Obras de M. Klein: EL DESTETE (1936)

EL DESTETE (1936)

Uno de los descubrimientos fundamentales y de más largo alcance con respecto a la historia del hombre es el realizado por Freud y que postula la existencia de una parte inconsciente de la mente cuyo núcleo se desarrolla en la más temprana infancia. Los sentimientos y fantasías infantiles dejan sus huellas en la mente, huellas que no desaparecen sino que se almacenan, permanecen activas y ejercen una continua y poderosa influencia sobre la vida emocional e intelectual del individuo adulto. Los tempranos sentimientos se experimentan en relación a estímulos externos e internos. La primera satisfacción que el niño tiene proviene del mundo externo y consiste en ser alimentado. El análisis ha demostrado que sólo una parte de la satisfacción deriva del hecho de aliviar su hambre; otra parte, no menos importante, proviene del placer que experimenta el bebé cuando su boca es estimulada al succionar el pecho de su madre. Este aspecto es una parte esencial de la sexualidad del niño. También se experimenta placer cuando el flujo tibio de la leche desciende por la garganta y llena el estómago. El bebé reacciona a los estímulos displacenteros y a la frustración de su placer. con sentimientos de odio y agresión. Estos sentimientos se dirigen hacia los mismos objetos que proveen el placer: los pechos de la madre. El trabajo analítico ha probado que aun niños de pocos meses de edad construyen fantasías. Creo que ésta es la actividad mental más primitiva y que estas fantasías existen en la mente de los bebés prácticamente desde el nacimiento. Parecería que, a cada estímulo que recibe, el bebé responde con fantasías; a los estímulos displacenteros, aun la mera frustración, con fantasías agresivas y a los estímulos gratificantes con fantasías placenteras. Como afirmé previamente, el objeto de todas estas fantasías es el pecho materno. Parecerá curioso que el interés del bebé se limite sólo a una parte de la persona y no a toda la persona; pero debemos tener presente que en esta etapa su percepción, tanto física como mental, es muy limitada y además que sólo se preocupa del hecho fundamental de satisfacerse de inmediato, o bien de que no está siendo satisfecho, lo que Freud denominó el «principio del placer-displacer». Es de este modo como el pecho de la madre, que gratifica o priva de la gratificación, se torna en la mente del bebé en «bueno» o «malo». Lo que denominamos pecho «bueno» se convierte en el prototipo de lo que a lo largo de la vida será beneficioso y bueno, mientras que el pecho «malo» representa todo lo malo y lo persecutorio. Esto podemos explicarlo considerando que cuando el niño dirige su odio contra el pecho frustrador o «malo» le atribuye todo su propio odio activo mediante un proceso denominado proyección Pero existe, al mismo tiempo, otro proceso de gran importancia, el proceso de introyección. Este último significa la actividad mental del bebé mediante la cual, en su fantasía, toma en sí mismo aquello que percibe en el mundo externo. Sabemos que en esta etapa el niño recibe sus mayores satisfacciones a través de la boca, la que se convierte en la vía principal por la cual no sólo ingiere el alimento sino que, mediante la fantasía, introduce el mundo externo. No sólo la boca lleva a cabo este proceso de «introducir», sino en cierto modo todo el cuerpo con sus sentidos y funciones, como por ejemplo cuando el bebé inspira o introduce a través de los ojos, los oídos, mediante el tacto, etc. Al principio el pecho materno es el objeto de su constante deseo y por consiguiente es lo primero en ser introyectado. En su fantasía, el niño succiona el pecho dentro de sí, lo mastica y lo traga; de ese modo siente que lo tiene dentro y que posee el pecho materno tanto en sus aspectos buenos como malos. Este enfoque y ligamen a una parte de la persona es característico de esta temprana etapa del desarrollo, y da cuenta en gran parte de la naturaleza fantaseada e irreal de su relación con muchas cosas, por ejemplo con partes de su cuerpo, personas y objetos inanimados, todos los cuales al comienzo sólo son percibidos tenuemente. En los primeros dos o tres meses de vida se puede describir el mundo objetal del lactante como formado por partes o porciones del mundo real gratificantes o bien hostiles y persecutorias. Es aproximadamente en esta edad cuando comienza a percibir a su madre y a otros de su entorno como «personas totales». Gradualmente conecta su rostro, o los rostros que lo miran, con la mano que lo acaricia y con el pecho que lo satisface; es entonces cuando se afirma su capacidad de percibir «totalidades» (cuando se reasegura y adquiere confianza en el placer brindado por «personas totales») y puede ampliar su percepción totalizadora al mundo externo. En esta época se llevan a cabo también otros cambios en el bebé. Cuando tiene unas pocas semanas de vida se puede observar que disfruta períodos de su vigilia; a juzgar por las apariencias, se siente muy feliz. Parece ser que en ese momento disminuyen los estímulos demasiado intensos (hasta la defecación, por ejemplo. es sentida al comienzo como displacentera) y se va logrando una mejor coordinación de las funciones corporales. Esto lleva a una mejor adaptación no sólo física sino también mental, a los estímulos externos e internos. Se puede inferir que estímulos que al comienzo eran dolorosos ya no lo son, y hasta algunos se tornan placenteros. El hecho de que la falta de estímulos pueda experimentarse ahora como placentera muestra que ya no depende tanto ni es tan conmovido por estímulos dolorosos ni está ávido de estímulos placenteros vinculados a la gratificación inmediata de la alimentación, puesto que su mejor adaptación permite que su necesidad sea menos urgente (1) .He explicado cómo las tempranas fantasías y temores de persecución están conectadas con los pechos hostiles y he desarrollado cómo se despliegan las fantásticas relaciones objetales del bebé. Las primeras experiencias con estímulos displacenteros externos e internos sientan la base para las fantasías sobre objetos hostiles externos e internos y contribuyen en gran parte a la construcción de dichas fantasías (2) . En las primeras etapas del desarrollo mental todo estímulo displacentero aparentemente está ligado a las fantasías del bebé de un pecho «hostil» o frustrante, y por otra parte todo estímulo placentero está relacionado con el pecho «bueno» gratificante. Nos encontramos, pues, con dos círculos, uno benevolente y el otro malvado, ambos basados en el interjuego de factores externos o ambientales y factores psíquicos internos; es decir, que toda disminución en la cantidad o la intensidad de estímulos dolorosos, o bien todo incremento en la capacidad de adaptarse a ellos, ayudará a disminuir la fuerza de fantasías de naturaleza terrorífica. A su vez, la disminución de estas fantasías permitirá que el niño progrese en su adaptación a la realidad, lo que a su vez disminuirá aun más las fantasías aterrorizantes. Para un adecuado desarrollo de la mente del bebé, es importante que caiga bajo la influencia del círculo benevolente descripto; cuando lo hace, logra formarse una idea de su madre como persona, y esto a su vez implica cambios muy importantes en su desarrollo emocional e intelectual. Ya he mencionado que fantasías y sentimientos de naturaleza erótica, sean agresivos o gratificantes, fusionados en gran parte (fusión que se denomina sadismo), desempeñan un papel dominante en la temprana vida del bebé. Al principio están centrados en los pechos de la madre, pero gradualmente se extienden a todo su cuerpo. Fantasías y sentimientos ávidos, eróticos y destructivos toman como objeto el interior del cuerpo materno y, en su imaginación, el bebé lo ataca, roba todos sus contenidos y los come. Al comienzo, las fantasías destructivas son de succión. Algo de esto se evidencia en el modo vigoroso con que maman algunos bebés, aun cuando la leche sea abundante. A medida que se acerca la dentición, las fantasías van adquiriendo un contenido que implica morder, rasgar, masticar y así destruir el objeto. Muchas madres observan que mucho antes de la dentición aparecen estas tendencias, las que, según lo prueba la experiencia psicoanalítica, se acompañan de fantasías indudablemente canibalísticas. La naturaleza destructiva de estas fantasías y sentimientos alcanza toda su magnitud cuando el niño percibe a su madre como persona total, como lo prueba el análisis de niños pequeños. Al mismo tiempo, experimenta un cambio en su actitud emocional hacia la madre. El lazo placentero con el pecho se transforma en sentimientos hacia la madre como persona. De ese modo se experimentan sentimientos amorosos y destructivos hacia la misma persona, lo que provoca profundos y perturbadores conflictos en la mente infantil. Creo que es muy importante para el futuro del niño que pueda progresar desde sus tempranos temores persecutorios y la relación objetal fantaseada, a la relación con la madre como persona total y amorosa. Cuando lo logra, surgen sin embargo sentimientos de culpa respecto de sus impulsos destructivos que teme sean peligrosos para su objeto amado. El hecho de que en esta etapa del desarrollo el niño no pueda controlar su sadismo, que se alimenta de cualquier frustración, agrava aun su conflicto y su preocupación por su amada madre. Una vez más es muy importante que el niño pueda manejar satisfactoriamente estos sentimientos conflictivos de amor, odio y culpa, que surgen en esta nueva situación. Si los conflictos son insoportables, el niño no puede establecer una relación feliz con su madre y queda abierta una brecha para futuros fracasos en su desarrollo. Deseo mencionar la existencia de depresiones anormales o inesperadas en los bebés, cuya fuente profunda considero que es el fracaso en manejar satisfactoriamente esos conflictos tempranos. Pero veamos ahora qué sucede cuando los sentimientos de culpa y el miedo a que su madre muera (temor que surge como resultado de sus deseos inconscientes de muerte) pueden ser adecuadamente tolerados por el bebé. Creo que esos sentimientos tienen alcances muy extensos en lo que respecta al futuro bienestar mental del niño, su capacidad de amar y su desarrollo social. De ellos deriva el deseo de reparar que se expresa en numerosas fantasías de salvar a la madre y ofrecerle todo tino de desagravios. He descubierto en el análisis de los temores de tener dentro de si figuras malas y de estar gobernado niños que esas tendencias a la reparación constituyen las fuerzas impulsoras de todas las actividades constructivas y del desarrollo social. Las encontramos en las primeras actividades lúdicas y en el fundamento de la satisfacción del niño en todos sus logros, aun los más simples, como por ejemplo colocar un bloque sobre otro, o levantarlo si se ha caído. Esto se debe en parte a que esos logros se derivan de la fantasía inconsciente de reparar a alguna persona o personas a quienes ha dañado en su fantasía. Pero aun más tempranamente, logros tales como jugar con sus dedos, encontrar algo que se ha alejado de él, ponerse de pie y toda clase de movimientos voluntarios están ligados, según mi opinión, con fantasías en las que el elemento reparatorio ya está presente. El psicoanálisis de niños muy pequeños (he analizado niños entre uno y dos años) demuestra que bebés de meses conectan sus heces y orines con fantasías en las que simbolizan regalos, y no sólo regalos como muestra de afecto a sus madres, sino que tienen la propiedad de reparar. Por otra parte, cuando predominan los sentimientos destructivos, el niño en su fantasía defecará y orinará con odio y utilizará esos elementos como agentes hostiles. Por consiguiente, los excrementos producidos con sentimientos afectuosos son utilizados en la fantasía para reparar las injurias inferidas por ellos mismos en momentos de enojo. Es imposible en este trabajo exponer adecuadamente la conexión entre las fantasías agresivas, el miedo, los sentimientos de culpa y el deseo de reparar; sin embargo, he tocado este tópico porque deseo señalar que los sentimientos agresivos, que tanto perturban la mentalidad infantil, son al mismo tiempo muy importantes para su desarrollo. Ya he mencionado que el niño introduce dentro de sí, es decir, introyecta mentalmente, el mundo externo tal como lo percibe. Primero introyecta el pecho bueno y malo y luego gradualmente la madre total, también concebida como madre buena y mala. Conjuntamente introyecta además al padre y a otras personas del ambiente en menor grado; pero del mismo modo que la madre, a medida que pasa el tiempo estas figuras van adquiriendo mayor importancia e independencia en la mente del niño. Si el niño logra implantar dentro de si una madre afectuosa y que lo ayuda, esta madre internalizada será una influencia muy beneficiosa a lo largo de su vida. Aunque normalmente esta influencia cambiará de carácter a medida que se desarrolle su mente, se la puede comparar en importancia con el lugar que ocupa la madre real para la vida del recién nacido. No quiero significar con esto que los padres buenos «internalizados» serán así experimentados de manera consciente (aun el sentimiento del bebé de poseer la madre dentro de sí es profundamente inconsciente), sino tan sólo que algo dentro de la personalidad es sabio y bondadoso; esto fomenta la confianza en uno mismo y ayuda a combatir y superar los temores de tener dentro de sí figuras malas y de estar gobernado por un odio incontrolable, más aun, enseña a confiar en las personas más allá del círculo familiar. Como ya he señalado, el niño experimenta toda frustración de modo muy agudo y si bien simultáneamente se lleva a cabo una progresiva adap- tación a la realidad, la vida emocional del niño está dominada por el ciclo de gratificación-frustración, siendo los sentimientos de frustración de naturaleza muy compleja. El doctor Ernest Jones sostiene que la frustración siempre se experimenta como privación; si el bebé no obtiene lo que desea siente que la madre mala que tiene poder sobre él lo retiene. Respecto del tema principal de trabajo podemos ahora decir que cuando el bebé desea el pecho y éste no está es como si lo hubiese perdido para siempre. Puesto que la concepción del pecho se extiende a la madre, el sentimiento de haber perdido el pecho lleva al temor de haber perdido a la madre amada y esto significa no sólo la madre real sino también la madre buena internalizada. Según mi experiencia, este temor a la pérdida total del objeto bueno (internalizado y externo), se mezcla con sentimientos de culpa de haberla destruido (haberla comido) y entonces el bebé siente su pérdida como un castigo por su horrible acción. De ese modo se asocian a la frustración sentimientos dolorosos y conflictivos que a su vez convierten una simple frustración en algo tan punzante. La experiencia del destete refuerza enormemente estos sentimientos dolorosos y mantiene esos temores. En la medida en que el niño nunca posee el pecho en forma ininterrumpida y cada tanto experimenta su pérdida, podríamos decir que en un cierto sentido es constantemente destetado o está en una situación que lleva al destete. Sin embargo, el momento crucial es aquel en que la pérdida del pecho o del biberón es total e irrevocable. Citaré un caso observado por mi en el cual los sentimientos vinculados a esta pérdida se muestran con claridad. Cuando Rita, que tenía dos años y nueve meses, vino al análisis, era una niña muy neurótica con toda clase de miedos y grandes dificultades para venir; tenía depresiones y sentimientos de culpa nada infantiles y muy notorios. Estaba muy apegada a su madre, evidenciando a veces un amor exagerado y otras un gran antagonismo. Cuando vino a verme todavía tomaba un biberón a la noche y la madre me informó que debió continuar dándoselo pues la niña se mostraba muy perturbada cuando intentaba suspenderlo. El destete de Rita había sido muy difícil, fue amamantada unos meses y luego, con gran dificultad, se le dio biberón, que al comienzo no quiso aceptar. Luego se había acostumbrado y una vez más tuvo grandes dificultades al tener que reemplazarlo por comida sólida. Cuando durante el análisis se le suspendió ese último biberón, se desesperó. Perdió el apetito, no quería comer, se apegó más y más a la madre, preguntando constantemente si la quería, si se había portado mal, etc. No era un problema de dieta, puesto que la leche sólo era una parte de lo que comía y ahora el cambio consistía en que se la ofrecían en vaso. Yo había aconsejado a la madre que fuese ella misma quien le diera la leche con una o dos galletitas, junto a su cama o bien teniéndola en la falda. Pero la niña se negaba a tomarla. Su análisis reveló que su desesperación se debía al temor de que la madre se muriese o al temor de que la madre la castigase cruelmente por su maldad. Lo que consideraba su «maldad» eran sus deseos inconscientes pasados y presentes de que la madre se muriese. Estaba abrumada por la angustia de haber destruido, especialmente de haber comido, a su madre; y la pérdida del biberón era vivida como una confirmación. El mirar a la madre no aliviaba sus temores, hasta que éstos fueron resueltos mediante el análisis. En este caso, los tempranos temores persecutorios no fueron superados y por consiguiente no se estableció una relación personal con la madre. Su fracaso se debía en parte a su incapacidad de resolver sus conflictos, y por otra parte a la conducta de su madre, que era sumamente neurótica (y esto último también formaba parte del conflicto interno). Es evidente que una buena relación entre el niño y la madre es de gran valor cuando surgen estos conflictos básicos y durante su elaboración. Debemos tener presente que, en el momento crítico del destete, el bebé pierde su objeto «bueno», es decir, lo que más ama. Todo lo que haga menos dolorosa la pérdida de un objeto «bueno» externo, y disminuya el temor a ser castigado, ayudará a que el niño preserve la confianza en su objeto bueno interno. Al mismo tiempo prepara el camino para que el niño, pese a la frustración, conserve una feliz relación con su madre real y establezca relaciones placenteras con otras personas. Logrará entonces satisfacciones que reemplazarán la que perdió. ¿Qué podemos hacer para ayudar al niño en esta difícil tarea? Las medidas comienzan desde el nacimiento.

Notas:
[1] En relación con esto recuerdo un comentario que hizo recientemente el Dr. Edward Glover, quien dijo que el cambio abrupto entre sensaciones placenteras y dolorosas puede ser experimentado como doloroso en si mismo.
[2] La doctora Susan Isaac enfatizó la importancia de este punto en un trabajo presentado en 1934 a la Sociedad Psicoanalítica Británica.

Continúa en ¨EL DESTETE (1936), segunda parte¨