Piaget: LA EVOLUCIÓN DE LA PEDAGOGÍA (Pedagogía científica y determinación de los fines de la educación)

PEDAGOGÍA CIENTÍFICA Y DETERMINACIÓN DE LOS FINES DE LA EDUCACIÓN

No hay que decir que es a la sociedad a quien corresponde fijar los fines de la
educación que ella misma proporciona a las generaciones que crecen
; lo que, por
otra parte, la sociedad hace siempre de forma soberana, de dos maneras. En
primer término, fija los fines de forma espontánea por las exigencias del lenguaje,
de las costumbres, de la opinión, de la familia, es decir, a través de las múltiples
formas de acción colectiva por mediación de las cuales las sociedades se
conservan y se transforman, formando a cada generación nueva en el molde
estático o móvil de las precedentes. Después los fija reflexivamente por medio de
organismos estatales o instituciones particulares según los tipos de educación
proyectados.
No obstante, la determinación de los fines de la educación no se hace al azar.
Incluso cuando se realiza de manera espontánea obedece a leyes sociológicas
que pueden ser analizadas, y este estudio sirve para aclarar las decisiones
reflexivas de las autoridades en materia de educación. En cuanto a las decisiones,
en general sólo se toman en función de informaciones de toda clase y no
únicamente políticas, sino también económicas, técnicas morales, intelectuales,
etcétera. Generalmente, las informaciones se recogen sólo mediante consultas
directas a los interesados y es cierto que hay que empezar por ahí, por ejemplo, en
cuanto a las necesidades técnicas y económicas de la sociedad; pero también en
este punto seria muy interesante que los responsables de las directrices que han
de darse a los educadores estén en posesión de estudios objetivos sobre las
relaciones entre la vida social y la educación.

En efecto, no basta fijar los fines para poderlos alcanzar, pues queda por examinar
el problema de los medios, que depende más de la psicología que de la sociología
y que al mismo tiempo condiciona la elección de los fines. En este sentido
Durkheim ha simplificado demasiado las cosas al sostener que el hombre a
educar es un producto de la sociedad y no de la naturaleza; falta señalar que la
naturaleza no se somete a la sociedad más que en ciertas condiciones y que
conocerlas aclara, en lugar de dificultar, la elección de los fines sociales. Pero es
que además, limitándose a los fines, los diversos objetivos deseados pueden ser
más o menos compatibles o contradictorios entre sí; por ejemplo, no está nada
claro que pueda esperarse de los individuos a formar que sean constructores e
innovadores en ciertos campos de las actividades sociales en que se necesitan
grandes cualidades y, a la vez, rigurosos conformistas en otras ramas del saber y
de la acción. Por tanto, o la determinación de los fines de la educación sigue
siendo asunto de opiniones autorizadas y del empirismo, o debe ser objeto de
estudios sistemáticos, según lo que se ha podido apreciar cada vez más en estos
últimos años.
Se ha desarrollado, en consecuencia, una sociología de la educación que ha
despreciado un tanto (pero volverá sobre ellos) los grandes problemas discutidos
por los fundadores de esta disciplina, Durkheim y Dewey, y se ha especializado en
el estudio de las estructuras concretas: por ejemplo, el estudio de la clase de
escuela como grupo que tiene su dinámica propia (sociometría, comunicación
efectiva entre maestros y alumnos, etc.), el estudio del cuerpo docente como
categoría social (reclutamiento, estructuras jerárquicas, ideología, etc.) y, sobre
todo, el estudio de la población discente: el origen social de los alumnos según los
niveles alcanzados, las salidas, los obstáculos, el relevo, la movilidad social en las
perspectivas educativas, etc.
Estos problemas relativos a la población discente son los que han llamado más la
atención y los más importantes, efectivamente, para juzgar sobre los fines de la
instrucción. La “economía de la educación” empieza a conocer grandes
desarrollos:
estudio de los acuerdos y discordancias entre los sistemas educativos
y las necesidades económicas y sociales de la colectividad, naturaleza y amplitud
de los recursos puestos a disposición de la escuela, productividad del sistema,
relaciones entre la orientación de la juventud en la escuela y la evolución de las
formas de actividad económica, etc.
No hay ninguna duda de que el conjunto de estos trabajos tiene un interés
fundamental para la “planificación de la enseñanza de la que se ocupan hoy casi
todos los países y que consiste en dejar a punto proyectos con varios años de
antelación. En efecto, la planificación está relacionada de forma natural con una
determinación de los fines a conseguir, y esta determinación podría clarificar la
sociología de la educación en diversos grados,
La planificación y la fijación de los fines pedagógicos, se dirá más directamente,
pueden encontrar las informaciones necesarias en los trabajos de educación
comparada tal como se han multiplicado en los Estados Unidos (Kandel, etc.), en
Gran Bretaña (Lauwerys, etc.) y que en la Oficina Internacional de Educación
prosigue P. Rosselló, apoyándose en los informes anuales de los ministerios de
Instrucción pública consignados en el Annuaire internacional de L’éducation et de
l’instructíon. Principalmente mediante la comparación de las indicaciones
cuantificables se llega a extraer ciertas tendencias según los crecimientos o
disminuciones de un alto a otro, o ciertas correlaciones en función de la
interdependencia de los problemas. Sin embargo, hay que entender con claridad
que la educación comparada sólo tiene futuro si se subordina resueltamente a la
sociología, es decir, a un estudio detallado y sistemático del condicionamiento
social de los sistemas educativos; y que todo estudio cuantitativo, infinitamente
delicado en sí, falto de unidades de medida (de aquí los métodos “ordinales”, con
todas las precauciones que suponen) sólo tiene significación subordinado a los
análisis cualitativos, lo que obliga a volver a los grandes problemas ineludibles.