazo es acompañado por una aceptación», lo que es
característico de la desmentida). «Pero una tercera corriente, la más antigua y la más profunda,
que pura y simplemente había rechazado (verworfen hatte) la castración, y por la cual ni
siquiera podía abrirse juicio sobre la realidad de la castración, esa corriente era aún reactivable
… »
En este caso, una desmentida parece «recubrir» un mecanismo de rechazo más fundamental
(forclusión), que Freud también antes había opuesto a la represión: «Él no quería saber nada [de
la castración], ni siquiera en el sentido de la represión [ … ] todo ocurría como si [ese problema]
no hubiera jamás existido». No es entonces indiferente recordar la evolución psicótica ulterior del
Hombre de los Lobos, que podemos comprender, precisamente, como «reactivación» de una
forclusión, hasta ese momento más o menos compensada…
«La falta de un significante [de base] lleva necesariamente al sujeto a poner en tela de juicio el
conjunto del significante [ … ] y de las leyes que le son propias», dice Lacan; es decir que la
forclusión de un significante basa] pone en jaque a todo el edificio simbólico.
No podemos «concluir» mejor este breve estudio de la oposición entre neurosis y psicosis que mediante la definición que da Freud de lo que él llama (prudentemente) «comportamiento normal»:
«Llamamos comportamiento normal o «sano» a un comportamiento que reúne ciertos rasgos de
las dos reacciones; que, como en la neurosis, no desmiente la realidad, pero que, como en la
psicosis, se esfuerza a continuación en modificarla».