Obras de Winnicott: La dependencia en el cuidado del infante y del niño, y en el encuadre psicoanalítico

La dependencia en el cuidado del infante y del niño, y en el encuadre psicoanalítico

Trabajo leído ante la Boston Psychoanalytic Society en octubre de 1962, y publicado por primera vez en el Int. J. Psycho-Anal., 44, págs. 339-44. No hay nada nuevo en la idea de la dependencia, sea durante la vida temprana del individuo o en la transferencia que cobra fuerza a medida que avanza el tratamiento psicoanalítico. Lo que creo que tal vez sea necesario volver a formular de tanto en tanto es la relación entre esos dos ejemplos de dependencia. No es necesario que cite a Freud. La dependencia del paciente respecto del analista siempre ha sido conocida y plenamente admitida; por ejemplo, esto se ve en la renuencia de un analista a tomar a un nuevo paciente uno o dos meses antes de unas largas vacaciones de verano. El analista teme con toda justicia que la reacción del paciente frente a la separación involucre cambios profundos todavía no susceptibles de análisis. Comenzaré con un desarrollo de este tema. Una joven paciente tuvo que esperar algunos meses antes de que yo pudiera iniciar el análisis, después de lo cual sólo podía verla una vez por semana; cuando comenzaron las sesiones diarias, yo tuve que viajar al extranjero durante un mes. La reacción frente al análisis era positiva y los desarrollos se producían con rapidez; descubrí que esta joven independiente, en sus sueños estaba volviéndose extremadamente dependiente. En uno de esos sueños tenía una tortuga, pero con un caparazón blando, de modo que el animal estaba desprotegido y sin duda sufriría. Ella mataba a la tortuga para ahorrarle el intolerable dolor que le aguardaba. La tortuga era ella misma y el sueño indicaba una tendencia suicida, para curar la cual, por otra parte, había recurrido al tratamiento. El problema consistía en que aún no había tenido tiempo en el análisis para tratar las reacciones frente a mi alejamiento, de modo que produjo este sueño suicida y se enfermó físicamente, aunque de un modo oscuro. Antes de partir tuve el tiempo exacto para permitirle sentir el nexo entre la reacción física y mi alejamiento, que reactualizaba un episodio o una serie de episodios traumáticos de su propia infancia. En otras palabras, era como si yo estuviera sosteniéndola y después me sintiera preocupado por alguna otra cuestión, de modo que ella se sintió aniquilada. Ese fue el término empleado por ella. Matándose lograría controlar el ser aniquilada mientras era dependiente y vulnerable. En su self y su cuerpo sanos, con su fuerte impulso hacia la vida, había llevado durante toda la existencia el recuerdo de haber tenido en algún momento un impulso total a morir; la enfermedad física se produjo como localización en un órgano corporal de ése impulso total a morir. La paciente se sentía desvalida respecto de esto, hasta que pude interpretarle lo que estaba ocurriendo; después experimentó alivio y pudo dejarme partir. Incidentalmente, su enfermedad física se volvió menos amenazante y empezó a curar, en parte, desde luego, porque estaba recibiendo un tratamiento apropiado. Por si fuera necesario, esto demuestra el peligro de subestimar la dependencia de transferencia. Lo sorprendente es que una interpretación pueda generar un cambio, y sólo cabe suponer que la comprensión profunda y la interpretación oportuna son una forma de adaptación confiable. En este caso, por ejemplo, la paciente pudo tolerar mi ausencia porque (en un nivel) ella sentía que ahora no estaba siendo aniquilada, sino mantenida en la existencia de un modo positivo por el hecho de tener realidad como objeto de mi preocupación. Un poco más tarde, en una dependencia más completa, la interpretación verbal no bastará, o quizá sea prescindible. Habrán observado que puedo avanzar en una u otra de dos direcciones posibles, a partir de un fragmento de análisis como el que he presentado. Una dirección nos llevaría al análisis de la reacción ante la pérdida y de tal modo a la parte principal de lo que aprendemos en nuestra formación psicoanalítica. La otra dirección nos conduce a lo que deseo examinar en este trabajo. Esta otra dirección me lleva hacia la comprensión que tenemos en nosotros y que nos hace saber que debemos evitar el alejamiento inmediatamente después de iniciado un análisis. Es una conciencia de la vulnerabilidad del yo del paciente, que es lo opuesto a la fuerza del yo. De numerosas maneras satisfacemos las necesidades de nuestro paciente, porque más o menos sabemos cómo se siente, y podemos encontrar un equivalente del paciente en nosotros mismos. Esto que tenemos en nosotros podemos proyectarlo y encontrarlo en el paciente. Todo se hace en silencio, y por lo común el paciente mismo no se da cuenta de lo que hacemos bien, pero sí advierte la parte que nos toca cuando las cosas van mal. Cuando fallamos en estos aspectos, el paciente reacciona ante lo impredecible y sufre una ruptura en la continuidad de su «seguir-siendo». Volveré más adelante sobre este punto en particular, al examinar la contribución de Zetzel al Congreso de Ginebra (1956). Mi objetivo general es relacionar la dependencia en la transferencia psicoanalítica con la dependencia en las diversas etapas del desarrollo y cuidado del infante y el niño. Se verá que he emprendido un intento de evaluación del factor externo. Ojalá se me permita hacerlo sin pensar que retrocedemos a lo que el psicoanálisis ha representado durante los últimos cuarenta años en la psiquiatría infantil. El psicoanálisis ha representado el factor personal, los mecanismos involucrados en el crecimiento emocional del individuo, las tensiones y el estrés internos que conducen a la organización defensiva, y la concepción de la enfermedad psiconeurótica como prueba de una tensión intrapsíquica basada en los impulsos del ello que amenazan al ego del individuo. Pero aquí volvemos al tema de la vulnerabilidad del yo y por lo tanto a la dependencia. Es fácil ver por qué los psicoanalistas han sido renuentes a escribir sobre el factor ambiental, puesto que a menudo quienes deseaban ignorar o negar la importancia de las tensiones intrapsíquicas subrayaban principalmente el factor externo negativo como causa de enfermedad en la psiquiatría infantil. No obstante, el psicoanálisis está ahora bien afianzado, y podemos permitirnos examinar el factor externo bueno y malo. Si aceptamos la idea de la dependencia, ya hemos comenzado a examinar el factor externo, y sin duda cuando decimos que un analista debe tener formación estamos sosteniendo que un elemento esencial del psicoanálisis ortodoxo es un factor externo, es decir, el analista suficientemente bueno. Todo esto es evidente de por sí, pero hay quienes nunca mencionan este factor externo como verdaderamente importante, o bien hablan continuamente de él, ignorando los factores internos del proceso. Como dijo Zetzel en un seminario reciente, primero Freud pensó que todas las personas neuróticas habían tenido traumas sexuales en la infancia, y después descubrió que habían tenido deseos. A continuación, durante varias décadas, en los escritos analíticos se supuso que el trauma sexual real no existía. Ahora también tenemos que hacerles lugar a estos traumas. En un examen deliberado del factor externo, hasta aquí me he empeñado en relacionar la personalidad del analista, la capacidad para identificarse con el paciente, su dotación técnica, etcétera, con los diversos detalles del cuidado del niño, y a continuación, de un modo más específico, con el estado especial en el que se encuentra una madre (quizá también el padre, pero con menos oportunidades para demostrarlo) en el breve lapso que abarca las últimas etapas del embarazo y los primeros meses de la vida del infante. El psicoanálisis, tal como lo aprendemos, no es en absoluto semejante al cuidado del niño. De hecho, los padres que les interpretan el inconsciente a sus hijos se meten en aprietos. Pero en la parte de nuestro trabajo como analistas a la que estoy refiriéndome, nada de lo que hacemos carece de relaciones con el cuidado del niño o el infante. En esta parte de nuestro trabajo podemos en realidad aprender lo que hay que hacer a partir de nuestra experiencia de padres, del hecho de que hemos sido niños, de la observación de las madres con bebés muy pequeños o que aún no han nacido, y correlacionando las fallas parentales con los siguientes estados clínicos de los niños enfermos. Si bien sabemos que la enfermedad psiconeurótica no es causada por los padres, también sabemos que la salud mental del niño no puede quedar establecida sin un cuidado parental o maternal suficientemente bueno. Sabemos asimismo que una experiencia ambiental correctiva no cura directamente al paciente, más aún, que un ambiente malo causa directamente la estructura de la enfermedad. Volveré a referirme a este punto al final del escrito. Quiero ahora volver a mi fragmento de material clínico. Muy pronto en el análisis esta paciente apareció representada en su material onírico por criaturas frágiles y a menudo lisiadas; después soñó con la tortuga de caparazón blando (1). Se habrá advertido que esto indica el camino de una regresión a la dependencia que llegará inevitablemente. La paciente había tenido varios años de análisis en los términos convencionales con un analista que no permitía la regresión si ésta amenazaba con pasar al acting-out e involucrar dependencia respecto del analista. La paciente estaba por lo tanto saturada de esta parte del procedimiento analítico total, aunque desde luego necesitaba tanto como cualquiera las interpretaciones habituales que van volviéndose adecuadas de día en día o de minuto en minuto. Avanzando algo más en el problema interpretativo del análisis de este fragmento, creo poder demostrar de qué modo aparecen entretejidos los mecanismos intrapsíquicos y la dependencia, que por definición envuelve al ambiente y su conducta. Yo contaba en esté caso con abundante material para la interpretación de la reacción de la paciente ante mi alejamiento en los términos de un sadismo oral propio del amor reforzado por la rabia -una rabia a mí y a todas las otras personas de su vida que se habían ido, incluyendo a la madre que la destetó-. Yo podría haber hecho una interpretación totalmente justificada por lo que la paciente me había dicho, pero de ese modo habría sido un mal analista con buenas interpretaciones. Habría sido un mal analista debido al modo como me fue entregado el material. En nuestro trabajo analítico constantemente evaluamos y reevaluamos la fuerza del yo del paciente. El material me había sido entregado de un modo que indicaba que la paciente sabía que podía confiar en que yo no lo utilizaría bruscamente. Ella es hipersensible a todas las drogas, a todas las enfermedades y a las críticas leves, y también debo esperar que lo sea a cualquier error que yo cometa en mi estimación de la fuerza de su yo. Hay algo central en su personalidad que muy fácilmente siente la amenaza de aniquilación; desde luego, en términos clínicos ella se vuelve ruda y extremadamente independiente, bien definida, mientras al mismo tiempo experimenta una sensación de inutilidad y de ser irreal. De hecho, su yo no es capaz de albergar ninguna emoción fuerte. El odio, la excitación, el miedo, se separan de ella como cuerpos extraños, y con toda facilidad se localizan en un órgano corporal que entra en espasmos y tiende a destruirse en una perversión de su funcionamiento fisiológico. La razón de que hayan aparecido sueños regresivos y dependientes tiene principalmente que ver con el hecho de que ella descubrió que yo no uso cada fragmento de material para interpretarlo, sino que todo lo acumulo y lo utilizo en el momento oportuno; mientras tanto, me contento con prepararme para enfrentar la dependencia que aparece. Esta fase de dependencia será muy penosa para la paciente, y ella lo sabe; implica un riesgo de suicidio pero, como la misma paciente dice, no hay otro camino. Hay otro camino, pues si el analista no puede satisfacer su dependencia como para que la regresión se convierta en una experiencia terapéutica, ella se derrumbará en una enfermedad psicosomática, que suscita la atención tan necesaria, pero no el insight ni el cuidado mental que realmente hacen la diferencia. El analista tiene que saber por qué el paciente preferiría matarse antes que vivir bajo la amenaza de aniquilamiento. Considerando de tal modo este fragmento de material, llegamos a un punto en el que examinamos tanto el análisis como la satisfacción de las necesidades de dependencia. Una sucesión de «buenas» interpretaciones relacionadas con el contenido general de la sesión produciría rabia o excitación, pero para esta paciente no es todavía posible abordar esas experiencias emocionales supremas. En el sentido de esta descripción del procedimiento analítico, sería por lo tanto malo interpretar las mismas cosas que se relacionan con la separación prematura. En el curso de una conversación en la que hicimos planes para el futuro y examinamos la naturaleza de su enfermedad y los riesgos intrínsecos en la prosecución del tratamiento, yo le dije (2): «De modo que está enferma y vemos que la enfermedad física oculta una reacción extrema a mi alejamiento, aunque usted no está en condiciones de tener una percatación emocional directa de este hecho. Podría decir que yo he causado su enfermedad, así como otros hicieron que se enfermara cuando era un bebé, y podría enojarse». Ella respondió: «Pero no estoy enojada». (En realidad, ella me sostiene ahora en una posición idealizada y tiende a considerar perseguidores a los médicos del cuerpo.) Entonces agregué: «Aquí está la senda totalmente abierta para su odio y su rabia, pero la rabia se niega a emprender este camino». La paciente me dijo que lo que principalmente había producido el cambio, el desarrollo involuntario hacia la dependencia, era el hecho de que yo dejaba que las cosas se produjeran, con ganas de ver lo que traía cada sesión. En realidad, la pauta había sido que ella empezaba casi como si la sesión fuera una visita social. Se tendía y desplegaba una muy clara percepción intelectual de sí misma y de lo que la rodeaba. Yo me dejaba llevar, y había mucho silencio. Cerca del fin de cada sesión ella de pronto recordaba un sueño y obtenía mi interpretación. Los sueños presentados de este modo no eran muy oscuros, y la resistencia del sueño solía residir en los cuarenta y cinco minutos de material que lo precedía y que no era bueno para interpretarlo. Lo soñado, recordado y presentado está dentro de la capacidad de la fuerza y la estructura del yo. De modo que esta paciente dependerá mucho de mí a lo largo de una fase; tengo esperanzas de que por su bien, no menos que por el mío, esta dependencia se mantendrá dentro de los límites de la transferencia, del encuadre y de las sesiones analíticos. Pero, ¿cómo saberlo de antemano? ¿Cómo puede uno hacer este tipo de diagnósticos que tiene que ver con la evaluación de las necesidades? En los términos del cuidado del niño, me gustaría ejemplificar la regresión al servicio del yo examinando las fases de trato consentidor que los padres descubren que el niño necesita de tiempo en tiempo -hablo de los padres que no consienten a los hijos debido a sus propias ansiedades-. Estas fases de trato consentidor pueden sacar adelante a un niño sin ninguna intervención del médico o de la clínica de orientación infantil. Resulta difícil hacer referencia a un caso que no resulte extraño; con todo, éstas son cuestiones de experiencia común en la vida familiar, cuando los padres cuidan a sus hijos. Durante unas horas, días o semanas, en un contexto especial, se trata al niño como si fuera más pequeño. A veces sucede esto cuando la criatura se golpea la cabeza o se corta un dedo; en un instante deja de tener cuatro años para volver a tener dos, y chilla y se consuela con la cabeza en el regazo de la madre. A continuación, casi enseguida después de haber dormido un poco, de nuevo es un niño crecido, incluso más de lo que permitiría suponer su edad cronológica. Tenemos un niño de dos años (Winnicott, 1963), que a los veinte meses reaccionó muy mal a la ansiedad de la madre -que ella siempre experimentaba frente a la concepción; formaba parte de su pauta el angustiarse extremadamente al concebir-. El niño dejó de usar el orinal y de emplear palabras; su progreso se detuvo. Cuando nació el bebé, no le fue hostil, pero quería que lo bañaran a él como al recién nacido. Cuando el bebé tomaba el pecho, él empezaba a chuparse el pulgar, algo que antes no hacía. Apelaba con muchos pedidos especiales a la indulgencia de los padres; durante muchos meses durmió en la cama de ellos. Se demoró su adquisición del lenguaje. Los padres respondieron a todos esos cambios y pedidos de un modo satisfactorio, pero los vecinos decían que estaban malcriando al chico. Finalmente el niño emergió de su regresión o repliegue, y los padres pudieron dejar de consentirlo cuando él tenía ocho años, después de que hubiera pasado por una fase en la que les robaba dinero. Por lo que sé, éste es un caso común en la psiquiatría infantil, sobre todo en la práctica privada, en la que atendemos a niños por síntomas que en la orientación infantil podrían considerarse insignificantes. Una parte importante de mi orientación en psiquiatría infantil ha sido el reconocimiento de que en tales casos no hay que pensar de inmediato en un psicoanálisis, sino en respaldar a esos padres en el manejo de la puerilidad del niño. Desde luego, uno podría proporcionar ayuda psicoanalítica mientras los padres realizan la atención mental del paciente, pero constituye una tarea formidable tratar a estos niños con psicoanálisis si no existe una provisión parental que satisfaga las necesidades de atención mental: Sin la atención mental proporcionada por los padres, el psicoanalista que hace psicoanálisis encontrará que el paciente no sólo sueña con que él se lo lleve a su casa, sino que lo necesita realmente. Como corolario podemos decir que cuando el psicoanálisis ortodoxo de un niño tiene éxito, el psicoanalista debe reconocer que el hogar, las relaciones, los auxiliares, amigos, etcétera, de los padres realizaron prácticamente la mitad del tratamiento. No es necesario que ese reconocimiento sea explícito, pero tenemos que ser honestos acerca de estas cuestiones de la dependencia del paciente cuando construimos la teoría. Ahora llego a la anterior relación infante-madre. Mucho se ha escrito sobre ella. Quiero llamar la atención de ustedes sobre el papel que desempeña la madre en el momento de la muy grande dependencia inicial del bebé. Aunque creo que los lectores conocen perfectamente esta cuestión, deseo volver sobre el argumento para después poder examinarlo. En este punto me referiré a un escrito de Zetzel (1956). No necesito reunir todas las hebras entretejidas en la confección de esta muy valiosa reseña de las concepciones actuales de la transferencia. Sólo tomaré de este escrito los párrafos en que la autora se refiere a mi propio trabajo. Ella escribe: «Otros analistas -por ejemplo, el doctor Winnicott- atribuyen la psicosis principalmente a experiencias traumáticas severas, en particular de deprivación en la infancia temprana. De acuerdo con este punto de vista, la regresión profunda ofrece la oportunidad de satisfacer en la situación de transferencia necesidades primitivas que no se habían satisfecho en el nivel correspondiente del desarrollo. Margolin y otros han hecho propuestas similares…». Tengo ahora una valiosa oportunidad de recoger esta descripción de mi actitud respecto del tema; este tema tiene gran importancia debido al hecho de que uno de los ámbitos en crecimiento del psicoanálisis es el tratamiento del caso fronterizo, y también por su relación con el intento de formular una teoría de la enfermedad psicótica, especialmente la esquizofrenia. En primer lugar, ¿atribuyo yo principalmente la psicosis a experiencias traumáticas severas, en parte de deprivación en la infancia temprana? Comprendo que sea ésta la impresión que he dado, y en el curso de la década pasada he modificado el modo de presentar mi concepción. Pero es necesario realizar algunas correcciones. He dicho definidamente que en la etiología de la enfermedad psicótica, y particularmente de la esquizofrenia (salvo en cuanto actúan elementos hereditarios), debe observarse una falla en el proceso total del cuidado del infante. En un escrito he llegado a afirmar: «La psicosis es una enfermedad de deficiencia ambiental». Zetzel emplea la expresión «experiencias traumáticas severas»; estas palabras implican que ocurrieron cosas nocivas, cosas que parecen malas desde el punto de vista del observador. Las deficiencias a las que yo me refiero son fallas de la provisión básica -como mi viaje a los Estados Unidos cuando mi paciente no estaba preparada para las reacciones que se produjeron en ella ante mi partida-. En otros escritos he explorado muy detalladamente el tipo de falla que constituye una falla de la provisión básica. La idea principal es que todas estas fallas son impredecibles; el infante no puede explicarlas en términos de proyección, porque aún no ha llegado a la etapa de estructuración yoica que lo hace posible, y su resultado es la aniquilación del individuo cuyo «seguir-siendo» se interrumpe. Si la propia madre no está enferma, de hecho evita este tipo de falla en el cuidado del infante. Con la expresión «preocupación materna primaria», me he referido a los inmensos cambios que se producen en la mujer que tiene un bebé, y es mi opinión que este fenómeno, sea cual fuere el nombre que merezca, es esencial para el bienestar del infante. Es esencial porque sin él no hay nadie suficientemente identificado con el niño que sepa lo que éste necesita, de modo que falta la ración básica de adaptación. Se comprenderá que no estoy refiriéndome a la adaptación sólo en los términos de la satisfacción de los impulsos del ello. Una ración básica de la provisión ambiental facilita los muy importantes desarrollos madurativos de las primeras semanas y meses, y cualquier falla de la adaptación temprana es un factor traumático que obstaculiza los procesos integradores que conducen al establecimiento de un self que «sigue-siendo», que logra una existencia psicosomática y que desarrolla capacidad para relacionarse con los objetos. De modo que la presentación de mi punto de vista incluiría los siguientes enunciados: (i) Es en la enfermedad psiconeurótica donde encontramos los conflictos verdaderamente personales del individuo, relativamente libres de determinantes ambientales. Para llegar a la enfermedad psiconeurótica (y ni qué decir a la salud mental) uno tiene que haber sido suficientemente sano en la edad del deambulador. (ii) Las bases de la salud mental del individuo se afirman en las etapas anteriores. Ellas suponen: (a) procesos madurativos, que son tendencias heredadas, y (b) las condiciones ambientales necesarias para que los procesos madurativos se vuelvan realidad. Las fallas de la provisión ambiental básica temprana perturban los procesos de la maduración o impiden su canalización en el crecimiento emocional del niño individual; esta falla de los procesos madurativos, de la integración, etcétera, constituye la mala salud que denominamos psicótica. Esta falla de la provisión ambiental (privación) no es habitualmente denominada «deprivación», por lo cual necesitaba corregir las palabras de la referencia de Zetzel a mi obra. (iii) Una complicación en la formulación de este enunciado es el hecho de que existe una posición intermedia, en la cual la provisión ambiental es buena al principio y después falla. Tiene éxito en cuanto permite una organización yoica considerable, y a continuación falla en una etapa anterior a la que permite al individuo establecer un ambiente interno -esto es, convertirse en independiente-. Esto es lo que habitualmente se denomina una «deprivación», y no conduce a la psicosis sino al desarrollo de una «tendencia antisocial» que a su vez puede llevar al niño a tener un trastorno del carácter y a convertirse en un delincuente que reincide. Todas estas simplificaciones necesitan una elaboración que les he dado en otro lugar, pero que no podría reunir aquí. No obstante, deseo referirme brevemente a algunos de los efectos en nuestro modo de pensar de esta actitud respecto del trastorno mental. (i) Una de estas consecuencias es que en las psicosis (pero no en las psiconeurosis) debemos esperar la aparición de casos de autocuración. Algún acontecimiento ambiental, quizás una amistad, proporciona la corrección de una falla de la provisión básica y quizá desate el nudo que impedía la maduración en uno u otro aspecto. En todo caso, en la psiquiatría infantil es a veces el niño muy enfermo el que puede adquirir la capacidad para empezar a crecer gracias a una psicoterapia de cafetería, mientras que en el tratamiento de la psiconeurosis uno siempre quiere proporcionar tratamiento psicoanalítico. (ii) La segunda consecuencia es que una experiencia correctiva no basta. Sin duda, ningún analista pretende proporcionar una experiencia correctiva en la transferencia, porque ésta es una contradicción de términos; la transferencia y todos sus detalles recorren el proceso psicoanalítico inconsciente del paciente, y para su desarrollo depende de la interpretación que siempre está relacionada con el material presentado al analista. Desde luego, la práctica de una buena técnica psicoanalítica podría ser en sí misma una experiencia correctiva, y, por ejemplo, es posible que en el análisis un paciente reciba por primera vez la atención total de otra persona, por limitada que esté a la sesión de cincuenta minutos confiablemente establecida; también es posible que sea la primera vez que está en contacto con alguien capaz de ser objetivo. Y así sucesivamente. Pero incluso en estos términos, la provisión correctiva nunca es suficiente. ¿Qué podría ser suficiente para que algunos de nuestros pacientes se pongan bien? En última instancia, el paciente utiliza las fallas del analista, a menudo muy pequeñas, quizás inducidas por el propio paciente, o bien ese paciente produce elementos transferenciales delirantes (Little, 1958) y nosotros tenemos que soportar que se nos comprenda mal en un contexto limitado. El factor actuante es que el paciente odia al analista por el fracaso que originalmente fue un factor ambiental, al margen del ámbito de control omnipotente del infante, pero que en el presente aparece representado en la transferencia. De modo que al fallar -fallar al modo del paciente- terminamos teniendo éxito. Esto está muy lejos de la teoría simple de la cura gracias a una experiencia correctiva. De este modo, si el analista la canaliza, la regresión puede estar al servicio del yo y convertirse en una nueva dependencia en la que el paciente lleva el factor externo malo a la zona de su control omnipotente, un área manejada mediante mecanismos de proyección e introyección. Finalmente, con respecto a la paciente a la que me he referido, no debo fallar en los aspectos del tratamiento relacionados con el cuidado infantil, hasta una etapa ulterior en la que ella me hará fallar de un modo determinado por su historia pasada. Lo que temo es que al permitirme la experiencia de un mes en el extranjero ya haya fallado prematuramente, sumando esta falla a las variables impredecibles de su infancia y su niñez, y en realidad enfermándola como sin duda la enfermaron en su infancia los factores externos impredecibles. . NOTAS: (1) También podría haber soñado con un caballo que era preciso matar para que no se abriera camino a coces en un aeroplano. (2) Sin duda, fui influido por el nivel intelectual de su método de presentación del material.