Winnicott: Ejemplo clínico de la sintomatología posterior al nacimiento de un hermano (1931)

Ejemplo clínico de la sintomatología posterior al nacimiento de un hermano Cerca de 1931

Un niño de tres años fue traído al hospital por su madre, una mujer inteligente pero no muy instruida, la que dijo que su hijo sufría un dolor en el pene. El joven y sensible médico que la atendió en primera instancia se sintió algo incómodo ante la palabra «pene», y mostró signos de alivio cuando la madre procedió a relatarle otros síntomas; y cuando al final vino a verme para comentarme el caso, ya se había olvidado el detalle del pene. Por fortuna, yo me había enterado por otros medios del pedido de consulta. Esta tendencia a olvidar la parte sexual de la vida de nuestros pacientes es casi universal. Hay muy buenas razones para la amnesia, y la oposición a la psicología dinámica moderna ha derivado principalmente de las mismas fuerzas que hicieron que este médico olvidara el síntoma primordial de este pequeño paciente con una madre inteligente. El médico le permitió a la madre hablar lo suficiente como para obtener los siguientes detalles: durante unos meses el niño había estado irritable y con deseos de orinar más urgentes y frecuentes; además, le había brotado un sarpullido que se rascaba de continuo, dejando pápulas sangrantes. El examen físico no mostró ninguna anormalidad, aunque podría añadirse que el médico no examinó el pene. Esto también era normal. Las escaras de la urticaria papulosa rascada se reconocían fácilmente, y algunas estaban aún presentes, rodeadas por piel de color rojo; durante todo el tiempo de la consulta, el niño se estuvo rascando suavemente estos lugares. El médico diagnosticó urticaria papulosa, afección que había llegado a considerar como una enfermedad, y empezó a preguntarle a la madre si el niño había comido alguna banana en los últimos tiempos, lo que por supuesto en efecto había sucedido. También sospechó que podría tratarse de una cistitis, e hizo un análisis de orina; no obstante, en éste no aparecieron células purulentas ni microorganismos. Lo desconcertó la extrema urgencia de la micción en ausencia de cistitis, pues su formación médica no le había enseñado que de lejos la causa más común del aumento de la micción es la angustia, relacionada con la batalla en torno de la masturbación, hasta tal punto que a menudo se justifica considerarla normal. Lo curioso es que este médico sabía, por su experiencia personal, que la excitación lo hacía querer ir a alguna parte, pero sabía esto con una parte de su mente distinta de la que utilizaba para abordar los problemas clínicos. En otros términos, aún no era un clínico. Mi tarea consistió en tratar de entramar los diferentes síntomas clínicos en un solo tejido. La experiencia me ha enseñado que, en la medida de lo posible, lo mejor es dejar que la madre haga esto por mí, así que simplemente le di la oportunidad de terminar de decirme lo que tenía que decir. Lo primero que hizo fue agregarme algunos detalles sobre el dolor del pene. Comentó que no había visto nada malo, pero que el niño continuamente se ponía la mano sobre el pene, y cuando ella le preguntaba por qué lo hacía, siempre le contestaba: «Porque me duele». Me comentó asimismo que el niño siempre había tenido esas manchas en la piel, pero que nunca le habían causado trastornos hasta los últimos meses. El trastorno consistía en una especie de compulsión a rascarse, de modo que empeoraban, y además las pápulas rascadas sangraban y podían infectarse. La urgencia de la micción no era tampoco totalmente nueva, sino que se había convertido en un problema recientemente. Al mismo tiempo, el niño había empezado a orinarse en la cama. Entonces le pregunté a la madre qué edad tenía el nuevo bebé. Me dijo: «Tres meses; de hecho el niño había estado muy bien hasta que nació el hermano, y todo hacía pensar que fue este nacimiento el que le hizo cambiar en la forma en que he descrito, como si le hubieran partido de un golpe la nariz. ¿Podría ser eso, doctor, a pesar de que hicimos cuanto estuvo en nuestras manos para que se diera cuenta de que no sentíamos por él nada distinto?». Creo que la secuencia clínica en su conjunto resulta ahora tan clara para cualquiera con un conocimiento de la naturaleza humana, que es casi un agravio a la inteligencia tratar de ponerla por escrito. Sin embargo lo haré para completar el cuadro; y a quienes se han olvidado de sus sentimientos de la infancia y la niñez temprana debo recordarles que esos sentimientos son muy intensos, quizá más de lo que pueden experimentar los adultos. Muy pocos recuerdan la intensidad de sus propios sentimientos infantiles, y no es probable que quienes lo hacen, como algunos poetas, lean este trabajo, que se ocupa de lo racional más bien que de lo intuitivo. Este niño, bastante sano, estaba en la edad en que la valoración de la realidad implica una disminución de la dicha. Ya había explorado lo autoerótico como forma de abordar su desdicha. El arribo de un nuevo bebé le hizo tomar aguda conciencia precisamente de esa clase de realidad que le estaba causando una merma de su dicha, a saber su posición de tercero respecto de sus padres. Esto es válido ya sea que él sintiera más amor por su padre o por su madre. Salvo que deje de aceptar la realidad, el niño debe ser entonces menos feliz y debe procurar tratar este asunto siguiendo los carriles habituales que suministra la naturaleza. De pronto, la masturbación se torna más urgente. Aquí, sin embargo, detectamos los primeros signos de anormalidad, ya que para este niño la masturbación no era cosa fácil. Al igual que muchos otros, tenía sentimientos de culpa respecto de las fantasías que la acompañan, o tal vez no sentía culpa alguna, y deba decirse que el deseo de masturbarse le provocaba angustia. Análogamente, la compulsión a masturbarse produce una angustia aún más intensa. Todo lo que aquí vemos de masturbación genital es la compulsión a ponerse las manos sobre el pene, señalada por la madre; de hecho, el deseo de masturbarse genitalmente está reprimido, y a fin de sentir que lo que dice es racional, a las preguntas de su madre responde diciendo que le duele; esto justificaría su impulso a tocarse sin sentir necesariamente culpa. ¿Pero qué ocurre con el impulso a masturbarse cuando no se disfruta de la masturbación genital? Sin duda no desaparece, ya que el origen de la necesidad no se ha modificado. Los síntomas de este niño ilustran otras manifestaciones de dicho impulso. El niño fácilmente se vuelve hacia su erotismo epidérmico, ya que en mi opinión la urticaria papulosa no es más que la excitación de la piel, normal salvo cuando forma parte del remolino de la masturbación obsesiva. (De otra manera no se explicaría que casi todos los bebés, sobre todo los sanos, tienen en algún momento urticaria papulosa. Además, las madres a menudo comentan, si se les da la oportunidad, que la excitación vuelve más problemáticas las ronchas.) La masturbación de la piel es muy común en la temprana infancia, y muy gratificante, pues la agresividad presente en las fantasías de masturbación -que es la causa de que se las reprima- encuentra expresión en una forma que no crea culpa, ya que es el propio niño el que padece esa crueldad, sobre todo cuando el rascarse las pápulas las hace sangrar. El erotismo epidérmico está íntimamente ligado al erotismo anal. Otra expresión de la represión del erotismo genital es el aumento de la sensibilidad del tracto urinario, que se vuelve hipersensible, en lugar del glande del pene, y provoca un placer muy intenso, casi doloroso, durante la micción. Como el impulso al autoerotismo sigue presente, la experiencia uretral es además compulsiva, y suele llevar al niño mucho más allá de lo puramente placentero, de modo tal que en su autocastigo el niño hace frente a un retorno de su agresividad reprimida. Puede decirse, pues, que este niño era tan sano como parecía serlo, que no sufría ninguna enfermedad, que sólo encontraba difícil la vida. Todos los niños encuentran difícil la vida en la medida en que aceptan los hechos, y quizá jamás hubiéramos sabido lo difícil que era la vida para este niño en particular si no fuera que el nacimiento de un nuevo bebé provocó un reconocimiento casi inevitable de la realidad.(1) A éste era imposible abordarlo de forma adecuada por vía autoerótica, a raíz de la culpa conectada a las fantasías que acompañan a la masturbación. Por lo tanto, los síntomas evidencian cierto grado de ruptura de los mecanismos normales con los que se tratan las dificultades normales. La madre entendió qué quise decirle cuando le dije que el niño estaba encontrando la vida difícil debido al nuevo bebé, sin necesidad de entrar en detalles. No quería que se le dieran remedios, y se mostró contenta por el hecho de que yo hubiese compartido con ella la responsabilidad por el bienestar de su hijo. «Eso es lo que pensaba, doctor, pero quería asegurarme de que no estaba pasando por alto ninguna enfermedad orgánica.» (1) Otro modo de decir esto sería que la mayoría de los niños son felices porque en la niñez la realidad es normalmente disfrazada y distorsionada, como cuando se le dicen mentiras en torno de las cuestiones sexuales, se los mantiene ignorantes de los problemas económicos familiares, se les impide asistir a las peleas de miembros de la familia, se los pone a dormir en una cuna separada y en otro cuarto, etcétera. D. W W.